Dos eran los superhéroes que cimentaron la popularidad de Marvel Comics. En realidad, hace ochenta años la compañía no se denominaba así. Timely Comics era el proyecto de un acomodado editor de material pulp que decide subirse al carro de la moda, el comic-book. The Human Torch y el Sub-Mariner fueron clave para que ese tímido intento haya llegado a transformarse en el monstruo transmedia que conocemos actualmente. La editorial ha decidido rendirles el cumplido homenaje al ir seleccionando el material más relevante de sus ocho décadas de historia e incluirles como lo más importante de los años 40. Panini Comics ha recogido la edición, tal y como ha sido publicada por la Casa de las Ideas en los EEUU, por lo que nuestro cometido es echar un vistazo a ver como ha quedado el tomo. Pero claro, aquí ya nos conocemos, y parece un total dislate acercarse a este tipo de material y no darle un poco de contexto. Las siguientes líneas se entregan a ese menester, dejando como último punto la reseña en sí. Volemos a esa era mágica que se denomina Golden Age.
Los cimientos de la casa Timely
Democratización de la cultura, la profusión de las tiras de prensa, la conversión en comic-book, la eclosión del superhéroe….todos estos asuntos han sido tratados con mayor o menor extensión cuando de alguna u otra forma nos hemos adentrado en aquellos tiempos tan sugerentes que componen la Golden Age. Son cuestiones tan inherentes, tan necesarias para comprender el impacto del medio en la sociedad de la época, que pocos desconocerán su relato. Y es que estamos en los albores de la cuatricromía norteamericana, en el despertar de ciertas publicaciones, los mismos cimientos de lo que va a ser el santo y seña del género de las mallas. Un tiempo pionero, donde el leit motiv era sacar cualquier cosa, utilizar lo máximo de temáticas, copiar aquello que funcionaba y explotarlo hasta que el cliente dijese basta. Básicamente, la táctica del ensayo-error de toda la vida. Es ese periodo tan bulliciosamente creativo el que le toca lidiar a una pequeña compañía llamada Timely Comics, modesta entre un entramado que, en general, era poco deslumbrante. Su Publisher era nuevo en estas lides, la viñeta, pero versado en publicaciones varias, por lo que no se trataba de un salto al vacío, precisamente. La experiencia siempre es un grado y Martin Goodman, el impulsor del proyecto, se disponía a demostrarlo.
Pues sí, va para allá nuestro correspondiente repaso a la figura de Goodman. Dado que casi siempre, y con alto grado de razón, cuando hablamos de la Golden Age solemos centrarnos en autores, pocas veces en editores, pensamos que probablemente haya llegado el momento indicado para plantarnos en la subsiguiente reflexión, ¿qué hubiera sido del desarrollo de la industria sin los odiados publishers? Tiránicos en exceso, pintorescos de más en algunos casos, irrespetuosos con los creadores en su mayoría; sin duda, se puede argüir un buen catálogo de bondades para definir a aquellos primigenios mandamases. Lo que es evidente es que no existiría el negocio tal como ahora lo conocemos ahora sin el paso de los Malcolm Wheeler-Nicholson, Victor Fox, Lev Gleason, Max Gaines, Roscoe Fawcett o nuestro Martin Goodman por las oficinas editoriales. A Martin lo podemos catalogar como un elemento de lo más normalito en esa terna, pese a sus evidentes defectos, entre los que cabe citar el total desprecio a creadores y medio en sí, el estudiado autoritarismo, su tendencia a racanear, cuando no a estafar directamente (que se le pregunten a Simon y Kirby), u obligar a sus trabajadores a seguir las modas del momento, sin ningún pudor ni vergüenza. Eso sí, llegado el momento depositó toda la confianza en su creativo más destacado, Stan Lee, propulsando a su compañía hacia el estrellato….hasta que se la arrebataron de las manos, a él y al legítimo heredero, su hijo Chip. Quizás hemos adelantado algo de más el relato puesto que esta es una historia de comienzos, no de finales, y a ellos nos remitimos desde ya.
La historia de nuestro editor comienza en las lejanas estepas de Rusia, puesto que sus padres son originarios del viejo continente. Isaac Goodman y Anna Gleichennaus eran dos judíos rusos a finales del siglo XIX en un ambiente poco halagüeño. Ambos deciden emigrar, por separado, a la tierra prometida, los EEUU de América, un país lleno de posibilidades, y más concretamente a la ciudad de Nueva York, centro neurálgico de aquella inmigración masiva. Siendo judíos, emigrantes y de origen ruso es fácil que los dos coincidieran en los mismos ambientes por lo que acabaron casándose y alumbrando la nada despreciable cifra de trece hijos. Moe Goodman fue el noveno de ellos en 1908; en efecto, hablamos de nuestro editor, que decidió adoptar el más americanizado Martin para darse a conocer. La vida de este tipo de familias no era nada fácil en los Estados Unidos de la época. Moe tuvo la suerte de asistir al colegio, donde aprendió a leer y a escribir, y eso le abrió un nuevo mundo de posibilidades, puesto que se convirtió en un voraz lector. Esto es la parte feliz de su infancia, digamos, ya que su padre trabajaba en el creciente y bien pagado sector de la construcción. Desgraciadamente, Isaac tuvo un accidente que le imposibilitaría tales menesteres por lo que no tuvo más remedio que buscarse otro empleo, dando sus huesos con el oficio de vendedor ambulante, algo que no garantizaba la entrada de dinero todos los meses. Comienza un periodo complejo para Martin, que debe abandonar la escuela en quinto grado, obligado a trabajar en los típicos empleos para infantes.
La falta de medios, el movimiento constante de la familia, a consonancia con la ocupación del patriarca, y una cierta cabeza loca llevó a Goodman a tomar una decisión extrema, dedicarse a transitar como un vagabundo por la América de la Gran Depresión. Acostumbrado a vivir con lo puesto, no resultó ser un envite muy complejo. Algo que nunca le dejó de acompañar fue un diario donde día a día escribía sus experiencias. Ya hemos dicho que Martin, pese a sus escasos pudientes, fue un niño con un gran amor por la lectura. Pero claro, aquello a lo que podía acceder era la llamada literatura barata o, más despectivamente, pulp. Revistas económicas en las que se publicaban relatos de lo más variado, con una fórmula característica, aventuras sensacionales que estimulaban la imaginación, contadas de una manera muy dinámica, no tanto artística. Es a esto a lo que se aferró Goodman cuando decidió retornar a su Nueva York natal para buscarse un empleo fijo.
Así, presentándose como conocedor y amante de los pulps, consigue un puesto como representante editorial de Eastern Distributing, una compañía dedicada a publicar ese tipo de literatura. Es aquí donde Martin logra hacer contactos, entablar amistades, entre ellas la figura de Louis Silberkleit. Éste se convirtió en el mentor del joven Goodman, enseñándole diferentes aspectos del negocio. Eastern quebró en 1932, dejando a los dos representantes en la calle. Fue entonces cuando Silberkleit decide ir un paso más allá y fundar su propia editorial, Newsstand Publications; Louis cuenta con Martin, no como pupilo, sino como socio. Comienza el periodo más estimulante de Goodman como editor de revistas, aprendiendo de cada éxito y de cada fracaso, puesto que Newsstand debe enfrentarse a la bancarrota apenas dos años después, en 1934, debido al desmoronamiento abrupto del distribuidor que se habían agenciado, dejando cuantiosas pérdidas en las arcas de la compañía.
Louis Silberkleit decide que el proyecto es inviable, abandonando el barco, pero Goodman estaba resuelto a sacar la empresa adelante. Consiguió convencer a la imprenta de que recuperaría la inversión en poco tiempo si le dejaba continuar publicando títulos en el mercado. Dicho y hecho, Martin, en solitario, consiguió revitalizar Newsstand tirando de las esencias que le caracterizarían a lo largo del tiempo: historias desechables con títulos impactantes. Incluso, llegó a utilizar malas artes, como agenciarse reimpresiones poco conocidas de otros editores y hacerlas pasar como suyas; todo valía para mantener el negocio a flote. Goodman, en poco tiempo, se había transformado en un editor respetable de revistas pulp, su amor de juventud, que sin convertirle en un potentado, le permitía mantener una vida plácida. Por cierto, para aquellos que quieran saber de Louis Silberkleit, tampoco es que le fuera mal…. se unió a otros dos emprendedores, Maurice Coyne y John Goldwater, dando lugar a MLJ Comics en 1939, lo que se considera el germen de la conocida Archie Comics (con la que Martin tuvo algunos asuntillos legales a vueltas con el diseño del Capitán América. ¿Casualidad?) .
La segunda parte de los años 30 fueron frenéticos para Goodman. Varias docenas de revistas, con temáticas tan dispersas como western o ciencia ficción (como Marvel Science Stories; la fijación con la palabra Marvel será algo relevante para el editor, a lo largo de su carrera). Una vez asentado en el mercado, con una producción eficiente, trasladó sus oficinas del modesto bajo Manhattan al elegante edificio McGraw-Hill, en el centro comercial de la Gran Manzana. Es en este lugar donde nuestro protagonista se plantea montar una especie de emporio, dando lugar a diferentes empresas, todas ellas dedicadas al noble arte de la edición: Margood Publishing Corp., Marjean Magazine Corp. y Chipiden Corp. En 1939 se une a este entramado el nombre de Timely Comics, dedicada, como su nombre indica, al creciente mercado del comic-book, las coloridas revistas muy inspiradas en la industria pulp que parecían arrasar en los puntos de venta. Martin tenía un negocio muy sano con su producción de material barato, pero había elementos que indicaban un retroceso en este sector, mientras que el tebeo comenzaba a levantar el vuelo de forma evidente.
