Píldoras Nacionales 58: Entrevista a Santiago Valenzuela

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RESEÑAS

Miguel. 15 años en la calle: Llorarás donde nadie te vea, Miguel Fuster; Ediciones Glénat; 65 págs., BN, 17’95 €

Un año después de que Miguel Fuster hiciera su reentrada por todo lo alto en la industria del cómic, tras un prolongado retiro y 15 años pasados en la indigencia, Ediciones Glénat ha tenido a bien presentarnos un nuevo volumen de estas memorias desde la exclusión con las que el autor alborotó las conciencias de una gran masa de público lector -en buena parte, ajeno al Noveno Arte- hace algo más de 12 meses.

A primera vista, se diría que tanta premura en ofrecernos esta segunda entrega de la serie ha jugado en su contra, puesto que ésta ha visto reducidas significativamente sus páginas de historieta. De hecho, si en Miguel. 15 años en la calle el cómic ocupaba justo la mitad de las páginas del libro (36 páginas frente a 36), repartiéndose la otra mitad entre créditos, textos bien diversos, indianas e ilustraciones; en Llorarás donde nadie te vea tenemos 26 páginas de cómic que se contraponen a las otras 39 dedicadas a contenido de naturaleza variada. Los textos obra de Miguel Fuster oscilan entre lo explicativo y lo poético, mientras que muchas de las ilustraciones que los acompañan abundan en unos mismos motivos y pecan de cierta indefinición que la trama enmarañada propia de Fuster no siempre consigue nutrir de contenidos emocionales… algo que sí sucedía en todas las impresionantes ilustraciones del primer libro. Los textos de vocación más lírica, por otro lado, insisten en conjurar un mismo y limitado elenco de imágenes, detalle que acaba resultando reiterativo. No siempre es así, por supuesto. Prueba de ello es la emotiva composición titulada Desconsuelo, con la bella ilustración que la acompaña, donde Fuster deja que penetremos en la trastienda de «su» herida, herida que ya se dejaba entrever en otro revelador texto, este de índole más narrativa: Un hombre muy recto. Dichos momentos dan fe de las virtudes artísticas del autor, así como del singular valor que tiene su testimonio, algo que también sucede con dos de las cuatro historietas que contiene esta novela gráfica. Y es que tanto Vidas rotas como Cara a cara son dos relatos de inmensa fuerza, únicos, poderosamente expresivos y dotados de esa extraña clarividencia con la que Fuster demuestra ser capaz de diseccionar el alma humana una y otra vez, ante las situaciones más extremas. Dichos logros, semejantes conquistas, refuerzan la tesis de que estamos ante un despliegue biográfico de gran excepcionalidad y de incuestionable dimensión artística. Hará falta, sin embargo, que autor y editorial sepan planificar con mayor criterio su serialización, acertando en la dosificación y el equilibrio de los contenidos y atinando con precisión en la selección del anecdotario atesorado por el autor en su trágica vicisitud de 15 años en la calle… para que ese anecdotario sea susceptible de contener claves comprensivas verdaderamente universales acerca de nuestra entraña de seres inacabados y rotos.

A pesar del mayor o menor disgusto que este texto pueda causarles a unos y otros, espero contribuya a que así sea.

[Reseña de Miguel. 15 años en la calle en Zona Negativa].

Las aventuras del Capitán Torrezno 7: Plaza elíptica, Santiago Valenzuela; Edicions de Ponent; 144 págs., BN, 20 €.

Me interesé por vez primera por Las aventuras del Capitán Torrezno hace muchos años, a través de una reseña de Koldo Azpitarte publicada en la anterior etapa de esta vuestra web. Por aquel entonces, mi aproximación al primer volumen de la serie, Horizontes lejanos, fue totalmente satisfactoria, prescindiendo de un apartado gráfico algo torpe pero al servicio -de forma aceptable- de una historia a todas luces ambiciosa, incluso en lo que respectaba a las imágenes que Santiago Valenzuela pretendía articular. Imaginativa y divertida, fresca y llevadera, aquella primera entrega de las peripecias torreznas prometía páginas y páginas de misterios, tejemanejes, gracietas y acción, en un mundo por descubrir que de alguna forma se insertaba en el nuestro y lo reflejaba. A la altura del tercer libro, Limbo sin fin, ya quedaba claro que Valenzuela estaba ofreciendo incluso más de lo previsto en un principio, con un estilo de dibujo que crecía en aptitudes de manera acelerada acompañando un relato que incorporaba nuevos registros temáticos a cada paso. Ahora, con siete libros a nuestras espaldas, ante este Plaza elíptica publicado el presente año y teniendo en cuenta las declaraciones del autor, diríase que ni en sueños pudimos llegar a imaginar cuántos logros y cuánto disfrute nos ha de brindar esta obra.

Su premisa inicial es relativamente simple: dos compañeros de bar y cañitas, a los que conocemos sólo por sus motes, Torrezno y Nestor Rija, aparecen un buen día en una nueva realidad; un minimundo de corte feudal situado en un sotano contiguo al bar que ellos solían frecuentar. Cercenados sus recuerdos, empequeñecidos sus cuerpos, cada uno se pondrá al servicio de uno de los dos imperios que rigen el destino de aquellos lugares, a los que servirán desde la singularidad que les otorga tanto su mayor fuerza y resistencia como su intuitivo conocimiento de diversos utensilios procedentes de la contemporaneidad de nuestro universo de gigantes. Dicha premisa, sin embargo, pronto empezará a enriquecerse con nuevos imputs informativos que plagan la trama principal de interrogantes y derivadas: ¿Realmente fue de forma accidental que un funcionario aburrido dio origen a un nuevo mundo en su sotano? ¿Quién es ese otro borrachín de bar que afirma ser Dios y parece tener conocimiento de todo lo que está sucediendo? ¿Quiénes son esos «técnicos» que en esa realidad medieval parecen tener cierto saber privilegiado sobre los utensilios de nuestro mundo? ¿Y qué pretenden jugando subrepticiamente a dos bandas, entre los papistas del bando torrezno y los ejercitos del Khan que comanda ese Nestor Rija transmutado en Darth Vader?

De todas formas, en verdad no es únicamente lo posibilista de los detalles argumentales comentados, la habilidad narrativa de Valenzuela o la destacable progresión de su dibujo, aquello que hacen de esta serie una rara avis dentro de la industria comiquera nacional e internacional. Fundamentalmente, lo que convierte a Las aventuras del Capitán Torrezno en una obra única es la extraña propensión de Santiago Valenzuela a evitar las elipsis, a huir de los sobreentendidos y a afrontar cada rescoldo temático que le salga al paso para superarlo con éxito. Trátese de una reunión del alto mando discutiendo distintas opciones estratégicas, del despliegue de un plan militar defensivo u ofensivo, de conversaciones sobre el sentido de la vida donde se manejan discursos de nivel, de estudiar al detalle la aplicabilidad al minimundo de un mechero o de disquisiciones éticas sobre el valor de la vida del enemigo, Santiago Valenzuela lo aborda con igual detalle y osadía, dejando que la historia marque de forma orgánica sus contenidos y que éstos funcionen autónomamente de forma suficiente. Las páginas que hagan falta. Las explicaciones que hagan falta. Servidas por un «cuentista» magistral y -también importante- por una persona leída y dada a la reflexión. En esto reside la excepcionalidad de Torrezno, puesto que, desde tal planteamiento narrativo y con semejantes semillas, sólo podía alumbrarse un relato gigantesco donde la prospección en lo humano y lo divino va de la mano de la más pura aventura, servido todo ello con un rigor que realmente consigue transportarnos hasta ese sotano repleto de «próximos capítulos». Plaza elíptica es uno de ellos… ¡y que sean muchos más!

Portadas de los 3 primeros tomos de Las aventuras del Capitán Torrezno
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Portadas del número 4 al 6 de Las aventuras del Capitán Torrezno
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[Reseña de Las aventuras del Capitán Torrezno 3: Limbo sin fin en Zona Negativa + Comentario sobre Las aventuras del Capitán Torrezno en Recomendaciones Nacionales + Reseña Las aventuras del Capitán Torrezno en Tebeosfera escrita por Jorge García].

ZN ENTREVISTA A… SANTIAGO VALENZUELA
Nota: Cuando, a raiz de la publicación de Plaza elíptica, le preguntamos a Santiago Valenzuela si podíamos entrevistarle, nos comentó que ya tenía en marcha sendas entrevistas y que, aunque aceptaba encantado nuestra invitación, prefería que evitásemos repetir las mismas preguntas que ya le habían realizado los otros medios. Dichos medios, La bitácora de Maneco y Entrecomics, tuvieron a bien avanzarnos las preguntas que ellos le habían hecho al autor, posibilitando así que nuestra entrevista, una especie de anexo a las suyas, pudiese llevarse a cabo. Por lo tanto, les agradecemos tanto a Santiago Valenzuela como a La bitácora de Maneco y Entrecomics todas las facilidades y os invitamos a que también les echeis una ojeada a sus magníficas entrevistas.

