Richard Hatch y el legado de «Galáctica, estrella de combate»

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El pasado martes, 7 de febrero de 2017, las redes sociales se volcaban en la noticia del fallecimiento de Richard Hatch. El actor estadounidense había estado combatiendo un cáncer de páncreas que había forzado una retirada del mundo de la interpretación. Al saber la noticia, mis recuerdos viajaron treinta y tres años y medio en el tiempo para plantarse en el verano de 1983. En aquel período estival, TVE había emitido la primera y única temporada de Battlestar Galactica. Aquel serial de tan corta duración era el que habría de brindar a Hatch el más popular de sus papeles –el del guaperas Capitán Apolo- pero también le ganaría para su causa.

En el año 1978, el panorama audiovisual aún estaba sacudido por el inesperado éxito de La Guerra de las Galaxias. Fieles a la tradición de orbitar rápidamente en torno a cualquier cosa que oliera a negocio, las productoras decidieron aprovechar el tirón estelar y sacarse de la manga toda suerte de productos con esa ambientación, a ser posible para la gran pantalla. Así, la llamada «fase dos» que iba a suponer el regreso de Star Trek a la televisión se convirtió en la primera de trece películas, en tanto que los estudios Universal decidieron arriesgarse con la creación de Glen A. Larson –que había estado implicado en la producción de series de éxito en los setenta como McCloud, El Virginiano o El hombre de los seis millones de dólares- que aquí conocimos como Galáctica, estrella de combate. El proyecto era ciertamente ambicioso y el presupuesto era, para la época, mareante. Un piloto de tres horas de duración, dos continuaciones en la forma de telefilmes, diseños de John Dykstra –cuyos trabajos en Star Wars le habían prodigado fama y prestigio- y la promesa de una epopeya galáctica. Todo parecía apuntar hacia un éxito sin precedentes que, sin embargo, no llegó. Los motivos de este fracaso incluyen demandas cruzadas por plagio, maniobras de contraprogramación televisiva y problemas en materia de guion; darían para un artículo monográfico sobre la materia, pero aquí basta decir que la serie no llegó más allá de su primera temporada (descontando una desastrosa secuela, emitida en 1980).

Para Hatch, el personaje del bizarro y gallardo Capitán Apolo le había brindado una popularidad cuyos papeles precedentes no le habían conseguido (así como una nominación a los globos de oro). Hasta ese momento, había sido carne de aparición puntual, siendo su único rol de cierto peso el que le había llevado a sustituir a Michael Douglas en Las calles de San Francisco. Antes y después de pasearse por el cosmos, sería un rostro relativamente habitual en seriales de la época como Cannon, Se ha escrito un crimen o Hawai 5-0. Su colega de vuelos cósmicos, Dirk Benedict –el ligón Starbuck- recalaría de rebote en El Equipo A y conseguiría otro motivo para la posteridad; su padre catódico, Lorne Greene –el venerable almirante Adama- estaba en los compases finales de su carrera, después de dejar impronta en la caja tonta en la interminable Bonanza. Por su parte, don Richard no se alejaría demasiado de la estrella de combate y, en cierto sentido, sería el responsable de que su legado continuara vigente, al menos entre la afición.

Durante la década de los noventa, Hatch se embarcó en varios proyectos para mantener viva la franquicia de Galáctica. En primer lugar, co-escribiría hasta siete novelas ambientadas en el universo de la serie de los años setenta. En segundo lugar, afrontaría la arriesgada empresa de intentar convencer a los estudios Universal de apostar por una continuación de la historia. Para ello, puso dinero de su bolsillo y enroló para la causa a algunos de los actores del serial original –como John Colicos, el traicionero conde Baltar-. El resultado fue un avance de cuatro minutos titulado Second coming. Juzguen ustedes mismos la premisa, a través de este homenaje a la memoria de su valedor:

La entidad propietaria de los derechos manifestó poco interés en financiar una continuación en los términos propuestos por Hatch. Era el año 1999 y los tiros apuntaban hacia una nueva versión, que finalmente se realizó bajo la batuta de Ronald D. Moore. Vista desde la perspectiva que dan casi veinte años de distancia, Second coming resulta, en mi opinión, un tanto desfasada, pero refleja el enorme esfuerzo que su artífice había desplegado. El propio actor manifestaba, tras el fracaso de su iniciativa, su sensación de cansancio y hastío, que había desembocado en resentimiento hacia Universal y, por extensión, hacia Moore. Sin embargo, pronto cambiarían las tornas y ambos desarrollarían un mutuo respeto que derivaría hacia la aparición de Hatch en la nueva serie. Su papel, el de un terrorista reconvertido al campo de la política, Tom Zarek. En cierto sentido, su presencia venía a refrendar la intención de tener presente –hasta donde fuera posible- la memoria de la original y reconocer el valioso papel de don Richard en la perduración de la misma.

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Sith
Sith
Lector
13 febrero, 2017 18:08

Recien me entero, muy triste noticia, guardo muy gratos recuerdos de la serie original, más allá de las limitaciones de la época.

Siempre voy a reconerle como bien comentan en la nota sus inagotables intentos por hacer resurgir la franquicia aunque no hayan tenido mucho exito.