Esta semana llega a nuestras carteleras la nueva cinta de Alex Garland, una Civil War que viene precedida por una gran recepción por parte de la crítica y un estreno estadounidense que deparó a la prestigiosa productora A24 el mejor estreno de su historia; estamos hablando de la producción de mayor presupuesto de A24, con unos cincuenta millones de dólares de los que ha recuperado más de la mitad durante los primeros tres días en cartelera, y que supone un giro en la carrera del británico Alex Garland al que estamos más acostumbrados a ver en el campo de la ciencia ficción, donde nos ha regalado obras como Ex-Machina, que le abrió las puertas como director, o las posteriores Aniquilación, la fantástica adaptación de la difícil saga de novelas de Jeff VanderMeer, o la extraordinaria serie de televisión Devs (que no me canso de recomendar cada vez que la menciono), de donde por cierto rescata a parte de su grupo de actores y actrices fetiche de cara a esta Civil War, a saber, Nick Offerman, Cailee Spaeny o el gran Stephen McKinley. Recordemos que, antes de ponerse tras las cámaras, Garland ya se había forjado una gran carrera como guionista, con títulos como 28 días después, la maravillosa Sunshine o la no menos sobresaliente Dredd y, aunque con su última película, la oscura y retorcida Men en 2022, no consiguió un entusiasmo generalizado (de manera injusta con una propuesta tan interesante, todo hay que decirlo), el prestigio de Alex Garland como cineasta es innegable. Con esta Civil War, Garland parece dar un giro a su carrera con un género aparentemente alejado de sus filias, pero, como en la propia película, nada es lo que parece a simple vista, mucho menos por sus tráilers o carteles promocionales: el retrato de unos Estados Unidos en medio de una cruenta guerra civil en un presente distópico es la excusa perfecta de Garland para traernos, ya os lo adelanto antes de meternos en materia, una de las mejores cintas de los últimos tiempos, por su calidad autoral pero también por su escalofriante relevancia en pleno 2024.
Y es que comenzar a hablar de Civil War es hacerlo también sobre nuestros tiempos, pero esa aproximación no se hace a través de un ejercicio documentalista o mucho menos aleccionador; Garland hace un movimiento inteligentísimo al alejarse de etiquetas, bandos, nombres o apellidos en esta Guerra Civil donde la clave está en la figura del espectador. Porque (y perdonadme que comience por lo que debería ser el final de la crítica, pero a veces es la película la que exige la estructura para comenzar a hablar de ella) Civil War te va a interpelar directamente como espectador, y casi diría como ciudadano, y lo hace no poniéndote delante de los contendientes de la guerra o de sus causas, sino de las personas que hacen que la información te llegue: el famoso Cuarto Poder, ese que fue realmente un Poder con mayúsculas en el siglo XX para acabar convirtiéndose en su mayoría en un Instrumento (desgraciadamente, también con mayúsculas) en este siglo XXI. En Civil War, acompañamos a la destilación más pura del periodismo como fuente de información, encarnado, más que en los periodistas narrativos (Joel y Sammy), en dos fotoperiodistas, la veterana Lee Smith (Kirsten Dunst) y la joven Jessie Cullen (Cailee Spaney); a través de sus objetivos veremos parte de la acción de Civil War, congelada en forma de poderosas imágenes estáticas que juegan a impactar tanto (o más) que las imágenes en movimiento. Es, pues, a través de la lente de personajes destinados a contar la historia al público que nosotros vamos conociendo la historia; el Eye of the Beholder, o el ojo del que mira, es la clave de esta Civil War, que arrastra una absurda polémica por, según algunos auténticos miopes (y lo dice una persona con gafas bastante gruesas), no posicionarse políticamente, algo que, literalmente, hace la película desde el primer minuto de metraje a través del personaje de Nick Offerman. Muchos han querido confundir a esta Civil War con un documental sobre nuestros tiempos, cuando es algo incluso más importante que eso: es una película sobre nuestros tiempos; el cine no utiliza, ni debe utilizar, las mismas lentes narrativas que un documental; y lo que hace precisamente Garland es contar una historia de ficción y terror a través de una galería de