Grandes Obras Marvel. La Era de la Bomba Loca

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Se cierra el año 2017 y con él se pone punto y final a las celebraciones por el Centenario de Jack Kirby. El que escribe estas líneas tuvo una ilusión, dedicar todo el año a glosar la grandeza del Rey de los cómics a través de sus obras. Sabía que iba a ser algo complicado, no solo por la cantidad y variedad de su producción (no poco se ha quedado por el camino), sino porque debía dejar aparcado un proyecto personal, que apenas esboce en 2016. Grandes Obras Marvel dio el pistoletazo de salida con Fantastic Four, con fuerte protagonismo de Kirby además. En las notas sobre la celebración me parecía una buena idea dejar para el final la serie Capitán América de los setenta. La recuperación por parte de Panini Comics, en un Omnigold de tapa dura, de toda la etapa íntegra era suficiente excusa para proponer un estudio. Me permitía dos cosas: reivindicar una colección que no ha sido suficientemente apreciada; por otro lado, volver a recuperar la sección, en un intento de anunciar un 2018 donde volveré a la rutina habitual. Pero bueno, dejémonos de parrafadas y volvamos a la importante, que es ese señor que todo el mundo conoce como el Rey de los Cómics. Sin más preámbulos, nos adentramos en el frenesí de la Bomba Loca.

Jack Kirby regresó a Marvel Comics a mediados de los años setenta, dispuesto a triunfar como autor completo en la editorial que él ayudó consolidar como puntera en el negocio gracias a su desbordante creatividad. Para ello, se buscó una serie de colecciones donde poder dejar su impronta y qué mejor elección que el Capitán América, personaje que favoreció a co-crear allá por 1941. Tras casi dos años de andadura, no se puede negar que el impacto sobre el mundo del Centinela de la Libertad se quedó en algo menor de lo esperado por parte del Rey de los cómics. Vamos a echarle un vistazo global a una etapa que ha quedado para el recuerdo como ciertamente polémica, por varias decisiones tomadas por el artista en su puesto de autor-editor. Pero también nos centraremos en los puntos positivos, que los tiene, y en aquello que Jack dejó para la mitología del Abanderado impreso en estas páginas. Se trata, pues, de obtener una composición de lugar de manera completa respecto a esta etapa, para el que escribe estas líneas, del todo recomendable como compendio de muchas de las virtudes, sobre todo narrativas y de corte gráfico, de Kirby. En el año de su centenario, no podíamos pasar por alto la reivindicación de su Capitán América setentero. Y como toda historia tiene un comienzo, remontémonos a los instantes previos a la llegada de nuestro protagonista a la serie mensual.

El Capi, antes de Kirby

Por supuesto, nos referimos al Centinela de la Libertad de la década de los setenta. Jack Kirby fue una de las dos mentes pensantes (la otra fue Joe Simon) que dio vida a Steve Rogers en los lejanos años 40 del pasado siglo (una etapa de la que se habló de forma reciente en esta casa) y resultó un activo fundamental en su inclusión en la Era Marvel que arrasó los sesenta, junto a su entonces inseparable Stan Lee (este periodo será estudiado a su debido tiempo). Durante su asociación con el Capitán, Kirby aportó importantes señas de identidad para con el personaje, unas que se fueron refinando conforme su figura se fue asentando en el imaginario popular. La determinación de un joven incapacitado para ayudar a su país, el ambiente de la II Guerra Mundial, su escudo, el joven Bucky Barnes como sempiterno acompañante, y la pesada losa de su ausencia…. Todo ello confluía en la más importante característica para nuestro Kirby, el Capitán América era un símbolo frente a la tiranía y la opresión, representada en la reconocible cara de los nazis. Por tanto, ese traje, ese escudo, esa máscara era lo fundamental, aquello que le daba sentido, dejando en un segundo plano la personalidad civil que vestía las botas. Esto fue así durante largo tiempo hasta que la llegada de jóvenes autores, que buscaban nuevos ángulos para las historias, cambió de forma radical el panorama.

Imperio Secreto, la gran saga con el Capi en los 70

Steve Rogers había contado al procesador de textos con gente de la valía de Stan Lee, Jim Steranko o Gary Friedrich pero fue un jovenzuelo llamado Steve Englehart el que consiguió catapultar al personaje hacia nuevas cotas de popularidad. Englehart siempre bromea con el hecho de que la serie estaba al borde la cancelación cuando se la ofrecieron, un recién llegado allá por 1972. Su buen hacer propició que la colección pasase a estar entre las más vendidas de la editorial. El guionista comenzó de manera enérgica, cerrando un cabo suelto de la continuidad, al explicar al respetable lo que había ocurrido con el Capitán de los años 50 (recuerden, el anti-comunista). En esta breve saga ya se atisbaba el hecho de que el símbolo podía ser pervertido. Sin renunciar al carácter aventurero y de pura diversión de cualquier cómic Marvel, el bueno de Steve fue construyendo paso a paso el que iba a ser su gran regalo para el personaje, la llamada “Saga del Imperio Secreto”. No es el momento ni el lugar para entrar en detalles sobre la misma pero sí representa algo trascendental para comprender en qué lugar se encontraría Kirby al Centinela de la Libertad. El escritor juega a recrear, de una manera velada, el pulso político del momento, con el escándalo del Wartergate en todos los tabloides y medios de comunicación. A su conclusión, y eso es lo que realmente nos interesa, el statu quo de Steve Rogers va a cambiar para siempre. Debido a la corrupción de altos estamentos gubernamentales, decide abandonar el traje y el escudo; ahora será conocido como Nómada y se pondrá al servicio de los desfavorecidos, allí donde se le necesite. Por primera vez, desde que el personaje fue concebido, el símbolo perdía su valor en favor del hombre bajo la máscara, un Rogers que tenía una forma propia de pensar y que se sentía profundamente decepcionado con los políticos de su país.

La gran revelación de la saga

¿Qué opinaba Jack Kirby del nuevo estatus del Abanderado? Pues no hay declaraciones que aclaren su postura. El Rey siempre se ha mostrado respetuoso con los compañeros. En más de una ocasión se la ha preguntado respecto a su creación y él siempre salía con el diplomático “es un asunto que no me concierne”. Es decir, Jack conocía de sobra la industria; sabía que el fruto de su imaginación pertenecía a Marvel Comics para utilizarlo a su antojo. No cabía hacerse mala sangre, aunque todo aquello le horrorizase. Kirby concibió en su día al personaje como la más firme barrera ante el nazismo, sublimando el cómic patriótico, del que pasó a ser su mejor representante. Obviamente, verle arrojar al suelo su traje y su escudo no sería plato de buen gusto para el dibujante.

Tampoco hay que dramatizar, Jack Kirby se encontraba fuera de la influencia de Marvel desde 1970, con un puesto bien remunerado en DC Comics. El caso es que conforme discurría la década, la influencia de Jack fue decreciendo y comenzaron los primeros roces con Carmine Infantino, alto mandatario de la época y su principal valedor. A Kirby no le dejaron terminar de desarrollar sus ideas sobre el Cuarto Mundo, a la vez que la exigencia de los gerifaltes sobrepasaba lo estipulado. A la altura de 1974, con todavía contrato pendiente en DC, estaba decidido a retornar a Marvel Comics. Pero primero había que limar ciertas asperezas que su precipitada salida propició. Su primer contacto fue con Roy Thomas, sucesor en las tareas de Editor Jefe de su antiguo socio, Stan Lee. Thomas fue el encargado de apagar los fuegos entre ambos creadores, dando lugar a una reconciliación. Después, tanto Stan como Roy lucharon con los dueños de la compañía para que se produjese el ansiado retorno. Recordamos que fue debido a la entrada de Cadence Industries, como socios de Martin Goodman, la que obligó al personal a firmar nuevos contratos, circunstancia que aprovechó Kirby para salir de la editorial. Ahora, como dueños totales, no les sentaba del todo bien que aquel artista que había fichado por la Distinguida Competencia volviera a tener una segunda oportunidad.

Lápiz y tintas de Frank Robbins, sucesor de Buscema

Thomas y Lee hicieron un gran trabajo y convencieron a sus jefes a inicios de 1975. No solo eso, pusieron sobre la mesa una oferta inmejorable: una paga fija de 1.100 dólares semanales, más 85 dólares por página extra (tenía que entregar 13 páginas a la semana), además de seguro médico (que en este caso ya no tendría mucha importancia pues esto era solo para los establecidos en Nueva York y Kirby residía en California), el pago de una cantidad testimonial por reimpresiones y total garantía de libertad creativa. Fue esto último lo que emocionó sobremanera al Rey. No vamos a ser ingenuos, le iban a pagar mucho dinero, más incluso que en DC (al cambio actual, hablamos de nada más y nada menos que de unos 4.700 dólares a la semana, fijos), pero tras el varapalo que se estaba llevando en su actual compañía, a Jack se le abría el cielo al pensar en la tan ansiada libertad creativa. En la editorial de Batman y Superman se la prometieron…. y apenas disfrutó de ella. Para Infantino ese concepto significaba que el autor desarrollaba a su antojo la idea que la editorial le demandaba. Para Jack era otra cosa, vía libre a renovados planteamientos a explorar en nuevos proyectos; diferencia de pareceres que se tradujeron en malestar pues para Kirby no había nada de libertad creativa, sino que hablamos de pura imposición. En Marvel le ofrecieron el puesto de autor-editor, algo que ya disfrutaban varios habituales de la Casa de las Ideas, con total ausencia de cadenas y libre para aportar enfoques en las cabeceras seleccionadas. Todo esto sería negociado en 1975 aunque se sabía de buena fuente que el trabajo del Rey no podría salir a la luz hasta primeros de 1976, fecha de fin contractual con su anterior empleador. No hay que negar que, pese a las buenas condiciones laborales, Jack nunca sería tratado como otros profesionales que permanecieron fieles a Marvel. Su salida a DC Comics, años antes, le pasó una indeseada factura.

Nómada , un nuevo héroe. Cortesía de Frank Robbins

Durante los setenta, Steve Englehart y Sal Buscema estaban creando un clásico moderno en Captain America. Todo parecía funcionar a la perfección, ¿o no era tan idílica la situación? El empuje de la serie se debía al escritor, que había logrado conectar con el público de forma evidente, pero no hay que menospreciar el trabajo de su acompañante al dibujo, el gran Sal Buscema. El quehacer de Silvio durante este periodo es impecable, consignándose como un digno heredero de Kirby al transmitir innegable capacidad cinética en las incontables escenas de acción. No es algo exagerado el indicar que aportó una clara personalidad gráfica a la cabecera, que se sumaba a la innovadora forma de afrontar al personaje por parte del guionista. Su secreto se hallaba en una retroalimentación creativa; ambos han confesado que eran habituales largas conversaciones telefónicas para armar las tramas y que Sal, por tanto, era algo más que era un mero dibujante. Formaban un tándem creativo. Llegado un punto, la entente cordiale se rompió debido, precisamente, a la “Saga del Imperio Secreto”. Al pequeño de los Buscema le desagradó el nivel de “politización” que fue adoptando la trama y pensó que ya no tenía más que decir en el proyecto. No es que Steve le metiera un gol por la escuadra; Silvio estaba informado de todos los pasos, de hacia donde se dirigían. Solo que el dibujante, al verlo plasmado de forma evidente, no sintió que aquello fuese una historia que contar con el Capitán. Le pareció que los aspectos extracomiqueros ganaban en importancia con respecto a lo importante, la típica diversión aventurera del cómic Marvel. La continuación de ese nudo argumental, la “Saga del Nómada”, fue la gota que colmó el vaso. Al trasplantar al papel los guiones de Englehart, el artista no percibía una conexión, como sí había tenido en el pasado. No comprendía los motivos por los que el Capitán América había dejado atrás el traje y el escudo. Fue en ese momento cuando decidió abandonar. Captain America#181 (fecha de portada, enero de 1975; sabiendo cómo funcionaba el mercado, este número sería realizado en el último tercio de 1974) representa su despedida. Y el palo para Steve Englehart sería realmente duro. Perdía no solo a un magnífico dibujante; perdía a un estrecho colaborador.

