Soy ateo, gracias a Dios
Luis Buñuel nació en Calanda (Teruel) el 22 de febrero de 1900, estudiando en un colegio de Jesuitas lo que le generó un sentimiento crítico hacia la iglesia. Posteriormente, Buñuel accedió a la popular Residencia de estudiantes de Madrid, donde tendió lazos con la flor y nata de nuestro país. Artistas como Salvador Dalí (que años más tarde le denunciaría como comunista y ateo) o poetas como Federico García Lorca fueron, además de amigos, personajes influyentes en su trabajo. Precisamente, junto al pintor de La persistencia de la memoria viajó a París en la década de los veinte, puesto que, por entonces, comenzó a despegar un movimiento vanguardista conocido como el surrealismo. Gracias a la colaboración artística de Dalí y el apoyo económico de su madre, Buñuel estrenó Un perro andaluz en 1929 causando auténtica sensación. El futuro director de Viridiana afirmó que Un perro andaluz, con apenas 16 minutos de duración, fue un trabajo antivanguardista cuyo guion fue escrito en menos de una semana siguiendo una regla muy simple: “no aceptar idea ni imagen que pudiera dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural”.
Siguiendo la estela de su primer trabajo vería la luz La edad de oro, producción francesa en la que criticó de manera nada velada tanto a la iglesia como a la clase media. De hecho, este estreno se entendió como un ataque al catolicismo (se lanzaba a un obispo por una ventana), provocando que la policía francesa prohibiese la película. Cambiando totalmente de tercio, en 1932 volvió a España para rodar Las Hurdes, explorando la miserable vida rural en la España profunda. De este documental se cuenta todos sus entresijos en el extraordinario cómic (y posterior adaptación cinematográfica) Buñuel en el laberinto de las tortugas. A pesar de continuar trabajando en nuestro país como guionista y productor, como consecuencia de la Guerra Civil, Buñuel decide autoexiliarse. En Estados Unidos, Luis Buñuel cooperó con el Museo de Arte Moderno de Nueva York a la par que trabajó en los departamentos de doblaje de Warner Bros.
Cansado del país del Tío Sam, Buñuel decide mudarse a México, lugar en el que desarrolló buena parte de su carrera cinematográfica. Gran Casino fue el primer título que rodó en el país azteca, aunque otras fueron las obras por las que destacó en esta etapa. Películas como Los olvidados (1950), por la que ganó el Premio al mejor director en el Festival de Cannes, Él (1953), Nazarín (1959) o El ángel exterminador (1962) son algunos de sus mejores trabajos.
En 1960, la nueva generación de cineastas españoles convenció a Buñuel de que trabajara en nuestro país, al que no había vuelto desde que lo abandonase en 1936. Así surgió Viridiana, cinta protagonizada por Silvia Pinal, Francisco Rabal y Fernando Rey, que se hizo con la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Pese a haber sorteado la censura en un primer momento, Viridiana estuvo inmediatamente prohibida en España durante varios años y al cineasta se le retiró la nacionalidad española. Aun con eso y con todo, Luis Buñuel volvió a rodar en la España franquista diez años más tarde con la adaptación de Tristana, novela escrita por Benito Pérez-Galdós.
El tercer país en el que Buñuel desplegó su talento fue Francia. En nuestro país vecino, el director turolense se puso detrás de las cámaras en filmes como Diario de una camarera (1964), El discreto encanto de la burguesía (1972 -Oscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa-), El fantasma de la libertad (1974), Ese oscuro objeto del deseo (1977) o Belle de jour (1967), título que sirve como motor del cómic Buñuel y los sueños del deseo y, por ende, de este artículo. Luis Buñuel murió en Ciudad de México el 29 de julio de 1983.
A pesar de ser, junto a Pedro Almodóvar, el cineasta español más internacional de la historia, la mayor parte de su carrera la desarrolló fuera de nuestro país. Si por algo destaca la filmografía de Buñuel es por ser excepcionalmente creativa y original, considerándose una de las cabezas más visibles del movimiento surrealista. Buñuel se caracterizaba por ofrecer al espectador imágenes escandalosas y temas controvertidos. Un provocador nato que rescataba fragmentos del subconsciente para darle una forma como no se había hecho nunca antes. El sexo y la pulsión por la muerte son temas capitales en la obra del cineasta español que a lo largo de la misma suscitó polémicas de todo tipo.
