La serie que estábamos esperando
«…y supe, con igual intensidad, que el último Atlas sería la única defensa posible»
Quienes leemos con asiduidad, en este caso cómics, siempre vamos en busca de esa obra. Una obra que sea completa, una a la que podemos ponerle alguna pega, pero más por ponerle alguna que porque se la merezca. Siempre vamos en busca de esa gran presa que nos sacie en todos los sentidos de la palabra. Esa búsqueda es en sí misma el gran tesoro, ya que nos hace descubrir una gran cantidad de obras que sin esa necesidad de indagar en pos de esa obra magna no hubiéramos descubierto. Pero muy de vez en cuando, entre todos esos “quizás” que nunca llegaron a ser, se encuentra el que acaba siendo. Y aunque se pueda pensar aquello que diría Heath Ledger en el caballero oscuro, que somos perros que vamos corriendo detrás de los coches, y que no sabríamos qué hacer si alcanzáramos uno; no es así. Sabemos lo que hacer en estos casos. Disfrutar.
En esta obra trabajaron cinco pares de manos. En el apartado de guion podemos hablar de dos. Por un lado tenemos a Gwen de Bonneval, respaldado con más de 25 álbumes en su haber. Por otro lado tenemos a Fabien Vehlmann, quien ya carga con la nada desdeñable cifra de más de una decena de obras sobre sus hombros. Ambos fueron cofundadores de la revista Profesor Cyclope y ganadores del Premio René-Goscinny 2020 al mejor guion por el primer volumen de El último atlas.
En el apartado gráfico nos encontramos a tres personas implicadas. En primer lugar nos tenemos a Hervé Tanquerelle, el dibujante, con una veintena de álbumes respaldando su trabajo, ha sido publicado por Futuropolis, Dargaud, Casterman o Humanoides asociados entre otros. En segundo lugar tenemos a Fred Blanchard, quien se encargaría del diseño, y que trabajó en la serie Star wars de Dark Horse, y ha sido publicado por editoriales como Dupuis o Delcourt. En tercer lugar resta Laurence Croix, que se encargaría del color del álbum, y quien ganaría junto a sus comppañeros el Premio ActuSF de uchronia – categoría de diseño gráfico 2019 por este primer álbum de la serie que contará con 3 entregas, siendo la misma seleccionada para el Festival de Angoulême 2020.
El último Atlas soporta una gran calidad sobre sus hombros
En esta obra se nos narra la historia de Ismael Tayeb, un criminal de origen argelino, que pasa de trabajar para un capitán de la mafia en Francia a uno de los grandes jerarcas de la organización tras romperle un dedo para salvarle. Sin embargo, la relación con el sanguinario jefe se ve turbada tras una misteriosa revelación en la que se ve implicado el último Atlas, un robot con el tamaño de un edificio, y un extraño fenómeno aparecido en el desierto de Tassili n’Ajjer en Argelia.
Nos encontramos ante un trabajo de un mimo apabullante. Empecemos hablando de lo que es en sus tripas. Y es que esta obra es una mezcla de los géneros del thriller, y la ciencia ficción, más concretamente la ucronía. Pero al contrario de lo que suele suceder cuando se hacen mezclas de géneros, que se convierten en un monstruo de Frankenstein cuyas costuras resaltan y hacen del global algo grotesco, en este caso ambos se distinguen perfectamente pero se mantienen en sintonía, se dejan su espacio sin estorbarse, llegando incluso a sustentarse el uno en el otro. Puede que esto sea debido a una relación casi simbiótica entre amos escritores, que de ser así, esperemos que dure mucho tiempo.
Otro de los grandes atractivos de la obra no es tan reconocido en nuestro país, o no por la mayoría, ya que la obra mantiene una conversación histórica de Francia muy profunda con el lector. Se nota que hay un poso nacional muy grande, en el que se ahonda en gran medida en los conflictos no resueltos del país, y que pese a que el lector extranjero los percibe, no puede atisbar su verdadera magnitud. Esto se pone sobre relieve en mayor medida en las últimas 4 páginas, en las que con texto desnudo se nos narra el pasado de esa ucronía francesa, y que nos implica directamente con el pasado del país, que pese a introducir elementos nuevos, tiene mucho de verídico.
Una de las cosas que más me llamó la atención del trabajo fue el uso que hacía de la cotidianidad. Mientras que normalmente los pequeños elementos cotidianos, en las obras suelen usarse como pequeños ejes vertebradores, ya sea para introducir subtextos, o para hacer avanzar la obra como una suerte de bisagras entre escenas, aquí lo cotidiano alcanza una cualidad anodina que pocas veces he visto que se usara con tal pretensión.
Normalmente las obras de ficción de este estilo suelen estar atadas a un espacio concreto, y están limitadas por ese mismo espacio, por lo que deben usarlo de manera inteligente, introduciendo elementos narrativos en las escenas de este cariz. Pero esto normalmente lleva a una compactación de la información recibida, y todos esos subtextos y pretensiones se pierden en la madeja. Aquí, sin embargo, se toman páginas enteras para unas escenas que cuentan poco o nada sobre lo que sucede en la obra, y curiosamente funcionan increíblemente bien. Esas páginas dejan respirar a la obra, y dan a los personajes una entidad de seres vivos, con su cotidianidad banal, y no de elementos de ficción atados siempre a la gran ama NARRATIVA.