El ambiente que recoge el editor en ese año 39 es la eclosión del éxito en boga de aquellos días. No hace tanto que había echado andar el formato. Las tiras de prensa eran un producto muy asociado a los sindicatos de diarios, y se sabía de su popularidad, desde inicios del siglo XX. Por tanto, no era novedad el gusto por el arte secuencial en el público americano. Pero en 1937 se decide probar una innovación, ajustar la típica cuadrícula a un formato horizontal, dando lugar al flamante comic-book, lo que suponía un importante desarrollo en aras de expandir el negocio más allá de los tabloides de noticias. Y el experimento fue un abrumador logro desde su práctica implantación. Nótese que hablamos de un periodo de poco más de dos años, aproximadamente, para pasar de una novedad, a ver qué tal resultaba, a ser la fórmula del futuro. A esas alturas se estaba confeccionando todo un tejido industrial alrededor de ese cuadernillo grapado, llenando quioscos a lo largo y ancho de la nación, y sobre todo, vendiendo unidades a mansalva. Uno de los principales impulsores en cuanto a venta fue el género del superhéroe, que había nacido en 1938 con la creación de Superman en Action Comics. Una fiebre respecto a personajes en pijama asolaba a la juventud del país y pocas editoriales se resistieron a subirse a ese carro. De hecho, Martin Goodman entra en el comic-book en ese mismo instante, por lo que sus primeros proyectos versarán sobre esta temática.
Timely Comics es el intento de Goodman de expandirse en el terreno del cómic, hasta ahí claro. Si algo ha caracterizado a Martin en su carrera de editor ha sido el pragmatismo y el ahorrar en costes, como principal objetivo. Por eso, tenemos ante nosotros a una compañía que se dedica al noveno arte con cero trabajadores. Nada, niente, nothing, ninguno. Solo Goodman. Pero como hemos dicho más arriba, el triunfo del formato procuró los recursos para que el Publisher pudiera sacar material, sin tener a ningún empleado en nómina. Toca hablar del fenómeno de los talleres de artistas, algo que, por otro lado, ya se llevaba utilizando su tiempo para la producción de tiras de prensa. Los talleres no son un invento asociado al comic-book, pero muchos se readaptan para proveer de material a las incipientes compañías que solicitan sus recursos. Algunos de esos talleres terminaron por convertirse en editoriales, casos de Fox o de Mainline, la compañía fallida de Simon&Kirby. Otros gozaron de gran popularidad como los de Jerry Iger y Will Eisner (en el que el mismo Rey de los Comics estuvo involucrado). Pero nosotros nos vamos a concentrar en Funnies Inc., ya que fue la fuente única y primordial de la que Goodman extrajo su producción primigenia, hasta que decidió contratar personal propio para su aventura.
Funnies Inc. estaba regentado por otro de esos visionarios apenas conocido llamado Lloyd Jacquet. El único que se ha preocupado en seguir sus pasos ha sido Roy Thomas, como no, en su revista Alter Ego, donde en 1970 publicó una entrevista con Bill Everett donde se hablaba abiertamente del legendario fundador de Funnies. Este trabajo se ha coronado con varios artículos recientes, escritos por gente de su confianza, como Jack Elmy, en la misma revista, durante los años 2003, 2009 y 2010 (“In Search of Lloyd Jacquet”). Como todo personaje misterioso, hay gran parte de ese contenido que debe cogerse con pinzas. Por lo que al texto se refiere, la creación de cierto estudio y su relación con Goodman, debemos remitirnos a otra compañía de tebeos con ganas de triunfar denominada Centaur Comics.
Centaur Publications (aunque se le conoce más por Centaur Comics) fue fundada por Everett M. Arnold en una fecha tan temprana como 1936. Allí trabajaba como director de arte Jacquet, un neoyorkino de aspecto distinguido, con carrera militar, que había llegado hasta el grado de coronel durante de la Gran Guerra. Retirado de los asuntos bélicos, había obtenido un puesto de editor en National Perodicals (el germen de DC, la compañía fundada por Wheeler-Nicholson) y le fue cogiendo el gusto al apartado artístico. Arnold lo contrata precisamente en una asignación relevante para Centaur y comienza a ejercer sus dotes de mando y liderazgo. Se dice, se comenta, que es el cerebro detrás de la creación de la más importante figura de la editorial, The Amazing-Man, cuya autoría oficial se la debemos a un joven principiante llamado Bill Everett. Jacquet comienza a barruntar que quizás él solo puede dirigir su propio negocio; no tanto una editorial al uso, sino un taller, con unos cuantos buenos artistas, y así ofrecer producto ante la demanda de renovado material en comic-book.
Con todo ello, y en una fecha que no se ha podido estipular como válida (finales de los treinta, grosso modo) Jacquet monta su propio estudio, al que en los inicios se le conocerá como First Funnies, rápidamente renombrado a Funnies Inc. Como hemos adelantado, Lloyd no podía hacer esto solo, por lo que había conseguido apoyos dentro de la misma Centaur, atrayendo para sí a creadores que confiaron en él, en su forma de afrontar el mundo del cómic. Entre ellos teníamos a dos chavales, que apenas pasaban de la veintena, pero con mucha hambre de éxitos. Sus nombres son el ya mentado Bill Everett y Carl Burgos. No fueron los únicos, pero sí les debemos el ser los protagonistas de esta entrada.
El cómo queda atada la relación entre Funnies y Timely es el último punto de este apartado. Si han seguido las líneas trazadas durante el relato verán que casi todo el mundo tenía cercanías, de algún tipo, en este simpar vodevil que representa los inicios del comic-book americano. Pues bien, en el taller de Jacquet trabajaba de contable un irlandés llamado Frank Torpey, que resulta, y aquí viene lo bueno, que había coincido con Goodman en su primer oficio, en Eastern Distribuiting. Torpey, sabedor de que Martin era ahora un magnate de las publicaciones, se dirige a sus oficinas para presentarle una serie de materiales, pero ojo, nada original de Funnies, sino ejemplares de Superman y Amazing-Man, títulos que se vendían con solvencia. El Publisher, convencido de aquello lo hacía cualquiera, decidió que iba a abrir su propia división de cómics, la ya célebre Timely, y que el taller de Jacquet sería su principal proveedor, ya que Goodman no tenía previsto contratar plantilla para esto.
Marvel Comics #1 (luego ya asentada como Marvel Mistery Comics a partir de su #2) salió al mercado en agosto de 1939, una revista realizada enteramente por gente de la agencia de Lloyd Jacquet. Su primera tirada fueron unos 80 mil ejemplares, que se vendieron casi al momento. Martin decidió reimprimir cada vez que se agotaba y al final se acabaron por implantar en hogares norteamericanos 800 mil copias de ese Marvel Comics #1. Martin Goodman comprendió que sí había futuro en esos cuadernillos, repletos de dibujos con colores chillones y onomatopeyas. También comprendió la importancia de Funnies, sobre todo cuando advirtió que eliminando al intermediario ganaría más dinero, una vez contratada gente específicamente para el área de los tebeos. Pero Jacquet había logrado un acuerdo plenamente satisfactorio y mientras duró el primer empuje del superhéroe, se mantuvo ligado a las siglas de la compañía de Goodman, gracias al buen recibimiento de dos personajes muy concretos, Namor y la Antorcha Humana, los primeros cimientos de la casa Timely.
Carl Burgos y Bill Everett. Como fuego y agua
Carl Burgos y Bill Everett eran dos chicos bien distintos, de ambientes sociales diversos, unidos únicamente por la fe en Lloyd Jacquet. Cuando éste les comento su proyecto de Funnies Inc., decidieron abandonar Centaur Comics para ponerse a su servicio. Ambos poseían una inventiva muy particular, eran jóvenes y compartían un gusto especial por la noche y los bares de Manhattan, especialmente Bill, cuyos problemas de alcoholismo le acompañarán toda su vida. En una de esas jornadas locas, soltando ideas, barruntando futuras creaciones, surgió una curiosa dicotomía sobre la que trabajar, fuego y agua. Carl era alguien mucho más centrado y rápidamente le expuso una trama detallada acerca de la creación de un superhéroe, nada común, por otra parte. Le habló de un científico brillante pero a su vez codicioso en extremo, el profesor Phineas Horton, que en un intento de superar a sus rivales dio lugar a un androide, un hombre sintético, con la capacidad de encenderse en llamas. La Antorcha Humana lo llamarían. Este ser no viste traje, ni máscara, no le es necesaria, ya que se nota que no es un humano; además, su imagen no es una que genere empatía, puesto que su forma ígnea es un peligro para cualquiera que le rodee. Únicamente por eso, este personaje es una suerte de paria, nunca aceptado por una humanidad que recela de aquello que desconoce. Se avistaba un camino complejo para esta Antorcha.
