Poco después del muy comentado estreno de El hombre del norte, la tercera película del cineasta estadounidense Robert Eggers (La bruja, El faro) protagonizada por Alexander Skarsgård, comenzaron los rumores sobre una nueva versión de Nosferatu en la que quería sumergirse con otro de los hermanos suecos, Bill Skarsgård en esta ocasión, dando «no vida» al Conde Orlok y Anya Taylor-joy como Ellen Hutter, cayéndose esta última del proyecto por problemas de agenda y ocupando su lugar Lily-Rose Deep, hija del actor Johnny Depp y la cantante Vanessa Paradis. Entre los secundarios encontramos a Willem Dafoe, Aaron Taylor-Johnson, Nicholas Hoult, Emma Corrin o Ralph Ineson, varios de ellos habituales colaboradores de Eggers en trabajos previos y duchos intérpretes en el género de terror. Con no poca controversia por cierta «infidelidad» al material original, pero más voces a favor que en contra, Nosferatu llegaba a España el pasado 25 de diciembre convirtiéndose en una de las sensaciones cinematográficas de la navidad que puso cierre a 2024. En Zona Negativa todos los redactores de la sección de cine ya han podido degustar la particular versión del personaje derivado de la novela de Bram Stoker que en años pretéritos cineastas como los germanos F.W. Murnau y Werner Herzog convirtieron en clásico del séptimo arte. En esta entrada tres de ellos, Sergio Fernández Atienza, Raúl Gutiérrez y Juan Luis Daza, se han armado de estacas, martillos, ajos y cruces para dar sus opiniones sobre la nueva propuesta de uno de los directores más interesantes de la actualidad.
Ratatouille, por Sergio Fernández Atienza
El 1 de enero se estrenaba Nosferatu en México, país en el que me encontraba. Debía sortear diversos obstáculos puesto que la cinta había llegado a carteleras españolas una semana antes. Especial cuidado con las redes sociales y luces rojas en los diferentes grupos zoneros de Whatsapp. Objetivo cumplido. El siguiente paso era buscar compañía para tan digno evento. Respuestas evasivas y miradas huidizas. Mi entorno azteca nada quiere saber sobre cine de terror. “Le tendrías que haber dicho a tu mujer que era un musical”, me escribe el camarada Jordi T. Pardo, no con poca sorna. Finalmente, y para que el abandono no sea mayúsculo, me dirijo al Cinepolis VIP Andares en Zapopan (Guadalajara). Los asientos son reclinables y tan cómodos, que como la película no cumpla con las expectativas corro el riesgo de caer en un profundo sueño. Mi compañero de butaca, otro lobo solitario que pasa de los cincuenta, sorbe un mojito para pasar el mal trago.
Aunque siguen transitando los camareros cuando se apagan las luces, noto que se me pone la piel de gallina y no es por el aire acondicionado. Mi mente viaja al 29 de marzo de 2017, cuando tuve la oportunidad de disfrutar en pantalla grande con Nosferatu, de F.W. Murnau. La proyección tuvo lugar en un marco incomparable: el Teatro Arriaga de Bilbao. Además, la experiencia fue completada por la BOS (Bilbao Orkesta Sinfonikoa) que interpretó, en directo, la música compuesta por José M. Sánchez Verdú. Como ocurriría ocho años más tarde, acudo sin compañía. Fin del flashback a la par que el bloque de tráilers y publicidad acaba.
Desde que en 2015 estrenase The Witch (cinta a la que también debemos el despegar de nuestra querida Anya Taylor-Joy), Robert Eggers se ha ganado la etiqueta de cineasta de culto. Alejado del cine más comercial, el director de El faro se interesa por la mitología y folclore llevando a cabo la gestación de sus propios guiones. Sin embargo, aunque sus trabajos suelen ser recibidos con entusiasmo por buena parte de la prensa especializada, lo cierto es que sumando la recaudación global de sus tres largometrajes previos a Nosferatu apenas llega a los 130 millones de dólares. Una cifra que ya ha superado, únicamente, con este remake del clásico expresionista alemán.
