Capitán Meteoro Vol. 2 Cap. 6: Tunguska, Las Vegas (Parte 4, de 7)

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de José Antonio Fideu Martínez y Vicente Cifuentes

Capitán Meteoro, Archivos 8. Notas previas.

Título: “Tunguska, Las Vegas”



«Si tu mente analítica y científica no es capaz de concebir a los demonios como las degeneraciones angelicales descritas por la religión, puedes pensar en ellos como en entidades llegadas de otra dimensión… Eso sí, tendrás que llamar a esa otra dimensión Infierno y rezar para que no llegue a nosotros».

«La magia, mi magia, bebe de todas las religiones, pero las trasciende, porque a través de ella yo he podido hacer algo que muy pocos hombres han logrado: he visto la verdad… He conseguido apartar el velo de los prejuicios y los ritos, el sutil velo de la tradición en la que crecí inmerso, para mirar al universo con ojos nuevos… Te aseguro que me he arrepentido mil veces de haberlo hecho; el brillo que vislumbré casi quema mi alma… El conocimiento es fuego».

«¿No lo crees…? Pues sí, no te miento. Los demonios tienen política, por supuesto… la política es el arte de ir a la guerra sin declararla, y nada gusta más a un ángel caído que una buena batalla campal…».

«Me dijo que los demonios odian al hombre, y que sin embargo han de cuidar de la raza humana… Tardé en entenderlo: desean beberse nuestras almas, condenarlas en sus reinos de dolor perpetuo, esclavizarlas… sin embargo se cuidan mucho de su rebaño, de que no se extinga, de que no desaparezca… Somos la fuente de los pecados, tan sabrosos son para ellos. ¿Qué serían los dioses sin hombres que los adorasen…? ¿Qué sería de los demonios sin almas pecadoras que los divirtieran?».

«Si miraras el universo a través de los ojos de uno de ellos, pensarías que todo lo que nosotros consideramos bueno es para ti el mal: verías que el orden, lo estático, es la muerte y el caos, y que el movimientoes la vida; verías que en el fuego está la energía que anima el universo y que el frío es la nada; verías que la violencia es cambio y la paz un estanque fangoso que lleva a la ruina… Te darías cuenta de que los demonios son demócratas, como tú, y de que sus enemigos, los ángeles, los hombres buenos, votan a los republicanos… Místicamente hablando, al menos… Los demonios tienen su propia escala de valores, y en ella, los hombres se sitúan en uno de los peldaños más bajos, porque buscan un supuesto bien, sin darse cuenta de que ese bien es el mal, la muerte…A su manera sienten pena de nosotros por estar tan equivocados».

Orham Tozeur, Hombre de Ceniza, Números 20 al 35 de su propia colección, Saga titulada “Reza por el alma de un pecador”, 1956 y principios del 57.

VI

Apuraba las últimas horas de la tarde en su laboratorio, acompañado únicamente por el espíritu de Joseph Haydn presente en la música de fondo, yendo de las notas a los cálculos matemáticos, saltando de la belleza perfecta de las armonías del músico austriaco, a la grosera incorrección de sus fórmulas, comparando ambos universos, y sintiéndose cada vez más frustrado. Le hubiese gustado que la perfección formal fluyera por su razonamiento de manera parecida a como las notas se sucedían en la partitura. Buscaba una naturalidad en los algoritmos que se asemejara a la de la sinfonía que escuchaba, pero no la lograba. Sabía que había errores, imprecisiones, que hacían que su nuevo proyecto fracasase siempre -una y otra vez-, al ser probado… De cualquier manera, confiando en que los dioses del caos lo favorecieran y, sobre todo, dándose cuenta de que el sol había comenzado a esconderse ya y de que su tiempo de recreo se agotaba, decidió realizar un último ensayo antes de salir de ronda. Sabía que se la jugaba, que no le estaría permitido errar ni una vez más y, sin embargo, se atrevió a dar el paso… al fin y al cabo era un héroe. Si lo era fuera, tendría que serlo también dentro de casa.

Conan apartó el instrumental que se amontonaba sobre su mesa de trabajo e hizo sitio para colocar el ingenio. Cualquiera que lo hubiese visto lo habría tomado por un objeto sin demasiada importancia, apenas habría reparado en él. Tanto se parecía al mecanismo de cuerda de un viejo reloj de pared, que nadie habría imaginado su verdadera utilidad. Seguramente lo habrían mirado con extrañeza y luego, torciendo el gesto, habrían girado la cabeza para ocuparse de asuntos más importantes, olvidándose hasta de que estaba allí. Sin embargo, Conan sabía la importancia que su nuevo invento tendría. Además de pasar a convertirse en pieza fundamental dentro de su colección de útiles de trabajo, de funcionar, aquel pequeño aparato cambiaría totalmente el mundo…

Con mucho cuidado, colocó sobre la maquinita una manzana roja que sacó de un cesto repleto que tenía junto a la mesa. Cuando la fruta quedó en equilibrio sobre aquel pequeño pedestal, Conan suspiró y procedió a poner su artilugio en funcionamiento.