Everett aceptó el reto y tiró de su esmerada educación, aglutinando tradiciones extraídas de Jack London o de Samuel Coleridge. Imaginemos una legendaria civilización submarina, que vive alejada de los asuntos de la superficie. Una expedición, rumbo al Ártico, interfiere en sus límites, lo que hace que el regente subacuático se preocupe y envíe a su primogénita para investigar. Ésta termina enrolada en asuntos románticos con el capitán del barco y retorna a su hábitat embarazada de un híbrido de humano y atlante, que a la larga será Namor, el Príncipe Submarino. Tomando inspiración del Mercurio de Giambologna, Bill diseñó un ejemplar musculoso, con cejas y orejas puntiagudas, además de unas bonitas alas en sus pies, con potentes cualidades sobrehumanas (súper-fuerza, vuelo, velocidad) y, por encima de todo, una personalidad torturada, en abierta pugna con los moradores de la superficie, pese a compartir la mitad de su ADN con nosotros. Namor es cualquier cosa menos simpático, desde luego no un héroe en sentido estricto, ya que su fuerte temperamento le hace colisionar, una y otra vez, con los confiados humanos.
Lloyd Jacquet aplaudió el torrente de creatividad de sus nuevos empleados. De hecho, al bueno del Sub-Mariner consiguió venderlo de manera inmediata. La unión de cines local incentivó una publicación para atraer más público a sus salas, por lo que contrató varias historietas con el objetivo de formar una revista llamada Motion Pictures Funnies Weekly, de carácter gratuito. La historia de Namor tenía su hueco preparado cuando una llamada a las oficinas de Jacquet presagiaba lo peor. El proyecto quedaba cancelado. Pero no hay mal que por bien no venga y, días después, Frank Torpey se presenta en el despacho del jefe para darle buenas nuevas, Timely Comics, editorial de su viejo conocido Martin Goodman, contrata sus servicios. La historia de Namor se publicaría al fin, al igual que la de la Antorcha, la del Ángel y demás fauna pintoresca. Daba comienzo la Era Timely de los cómics.
Funnies Inc. será el principal suministrador de material para la compañía de Goodman. La Antorcha Humana (portada de Marvel Comics #1, nada menos) y Namor se transforman en patas fundamentales de la producción y el éxito de Timely (la tercera en discordia sería el Capitán América de Simon&Kirby). Carl Burgos y Bill Everett se convierten en dos nombres habituales a tener en cuenta durante la Golden Age, o bien asociados a la marca de Lloyd Jacquet o ya en plantilla de Atlas y posteriormente de Marvel. Como creadores de una innegable influencia en el medio, nos proponemos dedicarles unas líneas para conocer algo mejor a estos dos autores, en sus vertientes de personas y de artistas.
Burgos y Everett son dos personalidades más o menos reconocidas aunque poco estudiadas por gente del mundillo, en comparación con otros gigantes. Para recabar la información pertinente han sido necesarias las entrevistas de rigor en medios especializados, como Alter Ego o Comic Book Artist (algunas de ellas realizadas por las hijas de los protagonistas), y fuentes bibliográficas como “The Steranko History of Comics”, del propio Jim Steranko, o “Marvel Comics. La Historia Jamás Contada” de Sean Howe, que contiene un primer capítulo centrado en la Era Timely. Pero si hay una fuente que queremos destacar es “The Secret History of Marvel Comics”, publicado por Fantagraphics Books (desgraciadamente, sin una versión patria por estos lares), a cargo de Michael J. Vassallo y Blake Bell. Ésta es una de las publicaciones que más énfasis hace en el periodo pre-Marvel, donde se trata de alumbrar luz a trabajadores del medio que no han tenido el reconocimiento deseado, pese a su innegable impacto, casos de nuestros Carl y Bill.
Carl Burgos nace en 1916 con el sonoro nombre de Max Finkelstein, en la ciudad de Nueva York. Como tantos otros colegas de la industria, su ascendencia es judía, originaria de Rusia, por lo que cuando decide entrar en el mundillo artístico transmuta su apelativo a Carl Burgos, sobrenombre con el que será conocido hasta su deceso, concretamente en 1984, víctima de un cáncer de colon. Finkelstein creció en una familia de clase media, para ser emigrantes rusos, dedicada al noble oficio de la sastrería, que le pudo costear los estudios, llegando a ingresar en la prestigiosa Academia Nacional de Diseño, debido a su innato talento con el lápiz. Pero Max era un chico inquieto y no le estimulaba para nada el proceso de enseñanza reglada en dicha institución, por lo que la abandonó con 17 años de edad, buscando pastos más creativos. Directo de la Academia de Diseño fue a parar a una imprenta llamada Franklin Engraving Company, donde, por azares del destino, se especializó en trasladar al papel viñetas para la compañía de Harry A. Chesler. Fue en este ambiente de trabajo en el que empieza a interesarse por el entorno del cómic. Fichado por Centaur Comics con apenas 20 años, ya con su sobrenombre artístico, Carl Burgos, coincide con Lloyd Jacquet, el responsable creativo al cargo, y Bill Everett, un compañero con el que intercambiar inquietudes. En este pequeño reducto del creciente medio localizamos sus primeras obras como profesional, allá por el lejano año 1939. Historias de relleno en Amazing-Man, con Iron Skull, un vibrante personaje de creación propia. En él podemos reconocer a un artista de indudables capacidades para la narrativa y en abierta progresión, puesto que su trazo mejora en cada nueva trama.
Su estancia en Centaur es breve. Lloyd Jacquet sabría inculcarle la ilusión de su próximo proyecto, First Funnies Inc. o mejor dicho, Funnies Inc., un taller donde venderían material al mejor postor, con unas mayores ganancias para los artistas. Carl aceptó el envite, al igual que su colega Bill; ambos dos fueron recompensados con el trato de Jacquet y un reputado editor de revistas pulp, que accedía a subirse al carro de los comic-books. Timely Comics sería la casa de Burgos durante su época de gloria y todo gracias a un reluciente superhéroe inventado por él mismo, llamado The Human Torch, en ese mismo año 39. Este hombre sintético con capacidad flamígera fue una gran sensación entre la muchachada de la década de los 40, del pasado siglo. Su aparición en Marvel Mistery Comics era seguida por miles de fans, que observaban de cerca las vicisitudes de ese extraño ser, que aspiraba a ser un hombre corriente, nombrándose como Jim Hammond y trabajando en el cuerpo de policía, pero del que la humanidad nunca dejaba de recelar por sus habilidades especiales.
La Antorcha se convierte en un fenómeno con sus historias en Marvel Mistery Comics, por lo que pronto dará el salto a su título individual, The Human Torch Vol. 1 (finales de 1940), que como curiosidad hay que decir que no empieza en el #1 sino en el #2. Martin Goodman decidió que era preceptivo continuar el Red Raven Comics, un título que iniciaron Simon&Kirby y que se canceló tras el #1. En su título homónimo lo primero que hizo Burgos fue presentar al sidekick propio de la Antorcha, Toro, un muchacho huérfano, trabajador en un circo con la habilidad innata de encenderse en llamas. El acompañante juvenil parecía ser una obligación en estos tiempos de la Golden Age. Toro ha mantenido su esencia hasta el mismo presente Marvel, haciéndose los convenientes retoques para ir adaptando sus orígenes (ahora es un miembro de la raza de los Inhumanos). El hecho de que el personaje tuviese su propia revista no indicaba que dejara Marvel Mistery, al contrario, su presencia era muy demandada por los lectores y Burgos mantuvo la llama, organizando con Everett cruces con la otra gran estrella, Namor, mientras que Goodman intentaba desesperadamente deshacerse del estudio de Lloyd Jacquet.
Burgos vivía los momentos históricos con la misma incertidumbre que sus coetáneos. Desde al año 39 se seguía con preocupación los asuntos de la guerra que se había iniciado en Europa, y como judío de origen ruso, Hitler y demás acólitos no le despertaban mucha simpatía. Comienza el repunte de lo patriótico en el cómic norteamericano y las historias de Carl no van a ser una excepción. Enemigos de corte fascista, operando en terreno estadounidense, se convertirán en habituales para las aventuras de Jim Hammond. Nuestro autor vive tiempos muy complejos, sabedor de que tarde o temprano sería llamado a filas; trabaja a destajo, muchas veces asistido por Harry Sahle en las tintas (sin acreditar, claro). Marvel Mistery Comics, Human Torch y, a partir de 1941, All Winners Comics…. cantidad de tramas con la Antorcha de protagonista; faena en abundancia para nuestro artista. Pero es que además realizaba un buen puñado de ilustraciones para los magazines pulp de Goodman, creaba superhéroes demandados por otras editoriales, como Manowar, the White Streak, para Novalty Press, o para otras cabeceras de Timely, tal y como se puede citar a The Thunderer, cuyo debut se produce en Daring Mistery Comics.
Lo inevitable arriba en 1942. EEUU selló su entrada en el conflicto en diciembre de 1941. El país estaba en guerra. Burgos, como ciudadano de a pie, es reclutado para servir en el ejército del aire. Tocaba partir hacia Europa en la que pasaría los siguientes cinco años de su vida, cuatro en tiempos de guerra y uno extra durante el periodo de ocupación de Alemania por parte yanquee. Durante ese tiempo la Antorcha Humana continuó saliendo en los cómics de la compañía de Goodman, realizados por otros autores, como era de esperar. Pero Carl no estaba muy centrado en su lado artístico durante este periodo. Según declaraciones de su propia hija, el autor se vio muy afectado por todo lo que sufrió durante su servicio militar. El cómo influyó a su futuro trabajo es un misterio que no podremos desentrañar, ya que Burgos jamás hizo declaraciones al respecto. Parece que la guerra fue un tema tabú del que se negó a hablar durante su vida, incluso con su familia más cercana.
