El guionista Len Kaminski necesita ayuda:
“Bien. He ido dejando esto demasiado. Al menos ahora puedo contarlo: LA HORRIBLE VERDAD. El año pasado tuve un accidente que me dejó en silla de ruedas – y acabé atrapado en un centro de acogida muy turbio (traducción muy libre de crooked). Eso fue hace 8 meses. En este tiempo, han agotado las coberturas de mi seguro médico y a continuación pasaron a vaciar mi cuenta bancaria y desviar mi pensión de discapacidad a su cuenta. He perdido todo mi dinero, mis ingresos, mi apartamento, todo. Como resultado, no me dejan salir ya que ni tengo un hogar al que volver ni recursos para conseguir uno nuevo. Así, sigo en el vientre de la bestia. Sigo en una silla de ruedas. Asqueado de este horrible lugar. Cumplí 60 aquí dentro. De ninguna manera quiero morir aquí… así que estoy creando una página en GoFundMe. Estará pronto. Consejo, asesoría o cualquier tipo de ayuda es bienvenida”.
Desde Zona Negativa, lanzamos una iniciativa recuperando sus obras más emblemáticas escritas para Marvel. Kaminski escribió para otras editoriales pero hemos decidido centrarnos en su paso por la Casa de las Ideas no solo por el mayor impacto de sus cómics marvelitas sino porque el lector español apenas ha tenido contacto con su obra en DC, Acclaim/Valiant o Chaos! Comics.
Si quieres colaborar en la campaña lanzada por Kaminski, puedes hacerlo a través de este enlace.
Edición original: Marvel Comics – abril 1994 – mayo 1995
Edición España: Comics Forum – enero – diciembre – 1995
Guión: Scott Benson, Len Kaminski, Dan Abnett
Dibujo: Gabriel Gecko, Geoff Senior, Stewart Johnson, Dave Chlystek
Entintado: Pam Eklund, Don Hudson, Tim Dzon
Color: Ariane Lenshoek
Portada: Gabriel Gecko, Bob Wiacek (primer número)
Precio: 190 pesetas. 325 pesetas los números de cuarenta y ocho páginas y 395 pesetas el de sesenta y cuatro (maxiserie de doce números)
Prólogo: crónica de un éxito inesperado
En esta aperiódica miniserie dedicada a la efímera franquicia férrica de Marvel en la que me he embarcado desde el año pasado, quedaba pendiente el repaso a la edición patria –Forum mediante- de las aventuras de James Rhodes como superhéroe con nombre propio, con el alias de Máquina de Guerra. Ya en su momento comenté, largo tiempo ha, el origen de este personaje que, visto con la perspectiva que dan treinta años de distancia, es una de las pocas incorporaciones permanentes que surgieron en una época tan convulsa como fue la primera mitad de los años noventa del siglo pasado.
La aparición de Máquina de Guerra fue una afortunada casualidad, dentro de una etapa que parecía ser de transición. La casa de las ideas empezaba a sentir las consecuencias de una serie de decisiones que, vistas con la perspectiva de los años, no fueron muy acertadas. La generación de los enfants terribles que había alcanzado unas engañosas cifras millonarias de ventas se había ido a fundar una nueva editorial y los autores a los que habían sustituido -o, más bien, expulsado- ya no estaba. Las principales escuderías de Marvel -más concretamente, la arácnida y la mutante- empezaban a derivar hacia la sucesión de eventos y cruces, a cual más olvidable; esta estrategia, reflejo de una desesperación creciente, se extendería a los personajes clásicos de la editorial, de modo y manera que no sería desacertado afirmar que, mal que bien, unos y otros tuvieron su particular vía crucis en la forma de cambios de actitud, transiciones hacia la zona gris, versiones más expeditivas o caídas a la locura. En este contexto, solamente puedo decir que la llegada de Máquina de Guerra fue una curiosa excepción, respecto de una regla general pródiga en ejemplos olvidables de todo tipo.
Los noventa: cañones, metralletas y mala actitud
Cualquiera que recuerde la década de los noventa se acordará, sin lugar a duda, de la sucesión de anti-héroes que, producto de una mala digestión de ciertas obras emblemáticas publicadas en los años anteriores. Barbas de varios días, cazadoras, cinturones multi-bolsillo sin utilidad definida, arsenal hasta en los dientes y una filosofía (o algo) definida por la idea de que el fin justifica los medios. En el caso de Marvel, se pueden citar como ejemplos el protagonismo de personajes como Cable o Bishop (la Patrulla-X y aledaños), el cambio de actitud del Caballero Negro (en los Vengadores de Bob Harras y Steve Epting) o la agresividad -con cambio de uniforme incluido- de la Mujer Invisible (en los Cuatro Fantásticos de Tom DeFalco y Paul Ryan). En mayor o menor medida, el universo marveliano se hizo más oscuro, despiadado y desesperanzado y, desde un punto de vista estético, Máquina de Guerra respondía a ese tópico. Una armadura despojada de los colores rojo y oro que, con excepción de un par de modelos, definían al Hombre de Hierro. Un nom de guerre ciertamente belicoso. Sin embargo, las cosas no son como parecían.
