Edición original: L’Ascension du Haut Mal (L’Association, 1996-2003).
Edición nacional/ España: Epiléptico. La ascensión del Gran Mal (Sinsentido, 2009).
Guión y Dibujo: David B.
Color: B/N.
Formato: Tomo cartoné, 374 págs.
Precio: 20€.
El mundo de los sueños ejerce un sibilino atractivo sobre las artes plásticas. Al sólido conocimiento del mundo físico y sus reglas, concentradas en iluminaciones, texturas, gravedad y perspectivas, que aportan al dibujo naturalidad y verismo, opone psicología, imaginación y deseos en forma de avatares fantásticos que, por esas paradojas de la percepción humana, aceptamos más nuestros que un prosaico facsímil; sin olvidar que solo el trazo del lápiz sobre el papel en blanco ya tiene algo de mágica ensoñación. El francés David B, nacido Pierre-François Beauchard en Nimes en 1959, aprendió pronto este hecho: a temprana edad empezó a recoger en su cuaderno los oscuros desvaríos que ampara la noche. Tenía un buen motivo: sobrevivir. Su infancia, marcada por la epilepsia de su hermano Jean Christophe, un voraz horror que consumió las energías de su familia en un peregrinar de (presuntos) sanadores, le obligó a ello. Podía admirar a sanguinarios conquistadores, charlar en un bosque tenebroso con amigos imaginarios o disfrutar de las lecturas de héroes y demonios. Para la válvula de escape en que se convirtió su afición por el dibujo, ese impulso de rebeldía ante el mundo que lleva en sí todo artista, no hay mejor combustible que los hallazgos del subconsciente.
Este aprendizaje, y muchas otras cosas, son la columna vertebral del libro Epiléptico, antes conocido como La ascensión del Gran Mal durante su publicación original en seis volúmenes, entre 1996 y 2003. A este respecto cabe advertir que el título es engañoso: quienes se acerquen a Epiléptico buscando una obra comprensiva con la enfermedad y piadosa con el enfermo, al estilo Arrugas, se verán sorprendidos. Hay dolor y cariño, pero también rencor y reproche y la insatisfacción íntima de quien se sabe distinto a los demás y debe construir un caparazón que le aísle del daño. David B se dibuja entonces con una armadura, como la de un samurai, con la que enfrentarse a las penalidades mundanas. Densa y prolija, la obra acumula, capa sobre capa, distintos sedimentos, pues está ambiciosamente planteada sobre la memoria biográfica (en unos parámetros similares a los del realismo mágico de, por ejemplo, La casa de los espíritus), el curanderismo y el esoterismo (desde la macrobiótica al vudú pasando por la acupuntura), la genealogía (fugaces retratos de abuelos, primos, padres, etc.), el costumbrismo social (con hincapié en la inadaptación del diferente) o el tratado historicista, esencialmente bélico (centrado en Francia, por supuesto, pero sin olvidar a personalidades como Hitler o Gengis Khan), entre otros, para construir un relato arquetípico de paso a la madurez. La lectura duele y agota, abruma por su meticulosidad y desarma por su sinceridad, incluso de índole sexual (con episodios que no desmerecerían en El Playboy de Chester Brown).
Como el autor jamás claudica de su punto de vista, la progresiva incomprensión y el distanciamiento entre los dos hermanos se traslada a las páginas y Jean Christophe y la enfermedad que lo degenera se convierten en una sombra ominosa que planea sobre el desarrollo personal y artístico -cambio de nombre incluido- del futuro historietista. En este combate entre enfermedad, rivalidades masculinas y entrada en el mundo adulto, la hermana pequeña, Florence, queda desdibujada. Ella misma, en el conmovedor prólogo, confirma la rigurosidad de los hechos, herida por un recuerdo de felicidad primitiva, sin empañar por los sufrimientos posteriores. Los abnegados padres jamás tiran la toalla, pese a que la esperanza se disipa con cada arruga que certifica el paso de los años. Porque el tiempo pasa, pero no igual para todos. Al crecer, David B tira sus libros de niño, seducido por el fulgor de sus descubrimientos vitales y literarios, pero su hermano se aferra a ellos, representantes de sueños que jamás verá cumplidos. También cuando busca amigos, e incluso una compañera, sigue pensando Jean Christophe que es el niño que fue o que creía ser. La enfermedad le va venciendo de todas las formas posibles, desde la marginación social a la ira absurda y el abandono personal definitivo.