Carl Burgos vuelve a la faceta artística en 1947. Goodman había logrado deshacerse de los servicios de Funnies Inc. y le ofrece ser parte de la gran familia Timely, cosa que el artista acepta de buena gana. El ansiado reencuentro entre creador y creación se da en The Human Torch #28 (datado a finales de ese año 47). Pese a haber faltado a su cita mensual durante el último lustro, el arte de Burgos no se resiente para nada. Parece si cabe más refinado, mucho más atrevido en la narrativa, un punto por encima de maduración. El esperado reencuentro con el flamígero fue un gran momento en su carrera, aunque hay que reconocer que el final de la II Guerra Mundial trajo un paulatino abandono del superhéroe. Esas figuras casi míticas dejaban de tener sentido en una sociedad que demandaba otros géneros. Si se quería sobrevivir, tocaba reinventarse en los tebeos sobre crímenes, ciencia ficción, western o terror. Siguió colaborando en la cabecera de la Antorcha, cuyo cierre definitivo fue en el #35 (marzo del 49, fecha de portada) pero su principal labor se traslada a la producción de género, donde Goodman apreciaba que se hacía el parné.
A finales de ese 1949 se produce una crisis interna en el seno de Timely Comics. La razón que se suele utilizar es que Martin Goodman localizó en los archivos una generosa cantidad de material de inventario, que se propuso amortizar de manera inmediata. Lo cierto es que la división de comic-book del magnate había dejado de ser rentable, para los términos estipulados por el gran jefe, por lo que éste decidió que el gasto para el sector pasaría ser mínimo. La conclusión es que Stan Lee tuvo que pasar el trago de deshacerse de casi todo el staff artístico, gente con la que había trabajado codo con codo, entre ellos Burgos. El puesto acomodado de dibujante de plantilla queda sustituido por el de freelance, especializado en portadas, eso sí, debido al proyecto de Martin de reutilizar la totalidad del material de inventario. También se sabe que realizó, en esos complejos días, tareas de producción, como así ha asegurado un fijo en esas lides, Stan Goldberg. Daba comienzo la Era Atlas.
Como hemos dicho, Carl se dedica por completo al noble arte de ilustrar las portadas de los comic-books editados por Goodman. Al ser básicamente temática de género, es decir, western, bélico, ciencia ficción, terror, etc., el estilo de Burgos evoluciona, dejando de lado el aspecto más infantil del que había hecho gala en superhéroes. Mucho más realista, con una trazo más crudo, casi podemos decir que en muchas ocasiones con exceso de violencia. En este aspecto, es el doctor Vassallo el que apunta a sus experiencias en la II Guerra Mundial como acicate para volverse más oscuro, más intenso, con esas portadas repletas de fondos negros e imágenes impactantes. Aunque, como hemos advertido líneas arriba, es un aspecto que no podemos corroborar al cien por cien, ya que Burgos nunca habló en vida de su periplo vital durante la contienda.
La situación de la compañía a finales de 1953 era ciertamente delicada. Ese intento de implosión que había marcado el gran jefe solo daba para desaparecer, de manera lenta, pero segura. Mirando con nostalgia hacia tiempos mejores, Martin recordaba que su época de mayor gloria fue publicando superhéroes. Y el Publisher interpretó una serie de signos como un campo abonado para su posible repunte. Uno de ellos fue el éxito de la serie televisiva de Superman; el otro, el inicio de la Guerra de Corea, lo que podía traer una efervescencia patriótica similar a la de la II Guerra Mundial (cosa que sabemos fehacientemente que no ocurrió). Goodman ordena la reentrada de la trinidad Timely, es decir, el Capitán América, Namor y la Antorcha. Ya hemos comentado que Burgos quedó atado en esos días a la editorial, aunque fuera en labores de producción y elaborando portadas, por lo que la asociación queda inmediatamente realizada….con matices. Carl Burgos volvía en calidad de freelance, con nuevas asignaciones en interiores, ya no solo de su más celebrada creación, aunque es lo que ahora mismo nos interesa para el relato. El despliegue de supers iba a hacerse de manera ambiciosa; se planea reciclar una serie de cabeceras para adaptarlas al género, además de continuar las clásicas con la misma numeración, como si no hubieran pasado unos cuantos años.
En lo que concierne al androide flamígero, cuenta con la continuación de The Human Torch, historias de complemento en Captain America Comics y dos nuevas colecciones, Young Men y Men’s Adventures. Pues bien, la primera vez que lo tenemos de vuelta es en Young Men #24 (diciembre de 1953, fecha de portada) y Burgos solo se encarga de la portada, ya que los interiores son obra de Russ Heath. Se desconoce la razón de que tan esperado acontecimiento fuese obviado por el creador original, ¿exceso de trabajo, desinterés quizás? Lo que sí es un dato confirmado es que a renglón seguido pudo hacerse con las riendas del personaje, en el breve revival que supuso la década de los 50. Ahora somos conscientes de que no era el tiempo más propicio para el género del superhéroe. La Antorcha duró en el mercado cinco ejemplares en Young Men (cuatro con responsabilidad de Burgos, uno realizado por Heath), dos en Men’s Adventures y tres en su serie homónima y como telonero del Capitán. Pobrísimo bagaje para que Goodman lo tuviese en consideración para el futuro.
La suerte estaba echada, de todas formas. El medio se enfrentaba con la peor crisis de su ya importante trayectoria. La creación del Comic Code hundió un poco más a una industria que hacía virguerías para sobrevivir. El arrebatarle temáticas tan populares como el crimen y el horror supuso un varapalo importante. Para el negocio de Martin Goodman no fue tan duro el golpe, ya que desde inicios de los cincuenta llevaban en una suerte de cuerda floja, en la que el gran jefe estuvo tentado muchas veces de cerrar la división del noveno arte. Al equiparse casi todas las editoriales, por la crisis del Code, parecía que la situación no era tan mala como realmente era. En el caso concreto del buen Carl, recibiría asignaciones con la Antorcha, hasta que quedó cancelada, alguna historia suelta de género, y continuadas ilustraciones para la sección de pulp, aunque desde 1955 en adelante volvió a convertirse en el portadista oficial de Atlas, dedicando la mayor parte de sus esfuerzos a tales encargos. El porcentaje de ilustraciones atribuido a Burgos en este periodo, que va del 55 al 59, es ciertamente abrumador.
En ese 1959 tenemos constancia de que Stan Lee vuelve a confiar en él para que dibuje interiores. Estamos en una época donde la ciencia ficción barata triunfa en las salas de cine, por lo que a Burgos le va tocar representar guiones de esa guisa en colecciones como Tales To Astonish, Journey into Mistery o Strange Tales. Muchos de esos títulos sonaran al respetable porque en ellos fueron debutando, a partir de 1961, toda una pléyade de superhéroes, con el nacimiento de la Era Marvel de los Comics. Y Carl Burgos estuvo allí; sí, de manera testimonial, más bien a la chita callando, por ahí se mantuvo asociado al proyecto de Goodman y Lee cuando éste hecho a andar. No de manera instantánea, ya que Carl no quería hacer ruido y tenía su propio plan. Era consciente de que su creación había inspirado a la Antorcha de los 4 Fantásticos, lo que probaba la solvencia del concepto. Y Burgos se mantuvo agazapado. Le ofrecieron un episodio autonclusivo con Johnny Storm, como una cruel broma del destino, y él lo afrontó sin problemas, dando forma a Strange Tales #123 (agosto del 64, fecha de portada). Rápidamente, Lee le encomendó una saga de tres números en Tales to Astonish (del #62 al #64), protagonizada por el Hombre Hormiga y la Avispa. Todo en orden. Total, siempre había sido un chico de Goodman, desde Timely, pasando por Atlas, y arribando a Marvel Comics. Entonces, llega el jarro de agua fría.
Stan Lee y Carl Burgos nunca se llevaron bien, eso no es que sea un secreto. Según declaraciones de Stan Goldberg, “sus personalidades chocaban”. A lo mejor por eso, Lee nunca tuvo tanto interés por él como sí lo tenía por Everett. Burgos realizó esas colaboraciones puntuales en la Era Marvel aunque nunca se sintió parte del proyecto, porque tenía una hoja de ruta propia. En una entrevista en 2005, en el magazine Alter Ego, su hija, Susan Burgos, gritó a los cuatro vientos cuales eran las intenciones de su progenitor y como sus jefes se la arrebataron de las manos. Y es que Carl Burgos tenía previsto recuperar los derechos de su creación, con proceso judicial incluido, si era necesario. Se había aprendido las leyes del copyright y era conocedor de que el proceso de liberación de esos derechos expiraba a los veintiocho años. La mala recepción del género del superhéroe había mantenido a la Antorcha Humana apagada durante su buen porcentaje de tiempo. Con el repunte de las mallas, corría de nuevo peligro, pese a que Carl respiró cuando Stan y Jack crearon a la nueva Antorcha, que en definitiva era otro personaje. Namor fue incluido en continuidad en Fantastic Four #4 y nuestro autor solo podía cruzar los dedos. Echando cuentas, el plazo para la libre disposición de la Antorcha original finalizaba en 1966. Como una cara amigable de la que nadie parecía recelar, Burgos esperaba su momento.
