-No son los años, cariño. Es el rodaje.
George Lucas tuvo una idea. No, no es aquella de la galaxia muy, muy lejana que tan buen resultado le dio, fue una idea anterior sobre una película que tratara de un explorador aventurero en busca de artefactos mágicos. Como ya sabemos de qué modo funciona la imaginación de Lucas, su primer pensamiento de la historia fue que tuviera lugar en el espacio, al más puro estilo Flash Gordon; su otra opción era más mundana y tenía como protagonista a un arqueólogo. La historia fue acumulando polvo como las mismas reliquias de las películas en el cajón de los proyectos pendientes hasta que contó aquella idea a su amigo, Philip Kaufman (sí, el director de esa joya que es el remake de La Invasión de los Ladrones de Cuerpos de 1978), y entre los dos esbozaron un primer borrador de guion. Era el año 1975, y el borrador se titulaba Las Aventuras de Indiana Smith; dejando de lado ese apellido que se cambiaría a posteriori, el nombre de Indiana era el del perro de Lucas, un enorme y peludo Malamute de Alaska que había servido de inspiración también para otro icono como Chewbacca. La idea original de Lucas era mezclar el género de aventuras con la magia de los artefactos místicos y ese estilo divertido y desenfadado de los seriales clásicos.
En el camino de Lucas se cruzó entonces uno de sus grandes amigos y colegas, un Steven Spielberg que ya tenía en su haber éxitos como Tiburón y Encuentros en la Tercera Fase, pero que venía de un fracaso estrepitoso como fue 1941. Lucas y Spielberg mantenían la tradición de reunirse de manera habitual para hablar de sus próximos proyectos, y fue ahí cuando Spielberg confesó a Lucas que siempre había querido dirigir una película de James Bond (algo que le une a su colega contemporáneo Christopher Nolan); Lucas saltó al momento, y le dijo: “tengo algo para ti”. Ese algo, por supuesto, era Las Aventuras de Indiana Smith (sé que irrita leerlo, pero dejaremos de llamarle así en breve). Spielberg comenzó a trabajar en el proyecto, pero el guion necesitaba un buen pulido, y fue ahí donde entró la figura de Lawrence Kasdan, admirado por Spielberg tras su trabajo en el libreto de Continental Divide, la comedia romántica producida por Amblin con John Belushi. Los tres dieron forma al guion en una semana de trabajo intensivo, pero mientras Spielberg y Lucas ya habían trazado las líneas argumentales de lo que sería En Busca del Arca Perdida, trazando cada escena y set piece, Kasdan se encargó de unificar la historia y, sobre todo, darle ese humor desenfadado marca de la casa, la ironía y el estilo de los años 30; en esa reunión también forjaron a Indy, que pasó de ser un alcohólico, mujeriego y pendenciero a ser un respetado arqueólogo que da clases en la universidad mientras se dedica en su trabajo de campo a rescatar valiosas piezas en los lugares más recónditos del planeta. Pero Indy también tenía que ser un héroe que cometiera errores, que fuera torpe en ocasiones y, en definitiva, que se metiera al público en el bolsillo al ser un personaje de carne y hueso, divertido, pícaro y valiente a la vez. Spielberg llegó a definir aquel germen de película como si Preston Sturges conociera a Michael Curtiz, y como es habitual en la sabiduría del Rey Midas de Hollywood, no dio puntada sin hilo con ese comentario. Con un protagonista que, como también diría Spielberg, era un remedo de Humphrey Bogart en El Tesoro de Sierra Madre, Lucas y Spielberg (y Kaufman y Kasdan) habían dado a luz a una extraña película fuera de su tiempo, bebiendo cinematográfica y culturalmente de los clásicos que habían idolatrado pero lista para desembarcar en la década de los 80. Una apuesta anacrónica que bien podía encontrarse con una cínica audiencia que le diera la espalda. Por suerte, sabemos cómo termina esta historia.
