Adrian Tomine empezó siendo muy joven en el mundo de los cómics, demostrando una madurez impropia para la edad que tenía. Casi 25 años después, sigue siendo un autor maduro y reflexivo, pero lo sorprendente es que se mantiene a la vez joven. Pese al paso de los años, no ha perdido su obra ni un ápice de fuerza y de frescura.
Eso sí, ha sabido ampliar y potenciar su talento artístico, perfeccionando su estilo y llevándolo al límite.
6 relatos componen este cómic en los que Tomine hace gala de una gran variedad estilística, sobre todo, a nivel de dibujo. Si bien, su obra para el noveno arte estaba marcada por el blanco y negro, y en su trabajo como ilustrador predominaba el uso del color; aquí, tenemos una mezcla de los dos, ya que introduce, no solo el color (de forma magistral), sino el trazo característico que ha marcado una época en The New Yorker.
Destaca, sobre todo, la (aparente) facilidad que tiene Tomine para crear personajes y situaciones sacadas de la vida cotidiana. No hay héroes ni estruendos ni grandes lecciones morales en sus relatos; simplemente, hay retazos, pedacitos de vida que el autor nos pone delante de nuestras narices con suma precisión y sutileza. La mayor parte del tiempo, sus personajes, anhelan cosas. Esto es perceptible en los relatos de forma más o menos directa, pero es una constante debido a que es algo intrínseco en el alma humana: anhelar. Casi siempre, la amargura y el fracaso revolotean sobre las cabezas de dichos personajes; algo que convierte, si cabe, en más realista a su obra.
En
Ese tiempo que se toma para crear el relato hace que éste se sienta como algo elaborado con mimo y precisión, no como un producto en cadena que tiene que salir sí o sí a una fecha determinada porque lo dicta el editor de turno.
Tanto sus guiones como sus lápices han llegado a un nivel de calidad que denota no solo el talento de Tomine, algo que ya se veía claramente en sus inicios, sino también que es un artista que lleva mucho tiempo como historietista. Ha crecido a todos los niveles: como narrador literario y como narrador gráfico. Un ejemplo de lo primero sería el relato Amber Sweet en el que con pasmosa habilidad nos cuenta la historia de la protagonista a través de un flashback. En cambio, en el relato Traducido del japonés, Tomine con un maravilloso dibujo, nos narra toda la historia a través de preciosas imágenes fijas.
Hay que mencionar también que en
Guion - 9
Dibujo - 9
Interés - 9
9
Pinceladas
Tomine con el paso de los años ha ido puliendo esa precisión cirujana que como narrador ya tenía desde joven, y el resultado es inmejorable.