Como ya hemos advertido, ese instante se vio truncado con el Fantastic Four Annual #4, que se publica en 1966, justo veintiocho años después del Marvel Comics #1, debut oficial del personaje. Para más inri, el episodio revivía a la vieja Antorcha para enterrarla al final de la historia, con la intención de que fuera para siempre. Lee y Kirby dejaban claro quién era la nueva Antorcha a seguir y para las veteranos suponía un bonito guiño, el acordarse del bueno de Jim Hammond. Lo que había detrás de bambalinas era algo más doloroso que un sencillo homenaje. Un hombre roto por dentro se prometía que jamás volvería a trabajar para Marvel Comics.
Así, su siguiente proyecto es un curioso experimento en una pequeña editorial llamada M.F. Enterprises, en la que en 1966 publica las historias de un androide, algo que le era muy querido al autor, que se hace llamar Capitán Marvel. El héroe de la Fawcett se encontraba en una especie de limbo legal, por lo que Burgos decidió que podía reutilizar tan poderoso nombre para vender un tebeo de aventuras y superhéroes. Apenas duró cuatro números, ya que Goodman y Lee volvieron a hacerle la puñeta, al adjudicarse legalmente el nombre de Captain Marvel.
En el lento declinar de un artista, al que nadie ya reclamaba para ningún evento relevante en los sesenta, tuvo la fortuna de reparar en Warren Publishing, lugar en el que obtuvo un puesto de editor en las revistas de horror, las más importantes de estos días, ya que hablamos de inicios de los setenta. Entre 1971 y 1975 cumplió con creces con esa función, dando lustre a la producción de Eerie. Esa experiencia le sirvió en sus últimos coletazos en el medio, como editor en la modesta Harris Publications, en la que trabajó hasta que ya no le fue posible, por motivos de salud. Carl Burgos muere en 1984, con lo puesto, y no sería hasta después de su deceso cuando el mundillo empezó a reconocer abiertamente sus méritos (por ejemplo, en 1996 es incluido en el Jack Kirby Hall of Fame, el salón de la fama del cómic de los premios Harvey).
Podríamos decir que el hecho de que personajes como la Antorcha original o Toro sean todavía habituales en las historias de Marvel Comics debería ser una buena forma de homenaje. Pero luego recordamos que quizás eso entristecería su corazón si cabe aun más, esté donde esté. Por eso decidimos quedarnos con el empuje de un pionero, de un trabajador esmerado, con mucho talento, reconocido como uno de los grandes de la Golden Age y creador legítimo de un concepto tan sugestivo como the Human Torch.
Nuestro siguiente protagonista se debe presentar como un personaje en sí mismo. Nos referimos a Bill Everett, el compañero de fatigas de Burgos. Everett era un tipo único, con una vida que da para película y un auténtico encantador de serpientes. Le gustaba fantasear, hacía declaraciones suntuosas sobre su pasado, disfrutando así del placer de inventar relatos, incluso con su propia biografía. De nuevo, hay que ser cautos con la información que disponemos sobre Bill, ya que documentos clásicos como su entrevista a Roy Thomas en Alter Ego o la biografía de Steranko en su “History of Comics” pueden contener trazas de irrealidad. Todo este barullo se solucionó de forma reciente con la publicación de “Fire and Water: Bill Everett, The Sub-Mariner and the Birth of Marvel Comics”, escrito por Blake Bell y editado por Fantagraphics Books en el año 2010. Este autor ha tenido la suerte de contar con la colaboración de la hija del artista, Wendy Everett, y de disponer de diarios manuscritos del puño y letra del creador. Es nuestro manual de referencia para la confección de estas líneas.
William Blake Everett nace en el estado de Massachusetts el 18 de mayo de 1917. Su ciudad natal se ha asociado históricamente a Cambridge, aunque esto no es técnicamente cierto. La casa de sus padres se localiza en Watertown, a un par de millas de la citada ciudad, pese a que el hospital donde la madre de Bill dio luz sí que pueda estar más cerca de la localidad de Cambridge. Su familia es de las más importantes de la región. Descendientes del gobernador del estado y presidente de Harvard, Edward Everett, o del célebre poeta William Blake, los Everett son un clan de enormes pudientes. Un entorno adinerado donde el joven William se crio bajo una sombra tranquila y generosa, junto a su hermana Elisabeth. La entrada en la adolescencia supuso un cambio significativo en nuestro Bill. El gusanillo de la rebeldía inundó el espíritu del muchacho, enfrentándose abiertamente con sus progenitores, abandonando el instituto y girando hacia una vida de problemas. De este periodo vienen algunas de las historias más fantasiosas del bueno de Everett, con relatos de vagabundeo por Montana o inventadas travesías como tripulante en barcos mercantes. Todo ello, partes de un mito que trataba de confeccionar un personaje en sí mismo.
Lo cierto es que el principal problema de Bill Everett en estos tiernos años es el alcohol. Desde los dieciséis comienza una adicción que se mantendrá hasta el precipitado fin de sus días, en 1973, con un Everett de apenas 56 años, afortunadamente sobrio en su última etapa, aunque el daño ya estaba hecho. Cuando eres un chaval parece que nada puede lastimarte, por lo que Bill se entregaba a la botella, día sí, noche también. Su familia trató de enfilarlo lo mejor que pudieron y le consiguieron un puesto en la Vesper George School of Arts en Boston, un sitio de prestigio de donde salieron importantes artistas de la región. A estas alturas, al joven Bill ya se le apreciaba un gusto por lo artístico; el padre pensó que así podría dar rienda suelta a su rebeldía. Everett abandonó la Escuela de Artes en 1935, apenas un año después de ingresar. Esto no causó una buena impresión a la familia. A partir de ahora, volaría solo por el mundo; un poco de aquí a allá por todo el país. Aunque no hay mejor sitio que Nueva York para buscar fama y fortuna.
Empezó un baile de oficios en los que apenas aguantaba un tiempo. Su innata rebeldía y su desprecio a la autoridad le hicieron un empleado muy complicado. Entre sus trabajos más significativos de estos convulsos días se encuentra pertenecer a la plantilla de Teck Publications en 1937. Esta era una empresa dedicada al mundillo de las revistas pulp y las novelas baratas. Ya hemos comentado que Everett era alguien de amplia cultura. En un ambiente editorial no desentonaría para nada, aunque de nuevo su mal genio le pone de patitas en la calle. En 1939 desembarca en el mundo del cómic; sus estudios en la Vesper le granjean una oportunidad en Centaur Comics. Si recurriéramos a sus palabras, aquí el bueno de Bill se presentaría como un enamorado de los cómics, esperando su oportunidad en un mercado naciente, como ha declarado en alguna que otra entrevista. Pues no, mentira cochina. Everett no sabía nada de cómics; nunca fue seguidor, ni lector habitual y su desembarco en Centaur de debe a una razón más prosaica: se encontraba en la práctica ruina. Su mal carácter, su adicción al alcohol, su rebeldía le había puesto en una situación comprometida. Sin dinero, ni visos de mejora, se presentó a una prueba para la citada compañía, gracias a la influencia de un antiguo colega de Teck, un tal Walter Holze, y pasó el corte en 1939. Comienza su historia como creador de cómics.
Nuevo periplo en la empresa de Everett Arnold, donde crearía un concepto de relativo éxito llamado Amazing-Man. El impulso de este personaje vino del director artístico de la casa, un hombre llamado Lloyd Jacquet. Éste tenía su propia forma de afrontar el negocio y supo convencerle para que se uniera a un nuevo proyecto, fuera del contexto de las reglas de una empresa. Jacquet montaría un taller donde los artistas trabajarían a sus anchas, obteniendo mejores beneficios, al vender su producto al mejor postor. En esta tesitura Everett se sentía más libre; la figura de Jacquet era más un mentor que un jefe y sabiendo lo poco que le importaban a Bill las jerarquías, decidió marchar y ponerse a laborar en Funnies Inc. De ese mismo año 1939 se data su inspiración para The Sub-Mariner, su propio homenaje a “La Balada del Viejo Marinero” de Coleridge. Vendido a Martin Goodman, que pronto establecería su aproximación al comic-book en la figura de Timely, Namor sigue los patrones del género en boga del momento, los superhéroes. Su debut se produce en Marvel Comics #1. El resto es historia.
Namor se convierte en otro fenómeno, como también lo fue la Antorcha de su colega Carl Burgos. Ambos forman parte destacada de la revista insignia, Marvel Mistery Comics. Es extraña esa aceptación pues el Sub-Mariner no es un superhéroe al uso. El espíritu rebelde de Everett se puede sentir en la confección de este personaje. El híbrido de humano y ser submarino (la referencia a Atlantis data de la versión de Lee en la Silver Age, ya que Everett nunca utilizó la citada asociación) es de corte antipático, con un temperamento altivo. Las veces que emerge hacia la superficie suele causar numerosos destrozos, cuando no muerte de forma directa. El Príncipe Submarino muestra desprecio continuo por los habitantes terranos, lo que le pone en una posición más cercana a un anti-héroe, muy alejada de la impoluta concepción de los primigenios usuarios de mallas. Mucha parte del interés generado en el lector se centra en esa oscura atracción hacia el personaje y en el magnífico arte de Everett. Bill plantea de inicio un tipo de dibujo esquemático, en lo que se refiere a caracteres y fondos, pero es capaz de otorgar una fuerza cinética muy poderosa, lo que le hacía un narrador con la habilidad de impactar con la composición de la escena. Si Namor estaba en acción, siempre había un elemento natural que le acompañaba en ese movimiento, ya fuera el viento, los árboles o la misma agua.