El proyecto, eso sí, no encontraba financiación, quizás por las mismas suspicacias que uno se encuentra al echar la vista atrás, pero también por la gran escala de la historia, que involucraba la construcción de grandes escenarios y el complicado rodaje en exóticas localizaciones, y por la mala fama que Spielberg tenía por aquel entonces en Hollywood como director que sobrepasaba el presupuesto y los días de rodaje, máxime tras el descalabro de 1941. Lucas comenzó a prometer a diestro y siniestro que podría hacer la película por 20 millones de dólares, algo que hizo arquear la ceja a todos los estudios donde se atrevió a apuntar esa idea, pero en verdad estaba convencido de ello. Le dijo a Spielberg que deberían enfocar el rodaje de la película como si se tratara de una serie de televisión, con decisiones rápidas y efectos prácticos que aliviaran el presupuesto y agilizaran el rodaje. Spielberg, por supuesto, ya tenía la película plasmada en storyboards, como es habitual en el director de Tiburón. Al final, Paramount se quedó con el proyecto y se asoció con el productor Frank Marshall, conocido en la industria por controlar al dedillo las producciones y con experiencia en cintas de bajo presupuesto e independientes, una alianza que nos daría muchas alegrías en el futuro y que se convertiría en pieza esencial para levantar la trilogía. Pero faltaba un último detalle: ¿quién demonios interpretaría a Indiana Jones?
La respuesta estaba clara: Tom Selleck. El actor de fantástico bigote había clavado su audición para el papel con la también fantástica Karen Allen, que iba a dar vida a Marion Ravenwood (¿puede haber un mejor nombre de personaje? Tomado, por cierto, de la abuela de la esposa de Kasdan y de una calle de Los Angeles). Selleck era la opción perfecta para Lucas y Spielberg, pero por desgracia sus compromisos en la serie de Magnum P.I. le descartaron para el proyecto. Cuando Spielberg propuso a Harrison Ford, Lucas se negó, y es que no quería repetir de nuevo con Ford tras las dos primeras entregas de Star Wars y que se le considerara su actor fetiche y recurrente. Pero al final Lucas cedió y Ford… qué podemos decir de Harrison Ford y su Indiana Jones. El actor, en el que sería su papel favorito cada vez que le preguntan por el tema, aportó su carisma, su irresistible atractivo, su socarronería inimitable y su sentido del humor, clavando esa perfecta combinación que Lucas y Spielberg buscaban en Indy. De Selleck, eso sí, quedaría para siempre esa hilarante refencia de su oportunidad perdida en la indumentaria de Chip y Chop.
¿Queréis más piezas místicas que se ensamblan en perfecta armonía? Tenemos a Norman Reynolds, diseñador de producción de Encuentros en la Tercera Fase, Superman o Star Wars. A Douglas Slocombe, toda una leyenda de la industria, como director de fotografía. A la diseñadora de vestuario Deborah Nadoolman, que daría vida al ya legendario uniforme de Indiana Jones y al icónico sombrero de Indy, inconfundible cada vez que aparece la silueta del héroe, como ocurre en su primer encuentro con Marion y que se refleja en el regreso del personaje en la cuarta entrega. Esta En Busca del Arca Perdida reunía a lo mejor de la industria en cuestión de artesanos, y eso se reflejó en lo rematadamente bien hecha que está, y no sólo por la influencia de un Steven Spielberg juguetón en la cúspide de su talento como director inquieto en el set, un auténtico huracán de ideas a pesar de tener la película prácticamente dibujada en sus storyboards.
Es curioso cómo funciona la perspectiva que da el tiempo. Si hoy En Busca del Arca Perdida es considerada una obra quintaesencial del cine de aventuras, en 1981 y, a pesar del éxito de crítica y público que obtuvo la cinta, Spielberg y compañía eran considerados un mero divertimento palomitero. Pocos se daban cuenta de los pasos que intentaba seguir Spielberg, no sólo de todo su conocimiento y herencia de los grandes clásicos, sino de directores concretos como David Lean, adorado por Spielberg y cuyo rastro se encuentra en toda la trilogía original. Uno podría gastar páginas y páginas alabando el talento de Spielberg, pero la buena gente de CinemaStix publicaba hace unos días un esclarecedor vídeo que venía a resumir toda la intención que hay en el trabajo tras la cámara de un Spielberg aún hoy tratado injustamente por muchos cinéfilos de filmoteca y escuela de cine, sin ánimo de ofender a nadie.
