Hubo un tiempo en el que las fronteras de los pueblos, las ciudades, y los reinos, parecían envueltas en un brumoso halo de lejanía y misticismo. Entonces, eran sólo unos pocos los valientes que se atrevían a embarcarse en una aventura que, muchas veces, podía terminar en desastre. No existían carreteras, sino caminos; no había otros medios de transporte que los propias piernas o, en casos muy excepcionales y afortunados, algún tipo de montura, como los caballos o los asnos; la esperanza de vida era ínfima, se morían incluso por un simple catarro, pero las ansias por conocer ya existían.
La curiosidad por lo propio y por lo ajeno es algo intrínseco al ser humano. Intentar encontrar respuesta a las preguntas existenciales; intentar acercarse a un conocimiento total, cercano a lo divino; querer saber qué ocurre en los pueblos, en las ciudades, en el resto del mundo, es inseparable del hecho de ser hombre, con independencia de la época en la que te ha tocado vivir.
Sun Tzu, general y filósofo chino, escribió en su obra El Arte de la Guerra que, “por lo tanto, los que conocen las artes marciales no pierden el tiempo cuando efectúan sus movimientos, ni se agotan cuando atacan. Debido a esto se dice que cuando te conoces a ti mismo y conoces a los demás, la victoria no corre peligro; cuando conoces el cielo y la tierra, la victoria es inagotable”, y continúa, “por consiguiente, se dice que si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla”.
Estas dos citas ilustran a la perfección la mentalidad de los hombres del medievo, donde cada día, cada mes y cada año, podían entrar en guerra con algún feudo colindante. Era una época en la que la importancia de las informaciones, de las noticias de carácter estratégico, es capital, siendo éstas contadas oralmente, mediante la práctica del boca a boca (debido en parte por el alto grado de analfabetismo, prácticamente la totalidad de la población).
Aunque poco a poco irán apareciendo nuevos medios, las comunicaciones orales y las escritas convivirán durante mucho tiempo, una convivencia que, llegando a nuestros días, aún no ha desaparecido.
Además de las informaciones meramente accesorias, territoriales, relacionadas con guerras o de servicios, en las ciudades de la Edad Media, quizá debido a la nueva estructura social reinante (estamentos sociales muy diferenciados), la comunicación verbal relacionada con la vida cultural de lo acontecido cobraba un especial protagonismo. Predicadores, soldados, peregrinos, mercaderes, vaganes, gallardos y, sobre todo, juglares, difundían diversas formas comunicativas haciendo un uso, básicamente exclusivo, de su voz.
Es la figura del juglar la que más interés tiene para la evolución del llamado “periodismo cultural”. Los juglares solían ser itinerantes, al igual que los trovadores (similares en importancia), y se ganaban la vida actuando ante el público que asistía a verles recreándolo con canciones, fragmentos literarios que habían memorizado, hazañas bélicas, juegos malabares o manuales, acrobacias o, simplemente, mera charlatanería. El componente cultural de las actuaciones de los juglares es innegable, herederos de los mimos y timélicos antiguos del teatro romano, poco a poco, iban extendiendo sus acciones por las plazas, las calles y las casas o terminaban estableciéndose en palacios y castillos de reyes, o de otros hombres poderosos, sólo para proporcionarles placer estético y “entretenimiento culto” (sin extrapolar sus acciones de la época). También solían narrar noticias de los sitios por los que habían pasado anteriormente en los lugares donde las gentes se congregaban a escucharlos. Rodríguez Pastoriza lo dice claramente en el segundo capítulo de su libro Periodismo cultural: “Los juglares eran entonces los principales agentes de intercomunicación de la época”.
El interés del público por las noticias de actualidad fue creciendo en los años siguientes, exponencialmente, hasta convertirse en una preocupación esencial para algunos sectores predominantes de la sociedad. Cuando se habla de público, ya sea en el manual de Rodríguez Pastoriza o en cualquier otro sitio, siempre recuerdo a Larra y su famosa frase, que titulaba su archiconocido artículo, “¿Quién es el público y dónde se le encuentra?”.
