Hace 55 años,
Freddy fue la historia que en 1982 eligió Narciso Ibáñez Serrador para iniciar la que sería la tercera temporada de Historias para no dormir. La mítica serie antológica había desaparecido de la parrilla de Televisión Española en 1968, cancelada -según su creador- debido a cuestiones presupuestarias. El regreso pues se produciría a todo color, aunque ese sería el único aliciente de una propuesta con la cual el propio Chicho se mostró realmente crítico y resignado en su día. No era para menos, la temporada había sido planteada con un total de trece episodios, pero finalmente solo se grabarían cuatro de ellos: El caso del señor Valdemar, El fin empezó ayer, El trapero y el presente Freddy. Los que según su propio realizador eran los «más fáciles y menos interesantes» de la propuesta original.
Esta temporada se vería lastrada por cuestiones técnicas y por una necesidad de abaratar costos. Por ello, los cuatro episodios de esta tercera temporada se grabaron en una cuarta parte de tiempo del que se le dedica habitualmente a un programa de televisión o una producción de este tipo. En la presentación de la temporada Chicho se sinceraba con los espectadores, calificando el regreso de Historias para no dormir como un programa de «calidad buena, pero no óptima» que había tenido muchas limitaciones en postproducción; el director, guionista y realizador veía estos cuatro episodios como algo experimental que pretendía dar una muestra de lo que de verdad se podía hacer en televisión con este formato.
En concreto, y siguiendo esta línea, Freddy era definido por Chicho como un «homenaje al tópico», avisando al espectador que lo que encontraría en esta historia dirigida y escrita por él mismo (bajo el seudónimo habitual de Luis Peñafiel) era una «sarta de tópicos» del género de suspense y terror con «muchas cortinas, pasillos y puertas que se entreabren». No mentía Chicho, el episodio protagonizado por actores como Manuel Tejada, Silvia Tortosa, Fedra Lorente y Candida Losada, era realmente pobre en muchos de sus aspectos y se le notaban en exceso las costuras que no podía disimular debido a las condiciones en las que había sido rodado. El guion también se veía perjudicado por esta cuestión, convirtiéndose en algo previsible y con un ritmo deficiente.
Podría parecer extraño que para el regreso de Historias para no dormir este haya sido uno de los episodios escogidos para ser reinterpretado de cara al gran público, pues no es precisamente de los más alabados y recordados. Pero lo cierto es que precisamente por eso dejaba mucho margen para mejora y permitía la oportunidad de darle alguna vuelta de tuerca a la idea de partida. El episodio dirigido en este caso por Paco Plaza tiene en común con el original su asentamiento en el mundo del espectáculo, los personajes que ella aparecían y una trama que gira en torno a un ventrílocuo y su muñeco. Todo lo demás pretende ser una proyección de lo que quizás Chicho podría haber hecho con esta historia de tener los medios apropiados, tanto en cuestión de narrativa, como de puesta en escena y resolución. Es normal, el salto temporal y las ventajas técnicas y presupuestarias con las que ha contado Plaza hacen que su producto sea más redondo -y también más personal- de lo que pudo serlo el de Chicho.
La premisa sigue a André (Miki Esparbé), un actor que ha conseguido su primer trabajo en una película de Chicho Ibáñez Serrador en la que interpreta a un ventrílocuo. Pero las capacidades de André son limitadas así que para motivarlo el propio Chicho (Carlos Santos) le sugiere comenzar a trabajar con un nuevo y misterioso muñeco que le ayudará a dejar a un lado sus inseguridades. La llegada de este nuevo muñeco coincidirá con algunos macabros sucesos que tienen lugar en el rodaje. El argumento pues cuenta con un elemento metatextual al que Plaza le saca realmente provecho y que se convierte en el mejor aliciente del episodio. Carlos Santos se mete en la piel de Chicho ofreciéndonos un acercamiento a su figura realmente inquietante, mientras el muñeco que maneja André -o le maneja a él, según se quiera mirar- parece tener los rasgos del conocido productor y ex-ventrílocuo José Luis Moreno.