Fortuna y gloria, hijo… fortuna y gloria.
Ya conocemos la historia. Raiders, como se la conoce de manera abreviada (incluso dando nombre a la propia saga), fue un tremendo éxito, y para su secuela Lucas y Spielberg decidieron subvertir las expectativas de la audiencia y darles algo diferente, una aventura mucho más oscura y siniestra, con malvadas sectas, desagradables platos y amenazas mucho más violentas y blasfemas que las que podían haber salido del Arca de la Alianza. Lucas se suele excusar con que en esa época estaba en pleno divorcio, y que la oscuridad de la secuela de Indy se corresponde a la de su vida por aquel entonces, pero incluso Spielberg concuerda en que se pasaron de frenada en muchos momentos. La verdad es que Indiana Jones y el Templo Maldito es una secuela realizada al más puro estilo del cliché de El Imperio Contraataca, donde los desafíos son más extremos y donde se intenta rizar el rizo de la aventura, aunque algo se perdía de la esencia ligera y aventurera de la primera entrega para dar rienda a secuencias mucho más ambiciosas en localizaciones imposibles.
Por el camino, nos encontrábamos con un pequeñajo Ke Huy Quan, recientemente redescubierto y ganador del Oscar a Mejor Actor de Reparto por Todo a la Vez en Todas Partes. Su papel de Tapón (Short Round) era una de las mejores novedades del Templo Maldito, como el deslenguado y atrevido compañero de Indy con el que si no fuera por la diferencia de edad casi entabla una buddy movie. En el lado que gustó menos a la crítica estuvo el papel de Kate Capshaw (a la postre, esposa de Spielberg) como Willie Scott, un personaje femenino estereotipado, el clásico reverso rebelde de la damisela en apuros de carácter irritante que no parecía no funcionar ni como interés romántico del protagonista ni como sobreutilizado recurso humorístico, sobre todo cuando la comparamos con el impecable papel de Karen Allen en la primera entrega. No, el Templo Maldito no era una secuela al uso, y los riesgos que tomaba eran similares a los del propio Indy en sus aventuras. Aunque su recepción fue más tibia y chocó con las expectativas del público, Indiana Jones y el Templo Maldito mantiene a día de hoy una base muy fiel de fans que la reivindican al más puro estilo Alien 3. Como poco, teníamos a Spielberg, Lucas y todo el grupo casi familiar de profesionales del séptimo arte que habían reunido a su alrededor deseando jugar mucho más que en el Arca Perdida, con escenas inolvidables como ese arrebatador inicio musical (que ya da un golpe en la mesa para los que esperaban un En Busca del Arca Perdida 2, y que le daba un gustazo a Spielberg como frustrado director de musicales, tal y como le denominaba Lucas -quién le vería ahora tras ver West Side Story-), la escena de los ritos de la secta, en un monumental escenario que puede ser el mejor trabajo de iluminación de Slocombe, o la fantástica escena del puente colgante, construido y cortado realmente en una de esas escenas rodadas en una única toma que no podía fallar. Y como la misma película, no lo hizo.
Indiana… déjalo ir.
Por supuesto que el equipo se iba a volver a reunir para concluir la trilogía, y lo iban a hacer refinando la fórmula que les había dado éxito en 1981. Indiana Jones y la Última Cruzada era un poco volver a los orígenes de la saga con el Indy profesor, el artefacto místico a recuperar, la lucha contra los nazis… pero a la vez, esta Última Cruzada iba mucho más allá, y al fin daba a Indiana Jones una consistencia como personaje más allá de su arquetipo aventurero. La genial solución era, por un lado, dar a Indy unos orígenes con un flashback al inicio de la película donde conocemos a un Indiana adolescente en la piel del malogrado River Phoenix; y es allí donde la película aporta textura a la mitología del personaje, con su querencia por el látigo, su miedo a las serpientes o la mítica cicatriz de la barbilla de Harrison Ford (producida en su juventud por un accidente de coche e incorporada al mito del personaje). Pero lo más importante fue algo tan aparentemente trivial como darle a Indiana Jones un padre, en la piel del mismísimo James Bond (sueño cumplido para un Spielberg deseoso de dirigir una cinta de 007), un Sean Connery extraordinario como el rígido culpable de la personalidad rebelde de Indiana.