“Esa voz público que todos traen en boca, siempre en apoyo de sus opiniones, ese comodín de todos los partidos, de todos los pareceres, ¿es una palabra vana de sentido, o es un ente real y efectivo? Según lo mucho lo mucho que se habla de él, según su papelón que hace en el mundo, según los epítetos que se le prodigan y las consideraciones que se le guardan para que debe ser alguien […] En este supuesto, ¿quién es el público y dónde se le encuentra?”.
Sin oradores elocuentes y sin plumas brillantes, el fracaso está asegurado, pero sin un público concreto, definido y activo, el éxito no está tan claro. Por eso van surgiendo lugares donde hablar de las noticias, discutir o dialogar las informaciones, y leer, de manera masiva, los periódicos al vulgo, a los que no tenían medios (tanto económicos como operativos) para hacerlo individualmente. En España, en el siglo XVI, debido a la restricción legislativa de Felipe II ante las publicaciones sin permiso, penadas hasta con cárcel, surge en Madrid una nueva modalidad de periodismo oral conocida con la denominación de mentideros. Eran pequeños núcleos estructurados en tres puntos de la ciudad: el mentidero de la Plaza de Santa Ana, el de la Puerta del Sol, y el del Palacio Real.
También surgirán los llamados gabinetes de lectura, donde los escasamente alfabetizados tenían la oportunidad de estar enterados de los más diversos acontecimientos. Este tipo de actividades proliferaron en el siglo XIX, instalándose en Madrid, entre 1832 y 1842, más de doce de ellos, algunos abiertos desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche. La práctica de las lecturas públicas perduró hasta bien entrado el siglo XX; aunque la institución de aquellos lugares ya no era frecuente, un periódico podía ser leído en voz alta, en cualquier otro sitio, ante algunos compañeros que no supieran leer. En este tipo de actividades también era corriente que se intercalaran comentarios y opiniones entre el narrador y los asistentes, influyendo en estos oyentes de alguna manera.
Otro de los sistemas de transmisión oral eran las tertulias políticas y literarias, estas últimas íntimamente relacionadas con el periodismo cultural debido a su esencia de elemento de divulgación de la cultura. Para los menos letrados aparecieron también nuevas formas de comunicación escrita basadas en las imágenes. Los conocimientos culturales intercalaban géneros tradicionales con los nuevos ilustrados con viñetas. Este tipo de informaciones podrían considerarse de algún modo también modelos de “protocómic”. El tebeo, que comenzó como algo accesible para todos, es en la actualidad una de las formas de expresión cultural más prolífica. En los cómics se puede encontrar la esencia de todo el acervo cultural de una época. Los expertos estiman que para poder hacer un buen análisis del siglo XX habría que observar detenidamente toda su producción en viñetas, todos y cada uno de los ejemplares de lo que se denomina el noveno arte.
Aunque no cabe duda de que la información cultural ha ido a la par que el propio hombre, debido a los interés humanos por conocerlo todo, incluido lo relacionado con el entretenimiento, no es hasta la aparición de la imprenta cuando comienza, de manera escrita, a ser accesible a la mayoría.
Sutton afirmó en 1963 que “ningún empeño humano ha contribuido más al progreso de la civilización que el arte de la imprenta”. Gracias al inventó de Gutemberg se puso fin al monopolio cultural que llevaba teniendo desde hace tiempo una minoría privilegiada. Poco a poco lo índices de alfabetización fueron subiendo, al igual que los precios de los ejemplares de las obras literarias iban disminuyendo, y los periódicos de todo tipo proliferando. Todo gracias a un método que servía, indudablemente, para multiplicar la cultura escrita.
Se fueron publicando obras clásicas, nuevas ediciones de obras homologadas por la nobleza cultural y religiosa, como la Biblia, y textos literarios. Además, también se publicarían nuevas obras de reciente creación. Con todo, la aparición de este invento supuso para la cultura un avance de grandes dimensiones.
“Viéndose el papel todo manchado de la negrura de la tinta, se lo reprocha; pero ella le demuestra que las palabras escritas sobre él serán motivo de su perduración”. Esta metáfora, que utilizaba Leonardo da Vinci para definir la perdurabilidad de los textos, sirve a la perfección para referirnos a este periodo de publicaciones constantes, de libros y de periódicos.
