Edición original: oct. 2008; Vertigo (DC Comics).
Edición España: mar. 2010; Planeta DeAgostini.
Guión: Jonathan Ames.
Dibujo: Dean Haspiel – ‘Dino’.
Entintado: Dean Haspiel – ‘Dino’.
Portadas: Dean Haspiel – ‘Dino’.
Color: Lee Loughridge.
Rotulista: Pat Brosseau.
Precio: 13,95 € (Cartoné, 144 págs.)
Jonathan Ames es un autor con la obsesión de hablar siempre de sí mismo (o casi). Y, consiguientemente, también es un especialista a la hora de centrar la atención en todas sus apariciones en diversos medios: graduado en la Universidad de Princeton y con un Master en Bellas Artes aplicadas a la Ficción por la Universidad de Columbia, fue columnista del New York Press durante varios años, ha sido monologuista (con un show llamado Oedipussy), invitado en el show de David Letterman en diversas ocasiones, e incluso ha hecho sus pinitos como actor (en The Great Buck Howard, por ejemplo) y como boxeador (bajo el nombre de «El maravilloso arenque»). Pero, por encima de todo, es un escritor con tendencia a construir sus relatos a partir de situaciones y personajes muy concretos: escritores (preferentemente jóvenes) en crisis, su vida, sus obsesiones y sus accidentados lances sexuales; un imaginario que se presenta con variaciones en sus novelas (I Pass Like Night o The Extra Man, próximamente adaptada a la gran pantalla) pero no tanto en sus ensayos (What’s Not to Love?: The Adventures of a Mildly Perverted Young Writer o My Less Than Secret Life). Precisamente basándose en What’s Not to Love?, por cierto, Ames intentó sacar adelante en 2004 una serie de televisión para Showtime en la que se interpretaba a sí mismo, pero la cosa no salió adelante… no obstante, eso no paró a nuestro hombre, quien recicló la idea original para acabar concibiendo la serie de la HBO por la que, probablemente, será conocido entre los lectores de este artículo: una Bored to Death que es amada por los pocos que conectan con las obsesiones y aventuras de su protagonista –un novelista llamado, ¡cómo no!, Jonathan Ames– y que es odiada por todos los que pensamos que, además de desperdiciar una premisa tan interesante a priori como la de un novelista de género negro metido a detective amateur, no es sino un pésimo intento de imitar a Wes Anderson en sus días malos.
Sea como fuere, tal y como cuenta Enrique Ríos en el artículo que acompaña al cómic que es objeto de análisis hoy, un día el bueno de Ames estaba tomándose algo en un café de Brooklyn; un café por el que también rondaba Dean Haspiel, dibujante conocido por sus colaboraciones con Harvey Pekar (American Splendor, El Derrotista) y admirador del trabajo de Ames. Haspiel no se cortó, se presentó, ambos se hicieron amigos y, tras leer por consejo del artista algunos números de Y, el último hombre, al escritor se le ocurrió hacer una miniserie de seis números basada en cliffhangers masivos que contara la historia de una borrachera antológica. Sin embargo, tras un encuentro con Jonathan Vankin –editor de la línea Vertigo e inmerso por aquel entonces en la tarea de traer talentos literarios al sello–, la miniserie que debía haberse llamado El Alcohólico se convirtió en la novela gráfica del mismo nombre. La misma que nos ha llegado este mes de marzo de la mano de Planeta DeAgostini en una edición prácticamente irreprochable (aunque se puedan encontrar un par de errores taquimecanográficos en la traducción) y con unas atípicas dimensiones –idénticas a las del cartoné americano, eso sí– de 24×18 cm en lugar de los habituales 26×17 cm.
Homosexualidad adolescente reprimida
Y ahora, la inevitable cuestión… ¿De qué va El Alcohólico? Pues de un escritor llamado Jonathan A., especializado en el género negro, con muchos problemas de adicción (el principal de ellos, a la bebida), con el corazón roto por una reciente ruptura, confuso sexualmente… y de su vida, sus amigos, sus amores y sus obsesiones. Indefectiblemente, aparece otra pregunta: ¿Es una autobiografía? Pues sí y pues no. Digamos que Jonathan A. y sus peripecias tienen mucho en común con Jonathan Ames y sus vivencias, aunque hay gran cantidad de detalles que sólo pertenecen a la ficción y otros que, partiendo de una base real, han sido ficcionalizados. Por ejemplo, el Ames real no tiene (o al menos no los reconoce) problemas con la bebida, sus padres viven todavía, no ha tenido un intento de lance amoroso con un traficante de drogas y no escribe novelas de misterio. Pero sí tuvo juergas con chicas de instituto, es amante de los after hours, conoció a Clinton y llegó a comer con Monica Lewinsky.