-Bueno –dijo-, veamos esta vez –y con mucho cuidado pulsó el botoncito rojo que iniciaba proceso.

Mirando a través del pequeño ventanuco de la mampara de protección, observó cómo la mesa comenzaba a vibrar ligeramente, cómo se formaba un aura de luz muy brillante alrededor de la fruta, envolviéndola entera, y cómo, finalmente, ésta desaparecía sin dejar rastro, despidiéndose de él únicamente con un silbido agudo que no tardó en extinguirse…

¿Lo habría conseguido? ¿Habría logrado, por fin, teletransportar la materia de un punto a otro y de manera instantánea? Durante unos instantes albergó esperanzas de que así pudiera ser… En el momento en el que escuchó el grito de su mujer, dos pisos más arriba, estuvo seguro de que había vuelto a fracasar…

Rápidamente procedió a apagar el tocadiscos. Había llegado de nuevo el momento de ser valiente…

-¡Cornelius! –aulló la señora Wild-. ¿Has vuelto a hacer la prueba sin ajustar el aparato?

-No querida -respondió Conan accionando el interruptor del intercomunicador de la pared-. ¿Por qué…?

-¿No estarás otra vez con ese loco experimento tuyo…?

-No amor –Conan volvió a contestar acercando la boca al micrófono. El aparato les permitía hablar con los otros pisos sin levantar la voz pero ella parecía olvidarse a veces de cómo funcionaba. Cuando así ocurría, era señal de confrontación inminente. En esos casos Conan hubiese preferido que el enemigo fuera el Desmembrador, el Gusano Eléctrico, el Doctor Núbilus o Reich… Hubiese preferido a cualquiera antes que a su santísima esposa-. Estoy intentando reparar el carburador de iones de La Maravilla… ¿Por qué lo preguntas? ¿Hay algún problema…?

Unos segundos más tarde, la puerta del laboratorio se abrió y Emma Wild apareció al otro lado, con los rulos puestos y cara de pocos amigos. Aún así estaba guapa. Previendo el movimiento de la dueña de la casa, Wild había corrido a refugiarse bajo el coche todo lo rápido que había podido. De camino todavía tuvo tiempo de marcarse la cara con grasa.

-Es que me ha vuelto a aparecer una papilla de frutas en el techo de la cocina… Es la tercera vez esta semana que limpio el techo de compota…

A Conan le hubiese gustado poder maldecir por el nuevo fracaso, pero hasta ese desahogo le estuvo vedado. Poniendo cara de inocente, fingió ignorar todo lo referente al nuevo milagro ocurrido en el piso de arriba y, con el cuerpo todavía tendido, se apresuró a dar una explicación lo más convincente posible.

-Perdóname querida, pero seguramente el experimento de la última vez haya provocado el desdoblamiento cronal que causará la replicación aleatoria del fenómeno en diferentes instantes de la cadena temporal…

– ¿Me estás diciendo que es la misma manzana del otro día volviéndose a escalfar sobre mi techo recién pintado, y que es posible que esa desgracia se repita…?

-Así es, querida… a veces ocurren esas cosas –Conan terminó de salir de debajo del coche. Incorporándose distraídamente, como no dándole importancia al enfado de su mujer, metió la cabeza bajo el capó que permanecía abierto mostrando las entrañas del vehículo, en busca de una coartada que no aparecía-. Ya sabes –continuó-, que te prometí no volver a intentarlo hasta haber ajustado totalmente el mecanismo…

-No me mientas, Cornelius –le advirtió ella señalándolo con el dedo.

-¡Anda!, no seas tonta. ¿Cuántas probabilidades crees que existen de que dos manzanas acaben desparramadas sobre un mismo techo, en el mismo lugar exacto, pudiendo materializarse sobre cualquier punto del espacio infinito? Si hubiera vuelto a realizar el experimento, se habría producido algún tipo de variación, alguna modificación en las coordenadas de destino, en la velocidad, o en otras mil variables diferentes –Conan comenzó a limpiarse las manos con un trapo, disfrazando su rostro con la expresión más seria y convincente que pudo encontrar en su reserva de caras inocentes. Mentalmente, tomó nota para variar el rango de alcance de su teletransportador en el siguiente experimento-. Estaremos preparados por si el fenómeno se replica una tercera vez, querida. Colocaré un campo de fuerza en la cocina para que impida el impacto sobre el techo, si ocurre…

-Está bien, pero mañana quiero ese techo tan limpio como la conciencia de un bebé, Conan. Me da igual si esta noche te enfrentas al mismísimo diablo –dijo ella sonriendo por fin-. ¡Ah!, y que sepas que hice recuento esta mañana de las manzanas del cesto…

Iba a protestar Conan, había levantado el dedo índice de su mano derecha y comenzado a balbucear, cuando el ama de llaves, un ama de llaves mecánica, apareció al otro lado de la puerta, muy seria e interrumpiendo la conversación.

-Señor –dijo-, hay arriba una señora que le busca… Parece muy, muy preocupada.

-¿Quién es?

