Flash – John Broome

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John Broome es uno de los grandes olvidados de la historia del comic. No parece probable que eso le importara un pimiento, pero no deja de ser una gran injusticia.

Pocos lectores actuales de Flash o de Green Lantern pueden recordar, o siquiera imaginar, lo distintos que eran Barry Allen y Hal Jordan al comienzo de sus carreras. La impronta de comics como Green Lantern/Green Arrow o Crisis en Tierras Infinitas es muy difícil de borrar. Eran historias geniales, tan geniales que consiguieron sembrar en la mente de todos los fans la imagen de Hal Jordan como un super-poli reaccionario del espacio, a pesar de que este cambio, que venía de ninguna parte, se produjo de un mes para otro y sin previo aviso.

El Hal Jordan de los años 60 (es decir, el de John Broome) era una especie de vagabundo del dharma al estilo Kerouac, que había renunciado a la trampa del ego que le habían tendido los Guardianes de Oa para recorrer El Camino, un sendero que en su caso le conducía a una pacifica existencia en el bosque.
¿Raro? No tanto, si se tiene en cuenta que Broome escribía sus historias desde la azotea de un hotel de Tailandia, absorto en beatíficos y placenteros viajes de LSD.

El Green Lantern de John Broome, su Flash, el Superman de Mort Weisinger pertenecen a una estirpe muy particular de héroes, una estirpe que se extinguió con la llegada del realismo a las historias de superhéroes. Respondían a coordenadas muy particulares y muy diferentes de las que utilizamos hoy en día.

Sus historias tenían mucho que ver con la morfología de los cuentos de hadas, con el tiempo onírico de Umberto Eco, con la psicología de Freud y con una especie de surrealismo infantil. Su consideración social también era algo único. Los superhéroes hablaban a los niños, por supuesto, pero los adultos que los leían no eran ni adolescentes acomplejados ni maduritos hípsters con barba de tres días; los lectores de Superman que pasaban de la veintena se consideraban a si mismos como exploradores, avezados psiconautas de los mares embravecidos de la conciencia.

Las sutiles metaforas de John Broome.

No hace más que acudir a la biografía de Ken Kesey (Ponche de Acido Lisérgico, libro escrito por el recientemente fallecido Tom Wolfe) para darse cuenta de lo hermosa y única que era la consideración que sentían los beats respecto a los superhéroes. Kesey y sus compañeros emprendieron un viaje hacía el corazón de las Montañas Rocosas, donde esperaban encontrar La Roca de la Eternidad, el mítico (y ficticio) hogar del hechicero que dotaba de poderes a Shazam.

Se ha apuntado más arriba que esa manera tan particular de entender a los superhéroes se extinguió con el tiempo. Cierto, pero inexacto. El Flash de John Broome ha sobrevivido a la marea del tiempo, y de la mano de un enamorado de la Edad de Plata como Mark Waid consiguió prender la mecha de una nueva etapa del comic de superhéroes, como ya lo había hecho a mediados de los cincuenta.

Pero eso es otra historia, que será contada en otro artículo. El propósito de este texto en particular es recuperar una parte de esa magia (temporalmente perdida y a la postre recuperada) que John Broome contagió a Flash, a DC, a los superhéroes y al mundo del comic.

Como el rayo

A mediados de los años 50 las archiconocidas campañas contra la industria del comic-book por parte del senado, y la instauración de un mecanismo autocensor conocido como Comics Code Autorithy, habían dejado a los superhéroes tocados y maltrechos, pero no muertos. Unos depauperados Superman y Batman todavía mantenían unas aceptables ventas.

Julius Schwartz no necesitaba más para impulsar la Edad de Plata de los comics americanos. O quizá sí. En el relanzamiento del nuevo Flash (en Showcase #4) se unieron por un lado la querencia de Schwartz por el género fantástico (había sido editor de revistas pulp en la época de Lovecraft) y una carta del gobierno instándole a potenciar el interés de los niños por la ciencia (el gobierno americano planeaba invertir una gran cantidad de dinero en la carrera espacial, y quería que este desembolso fuera rentable).