  Entrevista en La bitácora de Maneco.

  Entrevista en Entrecomics.

Toni Boix: En Horizontes lejanos, la primera entrega de Las aventuras del Capitán Torrezno, haces un uso del rotulado muy heterodoxo y expresivo, aspecto que paulatinamente va normalizándose en las siguientes entregas hasta que ya en Plaza elíptica queda reducido a distinguir ciertas voces. ¿Qué proceso de reflexión motivó ese cambio de enfoque?

Santiago Valenzuela: Por un lado esto se debe supongo a la deriva general de la serie, que ha evolucionado hacia una mayor limpieza o a un mayor realismo, lo cual lleva a que use cada vez menos estos usos expresivos que dices. Todo tiende a ser más mesurado o clásico, dentro de mis limitadas capacidades de clasicismo, menos estrambótico y aristado. Por otro, tiene que ver con razones más pragmáticas. Soy muy obsesivo con el acabado –sin duda porque no tengo un talento natural desbordante, y de ahí esa compensación miniaturística-, tiendo a corregir los más mínimos errores en los que nadie reparará jamás, pero llegó un momento en que estaba perdiendo demasiado tiempo en cosas que ya eran delirantes, como es el caso del rotulado. Cuando acabé El gabinete del doctor Salgari me pasé horas y horas retocando los textos, corrigiendo la rotulación manual para hacerla más legible y decente, apretando y separando letras y recortando rabos, y aunque ello se debía en parte a la peculiaridad de esas páginas, absolutamente atiborradas de texto y con todo muy apretado, también era obvio que estaba resbalando por la pendiente de la demencia pura y dura, así que tuve que coger al toro por los cuernos y acabar con eso, y le pedí a un amigo que me hiciera una fuente tipográfica basada en mi letra. Queda un poco más frío que una rotulación a mano pero era eso o la clínica de reposo, no tenía opción, y dentro de lo que cabe estoy contento con el resultado. Además cuando empecé Plaza elíptica tenía ya el guión muy machacado, la mayor parte del guión de ese libro lo tenía casi palabra por palabra en el Word, así que era un buen ahorro de tiempo poder volcarlo en cada viñeta, una vez podadas las acotaciones y demás chorradas que voy escribiendo al mismo tiempo que los diálogos. Y el poder ahorrar tiempo en cualquier cosa mecánica se está volviendo una prioridad en esto del cómic, al menos para mí, que como digo ya lo pierdo de todas formas en muchas otras rutinas y manías de inútil perfeccionismo.

Ejemplo del expresivo uso de la rotulación en Las aventuras del Capitán Torrezno 1: Horizontes lejanos
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Toni Boix: También se da un salto gráfico bastante notable entre la primera y segunda entrega de la serie, en parte propiciado por la introducción de la aguada a partir de Escala Real, ese segundo número. ¿Hasta qué punto tus iniciales limitaciones gráficas y su posterior superación han condicionado el desarrollo de la trama y de los elementos que presentabas en ella?

Santiago Valenzuela: Creo que en ninguna. De hecho, lo único que ha cambiado es que ahora ya no voy a tumba abierta, enfrentándome con cosas que seguramente me superaban. Quiero decir que el haber alcanzado cierta profesionalidad, cierto mínimo oficio, no me ha hecho atreverme a más cosas, sino, paradójicamente, a ser igual más humilde y menos atrevido, porque ahora soy más consciente de los errores y me duelen más. Aunque por otro lado seguro que hay mil decisiones que uno toma en cada página y hasta en cada viñeta donde ese cambio de capacidades influye, aunque sea de forma casi inconsciente. En la trama no creo que haya influido nada, porque ésta estaba bastante clara desde el principio. De hecho, tengo por ahí apuntes de hace mil años donde se anuncia, con gran ingenuidad, un cambio de estilo para tal o cual nueva línea narrativa, y luego cuando ha llegado el momento ese nuevo estilo, más libre o suelto, pues evidentemente no ha hecho acto de presencia, porque al parecer uno está condenado a hacer siempre lo mismo. Lo mismo sólo que un poco mejor.

Lo de la aguada yo creo que le vino bien a la serie, le dio una cierta atmósfera o espacialidad que era muy difícil conseguir con los rayados del primer tomo, aunque nunca he conseguido prescindir de ellos del todo, de nuevo las manías. De algún modo abrió las viñetas, alargando los fondos o difuminándolos, lo cual añade otro punto paradójico al tema de las distancias, los horizontes lejanos en un sótano cerrado, lo grande y lo pequeño, etc.

Página del tercer tomo (Limbo sin fin) donde se aprecia la profundidad de campo conquistada por Valenzuela a partir de cierto momento
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Toni Boix: Desde el principio Las aventuras del Capitán Torrezno se caracterizan por presentar un exuberante collage de referencias varias, tanto de las distintas artes narrativas como de la moda, la arquitectura y el imaginario popular. ¿Qué buscabas transmitir con semejante melting pot?

Santiago Valenzuela: En principio es peliagudo ese tema de lo que uno intenta transmitir. Por lo general nada, por lo menos en mi caso ya que no me dedico a la historia con tesis, a la pedagogía ni al testimonio. Pero también está claro que incluso en el no tener intenciones ya hay una intención, y luego está la mecánica interna del relato, que se va haciendo en cierta medida por sí sola y plantea sus propias exigencias, aunque sólo sean de coherencia.

Como posible intención subliminal diría que esa mezcla de referencias, aparte de ser muy habitual y fruto del mundo y el tiempo en que vivimos, buscaba tal vez instaurar en el relato una especie de lógica del capricho, o de la arbitrariedad, lo cual tendrá sus implicaciones filosóficas y hasta psicológicas para el que las quiera buscar. Creo que tiene que ver con la base de la historia, que es la de un mundo creado por casualidad y casi a desgana por un viejo funcionario que no sabe qué hacer con su vida, y en donde aterriza como protagonista e hilo conductor de la acción un torrijilla del extrarradio con menos ínfulas épicas que la tómbola de los hermanos trompetilla. A estas alturas de la película sería casi obsceno plantear la ficción como un refugio de orden frente a la realidad, como un orbe cerrado de racionalidad o teleología extraído del caos y el azar que al parecer lo gobiernan todo, y puesto a disposición del lector para que sueñe vivir por un rato entre buenos y malos, premios y castigos. El sótano y el micromundo que acoge son un orbe cerrado, sí, pero también conectado por muchos canales con lo que podemos llamar la realidad, y en él, igual que en la realidad, no hay un sentido ni asoma una finalidad. Esto, visualmente, se traduce en la mezcla de la que hablas, que a veces es una mezcla de referencias culturales pasadas por el túrmix de la parodia y a veces es sólo una especie de collage visual donde dominan el absurdo o el anacronismo. Un lector me dijo una vez que las escenas de batallas y en general todo el batiburrillo visual de uniformes, túnicas y cascos le recordaba a las batallas que se montan los niños con sus soldaditos de distintas referencias, mezclando la caballería de custer con los panzer, y supongo que eso también tiene que ver con el trasfondo de la historia, que siendo la crónica de los desvelos de un demiurgo en pantuflas que juega a ser dios es también, por tanto, una especie de rememoración o análisis de la infancia, con sus privilegios y sus limitaciones, cosa que también asoma en la concepción aventurera y folletinesca del relato.

La iconografía de Star Wars puesta al servicio de Las aventuras del Capitán Torrezno
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Toni Boix: Y en relación con eso, ¿qué referencias gráficas escogiste utilizar y con qué intención a la hora de concebir las grandes ilustraciones que acompañan las disquisiciones metafísicas de la primera parte de Plaza elíptica?

Santiago Valenzuela: Pues ahora mismo no caigo, no recuerdo haberme puesto a pensar en ello ni haber buscado inspiración por ahí, aunque tendría que hacer memoria. Viendo ahora esas páginas, veo algún guiño bastante claro a la película El increíble hombre menguante, en algunas de esas escaleras infinitas que se pierden en las alturas, y poco más. Pero la inspiración casi siempre es involuntaria, al menos en mi caso, y por ahí se habrán colado mil cosas más. La historia del hombre menguante, dicho sea de paso, siempre ha estado detrás de todo el asunto, aparece mencionada muchas veces en los croquis y bocetos previos de donde arranca toda la serie y, aunque luego ha perdido un poco de protagonismo (porque al principio pensaba meter muchas más alusiones) sigue asomando de vez en cuando en cuanto me descuido.