espejos, algo que vuelve a acercarlo a la ciencia ficción, que siempre ha actuado de espejo deformante de nuestros miedos, fobias y traumas. Desde La Invasión de los Ladrones de Cuerpos a La Guerra de los Mundos pasando por Ultimátum a la Tierra o incluso Mad Max, todas hablan lenguajes parecidos que podemos descifrar a través del contexto histórico; como aficionado que soy al cine de catástrofes, de hecho, recordaba a Roland Emmerich durante esta Civil War. Sí, perdonadme una vez más por volver a sacar los pies fuera del tiesto durante una reseña con una absurda referencia, pero no podía dejar de pensar en el Emmerich que, en 1996 se atrevió a hacer volar por los aires la Casa Blanca (los más jóvenes del lugar no lo recordaréis, pero fue todo un evento) y, paralelamente, en 2004 se atrevió a decir que Estados Unidos podía caer ante el cambio climático, y sus ciudadanos y Gobierno verse obligados a pedir asilo a México, subvirtiendo el concepto de frontera. Lo que creo que hace Garland, precisamente, es recoger todos esos trocitos del cine de catástrofes que tanto me gusta y contrastarlos con el divertimento de una road movie o el mismo cine bélico, que tenía una parte de alivio para el espectador occidental al ocurrir casi siempre en un lugar remoto del planeta. Civil War hace otro movimiento sublime al quitarte cualquier colchón de confort como espectador de una ficción al reconvertir las frondosas selvas de Vietman o los desiertos de cualquier innombrado país árabe en las calles, carreteras y urbanizaciones de cualquier ciudad estadounidense, o en los aledaños urbanos de la mismísima Casa Blanca. El terror propio de género de home invasion, el más puro de todos, el que te ataca en tu propio y teóricamente inviolable hogar, es el que recoge Garland para hacer que las balas suenen más fuertes que nunca en una sala de cine, como si, demonios, te estuvieran disparando a ti mismo, la alegoría perfecta del trauma del 11-S, que trajo la guerra no sólo a las calles de Nueva York, sino a las puertas de todo Occidente que se había acostumbrado a verla tan sólo al final del noticiero de turno en la sección de internacional y antes de los deportes. Algo que se refleja, por ejemplo, en esas familias paralelas de las dos protagonistas, viviendo en sendas granjas donde hacen ver como si no pasara nada, otra bofetada subliminal al espectador y que suena tan cerca como una bala silbante.
Pero debajo de toda esa política ficción de Civil War que pone los pelos de punta si estás dispuesto a prestar atención más allá de los fuegos artificiales, también hay una fascinante película de un autor que firma su mejor trabajo hasta la fecha, regalándonos todo un tour de force narrativo de menos de dos horas (como espectador de escasa paciencia y próstata menguante, te doy infinitas gracias, Alex Garland), que nos lleva a recorrer el infernal camino de Nueva York a Washington con cuatro personajes a cual más memorable. Podemos comenzar perfectamente con una Kirsten Dunst atormentada por imágenes (fotográficas) que la persiguen cada vez que cierra los ojos, en un papel que nos demuestra de nuevo que Dunst es una de las actrices más interesantes de su generación (y que nunca debió cobrar menos que el pánfilo de Tobey Maguire, ya que salió el tema en la promoción, pero eso eso otra historia), y esta película le regala momentos maravillosos, como esa parada en la tienda de moda o ese homenaje (quiero pensar) a Las Vírgenes Suicidas, mirando tirada en la hierba a la inocencia del personaje de Cailee Spaney a través de las flores), o qué decir de ese ataque de ansiedad (de los muchos que hay en la película, a cual más traumático), que hace palidecer al meme de Florence Pugh en Midsommar. El personaje de Dunst, como corazón de la película y buena fotoperiodista, no nos da en bandeja las metáforas de la historia o (agh) su morajela, tan sólo nos expone, a través de su expresión y su(s) mirada(s), todo lo que tenemos que rellenar como espectadores, desde el objetivo casi suicida de su misión a su relación independiente y sincera con sus tres acompañantes. Hablando de ellos, Wagner Moura fabrica un preciso contrapunto a la hierática Lee Smith acompañado de su adrenalina y su botella, y sus gritos ahogados por el ruido en esa escena que sabéis perfectamente si habéis