-Dice llamarse Deidre –la mujer hizo una breve pausa-, Deidre Odran…

Conan Wild miró incrédulo a su esposa, dejó el trapo sucio de grasa sobre el capó de La Maravilla y, sin decir nada, se encaminó hacia el piso de arriba todo lo rápido que pudo.

-La he hecho pasar a la biblioteca, señor…

Conan entró en la habitación un poco después que su mujer. Le había pedido que le allanara el terreno, que llevara té y unas pastas y que se sentara a charlar con ella un rato. Mientras, él observaba la escena desde un monitor cercano. No tenía miedo de que la recién llegada hiciera ninguna locura y, si lo intentaba, se iba a llevar una sorpresa muy poco grata; su esposa no era una vulgar ama de casa… De cualquier manera estaba prácticamente seguro de que la mujer del As no habría ido hasta allí para hacer lo que su marido no se habría atrevido a hacer. No esperaba un ataque… En el momento en que las escuchó hablar y pudo verlas, una sentada frente a la otra, estuvo seguro de que había hecho bien. Su mujer podía ser una fiera salvaje cuando se lo proponía, pero podía ser también una gran anfitriona, una encantadora y muy perspicaz, y él estaba convencido de que la esposa del doctor Odran se sentiría más cómoda si la recibía ella. Al cabo de unos minutos, tras analizar brevemente la situación a través de la pantalla, se atusó los cabellos, se acomodó la guerrera estirando de la cinturilla hacia abajo y se encaminó hacia el lugar donde ambas mujeres lo esperaban. Abrió las puertas de roble que separaban la biblioteca de la entrada y, con su mejor sonrisa, entró. Dreidre Odran, la esposa de su archienemigo, el As de Tréboles, el Doctor Odran, lo esperaba sentada frente a la ventana. La luz del atardecer encendía en llamas su pelo rojo, realzando su brillo natural, revistiéndola con un halo de luminosidad que la hacía parecer todavía más bella de lo que recordaba… No sólo su cabello era fuego… Su mirada quemaba también.

-Buenas tardes, señora Odran –saludó galante-. Soy Cornelius Wild…

-Muchas gracias por recibirme, señor Wild –La mujer apartó la taza de té, y reuniendo toda la dignidad que le quedaba, se puso en pie frente a él-. Le agradezco que haya sido tan amable…

– Siéntese por favor –Conan de nuevo disfrazó su rostro con la mejor de sus sonrisas. En realidad estaba inquieto, avergonzado como un niño pequeño, nervioso ante aquella visita inesperada-. Usted dirá…

-Verá –la mujer de Odran bajó la vista-, he venido a verle porque necesito su ayuda, señor Wild -no sabía muy bien cómo empezar. Se vio sentada en la biblioteca de un enemigo declarado de su marido, frente al hombre del que había estado oyendo burlas y críticas durante años, y al ser tan bien recibida, ante la amabilidad de trato y la cercanía de los dueños de la casa, todos sus prejuicios comenzaron a desmoronarse. Se dio cuenta en un instante de que aquella familia se parecía demasiado a la suya propia. Vio un brillo en la mirada de Conan Wild que había visto mil veces en la de su marido. Ambos se parecían demasiado. Sin haber entablado más que unas palabras con él, comprendió que sería tan orgulloso, tan valiente, tan abnegado y tan agudo como su Declam, y entendió tantos años de enemistad gentil entre ellos; fueron la consecuencia lógica del roce entre dos personalidades tan marcadas. Agradeció que, finalmente, su esposo hubiera dejado atrás las mezquindades humanas y, en el momento de su muerte, hubiera reconocido el valor de su adversario-. Entenderé que no quiera hacerlo, si es así, pero creo que es usted mi última esperanza…

-Cuénteme de qué se trata, por favor -Conan tomó asiento a su lado. Sabía que ese gesto sencillo sería tomado por la mujer como la oferta de paz que era…

-Verá, no creo que sea bueno que nos andemos con dobleces en una situación como esta. Soy la mujer del As de Tréboles. Sé que usted y mi marido han sido enemigos durante décadas, que se han enfrentado muchas veces…

-En realidad eso era más habitual hace unos años –Conan interrumpió amablemente-. No puede decirse que fuéramos enemigos mortales. Nunca buscamos el daño verdadero del otro… Si así hubiera sido habríamos tenido mil ocasiones de hacérnoslo… Lo que pasa es que su esposo y yo no congeniábamos, y eso hizo que tuviéramos muchos desencuentros, pero peleas, lo que se dice peleas importantes, sólo tuvimos hasta que empezó la Guerra…

-Sí señor Wild, ya lo sé -la mujer miró a Emma-. Estoy seguro de que su esposa lo sabe también… Apostaría mi alma a que ella ha pasado años escuchando cómo usted criticaba a mi marido, cómo se reía del diseño de sus nuevos uniformes y cómo le indicaba lo ridículo de su pose heroica en la última entrevista tras un combate. Yo he escuchado cosas muy parecidas…