Si te refieres a cosas más concretas como a laberintos y hasta símbolos cabalísticos que puede que aparezcan sugeridos aquí y allá en esas mismas páginas, sinceramente he de reconocer que no están demasiado pensados. Este es un trozo del libro muy discursivo que me daba la oportunidad de dibujar bastante a lo loco, por la ausencia de bocadillos y acción y por el carácter del texto que acompañaban las imágenes, y esas ocasiones las suelo aprovechar, porque se dan pocas veces, para dejarme llevar y actuar totalmente a capricho, con lo cual volvemos a la pregunta anterior sobre la arbitrariedad y el ordenado desorden de referencias y préstamos. Con esto no quiero decir que los dibujos sean como son por casualidad, pues en realidad son bastante monótonos e insisten siempre en cuatro ideas puntuales (sótano, escalones, niveles descendentes o ascendentes, la creación como sistema de cajas) sobre las que el texto vuelve una y otra vez, pero dentro de este bastidor básico, las variaciones y los añadidos, los guiños a las demás líneas narrativas y a otros episodios de la serie sí que entran y salen ya según las leyes bastante libres de la asociación casual y la conexión inesperada, y esto, que repito que no está demasiado pensado, digamos que sí es voluntario, está instigado y favorecido por el autor, que ve en ello no sólo una ocasión de disfrute sino un rasgo fundamental de la serie, del conjunto de su trabajo y hasta del medio en sí.

El increible hombre menguante, sótanos, niveles descendentes o ascendentes y la creación como sistema de cajas
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Toni Boix: ¿Qué te lleva a afirmar que la asociación casual es rasgo fundamental del medio?

Santiago Valenzuela: El cómic es un género mixto o mestizo. En él cabe todo, todas las formas de escritura y todas las de expresión gráfica, absolutamente todas, y el que casi nunca se aproveche esto se debe a los autores y al público, no a las posibilidades que están ahí. Se han hecho muchos más experimentos gráficos que textuales, y hasta cierto punto es comprensible porque los autores suelen entrar en el cómic por la puerta del dibujo, casi nunca por la de la escritura. Lo que quiero decir con lo de la asociación casual es que hay una gran facilidad para cruzar lenguajes y hacerlos interactuar, algo que apenas existe en el cine por la tiranía del ritmo temporal y la no menos pesada de la industria y sus exigencias económicas. En un tebeo puedes meter bocadillos en medio de una ilustración, por ejemplo, puedes poner cosas medio escondidas en el fondo, puedes cruzar voces en off por en medio de una escena sin que pase nada. Se pueden hacer millones de cosas aunque apenas se ha hecho nada. Y todas estas cosas apuntan hacia esa asociación de la que hablaba, es una posibilidad que ofrecen de forma muy obvia, y además está el mismo proceso de realización, que también invita a ello. Un director de cine puede hacerse un listado de exteriores, por ejemplo, y al llegar a la localización se encuentra con una calle o un portal que le sugieren algo, y ese algo puede acabar creciendo hasta tener un papel importante en la película, pero esto es raro que suceda, todo está bastante programado –de nuevo por exigencias económicas-. En el cómic, en cambio, esto es algo que sucede a cada viñeta, en cada fondo y en cada personaje que asoma en él.

Toni Boix: Ya que mencionas el papel que pueden jugar en la trama ciertos aspectos escenográficos, bien es verdad que en las escaramuzas militares que configuran el asedio a Deeneim juega un importante papel la arquitectura del lugar. ¿Cómo fue tomando forma este aspecto del relato y el rol que espacios, utensilios y sus proporciones iban a desempeñar en él?

Santiago Valenzuela: La preocupación por la arquitectura viene incluida por así decirlo en la historia, ya que ésta es, al menos en algunos aspectos fundamentales, fantástica, y como se sabe lo fantástico exige, en primer lugar, verosimilitud, realismo en la representación, por paradójico que suene. Si inventas una ciudad y un mundo, tanto éste como aquélla deben sostenerse por sí mismos, han de tener peso y presencia, y la arquitectura es una forma de lograrlo. Hay otras formas de lograrlo, baste pensar en Fred, que no se preocupa demasiado por este aspecto ni por una verosimilitud o continuidad física de los objetos y escenarios, pero es obvio que Fred es un genio, tiene esa rarísima mezcla de candor y malicia que le permite hacer absolutamente todo, y todo con gracia y naturalidad, y además su obra –me refiero sobre todo a los álbumes de Philemon– está basada en esa premisa de la sorpresa y la incoherencia continua que se hace coherencia más profunda, en la constante animación de lo inanimado y viceversa, en una explosión termonuclear sostenida de la poesía y la imaginación, y todo eso, en suma, está muy lejos de mis capacidades. Yo me quedo un poco a medio camino entre ese talento y otro muy distinto como puede ser el de Schuiten, que es el de la verosimilitud absoluta de lo inverosímil, en su caso con la arquitectura ya casi como protagonista.

Volviendo a la serie del Torrezno, el mismo desarrollo de la historia llevó a ese empacho de templos, palacios y acueductos, pues casi todo transcurre en la misma ciudad y ésta había de conservar cierto parecido, cierta fidelidad a sí misma a lo largo de los distintos tomos, y aunque hay bastantes escenas de interior también hay bastante vida y lucha callejera. En un principio no creía que el asedio se fuera a prolongar tanto, todas las idas y venidas, los ataques y contraataques pensaba liquidármelos en un tomo o dos, infeliz de mí, y por eso al final ya estaba verdaderamente hasta el gorro de Deeneim y alrededores, tenía casi más ganas de destruir que de salvar la ciudad, y me parece que algo de ese fastidio asoma en el epílogo de Capital de provincias del dolor, que no es sólo la despedida de un personaje sino también la mía, hartos los dos. Seis tomos de andar comparando cornisas de basílicas y contando pisos y torres para no meter la gamba acaban por cansar, y aunque en Plaza elíptica todavía he tenido que situar allí un episodio, espero que no se repita.

En cuanto a la relación de Deeneim con el relato y el carácter de la serie, esta ciudad es evidentemente una mezcla de Roma y Jerusalén, es la patria del dios Salem en todo lo referente al templo y la ciudad vieja con sus callejas y su aire oriental y es la ciudad eterna en la parte más moderna, con el Foro y el Palatino y el circo Máximo, todo ello recubierto con una pátina medieval o renacentista que intenta conjuntar un poco el asunto. Y el asedio que sufre la ciudad está inspirado a grandes rasgos en el de Jerusalén del año 70, pero también en el que pone fin a la primera cruzada.

Deeneim a punto de ser doblegada en Capital de provincias del dolor
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Toni Boix: En Limbo sin fin contemplamos una inmensa mortandad, y la tragedia de las muchas vidas perdidas en un rincón olvidado de un trastero cualquiera nos devuelve uno de los temas de la obra: la perspectiva que tenemos de las cosas y la (des)proporción de aquello que experimentamos según respecto a qué lo contextualizamos. ¿De dónde surge tu interés por esta cuestión?

Santiago Valenzuela: Esto que dices de la perspectiva, que sin duda es cierto, yo lo plantearía de modo más simple. Es una cuestión de perspectiva, sí, pero en términos casi literales, matemáticos. En un sótano cabe el mundo, de pronto, se desarrolla un mundo pequeño que, como impulsado por las leyes inmutables, se convierte en parodia y repetición de aquel que conocemos. En lo grande cabe lo pequeño, las diferencias de escala no son finalmente diferencias, de modo que las vicisitudes y los dramas de este mundo en miniatura merecen nuestra atención del mismo modo que los que se dan en la realidad, y aquí estamos viendo la riqueza y las posibilidades de la ficción, de la imaginación y la inventiva, su capacidad para insuflar vida allí donde no la había, como hace Dios con sus criaturas. Pero al mismo tiempo, como ya se ha dicho, el resultado -si es que no la intención- es paródico, lo que surge es repetitivo y chusco, y toda esta floración de vida, vista desde una perspectiva más amarga, no deja de ser un acto de desesperación, la única forma que un viejo funcionario encuentra para dar sentido a su vida y poblar de fantasmas su soledad, y por tanto lo que parecía grandioso vuelve a ser pequeño y privado y nimio, este big bang que eran la creación y la ficción se convierte en un acto de impotencia, forzosamente estéril.

Pero por otra parte, este mito de la creación, esta cosmogonía de un dios o demiurgo en pantuflas se inscribe en y se yuxtapone a otra línea narrativa, que podríamos llamar de la realidad, y con el paso del tiempo ambas tienden a fundirse. Y lo que se advierte pronto es que este otro mundo más amplio, donde tiene lugar la aparición del micromundo y donde más o menos vivimos todos, también es en el fondo pequeño y chusco, también la realidad es chapucera y repetitiva –lo es hasta la náusea, a veces-, de modo que a fin de cuentas hay un movimiento doble, y del mismo modo que decía que en un sótano cabe el mundo, y esa es la esencia y la posible grandeza de la ficción, también podría decirse que el mundo apenas abarca más que un sótano, lo que sería la esencia de la realidad o del desengaño que ésta produce.

Y en cuanto a lo de la variable importancia que pueden tener las cosas según con qué las comparemos y cómo las contextualizemos, pues evidentemente tienes toda la razón, ya decía Demócrito, creo que era él, que todo es convención, menos los átomos y el vacío, y aun esto habría que verlo, igual hasta los átomos son convencionales y relativos y hasta el último sustrato de la materia y la realidad nos niega su microscópico apoyo. Seguramente el mundo iría mejor si se recordase esto más a menudo, habría menos tarado suelto y no andaríamos emprendiendo cada dos semanas una nueva cruzada por la mamarrachada de turno. Basta mirar lo que pasa en el micromundo, estas gentes habitan el último sustrato de la realidad, se desenvuelven en el auténtico culo del mundo y no hacen otra cosa que amargarse la vida mutuamente con guerras y disputas teológicas.