¿Qué pensar de todo esto? Varias cosas. Cuando uno lee las entrevistas de Jonathan Ames al respecto, su personalidad se adivina en los prolegómenos como una construcción totalmente artificial. En efecto, el escritor se crece ante este tipo de preguntas, le gusta negar con insinuaciones el carácter estrictamente autobiográfico que muchos lectores le otorgan a El Alcohólico y se esfuerza en construir una imagen excéntrica de sí mismo. Casi se diría que imita a Dalí. Así, mientras que unas veces dice que «la mayoría de los sucesos de El Alcohólico no existieron o no lo hicieron de la misma manera que en el libro», otras dice que «en cuanto maquilla mínimamente algo, para él eso ya es ficción» o que «el núcleo emocional de la obra es cierto a nivel autobiográfico». Tal vez, la respuesta más sincera de todas sea en la que dice que «quería jugar con lo que es real y con lo que no es real, y llamar al personaje Jonathan A. era una forma de hacerlo».
No obstante, entrando ya en un análisis técnico de la obra, podemos decir que Jonathan Ames no es estrictamente hablando un guionista de cómics, y que nunca una novela gráfica hizo tanto honor a su formato como El Alcohólico. A nivel gráfico, el dibujo de Haspiel se muestra efectivo, basado en una línea gruesa, esquemática, continua y poco profusa, en los volúmenes angulosos, en las perspectivas anómalas para simular la embriaguez y en el apoyo que le presta la fenomenal gama de grises de Lee Loughridge. Sin embargo, el problema es que toda esta factura actúa como sustituta de la prosa descriptiva de una novela, matizando unos omnipresentes monólogos interiores que aparecen en los correspondientes recuadros informativos. Esos monólogos, profusos a más no poder, constituyen el auténtico centro de El Alcohólico, relegando dibujo y bocadillos de diálogo a meras comparsas. Tan es así que, de hecho, en las entrevistas se sugiere que el trabajo de Haspiel no sólo consistió en dibujar, sino en adaptar un guión novelizado al mundo del cómic (el mismo Ames se refiere al dibujante con el sustantivo de «director» del tebeo).
Una espiral de degradación
Estos detalles se habrían olvidado si El Alcohólico hubiese sido un tebeo con garra, pero lo cierto es que tampoco lo es. En primer lugar, su estructura peca de simple y, a la vez, de demasiado artificial: el cómic parte de un punto en el presente a partir del cual se compone un gigantesco flashback de cincuenta páginas para llegar al punto de origen y continuar la narración; un efecto que Ames justifica por su «necesidad de explicar de dónde viene el personaje central» pero, también, por la voluntad de mantener una «tensión» que nunca llega a ser tal. En segundo lugar, Ames falla tanto en sus pretensiones humorísticas como en el establecimiento de empatía con el lector, algo que el guionista no consigue ni siquiera a través de las constantes rupturas de la cuarta pared o de sus vanos intentos de romper el hielo con chistes variados. Como resultado tenemos un slice of life que fracasa como cómic y que, peor aún, fracasa también como aventura humana cotidiana: las peripecias de Jonathan A. resultan frías, desapasionadas, sin interés… un cúmulo de lugares comunes sin ninguna voluntad más que la de exponer el ego desmedido de un hombre que cree que su vida, inventada o no, merece ser conocida y debatida.
Leí en una ocasión una crítica cinematográfica que decía que Woody Allen era un tipo listísimo capaz de hacer pagar al público por ver sus catarsis psicoanalíticas en lugar de costeárselas, de forma privada, en el diván de un psiquiatra. Es una definición simplista –a mí, de hecho, me suelen gustar las películas de Allen– pero me sirve para ejemplificar qué es El Alcohólico: una película de Allen mal rodada, sin gracia, sin ingenio en los diálogos, con un cinismo que se antoja sintético y con mayores dosis de autocompasión y egomanía (comparaciones con Bukowski, Mann, Kerouac o Thompson incluidas) que las que insufla el cineasta en sus películas. Sólo apta, pues, para los admiradores acérrimos del género y para los lectores que opinen que las obsesiones exhibidas de un autor, independientemente de su calidad como tal, son siempre ventanas a la mente de un supuesto genio. Absténgase –nunca mejor dicho– cualquier otro tipo de lector.