Más allá de que la religión y los mitos sean una constante en la filmografía de Eggers, si por algo se caracterizan sus películas es por su inmersiva atmósfera. Gracias a una estupendísima puesta en escena y una bellísima fotografía producto de su camarógrafo habitual, Jarin Blaschke (que trabajó con Rodrigo Cortés en Blackwood), Nosferatu nos transporta, literalmente, al siglo XIX. Este cuento gótico, que adapta libremente la célebre novela escrita por Bram Stoker, ha sido necesariamente revisado para su actualización. Guste más o guste menos, no se puede negar que, en cuanto a lo visual, nos encontramos ante uno de los filmes de este año.
Lily-Rose Depp se quita de un plumazo el sambenito de “hija de Johnny Depp” para graduarse con honores en su primer gran papel protagonista. Depp hace suya la pantalla combinando vulnerabilidad, hipersensibilidad y arrojo, cuando es preciso. Su interpretación corporal consigue helar tanto la sangre que el mismísimo Drácula estaría condenado a consumirla en modo granizado. Siguiendo en terreno interpretativo cabe destacar a Nicholas Hoult quien, sin ser santo de mi devoción, da vida al sufrido Thomas Hutter (AKA Jonathan Harker). Curiosamente, Hoult ya había estado vinculado con el universo vampírico protagonizando Renfield, comedia disparatada que contaba con Nicolas Cage como Príncipe de las Tinieblas. Volviendo al Nosferatu de Eggers, el muy activo Aaron Taylor-Johnson (Kraven the hunter) y Emma Corrin (Deadpool y Lobezno) se meten en la piel de un matrimonio con problemas ante la llegada del Conde Orlok. Asimismo, Simon McBurney hace las veces de Renfield con su particular (y desagradable) Knock, mientras que, el siempre solvente, Willen Dafoe (actor fetiche de Eggers) destaca como el Profesor Albin Eberhart Von Hanz. Un Dafoe que, un cuarto de siglo atrás, encarnó a Max Schreck en La sombra del vampiro. Esta película, dirigida por E. Elias. Merhige, ficcionaba el rodaje del Nosferatu de Murnau como si el propio Schrek hubiese sido un vampiro. Una relación que, con el tiempo, resulta deliciosa.
Renglón aparte merece la figura de Bill Skarsgård, también conocido como el Javier Botet escandinavo. A sus 34 años, este actor sueco de mirada confusa ha vuelto a sufrir incontables horas de maquillaje como en su día padeciera en It para transformarse en Pennywise. Tras tropezar con El cuervo, el hermano de Stellan Skarsgård (protagonista de El hombre del norte -todo queda en casa-) construye un Nosferatu magnético y repulsivo a partes iguales. Su imagen, el secreto mejor guardado, es una combinación del bigote de Tom Selleck, el peinado de Anasagasti, las uñas de Paco de Lucía y la espalda de un adolescente transilvano cuando se cansa la mano.
No quiero despedirme sin antes hablar de la peste. La plaga de ratas que trae consigo Orlock revolvió mi estómago retando a mis traumas infantiles. Jamás antes había visto tal concentración de roedores en la gran pantalla, lo que provocó que mirase en más de una ocasión a mi anónimo compañero de butaca que seguía sorbiendo su mojito. Eggers pone atención hasta el más mínimo detalle para que la experiencia merezca la pena. Sin embargo, el tempo lento, inherente a su estilo, puede jugar en contra de espectadores con ganas de guerra. Mención especial para el precioso final que, cargado de simbolismo, se me asemejó al que pudimos degustar en Thrist (Park Chan-wook, 2009). Encienden las luces y recuerdo que estoy solo. No me hago mala sangre (que luego pasa lo que pasa) retornando a casa en la mejor compañía posible.
El vampiro más famoso, más malo y tenebroso, que llega de ultramar, por Juan Luis Daza
Como aficionado acérrimo al cine de terror, el género cinematográfico que más satisfacciones me proporciona como espectador, recuerdo que una de las mayores decepciones que me he llevado con respecto a este tipo de producciones fue en 2015 con La bruja (The VVitch), la muy alabada ópera prima del director estadounidense Robert Eggers de cuyo descontento dejé constancia aquí en Zona Negativa con mi reseña. Es cierto que la segunda vez que pude ver la cinta me pareció bastante más lograda que en la primera ocasión, pero seguía siendo una propuesta con los ingredientes perfectos (folk horror, terror, bosques malditos, fanatismo religioso) para convertirse en una de mis películas favoritas de los últimos años, pero con la que no llegué a conectar adecuadamente, peso a no caber una sola duda con respecto a la enorme calidad de todos y cada uno de sus apartados.