Este tema de la perspectiva, más allá de las manías personales y del temperamento obsesivo o neurótico ya aludido que me impide dejar en blanco un solo fondo, me interesa igual más que nada por la relación que tiene con el medio de la historieta. Porque el cómic es, en buena parte, un asunto de sótanos, de pequeñas viñetas donde cabe el mundo, o por lo menos es el tipo de cómic que a mí me interesa, y por el cual estoy personalmente en el negocio. Su posible grandeza está de entrada en su pequeñez, tanto en este aspecto espacial como en todo lo relativo a su factura técnica, a esa cosa ya un poco extraña a estas alturas de andar ensuciando una hoja en blanco hasta extraer de ella algo que por momentos puede tener la apariencia de la vida. Supongo que es por eso que siempre que en el cómic se trata de introducir algún atajo técnico la cosa naufraga sin remedio.

Toni Boix: Pareces reivindicar cierta fisicidad del medio, a la par que su faceta más primaria y artesanal. ¿Qué excepcionalidad ves en eso y hasta qué punto matizarías la duda acerca de los atajos técnicos cuando tú mismo empezabas la entrevista comentándonos las facilidades que te ha supuesto pasar a una rotulación por ordenador?

Santiago Valenzuela:Veo la excepcionalidad de lo humano, ni más ni menos. También el pensamiento es humano, por supuesto (es lo más humano), pero digamos que el intelecto aplicado prácticamente a una labor que es efectivamente artesanal, táctil, (pero no primaria) me parece que tiene algo de mágico en su humildad y de inimitable en sus resultados, sobre todo teniendo en cuenta que vivimos en un momento donde las mediaciones de todo tipo han oscurecido cualquier contacto entre el hombre y las cosas, lo cual hace de todo trabajo directo algo casi conmovedor. El cómic es la única de las artes populares, quiero decir impresas o de masas, donde perdura algo de esta alquimia esforzada, algo de esta manualidad o fisicidad. No es como la pintura o la escultura, aquí no hay fetichismo del objeto artístico, salvo para los coleccionistas de originales que los habrá, pero sí hay dibujo, que es la base de ambas y de todas las artes visuales.

Y respecto a lo de atajos técnicos como el de la rotulación, bueno, tampoco hay que llevar el culto por lo manual a una especie de fanatismo. La rotulación es un elemento importante, pero no tanto a efectos gráficos como prácticos, y aunque soy consciente de que se ha perdido algo de espontaneidad a veces también me amarga ver los libros antiguos y descubrir palabras que no se leen bien, y eso sí que no puede ser. También meto a veces grises de ordenador, no sólo en los cielos sino en los personajes, tapando o sustituyendo los grises de la aguada del papel, pero todo esto son nimiedades técnicas sin importancia. A lo que me refiero con atajos técnicos supongo que es más a los coloreados por ordenador, y sobre todo a los recoloreados como el que le hicieron al Incal. Ahí veo un choque de lenguajes y la pérdida de una especie de coherencia o inocencia visual. También pueden ser un poco manías de pureta, todo esto, porque yo crecí con los coloristas de la escuela franco-belga y con los tebeos de Corben (que creo que eran muy complicados técnicamente y muy mediados). Pero las recoloraciones con efectos de photoshop de resplandores y brillos en los metales me parecen una horterada infumable, un atentado. Y tampoco me extrañaría nada que dentro de poco aparezcan programas que permitan hacer tebeos realistas sin dibujar, como esas películas de seudo animación que parten de imágenes fotográficas o cinematográficas y luego las estilizan para que parezcan dibujadas, no sé con qué objeto. Eso está al caer, me temo, y será el fin del medio.

Toni Boix: El arranque de la serie se sitúa cronológicamente durante el inicio de nuestra democracia para luego sugerir, en nuestro presente, que personas como Torrezno y Néstor Rija ya no tienen lugar en nuestra sociedad. ¿Este aspecto de tu obra supone una particular reivindicación por tu parte de lo castizo frente a “la modernidad que vino de Europa”?

Santiago Valenzuela: Más que de lo castizo supongo que es una reivindicación del sentido común, o de cierta calma vital que es obvio que se ha ido perdiendo. Torrezno y sus compañeros de andanzas son unos catetos de órdago, son ignorantes y perezosos, y si no son mala gente tampoco es que destaquen por su virtud. Son gente del montón, pero eso sí, no están tarados, que es el cambio me parece más grave que hemos vivido y que no tiene que ver exactamente con la modernidad ni desde luego con la democracia, aunque sí seguramente con la empanada visual y virtual en que nacemos y vivimos. Hoy día ya parece que todo el mundo está mal de la cabeza, y no lo digo en plan metáfora ni creo que exagere apenas, y esta enfermedad global se alienta y se jalea sin empacho ninguno por parte de todos los que pueden hacerlo. Torrezno y Néstor se han dado de bruces con ese mundo, pero como no han nacido en él están un poco más desubicados que nosotros, les choca la frialdad de las costumbres y el egoísmo rampante, y como parias sociales que son han acudido al único refugio que conocen que es el bar, la camaradería más o menos postiza del alcohol, aunque están lejos de ser alcohólicos.

Vamos, que no tengo ningún afán por denostar la modernidad, sólo faltaría eso en un país que lleva un retraso de siglos en casi todo lo más elemental, sería puro masoquismo y ganas de quejarse. Lo que me duele, y supongo que a casi todo el mundo con dos dedos de frente, es que esa modernidad a la que aspirábamos parece que ya no existe en ninguna parte.

Aparte de todo esto, y por seguir un poco con el tema temporal, la cronología interna de la serie me está dando bastantes problemas, precisamente por ese planteamiento de colocar el inicio de la historia en los principios de la democracia. No por el asunto de cuántas generaciones se han sucedido desde que sucedió el milagro de la vida, o de cómo es posible que en sólo veinte años o poco más se hayan desarrollado varias civilizaciones, que eso lo tengo más o menos controlado y ya se irá explicando, sino precisamente por el modo en que esos veinte años afectan a los personajes “de fuera”, en particular al torrezno. Ahora estoy acabando el siguiente tomo, y en el punto álgido de la acción se combinan las correrías de Torrezno por la Estrella de la Mañana, una estación bélica construida por los técnicos para el Khan, con una escena que transcurre en el bar Denver y que muestra a Dios, entre otros parroquianos, siguiendo un partido del atleti en la tele, y a la hora de decir qué partido era ese me he visto en un aprieto. Porque el problema, evidentemente, está en que Torrezno llegó al micromundo hace sólo medio año o por ahí (tendría que ponerme a hacer cuentas), pero mientras tanto en la realidad han pasado ya diez o más, quiero decir en mi realidad y en la realidad donde –se supone, aunque igual es mucho suponer- compite o se arrastra el club Atlético de Madrid. Así que tengo ese dilema, si darle a todo un mínimo de verosimilitud retrasando continuamente la serie y dejándola para los restos en el limbo del año 2001 o 2002, o dejar que se mueva con los tiempos, para lo cual tendría que inventarme algún tipo de burbuja temporal extraña, que no sé además cómo podría compaginar con la cronología adelantada en el primer libro, pues ahí se deja bastante claro cuánto tiempo pasa entre la primera y la segunda venida del demiurgo, y todo lo que ha salido hasta ahora, quitando algún puntual flash-forward, es anterior a ese tope temporal que es la destrucción del micromundo en su forma original. No sé, me jode un poco dejar al pobre Torrezno ignorante del único título europeo conquistado tras décadas de sequía por el equipo de sus amores y dolores. Por no hablar del mundial, tantos años esperando y al final se lo pierde, el infeliz.

Toni Boix: Pues mira, creo que me he perdido, puesto que en el primer número se comenta que pasan 20 años entre la creación del micromundo y la explosión que deja el sotano semienterrado, pero yo había asumido que la serie proseguía a partir de ahí y no con anterioridad a ese momento y, de hecho, más adelante en la serie vemos al funcionario años después de esa explosión. Por no hablar de las escenas con aquella especie de zona cero. ¿Puedes darnos algunas referencias temporales que ayuden a cuadrar las principales etapas de la serie o es demasiado pedir?

