La mondaine, una brigada anti vicio al desnudo
«Si le pides a unos críos que vigilen una tienda de chucherías, que no te extrañe que de vez en cuando metan la mano en el tarro, ¿No?»
Resulta curioso escribir esta reseña en una soleada tarde menorquina, viendo por la ventana como hordas emperifolladas de instagramers se dirigen ansiosas hacia el cercano Pueblo de Pescadores en busca de su codiciada imagen.
No hay mayor contraste que el existente entre el luminoso cielo azul de la isla balear con las eternas nubes marrones y grises del París que Jordi Lafebre plasma tan acertadamente en la obra La mondaine. Y sin embargo podría ser un resumen bastante acertado de mi biografía: París y Menorca, falta Barcelona aunque el artista de este magnífico relato nació allí…
La mondaine, escrita por el prolífico y casi siempre acertado Benoît Drousie, más conocido como Zidrou, es la nada amable descripción de un momento concreto en la historia de la brigada de la policía parisina que se dedicaba a perseguir la prostitución, concretamente justo antes de la Segunda Guerra Mundial y la posterior ocupación nazi. Aunque centrada en el personaje de Aimé Louzeau, un inspector joven y recién incorporado a esta división policial, el protagonismo de la trama tiende a ser coral, compartido entre el entorno familiar y vecinal de Aimé con el de sus compañeros de trabajo.
La trama está situada en 1944 justo antes de la liberación de París, en pleno bombardeo aliado. Sin embargo, el protagonista nos lleva al año 1937 cuando ingresó, a petición propia, en esta unidad anti vicio que pervivió hasta finales de la década de los ochenta del siglo pasado.
Zidrou teje un relato de gran intensidad emocional, como es característico en la mayoría de su producción, pero no rehúye la denuncia social ni tampoco la individual. Muestra de una manera diáfana la corrupción, la misoginia y la dejadez de funciones de aquellos agentes que protegían y reproducían tanto los comportamientos sociales como la ideología de los más poderosos. En este sentido, la figura del protagonista Louzeau es paradigmática para explicar la lenta deriva de un joven funcionario público hacia el conformismo, el servilismo e incluso la más vergonzosa cobardía.
El guionista belga nos retrata una época donde la hipocresía, la represión social y el opresivo yugo de la moral cristiana impedía cualquier asomo de libertad sexual, incluso de ternura afectiva. La Mondaine, como cuerpo represor del estado, refleja exactamente esta situación. Sus intereses están más centrados en reprimir al eslabón más débil de la ecuación, las prostitutas, y en recabar información comprometedora que sea útil para los servicios secretos; rellenar las fichas blancas que en erradicar la trata de blancas o impedir el tráfico de drogas. Sin embargo, el escritor de Anderlecht no cae en el maniqueísmo ni en la simplificación y dota a cada uno de sus componentes de una poderosa humanidad. Desde el inspector jefe Maurice Séverin hasta el inspector Jacques Duglu (Dugluwitzki), todos son terriblemente cuestionables, pero todos son inmensamente humanos.
El entorno familiar de Aimé Louzeau no es más pacífico. El inspector vive con su madre y una sirvienta, Clémence, que es de la familia. Su padre está internado en un sanatorio mental regentado por una orden de monjas dirigidas por su hermana. El hombre dejó los votos de sacerdote después de dejar embarazada a su futura mujer. Un hecho que obligó a la familia a refugiarse en París huyendo del acoso social que padecían en Nimes. Pero París no es mucho mejor y finalmente lo peor que cae del cielo no es la lluvia, el granizo ni las lloviznas… ni tan solo son las bombas aliadas que castigan la ciudad ocupada. Lo peor que cae del cielo es la intolerancia y sobre todo la sensación de culpa.
Para huir de esta asfixiante represión Zidrou nos ofrece dos únicas opciones; la locura o la huida. Aimé Louzeau opta por una combinación de ambas dejando algunos cadáveres por el camino…
Los maravillosos diálogos, el enfoque original de las situaciones, la descripción literal y visible de la fantasía inscrita en la realidad y el profundo conocimiento de las flaquezas humanas, aunque también de alguna de sus grandezas, todo en La mondaine nos conduce hacia el mejor Zidrou.
En el apartado gráfico y narrativo, la obra destaca por el extraordinario trabajo del artista barcelonés Jordi Lafebre. Su descripción del ambiente parisino es portentosa y la humanidad con la retrata a sus personajes excepcional.