Periodismo y literatura han estado unidos desde los albores de la profesión, y la literatura siempre será uno de los grandes pilares culturales, aunque sólo fuera mediante esta manida relación ya estarían conjuntados, pero hay más: autoría de los textos, críticas, orden cronológico…
Desde el primero intento serio de un periódico español cultural, Diario de los literatos de España (1737), hasta nuestros días, ha habido un modelo específico que se ha seguido en todas las publicaciones de carácter cultural, una especie de declaración de intenciones, como explica Francisco Rodríguez Pastoriza en su citada obra: “se reivindica la lucha contra la ignorancia como principal fundamento de esta publicación. También se explicitan los que serán los habituales contenidos: extractos de las obras, protagonistas y noticias, estas últimas incluyen La muerte de una persona literata, que se hizo distinguir por su ciencia y por sus escritos impresos, o manuscritos, si nos constare legítimamente de ellos… también hechos como fundación o mutación de alguna Academia, Colegio o Universidad y, curiosamente, la atención a los contenidos polémicos (Diferencias entre los Sabios, de que pueda recibir el público alguna utilidad, o merecer algún lugar en la Historia), muy frecuentes entonces”.
Durante el siglo XVIII, en el periodismo cultural escrito en España, las declaraciones de intenciones de las distintas publicaciones que fueron viendo la luz, muchas de ellas de manera fugaz, tuvieron elementos comunes. Todos ellos coincidían en sus objetivos de “culturización y acción didáctica a través de la información cultural”.
En el siglo XIX, aunque la información cultural no desaparece, sí pierde cierta identidad viendo “invadidas” sus páginas (sobre todo las críticas literarias) con tintes de confrontación ideológica. La polémica literaria alcanza entonces una presencia continua en las páginas de la prensa desde los primeros años del siglo. También en este siglo se produce otra gran aportación cultural a la prensa, se trata del “folletín”.
A imitación de la prensa francesa, en relación estrecha con el imparable crecimiento de la popularidad de los novelas por entregas, surge el “folletín”, que estará presente en la mayor parte de los periódicos de información general durante todo el siglo, alcanzado su máximo grado de popularidad durante 1843-1854, la Década Moderada. A este fenómeno del folletín se debe, en gran medida, la integración de la mujer en el público lector de los periódicos. Uno de los grandes autores literarios que escribía novelas por entregas fue Alejandro Dumas, cuya obra más conocida, Los tres mosqueteros, fue publicada por primera vez en forma de serie para la revista francesa Le Siècle entre marzo y julio de 1844, teniendo un rotundo éxito de seguimiento.
Continúa también en el siglo XIX la tendencia a incluir cada vez más ilustraciones entre las páginas de los periódicos. “En un mundo en el que la cultura se va identificando cada vez más con las gentes que la protagonizan, no es extraño el interés de los receptores por conocer los rostros de los personajes y la forma de las obras y escenarios en los que se desarrollan sus obras. Las ilustraciones con las que poco a poco se van poblando las páginas de los periódicos son, en este sentido, la respuesta a una demanda que cada vez se iba haciendo más intensa”, explica Rodríguez Pastoriza.
En la actualidad está ocurriendo algo parecido con el nuevo fenómeno (relativo a una industria cultural asociada) que se está viviendo con las series norteamericanas de televisión (muchas de ellas consideradas “de culto”, tanto por los especialistas e investigadores como por los fans) su demanda informativa, al igual que la de todos sus productos asociados, se está volviendo cada vez más intensa. Las nuevas tecnologías (Internet y el DVD) permiten a los aficionados luchar contra la tiranía de los programadores de televisión, que ponen los mejores productos a horas intempestivas, además de que, gracias a la sociedad globalizada, este tipo de productos culturales pueden emitirse hoy en cualquier parte del mundo y mañana estar visualizándose en cualquier otra sitio a miles de kilómetros. Concepción Cascajosa, profesora de la Universidad Carlos III y especialista en series, afirma en sus obras “las series de televisión son las herederas directas de los antiguos folletines, por su carácter seriado por capítulos y por las sensaciones de seguimiento, casi compulsivo, que producen en el público”. No es de extrañar, por tanto, que no tardando mucho la prensa escrita descubra esta tendencia y comience a publicar revistas especializadas en las series (se observan atisbos ya en periódicos y revistas de cine y televisión, además de otras de muchos ámbitos variados, donde cada vez hay más espacio dedicado a los productos audiovisuales seriados), así como su ocupación de páginas sobre ellas en sus suplementos especiales.