La dinámica padre-hijo de Indiana Jones y la Última Cruzada es el gran descubrimiento de la conclusión de la trilogía, y al fin nos aportaba un corazón a la historia que trascendiera la aventura más desenfadada. La química entre Ford y Connery sobrepasa la pantalla desde su primer encuentro, y es que Connery le dio al personaje una torpeza y fragilidad que no tenía en los primeros borradores, donde tan sólo era un rígido erudito. Esa torpeza y fragilidad era precisamente lo que le unía de manera preciosa a su hijo, con esos rasgos, defectos y virtudes que se heredan de generación en generación; todo el arco emocional de la relación padre e hijo tomaba carrerilla más allá de los límites del tormentoso castillo nazi (y es que la tercera entrega iba a discurrir en su concepción en un castillo encantado) con la primera conversación tranquilos en el dirigible donde el guion brilla con más intensidad en las afiladas respuestas de Connery a los reproches de Junior, pero salta por los aires con la secuencia de la avioneta tan heredera de Buster Keaton y, sobre todo, esa magnífica secuencia en la playa de Mónsul (Almería), con el doctor Jones agitando a las gaviotas con su paraguas y esa mirada final de Ford que derretía la pantalla con la admiración hacia su padre.
La Última Cruzada está repleta de deliciosos detalles, desde las pistas que nos llevan del diario del Grial a la biblioteca de Venecia y la tumba del Caballero, el encuentro fortuito con el mismísimo Hitler o las impresionantes tres pruebas finales hasta dar con el reposo del Santo Grial y el caballero custodio. La saga de Indy se las arreglaba de nuevo para usar la fantasía como recurso incluso escéptico, y no como vehículo de una trama que sigue con los pies en el suelo pero que, en esta tercera entrega, tenía que tirar de la fe para acabar de conquistarnos. El salto de fe de Indiana en la prueba final nos retrotraía a una página del guion del Arca Perdida, en la que Ford anotaba a mano un escueto “¿Es Indy creyente?” cuando estaba explicando las vicisitudes del Arca de la Alianza a los agentes gubernamentales. Al fin, esta Última Cruzada nos decía que nos despojáramos de los objetos místicos y nos quedáramos con los premios de su búsqueda: en el caso de Indy y su padre, su Santo Grial resultó ser el acabar reencontrándose el uno con el otro. Y así nos despedíamos de nuestro héroe, con los caballos galopando hacia el atardecer en un plano tan de John Ford como de Steven Spielberg.
Y creo que nuestro relato termina aquí, en cierto modo. Pero, en cierto modo también, no tiene un final propiamente dicho. Toda esta retahíla de datos sobre las tres películas originales no es nada que uno no pueda averiguar en libros, artículos o en los fantásticos making of que por suerte tenemos disponibles en YouTube (y en nuestro añorado formato físico de las películas), pero echando la vista atrás, no pretendía hacer una transcripción de los mismos. Con el estreno de Indiana Jones y el Dial del Destino, del que pronto tendréis nuestra opinión, muchos habrán hecho el ritual que yo mismo he hecho estas semanas, visitando de nuevo a Spielberg y Lucas y Ford y compañía dándolo todo a través de la década de los 80, inaugurándola y despidiéndola por todo lo alto con una saga de aventuras salida de dos de las mentes más privilegiadas del cine que dejó una huella indeleble en la cultura popular.