- Página web oficial de Jonathan Ames y sus fichas en imdb y comic book database. Además, la web oficial de Dean Haspiel, su blog y dos de las webs (1 y 2) en las que ofrece webcómics.
- Entrevistas a Jonathan Ames en Newsarama, The Huffington Post y Village Voice. Además, dos entrevistas conjuntas del equipo artístico (para Publishers Weekly y para Comic Critique) y otra con el dibujante a solas.
Acerca de ese cómic precisamente hace unos días en La Cárcel de Papel alguna gente manifestaba su cansancio ante la proliferación de cómics, fueran buenos o malos, en las que el autor habla de sí mismo, su vida, sus obsesiones, etc. ?Qué opináis en ZN al respecto?
Bueno, es el reflejo comiquero de la «autoficción» que se ha impuesto a nivel literario, mezclado con tradiciones del undergroud.
Pero más que eso y en este caso, me parece que hay mucho Bukowski de saldo.
Bueno, mi opinión –que no necesariamente es la de Zona– es que la vida de alguien tiene que ser muy interesante como para que me merezca la pena leerla o tiene que reflejar (o permitir inferir) de forma superlativa una serie de problemas comunes a una sociedad como para que empatice.
Los problemas cotidianos que se reflejan en este tebeo por ejemplo… a todos nos han roto el corazón alguna vez, todos hemos perdido familiares, casi todos vivimos el 11-S… no le veo la necesidad al tebeo (y, además, como tebeo deja mucho que desear). Sin embargo coges American Beauty, Revolutionary Road o Up in the air y, más allá de su desarrollo y de su calidad cinematográfica, exponen una problemática que puedo entender. A partir de una serie de detalles cotidianos extrae reflexiones universalizables.
En el campo del tebeo por ejemplo lo acabamos de ver con Una vida errante… es una autobiografía tamizada por la ficción, pero interesa tanto formal como argumentalmente.
Creo que si son como Derrotista, Persepolis o Paracuellos se pueden perdonar. De todas formas, tan de moda esta o son reediciones?
El tebeo del 11-M es muy flojo y era puro marketing, y estoy de acuerdo con que no suele ser un genero muy atractivo dadas sus limitaciones, pero sobre todo, creo que hay falta de buenos guiones en el comic actual y se aprueba cualquier cosa. El genero superheroico de capa caida con casi nada salvable, un puñado de series independientes mantienen el nivel adecuado… es normal que este en auge.
Yo creo que está de moda y por eso se reeditan contenidos similares, de forma que la moda se retroalimenta aún más. Persépolis y Paracuellos además son dos clásicos como quien dice (muy mediáticos además), así que igualmente esos van a estar siempre en constante reedición.
Y sí, comparto esa visión: tanto me cansa la proliferación de autobiografías como los superhéroes con el piloto automático puesto. Supongo que en el mundo editorial pasa como en todos… algo consigue éxito y surgen infinidad de imitadores.
Y sí, Zape, efectivamente hay mucho Bukowski. De hecho a lo largo del tebeo el protagonista lo cita, al igual que cita a Kerouac, a Mann (por La Montaña Mágica) y a Thompson. Vaya, que no tiene abuela el buen hombre. No lo he citado en el artículo porque me parecieron unas referencias tan pretenciosas y al mismo tiempo fuera de lugar que se me olvidaron. ¡Acabo de subsanar el desliz!
No comparto tu opinión sobre Bored to death. No porque no te guste, ni por apuntar que la premisa está desaprovechada (algo en lo que coincido parcialmente), sino por tildar la serie de mala imitación del estilo propio de Wes Anderson. Un comentario bastante recurrente a la hora de comentar esta serie. Algún punto en común hay (comenzando por la presencia de Schwartzman), pero creo que el tono y los temas tratados en las películas de Anderson son bastante diferentes. Personalmente, no es que la serie de Ames me parezca una maravilla, pero sí bastante disfrutable (por su sentido del humor tan peculiar, por las apariciones de Ted Danson, la presencia de Galifianakis, el episodio de Jim Jarmusch, etc).