Por el contrario con El faro (The Lighthouse) fue amor a primera vista. Esos dos vigilantes de un faro, pletóricos Robert Pattinson y Willem Dafoe siempre al borde de la consumación homosexual, sumergidos en un terror marino de reminiscencias lovecraftianas conformaban un proyecto que se convirtió en una de las mejores películas del 2019. Ya en 2022, con el estreno de El hombre del norte (The Northman) entre rumores de disgusto por parte del director al no haber tenido el control del corte final de la cinta que llegó a los cines, Robert Eggers era para mí un artesano de un enorme talento, pero que no había demostrado hasta el momento el 100% de su capacidad como narrador cinematográfico. Una vez vista su versión de Nosferatu mi sensación con respecto a él y su obra no ha variado en demasía.
Em 1922 el cineasta alemán F.W. Murnau dirigió Nosferatu (Nosferatu – Eine Symphonie des Grauens), una adaptación de Drácula que cambiaba los nombres de todos los personajes para no tener que pagar los derechos de autor a la por aquel entonces viuda de Bram Stoker, que hizo todo lo posible para que la película no saliera adelante y cayera en el ostracismo. Protagonizada por Max Schreck, Alexander Granach, Gustav von Wangenheim o Greta Schröeder entre otros se convirtió en una de las películas mudas más importantes de la historia del cine y estandarte del expresionismo alemán. En 1979 el también alemán Werner Herzog dirigió Nosferatu, vampiro de la noche (Nosferatu: Phantom der Nach) una nueva versión protagonizada por Klaus Kinski, Isabelle Adjani, Bruno Ganz, Jacques Dufilho o Roland Topor que hundía sus raíces en un fantasmal romanticismo gótico repleto de hallazgos visuales, artísticos y narrativos.
Más allá de remakes olvidados o toscas secuelas apócrifas, de una de ellas hablaremos en breve, es la nueva versión de Robert Eggers la única que puede batirse en duelo con las dos canónicas previamente apuntadas, por su enorme calidad, pese a algunas carencias que no le permiten alcanzar la excelencia, aunque la llega a acariciar con sus garras en no pocas ocasiones. Como era de esperar en un artesano como Eggers, magnífico diseñador de imágenes y sonidos de incuestionable fuerza, la puesta en escena de Nosferatu es superlativa y de un acabado plástico sencillamente apabullante, potenciado este gracias a la excelsa fotografía de Jarin Blaschke, aunque en ocasiones no sepa (o quiera) aprovechar al máximo el diseño de producción y la dirección artística que Universal Pictures y Focus Features han puesto a su disposición.
Llama la atención que, si bien lo lógico sería que Eggers tomara como referentes los dos Nosfertus previos, a un nivel estilístico el film esté poblado de referencias muy claras a Drácula, de Bram Stoker, la obra maestra de Francis Ford Coppola y hasta a la versión dirigida por John Badhman en 1979, con Frank Langella dando vida al conde transilvano, se hace algún homenaje. No quiere esto decir que las reminiscencias a Murnau (la sombra de la garra de Orlok devorando Wisburg) o Herzog (la peste asolando las calles de la ciudad) estén ausentes, pero pareciera que los referentes del director sean otros. Incluso en el clímax final hay una rima clara a un subproducto pseuderótico como Nosferatu, príncipe de las tinieblas (Nosferatu a Venecia), exploit con un Klaus Kinski melenudo que llegaba incluso a compartir plano con la bailaora Micaela Flores Amaya «la Chunga» en una secuencia que es puro dislate.