A la sombra del (no)vengador dorado
La aparición de Máquina de Guerra empieza con un relevo en la colección férrica. John Byrne había terminado etapa en la serie y Len Kaminski desembarcó con la tarea de contar los dos capítulos de la cabecera que se enmarcaban en Operación: Tormenta Galáctica. El prolífico y polémico autor había dejado a Tony Stark en una situación harto complicada, con un mal de naturaleza degenerativa cuyo funesto desenlace se plantea como inevitable. Es el presumible final (je) a una larga sucesión de desgracias que han perseguido al industrial e inventor desde los tiempos de la segunda etapa de David Michelinie y Bob Layton al frente de su colección. Con estado de salud en progresivo deterioro, la armadura que ha vestido durante la etapa anterior resulta insuficiente para hacer frente a unas amenazas más expeditivas cuyo origen se halla en el pasado de Stark -más concretamente, en su segunda caída en el alcohol y en la pérdida de Stark Internacional- y que son buen ejemplo del signo de los tiempos: en un número en el que se incluye un homenaje a Rumiko Takahashi y Ranma 1 ½ el Hombre de Hierro se enfrenta a tres ciber-samuráis que reflejan el concepto habitual de personaje de la época. Siguiendo la máxima habitual de renovarse o morir, Stark diseña una armadura mucho más expeditiva en su aspecto y funcionalidad que, por sus características, la parroquia lectora acabará definiendo como la máquina de la guerra.
Siguiendo con el hilo argumental que Byrne dejara suelto -tras un amago de resolución positiva- Stark asume que ya no le queda mucho tiempo, por lo que decide preparar el que habrá de ser su legado. Mirando la vista atrás, considera que su mejor creación ha sido Iron Man y que la armadura no puede quedar vacía. Como última voluntad rogará a su amigo James Rhodes, Rhodey, que continúe su obra como superhéroe. Sin embargo, el fiel compañero de fatigas es más que reluctante a asumir esa tarea. No es la primera vez que asume la identidad del Hombre de Hierro y como tal estuvo en acontecimientos tan relevantes como las Guerras Secretas o la fundación de los Vengadores Costa Oeste. Sin embargo, ya en la segunda etapa de Michelinie y Layton se desarrollan acontecimientos que le hacen abandonar la armadura clásica y dejar el rol de vengador dorado al original. Agobiado por la responsabilidad, decide volver a la identidad férrica y, nuevamente, hace un buen papel, hasta que descubre que Stark ha estado en animación suspendida, mientras un tratamiento experimental -otro más- le arrancaba de las garras de la parca. Ofendido por la falta de confianza, parte peras con su amigo y patrón y decide ir en solitario. La actitud agresiva tiene, de la mano de Len Kaminski y Kevin Hopgood, una justificación. Un poco traída por los pelos, puede ser, pero en todo caso más sostenible que en la mayoría de los casos del momento. Rhodey rompe con Tony y su mundo, para volar -nunca mejor dicho- en solitario y, de paso, protagonizar su propia colección.
La serie de Máquina de Guerra se incardina dentro de una estrategia editorial en la que el Hombre de Hierro fue separado del conjunto de la franquicia vengadora para encabezar su propia escudería, la cual tendría una breve y accidentada existencia. Los Vengadores Costa Oeste se disolvieron de forma totalmente absurda, para dejar paso a la no menos absurda Fuerza de Choque. Mientras tanto, el Latas (y sus amigos) protagonizarían una serie en el seno del universo animado de Marvel y, al contrario de lo que sucedía en las viñetas, ahí Máquina de Guerra colaboraba con Iron Man (y sus amigos). En este punto, no puedo resistirme a mencionar la curiosidad de que fuera Máquina de Guerra y no el Hombre de Hierro el que tuviera un cameo en la serie animada de la Patrulla-X, durante los episodios en los que se presentaba una nueva versión de la aparición de Fénix. Como apunte final hay que mencionar Heavy Metal, el videojuego que el Hombre de Hierro protagonizaría junto a X-O Manowar, de la mano de Acclaim Entertainment. Con independencia de la calidad intrínseca de estos productos -más bien tirando a baja- su aparición indicaba que la casa de las ideas había apostado decididamente por el vengador dorado y, en buena medida, esa elección había venido dada por el buen trabajo que Kaminski y Hopgood habían realizado en la serie. Desgraciadamente, ninguno de los equipos creativos designados para hacer frente a las series derivadas alcanzó el nivel que se había conseguido en la colección principal.