De este modo, Barry Allen se desvistió en su origen de todo elemento mágico y sobrenatural: Allen era un forense de la policía que había sido alcanzado por un rayo que le había otorgado hiper-velocidad. Como Flash, Barry luchaba contra el crimen vestido con un ceñido traje del color de los Ferrari.

Alcanzado por el rayo.

John Broome se unió al equipo de Flash en Showcase #8. En su primera historia, con la colaboración del genial Carmine Infantino a los lápices, presento a Capitán Frío, el primer villano de una larga serie de rufianes que personificaban fenómenos naturales o atmosféricos: la óptica (El amo de los espejos), el sonido (Pied Piper), la física o un tipo muy particular de física (Capitán Boomerang), o el mismo clima (El Señor de los Elementos).

La étapa de Showcase fue muy breve, y se extendió hasta el número 13, cuándo Barry Allen se traslado a las páginas de The Flash. Sin embargo, antes de saltar a la almendra de este artículo, es necesario detenerse en una historia absolutamente fundamental para entender lo que vendría después.

El comic no esta escrito por John Broome, sino por Robert Kanigher, de nuevo con la colaboración de Infantino a los dibujos. La historia se titula Los gigantes del fin del tiempo, y en ella Flash alcanza a base de patear el asfalto la cuarta dimensión, donde sus habitantes tienen la habilidad (ya que son seres hechos de tiempo) de aumentar exponencialmente su tamaño por cada segundo transcurrido.

La representación visual de este fenómeno (obra de Infantino) está fuera de cualquier consideración, y es absolutamente impresionante. Infantino divide la página en tres viñetas verticales, dejando mucho aire en el tercer superior de la primera viñeta, mientras que en la tercera los personajes se han hecho tan grandes que apenas caben en el cuadro. Para crear este efecto, el dibujante se sirve de un ángulo bajo, que además permite al lector identificarse con Flash, que se encuentra atado en el suelo.

Dos páginas después, Flash es tan diminuto (o los monstruos de la cuarta dimensión son tan grandes) que cabe en la arruga de la bota de uno de ellos. Cuando lo descubren, los monstruos intentan pisarlo, e Infantino elige representar estos pisotones fallidos con una serie de jump-cuts totalmente innovadores.

Es imposible saber si Carmine Infantino era totalmente consciente de lo que estaba haciendo aquí, pero en realidad no importa. El talento que se desprende de estas páginas no necesita mayores explicaciones.

Como se ha apuntado antes, Barry Allen saltó a las páginas de Flash Comics en el número 108, dónde se volvía a contar su origen. Los siguientes números presentaron a muchos de los villanos mencionados más arriba, y también a Gorilla Grodd, el enemigo a batir en los números #108 y 109.

El arte narrativo de Carmine Infantino sigue brillando a un nivel excelso, con un uso magistral del tamaño, el ángulo , el punto de vista y las relaciones entre los planos. Sin embargo, Broome parece repetirse un tanto en estos números. A partir del número #110, cada historia se verá acompañada por una breve historieta de complemento de Wally West, aka Kid Flash.

El número #112 introduce una curiosa novedad, y es la aparición de un nuevo justiciero en Central City. Se trata de Ralph Dibny, un detective con la capacidad de estirarse cuál Plastic Man.

Primera aparición de Ralph Dibny.

El número #113 es una auténtica fumada, por propia de un Broome que poco a poco va distanciándose de los esquemas fantacientificos de los comics de Schwarzt para sembrar pequeñas semillas que dejan ver sus inquietudes intelectuales.

