Capitán Meteoro Vol. 2 Cap. 4: Tunguska, Las Vegas (Parte 2, de 7)

8
199

Por José Antonio Fideu Martínez

Capitán Meteoro, Archivos 8. Notas previas.

Título: “Tunguska, Las Vegas”



Nosotros no queremos tener otro Dios que Alemania”.
Adolf Hitler, dictador, genocida y acuarelista aficionado.

IV

He sabido de esta parte de la historia por Conan Wild y sus archivos. Los alemanes fueron metódicos en todo durante la guerra, incluso en la manera de exterminar a los que creían sus enemigos. Fueron el único pueblo capaz de desarrollar una industria entera para acabar con el prójimo. Exceptuando este encono fanático, su esmero a la hora de ordenar todas sus acciones ha sido siempre de agradecer. Gracias a esta sistematización y a sus ordenadísimos archivos secretos, hemos llegado a saber muchas cosas…

Le llevaron al hombre con las manos atadas a la espalda y lo sentaron enfrente, como en cada una de las ocasiones anteriores, al otro lado de la mesa metálica de color gris. La habitación entera olía a orines, a podredumbre y a miedo, y él disfrutaba de la sensación de terror absoluto que esos efluvios producían en los recién llegados. Al final de cada sesión, las ordenanzas mandaban fregar con lejía pero nunca protestó cuando la limpieza no fue lo suficientemente exhaustiva. Como una relación de causa efecto automática, los hombres se derrumbaban siempre al entrar allí… quizás el hecho de saberse muertos en vida y la sospecha del dolor que les esperaba en las que serían sus últimas horas de existencia, ayudara también a la demolición de los espíritus de los prisioneros… Los dos soldados salieron y, dando un portazo, abandonaron al viejo a su suerte. El anciano quedó sentado, con la espalda doblada hacia delante y la cabeza entre las piernas, murmurando entre dientes una letanía apenas audible que Karl-Heinz Haider, no llegó a entender. Sus ayudantes se miraron divertidos, recreándose en la desgracia de aquel hombre. Uno de ellos llegó a sonreír…

-Cállese…

El anciano no respondió. Alzó la mirada y desafiándolo siguió con su rezo, ahora en tono más alto…

-Maldito bastardo insolente –pensó Haider-. ¡Se merece la muerte solamente por un gesto así…!

Puede que eso fuera en realidad lo que buscaba el viejo… Sí, era listo, seguramente querría conseguir eso, engañarlo para que se dejara llevar por la rabia… buscar una salida rápida por la que escapar del calvario que le esperaba… No lo conseguiría.

-Está bien, siga rezando –dijo fingiendo amabilidad-, el führer le concede ese privilegio… y, ya de paso, puede pedirle a su Dios que venga a liberarlo… Usted es uno de los elegidos, ¿no?

Haciendo una señal convenida, el torturador indicó a sus dos ujieres cómo debían actuar; el mismo ritual de siempre, repetido cientos de veces antes de aquel día de manera similar. Casi a rastras, condujeron al hombre hasta el fondo de la habitación, una zona con las paredes forradas de azulejos y decorada de manera tan exigua como aterradora, con una camilla de hospital, una mesita blanca, una batería de coche, un grifo, una manguera y un desagüe en el suelo… Lo encadenaron a un gancho de la pared y le bajaron la camisa. El viejo quedó colgando, desamparado, a la espera del martirio… A Haider le pareció extraño que un cuerpo tan sometido pudiera amparar una voluntad tan firme… No dejó de rezar.

-Mientras esperamos, voy a hacerle un par de preguntas… Discúlpeme si me comporto de una manera algo ruda…

A las dos horas y media, después de mucho sudar, el torturador abandonó la habitación, frustrado y enfadado como nunca, con la ropa salpicada de sangre como siempre. El perro judío había tenido la desfachatez de morirse a medio interrogatorio y todo el trabajo había sido en vano, no había servido para nada. Eran escasos los hombres que conseguían mantener sus secretos ocultos cuando se encontraban allí dentro, a solas frente a él… Aunque nunca lo habría reconocido, en el fondo sabía que salía del calabozo derrotado por primera vez. El viejo lo había provocado constantemente con su absurda oración y él tuvo que darle una lección. Llegó un momento en el que se le hizo insoportable y apretó demasiado… Había conseguido sacarlo de sus casillas con sus rezos. No volvería a pasar. Nunca más volvería a cometer el error de dejarse llevar. A partir de ese día, su voluntad sería acero… Si un judío podía comportarse de esa manera, él también…