La editorial no escatimó en esfuerzos para buscar un refuerzo a la altura y para ello se eligió nada menos que a Frank Robbins, leyenda del medio, autor del célebre Johnny Hazard y considerado por muchos como el maestro de la narrativa gráfica. Lo cierto es que su campo de juegos había sido el territorio de la strip; llevaba una temporada probando en el comic-book, por lo que en algunos aspectos se le podía considerar un neófito. A ese respecto, solo se puede decir que Frank se plegaba a los guiones de sus compañeros, tratando de comprender lo que ocurría en ellos y entregando aquello que se suponía que debía hacer, pues no es que fuera un entusiasta del género del superhéroe. Se percibía en el ambiente que aquello no era buena mezcla, con un Englehart alicaído por la pérdida de Buscema y un Robbins desubicado. Como ejemplo, su primer número, el #182. Los editores reciben las primeras muestras que debían acompañar las aventuras y desventuras de Nómada bajo su lápiz cuando se dan cuenta de un leve detalle. El personaje, que no es otro que Rogers, el primer supersoldado de la historia, aparece volando en algunas viñetas, ¡¡volando!! Obviamente, algo fallaba allí. Para no rehacer el trabajo, que los plazos de entrega eran muy justos, se le añadieron líneas cinéticas que indicaban potentes saltos de un lugar a otro. A Frank nadie le explicó quién era el Nómada. Se suponía que era un superhéroe y casi todos vuelan…. pues eso, lo dibujó volando. Hasta esos extremos llegaba la desconexión entre guionista y dibujante. Y esto no era lo más evidente, puesto que el bueno de Frank dibujaba poses extremas, movimientos casi imposibles, luchas vistas desde ángulos inverosímiles y un histrionismo en los rostros demasiado exagerado. Siempre se ha supuesto que Robbins se llenaba de estos tics porque no comprendía el mundo de los pijamas, cosa que es bastante cierta. Pero en aquellos días, sin salirse de Marvel Comics, estaba realizando un trabajo más que comedido en Invasores, junto a Roy Thomas, un guionista entusiasta de sus habilidades con el que se percibía una conexión. Y ahí puede que se encuentre el problema; Englehart no quería a Robbins (jamás lo nombra, en ninguna entrevista o introducción se le ha visto alguna referencia, cosa que con Sal es una constante) y éste no comprendía bien lo que trataba de comunicar Steve.

Pese a las evidentes desavenencias internas, el equipo se mantuvo unido durante el periodo inicial de 1975, con algún fill in a cargo de Herb Trimpe. Fue Frank Robbins el que dibujó gran parte de la “Saga del Nómada”, que a su final devolvió a Rogers su antiguo uniforme y supuso el regreso de Cráneo Rojo. Después de un buen puñado de números tocando temas apegados a la calle, con revueltas estudiantiles, cuestiones raciales o el reflejo político de un periodo concreto, traer de vuelta al enemigo por antonomasia del Abanderado era como una involución para lo que había realizado Englehart en la cabecera. Falta de ideas, hastío, cansancio…. el caso es que no llegó siquiera a terminar este ciclo. Captain America#186 es el último que se le acredita y solo en parte, ya que la lucha con el Cráneo tuvo que ser terminada por John Warner. Adiós abrupto a una era que será recordada por los aficionados por el resto de los días.

Probablemente, Steve Englehart ya supiera que sus días en la colección estaban contados y decidió abandonar, de manera repentina. Steve era así de temperamental. Como ejemplo, cabe recordar la llegada de Gerry Conway (con el que no se llevaba nada bien) a la silla de editor jefe en 1976, lo que le llevó a despedirse de Marvel, rumbo a DC, sin mediar explicación o palabra. Pero, volviendo al hilo de nuestra narración, a inicios de 1975 ya se sabía en el Bullpen que Jack Kirby regresaba a la editorial. Era conocido que iba a ostentar el puesto de autor-editor, y ya había hecho las primeras solicitudes al staff. Una de ellas fue rechazada de plano, pues el Rey aspiraba a contar en sus propios términos historias de guerra en Sgt. Fury and His Howling Commandos. Esta cabecera era una rara avis ya que había quedado como lugar de reimpresión para viejas tramas y todavía vendía, por lo que los mandamases no quisieron tocarla. Las otras peticiones fueron aceptadas e iban a ser de lo más variado: una adaptación vía cómic del 2001 de Staley Kubrick, un tema personal como serían los futuros Eternos y una vuelta a terreno clásico con el Capitán América. Es este último el que nos interesa. Jack quería volver con Steve Rogers a la II Guerra Mundial. Fácil y simple. Ese era su primer esbozo para la próxima serie. Alejar al Capi de todo ese ruido actual y ponerlo a batallar donde más éxito tenía, contra los nazis. La respuesta de la editorial se tradujo en un rotundo no. Ya había una colección retro en el mercado, con héroes haciendo frente a las fuerzas del Eje, la ya citada Invasores, con protagonismo del Centinela de la Libertad. Así que las órdenes eran claras, sí al Capi, pero siguiendo la estela de la que se estaba haciendo en el presente.

Los últimos pasos de Robbins en la serie

¿Y que nos queda tras la huida de Englehart y previa llegada de Kirby? Pues tramas repletas de acción, con enemigos de corte pulp o directamente de serie B (el Zancudo, por citar el más conocido), algún antagonista clásico del Capi (el ya mentado Cráneo Rojo o Fausto), y poco más. Perpetrados por guionistas como John Warner, Tony Isabella o Marv Wolfman, y dibujados por Robbins, claramente, estos números que van de Captain America#187 al #192, forman parte de una etapa interina. Todos los implicados eran conscientes de su carácter transitorio, por lo que son historias autoconclusivas, sin apenas trascendencia, y carentes de cualquier implicación con el baño de realidad que había dejado poco tiempo antes la etapa Englehart-Buscema. Tocaba reconvertir la cabecera y estos ejemplares nos ponen en la senda de un nuevo comienzo, no muy alejado del tono que el próximo autor llevaba en mente.

Jack Kirby debuta en el #193, que en fecha de portada corresponde a enero de 1976. Kirby se reencuentra con una de sus más apreciadas creaciones, lo que en términos históricos se consideró todo un acontecimiento. La vuelta del Rey fue celebrada por el aficionado Marvel, a muchos niveles. Además, 1976 era el año del Bicentenario de los EEUU, por lo que se abría un camino con mucha expectación en torno a todo aquello que concernía al Capi, ya que muchos seguían considerándolo el epítome del patriotismo. Y Jack Kirby sería un actor fundamental en todo este drama.

La Bomba Loca. De política y pulp

Kirby concibe su primera renovada aproximación al Abanderado como una ambiciosa saga donde iba a recuperar una forma de proceder de sus tiempos en la Golden Age. Lo que venía a ser la conjunción de unos determinados elementos que lo apegaban a la realidad (por ejemplo, el teatro de guerra que se suponía como principal trasfondo en las aventuras del Capitán América de los 40) y un abundante aporte de una imaginación desbordante, que vendría a ser todo el componente pulp que le añadía a su producción. Una especie de mezcla entre fantasía y realidad con el añadido de la acción. Acción que sabía transmitir con una energía arrebatadora. Este modus operandi se repite en esta etapa por lo que vamos a tratar de analizar los aspectos que podríamos definir como “reales” pues las ideas geniales, a veces hasta locas, están para uso y disfrute del lector, sin necesidad de racionalizarlas. Por otro lado, intentaremos romper esa percepción extendida que busca describir este periodo como algo intrascendente, lo que es del todo incierto. Jack le añadió bastantes ideas políticas como subtexto a la cabecera, ya que se había probado de forma previa que daban resultado en el entorno del bueno de Steve Rogers. Solo que el Rey no se ciñó al plan establecido y lo hizo a su manera. Porque era algo conocido que cuando quería, sabía introducir sus propias inquietudes, ya no solo respecto a temas mitológicos o cercanos a la ciencia ficción, sino también sociales (solo hay que mirar colecciones tan recientes en el tiempo como Kamandi u OMAC).

Para empezar, hay que recordar que nuestro artista era alguien poco dado a seguir pasos ajenos. De todo lo que hizo como autor completo en Marvel, solo Captain America mantiene elementos reconocibles (la mayoría fueron conceptos nuevos y Pantera Negra está desconocido en relación a la etapa McGregor). Aun así, esto debe cogerse con pinzas. El Capitán, ni tampoco nadie de su entorno, hacen referencia a su crisis de fe anterior; para Kirby, ese episodio no cuenta, o nunca ocurrió, lo que sea del agrado del espectador. Eso sí, mantiene la dinámica de compañeros entre Rogers y Sam Wilson, más conocido como el Halcón. También continúan como secundarias las parejas de ambos, Sharon Carter, agente de SHIELD, y Leila Taylor. La primera llevaba una temporada en un tira y afloja amoroso sin fin con Steve; básicamente, reducida a interés romántico, pese a ser claramente una mujer de acción (y Jack mantuvo esa tesitura; incluso, llegó a mandarla a misiones en solitario). Leila, que había encarnado una suerte de lucha del afroamericano durante la etapa Englehart-Buscema, aquí aparece desdibujada, ciñéndose al rol de enamorada de Sam, sin aportar nada más; sin duda, el secundario heredado más flojo en manos de Kirby. Ala Roja, el simpar sidekick animal del Halcón, fue algo deliberadamente borrado de las historias, por lo que no todo apuntaba a una continuación natural del periplo previo. Había peajes que pagar. De todas formas, el autor no esconde sus preferencias y esas pasan por sus dos protagonistas masculinos, sin contar a los suculentos nuevos personajes que estaban por llegar.

El Capi y el Halcón afectados por la Bomba Loca

La etapa comienza en Captain America#193 (fecha de portada, enero de 1976). Una imponente portada, un poco excesiva en cuanto perspectiva, hecha a medias entre Kirby y Romita Sr. (este último autor del entintado; al ser el director artístico trastocó aspectos como el rostro del Capitán), nos anuncia el cambio de rumbo. Resulta que la composición estaba pensada para ser una portada en tres dimensiones, de ahí la arriesgada perspectiva, pero al final no cuajó y se publicó con el sencillo 2-D, aunque su efecto ha terminado por ser igualmente icónico. Como hemos dejado apuntado líneas arriba, no hay mucho que conecte con lo anterior, si acaso un párrafo donde se recuerda el juicio al Halcón. La primera splash page nos anuncia la llegada del Bicentenario y la conspiración de la Bomba Loca. Tras esto, los tres actores principales de la función, a saber, el Capi, Sam y Leila, aparecen de forma recreativa y hogareña ante nuestras retinas. Rogers y Wilson, haciendo gala de un alto nivel de testosterona, marcándose un pulso, y la mujer, preparándoles el té. Todo muy idílico. De repente, comienzan a mostrar un comportamiento desquiciado y agresivo, unos con otros. Tras volver en sí, se dan cuenta de que la ciudad entera ha perdido la cabeza, lanzándose a una batalla campal de insospechadas dimensiones. El responsable de tamaña afrenta es un pequeño artilugio llamado, obviamente, la Bomba Loca. Un agente gubernamental les explica cuál es su composición, esencialmente integrada por un simulacro de cerebro humano que emana ondas diabólicas. Este primer acercamiento es a una de pequeño tamaño, pero el gobierno sabe que se está trabajando en algo a mayor escala, conocida con el nombre en clave “Grandullona” (traducción libre de Big Daddy, tal y como se denomina en su idioma original), con gran poder destructivo. Ahí tienen el componente pulp clásico en las historias de Jack Kirby. Lo interesante es que nos presenta al máximo responsable de la operación, alguien a quien los héroes seguirán a pies juntillas, nada más y nada menos que Henry Kissinger.

Steve Englehart, en su “Saga del Imperio Secreto”, había señalado el suicidio de un alto mandatario del gobierno en su tentativa de alta traición. Sin hacer público su rostro, muchos identificaron esa figura como un trasunto de Richard Nixon, el presidente que casi tuvo que someterse a un proceso de Impeachment (o lo que es lo mismo, la destitución forzada). Aquí Kirby, sin pudor alguno, nos saca a colación la figura de Henny Kissinger. Obviamente, hablamos de una persona real muy importante en el panorama político estadounidense. Una que tuvo que labrarse su futuro no sin problemas ni obstáculos pues no era originario del país. Henry nace en Alemania en 1922, pero su filiación judía hace que su familia abandone Europa, rumbo a la tierra prometida. Se nacionaliza en 1943 y partir de ahí, una fulgurante carrera universitaria en Ciencias Políticas que atrae la atención de ciertos sectores del Partido Republicano. Su primer puesto de responsabilidad se lo otorga el mismo Nixon, al hacerle asesor del gobierno en asuntos internacionales en 1968. Su buen hacer le llevó a ascender a Secretario de Estado en 1973. A la salida de Richard y la llegada de Ford, en 1974, es ratificado en su puesto, prueba de su valía.

Así, el Rey, sabedor de la jugada de su antecesor, al presentar el aspecto oscuro de la política, trata de contrarrestar el efecto trayendo a colación a alguien muy apreciado por el ciudadano medio. Sin dejar de ser un valor del ala conservadora, Kissinger se hizo popular por propugnar una política de distensión en los principales focos calientes del planeta. Fue el encargado de poner punto y final a la dolorosa Guerra del Vietnam, y se posicionó como mediador en el conflicto entre Israel y sus vecinos árabes. El conjunto de sus actuaciones le procuró el Premio Nobel de la Paz en el año 1973. Y decididamente, pasó a ser uno de las personalidades públicas más respetadas y apreciadas, cuyo influjo, a través de su labor como consejero, perduró más allá de su mandato. Después de todo el affaire con el Imperio Secreto, si alguien tenía dudas de que el Capitán estaba en el lado correcto, con la entrada en escena de Kissinger, toda esa sombra desaparece. Ya no es necesaria su aparición, fuera de ese #193, pues sabemos que Rogers y Wilson se mueven por el buen interés de la nación. El enemigo no está dentro, sino claramente fuera de las instituciones y es necesario localizarlo.

