Entre los aficionados circula la especie de que los mejores tebeos del Oeste se realizan en Europa. Pensemos en Teniente Blueberry, Ken Parker, Tex, Manos Kelly, Comanche, Durango y tantos otros. Abruma la carga de la prueba… solo que me pregunto si parte en verdad del orgullo por la calidad y abundancia de las obras citadas -que nadie cuestiona- o, por el contrario, obedece a la ignorancia sobre la producción de Westerns en otras latitudes, incluido su país de origen. Quizá, y sin que sirva de precedente, le hemos ganado la mano a la tierra de la (auto) promoción y esta vez, al revés de la costumbre, sus esfuerzos están infravalorados, eclipsados por el brillo de otros géneros, de otras sensibilidades. Reflexionaba así mientras leía Casey Ruggles, primera obra relevante del gran
De formación autodidacta, Warren Tufts, oriundo de Fresno (California), creció emulando a sus ídolos de los cómics de prensa:
Con un físico heredero del
Estamos en 1848, un período singularmente convulso en la historia del país. Desatada la fiebre del oro por el descubrimiento de yacimientos del mineral en California (publicitado convenientemente desde el Gobierno para fomentar la colonización del Far West), los personajes probarán fortuna arrostrando los consabidos peligros (salteadores, indios, enfermedades, climatología, etc.). Tufts no pierde el tiempo: en la primera plancha presenta a Casey y sus amigos, en la siguiente a Bolt y sus secuaces y en la tercera entra en escena Lilli. Kit Fox habrá de aguardar hasta la dominical publicada el 21 de agosto de 1949.
La serie se extenderá hasta el 5 de septiembre de 1954. A partir de septiembre de 1949 Tufts simultaneará las dominicales con las tiras diarias, que se incorporan al desarrollo de la trama principal, al menos durante unos pocos meses (hasta enero de 1950). La lectura cae entonces en las típicas redundancias de esta práctica; también mejora la comprensión de los acontecimientos, más profusamente explicados, si bien comparando el acabado gráfico de la dominical con el de las diarias salta a la vista que Tufts no les dedica el mismo tiempo y empeño que a la plancha a color.
Tufts exhibe de inmediato una envidiable pericia al lápiz, influido notablemente por el maestro Raymond, a quien gusta de homenajear (vaqueros con los rostros de
Ciertos convencionalismos argumentales (sobre todo en lo que respecta a Chris como interés romántico de Casey y a Bolt, el villano oficial) cohabitan con planteamientos nada maniqueos como el respetuoso tratamiento de las tribus indias o la ambigüedad moral de Lilli. Tufts se esmera en evocar el ambiente y las costumbres de la época. Aunque prima la deriva aventurera, las páginas delatan la pasión del autor por la documentación sobre el período. Por otro lado, Tufts, como hijo de su tiempo, refrenda estereotipos sexistas que hoy juzgaríamos inadmisibles (como la azotaina de Casey a una ladrona que sorprende en una fonda).
Si el western reinó durante años como el género cinematográfico por antonomasia no fue por los duelos con revólver, las disputas por ganado o los ataques de los indios, ni siquiera por la síntesis épica de una ética elemental, sino por la naturaleza, los paisajes, los inmensos espacios abiertos, que lo defendieron también por la estética. Casey Ruggles triunfa ahí gracias a un dibujo espléndido que repasa hasta el último de los ingredientes necesarios, sea un cielo azul impoluto o el inadvertido tocón de un árbol. El mismo escrúpulo de autenticidad que le lleva a reproducir los revólveres de 1848 y su funcionamiento en la plancha de 11 de septiembre de 1949.
Tras resucitar Lance para el público español (y portugués), el editor Manuel Caldas, paladín de clásicos semiolvidados como Los niños Kin-Der o Dot & Dash, se embarca ahora en la restauración de la opera prima de Warren Tufts. El primer volumen, ya en librerías, comprende el material publicado entre el 22 de mayo de 1949 y el 8 de enero de 1950, incluidas dominicales y tiras (algunas inéditas) por estricto orden cronológico.
Nunca podremos agradecer lo suficiente al Sr. Caldas el maravilloso trabajo que está haciendo de restauración y recuperación de clásicos tan olvidados. Échenle un vistazo a este Casey Ruggles que no se arrepentirán. O, si no, al que lo comenzó todo: su maravilla de Principe Valiente.