La creación de Everett era lo suficientemente popular en Marvel Mistery para obtener su propia revista, Sub-Mariner Comics. Esto ocurre en la primavera de 1941, con un clima bélico bastante extendido. Ese ambiente tan concreto hizo que los principales enemigos de Namor fueran nazis de todo tipo y condición. Otro aspecto interesante es la interacción entre las grandes estrellas de la casa, el antihéroe acuático y la Antorcha Humana. La relación entre Burgos y Everett era excelente y ambos supieron implantar, de manera orgánica, el cruce entre los dos personajes. Así, por ejemplo, la única terrestre que respetaba el rudo príncipe era Betty Dean, que a su vez era compañera en el cuerpo de policía que militaba Jim Hammond. El mismo Nueva York que apreciamos en Human Torch Comics tenía su reflejo en Sub-Mariner Comics. Los enfrentamientos entre Namor y la Antorcha se convirtieron en una seña de identidad de Timely Comics. Conforme avanzaba el país hacia cierta conflagración, Namor también fue un elemento regular en All Winners Comics, al lado de su amigo-enemigo, la Antorcha Humana.
Sub-Mariner Comics tuvo una duración de veintitrés ejemplares, momento en el que se produce un primer parón, a la altura de 1947. Bill Everett es responsable de su primera etapa, hasta el año 42, ni más ni menos que el instante en que el artista es reclutado a filas. Como muchos de sus colegas, le toca afrontar la II Guerra Mundial, en el Cuerpo de Infantería, cubriendo un amplio espectro del conflicto, ya que participó tanto en Europa como el Pacífico, regresando a casa, sano y salvo, en 1946. Como le ocurrió a su compadre Burgos, a su retorno la asociación Timely-Funnies se había roto, pero Goodman mantuvo el compromiso de devolverle el personaje, que en su ausencia se había mantenido en el candelero con otros artistas.
El primer número con la firma de Everett, a su regreso, fue el Sub-Mariner Comics #21 (fechado a finales de 1946). En el #23 parece que la serie se cancela, ya que su numeración se le asigna a una nueva revista de crímenes titulada Official True Time Cases, en el verano del 47. Goodman debió de cambiar de idea rápidamente ya que Sub-Mariner Comics volvió en el invierno de ese año a los puntos de venta, retomando el #24 ese que le habían arrebatado y con Everett como máximo responsable.
Bill estuvo al cargo de su criatura, en labores de autor completo, hasta la cancelación definitiva, que se fija en el #32 USA (junio del 49). Además, nuestro temperamental artista había intentado algo inaudito por esas fechas, como es un spin off de la cabecera, protagonizada por una fémina. Namora, The Sea Beauty se presenta en los quioscos en agosto de 1948, aunque no es su primera aparición. La prima de Namor fue creada un año antes en Marvel Mistery Comics por Jimmy Thompson y Ken Bald. Everett quiso controlar aquello que surgía de su entorno por lo que se propuso redefinirla en su propia cabecera. Desgraciadamente, Namora y su revista (en la que también participaron Thompson y Bald, los creadores originales) solo se mantuvieron en tiendas tres únicos ejemplares. Todavía no era el momento para colecciones con este tipo de heroínas femeninas.
Finales de 1949 se trató de un momento crítico. A Martin Goodman no le salían las cuentas por lo que decidió tirar de material de inventario, mientas se dispusiese de él. Everett, al igual que Burgos, fue contratado de manera puntual como freelance para hacerse cargo de algunas portadas, muchas menos de las que firmó su compadre, y para servir como contrapartida de los Simon&Kirby con el género romántico en la compañía. Así, como lo oyen, la principal función de Everett durante el final de Timely y el inicio de la Era Atlas fue dedicarse por entero a narrar asuntos amorosos, a remover los sentimientos con los enredos del corazón . Las historias son las que son, eso no se puede enmascarar, pero la versatilidad para adaptarse a un registro tan distinto solo puede hablar bien de nuestro autor. La fuerza del género romántico en el mercado suponía que este trabajo de era de vital importancia para los editores y para el propio Goodman.
Everett no era alguien acomodado, un dibujante de un solo registro; al contrario, durante los años 50 tuvo que realizar cambios constantes de estilo para aclimatarse al género que se le demandase. Ya saben, son los días de los caprichos de Goodman. Su trazo se adaptaba perfectamente al terror, a la ciencia ficción, al romance, al superhéroe, etc., dejando su impronta en la ambientación, las texturas, en la concepción de la página, sin dejar de ser reconocible su firma estilística. Pero si hay algo que llama la atención en este trabajo de los 50 son sus filias y fobias personales. Hay que constatar que hay trabajo de Everett guionizado por otra gente (como el mismo Stan Lee), pero también tenemos mucho de él como autor completo. En las historias de terror y ciencia ficción (no tanto en el romance o superhéroes) se puede notar una cierta tendencia a incidir en la alienación del individuo (caso de “The Men From Mars”, publicada en Adventures into Weird World en el 54) o ya a mayor escala, la cultural (ejemplo, “The Totem”, extraída de Strange Stories of Suspense #6, de 1956). La más evidente y estimulante de estas aproximaciones es “The Cartoonist Calamity” (que se vio en Venus #17, con fecha de portada 1951), donde se montaba una trama con el mundo del cómic como referente reconocible; una interacción entre realidad y ficción que cualquier creador de la época podía sentir como suya. Se debe inferir que esa fijación era algo que el propio Bill sentía con respecto a su profesión. A Everett nunca se le ha reconocido como uno de los grandes luchadores por los derechos de los autores. Un hombre con una gran dependencia por el alcohol bastante tenía con sacar a su familia adelante. Eso no quita para que fuera consciente de las injusticias que se producían en el medio. El historietista recuerda lo chocante que fue recibir su primer cheque directo de Timely, tras el cese de Funnies Inc., con una anotación al dorso donde al firmarlo renunciaba a cualquier reclamación creativa con respecto a sus personajes. Así de penosa era la cuestión.
A la altura de 1954, Martin Goodman decide que el mundo del superhéroe puede merecer otra oportunidad, por lo que Namor vuelve a saltar a la palestra, continuando la numeración anterior, es decir, comenzamos por el #33. Huelga decir que Bill Everett estará implicado en la renovada concepción del Príncipe Submarino, ya que los nuevos enemigos del Sub-Mariner serán los malvados comunistas. Lo cierto es que este revival fue el más longevo de la trinidad Timely, ya que duró en los puntos de venta hasta octubre del 55, cerrando definitivamente en el #42 USA.
En 1956 vino la debacle. Goodman, asediado por las bajas ventas y en un clima de evidente crisis, por el asunto del Comics Code, decide despedir a todo hijo de vecino que trabajaba para la editorial, a excepción de Stan Lee. A Bill Everett le tocó buscar otro oficio y durante una buena temporada se dedicó a trabajar para una empresa que elaboraba tarjetas de visita, algo nada estimulante para uno de los pioneros del comic-book. Los aires empezaron a mejorar con la llegada de la Era Marvel y Stan luchó por recuperar a gran parte de esa plantilla que tuvo que abandonar a su suerte, entre ellos a Everett. Lee le tenía un gran aprecio a su trabajo y en el aspecto personal se puede decir que tenían una relación neutra. Si volvemos a la Era Timely, donde Stan comenzó como editor jefe y Bill era uno de sus principales espadas, el mismo The Man ha reconocido que apenas conocía a la persona. Así se lo hace saber a Blake Bell, para su libro “Fire and Water”. Comenta que el personal de Funnies solía visitar las oficinas de Goodman pero que nuestro artista nunca lo hizo. Lee llega a afirmar que era casi un fantasma, ya que apenas se relacionaba con gente del medio, exceptuando su buena sintonía con Burgos. El meollo y lo que a nosotros nos interesa, es que el bueno de Stan quería a Everett para colaborar con su flamante proyecto. Y algunas de esas asignaciones son verdaderamente relevantes, como ser co-creador junto al propio Lee de un personaje tan popular como Daredevil o continuar las labores gráficas para Doctor Extraño tras la salida de Steve Ditko.
Lo importante es que Bill Everett fue un trabajador habitual para Marvel Comics, ya fuera dibujando historias de Hulk en Tales to Astonish o al reunirse con su más celebrada creación, el Príncipe Submarino, pese a que renegaba abiertamente de la redefinición que había hecho Stan con su criatura (entre otras cosa, el hablar pomposo del atlante). Se sabe que Everett fue el elegido para dar inicio a la Tumba de Drácula, pero la insistencia de Gene Colan hizo que esa encargo se le escapase de sus manos. Algo, que por otro lado, le causó un gran beneficio al futuro desarrollo del príncipe transilvano. Y es que Everett en los sesenta y primeros setenta se encontraba muy fuera de forma. Apenas aguantaba unos números y luego desparecía del radar de los editores. Ya no se podía esconder que la enfermedad lo estaba devorando por dentro. Aun así, sus últimos años, sobrio y con el apoyo de gente como Roy Thomas, intentó dejar cositas por ahí como legado, en forma de sus últimos coletazos con Namor o un episodio que se publicó de manera póstuma en Super Villain Team-Up.