Curiosamente, y haciendo un pequeño paréntesis, no fue la única vez que Kissinger aparece en un cómic Marvel en 1976. No, todavía tendríamos representación de su señorial figura en una colección secundaria, Super-Villain Team-Up. Esta serie consistía, de forma primigenia, en la unión de Namor y el Doctor Muerte para acometer sus tropelías. ¿Y qué pinta un Secretario de Estado norteamericano en ella? Pues hay que preguntárselo a Steve Englehart. Y aquí radica el quid de la cuestión, pues no parece casual que el guionista lo saque a colación justo en ese momento. El tema es que la actuación de Henry es mucho más retorcida en esta ocasión. Los 4 Fantásticos viajan a Latveria, tratando de actuar como contrapunto a la amenaza conjunta del atlante y el taimado Doctor. Justo cuando todo parece desembocar hacia un correcto fin, hace acto de aparición el secretario para detener a los héroes. EEUU y Latveria han firmado un tratado de no agresión, por lo que la figura de Doom pasa a ser inviolable (Super-Villain Team-Up #6, junio de 1976, fecha de portada). Es decir, la diplomacia juega su propio juego sin importar lo que representa el “bien” o el “mal”. Juzguen ustedes que trataba de contrarrestar el bueno de Englehart con esta historia. Incluso, se permite un diálogo totalmente clarificador en el #7, que puesto en boca de Henny reza así: “esos superhéroes han gozado de una excesiva libertad, Dr. Muerte. ¡Es hora de enseñarles que, pese a sus grandes poderes ellos también están sujetos a las políticas de su gobierno!”. Pero claro, hablamos de Steve Englehart, el tipo que había colado una “Historia Oculta de América” en las páginas del Dr. Extraño; el hijo de los setenta, descreído y dispuesto a poner en solfa todo lo establecido. Una diferencia abismal con el Kirby idealista forjado en los años treinta. De todas formas, lo dejamos en una simple curiosidad puesto que no es el inicio de una guerra entre estos dos creadores. Nunca se ha apreciado, a simple vista, una animadversión personal entre ambos e incluso estuvieron a punto de trabajar juntos en una adaptación de la serie televisiva The Prisioner, que ha quedado perdida en el limbo. Retornemos a nuestro hilo principal y ese pasa por conocer los entresijos del enemigo en este drama.

¿Y quién es el villano de la función? Pues de nuevo nuestro autor juega con un cierto trasfondo político que pasamos a relatar. Paralelo a los movimientos de los héroes, conocemos a un grupo conformado por ideas, como mínimo polémicas, pero esencialmente arcaicas y fuera de época. A la cabeza de todos ellos se sitúa Taurey, alguien que proviene de una antigua aristocracia de rancio abolengo y aspira a recuperar ciertos valores del pasado. Se propone crear el caos en pleno Bicentenario, para así terminar con la democracia e instaurar un gobierno de los poderosos. Como se puede observar, acciones un poco pasadas de rosca. Además, el Rey eleva las apuestas al hacerlo un punto más personal y crea lazos de enemistad entre Taurey y Rogers; William Taurey, antepasado de nuestro malvado villano, era un colaboracionista que buscaba advertir a los británicos de las intenciones de los rebeldes. El Capitán Steven Rogers (no el actual, el del S.XVIII) puso fin a su vida y fue un importante activo en la Revolución. Kirby trataba de hilar una conexión del Capitán América con los primigenios colonos americanos, que apenas ha sido retomada por otros autores. Solo Roger Stern y Ron Frenz se acordaron de este detalle y le dedicaron una historia en Captain America: Sentinel of Liberty#6-7, casi viente años después de que Kirby tratara de recrear esa filiación.En el tebeo nos sirve para un momento de diálogo entre Steve y Sam, con contraposición de visiones entre ambos, pues Wilson recuerda que eran tiempos de esclavitud para los de su raza, mientras Rogers rememora con orgullo a su antepasado. El caso es que nuestros superhéroes tratan de prepararse para los efectos de la Bomba Loca y pronto se sumergirán en insospechadas aventuras, muy alejadas del contexto político. Ya saben, la parte Kirby de la acción.

Orwell y el Gran Hermano, influencia latente en la saga

Que Sam y Steve se alejen de la cuestión ideológica no quiere decir que nosotros hagamos lo mismo. Ha llegado el momento en que comprendamos un poco mejor la posición de los antagonistas. De nuevo, permitan la comparativa con Imperio Secreto. El enemigo dentro, el sistema corrupto, los símbolos pierden sus valores…. La Saga de la Bomba Loca, en cambio, nos presenta al rival fuera de las instituciones, ni siquiera imbricados en la sociedad civil. Han creado un mundo paralelo donde ponen en práctica sus desquiciadas ideas; una suerte de espacio orwelliano, Gran Hermano incluido, (referencia no velada pues el autor nombra de forma clara y directa a 1984, la célebre novela) donde la Nueva Sociedad está formada por la Élite opresora y el infame populacho. La imaginería de Taurey está estructurada en torno a un look colonial de manera intencionada. Repasando la historia del conservadurismo norteamericano, no existe un partido que propugne el unionismo con la corona británica, ni siquiera en tiempos de la Revolución. Por lo que, sin duda, llegar a insinuar tal detalle es algo excesivo, incluso para nuestro autor. Veamos en que rudimentos se puede basar el Rey para sustentar tales afirmaciones.

Los años setenta son una época de arraigo conservador en el país. Los Republicanos pasan a ser la fuerza hegemónica y no solo eso, comienza a configurarse la llamada Nueva Derecha, mucho más radical en sus planteamientos. Podríamos decir que es el ala más dura del republicanismo. Reacción obvia a la crisis de los valores sociales que se da en los sesenta y en abierta oposición a los movimientos feministas y en pro de los derechos civiles de la población afroamericana. Para Kirby, esa clara deriva hacia el conservadurismo, no era plato de buen gusto, no en vano su entorno cercano siempre lo han descrito como un liberal fiel al Partido Demócrata. Y justo por aquellas fechas es pública su animadversión por un político como Richard Nixon. Incluso, Mark Evanier, uno de sus asistentes de aquellos días, nos deja bien claro que puso mucho de ese rechazo por Nixon en la creación de Darkseid, el malvado villano de su Cuarto Mundo. Ahí es nada. Pero ese posicionamiento sigue sin conectar con un malvado de cómic que apela a valores anteriores a la Revolución. Lo cierto es que las colonias americanas eran uno de los territorios más prósperos del S.XVIII por una razón: el gobierno británico dejó un amplio margen de libertad a los habitantes del lugar. Eso hizo que muchos fantaseasen con la posibilidad de alcanzar su propio estatus, lo que dio pie a un movimiento revolucionario. En las entonces colonias se había articulado una élite que vivía de forma plácida bajo el dominio británico. Hablamos de ricos comerciantes, que se beneficiaban de la pertenencia al Imperio, de acaudalados funcionarios y de los escasos titulares de patrocinio. Todos estos elementos vieron peligrar su statu quo cuando saltó la rebelión, permaneciendo fieles a la corona. Cuando el resultado fue negativo para sus intereses, algunos emigraron al Canadá pero la mayoría prefirió acatar las nuevas reglas, jurando los nuevos principios republicanos. Lo que sí es un dato destacable es que con la salida de gran parte de esos efectivos, la nueva República impidió la consolidación de una clase alta dominante, de una élite que pudiera regir las decisiones desde el mismo nacimiento de la joven nación. Los legitimistas quedaron sometidos a la nueva Constitución e incluso, pese a ser descendientes de antiguos próceres, declinaron entrar en política, manteniendo en el ámbito privado aquello de la tradición y la liturgia histórica, dejando claro que la lealtad a la corona británica era el hecho del pasado, por no generar error. Y aquí viene el dato fundamental que nos permite hilar la argumentación… hay una tendencia en los conservadores modernos a identificarse con aquellos patriotas de 1770, gustan de vestirse en trajes de época colonial e incluso bautizan sus movimientos en honor a hechos históricos como el célebre Tea Party. Lo que nos lleva al villano de la función, William Taurey, aquel que quiere construir una nueva América, deshaciendo lo que los rebeldes de 1776 lograron con gran esfuerzo.

Taurey y los conservadores

El subtexto puede ser del todo revolucionario ¿nos está diciendo Jack Kirby que, en el año del Bicentenario, el principal problema para EEUU son los elementos conservadores que todavía perviven en el país? Desde luego, nunca podía haberlo dicho abiertamente y por supuesto, no habla del Partido Republicano, en bloque, puesto que Jack era un ferviente defensor del sistema bipartidista. Su punto de mira estaba puesto en ese sector que pretendía preservar y aumentar las diferencias sociales entre ciudadanos americanos. Esa idea no era tan nueva, solo hace falta recordar OMAC y su sociedad de “Súper-Ricos”, tebeos en los que reflejaba su preocupación por un capitalismo exacerbado. Pero además, es que el Rey siempre ha sido un apasionado adalid de la diversidad, una de las mejores características de su país, según sus propias palabras; localizar elementos contrarios a la integración de las minorías era algo muy molesto para Kirby. Por ello, siguiendo sus palabras, razonamientos y creencias, nos estaba poniendo en la tesitura de que América no estaba para nada podrida, solo que había que hacer el esfuerzo de contener a ciertos puntos negros que a la larga podían desestabilizar el sistema. Es decir, un William Taurey y acólitos, gente con importantes recursos, reconvertidos en una sociedad secreta.

Este es el fondo de la cuestión pero tratándose de Jack Kirby, no todo es tan orgánico como parece. El talento para la inventiva de nuestro protagonista era innegable, pero ciertamente, respecto al oficio de guionista, no siempre logró acertar con el ritmo narrativo. Aquí hablamos de nada más y nada menos que de una saga de ocho números, que desemboca en un final muy especial, aprovechando el #200 de la colección. Como ya hemos descrito, el Capitán y el Halcón deben localizar unos artefactos que pueden volar por los aires el clima de tranquilidad que respira la sociedad estadounidense. Hay que prevenir el caos. Sus primeros movimientos serán en busca de los responsables tras la Bomba Loca, dándose de bruces con la sociedad secreta de corte orwelliano que hemos avanzado. Aquí nos encontramos con aspectos tan truculentos como que se hacen valer de la ciencia para obtener sujetos dispuestos para sus fines. Algo del todo aterrador y que le gustaba remarcar a Jack Kirby, el abuso por parte de los poderosos. Nos olvidamos de los artefactos y nos sumergimos en un derbi futurista donde se juntan monopatines, armaduras y muerte…. Y Steve en busca de su escudo, pero básicamente con un objetivo, el de desarticular la estructura de tan estrafalario lugar. Tres episodios frenéticos, sin espacio para respirar o tomar aliento (ecos de la película Rollerball, estrenada en 1975 con gran éxito comercial, se advierten en el horizonte). Ahora bien, ni corto ni perezoso, Kirby demuestra no tener miedo a nada y tras esto se monta un capítulo de corte romántico; repetimos, una historia de romance, como en los tiempos en que llevó a lo más alto el género junto a Joe Simon. ¡¡¡Espectacular!!! “La Historia de amor del Capitán América” está avanzada desde su misma portada, por lo que el lector va avisado de antemano. Esta historia no está por un capricho loco del autor, al contrario, es muy importante para la trama. Resulta que Taurey tiene a un inventor desarrollando las bombas, el reputado profesor Harding. Para controlarle, detenta bajo su custodia a la hija del susodicho; Rogers tratará de traerla a su terreno para ir acercándose al verdadero enemigo de la función. Todo desemboca en un enérgico #200, en el que el asalto final a las instalaciones de la Élite sugiere el éxito final de la misión. América puede respirar libre en el año de su Bicentenario.

El amor también es parte de la acción

El lector ya ha podido consignar que no hay un único hilo conductor para toda esta trama. Empezamos con las Bombas Locas y las dejamos de lado hasta su práctico final. Interludios con el malvado Taurey, haciendo gala de su ideología, y entremedias, acción futurista, romance y narrativa superheroica. La cuestión es que funciona. Jack Kirby consigue que nos sumemos a un viaje sin control, bajo sus propias reglas, gracias, sobre todo, a su descomunal capacidad gráfica. Quizás, su punto más débil sea el aspecto de los diálogos entre los personajes. Jack siempre clamaba a los cuatro vientos que era capaz de ser tan buen dialoguista como Stan Lee, pero no, no es el caso. Quitando ese detalle, el claro acartonamiento de muchos de ellos, llegando a ser desfasados para el lector actual en algunas ocasiones, la historia se podría leer de una manera tácita sin necesidad de palabras. La narrativa gráfica del Rey es sencilla, distribuida en paneles, y con un propósito lineal. En principio, no requiere un gran esfuerzo. Entintado de manera brillante por Frank Giacoia, amigo personal desde los años 40, conocedor a su vez de los lápices del Rey, por haber sido colaboradores en el pasado, otorga un acabado a la altura de lo esperado. Es un equipo estable que permite dar empaque a esta primera saga (y de paso, a la mayor parte de periplo), ya que exceptuando un número, donde es sustituido por Bruce Berry, y la pléyade de coloristas implicados (Janice Cohen, Phil Rache, Don Warfield y otros), el tándem Kirby-Giacoia es sinónimo de la Bomba Loca.