-Sí, querida –afirmó la señora Wild-, estos hombres nuestros no hablan de otra cosa… y como se creen perfectos, no dejan títere con cabeza. Y lo peor viene al día siguiente de una de esas batallas suyas en las que salvan al mundo. ¿Verdad que sí? ¡Hay que ver lo insoportables que se ponen, estirando el cuello como gallos de pelea…! Que si tal es un inepto, que si el otro viste una capa ridícula, que si el músculo no vale de nada frente a un cerebro tan brillante como el suyo…

-Por favor, cariño -dijo Wild todo lo civilizadamente que le fue posible-. Dejemos hablar a la señora Odran –y volviéndose a ella de nuevo la invitó a continuar-. Perdone que la hayamos interrumpido. Continúe, cuénteme el problema, por favor…

-Verán, mi marido salió de viaje hace ahora más de cinco meses. Él suele hacer viajes largos, pero nunca se ausenta durante tanto tiempo sin ponerse en contacto con nosotras. Siempre se busca las mañas para mandarme un mensaje, ya sea por correo, a través de una paloma mensajera, llamando por teléfono o abusando del poder de algún colega telépata. Mi preocupación fue creciendo a partir de los tres meses. Por esas fechas las cartas se interrumpieron de golpe, y ya no volví a saber nada de él. En este tiempo lo he buscado por el mundo entero. He pedido ayuda a sus amigos, a Morrigan, a Balar, a La Dama del Lago e incluso a la Guardia Solar. No logran encontrarlo… Verá, sé que tarde o temprano lo conseguirán, no tendría prisa por hacerlo si no fuera por algo que ocurrió hace unos días. Tuve un sueño horrible –las primeras lágrimas comenzaron a aparecer en el rostro de Deidre-. Bueno, en realidad fue más que un sueño… Él vino a mí, su fantasma, y me pidió que lo buscara, que encontrara su cadáver y lo trajera de vuelta a Irlanda.

-No se precipite, señora mía. Al hablar de cadáveres inferimos que el sujeto ha fallecido. ¿Me está usted sugiriendo, acaso, el hecho de que su esposo, el Doctor Odran, haya muerto? Creo que una pesadilla es poco argumento para dar por cierto un asunto de tal gravedad…

-Créame, señor, nada me gustaría más que volver a ver vivo a mi esposo…

-Su marido tiene una suerte legendaria, le he visto salir de situaciones muy comprometidas.

-Hágame caso, no hablaría así de no estar casi completamente segura… El espectro de Declam se presentó a los pies de mi cama y me habló como hacía siempre antes de irse. Perdonen que les cuente estas intimidades, que los moleste con mis problemas… Espero que no me tomen por una loca vanidosa. Me dijo que su gran suerte había sido encontrarse conmigo, que no había tenido otra en la vida –por un instante pareció que iba a romper a llorar como una niña pequeña, pero no lo hizo. La mujer del Doctor Odran era casi tan fuerte como él, de ánimo, mucho más-. Me contó que estaba en un lugar muy frío, y que el relicario que le había dado antes de salir lo había salvado, que salvaría a toda la humanidad… Me dijo que viniera a buscarlo a usted, que no había otro hombre en el mundo con su determinación y su valía, que usted lo encontraría, que encontraría el cadáver de mi marido, y que así salvaría al mundo… No sé a qué se refería exactamente con esas palabras, pero sé cuando Declam habla en serio… Mi marido decía siempre que le gustaría ser enterrado a la sombra de un viejo roble en nuestra finca, que allí pasaría la eternidad escuchando el canto de los pájaros y el eco distante de las gaitas de Galway, pero no creo que se me haya aparecido, simplemente por eso… Muerto o no, seguía manteniendo la misma mirada y yo sé cuándo sus ojos hablan de asuntos serios…

-Ya veo -Por un momento se hizo el silencio. La biblioteca de la casa de Conan Wild se convirtió en un improvisado y fugaz velatorio. No se habría sentido menos culpable de haber sido él mismo el asesino.

-Mire, señora Odran, aunque pueda parecerle un hipócrita, quiero que sepa que mis palabras son sinceras. Sentiría mucho que algo malo le hubiese pasado al doctor… De verdad, créame.

-Ya lo sé. Declam y usted debieron hacer las paces hace muchos años…

-Yo le rogaría que mantuviera la esperanza hasta que demos con él. No quiero que piense que me tomo a la ligera sus palabras, pero le ruego que tenga fe. Mientras yo lo busco, mi familia y mis amigos estarán a su disposición. Si necesita cualquier cosa de nosotros, no tiene más que pedírnoslo –Conan hizo una pausa y miró a su mujer-. Por lo pronto, nos gustaría que durmiera usted aquí esta noche…

-Tengo una habitación reservada en el Stevenson y la niña me está esperando allí…

-Por favor, se lo ruego – insistió la señora Wild -. Aquí estará mejor. Mandaremos a recoger a su hija…

-No saben cómo les agradezco todo esto. Es cierto lo que siempre pensé: usted, señor Wild, y mi marido, están cortados por el mismo patrón…