No lo supo nunca, pero durante todo el tiempo que duró el interrogatorio, el viejo rabino no dejó de rogar a su Dios pidiendo una muerte rápida que no comprometiera a sus hermanos. Tal y como había pedido, Jehová lo bendijo, concediéndole el don de la liberación…

Karl-Heinz Haider era un patriota alemán y un nazi convencido, un fanático en la búsqueda de la pureza de sangre que predicaban Hitler y Himmler… Quizás fue el hombre que más firmemente creyó su loco credo y, aunque se equivocase al elegir la orientación de su sacrificio, aunque se confundiera en lo más importante y malgastase su potencial empleándolo para el mal cuando podría haber hecho tantísimo bien, hemos de valorar en su justa medida el nivel de entrega y de determinación que demostró haciendo lo que hizo… Lo equivocaron –o se equivocó-, pero de no haber errado, habría llegado, seguro, a convertirse en un gran hombre, en un campeón de la humanidad. Sin embargo una fe lo volvió malo… Sí una fe, una creencia, su amor desmedido a Alemania, o quizás, más bien, un odio fanático disfrazado de fe, el odio hacia todo aquello que amenazaba al pueblo germano desde más allá de sus sagradas fronteras. La fe debería basarse en el amor y la búsqueda de Dios, pero muchas veces se basa en el odio y en el miedo… Por desgracia para Haider, Hitler y sus seguidores sabían del poder de la religión y, decididos a usar cualquier arma para perpetuarse en el poder y doblegar al mundo, no dudaron en usarlo también. Fueron originales, crearon para ello sus propias liturgias paganas llenas de boato, grandiosas, deslumbrantemente regias; ceremonias con banderas, música de Wagner, uniformes perfectos, estandartes de estilo imperial romano, grandes piras funerarias y antorchas que iluminaban la noche, encaminadas a despertar el fervor patriótico a través de la escenificación de un pasado grandioso, de un presente de renacimiento y de un futuro privilegiado. Rebuscaron en las leyendas para obtener justificaciones históricas de su nuevo credo hasta dar con ellas y por fin todo casó perfectamente. Inventaron una doctrina basada en el rencor, en la siniestra ley hereditaria de la sangre nórdica, en el así llamado “Mito de la Raza Aria”, ante el cual las demás religiones debían claudicar. De esta manera presentaron el nacionalsocialismo al pueblo alemán –a Haider, a todos aquellos orgullosos compatriotas que jaleaban el tercer Reich, y luego al resto del mundo-, no solamente como una revolución política y social, sino, también, como una concepción global de la vida y del universo, cuyo eje fundamental era el racismo… el odio, el temor, la envidia. Alfred Rosenberg, consejero de Hitler para las cuestiones doctrinales y teórico del partido nazi, afirmó en uno de sus escritos dogmáticos: «Catolicismo, protestantismo y judaísmo deberán dejar campo libre a una nueva concepción del mundo, de forma que de éstos no quede ni el recuerdo”. Llegaron a redactar escrituras impías basadas en escritos antiguos y en disertaciones filosóficas de autores alemanes y a levantar un castillo en las montañas, en Wewelsburg, a modo de sede de su credo, un reflejo oscuro de lo que sería el Vaticano para los católicos o La Meca para los musulmanes.