Santiago Valenzuela:Yo creí que, quitando algunos flash-forwards que aparecen muy de tarde en tarde, tres en concreto, la cosa se entendía bastante bien. En el primer tomo, Horizontes lejanos, se despliega todo el arco temporal que sería la primera parte de la historia, es decir la que tiene lugar en el micromundo. Porque este libro acaba, concretamente, con la destrucción del micromundo por una explosión de gas que se carga el edificio que está sobre el sótano: esa es la referencia más clara para situar lo demás. Cuando la historia sigue después en Escala real, aparte de que conecta claramente con la última vez que vimos a Torrezno en el tomo anterior, es obvio que todo es anterior a la destrucción del sótano porque si no ya no tendrían mundo en el que estar, serían todo ruinas y cascotes, no existiría ya el ventanuco que les hace las veces de sol y el cielo se les habría desplomado ya sobre las cabezas como a los amigos de Asterix, cosa que no ha sucedido. Y por otro lado, cuando el viejo funcionario hace ese amago de segunda venida al final de Horizontes, cuando vuelve al sótano y descubre en qué se han convertido sus criaturas, vemos que Torrezno se ha convertido en una especie de caudillo de los ejércitos, cosa que todavía no ha pasado. También se ven los desperfectos en el templo de Deeneim por la batalla y el asedio reciente, y al Sumo herido, algo que en ese momento aún no ha sucedido y que no se ve hasta Capital de provincias del dolor.

Lo que puede haber llevado a confusión es la aparición posterior del viejo funcionario, al que hemos visto intentando recuperarse de su amnesia con dos facultativos distintos en dos tomos distintos, pero este es uno de los tres flash-forwards de los que hablaba. El segundo es la línea narrativa de los oficiales yanquis que apareció brevemente al comienzo de Capital y de Plaza elíptica, y el tercero y último es la conversación de Julián con el periodista de Los años oscuros, con la zona cero que dices como telón de fondo, que ya ocurre bastantes años después. Estos son los únicos breves saltos hacia delante que da el argumento, pero todo lo demás, todo el desarrollo de la aventura del Torrezno, es lineal y comienza poco antes del fin del micromundo, un par de años antes o así. Y en esa fase temporal sigue estando la serie. De hecho, la serie siempre va a avanzar así de lineal y ordenadamente, salvo esos atisbos del futuro que son como preavisos y me sirven para ir anunciando cosas y para darle más alegría al conjunto.

Flash forward de Los años oscuros y Plaza elíptica respectivamente
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Toni Boix: En algunas secuencias de la historia y sobre todo en Los años oscuros, sexto volumen de la serie, pareces ensalzar cierta épica de tasca y bareto, presentando perfiles y actitudes que andan cercanos a la exclusión social, ámbito retratado en cómics como Miguel, 15 años en la calle de forma dramática y trascendente. ¿Algo que alegar?

Santiago Valenzuela: Bueno, no he leído ese libro así que no puedo opinar. No tengo un especial interés en reivindicar la marginalidad, y además tendría algo de fariseo porque no he pasado demasiadas penurias y como es lógico doy gracias por ello. Lo que sí es cierto es que, como decía, la supuesta normalidad que nos venden por todos los canales está llegando a tal extremo de idiotez, de cerrilidad y de seguidismo que cualquier tipo de marginalidad o excentricidad cobra visos de milagro. La verdad es que la indigencia, ya sea social o mental, parece ser global y general, así que pronto la única exclusión será la de no estar enterado del último grito en yo qué sé qué genero de utilidad virtual y no poder usarlo para comprar vete a saber qué que lo libraría a uno del abismo existencial de la nada. Los sin techo suelen estar un poco tarados, por lo que sé, porque están muy solos y además beben mucho, creo, pero esa es un poco la tónica general del mundo y de la gente, ese es el mundo que nos venden a todas horas los cuatro o cuatrocientos mil cretinos de la publicidad, a los que también debieron de sacar de alguna celda de castigo antes de matricularlos en el master de turno: deben de estar más solos y más dopados aún que el resto, de ahí su filosofía vital.

Lo que se dice en el tomo al que te refieres hay que verlo un poco con perspectiva. Es Zurraspa el que habla, que siempre ha tenido un poco ese prurito de autenticidad no muy bien entendida, consecuencia de su apaleada existencia, y además lo hace en un futuro bastante lejano, en un Madrid que se le ha vuelto tan ajeno como ese cráter que la municipalidad, por oscuras razones burocráticas o argumentales, ha desistido de tapar. Julio César Cienfuegos se ríe bastante de esta desastrada bohemia en El lado amargo, y los mismos Torrezno y Néstor de los que habla en esta charla con el periodista no sé si estarían muy de acuerdo con los motivos que les atribuye. Ya digo que no tienen nada de marginales, ni siquiera son unos borrachos, por suerte, porque entonces serían un coñazo, sólo son unos gañanes arrastrados por la historia y el marketing, y si no fuera porque algún númen superior tuvo el detalle de introducir en sus vidas el micromundo, éstas se habrían disuelto en la pura nada. Y torrezno en concreto me parece tan alejado de cualquier dramatismo que veo difícil cargarle estas responsabilidades u heroicidades, bastante tiene además con lo suyo.

Toni Boix: Veo que te reiteras en señalar como causa de la estulticia social a parte de los avances tecnológicos que nos venden como imprescindibles. Sin embargo, en tu serie son precisamente algunos de esos milagros técnicos que se cuelan desde nuestro mundo al micromundo los que salvan a Torrezno y su cuadrilla de muchas papeletas. ¿Por qué motivos crees que la evolución técnica está repercutiendo negativamente en nuestra sociedad y en qué medida la función que juega en tu historia tiene más que ver con la lógica del relato que con tu posicionamiento ante este tema?

Santiago Valenzuela:Bueno, en primer lugar los inventos e innovaciones de Torrezno son unas chapuzas increíbles que rozan lo naif, y están ahí por pura lógica del relato en plan Un yanqui en la corte del rey Arturo, aparte de por dar pie a los chistes que salgan. En segundo lugar en la serie ya hay unos personajes que simbolizan los avances técnicos y en general la tecnología desmadrada, que son obviamente los Técnicos, una raza disociada del común de los micromundanos que irá ganando protagonismo muy rápidamente en la historia, y es ahí, será ahí donde pueda verse si acaso alguna crítica más coherente a esto de los avances. Y en tercer lugar no señalo en absoluto a la tecnología como causa de nuestros males, las chuminadas técnicas que nos rodean a veces son útiles y por lo general sólo sirven para resolver problemas que ellas mismas provocan, pero proclamar que eso es la causa de nuestro colapso inminente o nuestra estulticia sería como decir que el ser humano se está atrofiando muscularmente por culpa de los mandos a distancia: un puro despropósito. El hecho de que la gente pierda el culo por algunos aparatitos o se pase el día haciendo la crónica en tiempo real en facebook de sus paseos por la casa es obviamente una consecuencia de nuestra majadería, en modo alguno su causa, aunque luego la realimentación también hace lo suyo. La causa última es el vacío, porque sólo quien vive en el vacío y en la angustia y la soledad (aunque esté rodeado de gente) puede estar dispuesto a llenarlo con lo primero que le ponen a tiro, sean los cursos de cocina on-line o la pertenencia al club de fans del artista antes conocido como Phil Collins. El problema no creo que sea para nada la tecnología, ni siquiera la manía de comprar chorradas, ni siquiera, diría, el hecho de que la vida tienda a considerarse como una pequeña condición biológica necesaria para consumir. El problema es que no haya grandes razones para vivir, porque si las hubiera uno jamás se tragaría la primera moto que le vende la propaganda, que precisamente vende primero y ante todo esos sentidos de la vida postizos y pueriles, comprar, pertenecer, etc, igual que antes vendía identidades nacionales o sociales y religiones. La tecnología es simplemente un síntoma entre tantos, como la violencia en el deporte y las sectas apocalípticas, pero claro, con lo de Internet y el mundo virtual en general la cosa es un poco más deprimente porque la soledad, la frialdad y la deshumanización quedan ya demasiado a la vista.

Como salvar el día con un simple mechero en Capital de provincias del dolor
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Toni Boix: Aunque me consta que estás titulado en Bellas Artes, el abordaje que haces en Las aventuras del Capitán Torrezno de diversas cuestiones filosóficas, metafísicas y teológicas no es para nada el de un profano; antes bien, el de alguien que ha profundizado no pocas veces en estas disciplinas. ¿Cuál ha sido tu vía de exposición a estas parcelas del pensamiento?

Santiago Valenzuela: Pues no sé, creo que ese concepto del profano es peliagudo. Yo sí creo que es el abordaje de un profano, es decir lo sé, porque soy yo. No es que tenga demasiado ordenada la cabeza y, dejando de lado cuatro cosas, apenas tengo nada claro, lo cual también me parece comprensible. Y además, a un escritor de ficción pienso que tampoco habría que exigirle demasiada coherencia, ya que lo que ofrece no es un ensayo cargado de claves con que descifrar el mundo, y si por descuido se le escapa alguna ésta debería ir más o menos integrada en el relato, ser dudosa y más o menos coyuntural.

