Cinco años después de la publicación del primer volumen de la serie, Mark Millar vuelve a la carga con el segundo arco argumental de Crononautas. Publicado originalmente por Image Comics y ahora por Panini Comics en España, este nuevo tomo, que cambia sobre todo en su apartado gráfico, supone una continuación directa de la trama.
Se pueden decir muchas cosas sobre Mark Millar, pero si algo está claro es que sabe dar espectáculo; puede que no sea el espectáculo más original, impactante o sofisticado, pero lo da. Se nota el oficio en su escritura, esa capacidad para crear toneladas de cómics a un ritmo frenético sin acabar en desastre, para transformar rápidamente sus locas ideas y sus ganas de pasárselo bien en historias con estructuras clásicas pero funcionales, con un ritmo trepidante, que ofrecen un trasfondo emocional correcto y muchos giros de guion. A Millar le gusta jugar con sus juguetes; y en Crononautas, su juguete es toda la historia universal.
No es de extrañar que muchos se acercaran a esta obra en un principio atraídos por el dibujo con el que Sean Murphy nos deleitó en el primer tomo. El autor, ya consolidado como uno de los mayores reclamos de la industria, explotó el guion de Millar hasta el límite gracias a su capacidad narrativa y la espectacularidad de su arte. Para este segundo tomo, sin embargo, es Eric Canete el encargado de este aspecto, que tendrá que lidiar con la difícil tarea de suplir la ausencia de Murphy.
La trama de este segundo arco argumental continúa directamente la del primero. El primer tomo era autoconclusivo y, aunque su final pudiera parecer acelerado, no dejaba demasiado frentes abiertos. La continuación de la historia parece, a este respecto, un poco forzada. Los hechos se retoman prácticamente donde se dejaron y, desde ahí, pasamos a una propuesta muy similar a la de la primera ocasión, con viajes en el tiempo que provocan problemas en la línea temporal y los protagonistas tratando de arreglarlos mientras todo se complica más y más a cada momento. El enfoque de Millar llama la atención en este sentido —aunque no precisamente para bien—. El autor sigue las pautas más utilizadas para el funcionamiento de los viajes del tiempo, planteando una lógica a lo Regreso al futuro que no sé si soy solo yo, pero cada vez me chirría más, sobre todo si no se aprovecha para plantear nuevos conceptos o puntos de vista. Millar no aprovecha el viaje en el tiempo de esa forma, sino que lo utiliza como una mera excusa para soltar sobre el papel todas las ideas gamberras que se le ocurren bajo tal contexto. Tanto es así que el guion llega a ignorar su propia lógica para contar lo que le apetece contar. La premisa del mismo, sin entrar en spoilers, consiste en intentar viajar en el tiempo hacia el futuro, algo que se plantea como el mayor reto a superar como si los protagonistas solo hubieran saltado atrás en el tiempo en el primer tomo. No obstante, la realidad es que entre aquellos saltos temporales había múltiples saltos al futuro; hecho que parece ignorarse flagrantemente aquí.
El guion de Millar, por tanto, mantiene esa habitual estructura que busca sobre todo la funcionalidad básica y la espectacularidad. Sabe dónde plantar las semillas que recogerá más adelante para sus numerosos giros de trama y cómo alternar la acción más pura con los momentos de mayor calma o conexión emocional (aunque en este caso la balanza se incline mucho más hacia la acción). Sin embargo, los giros de trama, pese a seguir siendo divertidos, no son muy sorprendentes en esta ocasión. Casi todos se ven venir desde muy lejos y no consiguen generar la tensión suficiente como para que el lector esté en vilo. Más que sucesos bien preparados e impactantes, parecen un truco de luces barato puesto casi por obligación para intentar sostener la atención del público.
Los diálogos son divertidos y fluidos, aunque no destacan por su interés. Además, su falta de naturalidad puede entorpecer la lectura en determinados momentos. El ritmo consigue que la experiencia de lectura sea siempre muy entretenida, pero sabe demasiado descafeinado. En su constante búsqueda de espectacularidad acaba descuidando otros aspectos como el desarrollo de personajes, la coherencia o la cohesión. Algunos personajes deberían importarnos y ni siquiera tenemos una idea general de cómo son ni de su pasado ni sus motivaciones. Algunos eventos no se entienden muy bien porque su lógica está cogida con pinzas o porque hay elipsis tan gigantescas que parecen una parte de la historia que se ha tenido que recortar por obligación en vez de una omisión intencionada de ciertos eventos. Y los momentos más emotivos, al estar la información tan comprimida, no disponen del espacio necesario para respirar y llegar a la fibra sensible del lector. Pese a todo, no es un caso particularmente grave de ritmo acelerado, pero lo está, y sus consecuencias se hacen notar.
El dibujo de Eric Canete mantiene bien el tipo. Es dinámico, fluido y en general logra una correcta narración gráfica; pero la alargada sombra de Murphy se nota demasiado. Se trata de un apartado artístico que cumple en todos sus aspectos, pero al que le cuesta lucirse más allá. Si por algo destacó el primer tomo de Crononautas fue por los absurdos niveles de espectacularidad que Millar y Murphy consiguieron alcanzar en conjunto gracias a una larga sucesión de escenas locas que no bajaban el ritmo en ningún momento. Aparte de cumplir, brillaba. En este segundo tomo las cotas de espectacularidad bajan considerablemente; y no es solo debido al dibujo (el guion de Millar no está tan inspirado en ese sentido esta vez), pero es una de las principales razones. Ni sus planos, ni la distribución de sus páginas ni la expresividad de sus personajes llaman especialmente la atención. Sabe plasmar las ideas de Millar, narra bien su guion y concibe algunas viñetas interesantes. Una vez más, el dibujo cumple bien en general, pero eso no basta para compensar lo que se pierde en la lectura respecto a la entrega anterior.
Crononautas 2
Dibujo - 6.5
Guion - 7
Interés - 6.5
6.7
Cronometrado
El segundo tomo de Crononautas es una descafeinada continuación directa del anterior en la que se intenta repetir la misma jugada pero con menos acierto, tanto por parte del guion como del dibujo. Su lectura, sin embargo, sigue siendo muy entretenida y ligera, en la línea de otros muchos trabajos de Millar. Si te apetece algo para descansar entre tochales, puede ser una gran opción.