visto la película es uno de los momentos más escalofriantes del metraje; y Cailee Spaeny (de la que pudimos disfrutar en todo su esplendor en la reivindicable Priscilla) hace un trabajo fenomenal también como la mirada juvenil y la pérdida de la inocencia. Que revele sus fotos de manera idealista aún con un sistema casero de negativos (ayudándose del móvil para su previsualización, en otra sensacional metáfora visual) frente al crudo (y con capacidad de -intentar- borrar un mal recuerdo a golpe de clic) formato digital de la cámara del personaje de Kirsten Dunst, es una muestra más del delicioso juego de espejos del que hablábamos al que Garland somete al espectador. Y cómo pasar por alto la anunciada aparición de Jesse Plemons, de la que no hace falta hablar mucho más y que quedará mucho tiempo en nuestra retina (y nuestras pesadillas)
Si hablamos del apartado técnico, esta Civil War nos atrapa desde el primer minuto y ya no nos suelta hasta su extenuante conclusión, con un manejo espléndido de la acción y, sobre todo, del sonido. Todo lo que intente explicar en esta reseña se quedará corto para desbribir lo que hace Garland intencionadamente con los sonidos de los combates y los disparos, un universo sonoro tan sólo comparable en los últimos tiempos con lo que hizo Jonathan Glazer en La Zona de Interés. Intensificar el impacto de los disparos y despojarlos de cualquier artificio hollywoodiense al más puro estilo de Spielberg en el desembarco de Normandía (o Michael Mann en Heat), ponernos en primera fila en el frente de batalla y a la vez permitirnos escuchar el sonido de fondo de las batallas en escenas aparentemente tranquilas, hacen que nunca bajemos la guardia en la película. Qué importante es el sonido en esta Civil War, pero también la música, y es que Garland decide salpimentar su distopía con una selección de extraordinarias canciones que nos recuerdan lo trivial que podía llegar a ser pinchar a la Creedance durante cualquier película de Vietnam, una utilización cínica a propósito de la combinación de música e imágenes que no hacen sino incrementar la sensación de incomodidad con una guerra civil a las puertas de nuestra casa. Porque, ¿qué canción pincharías si es el Congreso de tu país el que está siendo asaltado o es tu presidente el que no quiere dejar el cargo?
Poco más se puede decir de esta escalofriante Civil War, si no es una recomendación de ir a verla en la gran pantalla y disfrutar de esa extrema incomodidad hombro con hombro con otros espectadores. Esperando una película de acción de nombre trivial, te encontrarás de frente con una película de terror; me recuerda en parte a mi experiencia personal con los Estados Unidos en viaje de turista, un país tan grande en sus cimientos, con esa concepción tan profundamente simbólica de su democracia, como terroríficamente grande y cruel en su aplicación de la misma combinada con el implacable capitalismo. Un campo de batalla mitológico en su concepción entre el bien y el mal que tan bien supo describir Stephen King en su obra, combinando terror y Estados Unidos como nadie en ejemplos como The Stand (ahora que lo pienso, allí el demonio se atrincheraba en Las Vegas mientras que la salvaguarda de la bondad era una anciana negra de Nebraska, para que critiquen las improbables alianzas de la historia de Garland…). Cuando finalmente invadimos Washington y profanamos con nuestras cámaras como espectadores el templo más sagrado de la democracia occidental buscando al Jefe Final más improbable de cualquier película yanki, el trauma se hace carne mediante la maravillosa metáfora del revelado de una fotografía, consagrando a Alex Garland como uno de los mejores autores de nuestros tiempos, y a la sala de cine como el diván que ha sido siempre donde recostarnos y asistir a nuestras peores pesadillas. Mientras Civil War nos lanza una mirada al final de todo, nosotros, el abismo, le devolvemos la mirada. Menuda doble sesión haría esta Civil War con Hamilton.
Dirección - 9.5
Guion - 8.5
Reparto - 9.5
Apartado visual - 9.5
Banda sonora - 9.5
9.3
Civil War es la mejor película de Alex Garland y una cinta relevante, terrorífica y traumática, que utiliza el sonido y la música de manera magistral. Un punto de vista único para describirnos una distopía aterradoramente cercana. Imprescindible.