El problema, naturalmente, es que ser profano ya no se sabe muy bien qué significa exactamente desde que vivimos sumergidos en la cultura de masas. Ahora mismo ser profano no es tener sólo una ligera idea o unas pocas nociones de esas disciplinas que mencionas, sino, al parecer, directamente no tener ni zorra idea, no sólo de algunos campos en concreto sino absolutamente de todos, a excepción de algunas series de televisión, de las alineaciones de Mourinho y de los últimos cotilleos, que ahí hay por supuesto auténticas erudiciones, extensas y apasionadas, completamente inútiles y deprimentes. Por eso ya casi hasta resulta raro que alguien pueda citar con alguna soltura o que su reserva de homenajes –que apenas pilla nadie- vaya más allá de la referencia cinéfila. Todo esto es por la desaparición de la cultura libresca, no hay que darle muchas vueltas, una desaparición fomentada con gran interés por los cretinos de siempre. Mi vía de exposición a esas parcelas de pensamiento que dices, insisto que bien superficial y desordenada, totalmente profana, es básicamente la literatura.

Toni Boix: Cogiendo al vuelo el tema de tus citas y homenajes, ¿los usas tan solo como guiño y, en última instancia, para remarcar esa familiaridad de tendencias entre el micromundo y nuestro mundo o has pretendido volcar en tus referencias algunas claves de comprensión de la serie mucho más concretas?

Santiago Valenzuela:Pues sí a todo. Sobre todo las uso como bromas personales, como referencias irónicas que contribuyen al tono de la historia, pero ello a veces redunda en esa familiaridad que dices y que me gustaría que fuera constante entre la ficción y la realidad, entre la historia y lo que queda fuera de ella. Aquí seguramente peco de ambicioso, porque en último extremo eso supone que en la serie se refleja el mundo entero, o al menos la pequeña parte de él que yo he recibido como herencia cultural, y con eso volvemos ya al tema de antes de la perspectiva, del relato como espejo donde cabe todo.

Yo tampoco le doy mucha importancia a lo de los guiños y citas, aparte de las veces en que sirven para recalcar este rasgo consustancial a la serie. La mayor parte de las veces los meto un poco a lo loco, es una especie de vicio puramente profesional, algo que ayuda a seguir cuando una página se hace cuesta arriba o me parece que queda sosa, entonces uso los juegos de palabras que me salen al paso, un poco como quien canta una canción y le va cambiando la letra, etc.

Y alguna vez, como dices, sí que las he usado para anticipar alguna conexión narrativa o alguna clave de la historia, pero en general de forma tan lateral y escondida que es imposible que nadie lo pille, así que aquí se trata más que nunca de una broma personal. Se me viene a la cabeza un ejemplo de esto en el primer tomo, cuando el viejo funcionario está leyéndoles por la noche a sus criaturas, todavía en pleno idilio edénico. El pasaje que les lee es una especie de premonición lejanísima de lo que será el argumento de la tercera y última parte de la historia, es un fragmento de una novela de Wells no demasiado conocida que es, en gran medida y con los habituales injertos y añadidos, la falsilla sobre la que escribí o aboceté esa parte de la serie. Y lo que me hace gracia sobre todo, quizá, es que en él el propio Wells, para contextualizar temporalmente su relato y bromeando consigo mismo, alude precisamente a otra novela suya anterior y más famosa, con lo cual hay una especie de juego de espejos interminable y sugerente.

Toni Boix: Volviendo al tema de las cuestiones filosóficas, las diatribas sobre este tipo de temáticas ocupan partes extensas de la serie e, incluso, en Plaza Elíptica la presentación de diversas cosmogonías copa el corazón del libro. ¿La presencia de estas temáticas en la serie es más bien fruto de tu interés por ellas u obedece a la lógica interna del relato de esta obra?

Santiago Valenzuela: Imagino que obedece a ambas razones. Por un lado, volviendo a la mencionada coherencia interna del relato, si creas un mundo no basta con darle una experiencia exterior, no basta con ensayar ropajes y arquitecturas, hace falta darle también un pensamiento, ponerse en el lugar de sus habitantes, algo mucho más importante y difícil. Y como este mundo tampoco es en realidad nuevo sino una parodia o impostura del viejo, del nuestro, ello me permite jugar con ciertos paisajes espirituales o ideológicos que sí, me interesan, pero me interesan más aún porque se acoplan bien a este universo nuevo o paródico o, más exactamente, porque vienen a resaltar la estrecha relación que hay entre realidad y fantasía, las pautas que se repiten invariablemente en los dos ámbitos, y ahí entra claramente todo el asunto de la gnosis, sobre el que algún día tendría que pensar en documentarme con más seriedad.

Tanto en Capital de provincias del dolor como en Plaza elíptica no son extrañas las disquisiciones metafísicas
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Toni Boix: Puestos a hablar de la lógica interna que ¿deben? tener los relatos, resultan extraños los giros que da la serie en cuanto a tonalidad y enfoque. ¿Reflexionaste sobre esos cambios a medida que la serie iba creciendo y sentiste que la obra los podía acoger sin desmoronarse o simplemente –como narrador- te dejaste llevar?

Santiago Valenzuela: No reflexiono mucho sobre eso, la verdad. Pero tampoco puedo decir que vaya improvisando, porque la serie nació casi entera, por así decirlo. En un par de años escribí casi todo lo fundamental, lo que ha aparecido hasta ahora y lo que queda por venir que es mucho más. Luego he añadido mil cosas, pero son cosas que en gran medida venían dadas, que tenían ya su hueco reservado sólo por los condicionantes del planteamiento inicial. Pero también comprendo que soy el único que tiene en mente el conjunto, y que por eso alguien que sólo vea lo que hasta ahora le he dado pueda a veces desconcertarse. Y bueno, que estamos hablando, en gran medida, de un folletín, un relato que serpentea y caracolea sobre sí mismo, eso tampoco hay que olvidarlo. En ese sentido sí me dejo llevar, aunque no pierdo nunca de vista a dónde quiero llegar, más que nada porque la cosa se me fue de madre hace mucho y junto al placer de inventar está ya siempre muy presente el temor a que no me dé tiempo a contar ciertas cosas que me hacía ilusión contar.

Lo que dices respecto a si la serie puede acoger esos cambios y muchos otros que vendrán, pues lo cierto es que ese es un poco el ánimo y el sentido de la serie, prácticamente su esencia. La serie me la planteé desde el principio como un saco donde cabría todo, todo lo que a mí me interesa del medio, todo lo que quería contar y dibujar, y esta idea original se ha reforzado con el tiempo por razones prácticas, porque cada vez veo más difícil hacer otras historias tipo El lado amargo o El gabinete del doctor Salgari, no por falta de ganas sino de tiempo. Viendo todo lo que me queda por contar en la serie se me hace muy cuesta arriba meterme con otras cosas que al final, por muy expeditivo que quieras ser, suponen siempre medio año de trabajo como mínimo. No poder llevar la serie hasta donde quiero sí que me da miedo, no el que la cosa pueda desmoronarme, como dices, porque repito que esa es su esencia, un globo que se hincha más y más y se bifurca y se complica. Y de todas formas tampoco soy tan suicida a la hora de meter cosas, todo lo que se cuela tiene más o menos algo que ver con la historia, tanto si viene de una lectura sobre la decadencia del imperio romano como de un documental sobre fauna abisal, va todo un poco por el mismo lado.

Toni Boix: Por cierto, ¿en Horizontes lejanos existe cierta malicia de tu parte cuando decides que sea el mismo personaje quien desempeñe los papeles de Dios y de tentador en tu particular versión del Génesis?

Santiago Valenzuela: Parece inevitable que los habitantes del micromundo, creado por un funcionario desganado en un ataque de regresión infantil, hayan acabado por concebir el universo como un acto fallido, y que desprecien a su Creador como ente subalterno y chapucero, y que por tanto deriven hacia unas construcciones filosófico-religiosas cercanas al gnosticismo (y si uno lo piensa, ¿en qué se diferencia su situación de la nuestra?), como ya apuntaba antes. Sin embargo, a pesar de la evidencia repetida de que el universo es fallido, de que no hay ayuda que esperar de fuera o de arriba y de que la vida nos la jodemos unos a otros sin necesidad de ninguna colaboración ultraterrena, la mayoría de sus habitantes sigue soñando con un Padre que enmiende sus pasados errores, ponga fin a su insultante absentismo laboral y traiga una nueva edad de oro (y de nuevo la cosa nos resulta familiar). En el episodio concreto en que se cuenta esto que dices del tentador que es a la vez verdugo, juez y parte, me salió una cosa que me pareció divertida de mezclar el relato más o menos clásico del Génesis con una especie de tragicomedia casi costumbrista, es decir, hacer de Dios un tipo despistado que se mete a Creador sin saber muy bien lo que se hace y que enseguida se ve desbordado por los acontecimientos, y lo que me pareció más interesante fue jugar con esa dicotomía de amor y odio, de generosidad y mezquindad, de ahí el énfasis psicológico en sus terrores de ser abandonado o no correspondido por sus criaturas, su ira infantil y su arrepentimiento final cuando ya es demasiado tarde.