Esa noche Conan Wild no salió a hacer su ronda habitual. Pensó que, por un día, se bastarían sus compañeros para mantener a raya al delito. Encendió un fuego en la chimenea y ayudó a su mujer en la cocina. En realidad, a esas alturas, casi todo estaba automatizado en su casa. Tenía sirvientes mecánicos, un servicio fiel y muy eficiente, almas de metal sin otro fin que el de servir a sus amos, que nunca protestaban y siempre estaban dispuestos para echar una mano. Vistos ahora, aquellos primitivos androides, con sus transistores y sus bombillas, con sus interruptores de colores y sus antenas de radio, parecerían ridículos; eran, en su diseño, reflejo ingenuo de la ingenua época en la que vivíamos y, sin embargo, funcionaban a la perfección. Hacían de aquel hogar un edén futurista en el que el mayor de los haraganes habría podido vivir durante años, sin dar palo al agua. Me sorprendió siempre que, tanto Conan como el resto de los miembros de su familia -me refiero, claro está a la familia humana-, tratasen a aquellos lacayos de hojalata con tanto respeto y cariño. Jamás les vi solicitar tarea alguna sin acompañar la petición de un “por favor”, y hasta los niños, tan volubles a veces, mostraban su agradecimiento con palabras corteses por cada recado del que los androides daban cumplida cuenta. Todos eran llamados de usted -señor Shakelton Nueve, señora Milgram setenta y tres-, e incluso cuando fallaban, que era de vez en cuando, se les trataba afectuosamente, con magnanimidad y largueza. Conan se cuidó mucho de hacer comprender a los suyos, que los fallos de aquellos personajes artificiales eran, en realidad, errores de sus creadores y que, si uno de ellos se equivocaba, el error debía, en justicia, atribuírsele a él mismo. “Como a mí me quieres”, le dijo una noche al pequeño Corneluis, “has de quererlos también a ellos”. El caso es que, aunque de metal, aquellos robots formaban parte fundamental de la familia, y compartían la vida de la casa, participando en todas las ocasiones, acompañando en las tareas y en las alegrías casi en igual medida. Aquella noche lo hicieron también. Mientras la señora de Odran se acomodaba en el cuarto de invitados, Cornelius preparó un pastel de frambuesas y ayudó a poner la mesa como un robot más. Cenaron en un ambiente cómodo y, aunque el primer plato fue sopa de inquietud con menudillos de reparo, el segundo consistió ya en un sabroso acercamiento con guarnición de confidencias regado con vino de disculpas, que se transformó en dulce pastel de confianza poco antes de finalizar la velada. El que los niños, en ocasiones tan cicateros, jugaran en la alfombra de al lado antes de los postres, ignorando las rencillas históricas de ambas familias, compartiendo fantasías y juguetes, ayudó mucho al encuentro. Si los más pequeños fueron capaces de hermanarse en tan poco tiempo, los adultos no pudieron hacer otra cosa… Después de la cena, con los críos ya en la cama, Conan tuvo una revelación, una de esas revelaciones caseras, sencillas y a la vez tan poderosas que nos sorprenden de vez en cuando y que nos muestran la realidad tal y como es, esa verdad elemental que a veces nos cuesta tanto vislumbrar. Se vio a si mismo reflejado en el espejo, acariciando el borde de una copa de coñac, frente a su esposa y a una forastera que, sin embargo, le parecía conocer desde hacía años… Ambas mujeres contaban las hazañas de sus maridos, descargándolas de gravedad y trascendencia, y convirtiéndolas en un juego, en una grotesca competición de egos masculinos, que así vista, invitaba más a la risa, a la liviandad, que a cualquier otra consideración. Por un instante se sintió ridículo por tantos años de encono, su mente genial comprendió pronto que no le quedaba más opción que unirse al enemigo, terminar riendo con ellas, para así obtener cierto grado de disculpa. Sólo una vez durante la conversación, a la mención del nombre de Odran, la risa se detuvo, y todos se miraron apesadumbrados. Conan suspiró y, aunque no dijo nada por pudor, pensó que era una pena que faltara uno en aquella reunión.

-Prepárame mis cosas, por favor, querida –dijo cuando quedaron solos-. Me temo que voy a tener que salir de viaje…

-Aún estoy enfadada por lo de la compota en el techo, no te creas… ¿Por qué no le pides a la señora Milgram que te haga ella la maleta?

-No lo haría tan bien como tú –Conan suplicó con una sonrisa-. Voy a reunir a los muchachos… Tenemos que encontrar el cadáver de Odran.

-¿Tú también crees que está muerto?

-Verás, es que hace una semana o así, soñé con él yo también –Wild miró a su mujer con una de esas miradas suyas tan extrañas, tan cargadas de franqueza, entendimiento y bondad-. No te lo conté porque no le di demasiada importancia. Odran se presentó junto a mi almohada, se disculpó por despertarme y por otras cosas, y me pidió que lo buscara. Parecía el ser más humilde y triste de la creación… Me dijo que tenía frío… Ahora creo que no se trató de un sueño…

-Tendrás cuidado, ¿verdad? Quien matara a Odran podría matarte a ti también…

-Sabes que yo soy mucho mejor que ese estirado irlandés…

-Infinitamente, dónde va a parar –apostilló ella rindiéndose al encanto natural de Conan con una sonrisa.