Para el citado documental de Las Hurdes no dudó en disparar a una cabra o untar de miel a un asno enfermo para que lo devorasen las abejas. La muerte aparece como la única salvación de una tierra maldita. La cinta de animación Buñuel en el laberinto de las tortugas, que adaptaba el cómic homónimo de Fermín Solís y que repasó el rodaje que tuvo lugar en esta zona de Extremadura, se hizo tanto con el Goya como con el Premio Europeo en la categoría de mejor película de animación.
Buñuel se mostró crítico con el neorrealismo italiano, exigiendo que el realismo, como concepto, se ampliase hasta incluir elementos esenciales como los sueños, la poesía y la irracionalidad. Luis Buñuel fue, por encima de todo, un artista cuyo testigo recogieron otros cineastas como David Lynch quien, a pesar de todo, ha reconocido en alguna ocasión no haber visto ninguna película del realizador español. Días después de que fuera nominado al Oscar por El discreto encanto de la burguesía, los periodistas le preguntaron en un restaurante mexicano si esperaba ganar (algo que hizo), a lo que respondió: “pues claro. Ya he pagado los 25.000 dólares que querían. Los americanos tendrán sus defectos, pero mantienen sus promesas”. Luis Buñuel, genio y figura.
Probablemente nos encontramos ante la película más retorcida del cineasta aragonés. En Belle de Jour, Buñuel realiza un análisis freudiano conectando el deseo sexual con el capitalismo. Catherine Deneuve se metió en la piel de Sévérine, una joven casada con un cirujano que descubre la existencia de la prostitución diurna. Atraída por el morbo, Sévérine acaba ingresando en una casa de citas. Aunque la película gire en torno a las actividades que tienen lugar en este burdel de alta categoría, el sexo nunca se muestra. Buñuel muestra más interés por las ropas y velos que cubren a Sévérine que en su propia desnudez, consiguiendo que Belle de jour sea una obra tremendamente fetichista. El propio director describió la película como “pornográfica” aunque agregó que exploraba el “erotismo casto”. Belle de jour consiguió un buen puñado de premios, destacando el León de Oro en el Festival de Venecia. Jean Sorel, Michel Piccoli, Paco Rabal, Pierre Clémenti y Marcha Mèril completaron la nómina interpretativa. El guion de Buñuel, que adaptó la novela escrita por Joseph Kessel, orbitaba alrededor de la doble vida de su protagonista. Mientras ejerce de prostituta, Sévérine explora sus fantasías sexuales masoquistas. Todo se complica cuando un delincuente andrajoso se enamora de ella y conquista su corazón. Belle de jour es una cinta magnética, onírica en ocasiones, que seis décadas después sigue funcionando a las mil maravillas proponiéndonos un análisis totalmente irresistible.
Lo invisible del proceso de creación.
«La narración es el arte de lo indirecto, el cine es el arte de lo invisible. Hay que hacerlo con mucho cuidado, no hay que caer nunca en la vulgaridad.»
Aunque ya tiene una trayectoria llena de grandes obras como las recientes Medea a la deriva (Reservoir) o Elia (Reservoir), posiblemente la obra más conocida del cacereño Fermín Solís (Madroñera, 1972) es Buñuel en el laberinto de las tortugas (Reservoir) publicado por primera vez en el año 2008. Un cómic en el que abordaba la realización del documental Las Urdes (Tierra sin pan) por parte del director maño. Un trabajo redondo que tuvo una exitosa adaptación cinematográfica dirigida por Salvador Simó en 2019. Así que no es extrañar que Óscar Arce, director del Instituto Luis Buñuel de Los Ángeles, y Esteve Soler, director y guionista de cine, pensaran en él para dibujar su guion Buñuel y los sueños del deseo. Un guion ideado en un principio para el cine en el que cuentan como Jean-Claude Carrière y Buñuel escribieron el guion de la película Belle de jour (1967), que supuso el mayor éxito su carrera ganando el León de Oro del festival de Venecia, entre otros premios, y el comienzo de la resurrección de su carrera que tras esta cinta nos dejos trabajos tan redondos como El discreto encanto de la burguesía o Ese oscuro objeto de deseo, también escritos en colaboración con Carrière.