Pero en realidad la versión que doy del Génesis creo que es la única que a estas alturas se puede dar, la que está en el aire si es que está alguna, la única que podríamos llamar nuestra. Es decir, la de la soledad. La soledad de dios que tiene que crear el mundo para soportar su propio aburrimiento, y jugar luego con su producto a quién sabe qué juegos y según qué reglas, la soledad de sus criaturas que se sienten estafadas pero aun así no tienen otro camino que rogarle y suplicarle, y la soledad final de cualquiera que se pare a reflexionar un momento y comprenda que no hay dios que valga. Parafraseando a Orwell, podría decirse que todos los hombres están solos, pero algunos están más solos que otros. Aunque en realidad los habitantes del micromundo están un poco menos solos que nosotros, ya que su dios, chapucero o no, al menos existe.

De todas formas el asunto de la religión es bastante secundario en la historia. Ahora igual parece que ha cobrado fuerza porque en el último tomo sirve de hilo conductor para ir introduciendo las distintas líneas narrativas, pero tardará en volver a aparecer. Intento utilizarlo como pórtico de la narración, que así va de lo general y abstracto hacia lo concreto, de lo teórico a lo práctico y de la cháchara a la acción, y me sirve además como elemento ralentizador cuando se trata de hacer parada y fonda, o una recapitulación como en el caso de Plaza elíptica. Algunos lectores me han dicho que echaban de menos todo el rollo cristiano del primer tomo, y comprendo que haya quien se apasione con estos temas y estas parodias, o quien necesita de un contenido sesudo o siquiera “adulto” para leer un tebeo y no avergonzarse de ello, pero a mí me interesan también muchas otras cosas, no tuve una infancia traumatizada por los curas, ni por asomo, y no tengo intención de pasarme la vida haciendo burlas sobre esas formas de locura colectiva conocidas como religiones.

Toni Boix: En la serie tampoco son extrañas las escenas que presentan largos debates político-militares, tanto en Limbo sin fin, el tercer tomo, como ahora en Plaza Elíptica. ¿Eres un autor selectivo para con sus lectores y por eso no temes darles de vez en cuando algunos huesos duros de roer?

Santiago Valenzuela: A lo largo de estos años he tenido que aguantar quejas de todo tipo, consejos, advertencias, admoniciones y casi hasta amenazas a cuento de los debates estos, de las charlas y en general de la abundancia de texto, así que a estas alturas ya me resbala totalmente. Decía antes que el móvil de la serie, para mí, es meter todo lo que quiera y se me ocurra, y si bien esto no significa que sea infalible como el Papa de Roma, lo que no considero de recibo es que la gente se queje de que haya demasiado texto. Es como si se quejaran de que hay demasiadas viñetas, o demasiadas páginas, o demasiadas hojas de hierba dibujadas en las escenas campestres. ¿Qué hace esta gente cuando se lee un libro sin dibujitos? ¿Se marea, tiene sudores? ¿Y en el periódico, se leen sólo los pies de foto, echan de menos bocadillos que engloben los titulares? Si me dijeran que lo que cuento es ocioso o repetitivo, pues vale, soy consciente de que a veces se me va la mano y acabo explicando las cosas dos veces, pero no es desde luego la norma. Aquí entramos en un tema aburridísimo sobre lo que es cómic y lo que no, sobre el entretenimiento y la rapidez de la narración, y no creo que valga la pena seguir por ahí.

Y desde luego no es mi intención dar huesos duros de roer a mis lectores, simplemente creo que a ellos les interesarán las cosas que cuento. No porque compartan mis manías, que eso sería una endogamia absurda, sino porque, al contrario, tal vez les pueda sugerir o descubrir algo. A mí lo que me parece un hueso duro de roer son las llamadas películas de acción, por ejemplo, o las de superhéroes que son como la versión ya demencial del género, o el costumbrismo contemporáneo sobre jovenzuelos que descubren que el lanzamiento de un nuevo ipod no es suficiente razón para vivir, eso si que me parece insoportable y por eso no me voy al cine a ver un bodrio de esos, así que los que opinen lo mismo de una historia donde la gente habla sin darse demasiados mamporros ni volar por los aires pienso que deberían hacer lo mismo y no empeñarse en leer mis tebeos; no es una de esas lecturas obligatorias de la escuela, nadie se lo va a tener en cuenta.

Fragmento de una de las minuciosas escenas dedicadas a la estrategia militar en Plaza elíptica
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Toni Boix: A la par, ¿te ha resultado complicado encontrar fórmulas narrativas y compositivas que facilitasen el seguimiento de la trama y la penetración de sus matices en el lector? (ej: cuando en el tomo tres los planes del shogun y Torrezno se nos presentan en paralelo)

Santiago Valenzuela: No creo que la serie se distinga precisamente por su complejidad narrativa o estructural. Bueno, no creo que se distinga por su complejidad a ningún nivel, pero con eso volvemos a lo de los huesos duros de roer y a la pereza del lector de cómics medio, su delicado paladar, su tremendo bagaje cultural, etc… Casi siempre uso lo mismo, simples contrapuntos que hacen avanzar la acción o la historia en los distintos planos, y una vez hecho esto ya sólo se trata de dar el pie con cierto ingenio, es decir lograr que cada nuevo giro, cada caída del telón por así decirlo, cada vez que una línea narrativa da paso a otra, ello se produzca con alguna gracia con algún sentido, y eso lo suelo hacer tirando del humor, como en la charla cosmogónica sobre las distintos niveles de la realidad y los ángeles o demonios que los guardan, que termina con una mención de Anubis, el dios de cabeza de chacal que vigila el ventanuco y juzga a las pequeñas almas del sótano que a través de él buscan la luz y la realidad de una calle de Madrid, y acto seguido y a vuelta de página encontramos a De Cult, alias Cuqui, el can intelectual, el chucho sarnoso con boina y gafas que acompaña a Julián en sus periplos y que en esos momentos se alivia contra una farola. Esto de conectar cada línea de la historia me resulta bastante fácil, seguramente por la cantidad de variaciones posibles, o quizá por la monotonía esencial de la historia, que a veces parece ir sola. Quiero pensar, también, que ello le da una mayor riqueza al asunto, lo liga todo como las salsas, aunque también es verdad que a veces me envicio. Ya me ha pasado más de una vez que cambio todo sólo por una conexión que me hace gracia, y de hecho en el borrador general del guión hay miles de casos como este, en plan: “aquí conectar con…”; al final está todo tan conectado que en cada álbum tengo que sacrificar la mitad de estas bromas o efectos teatrales, porque a fin de cuentas cada capítulo sólo puede conectarse con el anterior y el siguiente, no con todos. Esto se debe un poco también a que el guión, aun estando esbozado casi por entero desde el principio, ha ido creciendo mucho a lo largo de los años, y muchas veces apunto conexiones y juegos de espejos de estos que ya ni tienen sentido, no caben ya.

Toni Boix: Llegados aquí, queda claro que la trama de la serie se va expandiendo y debo confesar que me ha causado sorpresa oírte decir que Deneeim, la religión y las diatribas militares o teológicas no constituyen la entraña de esta obra. El detalle y la amplitud de desarrollo que les has dado parecían sugerir parcialmente lo contrario. Dicho esto, ¿encuentras a faltar ese rigor y detenimiento con el que tú abordas los temas que aparecen en tu obra en el grueso de la producción historietística del momento?

Santiago Valenzuela: Bueno, Deeneim constituye la entraña de los primeros seis tomos, y el entramado religioso e ideológico de su civilización va a seguir siendo importante, para empezar porque es el bando en el que ha caído Torrezno y no parece que vaya a desertar de él. Pero el otro bando irá ganando protagonismo, con sus tierras y países y sus propios delirios religiosos. Y los técnicos irán acaparando más espacio.

En el grueso de la producción historietística echo de menos bastante rigor y detenimiento, sí, pero también echo de menos muchas más cosas. En los tebeos supuestamente adultos y personales me parece que falta un poco de nivel gráfico, algo de curiosidad e inventiva visual más allá de los estilos personales que suelen ser bastante acomodaticios, pero sobre todo falta escritura, pericia verbal. Por lo general veo que falta maña para desarrollar los diálogos o las acotaciones, incluso en las raras ocasiones en que parece haber algo que contar. Me refiero a simple familiaridad con el lenguaje, capacidad para decir lo que uno quiere decir.

Escena del próximo volumen (pendiente de publicar) donde se observa el mayor protagonismo de "los técnicos"
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Toni Boix: Yendo a cuestiones más prosaicas, ¿por qué decidís “encofrar” los seis primeros números de la serie y habéis optado por cambiar el formato de este séptimo?

Santiago Valenzuela: La idea de la caja me parece que era obvia, aunque igual desde entonces hasta ahora se ha hecho más habitual lo de encuadernar juntos todos los tomos en un integral, lo cual está bien pero también suele ser una putada para los que se compraron los libros sueltos, se perdieron alguno y luego como el tocho funciona mejor ya no se reeditan jamás los sueltos. También es señal de que la industria crece de alguna forma, supongo, pero en ese momento al menos la cosa estaba fuera de nuestro alcance, así que lo de la caja era un detalle, una especie de regalo o extra para el lector fiel, y me parece bien.