Bill Everett muere en 1973, por consecuencia directa de una vida llena de excesos con la bebida. Al contrario que otros pioneros, a los que se obvió en tan tristes momentos, la editorial se paró para concederle su minuto de silencio. Se publicó un bonito obituario por parte de todo el Bullpen y Marie Severin compuso una bella ilustración donde su personaje, Namor, y una cohorte de atlantes rendían pleitesía a la figura del genial creador. Everett pasaba a formar parte del Olimpo de los grandes, de manera instantánea. Y en la editorial que lo vio crecer como artista lo tienen muy presente ya que Namor McKenzie es un fijo del catálogo marvelita, ya sea en una versión arquetípica heroica o en una más retorcida de antihéroe. Y baste recordar que esos tonos grises ya fueron inculcados por un autor rebelde y contestatario, allá por 1939. Ochenta años de historia. Toda una vida.
Décadas. Marvel en los años 40
24 euros
La editorial Marvel está de cumpleaños. Ocho décadas de historias y personajes en el que ha terminado convirtiéndose en el más cohesionado e importante universo de ficción del mundo del cómic. Sin duda, una gran hazaña que los jefazos no pueden dejar de celebrar. Para tal ocasión, se ha seleccionado unos materiales muy concretos, que se suponen como referencia de la Casa de las Ideas en esos días, y se han puesto a la venta en las tiendas como “Decades”. Panini Comics ha copiado, de forma literal, el producto de la versión USA, por lo que poco a poco veremos una traslación de esas “Décadas” al mercado hispano. Comenzando por donde toca, es decir, por la Golden Age, los protagonistas escogidos han sido la Antorcha Humana original y Namor, los dos grandes héroes de la Era Timely, con permiso del Capitán América (que protagonizará el de los años 50). Como ya hemos dedicado tiempo y espacio para ver la génesis de los dos personajes, sus vicisitudes y las de los creadores originales, es momento de saltarse los preámbulos e ir directamente al contenido del tomo.
Este “Marvel en los años 40” tiene un protagonismo exclusivo para el androide flamígero y para el príncipe submarino. No verán a ningún otro héroe en sus páginas, exceptuando a Toro, el sidekick juvenil de la Antorcha. Pero es necesario informar de que no tenemos ante nosotros una recopilación cronológica de las primeras aventuras de estos dos titanes, ni siquiera las mejores. No, el hilo conductor para seleccionar los cómics incluidos en el tomo es el feudo tan personal que disputaron durante los años cuarenta. Por tanto, no hay una exposición inicial donde se nos explique de qué lugar viene la idea de Namor de querer conquistar la superficie o cuál es la respuesta de Jim Hammond, el alter ego policía del humano sintético, al respecto. El lector salta directamente a la acción, por lo que la puesta en contexto que hemos realizado previamente ahora adquiere su importante significación. En este volumen contamos con tramas extraídas de Marvel Mistery Comics, la revista insignia de la editorial, y de The Human Torch Comics, en las que Carl Burgos y Bill Everett son parte fundamental, pero no los únicos. Las cuitas de los autores en la Golden son el cuento de nunca acabar. Trataremos de explicar en cada caso como queda la autoría de las diversas historias.
El primer ciclo y el más relevante de todo el volumen data del año 1940, ahí es nada, cuando Timely apenas había comenzado a andar. Bill Everett y Carl Burgos trabajan en el estudio de Lloyd Jacquet, que surtía de material a Goodman. Conocían de sobra a sus personajes, pues los habían puesto en común, incluso compartían a una secundaria como Betty Dean. De ahí que pensaran en realizar un cruce manera de orgánica, en las páginas de Marvel Mistery Comics, la primera casa de estos dos superhéroes. La cuestión comienza en el #7, en el segmento a cargo de Bill Everett, con un Namor rabioso y traicionado por los habitantes de la superficie. El arrogante príncipe pretende convertir Nueva York en su base de operaciones, realizando todo tipo de fechorías, llamando la atención de las altas instancias gubernamentales. La propia Betty, a la finalización de la historia, le advierte que la Antorcha vendrá a por él. Por otro lado, en ese mismo #7, en la parte dedicada al flamígero, el jefe de policía gritaba a pulmón pleno que el Sub-Mariner estaba destrozando la ciudad. La colisión estaba preparada para funcionar.
Namor y la Antorcha se habían convertido en el centro de atención fundamental de los lectores Timely, con unos escasos siete ejemplares en los quioscos. En la correspondencia de Goodman, sus hazañas se hacían de notar. Un encuentro entre ellos sería un trampolín hacia más ventas, sobre todo si se hacía en forma de enfrentamiento. Marvel Mistery Comics #8 se reconoce como ese hito, en una trama dividida en dos partes, una guionizada y dibujada por Everett, la otra por Burgos. En ella vemos la acción desde puntos de vista distintos, el que corresponde a cada uno de sus protagonistas, con la Antorcha siguiendo los pasos de Namor y sus destrozos, para dejar, en las páginas finales de los dos relatos, el mismo escenario, con la intención de seguir el feudo en la siguiente aventura.
Marvel Mistery Comics #9 supone el clímax de este duelo del siglo. Everett y Burgos vuelven a ser responsables, aunque en este caso sus labores se ciñen a la parte artística. Tampoco están muy delimitadas sus atribuciones; el ejemplar aparece firmado por ambos, en su totalidad, a diferencia del número anterior, en el que había una separación clara y evidente. En el aspecto de guion se asigna a John C. Compton, sin duda, con la intención de dar homogeneidad al quasi cierre de la lucha. Compton era uno de los pocos escritores que Martin Goodman contrató, de manera ocasional, para que hiciera la labor de guionista en estos lejanos días, y a él le tocó de papeleta de ponerle fin, de manera un tanto sui generis. La cuestión es que, tal y como se desarrolló el evento, era complicado echar el cierre sin que uno quedase por encima del otro. Compton dejó el partido en tablas, en el #9, y los lectores esperaban el veredicto para el #10. Si hay veces que se tildan las historias de la Golden de pura simpleza, este sería un caso perfecto para catalogarlo de esa guisa. Tras unas cuantas páginas de lucha feroz y palabras malsonantes entre los contendientes, en unas cinco viñetas se soluciona el conflicto de una manera tan pueril, que da vergüenza ajena leerla. De verdad, para este viaje no se necesitaban tantas alforjas. Se tenía claro que el objetivo era el enfrentamiento, que en su inicio está muy bien llevado, pero la conclusión es pésima, incluso para una audiencia de niños pequeños.
Compton tocaría de forma eventual a los personajes. De hecho, en este mismo volumen tenemos un texto novelado de otro enfrentamiento entre el flamígero y el príncipe, publicado en The Human Torch #3 (invierno del 41, fecha de portada), escrito por él, con un toque satírico muy acusado. Lo cierto es que, pese a que no llega a los estándares de calidad que podemos tener en la actualidad, esa lucha entre Namor y la Antorcha sentó cátedra, iniciando una tradición recurrente de lucha-colaboración entre los dos superhéroes.
Burgos y Everett lo volvieron a intentar en The Human Torch 5B (otoño del 41, fecha de portada). La razón de ese 5B es una muy curiosa, dado que Goodman publicó dos The Human Torch #5 en un breve periodo de tiempo, lo que debió ser un fallo muy grande de la gente de producción. Para resolver el entuerto, con el tiempo se asignó esa letra B para reconocer el segundo de ellos. Como hemos adelantado, serían Bill y Carl, sin ningún añadido que los dirigiese, los que se encargarían de toda la historia, a nivel de dibujo y guion, firmando el ejemplar al alimón. El argumento contiene trazas de la problemática del momento, es decir, la II Guerra Mundial. La Antorcha y el Sub-Mariner están en pleno despliegue del fenómeno patriótico, pese a que su hilo fundamental es la típica disputa por equivocación y malas influencias. Los dos héroes se respetan, han luchado entre sí, pero a la vez recelan, el uno del otro, mucho más evidente en Toro, el acompañante juvenil, que no se fía del híbrido submarino y de sus ideas de grandeza.
Los créditos artísticos de este #5B pertenecen a Everett, Burgos y otros. Sí, la gran lacra de la Golden es la cantidad de implicados que permanecerán ocultos por los siglos de los siglos. Los plazos de entrega son así de criminales. Y cuando decimos otros, trasladamos literalmente lo que indica el índice del volumen, puesto que ni la propia Marvel se atreve a proponer nombres. Se sabe, por investigaciones del doctor Vassallo, que Burgos solía utilizar un entintador sin acreditar, un dibujante llamado Harry Sahle, pero de Everett se desconoce una asociación similar.