En un panorama donde el cómic en USA comenzaba a ser más reflexivo, en muchos casos, más pausado, Kirby recupera el concepto de acción cinética al máximo nivel. Esta puede ser la definición genérica de la etapa en ciernes. Nadie como el artista para trasladar movimientos arriesgados, que casi puedes sentir que traspasan la viñeta, y un nivel de épica que se sale de los medidores. Desde el minuto uno hasta llegar a las impresionantes páginas del Derbi Mortal, donde se da un verdadero festival narrativo con respecto al desarrollo de acontecimientos, añadiendo alguna que otra ilustración a página completa que quitan el hipo. Estamos hablando del dibujante que se ha liberado de corsés a los que se había habituado durante su etapa previa en Marvel, fuera de la contención de la que hacía gala en los años sesenta. Un Kirby que deliberadamente rompía las reglas establecidas en aras de un propósito mayor, otorgar al espectador el mayor impacto posible en sus retinas.

Pero no todo es tensión y movimiento. Es innegable que se aprecia de forma natural escenas terriblemente cinéticas con otras más pausadas. Basta citar el episodio romántico del Capi para observar ese desarrollo típico del romance de los cincuenta con una acción más propia de los setenta, como se puede apreciar en la llegada a caballo de Steve Rogers a la playa donde se localiza su enamorada; la visión a lo lejos de la muchacha, el cómo se acerca a lomos del caballo sobre la orilla, la unión de las dos manos, repleta de una fuerza y una energía…. Era difícil que Jack no sacase a relucir sus capacidades en cualquier momento. Tampoco es nada baladí el dominio maestro que hace de la perspectiva y la atención al detalle, durante toda la saga (añadiríamos, durante toda su carrera). Kirby se esfuerza en incluir montones de detalles en cada viñeta, ya sean de exterior o de interior, otorgando un innegable valor a cada una de ellas. Y ya para finalizar, narrativamente se muestra en plena forma. Permitan un ejemplo concreto, en el #200, para ser exactos, con el Halcón dispuesto a detener a la Grandullona. La sucesión cinemática de los acontecimientos en nueve paneles es simplemente perfecta.

Básicamente, aquí tenemos la Saga de la Bomba Loca. Jack Kirby tuvo la intención de alejarse de la tumultuosa realidad del tiempo presente y trató de ubicar las aventuras del Capi en los años de la guerra. Cuando eso no fue posible, introdujo su versión del Abanderado, obviando lo anterior (Englehart-Buscema) sin hacer ascos a aspectos ideológicos, pero dejando claro y meridiano que el Capitán América es (y siempre será) el héroe de la función. No se puede negar la validez en cuanto a subtexto de este ciclo; tampoco su calidad intrínseca como cómic de divertimento y evasión. Por esto y por ser la reunión de uno de sus creadores originales con el icono de la cultura popular que a esas alturas era ya el Centinela de la Libertad, este redactor considera como motivos de peso su inclusión en eso, que de forma nada pomposa, ha venido en denominar Grandes Obras Marvel. Lástima que con el paso de los números la etapa se fuese desinflando poco a poco, aunque todavía tenía cosas que ofrecer.

El Bicentenario. La madre de todas las batallas

Captain America#200 suponía la conmemoración oficial del 200 cumpleaños de la joven nación. A muchos les llamó la atención que fuera un número sencillo, de apenas veinte páginas, que además servía de conclusión a una trama mayor. La razón para esto es que Marvel y Jack Kirby tenían un as en la manga, pues ya estaba planeado un número gigante de 80 páginas, un Marvel Treasury Special, denominado Bicentennial Battles (las Batallas del Bicentenario, en nuestro idioma). Un viaje muy especial en el que se iba a embarcar Steve Rogers para glorificar una efeméride tan importante. De nuevo resaltar la falta de contexto para tamaña historia ya que nuestro héroe aparece in media res, sin saber el cómo y el por qué, en los dominios de Míster Buda. Este personaje será el artífice del viaje por el espacio-tiempo para el bueno del Capitán. Una extraña adición al catálogo marvelita pues para viajes en el tiempo la lógica nos hubiera llevado a la típica máquina del tiempo del Dr. Doom. Se define a sí mismo como maestro en el arte de la hechicería, proveniente de una tierra alternativa, y experto en el noble arte del transyoga. Los años setenta fueron unos días de franca expansión para todo tipo de cuestiones orientales, ya fueran artes marciales o filosofías originarias del lejano oriente. Esa imaginería y su nombre prueban que el Rey quería conectar del alguna forma con esas tradiciones. De nuevo, chocamos con las reticencias de Jack Kirby para utilizar otros elementos del Universo Marvel, dado que si se buscaba un hechicero que mejor que apelar a Extraño o alguno de sus secundarios. Pero no, Kirby decidió inventar un nuevo caracter, que apenas tuvo éxito, tras la salida del autor de la editorial.

En el año 1982, Mr. Buda volvió a asomarse a las páginas de una revista en la Casa de las Ideas. J.M. DeMatteis es el encargado, junto al dibujante Ron Wilson, del sexto anual de la colección del Capitán América. En un episodio realmente nostálgico, Buda será el vehículo que nos ponga en marcha una aventura presta para la redención de un ya acabado Jeffrey Mace, que en su momento vistió las ropas tanto del Patriota como las del Capitán; un Mace enfermo de cáncer, acompañado de un Rogers testigo de las complicadas vicisitudes de sus continuadores. Un especial que servía para unir diversas piezas compuestas a lo largo del tiempo, y entre homenajes a Kirby, se recurrió a la figura del maestro del transyoga. Parecía que ningún guionista estaba interesado en sus quehaceres y nadie se acordó de él hasta 1987. En un entorno alejado del Abanderado, descubrimos que este extraño ser es nada más y nada menos que un Primigenio del universo. La cortesía de tan sana revelación se la debemos a…. Steve Englehart. En Silver Surfer vol.3#4, Estela Plateada y Mantis se ven envueltos en una trama que incluye a todos los Primigenios del Universo, incluyendo a Buda, a partir de ahora conocido como el Contemplador. Descubrimos su nombre real, Takh Ki, y su función en el gran designio del cosmos: desarrollar los poderes de la mente y el espíritu para estar en consonancia con el universo. Pronto sabremos que ese Contemplador había sido suplantado por un skrull, pero eso no es lo importante. Nos hallamos ante un personaje con un rico trasfondo cósmico, un detalle que habría encantado a su creador original. Como hemos dicho líneas arriba, no es que haya sido utilizado de forma recurrente; es más, sus apariciones se cuentan con los dedos de la mano. Pero bueno, consignar que tuvo un papel secundario en la reciente vuelta de los Guardianes de la Galaxia, escritos a partir de entonces por Brian Michael Bendis, en Avengers Assemble, o que fue el instigador de la unión de los Deadpool Corps de ROB! Rob Liefeld.

Retornamos al especial, pues queda meridianamente claro que Míster Buda es un deus ex machina para los viajes en el tiempo que estaban por venir. “Mi destino es servir a mi país” espeta Steve Rogers al hechicero, mientras éste le replica “sirves al pueblo. Míralos, con sus vicios y su virtudes”. Y así, da comienzo la empresa. Tras unas cuantas páginas que dejan atónito al más pintado, vayámonos de ruta. Primera parada, como no podía ser de otra forma, vuelta a la II Guerra Mundial. Hitler, nazis, Bucky… todo aquello que Kirby deseaba en sus intenciones iniciales lo tenemos en este primer viaje en el tiempo. A partir de ese instante, Rogers es consciente de que va ir de salto temporal a salto temporal. No tenemos la intención de relatarlos todos al milímetro, pues son muchos y variados. Sí vamos a resaltar que conjuga grandes momentos “históricos” con pequeñas situaciones cotidianas. Entre los primeros, citar el encuentro con Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de la patria, el conflicto con las poblaciones indias originarias de la región, con Gerónimo como cabeza de cartel, un combate aéreo en la mismísima I Guerra Mundial, vivir de primera mano el drama de la esclavitud, el incendio de Chicago de 1871 o la primera detonación de la bomba atómica. En cuanto a aspectos más mundanos, tenemos una escena que involucra a gánsteres y a un repartidor de periódicos a inicios del S.XX (lo que podía ser un relato autobiográfico del propio Kirby), un rescate de mineros atrapados en pleno derrumbe, un combate de boxeo con John L. Sullivan, el último de los campeones en pesos pesados a manos desnudas, una simple exploración marina, deleitarnos con música folk o vivir en sus propias carnes lo que significa ser una estrella de cine (una escena en la que bien pudo inspirarse Joe Johnston para su recreación en “Capitán América. El Primer Vengador”). Jack también nos introduce una pequeña parte futurística, como no, con el Abanderado en la Luna, siendo testigo de cruentos enfrentamientos entre enemigos no identificados.

Todo un repertorio que luce con la espectacularidad tan reconocible de los lápices del Rey. En este caso, no se acompaña en el entintado de su hasta ahora colaborador, Frank Giacoia. Sería Herb Trimpe el principal responsable de tales tareas, aunque tuvo una ayuda de Barry Windsor Smith y de John Romita Sr. Los plazos de entrega tienen estas cosas. Las once páginas iniciales son obra de BWS, que otorgan una personalidad muy particular a los lápices de Jack; se puede decir que casi son otros, bajo sus tintas. Por lo demás, no se puede negar que se puso mucho mimo en el apartado gráfico de este especial. No es exagerado decir que es lo mejor que dibujó Kirby en su última estancia en Marvel. Unas planchas realmente cuidadas, que te llevan de forma frenética en cada giro temporal que tiene que asumir el capi. Solo por esto, ya es del todo recomendable. Sí, porque el mensaje que subyace en todo en el entramado es simplista a más no poder.

Ochenta páginas de idas y venidas, por aquí y por allá, unos cuantos pin ups de cómo sería el Capitán América en la época colonial, en el salvaje oeste o en el espacio, y la conclusión es que nos quedamos como estamos. EEUU es un gran país por su gente, no por los gobiernos; es la tierra de las oportunidades que luce como siempre, brillante y luminosa en su doscientos aniversario. Ningún espíritu de autocrítica, nada siquiera parecido a lo que había querido representar Steve Englehart algunos años antes. Cierto es que no hay que culpar a Kirby de ese exacerbado sentimiento patriótico. El Bicentenario fue algo histórico. Tanto que comenzó a celebrarse un año antes de la fecha. El pistoletazo de salida de las celebraciones se fecha en abril de 1975, con la inauguración del Tren de la Libertad Americana. A partir de ahí, fuegos artificiales, desfiles, fiestas, el presidente Ford presidiendo números actos aclamatorios…. Lo cierto es que, tras unos años oscuros, con la Guerra del Vietman y el escándalo del Watergate como hitos negativos, todo buen estadounidense de a pie se sentía llevado por un sentimiento patriótico. Lo que no quiere decir que dejase de ser algo legítimo, pero tampoco llevaba aparejado el no conservar una mínima capacidad crítica ante determinados hechos. Recordamos que en plena celebración (que ya hemos dicho que comenzaron en 1975), Steve Englehart había montado la trama del Nómada, con Rogers abandonado el traje y el escudo. El propio Kirby se atrevió a organizar su extravagante aventura de la Bomba Loca presentando a un enemigo que bien podía ser real, Taurey y sus seguidores conservadores. Hacer un episodio conmemorativo cuyo mejor resumen es la imagen final, donde el capi y el Tío Sam (representación alegórica de la nación) se dan la mano y se felicitan por lo magníficos que son, era una suerte de tomadura de pelo para los ciudadanos concienciados con los problemas que todavía quedaban por superar. Dentro del tono simplista de la narración, también hay que apuntar que el especial tuvo su impacto en los lectores. Ya hemos mentado a DeMatteis y su Annual#6; este autor es un fan declarado de esta historia y siguió a pies juntillas su estructura. El mismo Ed Brubaker admitió haberse inspirado en Bicentennial Battles para la vuelta del Capitán tras su muerte, el famoso Reborn. La sensación de un Steve desorientado, sin saber que parte era fantasía o verdad, o sus continuos saltos temporales son influencia directa de Kirby.