El episodio -al igual que el original- sigue siendo un homenaje a los tópicos y esto queda especialmente claro al llegar a su resolución. Pero Plaza introduce una elemento paródico que hace que la historia no se tome en serio a sí misma, sin llegar a las hilarantes cotas que el director nos mostró en [•REC]³: Génesis, pero haciendo que la historia fluya y nos deje enganchados hasta el final. El reparto, en el que además de los mencionados Miki Esparbé y Carlos Santos, encontramos a Adriana Torrebejano, Maru Valdivielso, Enrique Villén, Ismael Martínez, Almudena Amor y Gadea Candela, disfruta reinterpretando los personajes y las relaciones de estos respecto a lo visto en el episodio original de los años ochenta.
Además, Freddy, como el resto de nuevos episodios de Historias para dormir, se beneficia de la plataforma y el momento resultando más explícito y más inquietante que la visión original de Chicho. En 1982, la censura no tenía ya la fuerza a la que habían tenido que hacer frente los primeros episodios de Historias para no dormir, pero aun así había muchos condicionantes que sumados a los presupuestarios y técnicos hicieron de la mencionada tercera temporada algo olvidable. De alguna manera, Plaza recupera el espíritu y la intención de la propuesta original de Chicho. El hecho de contar con su presencia en el episodio como un personaje más y situar la acción en un plató de televisión y no en un simple local de variedades, como ocurría en el episodio original, hace que podamos extraer lecturas más interesantes y divertidas que el resultado global del episodio. Puede que no nos impida dormir, pero sí que nos haga pensar.
El 17 de junio de 1966 TVE emitió La Broma, el episodio número 16 de la primera temporada de Historias Para No Dormir, la icónica serie creada por Narciso Ibáñez Serrador que copa protagonismo en la presente entrada con motivo de la reciente reinvención de algunas de sus entregas más icónicas. Escrito por Luis Peñafiel a a partir de un relato de Roberth Arthur, dirigido por el mismo Chicho Ibáñez Serrador y protagonizdo por Narciso Ibáñez Menta, Irene Daina y José Martín narraba la historia de Adolfo, un productor televisivo propenso a gastar bromas pesadas al que su esposa y el amante de esta, a su vez empleado del primero, planean asesinar. El episodio jugaba con pericia sus cartas hibridando con acierto la intriga y el in crescendo de la tensión narrativa con cierto humor negro cuya responsabilidad recaía en el personaje protagonista, interpretado magistralmente por el padre del creador de la serie.
La Broma ha sido uno de los cuatro episodios elegidos para la primera temporada de estas nuevas Historias Para No Dormir y el director encargado de extrapolarlo a pleno 2021 es el gallego Rodrigo Cortes, realizador de obras magníficas como Concursante o Buried y producciones internacionales tan eficientes como Luces Rojas o Blackwood, brillante divulgador al que podemos disfrutar en el programa de radio Todopoderosos o el podcast como Aquí Hay Dragones y encargado también de adaptar el texto con autoría de Luis Peñafiel para el capítulo original. De los papeles de Narciso Ibáñez Menta, Irene Daina y José Martín toman el relevo Eduard Fernández, Nathalie Poza y Raúl Arévalo respectivamente, tres de nuestros mejores actores nacionales que en no pocas ocasiones ya han dado muestras de su sobrado talento delante de las cámaras, en el de Arévalo incluso detrás de ellas.
Es harto interesante ver cómo se adapta una historia de 1966 a la actualidad y ser testigo de cómo Rodrigo Cortés ha mantenido muy bien el mestizaje tonal de la obra original, sobre todo en lo referido al personaje principal, que aquí se llama Alberto y es un empresario de éxito; que si bien no realiza las típicas bromas físicas de mal gusto que sí perpetraba el rol de Narciso Ibáñez Menta sí hace uso de un humor desagradable que le sirve como excusa para ser irrespetuoso con sus empleados y allegados. Como es lógico Cortés puede ahondar más en la comedia negra e incluso la violencia, que en la serie original estaba narrada en off por temor a la censura del régimen franquista, campando aquí sus anchas con soltura y bastante acierto por parte del director y su trío de actores principales adentrándose gradualmente en una espiral de traiciones y dobles juegos perfectamente hilados.