En El hombre que quería reconquistar la Tierra se establece que los dioses olímpicos llegaron a la Tierra desde un planeta llamado Olimpo, donde sus descendientes deciden que ha llegado la hora de reclamar como suya la colonia del planeta Tierra. Flash, por supuesto, detiene a estos supuestos dioses sin mayores complicaciones.

La aventura de Kid Flash aparecida en el #114 enfrenta a este inocente niño contra una ruda panda de beatniks gamberros.

Esos malditos beatniks (o Todos mis beatniks).

Y así llegamos a Flash #123, el mítico Flash de dos mundos, una historia que todavía consigue frenéticos y nerviosos masajes en las sienes al ser leída, la obra maestra del equipo de The Flash (o casi, como se matizará después) y un clásico absoluto del cómic mundial.

El comic comienza con Barry Allen leyendo las aventuras de Jay Garrick, el Flash de la Edad de Oro, cuyos comics nosotros también podíamos disfrutar en nuestra realidad. No era la primera vez que se hacía mención a la pasión comiquera de Barry, e incluso se había establecido que había tomado prestado el traje y el nombre de sus héroes infantiles.

La novedad llegaba cuando Barry rompía de nuevo las barreras entre mundos, y llegaba hasta la tierra de Jay Garrick. Millones de neuronas infantiles explotaron en aquel momento.

DC ya había jugado con la idea de los universos paralelos en las denominadas «historias imaginarias» de Superman («sueños autodestructivos de un mundo perfecto» en palabras de Antoni Guiral), pero en Flash #123 la editorial se atrevió a incorporar esas ideas a su corpus narrativo.

Ideas que no tardaron en fructiferar en forma de preguntas alucinadas. Por ejemplo «¿si Barry Allen lee las historias de Jay Garrick, y nosotros leemos las historias de Barry Allen, significa eso que alguien, una autoridad superior, está leyendo nuestras propias vidas en forma de tebeo?» o también «¿era el mundo de Jay Garrick un subsistema del Universo DC, es decir, había alcanzado este la capacidad de soñar y mentir? ¿Estaba, quizás, vivo?»

Parece una pregunta estúpida, propia de una mente febril, pero no hay que olvidar que durante los años 60, la época de la psicodelia y de la primera postmodernidad, estas ideas se difundieron ampliamente. Prueba de ello es el viaje de Ken Kesey mencionado al principio de este artículo. La cosa empezó a ser preocupante cuando, en los años 70, la teoría de cuerdas describió un modelo cosmologico en forma de red dividida en compartimentos cerrados. Una forma que realmente no estaba tan alejada de una página de cómic.

La vida no es un comic. ¿O quizá si?

El siguiente hito de la colección llegaría en el número 139, donde se presentaría al archienemigo definitivo de Barry Allen: Eobard Thawne, aka Profesor Zoom.

Thawne era, literalmente, el reverso tenebroso de Flash. Nativo del lejano futuro (donde los héroes como Flash y Superman son venerados como mitos y leyendas), Thawne estaba obsesionado con el mito de Barry Allen, del mismo modo que Allen lo estaba con los comics de Jay Garrick. Hasta tal punto llegó su obsesión que decidió usurpar su identidad de velocista y su propio rostro para cometer fechorías.

Cuando Barry consiguió detenerlo, poco imaginaba que ese acto sería la condena definitiva de su vida. Zoom, tremendamente resentido al considerar que su héroe lo había traicionado, no podía permitirse asesinar a Flash (ya que de este modo él mismo no existiría); pero lo que si podía hacer era destrozar la vida de nuestro héroe, viajando una y otra vez al pasado para asesinar sistemáticamente a sus seres queridos.

Una manera elegante de explicar a los niños que aquellos que hacen el bien no están protegidos contra el mal. Es más, puede que sean los héroes quienes más expuestos estén frente a la oscuridad. Puede que sea eso lo que los convierte en héroes.