En cuanto al tebeo, tenía alguna duda sobre si darle una oportunidad, pero las he despejado gracias a tu artículo (cojonudo, por cierto). Me parece que reservaré esos 13,95 € para el mes de mayo, que se presenta cargado de novedades mucho más interesantes 😉
«me parece que hay mucho Bukowski de saldo.»
Pues si hay gente a quien Bukowski aburre profundamente (servidor), ya no quiero ni imaginar cómo serán los otros; aunque a veces los discípulos llegan a superar al maestro y todo eso.
Stuck Rubber Baby fue uno de los últimos de este género que leí. Bonito, interesante.
Hombre pero es que Cruse sabe de lo que habla y sabe cómo hacer un cómic. Nada que ver con Ames, que parece un diletante ensoberbecido que cree que hacer un cómic es plantar viñetas. Y conste que las viñetas en sí están relativamente bien plantadas… pero claro, Haspiel sólo puede maquillar el vacío de la propuesta hasta cierto punto.
David, yo al universo de Bored to Death le encuentro muchos puntos en común con el de Wes Anderson. De hecho Hotel Chevalier es casi un mini capítulo de la serie ambientado en París: «mujer fatal», Schwartzman, un hotel… ¡Y gracias por el comentario!
El autobiográfico es un género tan válido como cualquier otro…siempre y cuando tengas una biografía que contar.
El problema es que esta moda ha sido un coladero para jóvenes autores, casi siempre nóveles, que a falta de ideas para un guión se dedican a contar sus problemas con la casera y con las cacas del gato, y planteando dudas existenciales que ya tienen superadas los chavales de Generación Ni-ni. Si a eso le añadimos dibujos monigoteros que se excusan en aquello de «son los apropiados para la historia», pues peor que peor.
Y a lo mejor es eso lo que pasa, que la historia no merece un dibujo mejor.
Y dicho esto, el género autobiográfico ha dado en la última década un montonazo de grandes tebeos. Podría citar una docena de carrerilla, pero es la hora de comer y después de todo, tampoco os mereceis tanta información. Por pijameros. Que sois todos unos pijameros. 🙂
Es mucho mas facil escribir sobre uno mismo,en vez de tener que crear personajes nuevos con vidas interesantes ( eso esta reservado para unos pocos contadores de historias )
Eso es cierto 0ci0s0… El gusto del cloro, Arrugas, Píldoras azules… pero cruza esa lista de cómics autobiográficos con los slice of life (que se asemeja más a lo que has descrito) a ver qué te sale.
José Torralba ha dicho: Eso es cierto 0ci0s0… El gusto del cloro, Arrugas, Píldoras azules… pero cruza esa lista de cómics autobiográficos con los slice of life
Sí, la verdad es que me he ido al slice of life sin darme cuenta, y aunque coinciden a menudo no son exactamente lo mismo.
Malas ventas es slice, pero no parece autobiográfico. Persépolis es autobiográfico pero no slice.
Arrugas, Maus, o El arte de vivir…¿son autobiográficos? Son biografías del padre del autor, pero éste las hace tan suyas que la frontera se diluye.
En cualquier caso me parece que si le ponemos nombre a un género «amplio» que englobe a estas familias de obras, nos encontramos con la rama comiquera mas interesante y representativa de los últimos años. Va, venga, incluso décadas.
Creo que la mayor virtud de este cómic es su sinceridad. Aunque no por más sincero es más interesante. Supongo que El Alcohólico es una obra que se coló en Vertigo para ver si conseguía algún premio pero con poca confianza de su éxito. Cuenta con alguna situación curiosa, algun personaje interesante (para mí la tia del protagonista); pero sobre todo desprende un cansino egocentrismo que hace que el actor principal no pueda dejar de ponerse por encima de todo lo demás ni siquiera durante el 11-S.
De lo que menos me ha gustado en Vertigo de los últimos tiempos.
Yo es que parto de la base de que este tipo de historias no me llaman porque para vidas «normales» ya tengo la mia, que por cierto es bastante movida…
Por cierto, Up in the air la vi en el avión a Japón la semana pasada y tiene sus momentos pero es que es TAN coñazo el tema de los aeropuertos que ya empieza costandome creer que un tipo quiera estar todo el día pasando controles…
Pues si esto de los tebeos autobiográficos os cansa en los tebeos profesionales, ni os imagináis lo cansino que es en los webcómics y fanzines 🙁