Todo lo interesante que se podía rescatar en la “Saga de la Bomba Loca” queda eclipsado por la publicación de “Las Batallas del Bicentenario”. Críticas directas al carácter conservador del artista comienzan a aflorar. Ya hemos dicho por activa y por pasiva que Kirby no era afín al ala conservadora. Su principal falla, quizás, sea el ser idealista en extremo y presentar un mensaje demasiado simplista. Jack decidió obviar cualquier ruido al respecto y tomó una decisión lógica: adiós a cualquier elemento ideológico o de carácter político; a partir de ahora, ciñámonos a la aventura, pura y dura, tratando de recuperar el cómo se hacían las aventuras del Capitán en los cuarenta. Es decir, tramas sencillas, directas, mezclando diferentes tradiciones.

El cambio de rumbo se materializa en Captain America#201. Un ciclo que comprende también el #202 y el #203 donde conocemos a unos extraños seres, miembros del Pueblo Nocturno, y de paso viajaremos a la Dimensión Oscura para ser testigos de su lucha contra monstruos rocosos. Resulta curioso, muy curioso, la introducción de un secundario como Jack Muldoon, el típico elemento tejano ataviado con su sombrero de cowboy, su pistola y su reluciente lazo. Es la imagen del hombre común, aquel que se encuentra ante prodigios y hace todo lo que puede por ayudar. Este Texas Jack acompañará a Rogers y al Halcón en su viaje interdimensional. A renglón seguido, otra amenaza sobrenatural representada en Agrón, un ser venido de un futuro lejano del planeta Tierra. No deja de ser una querencia personal de Jack Kirby, al ser un claro representante del fenómeno del Golem, que de manera tan abundante solía representar en sus páginas. Dos números repletos de peleas y eléctrica acción (Captain America#204-205). Toca ir de excursión a las selvas de Centroamérica, donde un personaje tan detestable como el llamado Puerco ha instaurado un reino del terror. Steve Rogers, en su personalidad civil, es secuestrado para servir de carnaza a este Puerco. No saben claro, que se trata del Capitán América, el famoso superhéroe dispuesto a quebrar el statu quo reinante. El Halcón, por otro lado, pondrá sus esfuerzos en localizar el paradero de su compañero, disfrutando por su parte de pequeñas aventuras en solitario. Esta región es inhóspita y Rogers no lo tendrá nada fácil ante las fuerzas de Héctor, nombre real del villano. Por supuesto, a pesar de lo que los enemigos son de carne y hueso, llamándose el lugar el Rio de la Muerte, algún monstruo tenía que estar suelto por ahí (Captain America #206-208). Como se puede apreciar, no nos detenemos mucho en este discurrir de los números. Tramas simples, sin tratamiento de personajes de manera profunda, ni giros dramáticos, ni siquiera a apelar a hechos con un trasfondo. Solo acción y más acción al estilo Kirby. Eso sí, sobre el Puerco y su pequeño estado volveremos más adelante. Y al final del #208 tenemos la aparición estelar del Biofanático, nuestro siguiente punto de interés, al que dedicamos un nuevo epígrafe

Rogers y su lucha con El Hombre Pez

El Biofanático. A vueltas con el nazismo

Captain America#208 es el capítulo que pone fin al feudo de nuestro protagonista con el temido Puerco. Gracias a la colaboración de Donna Maria (nada menos que prima de Héctor Santiago), y la inesperada aparición del monstruo conocido como Hombre Pez, el regente de tan degenerada región es abatido en la lucha. Cuando la cosa no pinta nada bien para el capi y su acompañante femenina, se produce un vuelco a los acontecimientos. El Hombre Pez se retira, llamado por un sonido ultrasónico. La pregunta queda en el aire, ¿por qué se marcha ahora? La respuesta llega en la última viñeta del número, pues se presenta el Biofanático y se descubre como el creador del desdichado engendro. A muchos no les sonará tan rimbombante apelativo, pero si decimos que es también conocido como Arnim Zola, seguro que ya va siendo algo más familiar al lector habituado. Es quizás el aporte más duradero que dejó Kirby en esta colección, pues éste sí que ha tenido una larga y próspera vida editorial, pero veamos cómo reaccionan Steve y Donna ante tan singular aparición. Este Biofanático se apercibe con alegría que el Capitán está en sus dominios y se propone llevarlo a su terreno, en una nave formada por otra de sus desquiciadas creaciones. Rogers rápidamente conecta al personaje con el Archivo 116, un misterio que llevaba rondando por la colección desde apenas unas páginas antes. Pronto sabremos la razón. Lo cierto es que lo primero que nos impacta es el personal diseño del villano. Esa imagen con el rostro llenando la capa torácica y esa especie de cámara como cabeza es algo que solo se le había podido ocurrir al Rey. Y no solo eso, que se convierta en un diseño que apenas ha sido modificado a lo largo de los años, solo prueba aceptación por parte del aficionado. Conozcamos un poco su historia.

Arnim Zola en persona

Antes de obtener esa pinta tan aparatosa era un hombre corriente interesado en la ciencia. Descendiente de una familia suiza con abundantes pudientes, ya que tenía castillo familiar para uso y disfrute, se especializó en el campo de la bioquímica. Resulta que en el poder de su clan estaban unos arcanos papeles traídos del lejano oriente cuando alguno de los suyos participó en las Cruzadas. Allí residían importantes secretos sobre la vida humana, conocimientos que Zola estaba resuelto a poner en práctica. Poco a poco fue experimentando, dando lugar a los primeros proyectos de biogenética de la historia. En definitiva, creó vida de la nada. Conforme avanzaban los años cada vez era más consciente del deterioro de su cuerpo por lo que se construyó un armazón pensado para proteger su más valiosa posesión, su cerebro. De ahí su pintoresco aspecto. De momento, desconocemos el interés del Biofanático en Rogers y Donna Maria. Jack Kirby estructura el ciclo que va desde el #209 hasta el #212 en una narración fragmentada en partes: por un lado el Capitán América y su aliada descubriendo los quehaceres de Zola; por otro, el Halcón tratando de localizar a su socio, siguiendo sus pasos por Sudamérica; y por último, los misterios del Archivo 116 encargados a Sharon Carter por parte del jefe de turno (curioso que se deje fuera a Nick Furia en estos menesteres; cosas de Jack). Todas estas subtramas van a desembocar en un clímax final, siendo la más importante la que concierne al Abanderado.

Proseguimos con Zola y Steve, en el inicio de una duradera “amistad”. Arnim tiene un objetivo y ese se localiza en llevar a sus víctimas al castillo familiar. Parece claro que van a ser los próximos conejillos de indias. Es en estos momentos cuando nos apercibimos que Zola tiene un benefactor… un tal Cyrus Fenton, que curiosamente, es la principal pista de Sharon Carter en relación al 116. Bien, preparados para la revelación final, pues el tal Fenton es, oh sopresa, el mismísmo ¡¡Cráneo Rojo!! He aquí la base para todo este ciclo, una vuelta siempre buscada al tema del nazismo. Repetimos la idea, Kirby tuvo una primigenia intención de encarar la colección como un retorno a las raíces, algo que fue denegado por la editorial. El autor tomó otro camino, en consonancia con lo narrado de forma previa, pero nunca se quitó esa idea de la cabeza: la forma en que mejor funciona el personaje es luchando contra nazis, de cualquier época o condición. Así que usando la magia que la daba la imaginación, había cocinado este plato. Lo habíamos intuido cuando el Biofanático nos narraba su historia de origen en el contexto de la II Guerra Mundial; casi se confirmaba cuando conocíamos que Cráneo Rojo era el que se hallaba tras sus experimentos; y se da por supuesto en Captain America#211, que se titula Nazi X de forma nada casual. Ahora sabemos que el suizo era un adepto al III Reich y que fue reclutado para una misión por altos mandatarios alemanes cuando la guerra estaba prácticamente pérdida. Resulta que se había extraído el cerebro de Adolf Hitler y se buscaba su resurrección en otro cuerpo, gracias a sus conocimientos en biogenética. Ahora, ese proyecto está completo y Zola tiene la intención de hacerse con el rostro del Capitán América para juntarlo al nuevo físico que lleva el cerebro del Führer. Como pueden observar, más pulp no se podía ser. De todas formas, no era la primera vez que el Rey jugaba la carta de la resurrección de Adolf. Ya en los años sesenta había creado junto a Stan Lee la figura del Aborrecedor (Hate-Monguer, en su idioma original), que no era más que un clon del propio Hitler. De esta manera, tras el nacimiento de Zola, se pudo conectar ambos datos, otorgando su autoría al científico suizo.

Donna Maria, colaboradora en esta aventura

La retrocontinuidad tiene esas cosas. Y no es el único aspecto que se verá modificado con el paso de los años. A Zola se le ha asociado con lo más granado del nacionalsocialismo desde entonces: primero, con el Barón Zemo, en una alianza para crear un nuevo modelo de androide para el Reich; se le ha introducido en la mitología de los Invasores, pues gracias a Ed Brubaker somos testigos de que uno de sus más correosos enemigos, el Hombre Supremo, es obra directa suya; o ya terminada la guerra, como el Barón Von Strucker alentó su entrada en Hydra, de la que siempre ha sido un miembro prominente. Todo un nazi de pies a cabeza este Arnim Zola. En tiempos recientes ha sido un activo muy utilizado por guionistas de la talla de Ed Brubaker, Rick Remender o Nick Spencer. Se puede rastrear su impronta en todas esas etapas, desde el ciclo de muerte y resurrección de Steve Rogers, hasta el viaje a la desconocida Dimensión Z, pasando por el todo el entramado del Imperio Secreto versión 2017. Zola se ha posicionado como uno de los antagonistas por derecho propio del Capitán América. Quién lo iba decir con ese diseño tan estrafalario marca Kirby. Pero si M.O.D.O.K. lo consiguió en su día, porque no iba a hacerlo el llamado Biofanático.

El desenlace de todo el arco argumental se localiza en el #212. La caída en desgracia de Zola (que como todos sabemos, no va a ser permanente), la llegada de Cráneo Rojo al castillo suizo, con intención de ver cómo marcha su mecenazgo, los monstruos del Biofanático, juntar en un mismo espacio a Donna Maria y Sharon Carter…. La conclusión es que todo confluye hacia un épico enfrentamiento entre Steve y el Cráneo. Es curioso porque a esta altura, agosto del 1977 (fecha de portada), se percibe ya un agotamiento en el autor. Curioso porque su antecesor, Steve Englehart, también recurrió al villano nazi cuando ya no tenía más que contar; de una manera tan amarga que la dejó inconclusa. Por lo tanto, estas dos actuaciones no se llevaban mucho en el tiempo. Solo que la versión del Rey se suponía que estaba oculta bajo un pseudónimo, sin hacer mucho ruido, financiando los experimentos de Zola. O bien nos quedamos con que Jack obvió la representación que trajo Englehart o asumimos un cierto don de la ubicuidad para el villano. Sea como fuere, Kirby confiaba en que un clásico como el Capi vs. Cráneo supusiera un repunte en cuanto a ventas, que no eran malas, pero sí mantenían una tendencia a la baja desde el abandono del anterior guionista . Las conversaciones sobre el futuro de la cabecera comenzaron entre Archie Goodwin, a la sazón el editor jefe, y el artista. No quedaba mucho margen de error. Lo cierto es que Jack estaba un poco quemado con el recibimiento de sus tebeos, por lo que de buena fe, decidió abandonar la colección. No bajemos el telón tan pronto, todavía nos quedan los dos últimos números a su cargo antes del cierre.

El Nazi X

Captain America #213-214 supone el fin de ciclo y para ello se sirve de un nuevo personaje, un nuevo enemigo, que pueda poner a prueba las capacidades del Centinela de la Libertad. Y hemos visto que esto ha sido una constante. Si por algo se caracteriza esta etapa, además del frenesí de la aventura y la acción, es por el intento del Rey de implementar un nuevo elenco de secundarios para Steve Rogers. Quitando el Halcón, Leila, Sharon y la sempiterna aparición del Cráneo, el grueso son nuevas adiciones. Así hemos visto debutar a la Srta. Chadwick de la Nueva Elite; el inventor de la Bomba Loca, Mason Harding (y su enfermiza hija); Míster Buda como maestro del Transyoga; Jack Texas Muldoon y sus pistolas; el nuevo enlace de SHIELD para la zona; o la buena de Donna Maria, por citar a los más importantes. En cuanto a antagonistas, podemos nombrar a Taurey y su banda de poderosos, el Pueblo Nocturno y la Dimensión Oscura, Agrón llegado desde el futuro, Hector Santiago, a.k.a. el Puerco y secuaces, el propio Arnim Zola y por último, el Volador Nocturno. Como ven, un buen número de creaciones condensados en pocas páginas, aunque la mayoría han pasado sin pena ni gloria por la editorial (excepción hecha del Biofanático). Antes de hablar sobre el último malvado de la serie, es necesario poner un poco de contexto.