No sé cuál es vuestro primer recuerdo de Indiana Jones (aunque me gustaría conocerlo en los comentarios, la verdad). El mío, si es que tiene alguna importancia, fue en 8 bits, y con la inmortal sintonía sonando en formato midi en un antiquísimo 8086 (la reliquia que recuperaría un Indy del futuro de las ruinas de la casa de mi infancia) donde instalé en varios diskettes (¡de alta densidad!) el Indiana Jones y la Última Cruzada de LucasFilm Games, un point and click como sólo teníamos en la época de Monkey Island y compañía. Allí jugué al videojuego antes incluso de ver la película, algo que aunó mi amor por el cine y los videojuegos que, treinta años más tarde, sigo manteniendo cual fe en el Grial. Y luego llegaría el monumental Indiana Jones and the Fate of Atlantis, la cuarta parte que debería haber sido y que da sopas con honda a la Calavera de Cristal.
Ya sé que la Calavera de Cristal es el elefante en la habitación de este artículo, y la decisión de haberme centrado en la trilogía original es en sí misma una decisión editorial. La verdad es que tengo problemas con la fallida cuarta entrega de Indiana Jones. En 2008, siendo yo más mozuelo y con mucho más pelo, hice este mismo ritual de volver a las cintas originales antes de reencontrame con la sombra de Indy, inconfundible a pesar de los kilómetros que ya llevaba encima su chasis. Ese fue el error, supongo, algo parecido a cuando dan un maratón de El Padrino y te toca ver la nada desdeñable tercera parte palideciendo en comparación a lo que la precede. Eso mismo ocurría con el Reino de la Calavera de Cristal, una aventura donde Spielberg ponía el piloto automático y nos recordaba que ya no tenía el ímpetu para arrojar serpientes, cucarachas o ratas sobre sus protagonistas y pedir más para poder rellenar el plano, sencillamente porque ILM había suplantado por edad y tecnología a todo aquel grupo de dementes artesanos dispuestos a todo con los que había compartido trilogía. Indy parecía más anacrónico que nunca, aunque quisiera dar un relevo que no fue, y aunque Marion estuviese allí para darle otra oportunidad, más como guiño inaugural de la época de los revivals nigromantes que tanto daño ha hecho que como muestra de fe con la que nos despedíamos de la (pen)Última Cruzada.
Debería estar en un museo.
No sé que nos deparará el Dial del Destino en el que James Mangold, más artesano que artista, ha tomado el imposible relevo de Steven Spielberg. La vida te da sorpresas, y hasta 2022 no sabía que mi habitual repaso a la trilogía del aventurero del látigo y el fedora estaba incompleta sin una cuarta película, imprescindible para darle sentido a todo el conjunto. Ahora sé que tengo siempre que rematar el maratón no con calaveras de cristal ni diales del destino, sino con The Fabelmans, que nos recuerda el mensaje de John Ford sobre dónde colocar la cámara con respecto al horizonte, o que el joven Spielberg abriera las películas fundacionales de su juventud como cineasta con su productora, Playmount Productions (Playmount es la traducción del apellido Spielberg), que tenía una montaña hecha artesanalmente, imitando la montaña de Paramount que se vuelve real por insistencia de Spielberg en la introducción del Arca Perdida. Lo demás, el irrepetible ejemplo de exposición de la historia del Arca, la secuencia de la vagoneta del Templo Maldito, o el cabalgar hacia el ocaso en la Última Cruzada, no son más (ni menos) que peldaños imprescindibles de la historia del Cine camuflados, como aquellos planos del horizonte de Ford, de entretenimiento menor de palomitas, sesiones de tarde y seriales de aventuras.
A Harrison Ford le preguntaban (y mira que le molesta que le pregunten tonterías) a dónde iría con el artefacto de su última película si pudiera pedir ese deseo. El bueno de Ford, una de las últimas estrellas que nos quedan, que se lesionó la espalda luchando en el Templo Maldito (y tuvo que operarse a mitad de rodaje), que ha sido ni más ni menos que Han Solo, amish de adopción, agente de la CIA, fugitivo en huida pero, sobre todo, un arqueólogo de lo imposible en el papel de su vida, dio la mejor respuesta que se podía dar. ¿Que a dónde quiero ir si me concedieran un deseo? Pues allá a donde vamos todos los que revisitamos al hombre del látigo y el fedora al que le pusieron el nombre del perro. A casa.
