#ZNCine – Crítica de Rogue One de Gareth Edwards

 

Dirección:Gareth Edwards.
Guión: Gary Whitta, John Knoll, Chris Weitz, Tony Gilroy.
Música: Michael Giacchino.
Fotografía: Greg Fraser.
Reparto: Felicity Jones, Diego Luna, Ben Mendehlson, Donnie Yen, Mads Mikkelsen, Riz Ahmed, Forest Whitaker, Alan Tudyk, Wen Jiang.
Duración: 134 minutos.
Productora: Lucasfilms, Allison Shearmur Productions, Stereo D, Black Hangar Studios, Walt Disney Studios Motion Pictures.
Nacionalidad: USA.

 

Es difícil pensar en una franquicia que interesa todo el mundo. Que los sectores más cinéfilos la admiren, a la vez que logre conquistar a un público masivo. Que se le pueda criticar la finalidad exclusivamente comercial (porque, es evidente que Lucas y su formula ha nutrido a unos estudios que parecen seguir la senda marcada por el sorprendente éxito de los setenta), pero que, aún así, con cada estreno apele incluso al espectador más cínico. Probablemente ni el mismísimo Lucas podría haber imaginado lo lejos que llegaría su criatura, ni mucho menos sabía que el éxito le estaba esperando.

Sin embargo, si algo ha sabido hacer Lucas ha sido capitalizar y rentabilizar todo el sufrimiento y el esfuerzo que le ocasionó la producción de Una Nueva Esperanza. Supo sacar jugo donde, a priori, no había nada y expandir de forma descontrolada una adaptación de El Camino del Héroe recogido en El Héroe de las Mil Caras de Campbell en un universo muy referencial y personal, aunque, a la vez comprensible y universal. Alumbró el camino a unos estudios perdidos en busca de algún modo de recuperar el control y obtener beneficios de la forma más segura posible. Amplió las miras respecto a la comercialización y demostró el verdadero potencial del merchandising. Pero sobre todo, y ante todo construyó un universo poblado por una serie de personajes que son no solo historia del séptimo arte y de la cultura popular, si no que el impacto a nivel emocional para cientos de miles (si no de millones) de personas con las que a través de su obra ha conectado, para bien o para mal. Las películas/evento llegaron del todo con Una Nueva Esperanza, y el cine, una vez más, volvió a ser más grande que la vida misma llevándonos a lugares imposibles e imaginativos.

Y ahora tras siete episodios y la compra de Disney de Lucasarts nos encontramos ante algo inédito para una saga que tanto ha visto: la primera película que no lleva un episodio como subtitulo, si no “Una historia de Star Wars”. Eso se traduce en la inauguración de una nueva cinematográfica dedicada a lanzar historias independientes a las tramas y conflictos principales, normalmente asociados al apellido Skywalker.

Y la primera de esas historias de Star Wars, Rogue One, bastante tiempo atrás. John Knoll, director creativo de Industrial Light and Magic, ya le rondaba la idea, desde antes de la compra por parte de Disney. de hacer una historia con un tono distinto y otros personajes. Se lo planteó a sus compañeros de L&M y le motivaron que le hiciera un pitch a Kathleen Kennedy. Y visto el resultado, parece que le convenció.

El guion comenzó siendo escrito por Gary Whitta que, habiendo dejado cerrada la historia y el trabajo que le correspondía, no pudo continua con e proyecto. El guion, entonces pasó a manos de Chris Weitz. El proyecto no tardaría en encontrar al equipo técnico y artístico y comenzar a rodar.

Gareth Edwards, el director seleccionado por Disney, presentó un montae que la majo consideró demasiado oscuro y fue entonces cuando entró en juego Tony Gilroy que reescribió el guion y fue el encargado de dirigir todas las regrabaciones en tiempo límite. Todo ello hacía levantar la ceja de aquel fan que ya estaba hastiado y decepcionado por lo insulsa y conservadora que resultó ser el Episodio VII, ya que todo ello sucedió a poco tiempo del estreno (y buena prueba de ello es la cantidad de planos que se presentaron en el tráiler y que no lograron ver la luz).

Así pues, con este estreno uno se acercó absolutamente falto de expectativas, pero con ganas de ser sorprendido por el cambio de género, de estética y de tono al que la saga nos tiene acostumbrados. Y lo cierto es que Rogue One, tal y como hace con la alianza rebelde, logra que vuelva a tener fe.

Lo primero que hay que decir es que la aproximación es que es una obra que realmente sabe aprovechar el potencial de este universo, al contrario de los episodios numéricos que, tal vez, estén más constreñidos los mismos hechos una y otra vez, aunque con ciertas variaciones. Como contraposición Rogue One ya en su comienzo, con un prólogo in media res y con una elipsis temporal, además de no incluir las míticas letras explicativas, hace una declaración de intenciones respecto a su predecesora: esto es una cosa distinta.