Hablando de los personajes, son posiblemente lo mejor de la obra. Hablamos de arquetipos, sí; pero de arquetipos zarandeados, lanzados al barro, deformados, bañados, puestos al sol y secados con cuidado. Todos y cada uno de ellos son reconocibles, sí; pero todos ellos están vivos dentro de su ficción. No toman decisiones forzadas en pos de la historia, sino que la historia se pliega ante ellos, como debería suceder siempre. En la obra nos encontramos una gran cantidad de ellos, y cada cual tiene su subtrama bien construida, su arco de transformación bien definido y unos objetivos y unas acciones coherentes, pero no por ello predecibles.
La obra contiene un mensaje social muy evidente, que recorre toda la historia, algo que en Francia alcanza otras cotas por su relación directa con lo expuesto, pero que como seres humanos, todos nos vemos interpelados. El mensaje en este sentido no es panfletario, no está pormenorizado, o al menos a mí no me lo ha parecido. Tienen una pretensión moralizante, pero como cuestión, no como respuesta, y transita en la línea que separa dos lados de una moneda cuyas caras se parecen más de lo que nos gusta pensar; pues en ambas aparece acuñado el rostro humano.
Entramos en el apartado gráfico, y que para mi asombro no se queda atrás ante semejante guion. Y es que mientras que en la historia teníamos a dos personas trabajando juntas, aquí son tres, y parece que su mutualismo no es menor que el de los escritores. Por un lado tenemos los diseños de Blanchard, que nos dejan claro de un solo vistazo con qué personaje estamos, cuyos rasgos son inequívocos, y muy relacionados con su esencia; como también podemos descubrir en el lugar en el que se encuentran esos mismos personajes.
Pero como decía mi compañero Tristan Cardona, este cómic es muy Tanquerelle, recomendándome su obra La banda de los postizos en la que ya se veía el genio que aquí reluce. Y es que el trabajo gráfico está maravillosamente trabajado por él en dos sentidos. El primero, el ritmo. Sabe cómo sacar partido a una historia en la que el ritmo no solo es importante, sino que es necesario. Sabe cómo hacer mover el ojo por la página a diferentes velocidades insuflando velocidad en la acción y deteniéndola para el clímax, dejando que fluya con suavidad y comprimiéndola para lograr una catarsis visual. El segundo, las sombras. Si por algo funciona tan bien el elemento del thriller en esta obra, no es solo cosa de la historia. Las sombras de este autor otorgan, no solo la relación directa del espectador con el género, dejándoles claro en qué lugar se están moviendo, sino que lo hace como en las grandes obras del género, usando la oscuridad, lo oculto, como elemento narrativo.
Por último, nos hallamos ante un color que acompaña a la perfección las pretensiones de todos los que vinieron antes. Laurence Croix logra algo que a simple vista parece fácil, pero que no mucha gente logra, y es introducirnos en un lugar concreto a partir del color. Al movernos por diferentes localizaciones a nivel mundial, es necesario que de un vistazo sepamos dónde nos encontramos, y pese a que todo lo anterior ayuda, como el trabajo de Blanchard, el primer golpe del color es el gran actor en esta parte de la función. Me sorprendió que no se usara mucho los elementos cromáticos para destacar las acciones de tensión entre los personajes, pero posiblemente hubiesen quedado forzados, y este énfasis se alcanza a la perfección con el apartado del guion y de la angulación escogida en cada viñeta. Pues también hay que saber no extralimitarse; uno de los grandes errores en la ficción.
En conclusión, estamos ante una obra de un nivel abrumador. Es asombroso que en un grupo con tantas manos se haya compenetrado de esta manera, en la que si nos pusieran un solo nombre en su autoría, no veríamos nada raro. Decir que es el primero de tres volúmenes, y que por tanto no debemos encender las almenaras y hacer sonar las trompetas precipitadamente. Pero si los tomos siguientes manteniendo esta calidad, podemos hablar sin ninguna duda de una de las mejores series de los últimos tiempos. Yo por si acaso, tengo la antorcha y la orquesta preparadas. Hasta entonces, simplemente, disfrutad de lo servido.
Lo mejor
• Un guion que adapta el género del thriller y de la ciencia ficción a la perfección.
• Los personajes, poliédricos y complejos.
• Un apartado visual a la altura de la historia.
Lo peor
• El cliffhanger final. Odio tener que esperar a comer cuando veo la comida en la mesa. Y sin embargo, menuda pinta tiene.
Guión - 9
Dibujo - 9
Interés - 9
9
Completo
El último Atlas se presenta como una de las grandes series de los últimos tiempos, con un trabajo muy cuidado en todos los apartados de la obra. Esperemos que los siguientes volúmenes cumplan con las expectativas marcadas.