A finales de los años 70 John Broome se retiró de los comics. Quizá intuía que ya no había sitio para una mente como la suya en la cada vez más politizada industria del comic-book. Se mudó a París, y luego a Japón, donde se convirtió en profesor de inglés. Sus últimas historias publicadas fueron The Flash #194 y Green Lantern #75. Un mes después de la publicación de este último número comenzaría la aclamada étapa de O´Neil y Adams.

Más arriba se ha apuntado que El Flash de los dos mundos no era la obra maestra definitiva del equipo artístico al mando del velocista escarlata. Ello se debe a una historia, publicada en 1966 (cuando la Guerra de Vietnam ya había comenzado pero el LSD todavía no había mostrado su cara mas devastadora), escrita por John Broome y dibujada por Infantino. La historia se titula ¡Flash pone su vida en tus manos!.

Para Barry, convertirse en marioneta, en baldosa humana, en obeso mórbido o viajar hasta los límites de la conciencia era el pan nuestro de cada día (todo ello cortesía del colocado Broome). Pero este número tomaba un cariz diferente, como si Broome de repente fuera consciente del lugar donde desembocan los horizontes de sucesos de la psicodelia.

La portada ya era de por si magistral, con un Flash que interpelaba directamente al lector pidiéndole ayuda, con el gesto y la expresión de un santo pictórico.

En el cómic, un inventor loco disparaba una especie de rayo de olvido contra Flash, quién poco a poco iba perdiendo su forma corpórea ya que, cómo decía el guión, «nuestra existencia depende de la percepción que los demás tienen de nosotros». La nube de humo en la que se había convertido Flash encuentra por fortuna a una niña que, casualidades de la vida, todavía le recuerda y le permite volver a vivir.

Es imposible no citar las palabra de Grant Morrison, en Supergods, acerca de esta historia:

«Un adulto podría criticar la moralidad pura y dura, las razones poco probables, y tachar la historia de flojilla. El trabajo de Broome se suele tomar bastante a la ligera, pero esta historia en concreto tuvo un calado profundo. Mostraba al detalle la descomposición del cuerpo sólido de los superhéroes, algo que estaba ocurriendo por doquier en la Edad de Plata. Describía el final del viaje, la espeluznante pérdida del ego y del libre albedrío que estaban experimentando los retoños químicos de Albert Hoffman. Y también les explicaba que solo se podía volver a través de la amabilidad, la unión y la comunidad».

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Xlin
Xlin
Lector
24 diciembre, 2018 14:12

El mítico número de «El Flash de dos mundos» no es el #123? En el artículo se indica que es el #121 y creo que es incorrecto

Pedro Pascual Paredes
En respuesta a  Xlin
24 diciembre, 2018 14:31

Muchas gracias por señalar el error, ya está modificado.
Justamente esta mañana he leído ese número a causa de que un día como hoy de 1986 falleció Gardner Fox.

Saludos

Forager
Forager
Lector
24 diciembre, 2018 14:24

Qué buen artículo, ¡enhorabuena!

Xlin
Xlin
Lector
En respuesta a  Pablo Menendez
24 diciembre, 2018 18:36

El artículo me ha encantado!!

Drury Walker
Drury Walker
Lector
25 diciembre, 2018 22:43

A mí también me ha encantado. Sólo queda soñar con ver publicado este tipo de materiales en nuestro pais más allá de como complementos en los tomos de salvat…

Juan Iglesia Gutiérrez
26 diciembre, 2018 11:43

Genial como siempre. Me gustan mucho tus artículos, Pablo.

¿Para cuándo uno del Superman de Weisinger?

Mis votos (en urna rota) para que algún día veamos estas historias en castellano.

El menda
El menda
Lector
26 diciembre, 2018 14:17

¡Ay ECC, qué felices nos podrías hacer…!

TigreHobbes
TigreHobbes
Lector
26 diciembre, 2018 16:27

Uno de esos artículos que se guardan y se imprimen cuando se edite en España. Vamos, que se guardan ;-p
Enhorabuena