He might be one of the biggest film legends ever… but Harrison Ford just wants to go home! 😅
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— Heart (@thisisheart) June 29, 2023
Sí, ya sé que muchos os habréis indignado al ver la retahíla de nombres responsables de levantar la mitología de Indiana Jones y comprobar que me había saltado al que quizás es el más importante; sí, incluso por encima de Spielbergs y Fords. Porque, ¿qué sería de Indiana Jones (y de Star Wars, y de Superman, y de tantos y tantos otros) sin John Williams? El tipo de la música siempre llega el último a la fiesta de las películas, pero en el caso de Williams su puesto natural es el primero. Sin él, sencillamente, no hay Indy (a pesar de que su melodía acompañe a Harrison Ford hasta en la sala de operaciones), y a sus 91 años sigue elevando la batuta para traernos nuevos sueños. Su pérdida, que esperemos sea dentro de muchos años, dejará un vacío imposible de rellenar en la música de la gran pantalla, pero sobre todo en nuestro subconsciente, donde la fanfarria de Indiana Jones siempre será sinónimo de la aventura de nuestras vidas.
Dolorosa peli. Oldiana Jones a mayor gloria de Harrison Ford. No creo que la vuelva a ver en la vida. Pero ahí queda. Dicen que lo visto no puede ser desvisto. Como los Mortadelos inspirados en Ibáñez. El Astérix de Uderzo. El Spiderman de Slott. Errores. Sucedáneos. Horripilantes Frankenstein
El Astérix de Uderzo?
Sin Goscinny
Ahh. Igual yo defiendo a muerte Asterix en la India o La Odisea. El de los ET lo obvie…
Hermoso informe, con mucho amor por la saga. En mi caso mi primer recuerdo, por tema obviamente etareo, es con la Última Cruzada, ver ese VHS con mi familia es de esas experiencias únicas. Sigue siendo mi favorita, por más que Cazadores…sea superior, revolucionaria, etc. Ese momento tan, tan spielberg, cuando Indy mira el vacío y vuelve el gorro…es todo. Como el monito haciendo la venia nazi en Raiders. Esos detalles son los que diferencian un Steven de todos los Sr. Espilbergo.
El otro día mi nene estaba viendo por enésima vez La Guerra de los Mundos (está obsesionado no con la de 2005, con TODAS: la de los 50, las remakes chotas, el libro…) y me percaté de algo que no había visto: al principio están viendo la misma secuencia del tren de El Show más grande del mundo, que sale en los Fabelmans y supuestamente lo enloqueció. Los detalles…
Me ha encantado el artículo, enhorabuena. Conectar con algo que amas (como le pasó a Spielberg al contar con Sean Connery) es algo que siempre se nota en el resultado, esa es la naturaleza del Arte. Esa misma influencia se deja ver en esta redacción.
Mi primer encuentro con Indy enlaza con una vivencia tremendamente personal. Mi madre y yo nunca hemos tenido una relación al uso, pero en 1995, uno de esos viernes por la tarde que no iba al cole, madre y yo nos sentamos y vimos La Última Cruzada, rescatada de una grabación en VHS a la que le faltaba un par de minutos de metraje.
Mi versión personal de la peli empieza con el joven Indy dejándose caer por un terraplén, y esos dos minutos que me faltan me los guardo para cuando sea viejo.
La nueva peli me ha gustado, quizá porque con los años he aprendido a quedarme con lo bueno, como que se nos muestre sin remilgos a un Indy carente de fortaleza física pero aún vencedor gracias a su ingenio superlativo (heredero de su contemporáneo The Dark Knight Returns); la apertura de una puerta secreta mediante un principio de estática de fluidos que lleva por nombre el del creador de la reliquia de turno; el susto de la deriva continental; y unos cuantos detalles más, pero, sobre todo, por conocer un poco más a un personaje apasionado, vivaz, tozudo y tridimensional.
Menudo repaso a la trayectoria del, para mi, mejor héroe que ha creado el cine!!
En busca del arca perdida es mi película favorita de siempre, recuerdo verla de niño en casa de mis abuelos en una cinta de VHS. Mi tío tenía la trilogía grabada y nunca podre agradecerle tanto que las guardase y yo, al igual que Indy con los artefactos mitológicos, las descubriese como el tesoro que son.