Los suplementos especiales datan también su aparición en el siglo XIX (un siglo en el que las aportaciones al periodismo cultural fueron varias y de gran relevancia), siendo su primera aparición en la prensa diaria en 1874 con Los Lunes Literarios del periódico El Imparcial.
Resumiendo de alguna manera, la información cultural en la prensa del siglo XIX añade a los mismos objetivos que presidían el siglo anterior, el servicio público y la finalidad educativa, la amenidad en la forma y en el fondo.
Llegando a los primeros años del siglo XX la prensa cultural española estaba influida, en su mayor parte, por el espíritu regeneracionista instaurado en la elite social. Es una época de desencanto, la figura de España como Imperio ya había desaparecido perdiéndose las últimas colonias (Cuba, Filipinas y Puerto Rico) y los intelectuales se preguntaban cómo regenerar el país desde la base. La vanguardia española estaba representada en una doble vertiente, enfrentada en algunos casos, pero complementaria: la Generación del 98 y el Modernismo. En lo cultural, los dos movimientos rechazaban el conformismo generado por la política restauracionista; los modernistas mediante una protesta fundamentalmente estética y los noventayochistas con una protesta más ética, social y, también, más política.
Durante la llamada “Edad de Plata” de las revistas culturales españolas (a comienzos del siglo XX la vida periodística en España era realmente activa), muchos de los intelectuales que formaban parte de ambos movimientos participaron en diversas publicaciones. En Electra (1901) escribieron nombres como Maetzu, Machado o Baroja; en la Revista Ibérica (1902), Juan Ramón Jiménez, Ángel Guerra…; en Helios publicaron Jacinto Benavente y Santiago Rusiñol, entre otros; Alma española (1903) contó con la pluma también de Maetzu o Baroja; en Europa (1910) había firmas José Ortega y Gasset y Valle Inclán; por las páginas de La Gaceta litearia (1927) habían pasado los más brillantes escritores de unos años en los que la calidad y la intensidad de la cultura española eran poco frecuentes, Francisco Ayala, Miguel de Unamuno…
Aunque será la Revista de Occidente (1923), dirigida por Ortega y Gasset, la que va a marcar e influir en la vida cultural de los españoles como nunca antes se había hecho. El éxito se debe a una suma de factores: la difusión de sus escritos, el seguimiento ascendente de sus opiniones y la gran cantidad de extraordinarios escritos puestos a su servicio. Gracias a todo esto, la revista se convirtió en una intensa luz a la que dirigirse en la gran maraña oscura que simboliza el entramado cultural. Esta publicación vivió varias etapas distintas consiguiendo llegar hasta nuestros días.
El periodismo cultural parece ligado desde sus orígenes a la literatura y a las publicaciones literarias, más tarde convertidas en publicaciones culturales con su esencia literaria casi intacta.
Las publicaciones culturales, como parece lógico, no se agotan ni se esfuman con la irrupción de nuevos medios o de nuevas tecnologías, simplemente tienen que adaptarse. En el mercado editorial actual prima la especialización, cada mes salen nuevas publicaciones dedicadas a un público diverso, la mayoría incluso minoritario. Las revistas dominantes, en cuanto a carácter cultural se refiere, son, sin duda, las relacionadas con el cine (uno de los tres grandes pilares culturales que aparecen en los medios; literatura y música son los otros dos, en cuanto al cómic son muy pocas las revistas especializadas actuales dedicadas en exclusiva al mundo de las viñetas).
El fenómeno de los periódicos gratuitos y la creación de la red de redes, Internet, también ha modificado la manera de entender la publicación de periodismo cultural. Ahora cada uno puede dar rienda suelta a sus ansias de conocimiento investigando, de manera activa, en cientos de páginas web, e incluso puede poner por escrito lo que descubra en su blog personal. Aunque todo ello no significa necesariamente que el papel del periodista cultural esté obsoleto o sea inútil.