El director de la próxima El Amor en Su Lugar se pone el traje de Alfred Hitchcock para componer secuencias de un suspense abigarrado en el que no sabemos qué acontecerá en la siguiente escena ni habiendo visto el material de partida original, ya que en gran parte se aleja de él, sobre todo en lo referido a su resolución. Podemos achacarle a Cortés que en ocasiones abusa del efectismo visual rompiendo la homogeniedad de un proyecto técnicamente impecable, pero es cierto que pasajes como el del coche destilan tal fuerza que cualquier mácula o defecto sin pulir es perdonable, ya que el conjunto de la obra es satisfactorio en grado sumo. El diseño de producción, la fotografía y el montaje se posicionan a favor de la labor del cineasta conjugando una labor colectiva notable ofreciendo un look remarcable a La Broma.
Por último es de recibo dar crédito al trío protagonista, ya que son los pilares maestros sobre los que se sustenta la producción coreografiada por Rodrigo Cortés y su equipo de rodaje. Rául Arévalo consigue en todo momento transmitir el servilismo de Javier mientras comparte química con una soberbia Nathalie Poza cuya Elena ve como su confianza y sagacidad merman con el devenir de acontecimientos, viéndose ambos superados por una situación que se les va de las manos desde sus primeros compases. Pero es Eduard Fernández el que se lleva el gato al agua con una labor titánica y odiosa muy en las antípodas de su otra gran interpretación del 2021, la ofrecida en la imprescindible y necesaria Mediterráneo, alcanzando cotas de delirio cuando en la secuencia clave del episodio comienza a reirse en el momento menos apropiado, sobre todo para su propia persona.
La Broma no es el mejor capítulo de esta nueva hornada de Historias Para No Dormir, lo de Paco Plaza con Freddy juega a otro nivel, pero se revela como una pieza muy reseñabke gracias al perfecto ensamblaje de sus apartados técnico y artístico con todos los implicados ejerciendo su trabajo con la profesionalidad esperada. En lor eferido a este episodio y el resto del revival impulsado en parte por Amazon Prime Video con cuatro grandes cineastas se trata de la confirmación de la buena salud y la atenporalidad de los textos que Narciso Ibáñez Serrador y sus colaboradores idearon hace más de medio siglo en una televisión que poco tiene que ver con la actual, a día de hoy perdiendo cada vez más fuerza en favor de las plataformas de streaming, al dejar patente que una buena historia siempre superará la prueba del paso del tiempo y esta nueva versión de Historias Para No Dormir es una muestra fehaciente de esta realidad.
El Asfalto fue un episodio mítico dentro de la primera temporada de la original Historias para no dormir, e incluso dentro de la propia serie es considerado casi un rara avis por sus hallazgos visuales y narrativos. En El Asfalto, basado en un relato de Carlos Buiza, Narciso Ibáñez Serrador dirige a su padre, un sobresaliente Narciso Ibáñez Menta, quien interpreta a un hombre con la pierna escayolada que queda atrapado en una mancha de asfalto durante un caluroso verano; el tiempo pasa, y el desgraciado viandante continúa hundiéndose en el suelo ante la pasividad de los transeúntes y las autoridades; El Asfalto era un episodio peculiar, y es que su estilo caricaturesco y surrealista, ayudado por los dibujos y decorados de Mingote, se combinaba con una cruda tristeza y claustrofobia al estilo posterior de La Cabina (Antonio Mercero, 1972), desembocando en un final desolador que, como en el caso de la citada obra maestra de Mercero, dejaba al espectador con un nudo en el estómago al estilo de los mejores relatos de terror. El Asfalto podía hablar de muchos temas, como el egoísmo y la falta de empatía de las grandes ciudades, una jungla con sus propias arenas movedizas, o de la insensatez y la desidia de la burocracia; pero sobre todo hablaba sobre la soledad del ciudadano, que literalmente imploraba por cariño y atención enterrado en el duro asfalto, que funcionaba a la vez como proveedor de civilización y sustractor de la misma. Un episodio único que le valió a Televisión Española un reconocimiento internacional con la Ninfa de Oro al mejor guion en el Festival de Televisión de Montecarlo de 1967.
