Desde que irrumpiera en el festival de Sundance de 1998 con su críptica y claustrofóbica ópera prima Pi: Fe en el Caos Darren Aronofsky ha ido forjando poco a poco una de las filmografías más eclécticas, personales y arriesgadas del siglo XXI. Después del impacto generacional que causó Requiem Por Un Sueño y la controversia que trajo consigo La Fuente de la Vida llegaron sus dos mayores éxitos, El Luchador y Cisne Negro, largometrajes protagonizados por Mickey Rourke y Natalie Portman respectivamente que fueron recibidos con honores por crítica y público consiguiendo no pocos premios internacionales, llegando hasta la pugna de los Oscars de sus correspondientes años y ganando el de mejor actriz en el caso de la intérprete de Knight of Cups. Pero cuando parecía que había encontrado la fórmula del éxito, para contentar a unos y a otros el neoyorquino se desmarcó una vez más dando muestras de su carácter indómito con la inusual Noé, su ambiciosa, peculiar y arriesgada visión de las sagradas escrituras que desconcertó a no pocos espectadores que cometieron el error de esperar del cineasta una película religiosa al uso. Pero con su último trabajo Aronofsky ha dejado en anecdótica cualquier polémica que haya podido tener previamente con alguno de sus films, porque desde que tuviera su puesta de largo en el pasado Festival de Venecia mother! ha levantado ampollas entre espectadores y prensa especializada, sufriendo el rechazo de gran parte de los primeros y una enconada polarización de la de los segundos. Una vez vista la película el hecho que levantara tal revuelo no debería haber cogido a nadie por sorpresa y mucho menos a sus artífices.
A primera vista el punto de partida de Madre! puede parecer sencillo si tenemos en cuenta que narra la historia de un matrimonio, poeta que ha perdido la inspiración él y esposa abnegada ella, que se mudan a un caserón en medio del bosque para comenzar una vida en común y que ven trastocada su existencia a partir de la llegada de una pareja madura que se instala con ellos a petición del marido y sin consultarlo a su mujer. Vaya por delante que abordar el último largometraje de Darren Aronofsky de manera superficial, sólo como una historia realista, es una temeridad de la que el espectador casi con toda seguridad saldrá escaldado, porque desde esa perspectiva la cinta protagonizada por Jennifer Lawrence, Javier Bardem, Ed Harris y Michelle Pfeiffer no sólo no tiene pies ni cabeza, sino que puede incitar al sonrojo o la carcajada, sobre todo en su recta final. En cambio, y sin incidir mucho en spoilers, si tomamos las dos partes en las que se divide la obra como una relectura del Antiguo y Nuevo Testamento y comprendemos a «quién» o «qué» representa cada uno de los personajes podremos hacernos una idea más o menos clara de lo que quiere contarnos el director estadounidense con su más reciente propuesta.
Pero que nadie piense que Darren Aronofsky es un iluso o un ingenuo que no sabía que su última película iba a levantar una considerable polvareda. Ya cuando escribió el guión era consciente de que estaba tocando temas tabú, sobre todo para sus compatriotas norteamericanos, como la megalomanía, el egoismo, la religión o la fe y desde una perspectiva profundamente crítica y visceral, de modo que el recibimiento que mother! iba a tener estaba friamente calculado tanto por él como sus productores y si lo niegan mienten o viven en otro mundo. Esta lectura y no otra es la que ha despertado la ira entra gran parte del público generalista que no sólo se ha encontrado con un producto difícil de descifrar que hunde sus raíces en el Roman Polanski de Repulsión o La Semilla del Diablo (Rosemary’s Baby), el Luis Buñuel de El Ángel Exterminador o el Andrzej Zulawski de La Posesión, sino también con una pieza que al ser desencriptada ofrece un mensaje profundamente misántropo y anticlerical que no deja títere con cabeza por medio de una simbología descarnada y sin concesiones que llega a su culmen en el la recta final en la que el exceso y la locura se apoderan de la cámara del director.
Madre! es una genuina y única experiencia sensorial, una producción en la que la comunión, nunca mejor dicho, entre apartado artístico y técnico alcanza unos niveles de mimetismo sobrecogedores. Al igual que sucedía en el The Wrestler y Black Swan Darren Aronofsky hace un uso recurrente la cámara al hombro para asediar a su protagonista, invadiendo su espacio vital y aumentando de esta manera la atmósfera claustrofóbica y enfermiza del relato por medio de primerísimos planos de Jennifer Lawrence que suponen todo un reto para la protagonista de la saga Los Juegos del Hambre. De esta manera ella es el alma de un relato localizado en una casa que parece tener vida propia y que sólo el personaje principal parece percibir (la protagonista es la única capaz de «sentir el corazón» del inmueble) convirtiendo el hogar del matrimonio en una entidad que siente y padece, como si de una hiperbolización arquitectónica de la Nueva Carne cronenbergiana se tratara, y a la que Aronofsky se ocupa de llenar de putrefacta vida por medio de unos elaborados y calculados efectos digitales y un uso orgánico y minimalista del sonido que a más de un espectador puede llegar a sacar de sus casillas.