-¿Ya no estás enfadada conmigo…?

-Quiero que vuelvas para que me pintes el techo de la cocina, eso es todo.

-¡Qué mala eres! –dijo Conan agarrándola por la cintura-. Todavía no me explico por qué me casé contigo.

Luego se besaron.

Buscar al doctor Odran, en contra de lo que pudiera parecer, fue complicado sólo al principio. El irlandés era uno de esos genios incapaz de tomar una nota que mantenía muchos de sus proyectos en secreto, bien por miedo a que los enemigos pudieran encontrarse con su familia o bien porque su familia, en especial su mujer, le impidiera ir al encuentro de sus enemigos. Cuando iba a salir, no solía advertir en casa sobre los pormenores de su última aventura. Su esposa contó lo poco que sabía, que llevaba semanas dándole vueltas a unos papeles que había obtenido de un informante alemán después de la guerra. El aburrimiento hizo que el doctor rebuscara en el baúl de las aventuras pendientes, y que encontrara, por casualidad, una carpeta de hojas amarillentas que fue su punto de partida. Nos dijo también que la tarde antes de marcharse había estado con Morrigan y Balar, pero de los dos, sólo uno seguía con vida, el bueno de Morrigan, y cuando nos pusimos en contacto con él, resultó estar tan borracho como la tarde de autos. Estaba de luto por su amigo muerto, celebrando un funeral en cada uno de los bares de Irlanda. Iba de negro por fuera, vestido con un abrigo largo que parecía robado, y pretendía ir también de negro por dentro, aunque para lograrlo tuviera que beberse toda la reserva de Guinnes del país. Fue muy poco lo que nos pudo contar, todavía menos lo que conseguimos entender. Cuando le dijimos que Odran había desaparecido también, se echó a llorar como un colegial perdido… Así que nos tocó buscarnos la vida por nuestra cuenta. Yo, en estas ocasiones, no sirvo de mucho, quizás como mensajero rápido, para ir de una punta del mundo a la otra si hay prisa, para animar a la gente a cantar a base de amenazar con músculo, pero de poco más. Por supuesto, el peso de la investigación lo llevó Conan. Su mente analítica se dedicó primero a buscar indicios, detalles que a muchos de nosotros nos habrían parecido trivialidades, y luego juntó las piezas y obtuvo una mapa casi perfecto, en el que la tumba de su adversario aparecía marcada con una cruz tan claramente visible para él, que no tardó en encontrarlo. El resto de nosotros, por supuesto, fuimos incapaces de ver señal alguna y nos perdimos por el camino.

Por un lado, Conan juntó toda la información que pudo sacar de la mujer de Odran, sus últimas palabras, los comentarios de los días anteriores a su marcha por triviales que parecieran, el tipo de ropa que sacó del armario, las viandas con las que cargó la mochila para el viaje, el dinero que cogió, los utensilios que tomó de su laboratorio, hasta las llamadas que realizó… Nosotros hicimos también unas cuantas llamadas, a antiguos camaradas y a algún enemigo de guerra, de apellido alemán, que por aquel entonces ya tenía la nacionalidad americana e incluso un trabajo en la administración. Todos prometieron ayudarnos rebuscando entre sus archivos ocultos y, al poco tiempo, tuvimos sobre nuestra mesa, al menos diez proyectos secretos del Reich que cumplían dos condiciones, indispensables ambas para sernos útiles: todos habían podido pasar por las manos de agentes irlandeses, y todos suponían, de una manera u otra, visitas a lugares helados… El Abejorro se encargó de husmear entre los supervillanos, Conan utilizó sus computadoras para revisar listas y buscar pedidos de material útil para emprender un viaje con destino a un lugar de clima frío y, mientras, otros revisamos los libros de las compañías de transporte: yo las de aviación, Mike Rata se ocupó de las de autobuses, el Guardián Abisal de las navales y el Agente Muerto de las de ferrocarril. Sabíamos que era bastante improbable que Odran hubiera utilizado un autobús para viajar, pero con tipos como él nunca se sabe, y necesitábamos asegurarnos. Ni qué decir tiene que estuvieron atentísimos a nuestras preguntas y que nos proporcionaron detalles de manera rápida que, al parecer, fueron fundamentales para que Conan diera con él. Finalmente descubrimos que viajó en barco hasta Inglaterra y que siguió luego su viaje en avión. Perdimos el rastro en Moscú. Era posible que el cadáver de Odran yaciera penando en un frigorífico ruso o en el fondo del mar, ¿quién sabe?, pero antes de ir a las excepciones, a las extravagancias del destino, Conan quería mirar en los lugares obvios: frío, paraje helado y en Rusia o más allá de ella. Juntamos cartas de embarque, rumores y leyendas nazis -aquellas expediciones al ártico y a lugares similares, que los cabezas cuadradas hicieron durante la guerra en busca de su propio origen divino-, comentarios triviales a la hora de la comida y el rastro dejado por un hombre pelirrojo, tan excepcional como él, a lo largo de su camino. Con ello, Conan montó su puzle… Luego visitamos a Tozeur y, a pesar de las reticencias de Wild –por aquel entonces solía afirmar de manera arrogante que no existía más Dios que el conocimiento ni peor demonio que el ser humano-, el Hombre de Ceniza terminó de ponernos en la vía correcta. Nos recibió, escuchó amablemente nuestra historia como hacía siempre y accedió a ayudarnos. Nos encerró dentro de un círculo de sal y, antes de dejarnos solos, nos pidió que permaneciéramos dentro, que no lo abandonáramos bajo ninguna circunstancia y, a los creyentes, que no pararan de rezar… No lo supimos entonces, en nuestra espera apenas notamos un roce de viento frío que se acercó a asustarnos dos o tres veces, pero mientras aguardábamos, él convocaba demonios y los forzaba a responder nuestras preguntas.