Desgraciadamente, nada de lo que hacía especial al episodio original podemos encontrar en esta revisión que nos trae Amazon Prime, con un episodio dirigido por Paula Ortiz (La Novia) y escrito por Manuel Jabois y Rodrigo Cortés; el talento que tanto la directora como los guionistas han demostrado en otras ocasiones no obtiene aquí su fruto, en un capítulo que decide descartar al ciudadano anónimo por un protagonista plano, a pesar del trasfondo que se le pretende dar. La brillante idea de convertir en desgraciado protagonista a un ya de por sí desgraciado repartidor de comida (los riders, conocidos por sus infames condiciones laborales y símbolos del capitalismo más inclemente), se convierte en agua de borrajas rápidamente al dejar la mala baba a un lado para caer en lugares comunes y críticas demasiado fáciles a los medios de comunicación o las redes sociales; es tan autoconsciente este El Asfalto de sus propias metáforas que incluso tiene a un personaje que llega a increpar al protagonista acerca de que no se va a entender lo que está haciendo cuando le confunde con una performance en un facilón juego autorreferencial que, como el resto del episodio, falla a la hora de encontrar un tono cohesionado. E incluso su aparentemente dramático final palidece en comparación con aquel operario arreglando el socavón por el que había desaparecido el protagonista mientras aún escuchábamos sus desconsolados lamentos bajo tierra.
Por todo ello, el mayor reproche que se le puede hacer a esta El Asfalto es su falta de valor, especialmente si lo comparamos con la osadía de su predecesor y en general de toda la propuesta de Narciso Ibáñez Serrador, incluso fuera de esta Historias para no dormir con maravillas como Historia de la frivolidad, que esquivaba la censura con toneladas de talento y una retranca de la que adolece este remake de El Asfalto. Parece que tanto sus creadores como los propios protagonistas de esta nueva versión, un esforzado pero insuficiente Dani Rovira y una solvente Inma Cuesta que hace lo que pude para salvar los muebles, estuvieran en piloto automático con una historia que podía dar para mucho más y que se limita a repetir una premisa y, básicamente, jugar al mismo juego pero en modo fácil. Qué queréis que os diga, puestos a encontrar homenajes involuntarios a esa genialidad que fue El Asfalto de Narciso Ibáñez Serrador, me quedo con aquel Tom Hanks en Esta Casa es una Ruina succionado por su propia alfombra y atrapado literalmente por su hipoteca, haciendo avioncitos de papel con inservibles dólares mientras espera que alguien le rescate de su propio hogar.
«Cuando estoy triste miro al cielo y pienso: el sol también está solo y sigue brillando»
El invierno de 1966 llegaba a su fin cuando el séptimo episodio de la
Este es el punto de partida para Rodrigo Sorogoyen en el particular homenaje que el cineasta madrileño ha realizado a la obra de Chicho Ibañez Serrador. Con casi el doble (guiño, guiño) de metraje, Sorogoyen y Daniel Remón firman un guion con varias capas de profundidad. La historia, de corte futurista (la sinopsis nos sitúa en 2045), propone una expansión de nuestra realidad actual. La pandemia llegó para quedarse, las mascarillas siguen siendo el pan nuestro de cada día y un nuevo confinamiento revolotea en el ambiente. No sabemos si como consecuencia del virus o de la mala aplicación del progreso tecnológico, el dirección de Que Dios nos perdone construye una sociedad enferma en la cual prima el egoísmo por encima de todas las cosas. Este individualismo exacerbado se materializa cuando los personajes de este universo deciden crear una copia exacta de sí mismos que les permita evitar la cara menos amable del día a día.