Por eso a Haider no le costó mucho tomar la decisión, porque tenía fe ciega en la religión de la sangre… Tras dos o tres día de relativa duda, días en los que sus superiores de las SS se habían preocupado de mimarlo y agasajarlo convenientemente, terminó firmando un par de formularios y, cargado solamente con una maleta pequeña de madera y un ejemplar del Mein Kampf dedicado por el mismísimo führer, se presentó en el hospital militar dispuesto a realizar el último sacrificio por su país. La idea era tan sencillamente genial que no podía fallar: le sería extraída toda su sangre, se eliminarían de ellas las impurezas mediante un tratamiento revolucionario, y luego, tras mezclarla con la de otros arios de renombre, algunos vivos y otros muertos, le sería devuelta… La sangre es el alma licuada, y con su alma aria purificada, brotarían de nuevo en su ser las cualidades mágicas perdidas por la raza tras siglos de cruces y emparejamientos descuidados… en unos meses, el primer ario puro caminaría por la tierra… no tardaría en hacerse con toda ella para entregársela al führer. Efectivamente el glorioso tercer Reich duraría mil años…

Entró al quirófano caminando con paso marcial y no tuvo dudas en ningún momento de que todo saldría bien. Un oficial doctor de las SS vestido con una bata blanca le volvió a recordar los fundamentos del experimento y el los escuchó, de nuevo, orgulloso por haber sido elegido para dar aquel paso. De cualquier manera no habrían hecho falta las explicaciones, le hubiera entregado su hígado a aquel hombre y, sonriendo, hubiera esperado a que lo estofara y se lo devolviera sin expresar la más mínima objeción.

-Hemos sometido cincuenta muestras diferentes de sangre compatible con la suya al mismo proceso de hemopurificación. Cuando el programa se complete, usted y el führer serán hermanos de sangre. ¡Qué gran orgullo! Ojalá podamos pronto extender el programa al resto la población… Sepa que con gusto me cambiaría por usted si me lo permitieran…

Nada más despertar, Karl-Heinz Haider, notó ya algunas de las mutaciones que se habían obrado en su cuerpo… tardaría unos años más en notar las del alma. A partir de aquel día, su piel se transformó en un sudario blanco y reseco, comenzó a molestarle la exposición prolongada a la luz solar y se vio en la obligación de solicitar algún tipo de protección que cubriera su cuerpo entero. Se modificaron los reglamentos para dejarle vestir un atuendo especial: un traje hermético de malla y cuero oscuro, diseñado expresamente para él por Leni Riefenstahl, que ocultaba hasta su rostro. Sus ojos se volvieron simas negras, o quizás tan transparentes que dejaron ver el fondo de su alma, la umbría que se alojaba en su interior -tuvo que taparlos también-, y un hambre voraz, imposible de satisfacer, le asaltó durante un tiempo. Como contraprestación, se vio convertido en el depredador perfecto: su fuerza y su rapidez se multiplicaron. En pruebas de laboratorio controladas, se comprobó que sanaba cien veces más rápido que un hombre normal, constatándose, además, la agudeza aumentada de sus sentidos… En cuatro semanas se convirtió en el más eficiente asesino de Alemania, se le entrenó en todo tipo de tácticas militares y en el uso de cualquier arma, abandonó su trabajo de torturador y se le ascendió inmediatamente al grado de coronel. Un administrativo visionario, aficionado al cine, le puso como nombre en clave Orlok, por la película de Murnau… Fue curioso, ese hombre lo desconocía totalmente y yo me enteré muchos años después investigando el pasado del nazi, pero entre las cincuenta muestras de sangre que se combinaron, se encontraba una extraída de las venas de Max Schreck, el actor que interpretaba al personaje del vampiro en esa misma película: Nosferatu… Siempre se especuló acerca de la vida de Schreck, parecía imposible lograr una caracterización tan perfecta para un personaje así y, entre bambalinas, se susurraba que se alimentaba de sangre humana… Comentando el tema una tarde con Tozeur, me aseguró haberlo conocido en Praga en mil ochocientos doce… Ya por aquel entonces tenía el mismo aspecto y ya se dedicaba al teatro. Quizás el origen de los nuevos poderes de Karl-Heinz Haider, la naturaleza real de sus dones recientemente adquiridos, no se encontraba en la pureza de la sangre, sino en todo lo contrario, en que, junto a la suya, se mezcló otra cargada con la peor vileza… la sangre de un nosferatu auténtico.