Recordamos que la pelea entre el Capitán América y Cráneo Rojo fue de alto voltaje. Rogers se impuso y vimos al villano morir, de forma aparente (ya sabemos lo esquivo que es el nazi con la Parca), no sin consecuencias. A raíz de ahí, Steve ha quedado ciego. Por tanto, toca recuperación en un hospital gubernamental. A su lado el Halcón, que por fin sabemos de él, después de andar siguiendo pistas inocuas por Sudamérica. Tras un enérgico comienzo, con Sam Wilson como activo destacable en la colección, algo heredado de tiempos pretéritos (no en vano, hemos tendido a simplificar el nombre pero la nomenclatura real de la serie era Captain America and The Falcon), el papel del Halcón comienza a ser testimonial para las intenciones de Kirby (los ciclos del Puerco y el Biofanático así lo atestiguan). En la saga que supone su adiós se propone que vuelva a ser el gran aliado de Rogers. De ahí que lo coloque a su vera en tan difíciles momentos. También tiene como compañero de habitación a alguien cuya identidad es alto secreto. Solo se le conoce como “el desertor”. En la oscuridad la noche, este desertor sufre un intento de asesinato, desbaratado por un Rogers ciego pero en perfecto estado de forma. Rápidamente sabemos que es el objetivo de una misteriosa organización conocida como la Corporación, comandada por un tal Kligger. Por la denominación de tipo empresarial, recuperamos los malos malosos imbricados en poderosas compañías (algo que ya utilizó Kirby en OMAC y su sociedad de Súper-Ricos). El jefe de la Corporación contrata a Volador Nocturno para acabar con los dos objetivos, sin saber que uno es nada más y nada menos que el Capitán América. La razón para su elección es que el Volador es un asesino perfecto. Su rostro hierático, su aspecto metálico, casi irreal, le dan una imagen más bien robótica, la máquina perfecta de matar. Ya tenemos la trama pertrechada para los dos postreros ejemplares de Jack Kirby en la serie. Nos despedimos también de la Corporación, un concepto que Jack no pudo siquiera esbozar. Pocos años después, Rogern Stern lo recuperaría en Hulk durante un buen puñado de números. Incluso se llegó a dar un crossover entre colecciones (Incredible Hulk y Captain America) con Kligger y la Corporación como leit motiv principal. Stern, en esta época, era un declarado fan de las ideas marca Kirby, no en vano también fue el encargado de introducir en continuidad al Hombre Máquina.

La Corporación y el Volador Nocturno

El #213 y #214 marcan un nuevo hito en cuanto a épica. El Volador Nocturno es un luchador entrenado, con un fuerte componente tecnológico, por lo que el Halcón y el Capitán tendrán que poner todos sus esfuerzos en derrotarle. Máxime cuando Rogers se enfunda en su uniforme pero se pasa todo la batalla totalmente ciego. La muerte del villano (de forma aparente, pues volvió a ser recuperado en el Hulk de Bill Mantlo y Sal Buscema) y la recuperación de la vista del héroe son dos hechos que se dan por supuestos. Los lectores lo pueden descubrir por sí mismos. Lo que sí que cogió de sorpresa al respetable es el fin de la época Kirby. Tras la última viñeta, nuestros héores se dirigen, de espaldas al espectador y por un pasillo poco iluminado, a una nueva etapa en sus vidas. Una página se cerraba en Marvel para siempre.

Punto final a unas aventuras a las que se le puede poner pegas en el lado literario pero nunca en el suntuoso acabado gráfico. Un Kirby entonado, haciendo gala de sus mejores virtudes, con un entintado de calidad gracias a Frank Giacoia. Antes de despedirnos no podemos dejar de hacer mención a la reunión en esta fase con Mike Royer, quien fue su mejor colaborador en los setenta. Del #210 hasta el #214 se ocupa de las tintas, tal y como venía haciendo en otras series menos señeras. El resultado luce magnífico; desde luego, no es el apartado artístico el causante de que la colección hiciera aguas. A Jack todavía le quedaba contrato en la compañía y tenía ganas de acometer retos, pero deseaba alejarse de la primera plana. Su recorrido en el Capitán América había resultado demasiado polémico y a estas alturas de la vida, se encontraba un poco cansado de ciertas reacciones negativas. Su destino se encontraba en cabeceras secundarias. Otros autores deberán guiar los destinos de su creación.

Tintas de Mike Royer sobre los lápices del Rey

La polémica, al rojo vivo

Polémica y más polémica. Esa es la sensación que se trajo Kirby de su paso por la cabecera. Realmente, es complicado pensar como la recepción del lector podía influir en los autores en la era pre-internet. Estamos en tiempos en que la información costaba un tiempo en llegar, una época en que las grandes convenciones apenas habían echado a andar. Todo el feedback se recibía a través del añorado Correo del Lector. En los sesenta, Stan Lee había moldeado esa sección en Marvel como algo cercano para el aficionado, creando lazos entre creadores y usuarios. Al igual que llegó a transmitir la idea de un Bullpen siempre bullicioso y de lejos fue algo parecido a eso. En el caso del Correo sí se pude estimar su impronta pues durante muchos años fue el único guionista y luego editor principal de la compañía. Su estilo fue adoptado como canon para todos sus continuadores. Conforme la Casa de las Ideas fue creciendo, es obvio que esas tareas fueron derivando para empleados digamos, menos cualificados. Editores adjuntos (en lenguaje coloquial, quasi becarios) trabajaban en todo tipo de encargos ingratos que guionistas, y mucho menos artistas, no hacían para proporcionar el acabado final al producto. Eso lo sabemos ahora, pero durante muchos años, los aficionados se dirigían al equipo creativo, o en su defecto al editor, en el Correo del Lector, tratando de mostrar conformidad o rechazo de lo que se cocía en las diversas colecciones.

Es en ese Correo donde se materializa el divorcio entre el Rey Kirby y los lectores. Jim Shooter, que en estos días era guionista y editor (y que pronto escalaría al puesto de Editor Jefe), ha resumido muy bien la función de ese correo. Ni más ni menos que ser un instrumento de promoción. Había que crear un equilibrio ficticio, permitiendo alguna queja que otra, pero siempre seleccionando aquellas que pudieran generar un mayor entusiasmo sobre la serie. Recordamos, promoción. Por eso llama la atención que, en esta en concreto, este detalle se pasara por alto y se convirtiera en el campo de batalla entre los pro y los contra, inducido además de manera descarada. De todas formas, como en cualquier conflicto, no es que ocurriera de forma abrupta. Hubo una escalada progresiva al respecto.

El primer ejemplar que contiene correo, y no simples palabras alentadoras por parte de Kirby, es el #195. Toda la columna es una unánime loa a la vuelta de Jack. Se notaba que muchos abrazaban el retorno del Rey con algarabía. Casi todos realzan la buena forma del artista e incluso llegan a valorar positivamente la historia en ciernes. Todo parecía ir sobre ruedas, gracias a ese apoyo que se mantenía fuerte también en el #196. En líneas generales, nuestro autor era ajeno a esto. Se encontraba en California, muy lejos de las oficinas de Marvel Comics, además de que tenía que presentar una ingente cantidad de páginas al mes. Demasiado ocupado para estas cosas. Seguramente, repararía de forma ocasional en la recepción de sus tebeos, generalmente bien informado por sus asistentes, Steve Sherman y Mark Evanier. Aun así, el Rey era una máquina imparable; aportaba producción sin parar y tenía muy clara su forma de actuar.

En el #197 mantenemos la misma onda. Una larga carta laudatoria, junto con otra más breve, igualmente favorable, y por último, una que ya abría el fuego de las críticas. Un tipo que se hace llamar Marveriter (de Alaska, tenía que ser) habla de la maduración de los cómics y, en pocas palabras, cataloga de desfasado a Kirby. Se permite nombrar a un buen puñado de artistas (Neal Adams, John y Sal Buscema, Jim Starlin, Gene Colan o Al Milgrom) dejando entrever que todos ellos le superan en habilidades gráficas, gracias a esa pretendida evolución. Kirby quedaría anquilosado en el pasado ante la nueva ola que arrasaba en el Bullpen. Bien, no nos salimos del axioma Shooter, dos contra una, sigue ganando lo positivo. Equilibrio.

El #198 vuelve a ser una sección celebrando el trabajo de Jack Kirby, además de varias solicitudes para el autor. Cuando volverá a los 4F o a trabajar con Stan…cosas por el estilo. Solo una carta, atribuida a Bill Kropfhouser tiene una queja pero no dirigida al trabajo de Jack sino al entintado de Bruce Berry. Solicita la pronta vuelta de Frank Giacoia (o en su defecto, al bueno de Vince Coletta) para mantener el apartado artístico rebosante de calidad. Nada nuevo bajo el sol. En el #199 tenemos un poco más de lo mismo pero comienza a aflorar el sector crítico de fondo. Es decir, no porque el Rey flojea en tal o cual aspecto, algo del todo lícito que el aficionado pudiera poner el grito en el cielo. No, la cuestión gira en obviar todo lo que habían fabricado los equipos artísticos previos a Kirby (Englehart, Buscema, Robbins, Warner, Isabella). La temible disputa cerca de las esencias. El lector Mark Zuttkof critica duramente el episodio del Derbi Mortal, y a la vez hace referencia a la ausencia de conexión con el pasado reciente. He aquí el quid del problema. Muchos marvelitas puede que se hubieran enganchado a la cabecera durante el periplo Englehart-Buscema y ese fuera su Capitán. Pero muchos otros podían decir, sin ambages, que aquello del Nómada y el Imperio Secreto no tenía mucho sentido, y que el verdadero capi era el de Kirby, su co-creador original. Y así, volvemos a las preguntas que todavía nos hacemos en la actualidad… ¿el superhéroe debe evolucionar o mantenerse congelado de manera eterna? O si acaso, ¿es necesario un perpetuo retorno a la casilla de inicio cada cierto tiempo? Los Legacy, Rebirth o como quieran llamarlo las editoriales de turno. Como ven, este debate es más viejo de lo que muchos creen.

La tónica se va a mantener durante unos cuantos números. Opiniones favorables, de manera mayoritaria, y alguna contraria que recuerda el pasado reciente. En el #200 tenemos a Larry Twiss “aconsejando” al artista en la manera de cómo afrontar las tramas…. y recordando los buenos tiempos de Englehart. En el #202 es un tal Russ Pass el que admite que el arte de Kirby es tan bueno como siempre pero que las historias dejan mucho que desear. Una carta donde señala multitud de incoherencias y cuya única respuesta por parte del staff (recordamos, la gente pensaba que era el propio Jolly Jack) era la de la total asunción (Yes Russ!! We do Indeed!!). Ni una contrarréplica, aunque fuera con una frase cursi (ehh True Beliver), para explicar lo que se estaba haciendo. Nada. La escalada va en aumento y cada vez son más las voces discordantes.

La explosión definitiva se produce en el #206. Lo negativo supera a lo positivo: “acabo de leer La saga del Imperio Secreto-Nómada del Capitán América y el Halcón. Después, me he puesto con La Saga de la Bomba Loca y solo quería llorar” (John McGreavy); “en 1973 Steve Englehart llegó e insufló nueva vida a una revista moribunda… en 1976 viene Jack Kirby y lo escribe como si estuviese en los años 40… Jack, deja de escribir al Capi. Quiero a Steve de vuelta” (Jim Caple); “preferiría que no ignorases, tal como haces, los problemas previos de identidad tanto de Steve como de Sam” (Ann Nichols). Como se puede apreciar, esto es lo contrario a lo que un Correo de Lector debía resaltar. La anti-promoción. Pero claro, la cabeza editorial no actuaba como se debía en aquellos días. Desde la salida de Stan Lee del máximo puesto, la silla de Editor Jefe había pasado como patata caliente entre diversos profesionales, todos ellos grandes guionistas (y editores), pero cuya principal intención era dedicarse al oficio de escritor. Archie Goodwin seguía la senda previa que habían marcado Roy Thomas, Len Wein, Marv Wolfman y Gerry Conway, en realidad más interesados en editar sus propios proyectos y dejarse de otras cuestiones. No había un referente como en la época de Lee (o la posterior de Shooter) y el Bullpen funcionaba de aquella manera.

A partir de aquí, digamos que se abrió la veda para criticar al Rey. Y no solo eso. De manera vergonzosa, un número como el #210, abría el Correo del Lector con un indignante “La polémica continua…”, es decir, alentando desde los mismos estamentos editoriales la guerra entre favorables y contrarios al autor. A estas alturas, Kirby debía ser conocedor de toda esa polémica. Y tuvo que tener una extraña sensación de deja vu. Apenas dos años antes, en DC Comics, pasó por una situación similar. En su periplo en Los Perdedores (precisamente sustituyendo a Goodwin) decidió obviar todo lo anterior y eso le acarreó fuertes críticas por parte de un sector de aficionados. Igualmente, no obtuvo apenas respaldo por parte del editor de turno, Robert Kanigher, que se posicionaba del lado del ala contraria a Jack sin ningún pudor. Deja Vu. Lo que queda claro es que la sección de correo no era lo que se estilaba, no se trataba de algo normal. Un anónimo editor de aquellos entonces reconoció manipulación, solo que en términos inversos: “era difícil encontrar cartas positivas. Confieso que incluso me inventé alguna para contrarrestar las negativas… Así que recurrí a inflar las positivas, no al revés”.