Eso también está presente tanto en una escenografía más sucia, más “realista” más mundana y palpable como a una fotografía de colores más apagados, con mucho negro, rojo y gris e incluso, introduciendo en determinados pasajes la cámara en mano. No es difícil apreciar la mano de la fotografía de Greg Fraser ni comprender porque lo contrataron para esta película. Y es que no buscaban tanto que esta película pareciera Star Wars, si no que hiciera más hincapié en esa olvidada segunda palabra.

Y es que para ser una saga con guerra en el título, siempre se han tratado se películas de aventuras fantásticas con el asunto de las guerras como telón de fondo, no como algo central. Y ahí entra Rogue One y su interesante apuesta por el género bélico y los antihéroes accidentales embarcados en misiones suicidas (uno de los referentes argumentales de esta Rogue One es Los Doce del Patíbulo).

Y con el cambio de género, viene el cambio de tono, siendo este más adulto, menos accesible para un público de determinada edad. Se podría afirmar que esta es la primera gran tragedia (aunque agridulce) presente en Star Wars. Por un lado, hay un escaso nivel de humor frente a las otras cintas. Por otro, los personajes de esta nueva incursión de mueven en la ambigüedad moral: la primera vez que vemos a Jyn está encarcelada, mientras que la presentación de Cassian asesina a de un tiro muy rastrero a un informador, siendo los protagonistas, no parecen especialmente heroicos. Mientras que el antagonista principal, tiene unas motivaciones definidas que permiten, hasta cierto punto, empatizar con él, porque a nadie nos guste que alguien se apropie de nuestro trabajo, ni que nos traicionen. También, al igual que en la película de Abrams, se aprecia un esfuerzo en mostrar a los soldados como personas y no cabeza-cubos sustituible (por mucho que su puntería siga siendo atroz…). La alianza rebelde se mueve en una zona gris y es que, por primera vez, nos vemos a algunos miembros de la alianza llevar a cabo acciones reprobables de las que los autores no están orgullosos.

Edwards acierta también al introducir distintas facciones dentro del mismo bando, creando discusiones o incluso conflictos abiertos entre personas que luchan por la misma causa. Resultando especialmente interesante el caso de Saw Guerrera representando el ala extremista, mientras que el imperio expolia las materias primas del planeta en el que habita. En estas escenas, no es difícil establecer paralelismos a las acciones belicistas que ha tenido Estados Unidos en la zona de oriente medio (siendo el más flagrante la invasión de Irak) en el presente siglo y los monstruos que han surgido de esas cenizas.

Pero a pesar del acierto en la caracterización psicológica de los personajes, lo cierto es que poco conocemos de ellos ya que el ritmo de la película es frenético y no hay ninguna pausa entre peripecia. Si bien todos los personajes principales resultan interesantes, es justo de decir que ninguno es especialmente novedoso, ya que no dejan de ser paradigmas de sobras conocidos. A pesar de ello, el carisma a los que dotan a los personajes, además de los conflictos, hacen que como espectador sientas interés por ellos, aunque no termines de tener empatía.

Edwards parece haber aprendido de todas las críticas recibidas en su aproximación a Godzilla, mientras que mantiene las virtudes de esta. De lo que aquella adolecía, no hay rastro en Rogue One. Si muchos percibían la historia dramática y emocional de los personajes protagonistas como anodina y un pegote para la trama principal, además de solapar y quitar minutos al majestuoso monstruo japonés, el cual apenas se veía, aquí parece haber tomado nota ya que sucede lo contrario. No se toma un respiro, hay mucha peripecia y mucha escena de acción rodada de forma realista (que no confusa. De eso se encarga el montaje que evidencia las regrabaciones y que toma unas decisiones un tanto extrañas en determinadas escenas), además de tomarse el lujo de tener un momento de autorreferencialidad/complicidad con el espectador en el climax: esos AT AT surgiendo de la bruma/humo en planos contrapicados, desde el punto de vista “humano” de sus protagonistas. Es algo que comienza a ser una firma del director.