En lo concerniente al argumento, durante los dos primeros actos la fidelidad a, sobre todo, la versión de 1922 es notable. Es en el último cuando Eggers comienza a tomarse unas licencias notablemente osadas con respecto al perfil psicológico de Ellen Hutter, la sosias de Mina Murray/Harker, y a cómo sus actos hacen transitar a la obra por territorios inexplorados, con mayor o mejor fortuna, desembocando en una par de secuencias sexuales que buscan una reacción en el espectador que un servidor no sabe si es la que Eggers finalmente acaba encontrando. Por otro lado ha levantado una notable polvareda la atípica, y también bastante arriesgada, caracterización de Orlok que, en honor a la verdad, se acercaría más a la ideada por Bram Stoker en su texto que a la planteada por las distintas versiones del personaje ya apuntadas que más tarde heredaron otros productos audiovisuales posteriores tan variopintos como Salem’s Lot (1979), Lo que hacemos en la sombras (2014) o Misa de medianoche (2021)., entre muchas otros.
Al mencionar a Ellen Hutter y el Conde Orlok debemos hacerlo del apartado más polémico, pero también poderoso, de Nosferatu. Nicholas Hoult, Aaron Taylor-Johnson y Emma Corrin cumplen con su labor y Willem Dafoe eleva la propuesta con su mera presencia, pero la versión del rol interpretado en su origen por Max Schreck y Klaus Kinski y aquí construida por Bill Skarsgård ha despertado tantas pasiones como odios por su acento, lenguaje corporal y fisicidad, aunque a un servidor le ha agradado notablemente. Más sangrante es el caso de Lily-Rose Depp, totalmente entregada a la causa de su director con un papel cuyo dramatismo cada vez más intenso se llega a pasar de frenada dando lugar en ocasiones a breves momentos de humor involuntario por lo excesivo de su gargantuesco histrionismo, no siempre justificado, pero en todo momento cargado de compromiso y un agradecido afán suicida.
Una vez más Robert Eggers no cumple todas las expectativas depositadas en él, o al menos las que un servidor tenía con respecto a su último trabajo, pero esto no quiere decir que Nosferatu no sea uno de los artefactos cinematográficos más estimulantes, personales, arriesgados y rotundos que nos dejó el ya extinto 2024, temporada en la que hemos podido disfrutar de una ingente cantidad de producciones adscritas, de manera más o menos directa, al género de terror que nos da esperanzas para que en el presente 2025 se repita una cosecha tan estimulante. Lo último que se sabe de Robert Eggers es que su próximo proyecto será, si no hay un notable cambio de rumbo en su carrera, un proyecto original que no derive de otros previos como esta Nosferatu a la que, con sus muchos aciertos y pocos fallos, merece mucho la pena hincarle el diente.
Nosferatu, mi vampiro favorito, por Raúl Gutiérrez
Hay ciertas figuras en el mundo de la literatura, del cómic, del cine y de la cultura en general que son inmortales, imperecederas, que a lo largo de las décadas contruyen conceptos sin los cuales a día de hoy no entenderíamos el mundo de la ficción. Sin duda, el mito del vampiro ya se llame éste Ruthven, Drácula o Nosferatu es uno de ellos. Y es que desde que John William Polidori (mayordomo de Lord Byron) publicara en 1819 su relato titulada a secas El Vampiro que nos hablaba de aquel noble llamado Ruthven que con exquisitas maneras y hábitos extraños segaba la vida de sus víctimas, pasando por la influyente Drácula de Bran Stoker que en 1897 asustara a medio Londres haciendo creer que un Vlad Tepes no muerto había desembarcado en la pérfida Albion en busca de su amor perdido, el mito del vampiro es una de las contantes del mundo occidental, siendo prácticamente imposible que pasen más de cinco años sin que el segundo, el séptimo o el noveno arte alumbren una nueva obra protagonizada por estos seres sedientos de sangre.
En el caso de Nosferatu, hablamos de un homólogo de Drácula que apareció por primera vez en la película de 1922, Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, cinta de producción alemana dirigida por F. W. Murnau, que al contar prácticamente la misma historia que el Drácula de Bran Stoker pronto se encontró con la manifiesta oposición de la viuda del escritor, Florence Balcombe por vulneración de derechos de autor.
Ello supuso la destrucción de prácticamente todas las copias que existían de la película, salvo unas pocas que fueron ilegalmente conservadas hasta la muerte de Balcombe, siendo hoy en día Nosferatu, como versión alemana de Drácula en el cine un mito cinematográfico más.