Si hay algo que caracteriza a Darren Aronofsky y de lo que ha hecho gala en todos y cada uno de sus films es ser un enorme director de actores. El cineasta estadounidense siempre suele llevar hasta el límite a su intérpretes obligándolos a ir un paso más allá de sus capacidades para estar a la altura de su discurso autoral propenso a sumergirse en el tremendismo y la tragedia, casi siempre con buenos resultados. Jennifer Lawrence se une a ese grupo de actrices como Ellen Burstyn, Jennifer Connelly, Rachel Weisz o Natalie Portman a las que el realizador exprimió física y psicológicamente hasta lo indecente para que abordaran sus personajes desde las mismas entrañas y gracias a ello ejecuta el que hasta ahora es su mejor y más complejo trabajo de interpretación. Ella es el alma de la película y lleva sobre los hombros casi todo el peso del relato llegando a entregarse ciegamente a su comandante en jefe sobre todo en esa orgía de muerte, sangre, vísceras, líquido anmiótico y pólvora que supone el clímax final de la obra. Algo parecido sucede con Javier Bardem que sabe condensar con su excelente labor todo el egoísmo, el sadismo bienintencionado y la condescendia que requiere su rol. Nota a parte para unos excelentes Ed Harris y Michelle Pfeiffer que tiran de tablas y veteranía para dar voz y cuerpo a, posiblemente, los dos personajes más importantes de la historia que con su presencia marcan el principio del fin de la misma.
Aunque ha sido el mayor fracaso de taquilla de toda la carrera de su director y ha despertado las iras más que ninguna otra de sus obras Madre! no sólo es una de las propuestas más potentes, incómodas, anticomerciales y suicidas del 2017, también es una de las obras más profundamente misántropas, desesperanzadas y nihilistas del cine reciente. Al igual que Terrence Malick, David Lynch, Terry Gilliam, Lars Von Trier o Nicolas Winding Refn Darren Aronofsky hace el cine que quiere, como quiere y cuando quiere y por suerte en Hollywood todavía quedan productores que, amando verdaderamente el séptimo arte, son capaces de jugárselo todo a una carta financiando sus personalísimas y brillantes locuras. Después de la disparidad de opiniones de sus dos últimas obras no sabemos hacia dónde se encaminará el futuro del director de The Fountain, pero de lo que sí podemos estar seguros es de que no será un proyecto complaciente o impersonal. Se adentre en mayor o menor medida en la comercialidad, se incline con más o menos intensidad por la sencillez o la complejidad podemos poner la mano en el fuego con respecto a que su próximo paso será una propuesta tan personal como inusual y para llevarla a cabo será capaz de luchar contra viento y marea hasta que consiga sacarla adelante y con ella volver a desafiarnos como espectadores.
Dirección - 9.5
Guión - 9
Reparto - 9.5
Apartado visual - 9.5
Banda sonora - 8.5
9.2
Alegórica, simbólica, desafiante e incómoda, Madre!, la última propuesta de Darren Aronofsky, no será plato para todos los estómagos, pero los que entren en el juego del director estadounidense obtendrán como recompensa una de las propuestas cinematográficas más brillantes del 2017.
La vi este finde y me resultó bastante insustancial. Una alegoría bíblica superficial y literal. Los actores están bien, y la fotografía con grano y cámara al hombro tiene su punto, pero es que les toca defender unos personajes algo desdibujados, a medio camino entre lo simbólico y lo mundano, sin ningún carácter más allá de piezas dentro del juego del director, cuyas reacciones sirven a una trama ilustrativa, sin verdadero trasfondo más allá del lugar común.
Respecto a la financiación, cuando la vimos comentamos que igual es más fácil vender esto a uno de esos grandes productores de Hollywood en una presentación de cinco minutos, como al parecer se hacen ahora, que algo más elaborado, con un contexto más delimitado y que exija unos conocimientos y una documentación previa.
Durante las cañejas de después, imaginamos al señor Aranowsky diciendo algo así como «es una peli sobre el universo con connotaciones bíblicas que resume todo cuanto es y será» y el productor de turno flipando, cuando en realidad abarco todo sin llegar a nada. Mientras que si llega alguien a venderle, por ejemplo, un relato sobre las guerras franco-prusianas, con ecos de Zola o yo qué sé, algo con un poco más de cuerpo, más concreto y con un trabajo previo de investigación, pues sería mucho más difícil entusiasmar a la gente del dinero.
Gracias por la crítica!!
Me pareció una película super arriesgada y valiente. Las metáforas son muy potentes y visualmente me dio una patada en la cabeza en varias ocasiones. Pero creo que llega en un momento de nuestra sociedad moderna en que esta crítica es mas que necesaria.
No Se, diría que en 10 años seguiremos hablando de ella, ¿no es ese el mayor halago?