-Los demonios son mentirosos por naturaleza, no es bueno confiar demasiado en sus palabras, pero también son extremadamente avariciosos y desconfiados. Evidentemente ningún demonio es amigo de otro, y ésa es su debilidad, es fácil tentarlos con promesas de victoria sobre el hermano –Tozeur hablaba con la mayor normalidad de esos temas, eran parte de su vida cotidiana, como un pescadero habría hablado de sardinas o un fontanero de desagües-. Ya podéis abandonar el círculo, amigos. Ya se han ido. Seguidme hasta el salón…

Tozeur nos contó que había algo muy extraño en la muerte de Odran. Normalmente le era fácil reclamar el espíritu de un difunto para departir con él, pero, por mucho que lo había llamado, por mucho que gritó su nombre a los vientos del olvido, nadie respondió aquella noche a su invocación salvo su propio eco. Eso no era habitual. Por miedo o por respeto, los espectros solían acudir a su reclamo con prontitud. En boca de Tozeur las peticiones se transformaban en imperativos para los fantasmas. Eso le llevó a pensar en un principio que quizás Odran no estuviese muerto, y así nos lo dijo, era la respuesta más lógica a su ausencia, pero luego, para asegurarse, envió un súcubo en su búsqueda. Éste, según el Hombre de Ceniza, era método infalible para buscar a un pecador. Cuando el diablillo regresó de vacío, comprendió que el doctor ya no se encontraba en el reino de los vivos. Si así hubiese sido, el aroma a hombre del sujeto buscado, su sudor y el olor de sus vicios y sus más bajas pasiones, habría tirado de la lujuria del demonio atrayéndolo hacia él como un canto de sirena… Estuvo seguro de que algo muy extraño pasaba, al convocar al primer diablo mayor: permaneció mudo sin dar respuesta a sus preguntas. No era acostumbrado tal recato entre seres de su ralea, suelen mostrarse pendencieros y soberbios. Luego llamó a un segundo, que trató de despistarlo con evasivas y respuestas vagas… Ninguno de esos dos, desde luego, quería que encontrásemos a Odran. Por suerte, los años tratando con clientes de este pelaje, habían hecho de Tozeur un demonio más… Tras despedirse de ellos, reclamó en su sótano la presencia de un tercero, a la sazón hermano del primer visitante, un ángel caído envidioso y taimado, que soltó la lengua rápidamente… Efectivamente, como buenos hermanos, eran contrarios el uno del otro…

-Los demonios se encuentran divididos, y tienen miedo, mucho miedo. Retienen el espíritu de Odran, y tratan de evitar que abandone su tumba. Ha debido ser para él un gran esfuerzo el escabullirse para llegar a vosotros… ¡Qué gran valía la de ese hombre! No tenéis ni idea de la fuerza de voluntad necesaria para hacer una cosa así. Y además ha sido muy listo, porque sus carceleros no han notado las escapadas. El caso es que mientras unos quieren mantenerlo oculto, hay otros que desean que lo encontréis. Hasta los demonios discuten por política. Los primeros, los que conforman, por así decirlo, la gran mayoría, esperan que, encerrando a Odran, se desencadene un época de horror y muerte para los hombres, un Apocalipsis si lo queréis llamar así. Dicen que ya está cercano y se congratulan de ello –Tozeur se quejó de un dolor en el pecho y, tras hacer un breve receso y tomar asiento en su viejo sillón, continuó en tono grave-. Sé que no habéis venido aquí a que os cuente esto, pero creo que es mi obligación hacerlo. Además creo que ambos temas tienen relación… Muchos hombres van a morir en los próximos días, debéis estar preparados…

-Vaya –exclamé-, parece que la cosa se complica… ¿cómo no?