A lo largo de sus más de 360 páginas David B exhibe un dominio inusual de los recursos de la historieta. Los puntos más llamativos (y más observados por aficionados y críticos) son su facilidad para el claroscuro, que le permite composiciones muy elegantes a la vez que ordena multitud de elementos sin que el ojo se pierda -muy a la manera de Charles Burns (Agujero Negro), sobre todo en el tratamiento de la vejez o las deformidades físicas-, y el uso de metáforas visuales (por ejemplo: la epilepsia será un dragón chino que se retuerce como una serpiente, también un monte tétrico de inalcanzable cima) extraídas de sueños -o moldeadas como si lo fueran- o tomadas prestadas de fuentes heterogéneas: grabados orientales, literatura popular, revistas, etc. Tal vez por influencia de la imprescindible Maus, acude a veces a la antropomorfización por razas, como esos acupuntores japoneses convertidos en amigables tigres. Muchas veces, la exageración gráfica representa estados de ánimo. Así, un adulto adquirirá proporciones gigantescas ante un niño asustado o las ansias asesinas convertirán en una especie de Hulk a su portador. Otras veces, campa la fantasía. Un niño puede hablar con su abuelo convertido en pájaro o los esqueletos de los muertos danzar durante una sesión de Ouija.
El intenso onirismo no desvía al autor de una precisa diagramación en 3×3, un tipo de disposición que lo acerca al underground USA de los mencionados Burns o Brown, incluso a los hermanos Hernández. En otros trabajos (El jardín armado, Los complots nocturnos) la inclinación por viñetas más amplias y el empleo característico del bitono delatarán enseguida su formación europea. Pero aquí el autor es consciente de la necesidad de fidelidad al patrón marcado en la primera entrega, publicada en 1996. La disposición en 3×3 -lo hemos dicho ya otras veces- es la que resulta más natural al lector para dar gran cantidad de información fluidamente al tiempo que establece una idea inconsciente de orden o pauta que permite estar más pendiente del contenido de la viñeta que de la arquitectura de la página. Es lo más cercano en cómic a lo que en cine se llama “la ventana invisible”. David B elude el riesgo de monotonía con inventiva (por ejemplo: convirtiendo viñetas en alegorías, como en la pág.15, donde el inicio de “la gran ronda de médicos” por la que pasará Jean Christophe queda retratada como un corro de la patata con la familia en el centro) y ocasionales construcciones atípicas (por ejemplo: “en almena”, como las de las páginas 168 y 169, fortaleciendo la idea de su resistencia a la dolencia nerviosa; o “en escalera”, como las de las páginas 222 y 223 para representar unos ritos vudú). También recurre a perturbadoras splash pages encadenadas por un vocero siniestro, como las de las páginas 282 y 283, a modo de recapitulación. Sus figuras no rompen el cuadro, aunque a veces puedan convertirse en el propio marco (p.ej: páginas 301 a 307). Otras veces este se difumina en sueños, como en el sugerente epílogo, o en meditaciones, como las que transcurren entre las páginas 284 y 286.
Notablemente, las ilustraciones de David B carecen de perspectiva, lo que contribuye a su irrealidad. La profundidad de campo es desconocida y los personajes son retratados frente a la cámara, rígidos como un pantocrátor, o en procesión, como en los retablos medievales. En compensación, una rica imaginería se adueña de la página, guiándonos con una cadencia alucinatoria, de narración oral más que cinematográfica, con un poso de angustia y fogonazos breves de sensualidad. A medida que avanza la historia, el trazo se vuelve más expresionista, más duro y tenebroso, como puede comprobarse en las páginas 342 y 343, con rayas más gruesas y rectilíneas, aun conservando, en líneas generales, bastante homogeneidad en su conjunto, remarcable en una producción que abarca siete años.
Todas las obras biográficas son, en el fondo, una impostura nacida de la necesidad de reescribir el pasado para moldearlo, diseccionarlo, dulcificarlo y, al final, comprenderlo. Epiléptico no es la excepción. Precozmente fascinados por guerras y dictadores, estos niños que pasan sus días infantiles dibujando masacres de ejércitos antes de que el reptante dragón anide en la mente de Jean Christophe, que luchan por crecer bajo la sombra del Gran Mal y terminan haciendo sus vidas, con las heridas a medio curar, se han convertido, gracias a la elaboración de David B, en personajes ficticios con su propia voz, con su irrenunciable verdad escondida. Corresponde al lector desentrañarla y apreciarla como se merece.
Ediciones Sinsentido ha tenido el honor de publicar la obra en España, repartida primero en sus seis álbumes originales con el título genérico de La ascensión del Gran Mal y posteriormente recopilada en un solo volumen, el glosado aquí.
Felicidades Javier por la reseña. Realmente una lectura difícil de un autor muy peculiar.
Recuerdo que lo intente a temprana edad y no pase del segundo número. Ahí queda pendiente
una lectura dura pero gratificante, una obra escrita desde las entrañas. francamente recomendable
Enhorabuena por el artículo. Comparto la opinión de Johnny99 palabra por palabra.
Gracias por los comentarios. Esta es una obra que se cita mucho, pero -a tenor de las visitas- se lee mucho menos. De hecho, ya tiene sorna que mi amigo el Agente Sadness (quien me descubrió a David B, ¡gracias!) ni siquiera se haya pasado por aquí para echármelo en cara…
Pues hay que leerla, aunque a veces duela, porque la vida no es de color de rosa, ni «bonita», pero sigue siendo lo mejor (¿lo único?) que tenemos.