Si bien, ya resuelta la problemática de los derechos de autor, en el año 1979 se estrenó el remake de la anterior película, llamado Nosferatu: Phantom der Nacht y dirigido por Werner Herzog (que contó con una especie de secuela de producción italiana estrenada en 1988 y dirigida por Augusto Caminito titulada Nosferatu en Venecia), también de producción alemana, no ha sido hasta el año 2024 que Hollywood se ha interesado por el personaje, dejándolo en las capaces manos de nada más y nada menos que Robert Eggers, director neoyorkino que en su corta trayectoria cinematográfica no ha hecho sino producir tan solo películas de gran calidad.
En ese sentido, La Bruja, su primera película, estrenada en el año 2015, cuando Eggers tenía tan solo treinta y dos años, ya se trataba de una película muy competente que narraba la historia de una familia de puritanos estadounidenses que eran expulsados de su propia comunidad religiosa por extremistas y que terminaban viviendo en un bosque supuestamente perteneciente a oscuras fuerzas satánicas.
Dicha película, que además supuso el debut de una joven Anya Taylor Joy tan dejó claro que Eggers era un director muy a tener en cuenta, lo que se confirmó en el año 2019 con su segunda película, El Faro, en la que Robert Pattinson y Willem Dafoe interpretaban a dos trabajadores de un faro que a finales del Siglo XIX, se veían obligados a residir en el mismo durante varias semanas sin más compañía que la del otro, lo que daba lugar a situaciones muy interesantes que arrojaban no pocas preguntas sobre la condición humana.
Ya en 2022, llegaría El Hombre del Norte, película que al modo de las antiguas eddas vikingas narraba la historia de un príncipe islandés de principios del Siglo X que buscaba recuperar su trono, construyendo un relato épico y cruel que dejó sin palabras a la mayoría de sus espectadores.
Por eso, cuando en el año 2023 supimos que Robert Eggers estaba dirigiendo una película sobre Nosferatu, película que el propio Director señala como su proyecto más anhelado que no realizó antes por considerar que todavía no había aprendido lo suficiente, quienes hemos disfrutado de la filmografía de Eggers estábamos muy expectantes.
Pues bien, llegó la navidad de 2024 y con ella el estreno de este remake tan particular de Nosferatu, que no solo no nos ha dejado dudas respecto a la confianza depositada en Robert Eggers si no que lo reafirma como uno de los directores con más talento del panorama actual.
La película, como la original y como la novela original de Bran Stoker (solo que, lógicamente ambientada en Alemania) nos sitúa ante el matrimonio formado por Thomas Hutter (Nicholas Hoult) y Ellen (Lily-Rose Depp) que viven felices en Wisborg (ciudad alemana de carácter ficticio), con una Ellen que ha ocultado a su marido que durante años recibía en sueños las visitas de un extraño ser que buscaba tomarla y poseerla.
Thomas trabaja en una correduría de fincas dirigida por Heer Knock (Simon McBurney), quien le comunica que un misterioso conde transilvano de nombre Orlock (Bill Skarsgård) está interesado en adquirir una propiedad en Wisborg, no estando dispuesto a firmar los contratos de adquisición por correo, debiendo Thomas acudir a visitarlo a su castillo en los Cárpatos, a lo que Thomas accede por la cuantiosa comisión que se le ofrece si la operación se cierra con éxito y porque ello le valdría ganar el estatus de socio en la firma para la que trabaja.
A partir de ahí se desarrolla la historia que todos conocemos, con Thomas siendo retenido por Orlock, descubriendo su naturaleza vampírica, logrando huir posteriormente de allí, con el propio Orlock yendo en Barco hasta Wisborg para tomar posesión de Ellen, la cual cae presa de la enfermedad y la locura conforme la cercanía de su «amante» se incrementa. Para acabar con el temible vampiro, llamado Nosferatu por algunos entendidos en el tema, Thomas contará con la ayuda de su amigo Fiedrich Harding (Aaron Taylor Johnson) que se ha hecho cargo de Ellen mientras Thomas estaba en Transilvania, y del misterioso doctor Albin Eberhart Von Franz (Willem Dafoe).