La batalla del Correo del Lector

Podríamos dar por buena la declaración de este antiguo trabajador, si no supiéramos como se las gastaban los jóvenes del Bullpen de entonces. A Jack se le tenía cierta envidia. Alguien que estaba consolidado, viviendo en la plácida California, solo atendiendo a idear sus propias historias, podía crear reticencia en esos jóvenes que llegaban con grandes deseos de triunfar y que veían al Rey como un dinosaurio desfasado. Lo sabemos por el reciente trabajo de investigación realizado por Sean Howe, que fructificó en “Marvel Comics. La historia jamás contada”. Allí se recogen testimonios que ponen sobre la mesa esa animadversión hacia el artista. Traigamos a colación, por ejemplo, las palabras de Jim Starlin: “el equipo de redacción de Marvel no respetaba lo que Kirby estaba haciendo. Todos esos editores tenían cosas en la pared mofándose de los cómics de Jack. Habían recortado cosas a las que les ponían: “cómic más estúpido del año”….Toda la redacción estaba cubierta de cosas que menospreciaban al tío que había fundado la empresa para los que estos tíos trabajaban…”. Howe continúa señalando que recibía en su casa familiar cartas con insultos, selladas con el membrete de Marvel, o que eran frecuentes llamadas de broma desde la redacción. Todo un comportamiento fuera de lugar, que terminó por quemar a Kirby. Años después, el autor describía sus sensaciones respecto a aquel ambiente laboral: “no tuve una verdadera oportunidad. Un tío crea un cómic, otro llena su cómic con cartas negativas…. Lo veo como un nido de víboras. Y en un nido de víboras, nada puede sobrevivir”.

Esta información proviene del galardonado por un premio Eisner a la mejor obra de divulgación en 2012. Una fuente más que fiable. Unos años antes, en el 2000, más concretamente, Mike Gartland y John Morrow entrevistaron a antiguo personal de la editorial y publicaron un rompedor artículo en Jack Kirby Collector#29. Comienzan avanzando algo que ya muchos sabíamos, la falta de un director de proyecto. La creatividad corría por doquier debido al libre albedrio. Jack estaba en California. Enviaba su trabajo listo para entintar y rotular. Y lo olvidaba, pues ya estaba metido en su siguiente proyecto. Resulta que pese a constar Jack Kirby como autor-editor, sus páginas pasaban por otra oficina de edición. Y en ellas se hacían reescrituras. El trabajo de Kirby era modificado. Tenemos el caso público de Roger Stern, que admitió haber cambiado líneas de diálogo pues en una de las aventuras del capi se hacía referencia a un platillo volante como “la primera nave espacial alienígena que había visitado la Tierra”, algo que es público y notorio que era incierto en términos de historia Marvel. Pero gran parte del personal consultado por Gartland y Morrow hicieron referencia a cambios más profundos. Obviamente, los detalles no han salido a la luz por lo que no sabemos cuál es el alcance de todos ellos.

¿Inconsistencias en la Saga del Puerco?

Lo que sí sabemos es que Jack se enteró y se molestó mucho. Trató de ponerse en contacto con Archie Goodwin pero éste se vio incapaz de atajar el problema. El Rey recurrió a Stan Lee…sí, a ese que muchos ven como su enemigo jurado. Jack Kirby pidió ayuda a Lee y éste, pese a estar retirado de labores editoriales, intervino en la disputa. No solo le dio la razón a nuestro artista, llegando a la conclusión de que los cambios eran arbitrarios y sin sentido, sino que utilizó su posición preeminente para detener ese procedimiento. The Man se posicionó junto a Jack Kirby y sus deseos fueron concedidos. Y aquí entra otra de las revelaciones de Morrow y Gartland, pues un interno de entonces les comentó que aquellos contrarios a Kirby decidieron una especie de venganza generando una guerra en el Correo del Lector en los títulos firmados por Jack. Como hemos dicho líneas arriba, era habitual recibir cartas negativas, en todas las colecciones. Pero lo normal era testar un falso equilibrio para que la sensación fuese siempre positiva. Ahora sabemos que aquella escalada de negatividad en Captain America fue deliberada, orquestada por un grupúsculo de editores que veían a Kirby como alguien del pasado, al que era necesario superar.

Volviendo al tema de las modificaciones, es complejo llegar siquiera a intuir que cambios eran arbitrarios o cuales se debían a motivos coherentes (como el caso relatado de Stern) sin el material original. Jack Kirby no quería saber nada del Universo Marvel y así lo planteó en cada una de sus colecciones. La más cercana era este Capitán América y aun así, durante sus años de andadura, parecía que se mantenía en un mundo propio, un pequeño microcosmos que el Rey trataba de crear como regalo para el Abanderado. Tanto que desde las oficinas centrales se requirió un Marvel Team-Up para recordar al aficionado que Steve Rogers todavía era parte del entorno compartido. MTU#52 estaba a cargo de Gerry Conway y Sal Buscema, recogiendo al Capi, el Halcón, Leila y Jack Texas Muldoon a su vuelta de la Dimensión Oscura. Se aprovecha ese momento de viaje interdimensional para juntarlo con Spiderman (y de paso, traer a una némesis clásica como Batroc) y así consignar que su conexión con otros personajes de la editorial era algo real. Las ideas de Kirby, más o menos caóticas, circulaban en otra dirección, por eso quizás, alguna de esas reescrituras tuvieran fundamento. Pero como hemos visto en líneas anteriores, hasta el propio Lee reconoció que no tenían justificación. Veamos algún caso concreto.

Lo primero que hay que dejar claro que es que entramos en el terrero de la especulación, ya que no hay datos que lo contrasten. Pero, hay ciertos indicios que son interesantes exponer. ¿Recuerdan la historia del Puerco y su República bananera? Bien, pongámonos en situación. Héctor Santiago es un despreciable regente de una región centroamericana. Un lugar en el que los habitantes son sometidos a su dominio, sirviendo a sus intereses como esclavos. Obviamente, el material con el que cuenta es escaso, debido a sus métodos, que pasan por la tortura y el asesinato. Por lo que tiene agentes por todo el mundo que le proveen de savia nueva. Steve Rogers es secuestrado, tras ayudar a un oriundo de la región, ahora refugiado en los EEUU. Es llevado al lugar donde gobierna el Puerco, solo que con sus habilidades sobrehumanas se deshace de sus captores. Ya sabe cómo funciona este sitio y ya conoce de oídas al malvado regente. Justo en esos instantes hay un par de diálogos que no parecen propios de nuestro autor. Steve dice, literalmente, “no es mi país y no me corresponde luchar por causas sobre las que no se nada; mi problema inmediato es superar esta jungla…encontrar una ciudad de buen tamaño y… a casa”. No sé ustedes, queridos lectores y lectoras, pero esto no parecen unas frases que diría el Capitán América sabiendo que se está cometiendo una injusticia.

Y a mí que estos me recuerdan a los nazis…

Sigamos el juego y hagamos de abogado del diablo. Pongamos que, efectivamente, ha sido Kirby el que ha puesto esas palabras en su boca. Las dos posibilidades que tenemos sobre la mesa serían: una, la desidia, algo impropio de cualquier superhéroe; otra, que Steve Rogers sea consciente de la situación de su país en el panorama internacional. Nos encontramos en plenos años setenta, con una larga y conocida lista de intervenciones de EEUU en todo la América Latina, desde Centroamérica hasta América del Sur. No en vano, se acuñó el término tan poco edulcorado como el patio trasero del Imperialismo Norteamericano para referirse a toda la América Latina. Desde los años cincuenta, con la participación de los gobiernos de turno en el devenir político de Guatemala (1954) o Nicaragua (1956), pasando por Cuba y su fijación con Fidel Castro (Bahía Cochinos en 1961 es el más célebre, pero se cuentan por bastantes los intentos de asesinato del Comandante por parte de la C.I.A.), Brasil (apoyo al golpe de estado contra Joao Goulart) o República Dominicana. Más cercanos en el tiempo tenemos los golpes de estado contra la legalidad democrática en Uruguay (1973) o Argentina (1976), todos ellos alentados desde los servicios de inteligencia estadounidenses. Estas informaciones flotaban en el ambiente y el usuario medio norteamericano sería conocedor de ellas simplemente siendo un ciudadano medianamente preocupado. Jack Kirby lo era; autodidacta en su formación, se había caracterizado en su vida por ser un apasionado de la divulgación, llegando a manejar términos avanzados de ciencia y mitología. Pero es que además, se da la circunstancia de que Jack conocía de primera mano lo que era la ocupación y el intervencionismo en otros países. Lo había visto durante su estancia en Europa durante la II Guerra Mundial. Huelga decir que no era para nada partidario de ese proceder. Pudiera ser que el autor tratara de que, al ambientar la aventura en terreno ajeno, no se viese al personaje como un invasor en una nación extranjera. Quizás, tratando de aligerar esa aureola de imperialismo que podía comportar un símbolo como el Capitán América.

Aun tomando esa posición como posible, siguen siendo unas líneas de diálogo muy difíciles de sostener…. y mucho menos por parte de Jack Kirby. La razón es que Jack era un idealista redomado, que había concebido al Abanderado como un símbolo inmaculado contra la mayor villanía de la época, el nazismo, participando sin problemas en el Teatro de Guerra europeo. Cuesta mucho pensar que la versión Kirby del Centinela de la Libertad pudiera si quiera pensar abandonar a una población sojuzgada a su suerte, dejando una triste impresión en el lector, la de la pasividad ante la tiranía. Algo que en un género como este es casi imposible de justificar. Esas frases no eran propias del Capi comandado por el Rey…..ni de ningún guionista que se hubiera puesto a los mandos de la colección, hasta la fecha.

Siguiendo con posibles alteraciones, pero sin salirnos de este ciclo, tenemos a Héctor Santiago y a sus huestes en un mezquino reino del terror. Conocemos que su país se ubica en Centroamérica y sus acólitos se visten con toda la parafernalia militar. Por tanto, podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que nos hallamos ante los típicos «espadones», militares contrarios a cualquier forma de democracia, que podían abundar, no solo en el América, sino en muchos lugares del mundo. Pero hay un matiz que nos interesa remarcar. Su imaginería, su forma de proceder, las torturas, la inhumanidad; es complicado leer esta saga del Puerco y que no te recuerde a los nazis. Y aun así, no hay una sola mención a esa filiación. Kirby era persona leída, ya lo hemos dicho, bastante inteligente. Se sabía que desde el fin de la II Guerra Mundial, muchos afines al nacionalsocialismo se habían refugiado en zonas de Sudamérica. Bolivia o Argentina fueron dos países que acogieron a nazis de toda condición. Por tanto, Jack Kirby podía haber planteado una imaginaria región en medio de bosques centroamericanos donde un grupo de nazis se habían hecho con el poder. Podría haber sido así pero no lo es. Lo que tenemos es al tal Héctor y a su prima Donna Maria, y nada más. No hay más información en los diálogos porque Kirby enseguida nos sumerge en acción desenfrenada y sin control. Lo que sí deseamos consignar es que hay una lógica interna que lo podía conectar con el tema del nazismo, una cuestión que el artista estaba resuelto a recuperar apenas un par de números después. Cuando hablábamos de la Saga del Biofánatico (Captain America #209-212), hacíamos hincapié en los deseos del autor de jugar al juego a su manera, de volver a batallar con los enemigos que mejor se le daban a Steve Rogers. Si recordamos el dato de que Arnim Zola era un asiduo del Rio de la Muerte, la región del Puerco, donde dejaba a las criaturas surgidas de sus experimentos al libre albedrío, ese ciclo del nazismo se podía haber adelantado hasta el #206. No es complicado unir una conexión argumental si iniciamos la lectura con la Saga del Puerco, pasando por las revelaciones de Zola, concluyendo con el enfrentamiento con Cráneo Rojo. Hay una cierta coherencia intrínseca ¿Puede ser que algún editor adjunto viera mención a los nazis y le pareciera algo desfasado, eliminándola de la ecuación, pasando a ser militares de república bananera? ¿O Kirby trataba de esconder la revelación lo máximo posible al presentar la figura del Biofanático y su Nazi X, generando un mayor impacto en el espectador? Cuestiones que deben quedar sin respuesta, por ahora.