El dibujante divide sus páginas en un esquema de tres o cuatro tiras con dos o tres viñetas cada una, aunque en ocasiones no duda en fragmentar más la cuadrícula y, más puntualmente, en ofrecernos unas espectaculares viñetas a toda página.
La dirección de los personajes; su plasmación física, del lenguaje corporal junto a la definición de sus gestos y sus expresiones faciales constituyen un auténtico espectáculo. Lafebre parte de las enseñanzas teóricas y prácticas de Will Eisner, que emparenta el cómic con el teatro, para ofrecer un desarrollo secuencial casi operístico, donde los protagonistas y la figuración se mueven de una manera fluida, constante y elegante. Cada personaje tiene su propia expresión, su forma de moverse o reaccionar y cada sentimiento está perfectamente definido. Destacan las plasmaciones de Marie Louzeau, la madre de Aimé, siempre triste, con un enorme peso sobre ella, con una sombra omnipresente que rodea su figura, y por otro lado, la encarnación de la señorita Wallez que refleja en su rostro de forma asombrosa la simplicidad, la ingenuidad, el papel de víctima propicia para cualquiera, incluso para Aimé. El contraste entre la apocada portera con la salvaje sexualidad de la artista Eeva (Evelynne Bonnardier) no puede ser más explícito ni puede estar mejor expuesto.
Los paisajes, tanto urbanos como naturales, la decoración, la maquinaria y el atrezo todo es de una verosimilitud sin fisuras. Son espectaculares los salones de los prostíbulos y los interiores de brasseries o bistrots. Los parques de árboles de hoja caduca y las calles eternamente mojadas por la lluvia, el granizo o la llovizna son otros de los entornos magníficamente dibujados por el artista barcelonés.
El color, responsabilidad del propio Lafebre, con la inestimable ayuda de Anna Obon y Mado (María Dolores Peña), se erige como otro de los puntos fuertes de la obra. El artista de Los buenos veranos separa cada escena con un color dominante que describe tanto la temporalidad, la condición meteorológica como la intensidad emocional. Utiliza los ocres, los grises y los marrones para resaltar la monotonía, la tristeza y el mal tiempo. En cambio los rojos, naranjas y violetas sirven para expresar la nocturnidad, el pecado, el peligro e incluso la rebelión.
En una de las escenas más impactantes de la obra que nos sitúa a la familia del doctor Gheldman en el infausto Velódromo de Invierno, junto a otros 12.000 detenidos, Lafebre compone la secuencia con una paleta casi monocroma, dominada por un ocre de una pesadez extrema y unas manchas de negro cada vez más amenazantes…
La edición física y técnica de los dos álbumes a cargo de Norma Editorial es excelente. Son en tapa dura, tienen un tamaño generoso, están bien impresos y con un papel muy adecuado. No contienen ningún material adicional, ni gráfico ni escrito, y el precio de cada tomo es muy razonable. De cara al futuro y ya que esta primera publicación tiene unos años se podría imaginar una reedición, con las dos partes agrupadas en un solo volumen.
La mondaine es una de las grandes obras nacidas de la sociedad formada por Zidrou y Lafebre. Se trata de una obra lúcida, veraz y tierna que no escatima ningún episodio vergonzoso, pero que nunca cae en el maniqueísmo o en el morbo. La perfecta sintonía entre los dos autores consigue que sintamos como propia la descripción de una época que creíamos superada, pero que los acontecimientos actuales nos la hacen más presente que nunca. Esperemos que lo que nos caiga del cielo no sea lo que Aimé y su entorno experimenta, sino que se parezca más al panorama azul celeste que contemplo desde mi ventana menorquina, con las bandadas de aspirantes a influencers incluidas.
Salut!
Lo mejor
• La tremenda lucidez de la propuesta.
• La perfecta compenetración entre ambos autores.
• Una historia verdadera y tierna, hermosamente plasmada en imágenes.
Lo peor
• Que, de momento, no está anunciada su reedición.
Guion - 9
Dibujo - 9
Interés - 9
9
Veraz
Un relato escrito de manera tierna y lúcida por Zidrou que se beneficia del maravilloso trabajo artístico de Jordi Lafebre
Zidrou/Lafebre es um tandem que no desilusiona. Como Brubaker/Philips o Trillo/Altuna, uno se puede zambullir sin preocupación