Western castellano
«Nada duele más que dejar ir aquello que amas y en ese vacío que se queda en tu corazón nadie puede poner paz, salvo tú misma.»
Con Doña Concha: La rosa y la espina (Reservoir Books), Carla Berrocal (Madrid, 1983) nos trajo un cómic que buceaba en la vida de la tonadillera Concha Piquer para poner en valor a una mujer valiente que lucho contra los prejuicios de la sociedad de la época, pero también servía como un sentido homenaje a la cultura popular propia de nuestro país. Dos elementos, junto con su estilo gráfico, que se convierten en los elementos comunes que la unen a La tierra yerma (Reservoir Books), el último trabajo de la autora madrileña que por lo demás supone un cambio de registro radical, ya que deja de lado el carácter realista y biográfico de ese anterior trabajo para ofrecernos un western con aroma clásico que bebe de los elementos más definitorios del género, pero con muchos giros de tuerca que lo alejan bastante de un tipo de historias tan marcadamente masculinas y estadounidenses para modernizarlas. El resultado es una propuesta novedosa que no pierde frescura ni sentido de la aventura, pero que gana identidad propia gracias a una visión mucho más moderna y autóctona.
En La tierra yerma nos trasladamos a la dehesa salamantina inhóspita y brutalmente salvaje donde conocemos a Leonor de Salvatierra, heredera de una casta de mujeres guerreras ganaderas íntimamente ligadas a la tierra encargadas de defender el territorio de Los Ellos, un grupo de extrañas criaturas que amenazan a su forma de vida. La familia de Leonor está enfrentada desde hace años con la que vive en Isla Perdida, un lugar muy ligado al agua. Sin embargo, ni esa rivalidad ni la amenaza de Los Ellos son un impedimento para que Leonor viva un intenso romance con Isabel, la bellísima heredera de la familia rival.
Si tuviéramos que definir la obra de Carla Berrocal en una solo frase podría ser: «Un western romántico bollero y lorquiano protagonizado por mujeres empoderadas en el que se entremezclan los elementos de ciencia ficción con el folclore salamantino que transcurre en una dehesa tan bella como desértica y con una narrativa heredera del shojo más clásico». Una mezcla de géneros y referencias que a veces no acaba de combinar del todo bien lastrando un poco el resultado global, pero que pese a todo resulta notable.
Salvo algunas notables excepciones como la película de Nicholas Ray Johnny Guitar protagonizada por Joan Crawford, en el western las mujeres siempre han tenido un papel muy secundario y como una visión muy patriarcal y machista ejerciendo únicamente como interés romántico del protagonista o como meretrices del burdel de turno. Así que resulta muy refrescante verlas en una obra que las representa como mujeres empoderadas capaces de protagonizar una historia sin estar a expensas de un hombre. Algo que desde el principio ya dota a esta obra de personalidad propia, al igual que la decisión de situarla en Salamanca en lugar de zona fronterizas de Estados Unidos. Una decisión que no solo afecta a los paisajes de la obra también a la historia en la que se combinan los códigos y arquetipos habituales que conforman la identidad del western con el folclore e idiosincrasia de la zona. Una mezcla que sirve para actualizar de alguna forma la ficción escapista que protagonizo los cuadernillos de aventuras de los años cuarenta y cincuenta que fueron tan populares en España para crear una nueva mitología femenina, feminista y autóctona.
Aunque historia es un western por encima de todo, la trama de amor y pasión desbocada entre Leonor e Isabel es uno de los pilares básicos sobre los que sostiene la obra. Una historia muy bien contada y planifica llena de diversidad con ecos del Romeo y Julieta de William Shakespeare y del shojo en la que nos encontramos con dos mujeres muy diferentes que parecen no mezclar bien, pero que lo hacen a la perfección pese que su historia acabe en una tragedia con ecos lorquianos. Una trama de carácter folletinesco pero que no deja de lado la acción ni esos paisajes desérticos que caracterizan el western, en la que también tiene cabida un elemento de ciencia-ficción como son Los Ellos. Unas figuras extrañas y muy abstractas que hacen referencia a la masculinidad más tóxica y violenta que nos encontramos en la sociedad ultracapitalista patriarcal en la que vivimos.
La influencia del shojo no se aprecia únicamente en la historia de amor entre Leonor e Isabel, también lo hace en la narrativa que está muy influenciada por el manga con un dominio del tempo de la historia por parte de la autora que sabe en qué momento es necesario ralentizarla y cuando acelerarla para conseguir la potencia dramática que demanda cada escena. Una influencia que también podemos ver en el formato elegido que además de remitirnos al del manga también lo hace al del de los cómics de ediciones populares que inundaron nuestros quioscos hace años y que hoy en día tienen las mismas hojas amarillentas que el color principal de esta obra. Un color que igualmente alude a la tierra yerma y seca donde transcurre la historia.
Si hay dos retos a la hora de dibujar un buen western son la representación de los caballos y esos paisajes que nos transmite que estamos ante unos territorios salvajes todavía por conquistar. Dos pruebas que Carla Berrocal aprueba con buena nota en una obra que tiene un apartado gráfico notable con la excepción de la excesiva frialdad que a veces transmiten las miradas de los personajes principales que no acaban de reflejar las emociones que están viviendo.
Con La tierra yerma Carla Berrocal construye una épica feminista plagada de referencias de todo tipo que es un soplo de aire fresco en un género tan machista como el western. Un género que ha dado grandes obras en la historia de cómic, pero que adolece de historia protagonizadas por mujeres empoderadas. Una injusta constante que obras como esta deben servir para cambiar.
Lo mejor
• La renovación del western que supone la historia.
• La fortaleza de Leonor.
• La delicadeza con la que se transmite la historia de amor.
Lo peor
• La frialdad que transmiten los personajes no se corresponde con la historia que viven.