Al principio, Haider se sintió frustrado. Comenzaron asignándole misiones sencillas, acciones de comando rápido que ejecutó con precisión pero que le resultaron insultantemente fáciles. Después del día de su tratamiento –él lo llamaba el día de su renacer-, entrar en una base secreta de Finlandia, asesinar en una noche a más de cincuenta soldados, colocar cargas de explosivo y salir antes del alba, dejando atrás como recordatorio de su paso una montaña repleta de escombros humeantes y restos de cadáveres, se convirtió en tarea sencilla… pan comido. Tras casi un año arrancando confesiones en aquella habitación húmeda y maloliente, mirando cara a cara el sufrimiento y el dolor ajeno sin pestañear, el matar a un hombre de manera rápida, sin dar ni pedir explicaciones, le resultó casi un alivio. Si en vez de uno tenían que morir mil, daba igual… Por eso, tras catorce misiones similares, comenzó a pensar que se desaprovechaba su talento y esperó que el destino le ofreciera una que verdaderamente estuviera a la altura de sus capacidades. Se lamentaba, unas veces en silencio y otras en voz alta, de la falta de perspectiva de los generales del alto mando, idiotas acomodados sin visión y sin la determinación necesaria. Poco a poco fue convenciéndose de que su sino y el de Alemania estarían estrechamente unidos. Se vio a sí mismo como el salvador de su pueblo, casi un héroe mitológico cuya gran prueba estaba por llegar… y un día, cuando él menos lo esperaba, la misión, efectivamente, llegó.

Ocurrió en el invierno de mil novecientos cuarenta. Más para quitárselo de en medio, que convencidos de la utilidad real de la empresa, sus superiores, viéndolo cada vez más nervioso, más inestable, y conscientes del peligro que un hombre así podía suponer para el precario equilibrio de cualquier ejército en guerra y, sobre todo, para sus propias carreras, decidieron alejarlo por un tiempo del frente, de manera que, entre tanto, alguien pensara qué hacer con él a su vuelta. Sin embargo, un plan que para los militares de carrera era poco menos que un absurdo, una pantomima, resultó un hallazgo de valor incalculable para los jerarcas nazis… Dos días antes de recibir el dossier con los pormenores de la operación, Haider, convertido ya por aquel entonces en una leyenda entre las tropas alemanas, todavía más entre las aliadas, se había presentado en el despacho de su superior directo sugiriéndole un plan de ataque para terminar con la vida del primer ministro británico, Winston Churchill. Al ser rechazada su propuesta por osada e innecesaria, había enloquecido de rabia y, a voz en grito, había amenazado con presentarse ante el mismísimo Adolf Hitler para denunciar la falta de valor de sus generales, lo timorato de sus tácticas y el hecho de que se le obligara a realizar trabajos tan intrascendentes, cuando podría enviársele a terminar la guerra de un plumazo. Ni siquiera al mentarle el consejo de guerra, Haider se amilanó y, sólo apelando a su responsabilidad, a los valores marciales de obediencia del ejército alemán al que pertenecía y a su amor por el Reich, se le consiguió convencer para que regresara a su habitación arrestado…

Pasó la tarde dando vueltas en su cuarto como una pantera enjaulada. Se le enviaba al Tibet, a hacer de niñera de un grupo de exploradores… Le pareció absurdo, una burla… No había entregado su cuerpo al Reich para terminar midiendo cabezas y tomando apuntes sobre las costumbres de los salvajes que habitaran allí. De repente el hambre, la sed de sangre que tanto le había costado dominar, regresó. Se vio a sí mismo bebiendo directamente de la garganta de aquel cobarde vestido de general, y le costó reprimir su ansia… Decidió que al anochecer saldría del cuartel y se presentaría en Kehlsteinhaus. El führer lo recibiría y lo entendería… al fin y al cabo eran hermanos de sangre… y si alguien trataba de impedírselo, se tendría que atener a las consecuencias…

Sin embargo, los acontecimientos posteriores le hicieron revocar su decisión de manera rápida. A la hora de la cena, cuando se preparaba ya para marchar, tocaron a su puerta. Al abrirla, Haider se encontró con su destino.

-Coronel Haider –dijo el visitante entrando sin pedir permiso-. Ha sido usted elegido por el führer en persona para llevar a cabo una misión que seguramente pueda ser determinante en el desarrollo de la guerra. Pasen y cierren, por favor, caballeros -un séquito formado por dos generales y un mariscal había entrado tras él, permaneciendo en silencio, en un respetuoso segundo plano-. Mañana partirá para Berlín. Aquí le traigo la información completa. ¿Cree usted en la existencia de vida fuera de nuestro planeta…?