El cómic nos traslada hasta 1967 y transcurre durante las cinco semanas que Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière pasaron a caballo entre Madrid, París y México mientras intentan escribir el guion de la adaptación cinematográfica de la novela del Joseph Kessel Belle de jour. Un proyecto que ya habían intentado llevar a cabo varios directores, guionistas y productores fracasando todos ellos en el intento. Mientras tratan de escribir el guion los dos protagonistas tienen que lidiar con diferentes problemas. Buñuel sufre una profunda crisis creativa y problemas de salud que le llevan a pensar constantemente en su inminente muerte. Por su parte, Carrière ve como los problemas que están teniendo para llevar a buen puerto el guion ponen en peligro su carrera ya tiene que renunciar a otros encargos con directores de mayor prestigio del que goza el aragonés en ese momento. Unos problemas laborales que se juntan con los personales, ya que su matrimonio se está desmoronando.
Podemos caer en la tentación de pensar que estamos ante una especia de segunda parte del trabajo de Solís como autor completo, pero, aunque comparten un protagonista de enorme peso e importancia, en este trabajo se abordan otros temas diferentes como la amistad y la creatividad. Ambos son los dos ejes que vertebran una historia en la que vemos cómo el conflicto inicial que se genera entre sus diametralmente opuestas formas de ver el proceso de escritura va dejando paso a una forma de colaboran en la que cada uno cede para poder crear algo mayor que simplemente la suma de sus partes de forma que Buñuel encuentra una forma de hacer sus historias accesibles para el público sin renunciar a su visión surrealista (lo que consigue gracias a Henri y Georgette, esos personajes invisibles que se inventó como espectadores de sus películas y que Solís borda en su representación gráfica) y que ayudan a Carrière para madurar como guionista y comprender la visión creativa de director maño. En el proceso el respeto se convierte en una sentida amistad en la que las fronteras entre viejo y joven o alumno y maestro se diluyen para convertirse en iguales.
Aunque la obra si nos cuenta algunos de los problemas con lo que tuvieron que enfrentarse para poder crear la película que ellos querían como lo poco que les gustaba el texto original, la imposición de Catherine Deneuve como protagonista y de Yves Saint Laurent como diseñar de vestuario no estamos ante un cómo se hizo la película. Porque como ya hemos dicho lo que se busca en tratar de reflejar el proceso creativo que ambos idearon para escribir el guion. Un periplo en el que se cuelan los sueños, problemas y anhelos de ambos y donde Henri y Georgette se convierten en el faro que les señala el camino correcto. Para reflejar ese torrente de emociones e ideas, Solís nos regala algunas escenas de un marcado surrealismo que no hubieran desentonada para nada en las películas de Buñuel.
Es la primera vez que Solís trabaja con un guion ajeno, pero se nota mucho que hace tiempo que tiene cogido al personaje de Buñuel por la mano y aquí nos lo muestra treinta años después del que vimos en Buñuel en el laberinto de las tortugas. Sin embargo, aunque está cansado y viejo, en su figura sigue estando presente esa pulsión que le incita a crear, aunque ahora ya no le brota a borbotones. Resulta igualmente reconocible, pero podemos ver los cambios que ha ido incorporando a su estilo el autor extremeño con líneas más limpias y personajes menos cartoon. Donde más se nota que no se trata de una obra escrita por Solís es en la composición de página, ya que no encontramos algunos de los experimentos narrativos que usa en otros trabajos optando por una narración más sobria, pero igualmente eficaz. Una de las partes más brillantes del cómic es la paleta de colores elegida que nos recuerda a la de las películas de época.
En Buñuel y los sueños del deseo Oscar Arce, Esteve Soler y Fermín Solís firman una obra con entidad propia que nos habla sobre los intrincados caminos de la creación y la amistad. Un trabajo profusamente documentado, pero que busca, y consigue, ser mucho más que ser un simple making-off en el que Solís nos regala imágenes que nos permiten transitar de nuevo por los universos del director de Calanda.
Lo mejor
• El reflejo de la relación entre el director y el guionista.
• La forma de dar vida a Henri y Georgette.
• Las imágenes surrealistas que dibuja Solís y el fantástico color.
Lo peor
• Solís parecer estar un poco constreñido a la hora de narrar la historia.