Qué verdad es que lo de menos en qué se cuente, sino cómo se cuente. En este caso tenemos una historia que cuenta exáctamente lo mismo que ya contara Drácula en la novela de Bran Stoker, o lo que las mencionadas versiones previas de Nosferatu narraran en cine, pero en las manos de Robert Eggers, Nosferatu se convierte en una película de terror dirigida de forma exquisita, con encuadres, sombras y claroscuros que superan todo lo visto hasta ahora en su filmografía, realizando una labor de dirección que solo podemos cosiderar sobresaliente.
Y es que, a pesar de estar ante una película en color, en no pocas ocasiones se realiza una fotografía apagada responsabilidad de Jarin Blaschke (Director de fotografía de El Faro y El Hombre del Norte) que homenajea a la película original y que también recuerda a El Faro, película que Eggers ya rodara en riguroso blanco y negro.
En cuanto al reparto, y aún a riesgo de sonar reiterativo o demasiado entusiasta, el trabajo de Nicholas Hoult como Thomas Hutter o de Lily-Rose Depp como Ellen es muy bueno, resultando sus papeles no solo creíbles sino tan dramáticos como solo una película de terror ambientada en el Siglo XIX puede serlo, siendo Bill Skarsgård (quien ya interpretó a otro clásico del género de terror en la genial It de Andy Muschietti) el villano perfecto, resultando por cierto a nivel estético muy curioso el hecho de que este Nosferatu no muerda a sus víctimas en el cuello sino en el esternón, lo que genera mucho más impacto visual y repugnancia en el espectador que el acostumbrado.
Por supuesto, Willem Dafoe, como de costumbre realiza un trabajo sobresaliente sin que tampoco podamos obviar el trabajo de lso ya mentados Aaron Taylor Johson o de Simon McBurney.
En lo relativo a la banda sonora, ésta está llevada a cabo por Robin Carolan, quien ya trabajara con Eggers en el Hombre del Norte y que aquí consigue en todo momento generar inquietud en el espectador en las escenas más tranquilas y de suspense, logrando que nos sobresaltemos en no pocas ocasiones en las escenas de más impacto.
Finalmente, no puedo evitar juzgar negativamente en este caso el doblaje de la película. Y es que, si bien entiendo que esto es algo muy subjetivo, y que el doblaje es un elemento capital en el cine distribuido en España, inherente a él, y no pretendo ni de lejos su erradicación en favor de la versión original, la realidad es que el trabajo de José García Tos como voz en castellano del villano antagonista, hace que Orlock no solo no inspire terror sino que en mi opinión, resulte hasta tronchante en ocasiones, con un acento fuerte y muy marcado que sigue la molesta y horrorosa tradición de doblar a los personajes extranjeros como personas que hablan castellano con acentos marcados, estereotípicos y bastante ridículos.
Que en pleno 2024 se siga doblando así a los personajes procedentes de otras nacionalidaes distintas de la española o de la estadounidense resulta en mi opinión bastante cargante e innecesario. Y es que, en la versión original, si bien es cierto que Orlock sigue procediendo de Los Cárpatos, y teniendo un acento muy marcado, no es menos cierto que el efecto no resulta ni tan exagerado ni tan ridículo. Resulta una pena eque esto ocurra en España, porque termina por ser un aspecto que, aunque muy levemente, baja la calidad de la magnífica película dirigida por Robert Eggers.
Por lo demás estamos ante una de las mejores películas del año 2024, que cierra éste con broche de oro y que ningún amante de Robert Eggers, del cine o de los vampiros en general debería perderse.
Sergio Fernández Atienza - 8.4
Juan Luis Daza - 8
Raúl Gutiérrez - 9
8.5
La redacción de cine Zona Negativa ha permitido que el Nosferatu de Robert Eggers le clave bien los incisivos en sus correspondientes yugulares. Pese a algunas carencias Nosferatu es una ópera de terror gótico con un apartado técnico brillante y un reparto entregado a la causa temeraria de su máximo responsable.
Ganazas de esta peli, pero ahora que remarcan la invasión rateril suerte que no fuimos al cine, porqué estamos con un temita-temón roedor acá en mi casa que capaz nos levantábamos de la butaca…
Desde la Bruja un tipo al que siempre le presto atencion, la del vikingo sí la fuimos a ver al cine y me sigue pareciendo la mejor obra de ese año, injustamente menospreciada. Bueno, ya le hincaremos en casa el diente a esta…donde podamos adelantar las ratatouille.