Retomando el aforismo de Da Vinci, el papel no es nada sin “la negrura de la tinta” sobre él; así como el periodista cultural seguirá siendo necesario en su papel de mediador seleccionando esas “tintas”. Sus conocimientos específicos son completamente necesarios en un mundo, como diría Stephen King, “que se ha movido”, un mundo donde la especialización es dominante y donde el tan ansiado conocimiento sirve para algo más, para completar las interpretaciones. El periodista debe ser guardián de la verdad, estar entre medias de la realidad y de los lectores, criticar los abusos de los poderosos y dar voz a los que no la tengan. La teoría dice que el periodista forma, informa y entretiene, yo añadiría dos funciones más: vigilar y velar por los ciudadanos. El periodista cultural, como periodista, debe atenerse a estas reglas.
Escribiendo ríos de tinta en montañas de papel con buenos fines, pero el mal uso del periodismo (manipulación, adoctrinamiento…) también se ha dado, tanto en el ámbito cultural como en el resto. Todo por la curiosidad, por querer saber más. Por ello, no es negativo que la pluralidad y la actividad se hayan acrecentado gracias a las nuevas tecnologías. Siempre haciendo uso de la responsabilidad que conlleva el poder. Porque anteriormente, ¿quién vigilaba a los vigilantes?
Nos leemos.
Diego, cada día me asombras más. Que curro te has pegado de documentación para este artículo. Diego, cada día me asombras más. Que curro te has pegado de documentación para escribirlo.
Es curioso como, aunque no siendo el mismo tema, un invento revolucionador como la imprenta trajo entonces las mismas protestas por parte de los «poderes» establecidos que hoy en día trae Internet con el tema de las descargas. Aunque no sea lo mismo, por que siendo cierto que Internet facilita el intercambio cultural y favorece que obras poco conocidas o de difícil acceso estén al alcance de todos. No deja de ser igualmente cierto que el mal uso de esta tecnología puede privar de su sustento/remuneración al propio artista/autor de la misma, lo cual no nos beneficia a ninguno.
Bueno he divagado un poco, lo siento,.De todas formas me ha parecido un artículo excelente como todos los que tu haces, ¡ gracias. ¡
Revista de Occidente, y Revista de Libros. Imprescindibles.
impresionante documento es todo un placer leer tus posts
Un texto interesantísimo, sí señor. ¡Felicidades, Diego!
«Periodismo cultural»…Tío, es buena la paradoja.
¡Je!, me apunro a ese. El periodismo cultural, ya casi ni es periodismo ni es cultural. La publicidad se lo ha zampado.
El artículo chachipiruli, como siempre. Denso pero con enjundia. Curiosamente ahora estoy metido en un curso sobre literatura medieval española y queda bien claro la importancia de las juglarias en todo el asunto difusor, no ya cultural sino de creación histórica. Por cierto que como protocómics (muy afortunada expresión) no hay que olvidar los cantares de ciego que se acompañaban de cartelones ilustrados para la concurrencia
Amigos, gracias por pasaros por aquí, leer el texto (sé que era denso) y compartir vuestros comentarios, aportaciones, ánimos y críticas. Me alegra enormemente que os haya gustado, a mí me ha encantado documentarme, escribirlo, montarlo… En fin voy rematando el año con algunos textos que tenía pensados y que quería escribir.
Lo dicho, un placer y gracias. Los textos terminan con los lectores y vosotros sois estupendos.
Nos leemos.
Gran reflexion y preciosos reportaje acerca del tema. Muy interesante la idea de hacer un poco de memoria y situar contextualmente en que mundo nos encontramos y que es lo que nos permite estar aquí. Un saludo y felicito al autor del texto
Muy bueno.
Muy buen articulo. Mis felicitaciones.
Gracias a todos. Amigos, es un verdadero placer escribir contando con lectores como vosotros. Sé que era un ensayo largo y algo denso así que os agradezco el haberlo leído y haber compartido con los demás (y conmigo mismo) vuestras opiniones. Me agrada enormemente que os haya gustado, eso da fuerzas para seguir planeando nuevos textos.
Nos leemos.