-Los disidentes, el otro grupo de demonios, temen por el contario que, al desaparecer los hombres, si es que las plagas que están por llegar terminan extinguiendo la especie, sus infiernos queden huérfanos de almas que martirizar. Piensan que sin hombres que los sigan, ellos mismos dejarán de tener sentido, y el Creador los eliminará por innecesarios. Estos últimos, con mucho temor a represalias, me han dado pistas sobre el lugar en el que debéis buscar…

Cuando salimos de allí, la luna, herida por nubes afiladísimas, se había convertido en un borbotón de sangre en el cielo. Fuimos a casa de Orham Tozeur buscando respuestas y encontramos demasiadas… Teníamos miedo nosotros también y, por eso, decidimos dividirnos. Conan iría en busca de Odran, y mientras, nosotros, el resto, nos enfrentaríamos, una vez más, con un futuro incierto… Él viajaría hacia una tumba; nosotros, aunque no lo sabíamos, también.

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José Torralba
3 noviembre, 2009 0:23

¡Qué gran saga, José Antonio! Están todos los buenos y el que faltaba –Tozeur– ya llegó… ¡qué ganas de verlo de nuevo convertido en hombre de ceniza! Por lo demás, referentes clásicos a porrillo: esa magnífica screwball comedy inicial, paradigmática de las protagonizadas por Grant y la Hepburn (Katharine) –¡oh casualidad! es Grant el escogido para ser Conan– o la rivalidad entre Odran y Conan, que tiene reminiscencias de la que había entre Feraud y D’Hubert en El Duelo de Conrad (o Los Duelistas de Scott, tanto monta). ¡Eso es integración, sí señor!

Por lo demás… no puedo esperar para ver la continuación de una saga que ya se está convirtiendo en otro clásico más de Meteoro. Y además, larga, como las que a mí me gustan.

PD. «Cenaron en un ambiente cómodo y, aunque el primer plato fue sopa de inquietud con menudillos de reparo, el segundo consistió ya en un sabroso acercamiento con guarnición de confidencias regado con vino de disculpas, que se transformó en dulce pastel de confianza poco antes de finalizar la velada». Pedazo de frase, demonios. 

Anika
3 noviembre, 2009 12:07

Hoy he sido madrugadora!!!!!Que gran saga de verdad…esto es entretenimiento pero del bueno.Saludos a todos.

Némesis
Némesis
3 noviembre, 2009 12:36

Fideu, menuda saga te estás marcando. Faltaban Conan Wild y Tozeur para tener el plantel perfecto. Ahora sólo nos queda esperar a ver cómo todos los hilos argumentales confluyen. Eso sí, después de una aventura como la de Odran tocaba un relato más introspectivo que demuestra que el irlandés y Conan Wild en el fondo eran gentlemen entre los superhéroes. Me encanta este tipo de relatos que permiten conocer mejor a nuestros personajes.

gurguik
gurguik
3 noviembre, 2009 17:36

Muy buen relato Sr. Fideú y que tengas suerte el viernes con las sesion de firmas en Herso

Fideu
Fideu
3 noviembre, 2009 19:28

Una semana más os doy las gracias por vuestras palabras… Son mi energía cósmica…
Poco a poco la saga avanza hasta su final…
Al respecrto de las referencias, José, la verdad es que, aunque no pensé directamente en «Los Duelistas» (película que me encanta, por cierto), seguramente la semilla que sembró el amigo Ridley Scott en mi memoria ha germinado en este relato… Ojalá alguna vez se decida a hacer una peli con un relato mío… Soñar es gratis, pero un Núbilus de Scott estaría muy bien… Seguramente en la azotea del final de la novela haya también algo suyo…

En fin, divago…

Lo dicho, muchas gracias a todos por vuestras palabras…

Por cierto, como dice Gurguik, el viernes en Albacete, en la librería Herso presentamos Alma… espero veros por allí.

Némesis
Némesis
3 noviembre, 2009 19:47

Fideu,

Lamentablemente no podré estar en Albacete este viernes, pero al menos tengo la alegría de reseñar Alma para Dolmen, publicación con la que colaboro. En diciembre, si no me equivoco, aparecerá publicada. ¿Para cuándo un crossover Alma y Gabriel con Orlock y Tozeur?

Fideu
Fideu
3 noviembre, 2009 20:55

Bueno, Némesis, seguro que podemos encontrarnos en cualquier otro sitio y tomarnos una cerve… Espero que así sea pronto.
Al respecto de Alma, está ya en los quioscos…
Y esperamos que pronto se animen en Planeta y nos pongamos con la continuación, porque todos tenemos la sensación de que con las 48 páginas que tiene, la cosa se queda corta… Por si acaso ya tengo algunos volúmenes más escritos…
Un abrazo.

Ailegor
Ailegor
3 noviembre, 2009 20:59

Pedazo de capítulo!!! Estos son los que más me gustan, donde se ve a los superhéroes como hombres reales: con sus problemas familiares, sus odios, sus defectos… Vamos, que me ha encantado.
Un abrazo y saludos a los lectores de zonanegativa.

mag_jonas
mag_jonas
9 noviembre, 2009 23:42

Buf… lo siento pero no estoy cumpliendo… llevo retraso y no se cuando voy a poder ponerme al día…

Continua así…

A ver cuando saco un hueco y me pongo al día con los relatos del Capitan Meteoro…