-Nunca me lo he planteado, señor… Espero que la haya, así tendremos más pueblos que conquistar…

-Bien dicho. Me gusta esa actitud… Al parecer, un objeto venido del espacio exterior, cayó, el veintitrés de noviembre de mil novecientos diez, en el algún punto de la cordillera del Tibet. Desconocemos las coordenadas exactas. Para ocultar la verdadera naturaleza de su viaje, difundiremos información falsa: diremos que vamos allí en busca del origen de la raza aria, en una misión de carácter etnográfico. En realidad no sabemos si se trata de una leyenda o si hay algo de verdad en lo que nos han contado…. De cualquier manera usted viajará hasta el lugar y encontrará ese objeto si es que existe. Si cabe una posibilidad, por mínima que sea, de que haya algo de cierto en esa historia, es nuestra obligación investigarla… Imagine el nivel tecnológico de un pueblo capaz de atravesar las estrellas. Con esa tecnología en nuestras manos, Alemania vencerá esta guerra rápida y contundentemente –el visitante se descubrió la cabeza, y señaló a su espalda-. Me han dicho que ha mostrado usted cierto desacuerdo cuando se le ha asignado esta misión… Me gustaría saber por qué…

-Pido disculpas, señor. Ignoraba su importancia, pensaba que…

-Un soldado alemán no debe valorar las órdenes –dijo secamente Rudolf Hess interrumpiéndolo antes de marcharse-, debe cumplirlas… Que no vuelva a pasar. ¡Heil Hitler!

Dos expediciones de alpinistas alemanes habían buscado antes que ellos; atletas preparados y entrenados de nivel internacional que naufragaron en sus intentos. Sólo de una de ellas quedaron supervivientes. De los quince hombres que comenzaron la segunda misión, cuatro regresaron a Alemania, terriblemente mutilados por las bajas temperaturas y el fracaso… Por eso, cuando Haider llegó a lo más alto de la montaña y miró al otro lado, se sintió el hombre más afortunado del mundo. Dio por bien empleados todos sus sacrificios, el dolor, el hambre, el frío, aquellos últimos tres meses perdido en medio de la nada… Sin duda, ése era el lugar: un cráter de dimensiones enormes, cubierto parcialmente por una capa de hielo sucio que celaba un extraño artefacto, fácilmente distinguible desde la altura. Había quedado incrustado en el suelo, fundiendo toda la materia en varios kilómetros a la redonda. Se permitió sólo el lujo de sonreír bajo la máscara… Desatendiendo las demandas de los tres soldados que todavía permanecían con vida, hombres sacrificados y valientes que apenas podían seguir su paso, comenzó a bajar a toda prisa hasta el valle. Tres horas más tarde, Haider paseaba sobre una extensa planicie helada de color parduzco bajo la que se distinguía perfectamente la forma elíptica de la nave. Era enorme, tres o cuatro veces más grande que el mayor de los bombarderos de la Wehrmacht. El motor capaz de hacer volar un monstruo así tendría una fuerza formidable, potencia casi ilimitada… Mucho antes de que llegaran los otros alpinistas, él ya había terminado de colocar las cargas explosivas. Pretendía romper el hielo, fundirlo, para hacer un túnel que lo condujera hasta el fuselaje del objeto. Una vez allí, tocaría improvisar.