Si Spielberg ya demostró su maestría rodando Tiburón, aquí dejo claro que no fue flor de un día y se coronó como el Rey Midas de Hollywood. Es curioso que este proyecto naciese ante la negativa de Albert Broccoli a Spielberg de rodar una película de James bond, incluso teniendo el visto bueno de Roger Moore. Después ya no podrían contratarle.
Harrison Ford es Indiana Jones, con 40, con 60 y con 80 años. No hay nadie que le sustituya. Siempre le he considerado un gran actor a pesar de que no tiene grandes registros, pero me parece un interprete muy físico, con un carisma arrollador y una presencia absoluta en pantalla, derrochando chulería y encanto a partes iguales con esa media sonrisa que siempre nos regala. Le metería en el mismo saco que a Humphrey Bogart, Cary Grant, Steve McQueen, Sean Connery, Paul Newman o Jeff Bridges. Prefiero este tipo de actores que a cualquier divo del método.
Considero la trilogía entre lo mejor que ha rodado Spielberg, una obra maestra y referente en el genero de aventuras, que gracias a Indiana Jones se vio revitalizado. Por desgracia, no han hecho nada que iguale La última cruzada.
Indiana Jones and the Fate of Atlantis es posiblemente su mejor videojuego y yo no podía creer lo que estaba jugando cuando era niño. Era como manejar a Indy en una cuarta parte. Siempre he tenido la sospecha de que era el guion de la cuarta película, pero sus responsables estaban a otras cosas y decidieron cederlo para el videojuego, una pena que no rodaran esta y si la calavera de cristal.
Respecto a Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, fue una gran decepción. Es posiblemente la película que más ganas he tenido nunca de ver y si bien la primera mitad me gusta (a pesar de algunas cosas), desde que encuentran la calavera y aparece Marion todo va cuesta abajo y sin frenos. Del Dial del Destino prefiero comentar en su critica.
Gracias por el articulo, me ha gustado mucho!!
Fortuna y gloria, hijo… fortuna y gloria.
Detalle, cuanto menos, curioso:
Anoche pasaron En Busca del Arca Perdida en la Sexta, y me di cuenta de que han cambiado el doblaje. Y no solo eso, sino que la voz de Marion es la misma (la misma dobladora) pero las frases cambian ligeramente.
Imagino que todo forma parte del plan de Disney para evitar el pago de royalties a los antiguos dobladores (al igual que han cambiado el doblaje de los clásicos animados por el mismo motivo), pero llama mucho la atención que la dobladora de Marion sea la misma que la de la primera versión. Da la impresión de que no le ha quedado más remedio que aceptar la nueva oferta de Disney o verse relegada.
Y antes de aportar la siguiente reflexión, quiero dejar clarísimo que estoy totalmente a favor de las políticas de inclusión y visibilidad de las que Disney es vanguardia, pero esta forma de actuar con los dobladores no parece coherente con dicha pauta.
Osea, mientras les haga buena publicidad, reivindican un trato justo para todos; pero cuando tienen que rascarse el bolsillo para ser ellos mismos los que reparten esa justicia… cataplás.
Todo esto es una observación propia que podría estar equivocada, si alguien lee esto y puede aportar más info acerca del tema la recibiré con mucho gusto.
De momento, y a pesar de las apariencias, todo indica que el mundo sigue siendo como es el mundo.
Lo hacen con muchas películas, no sabia que era por un tema de royalties. Pensaba que era más barato redoblar la película que remasterizar el sonido, como hacen con la pista original.
Algunas se las cargan, como Tiburón, El padrino, Serpico… Al menos en los blu ray mantienen el doblaje original (en la mayoría).
Luego tenemos chapuzas como Aliens, que en su versión extendida, las nuevas escenas las hicieron nuevos actores de doblaje y en mitad de la peli a Ripley le cambia la voz (con Hicks es exagerado). En ese sentido yo si veo con buenos ojos que se vuelva a doblar por completo la película.