Centrándonos en la serie protagonizada por Máquina de Guerra, Len Kaminski decidió hacer equipo literario con un colega de sus años académicos que tenía bastante mano con el tema del diseño y se manejaba bien con las herramientas informáticas que, sin prisa y sin pausa, iban introduciéndose en el sector. Scott Benson corresponde a esa categoría de currantes que dejaron su firma aquí y allá en la casa de las ideas, sin dejar una particular huella. Cada generación tiene los suyos, pero, en los atribulados años en los que le tocó pasearse por las oficinas de Marvel, en los que las antiguas estrellas se habían marchado y las nuevas estaban aún por aparecer, el número fue bastante nutrido. Su fórmula de trabajo se mantuvo durante los once primeros números de la colección, que son los que ambos firmaron. En esta empresa los acompañaría, al menos hasta el número octavo, el dibujante Gabriel Gecko, también conocido en estas lides como Gabriel Hardman. El resultado fue una colección que, estando por encima de la media del momento -lo que, sinceramente, no es mucho decir- tampoco generaba un especial interés, por lo que no resulta extraño que esta etapa de la serie no llegara a completar un año de vida.
Kaminski y Benson hacen una labor en la que, tomando como punto de partida lo que ya se sabe de Rhodey, intentan desarrollar aquellos aspectos que pueden darle una personalidad propia, más allá de ser la versión sustituta temporal de Tony Stark. Hay vida más allá del momento en el que hizo su aparición en el escenario de la colección férrica principal y es un buen lugar por el que empezar a explorar y comprender mejor a un personaje que no puede ni debe ser la versión cabreada, contundente y malencarada del Hombre de Hierro. Hay un interesante contraste entre el aspecto del héroe, su identidad enmascarada y el hombre de dentro de la armadura. Ya sea a través de sus propias reflexiones, ya sea conversando con otros personajes -como Ojo de Halcón, que le devuelve la visita realizada en su miniserie- vemos a un hombre con unas profundas convicciones morales, consciente del poder que atesora y preocupado por las líneas que podría llegar a cruzar. Los autores no olvidan que están tratando con alguien que conoce la vida y el oficio militares, así como sus facetas más desagradables. Con un aspecto gráfico más atractivo, es muy probable que la serie hubiera funcionado mejor y hubiera tenido, en consecuencia, una suerte más halagüeña. Al igual que Hopgood, Gecko es un autor cuyo estilo no tiene mucho que ver con el «lee-feldesco» dominante de aquellos años. Sin embargo, sus dibujos, que recuerdan a los de Barry Kitson, carecen del gancho y el atractivo que debería tener una serie protagonizada por un personaje de base tecnológica, dejando también algunos ejemplos en los que la resolución de ciertas escenas no se hace de la forma más adecuada. Así como la armadura gris y plata de Hopgood transmite con la sencillez de su trazo el aspecto de estar ante un arma de destrucción masiva, la versión de Gecko carece de esa virtud, lo que resta impacto a sus dibujos.
La etapa de Kaminski y Benson al frente de la colección terminaría tras la aventura Las manos del Mandarín. Para ese entonces, la experiencia de la franquicia férrica tocaba a su fin, mientras la editorial afrontaba la tarea de poner fin a buena parte de su catálogo. Iron Man (y sus amigos) retornaban a la franquicia vengadora, para protagonizar una de las historias más lamentables de su trayectoria, aunque esa es otra historia.
Epílogo: un legado duradero para una colección olvidable
La edición española de las aventuras en solitario -más o menos- de Máquina de Guerra se cerró con la publicación de los números décimo tercero y décimo cuarto de la serie yanqui. Los once números que completan el primer volumen continúan, en el momento en que escribo estas líneas, inéditos. Len Kaminski y Scott Benson fueron sustituidos por Dan Abnett, que junto con Andy Lanning estaba al cargo de las aventuras de Fuerza de Choque. Aquí se encargó, acompañado por una sucesión de dibujantes sin excesivo talento, de llevar a cabo una serie de cambios que, desde mi punto de vista, terminaron por barrer cualquier interés que la colección pudiera mantener. Rhodey perdió su armadura en una aventura temporal y, a cambio, recibió una de origen alienígena y espantoso diseño, con la que vivió olvidables aventuras. Poco después, en un número antológico de transición entre la batalla contra Onslaught y la aparición de los personajes y grupos llamados a cubrir el vacío generado por Heroes Reborn, se ponía fin a aquel experimento tan infausto. Kurt Busiek recuperaría la armadura original durante su paso por la colección del recuperado Hombre de Hierro en Heroes Return, sentando las bases para que Rhodes la recuperara. Con esto, quedaba patente que Kaminski y Hopgood habían creado un personaje llamado a quedarse y dotado de su propio arquetipo. Si echamos una mirada a sus contrapartidas nacidas de otros vengadores, veremos que Thunderstrike duerme el sueño de los justos y que el U. S. Agente ha pasado por varios uniformes y encarnaciones. Mientras tanto, Máquina de Guerra tuvo presencia en el universo cinematográfico de Marvel, prácticamente desde la primera película y un papel destacado durante las primeras fases. Nada mal, para un producto de aquellos años noventa.