Tal y como le habían prometido, aquel nuevo explosivo provocó un rápido ascenso de la temperatura focalizado en un punto muy concreto. Si no hubiera bastado, todavía le quedaba la baza de la ultradinamita, que rompería en vez de derretir, pero obedeciendo las órdenes escritas, el primer intento se llevó a cabo tratando de no dañar el objeto enterrado. Se lo habían advertido así: primero se produjo una explosión de pequeñas dimensiones y luego comenzó una reacción química extraña que fundió el hielo. De repente, al sublimarse el agua congelada, un geiser enorme brotó del lugar e inmediatamente después la nube de vapor se condensó, formando una nieve muy fina de color oscuro que comenzó a caer del cielo. Cuando toda la parafernalia del proceso hubo acabado, un túnel casi perfecto, un agujero de unos diez metros de diámetro, apareció en el suelo, tendiendo un pasadizo entre el mundo de arriba, el presente, y el mundo de abajo, el futuro… Hider miró atrás asegurándose de que los otros se encontraran lejos todavía y comenzó a descender… Agarrado a un cabo se deslizó por el hielo hasta casi tocar el agua del fondo con los pies. Un charco se había formado sobre la superficie pulida de metal. Luego, se soltó dando un pequeño salto, y al caer pudo sentir un eco cercano bajo sus pies, el ruido de su caída sobre el fuselaje, rebotando una y otra vez entre las oquedades del interior del artefacto alienígena, invitándole a entrar. No le costó demasiado encontrar la ruta para hacerlo. El agua fluía hacia su derecha colándose por una pequeña rendija, desapareciendo hacia algún lugar del fondo. Inmediatamente caminó hacia allí y arrodillándose, metió la mano para comprobar la profundidad de la hendidura. Al otro lado del telón de hielo, una sombra apenas dejaba entrever la herida abierta en la parte lateral de la máquina, la estocada que la habría hecho caer a tierra. Sin perder un momento, comenzó a picar y en menos de cinco minutos tuvo hueco para pasar. Efectivamente, el metal perfectamente pulido que formaba el armazón exterior de la nave, había desaparecido en aquel lugar, dejando un hueco enorme por el que habrían cabido cinco elefantes puestos uno sobre otro. A Haider no le costó imaginar el daño que una lesión de ese calibre habría producido en los sistemas de vuelo del aparto. Caminando muy despacio se adentró en las entrañas del navío estelar…

Nuevas y muy diversas sensaciones se mezclaron en su cabeza. De todas ellas, el miedo fue la menos intensa, con su cuchillo en la mano pocos podían hacerle frente. La admiración hacia los constructores de aquella máquina enorme brotó primero en su conciencia; el agradecimiento por el regalo que estaba a punto de tomar y la sensación de victoria final, el orgullo, fueron las que prevalecieron conforme avanzó hacia el interior.

No necesitó luz, desde su renacimiento le bastaba con el más mínimo destello para orientarse en la oscuridad. De cualquier manera, las sombras no duraron demasiado. La zona exterior de la nave mostraba signos de haber sido dañada por una explosión que se había llevado consigo parte de la maquinaria más superficial, sin embargo, al poco de empezar a caminar por aquellos vericuetos, comprobó que, aunque herida de muerte, no estaba muerta. El extraño artefacto parecía más bien encontrarse en un estado de calma latente, en el que algunas máquinas todavía funcionaban. Se preguntó si sería correcto aplicar este sustantivo a los aparatos que lo rodeaban, más parecidos a seres vivos, conjuntos fluctuantes de luces, cristal y metal que se movían lentamente, cambiando su configuración de manera aparentemente caótica, fluyendo entre posiciones, reaccionando con leves cambios ante su presencia…

Bruscamente, sus reflexiones fueron interrumpidas. Al principio se negó a creerlo, pero, tras detenerse y forzarse a escuchar, comprobó que sus oídos no lo engañaban. Pudo distinguir un rumor extraño, una suerte de cántico grave, casi un susurro, que lo llamaba desde la lejanía, repitiéndose de forma continua y monótona. Lógicamente no pudo distinguir las palabras, el idioma le era totalmente desconocido, pero, desde luego, aquel sonido procedía de una garganta viva… Fue entonces cuando el miedo pasó a la primera página en el catálogo de sus sensaciones. Apretando con fuerza su daga, se obligó a continuar… Por Alemania… Caminó hacia la fuente del sonido, muy lentamente, con el pulso acelerado por primera vez en mucho tiempo. Fue atravesando salas extrañísimas, y al menos tres muros de algo parecido al vidrio se apartaron de su camino abriéndole paso en su avance. Pensó que se trataba de su destino. Si tenía que de matar una vez más por su país lo haría, y no se pararía a pensar en el lugar de nacimiento del enemigo, fuera éste el planeta o fuera otro. Verdaderamente, no le importaba ser el primer hombre de la historia en encontrarse con un ser de otro mundo si podía acabar con él… si podía vencerlo y doblegarlo por el bien del tercer Reich.