El siguiente número incluido en la recopilación ahonda en esos misterios, puesto que todo el ejemplar se encuentra sin autores reconocidos. Hablamos de The Human Torch #8, publicado en el verano de 1942, con nuestros dos artistas fuera de la circulación por ser enviados al frente. De ahí que sus sustitutos traten de emular las características gráficas de los creadores originales y tiren de las esencias, apelando a una nueva batalla entra la Antorcha y Namor, provocada por el villano Pitón. Mucho trasfondo nazi, en un episodio donde hacen acto de aparición Hitler, Goering y Goebbels, el regreso del profesor Phineas Horton, Toro haciendo de las suyas y una épica lucha sobre el puente de George Washington son algunas características definitorias de esta trama.
La última de las historias incluidas es The Human Torch #10 (invierno del 42). Aquí sí tenemos unos créditos bien establecidos al contar con un numeroso equipo creativo; así, tenemos a Al Fagaly y Carl Pfeufer como encargados de los lápices, mientras que Ed Hamilton y John Jordan se hacen responsables de las tintas (con algo de ayuda de Edd Ashe y Harry Fisk). Quizás esta aventura sea la que menos ahonda en el enfrentamiento entre ambos contendientes. Hay un conato de lucha porque Namor se infiltra en las fuerzas alemanas, llegando a chocar con los Aliados, entre los que se encuentran la Antorcha y Toro. Pero vamos, aquí encontramos al Sub-Mariner más heroico de todo el tomo, centrando su ira en las fuerzas del Eje. Sin duda, era lo que la nación demandaba de uno de sus héroes más emblemáticos, aunque dudamos que Everett le hubiera dejado adoptar este tipo de actitud, tan servicial. Pero claro, Bill se encontraba a muchas millas de Nueva York y su personaje respiraba por otros pulmones, que no eran los suyos.
Como se ha podido observar, nos encontramos ante un tomo que es una suerte de mezcla de historias, buscando el hilo conductor del versus entre la Antorcha y Namor. Por tanto, se ajusta bien a una definición de antología. Las historias rezuman aromas a la Golden Age por los cuatro costados; son sencillas, con resoluciones simples, a veces un tanto locas. El hecho de ver a Namor utilizando de base de operaciones a la Estatua de la Libertad nos aporta el nivel que se podía gastar en estas tramas. No hay apenas tratamiento de personajes. En estos episodios, en concreto, se aboga por ir directo al conflicto, con toda celeridad. Cuando encontramos enemigos a reseñar, caso de Pitón, son caracteres planos como una tabla, sin nada más que aportar que ser un malo, malísimo, destructores de la democracia, en definitiva. Aun así, es interesante rescatar cierto encanto, una fuerte sensación de escapismo en la lucha de estos titanes, y en el caso del primer cruce, controlado por Everett y Burgos, es preceptivo comentar que es una idea muy original y que está muy bien orquestado (pese a su terrible resolución).
El apartado artístico se transforma en la mejor arma de este “Décadas”. Tener en nuestras manos una muestra de los primeros cómics manufacturados por Carl Burgos y Bill Everett debe de tener su peso en la balanza de cualquier aficionado. Los dos fueron dibujantes autodidactas, aprendiendo en el día a día de la profesión, y aquí estamos en los estadios seminales de su arte. Aun así, su talento innato provocaba que el lector conectara de manera inmediata con sus historias y eso es algo que el usuario actual puede sentir igualmente. Tener a Carl y a Bill, como fuego y agua, debe ser garantía de buen acabado. Ahora bien, me toca recordar que no todo el tomo cuenta con su firma. Casi un cuarto del mismo son obras de imitadores o de artistas con un menor talento, por lo que el impacto queda rebajado de forma evidente.
La edición de Panini Cómics se debe catalogar como excelente. El material viene restaurado de los USA, por lo que nosotros, los lectores hispanos, podemos apreciar en todo su esplendor las planchas que nos muestran las diferentes luchas entre la Antorcha y Namor. Papel adecuado, tapa dura, encolado robusto y muy poquitos extras. Es el único punto débil que le podemos sacar, ya que el volumen cuenta con una pequeña intro, sin firmar (suponemos que vendrá impuesta desde Marvel), unas cuantas páginas de publicidad de la época, una portada de Ray Lago homenajeando el material clásico y unos pocos bocetos de The Human Torch# 8, un episodio sin autoría, ni de Burgos ni de Everett. Detalles que siempre suman y que en este caso saben a poco.
Un envoltorio atractivo para un material que no es adecuado para cualquier paladar. Has de ser un avispado conocedor de la Golden para que este “Décadas” entre en tu radar. No hay intención de engañar a nadie; se debe tener consciencia de a lo que se va cuando hablamos de las luchas entre Namor y la Antorcha de los cuarenta. Estos cómics no estaban pensados para el usuario medio actual; eran historias desechables, ideadas para niños, con un fuerte componente de ilusión y unas cuantas pizcas de propaganda patriótica. Preparadas para deglutir, expulsar y pasar a la siguiente. No se esperen nada con poso porque aquí no lo encontrarán. Lo que sí tenemos es el intento de dos autores por hacerse un hueco en un mercado donde las reglas les venían impuestas; de ahí que todavía, pasados los años, podamos rescatar el dinamismo, la intensidad, la pasión de los artistas que trabajaron en ellas. Gente que, sin comerlo ni beberlo, estaba sentando las bases de un género en el que todavía persisten muchas de las trazas que ellos simplemente marcaron, como camino a seguir. La senda del pionero. La conclusión subsiguiente es que este tomo está indicado, casi exclusivamente, para buscadores de lo antiguo, como bien se puede catalogar a este redactor. No se me ocurre otro posible comprador. Y en esa tesitura estamos de enhorabuena, puesto que en un breve plazo de tiempo tendremos entre manos el hilarante periodo del Capitán América de los años 50. Aquí estaremos para contarlo.
Marvel en los Años 40
Olor a naftalina - 8.5
Páginas amarillentas - 8.5
Espíritu naif - 6.5
Interés viejuno - 9.1
8.2
Valoración Global
Ni caso a las notas. Lo que se necesita saber lo tienen en el texto. Estamos hablando de unos tebeos de la Golden Age, con todo lo que ello conlleva. Señorías, no hay más que añadir.
Enorme reportaje de investigación el que se ha marcado, Sr. Porras, e igual de enorme la historia que cuenta.
Como últimamente ando corto de tiempo, y sus textos son de sentada tranquila, le suelo leer con mucho retraso y a destiempo para comentar. Hoy no he podido demorarlo, porque este tipo de personajes y biografías, tan americanas, me llaman especialmente. No hay mejor lectura para un Jueves Santo que esta historia de pasión, drama, muerte y resurrección (al menos en reconocimiento creativo) de Burgos y Everett. El episodio de Burgos con los derechos de la Antorcha Humana y su fugaz resurrección en los 4F, para evitar que vencieran, es algo que cuando descubrí en el libro de Howe (muy dramáticamente narrado) me dejó a cuadros. Y con todo el contexto que lo envuelve en este artículo, aún da más mal rollo.
Por cierto, esta lectura es muy apropiada para leer junto al repor que en su día se marcó a propósito del primer Limited de Namor, que veo que está enlazado abajo.
Enhorabuena por el trabajo…
Excelente artículo, SEÑOR Porras!!!! Vaya currada de investigación te habrás marcado. Se me acaban los adjetivos después de tanto artículo disfrutado en esta sección suya.
Ya sabe que las historia de oficinas de la etapas iniciales del mundo del cómic son las que más disfruto. Por tanto este es uno de los artículos que más me han gustado entre tantos y tantos de gran nivel. Me resulta curioso que dos hombres como Everett y Burgos, provenientes de situaciones familiares tan opuestas, congeniaran tan bien en el mundo editorial. Dato que coincide con sus dos creaciones, fuego y agua.
De los personajes implicados los he conocido como la mayoría en las historias posteriores, lejos de esas historias más locas, aunque parece que el carácter en esencia coincide con el marcado a grandes rasgos por sus creadores.
Un punto extra en el artículo para la valoración, original manera de llamar la atención a lo que realmente importa, el corazón de lo escrito, las letras que llenan el papel (bueno, la pantalla) más allá de los fríos números.
15/10
Muchas gracias por sus palabras, señores Imparcial y Dynamo. Se agradecen, de corazón. Me alegra que les haya gustado la entrada ya que un servidor ha disfrutado lo suyo haciéndola. Las historias de los creadores de la Golden Age da para película.
Saludos!!
Cuando uno cree que ya no puede superarse, llega usted y se marca otro articulazo. Además de los que me gustan, los que narra un montón de detalles de la historia de la editorial y sus autores. Y encima de la Golden Age, lo he disfrutado como un gorrino aunque haya tenido que dividir en dos partes su lectura por cuestiones de tiempo. Desprende que se lo ha pasado al menos tan bien escribiéndolo como un servidor leyéndolo. Un abrazo, caballero.
Gratitud, mi buen amigo Mimico! Pues tengo que admitir que sí, que me pirra la Golden. Todas esas historias de jefes tiránicos y artistas tratando de labrarse un futuro mientras se pasan las noches de bares….. Es tan estimulante, para mi gusto, que no he podido resisistirme a dedicarles un par de apartados. Hay mucho entusiasmo, mucha ilusión en estos cómics, gran talento, aunque soy plenamente consciente de que hablamos de otra época, de otros gustos, otros intereses, que para gran parte del público actual quedan muy desfasados.
Otro abrazo para allá!