Como en toda buena trama de ciencia ficción con clones/androides de por medio, la identidad será un elemento clave para entender el conjunto. ¿Quiénes somos? ¿Existe el libre albedrío? serán preguntas que nos plantearemos en esta pesadilla de lo más laberíntica. Con una impecable factura técnica, Sorogoyen vuelve a imponer la clase y sofisticación que atesora contando con la ayuda, nuevamente, de Diego Cabezas (Antidisturbios) en la fotografía. Como veremos más adelante, no será este el único nombre que repite colaboración con quien fuera nominado al Oscar en la categoría de mejor cortometraje de ficción (Madre, 2018).
Aunque es evidente que El doble bebe de la fuente del material original, no será este el único referente a tener en cuenta. Abre los ojos, segundo largometraje de Alejandro Amenábar, es una de las muchas producciones que bombardearán nuestros cerebros en su visionado. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? o The Private Eye son otras obras con las que comparte vasos comunicantes. La historia gira alrededor de Dani y Eva, una idílica pareja que, en realidad, no lo es tanto. Pronto descubriremos que la crisis ha hecho mella en sus casi diez años de pareja. Infidelidades, discusiones, terapia… un pasado reciente complicado ha empujado a Dani a tomar el camino más sencillo. Una manera cobarde de seguir para adelante y tener una vida sin tantos quebraderos de cabeza. Es en este momento cuando decide hacerse una réplica que sirva a sus propios intereses sin que su novia conozca la estrategia. Sin embargo, un comportamiento no esperado del doble de Dani propiciará que los acontecimientos transcurran por cauces imprevistos…
Sorogoyen demuestra por enésima vez que es un gran director de actores, consiguiendo sacar lo mejor de quienes se ponen delante de las cámaras. En este caso, el peso recae en los hombros de los excelsos David Verdaguer (Verano 1993) y Vicky Luengo. La actriz balear repite convocatoria junto a Iría del Rio y David Lorente tras arrasar en la mencionada serie de Movistar. La privacidad es otro de los pilares centrales de esta nueva versión de El doble. Pese a la cantidad de secretos que guardan los personajes, estos ansían descubrir qué esconde el resto. Relaciones tóxicas condenadas al fracaso por mirar solo en el propio beneficio. Una visión pesimista del futuro que nos espera si no sabemos convivir con los avances tecnológicos.
El doble tiene espíritu de película cinematográfica y lo cierto es que lo acelerado de su desenlace hace pensar que la experiencia podría haber sido más redonda de haberse concebido para salas de cine. Su virtuosismo visual y el gran trabajo de la pareja protagonista son los puntos fuertes del sentido homenaje capitaneado por Sorogoyen. Según avanza el capítulo, la trama se va enrevesando exigiendo la máxima atención del espectador si este no quiere perderse en una espiral de confusión. El contexto utilizado y el juego del gato y el ratón que se traen entre manos Dani y Eva nos hace sentir como auténticos vouyers en tiempos de confinamiento. Una gigantesca matrioska se perfila en el horizonte. Las nuevas tecnologías amenazan con la gran alienación. Cada ser humano es susceptible de convertirse en el eslabón de una cadena sin saber dónde está el principio y cuál es el final. La paradoja del barco de Teseo se acaba cumpliendo.
Y a ti, ¿Qué episodio de esta nueva versión de Historias para no dormir te ha gustado más?
- Freddy, de Paco Plaza (46%, 48 Votes)
- El doble, de Rodrigo Sorogoyen (33%, 35 Votes)
- La broma, de Rodrigo Cortés (17%, 18 Votes)
- El asfalto, de Paula Ortiz (4%, 4 Votes)
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