Progresivamente, el volumen del rezo fue aumentando y así supo que había elegido el camino correcto. Cuando llegó a la última pared luminosa estuvo seguro de encontrarse sólo a un paso de su destino. Al acercar la mano, el tejido fosforescente que formaba aquella membrana se fue retirando de manera mágica, abriendo un hueco que creció de tamaño cuando avanzó con el cuerpo entero. De manera pacífica, el velo de luz se retiró y así Haider pudo pasar al otro lado. Dando un paso, se adentró en una nueva sala de ensueño, un óvalo enorme, en medio del cual halló algo que lo dejó petrificado… Nada habría podido sorprenderlo más que el encontrarse allí dentro lo que se encontró. Durante un rato muy largo no pudo hacer más movimiento que el indispensable para retirarse la máscara de la cara. Necesitaba verlo con sus propios ojos para cerciorarse de que no lo engañaba la vista…

Al rato, quizás una hora más tarde, sus hombres lo vieron salir del agujero. Ya había anochecido. Los pobres llegaron agotados y, aún temiéndole como se le temería al demonio, corrieron hacia él para preguntarle por lo que había encontrado. Eran también buenos patriotas… Haider no les contestó, se limitó a levantar la cabeza y a mirarlos sin decir nada. Lo último que vieron aquellos soldados alemanes, fue la cara desteñida y arrugada de su verdugo, sus ojos negros ribeteados de rojo por lágrimas de sangre… No entendieron por qué los mataba.

Dejando atrás los cadáveres, Karl-Heinz Haider, a partir de ese día, ya para siempre el Coronel Orlok, regresó al interior de la nave. Por fin había comprendido su destino… Su destino era proteger a Alemania. Se sentaría en el interior de aquella monstruosidad, en la sala central, y simplemente esperaría. No necesitaba comer mucho, había logrado doblegar el ansia, su voluntad se había vuelto de acero; podía ralentizar su metabolismo, entrar en un estado de hibernación inducida en la que el alimento no le era imprescindible… y se dedicaría a vigilar. Simplemente a eso, a vigilar. Esperaría mil años si fuera necesario, custodiando el envenenado regalo que le había sido concedido, y lo haría por su país, por el Führer.

Vigilaría hasta el fin de los tiempos…

Sentado en la penumbra apenas se atrevió a volver la mirada hacia el centro de la gran estancia. Todavía le parecía increíble. En medio de un enorme capullo de luz, un hombre desnudo levitaba, girando sobre sí mismo en posición fetal, repitiendo en sueños la misma letanía una y otra vez. La primera vez que lo vio, dudó, pero al rato estuvo seguro de quién era el viajero… Moreno y delgado, habría podido pasar por un humano cualquiera de no haber sido por las señales, signos claros e inequívocos que le indicaron que se trataba de un enemigo. El hombre había sido circuncidado, y mostraba cicatrices horribles en la frente, en las muñecas y en los pies, amén de otra en el costado. No podía entender sus palabras, hablaba en una lengua olvidada, pero estaba seguro de que rezaba… era un rabí judío.

-Llevará dos mil años rezando -pensó.

En el momento mismo en que tuvo la certeza, al poco de entrar allí, intentó degollarlo. Se lanzó sobre él para cortarle el cuello sin pensarlo dos veces, aullando de rabia. Era un enemigo. Entonces, al igual que en cientos de ocasiones más en los años en los que compartió soledad con aquel ser, fue despedido hacia atrás con una fuerza muy superior a la que había empleado para llegar hasta él. Un dolor intensísimo caló su cuerpo, y al mirarse las manos, las vio humear, quemadas de manera horrible… La esfera de luz lo protegía, era absolutamente impenetrable. Bien, mientras no se moviera del sitio no habría problemas… Lo intentaría mil veces, buscaría la forma y si no, esperaría. Si alguna vez el judío despertaba y salía de allí, ya se ocuparía de él… Lo importante, lo vital, era que no llegara nunca a Alemania, que no supiera lo que en Auschwitz, en Fürstengrube, en Dachau, en Ravensbrück y en otros ciento y pico lugares estaban haciendo con sus hermanos, y, sobre todo, era vital que nadie en su país se enterara de su regreso… En el fondo, Orlok tenía miedo del judío, un miedo profundísimo e inconfesable, porque no era tonto y sabía que cabía la posibilidad de que el poder de aquel ser fuera imparable, y que hubiera regresado para librar a los suyos de la opresión, fuera esta impuesta por Roma o por cualquier otro imperio moderno… pero se obligó a sí mismo a no huir. Se sacrificaría, aguantaría allí eternamente soportando la letanía interminable de aquel perro, soportando la tortura terrible de escuchar sus rezos. Se había prometido tiempo atrás que no volvería a dejarse derrotar… no por un judío. No volvería a pasar. Nunca más volvería a cometer el error de dejarse llevar, su voluntad era acero…