El director logra ponernos en el campo de batalla con un vigor y una visceralidad, con homenaje a Apocalypse Now incluido, que no se había visto en la saga. Moviéndose entre lo que ya conocemos y hemos visto (esa batalla espacial con X Wings, salvo por la estrategia llevada a cabo para el desmantelamiento del escudo), literalmente, con inclusión de algunos planos de episodio IV como prueba del amor por la saga. Donde Edwards arriesga más es en el campo de batalla donde sabe cómo hacer creíble el caos de la guerra donde cuestionas quien está en el bando correcto y solo tienes la opción de sobrevivir ante la destrucción sin control que está presente estés donde estés. Están rodadas con soltura, y de forma particularmente novedosa dada la película en la que estamos. Sin embargo, hay un constante deje a repetir constantemente situaciones similares en cuanto a estructura y eso puede provocar cierta saturación.

También es meritorio el modo en el que sabe navegar entre las dos trilogías, de forma equilibrada, dando pinceladas, completando huecos y aportando soluciones a algunos problemas leves existentes entre ambas. En algunos elementos visuales y argumentales de la película es realmente fiel, pero con otros cae en determinadas incoherencias con el canon establecido (como la autoría de la construcción de la estrella de la muerte, ya que Lucas señaló en el episodio II en una dirección bastante diferente a la planteada en esta película).

Visto en perspectiva, es difícil pensar en un director más capacitado que Edwards (que recordemos la trayectoria que tiene) para lograr poner el foco humano, la persona de a pie, ante lo extraordinario e inmenso de lo que sucede alrededor. Si bien utiliza una serie de recursos distintos a los exhibidos en Monsters y la mencionada Godzilla (adiós fuera de campo y dosificación de los elementos más artificiosos), aquí emplea otros que pulen el resultado fina dando una forma distinta, pero igualmente efectiva.

Por otro lado, también hay que aplaudir la elección de este reparto multicultural por parte del realizados. Resulta curioso como en un universo poblado de una infinidad de razas alienígenas distintas, el papel protagonista siempre recaía sobre un personaje blanco, aunque la raza negra también ha tenido su representación (ahí tenemos a Finn y a Lando Calrisian). Pero hasta se limitaba a eso. En Rogue One tenemos personajes latinos, orientales y árabes, todos con un acento característico que en absoluto lo tapan, si no que lo ensalzan. Esa diversidad dota, por un lado, de credibilidad al mundo de Star Wars, y tal vez pueda ser una lección polémica para el futuro presidente electo.

Pero no todo son buenas palabras respecto al reparto y es que el villano de Ben Mendehlson es sobreactuado, aunque sin llegar a los límites de histrionismo de casos como el de Luthor de Eisenberg, de forma evidente y tajante, cuando no es denigrado por sus superiores. Todo ello tiene un efecto negativo sobre la credibilidad del personaje como villano. Pero, de todos modos, el imperio se ve reforzado como organización realmente perversa y peligrosa. El resto del reparto está a la altura y da un buen nivel interpretativo, a pesar de que sus papeles tengan más o menos recorrido y desarrollo.

Pero no todo el reparto es “humano”, ya que se completa con unos personajes digitalizaos que ha levantado una gran cantidad de opiniones acerca de la credibilidad de dichos personajes absolutamente digitales. El uso de CGI en esta película es absolutamente magistral y L&M vuelven a dar el do de pecho, vuelven a dar muestras de un talento inagotable y de una pasión enfebrecida por el trabajo bien hecho, aunque en el caso de esas escenas en concreto el CGI resulta certero e inquietante si nos ponemos a reflexionar en las implicaciones que ello conlleva.

La banda sonora viene firmada por Michael Giacchino que parece el principal compositor de blockbusters contemporáneos. Aquí, debido a la urgencia provocada por la salida de Desplat, Giacchino contó con tan solo un mes para la elaboración de un trabajo tan complejo como ser el sustituto de John Williams y sus icónicas melodías. Es evidente que en esas circunstancias era prácticamente imposible que crease nada que se impregnara en nuestro oídos. A pesar de todo, Giacchino hace un trabajo más que competente en el que vuelve a dar muestras de su talento dando una sonoridad inédita en la franquicia pero que funciona en otro momento, a la vez que no olvida el legado repitiendo (con variaciones) las composiciones de Williams en determinados momentos de la película.

Si por algo habría que apreciar esta Rogue One es por atreverse a innovar (entiéndase dentro de los constreñidos márgenes absolutamente industriales de Disney) allí donde el Episodio VII no se atrevió (o no la dejaron). Tanto a nivel narrativo y estético el filme de Edwards nos lleva a terrenos inexplorados por una saga que pedía a gritos otros enfoques. ¿Será estas “una historia de Star Wars un cine ligeramente más autoral y con mayores posibilidades de romper con lo que es esperable de la saga y de este modo sorprender y mantener la franquicia viva a nivel artístico? El tiempo lo dirá, pero, si se sigue la senda marcada por los rebeldes, la fuerza va a estar con nosotros mucho tiempo.