Polémica y más polémica, lo que en realidad trajo a nuestro autor fue una sensación de decepción. Captain America se convirtió en la única colección que pudo recomponerse tras su salida, durante esta última estancia en Marvel. Prácticamente todas sus intentonas murieron con su abandono. Eternos, Dinosaurio Diabólico y 2001 canceladas; Pantera Negra y Hombre Máquina obtuvieron una pequeña prórroga (sobre todo la segunda, que aguantó contra viento y marea gracias a Steve Ditko), pero la triste realidad es que las ventas no acompañaron a los proyectos del Rey. Podemos hablar de manipulación en sus diálogos, de una interesada guerra de correos y otros tantos feos que se le hicieron. Lo importante es que el aficionado no terminó de conectar con el autor. Únicamente Black Panther (que superó en unidades vendidas a la etapa de Don McGregor; aun y todo, lejos de los grandes números de la editorial) y el Capitán (gracias al empuje inicial de su retorno; luego se fue desinflando) trajeron algo de resultados, teniendo en cuenta que Jack era una superestrella del medio. Pese a todo, Jim Shooter, nuevo Editor Jefe, quiso que Kirby se quedara, cosa que no consiguió. La decepción para con el noveno arte, después de una vida de entrega, era lo que sentía nuestro artista a la altura de 1978, por lo que decidió retirarse al campo de la animación. Su descanso del guerrero. Tuvo que ser una editora de DC, Jenette Khan, la que le devolviera la fe, consiguiendo resarcirle de agravios pasados; y también las nuevas editoriales de cómic que surgieron a inicios de los 80, que le prometían total crédito para sus creaciones. Jack Kirby volvió a sonreír y a creer en los tebeos. Pero eso ya, como se suele decir, es otra historia….

Epílogo. Hablemos de Anuales

El Anual es ese tebeo que se espera (o esperaba) como el gran acontecimiento de una cabecera. Así lo instauró Stan Lee desde el nacimiento del Universo Marvel. Unos cómics con una mayor paginación (y por tanto, precio) que servía como gancho importante para muchos lectores. El fenómeno de los anuales comenzó bien pronto (Fantastic Four tuvo su primer Annual en 1963 y Spiderman en 1964) pero no todos los personajes de la editorial tuvieron la misma suerte con estos especiales. Se da la circunstancia de que en la etapa Kirby tenemos un par de anuales sobre el Capitán América, por eso hemos decidido dedicarle un punto.

Como ya hemos dicho, los grandes espadas de la compañía pronto obtuvieron su ración de estos cómics especiales. No así el bueno de Steve Rogers. Algo del todo comprensible pues, debido a la caótica distribución de Marvel Comics, el Centinela de la Libertad comenzó su andadura de la Era Marvel en una cabecera compartida. Tales of Suspense contenía las aventuras del Abanderado y a su vez las de Iron Man; en una revista de apenas 20 páginas compartían el espacio vital. A partir de 1968, el Capitán se independiza, consiguiendo una cabecera con su nombre en el encabezado. Comandada por el propio Stan, pronto llegaría el momento en que el modus operandi del que hacía gala en otras colecciones fuese trasplantado a la de nuestro héroe. Esto ocurrió, finalmente, en 1971. Parece que no había prisa con ello. Un King-Size Special, con una portada nunca vista, realizada por Marie Severin y Frank Giacoia, con un montón de publicidad al estilo de la editorial (¡¡Make Mine Marvel!!) presagiaba el acontecimiento esperado. Imaginen la decepción del lector que pagaba 25 centavos de la época (un buen pico) para obtener solo reediciones, historias sueltas de hacía cinco años. La recepción, como pueden esperar, fue más bien tibia.

¿Saben aquello de tropezar dos veces con la misma piedra? Pues los editores lo volvieron a hacer en 1972. Segundo anual del Capitán América y vuelta a repetir material. En este caso condensaron toda la Saga de los Durmientes, ya aparecida en Tales of Suspense. Más flagrante todavía es que ni siquiera trataron de innovar con portada nueva; el gancho también fue reutilizado. Ante tal tesitura, decidieron quitar cualquier calificativo que sonara rimbombante y dejaron un simple Captain America Special. A esta altura parecía que era obligatorio sacar cualquier cosa como Annual; sin embargo, los lectores dejaron claro que no iban a comprar el cómic si no valía la pena. Este Special#2 por lo menos hizo que el Bullpen reflexionara al respecto. Se congelaba la salida de anuales con el Abanderado hasta nueva orden.

A mediados de la década, Stan Lee y Roy Thomas potenciaron lo que se llamó el fenómeno del Giant Size, un experimento editorial que resultó ser un rotundo éxito. Todos los personajes de la casa, de pequeña o gran tirada, se vieron afectados por este tipo de especiales. Así, se daba la circunstancia de que en un breve plazo de tiempo se llenó la compañía de Giant Size……excepto para el Capitán América. Personajes tan minoritarios como el Hombre Lobo, Shang-Chi o el Hombre-Cosa llegaron a tener hasta cuatro y cinco de estos números con mayor paginación. El Capi consiguió uno en 1975 y ¿saben qué?, también eran reediciones de Tales of Suspense. Esto ya parecía un poco de cachondeo o desidia editorial en relación al bueno de Steve Rogers. Curiosamente, sería Jack Kirby, en su puesto de autor-editor, el que exigiría la vuelta de especiales con materiales creados para la ocasión. Su primer movimiento fue dar salida al Bicentennial Battles nada más llegar en 1976 como gran conmemoración por el Bicentenario. En un formato Treasury, observamos que el Rey no iba a dejar a su estrella sin especiales.

Así pues, desde el año 1968, fecha en que el personaje se independizó, tenemos en nómina tres anuales (llámese King Size, Special o Giant Size), todos ellos con material reutilizado. En 1976 sale a la venta el llamado Captain America Annual#3 (es decir, el Giant Size, se considera aparte, como rara avis), obra de Jack Kirby, Frank Giacoia, John Verpoorten y Janice Cohen, repleto de páginas totalmente nuevas, nunca publicadas. Detalle importante, a tenor de los visto anteriormente. En este especial se recupera la nomenclatura King-Size, en consonancia con su autor principal. El Rey nos sumerge en una aventura de tipo espacial, con resonancias cósmicas, algo que con el personaje había medio intentado con la Saga de la Dimensión Oscura. No hay bagaje a sus espaldas, es decir, el Capi va solo, sin el Halcón, ni Sharon, ni nadie que recuerde al Universo Marvel. Steve Rogers es avisado por Jim Hendricks, un humilde granjero, que ve sus terrenos invadidos por extrañas naves espaciales y misteriosos aliens. Este Hendricks representa el “everyday man” (el hombre corriente y moliente) que tanto le gustaba a Kirby como contrapunto a los superhéroes. Aunque Jack había vivido el proceso desmitificador aplicado por Stan Lee a los empijamados, otorgándoles defectos y fallas, en la mente del artista el superhéroe seguía siendo una figura mítica, casi irreal; una concepción cercana a la mitología. Le gustaba representarlos tal que así. Por eso, ese hombre o mujer sencillos, le servía para remarcar esas características sobrehumanas, además de enviar el mensaje al lector de que cualquiera podía ser un héroe, solo había que ponerlo en práctica. Este granjero no fue el único ejemplo en su andadura, pues tenemos las figuras de Texas Jack o Donna Maria, simples mortales y acompañantes de pleno derecho en las peripecias del Capitán América. Respecto a la historia, es sencilla, con un fuerte componente de acción y aventura. Aun así, se puede decir que Jack tiene la habilidad para dar un potente giro a mitad de la trama, lo que le da un plus en cuanto a su capacidad de narración. Toda la intención del autor es que Steve, el ejército, el espectador no despegue sus ojos de la estrellas, pues no estamos solos en el universo.

El King-Size#4 sería publicado al año siguiente, en 1977, el último anual realizado por Jack Kirby, ayudado por Verpoorten y Tartaglione en las tintas, y George Roussos al color. Unos años donde Kirby ya venía de capa caída en la colección. En este caso, vuelve a contar con el Centinela de la Libertad en solitario pero se busca un villano co-creado por él en 1963. Hablamos de Magneto, el Amo del Magnetismo. Los mutantes fue un concepto ideado por Lee y Kirby que hablaba del siguiente paso en la evolución humana, la obtención de poderes desde el mismo nacimiento, debido al influjo de la era atómica. La colección en la que vieron su desarrollo, X-Men, había sido cancelada pero había vuelto de forma reciente con una nueva formación, la Segunda Génesis. Como el guionista de aquellos días, Chris Claremont, no parecía interesado en Magneto (de momento), Kirby decidió enfrentarlo al Capitán América, y así de paso, se recuerda al respetable quién era el inventor del concepto. Esta es una de las tramas más flojas del artista; la historia es bastante pobre y va tal que así. Un hombre corriente, Joe Keegan, pone un anuncio en el periódico para que algún supertipo se haga cargo de un mutante que vive con él. A la cita acude Steve pero también Magneto, interesado en su congénere. Comienza así una serie de catastróficas desdichas entre ambos para hacerse con el llamado Míster Uno (que siempre va acompañado de Míster Dos, la fuerza bruta de la entente). Kirby, en un intento de salirse de todo lo estipulado, crea una nueva Hermandad de Mutantes que acompañan al Amo del Magnetismo, para luchar contra el Capi y Míster Dos. Frenesí, batallas, y más batallas, la espectacularidad gráfica tan característica del Rey y unos mutantes que han pasado sin pena ni gloria por la editorial. A Magneto lo volvería recuperar Claremont en su etapa mutante, para llevarlo al estrellato, y el Capi se preparaba para circular en otras manos. La etapa Kirby llegaba a su fin.

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Dynamo
Dynamo
Lector
28 diciembre, 2017 12:11

No se si darle las gracias por el trabajazo o recriminarle tenerme gran parte de la mañana leyendo.
Nah, es broma, felicidades por el trabajo realizado y gracias por el disfrute proporcionado.
Vuelve a maravillarme como explica las interioridades del bullpen. Unas veces con cosas buenas y otras, como es el caso de las guerras del correo de los lectores, malas. Que mala es la envidia.
Aunque como bien comentas las ventas son un indicador claro de la floja conexion del lector contemporáneo con las obras del rey.
Me quedo con ganas de acercarme a esa Bomba Loca de Jack.
Respecto a los viajes temporales según le leía me acordaba de la vuelta de Rogers en la etapa Brubaker, y más tarde corroboras en el artículo que no es casualidad. La pena es que esa vuelta guionizada por Brubaker no me gustó demasiado y marcó el punto de inflexión, en mi opinión, en el que la etapa comienza a declinar.
Un abrazo.

Meyol
Lector
28 diciembre, 2017 23:42

Muy interesante el artículo, más que la propia etapa que abarca (la peor del Capi sólo superada por Marvel Knights), que nos hace retroceder 100 números por lo menos.

Me quedo con la parte del correo, muy interesante toda esa conspiración judeo-masónica desconocida por mi parte.

AlbierZot
AlbierZot
Lector
28 diciembre, 2017 23:48

Muy interesante. Lo del Bicentenario está bien (BM Space Cap ya!) pero la serie se pierde en el trazo grueso, y la inmediatez que funciona en Pantera Negra aquí lo aturuya todo. No me ha gustado. De lo peor que he leído de Kirby.

Mimico
Lector
29 diciembre, 2017 16:11

¡Excelente artículo, Sr. Porras! Coincido con el sr. Dynamo, me encanta cuando describe toda esa historia oculta y entresijos editoriales del bullpen. ¡Feliz 2018 y espero que nos siga regalando textos como este!

Save
Save
Lector
31 diciembre, 2017 13:11

A mí esta etapa no solo no me parece floja sino que la veo como la mejor que había tenido el personaje hasta entonces, sin contar la inmediatamente de Englehsart. Con la cual no creo que haya que compararla porque realmente ambas marcan lo que es el Capi: un símbolo por un lado y un espía por otro. Esa dualidad enriquece al personaje, y si algo hace esta etapa es eso, enriquecerle. Más allá del dibujo (para mí la mejor versión de Kirby, la desatada de los setenta), la cantidad de conceptos e ideas que se saca Jack es coml siempre impresionante. Muchos decís que estos comics parecen sacados de la década anterior. Yo creo que estos números de aventura pura están más cerca de la atemporalidad que cualquier etapa que tire de rollo político y de ser hija de su tiempo. A esos sí que se les notan las costuras con el paso del tiempo.

Y por el amor de dios, decir que esto es de lo peor del personaje estando el capi anticomunista de los 50, el de Heroes Reborn, el de Marvel Knights o los decadentes finales de Gruenwald y Brubaker me parece exageradísimo.

ZombieSquirtle
ZombieSquirtle
Lector
31 diciembre, 2017 14:03

Enhorabuena por el articulazo y muchas gracias, vale la pena gastar media hora en leerlo.
Sobre esta etapa, puede que la gente me tache de tener muy mal gusto, pero me encanta. Es frenética, loca y no pierde ritmo en ningún momento. Y el dibujo es el Kirby que más me gusta, lleno de splash pages espectaculares y un dinamismo cojonudo. Totalmente recomendable.

Nacho Teso
Autor
1 enero, 2018 22:23

Tremendo, tremendo y tremendo artículo en muchos sentidos. Trabajazo, compañero. Te has marcado un año enorme homenajeando a Kirby.

Jose Angel Ares
Jose Angel Ares
Lector
15 enero, 2018 15:13

Artículo espectacular, mi enhorabuena.
Y la Saga de la Bomba Loca fue lo que me enganchó al Capi cuando era chaval, así que nostalgia e interés a partes iguales.