A partir de aquel día, un rezo y un llanto compartieron la soledad inmensa del interior del navío intergaláctico.

Subscribe
Notifícame
8 Comments
Antiguos
Recientes
Inline Feedbacks
View all comments
Némesis
Némesis
20 octubre, 2009 13:17

Impresionante reflexión sobre el poder de la fe, especialmente cuando apoya causas injustas e inhumanas. Además, seguimos esperando más capítulos de este relato coral que, personalmente, considero muy interesante. Gracias al autor por tantas historias apasionantes.

gurguik
gurguik
20 octubre, 2009 17:35

Muy bueno el capitulo de esta semana Sr. fideu, por cierto he leido el comic de alma y estoy perpejo eres un crack.
por cierto visitar mi blog: elrincondegurguik.blogspot.com

José Torralba
20 octubre, 2009 18:46

Grandísimo capítulo, José Antonio… ahora ya sabemos qué fue lo que golpeó el rayo de Tesla al final del capítulo anterior. Falta ver la relación con Tunguska aunque ya me la estoy imaginando. Y observando la estructura del relato en sí, ha sido una maravilla cómo has conseguido cerrarlo para que resulte autocontenido: la apertura y el cierre encajan como piezas de un relojero de precisión.

Sólo me queda lamentarme de un detalle: que Lucas y Spielberg no te consultaran antes de perpetrar El reino de la calavera de cristal. Esto sí que es una forma interesante de introducir extraterrestres y engarzarlos con elementos históricos y religiosos, señores.

Fideu
Fideu
20 octubre, 2009 18:52

Buenas tardes negahombres (y negamujeres):
me alegro de volver a escuchar vuestros comentarios… y me alegro de que el capítulo os parezca interesante. La verdad es que la idea de una historia así la tuve hace muchos años escuchando teorías de Von Daniken en el programa del Doctor Jiménez del Oso (creo que se escribe así…). ¡Grande aquellos hombres tan llenos de imaginación!
La semana que viene volvemos al Tibet y a la aventura con un nuevo personaje… El Doctor Odram…
Por cierto, os animo a visitar el blog de Gurguik, mi librero favorito, un buen amigo y gran conocedor del mundo friki…
Abrazos y gracias a todos.

Ailegor
Ailegor
20 octubre, 2009 20:30

Jo, qué intriga!!! Fideu nunca defrauda. ¿Qué pasará?  Por cierto, he leído tu nuevo cómic «Alma» y me ha parecido genial. En tu linea… lleno de ideas originales. Me encanta tu cambio de registro. ¿Para cuándo el siguiente volumen? Porque esto huele a saga…
Un abrazo y saludos para los lectores de Zona Negativa.

Trabis
Trabis
21 octubre, 2009 3:28

Woooooooooooooooooooooooooowwwwwwwwww no hay palabras para describirlo. Felicidades es un capitulo precioso.

Anika
25 octubre, 2009 11:34

Esto ya para rematar la faena…incluso nazis….vampiros..(que por cierto menuda mezcla…que miedo!!!!!).Me ha pareceido buenisimo y muy entretenido,me ha encantado…Por cierto yo tambien tengo el comic Alma y os lo recomiendo…os va a sorprender!!!!Muchos saludos para todos.

mag_jonas
mag_jonas
28 octubre, 2009 15:35

Cuando acabas de leer el episodio y ves que es la 2ª parte de 7…

No me imagino como van a ser las demas…

Ánimo…