Luego lo del cambio de formato es por otra razón, también bastante obvia. Llevaba seis libros embutiendo en cada página viñetas con multitudes y filigranas neuróticas, seis años peleándome con los márgenes por arañar un milímetro, y cuando salió Nietos del Rock and Roll y resultó que era posible aumentar el tamaño, pues no vi razón para no aplicar eso mismo al Torrezno, que es un tebeo mucho más saturado. Aunque sea poco, se agradece ese espacio ganado, los márgenes son por fin decentes y todo respira más. Y así seguirán siendo los nuevos tomos, claro, para poder meterlos a su vez en una nueva caja cuando llegue el momento. Supongo que nadie se tirará de los pelos porque en la estantería la torreznomaquia le forme escalón, aunque conociendo el percal tampoco me extrañaría, hay mucha gente rara por ahí.

Toni Boix: Con el considerable número de páginas y páginas y textos y textos sobre lo humano y lo divino que has ido acumulando en Las aventuras del Capitán Torrezno, me resisto a creer que seas de los que prefieren plantear preguntas antes que dar respuestas y me animo a interrogarte sobre cuánto hay en esta serie de tu manera de ver las cosas.

Santiago Valenzuela: Insisto en lo de no perder de vista que se trata de una obra de ficción, no de un ensayo ni un diario íntimo, así que lo que el autor pone en boca de los personajes no tiene por qué responder necesariamente a sus ideas o recetas para la vida, tampoco lo que dicen las voces en off más o menos anónimas que se dejan oír alguna vez. Mi manera de ver las cosas, sea cual sea, estará siempre presente, pero creo que no hay que darle más importancia que a mi manera de dibujar las caras: es algo mecánico, rutinario, un compromiso entre las aspiraciones sublimes de uno y sus terribles limitaciones técnicas e intelectuales, una serie de vicios adquiridos y de lecturas mal asimiladas. La serie del torrezno está muy encorsetada y dirigida por los planteamientos iniciales, por su misma condición de historia de género y de aventuras. Mi forma de ver las cosas, si es que existe, creo que está más presente en las historias de El gabinete del doctor Salgari, por ejemplo, o en El lado amargo, que sí tiene más de declaración de intenciones.

Toni Boix: Pero, aunque afirmas que tu deseo con Las aventuras del Capitán Torrezno era generar un vehículo que te permitiese articular todo lo que te interesa del medio y cualquier temática que te motivase… y pareces reivindicar una y otra vez que tu intencionalidad con la obra obedece al simple placer de contar, sí que estás abordando unos temas concretos en detrimento de otros e, incluso, en detrimento de ese otro tipo de obras más personalistas. ¿Cuáles son esas cuestiones que programaste abordar desde Torrezno y por las que demuestras ciertas ansias de poder llevar la serie hasta su conclusión y qué es lo que te interesa del medio?

Santiago Valenzuela: Sí que hay una elección, o muchas, y una de ellas puede ser, como dices, ese ir en contra o a contracorriente de esas obras más personalistas que dices. Y ahí quizá haya un poco de orgullo por mi parte, incluso de soberbia. Pero es que a mí esas obras personalistas me suelen parecer bastante impersonales, formularias y repetitivas. Lo confesional y lo intimista en general no me parece que encuentre un acomodo demasiado natural en el cómic, me parece que para esos temas es mejor vía de ataque la escritura, por ejemplo, pero allá cada cual. Enlazando con la segunda parte de tu pregunta, me parece que sí hay cosas propias del cómic, temas en los que la forma y el fondo encuentran la armonía necesaria, del mismo modo que el cine busca el realismo incluso cuando parece huir de él. El campo de acción del cómic no me parece que sea el realismo, y a partir de ese descarte inicial estarían los temas que a mí me interesan. Que son los mismos temas de siempre, por otra parte, los mismos de la literatura y el cine y del videoarte, pero con un enfoque peculiar. En el fondo El garaje hermético no habla de cosas distintas que los Episodios nacionales, pero a mí me interesa más El garaje hermético.

Lo del ansia por llegar a poder concluir la serie es ambiguo, porque también tengo una especie de manía infantil de no querer que acabe la serie, que nunca termine el relato, y digo infantil porque será consecuencia de mi frustración como lector cuando era un chaval, la decepción que suponía ver terminar un relato, descubrir que ese mundo en concreto quedaba cerrado. O la decepción de ver cómo ciertos personajes y series iban perdiendo fuelle y se devaluaban, como en el caso de Valerian.

Toni Boix: Siete volúmenes ya y, a tenor de esos cambios de tonalidad que mencionábamos antes y de la capas y capas que le has añadido al relato, el Capitán Torrezno del primer número parece un pariente lejano del de esta Plaza Elíptica. ¿Te sientes todavía cómodo con la serie y con tu criatura y ves en ellas el espacio suficiente como para seguir entusiasmándote con su vicisitud?

Santiago Valenzuela: En la serie sigo viendo lo que buscaba desde el principio, un cajón de sastre donde meterlo absolutamente todo. Puede parecer, después del último tomo publicado, que el Torrezno ha quedado un poco desplazado o marginado como personaje, y que la historia avanza un poco a su pesar o pasando de él, pero ello es sólo por la estructura narrativa, porque este libro es una especie de pórtico y reformulación, y en esas alturas etéreas es verdad que el Capitán se pierde bastante. Pero en el tomo siguiente vuelve a ser protagonista absoluto y todo gira alrededor de su peripecia. A mí no me parece que como personaje haya cambiado tanto, casi diría que no ha cambiado nada, o que en todo caso no ha cambiado menos el mundo que le rodea. Y si hubiera cambiado tampoco pasaría nada, sería una forma de identificarse o equipararse, por fin, con su creador y con sus lectores, que al cabo de diez años habremos evolucionado mínimamente, espero. El capitán es un mero canal, un maestro de ceremonias que va introduciendo a otros personajes y da pie a situaciones, no tiene psicología alguna o tiene una psicología real, no literaria, y en el fondo es como todo el mundo, un alma de cántaro que apenas sabe nada de sí mismo y lo poco que sabe es mentira. Su inanidad, su falta de personalidad y su dejarse llevar igual son el único elemento de realismo de la serie, y ahí está su papel como contrapunto a la fantasía. Pero la clave de la serie no está en su vicisitud, y aunque tengo escrita la explicación de cómo y por qué llegó al micromundo, y aunque me divierte imaginar cosas sobre su pasado y jugar con el contraste que le da a los devaneos épicos tampoco es ese ni mucho menos el motor de la serie, sólo una más de entre las interrogantes que forman el conjunto. La verdad es que es un tipo del que no sé casi nada.

Toni Boix: Mencionabas antes que a un escritor de ficción tampoco habría que exigirle demasiada coherencia. ¿Qué debería exigírsele, según tú?

Santiago Valenzuela:Que abra una ventana a los lectores, imagino. Que sea capaz de enriquecer el mundo mínimamente. Y que lo haga de forma honrada, que no prometa más de lo que va a dar, que no sea efectista ni perezoso, que no enrede para luego dejarte en la estacada. Que tenga imaginación y sepa sacarle partido, que conozca su oficio y sus reglas o que sepa inventarse unas reglas nuevas y comunicables, que no sea arbitrario. Aparte de eso no creo que deba o pueda exigírsele nada más, porque claro, si entramos ya en delicadezas como que deba ser entretenido ahí ya nos perdemos, la mayor parte de lo que la gente considera entretenido a mí suele parecerme insufrible, y no digamos ya si hablamos de diversión y de humor, el mundo está llenos de humorismos sin gracia. Pero está bien que uno intente ser entretenido o divertido, según en qué campos, yo desde luego lo intento, pero no intento serlo en general o a ultranza, ni sobre todo para todo tipo de públicos porque eso es imposible.

Toni Boix: Te has pronunciado con bastante contundencia acerca de que “en la realidad, no hay un sentido ni asoma una finalidad” y que ésta es “chapucera y repetitiva”. Por el contrario, luego reconoces que, dejando de lado cuatro cosas, apenas tienes nada claro, que te interesan ciertos paisajes intelectuales y que tu trabajo tal vez les pueda sugerir o descubrir algo a los lectores. Finalmente, muestras a las claras tu rechazo a la virtualidad que nos envuelve y con la que pretendemos ahuyentar el abismo existencial de la nada. ¿Dónde debemos ubicar pues a Santiago Valenzuela y hacia dónde les señala su mirada a los lectores? ¿En el más puro nihilismo? ¿En un cierto existencialismo? ¿En la celebración de la inmanencia como única realidad que nos pertenece y que, por tanto, debemos degustar con plena conciencia? ¿En la búsqueda?

Santiago Valenzuela: Bueno, no creo que haya que ubicarme en ninguna parte, ni a mí ni a nadie. No tiene sentido ni sirve de nada. Todas las opiniones e ideas que uno tiene son prestadas, vienen de fuera y se van pescando con el tiempo, y está bien que así sea, sería terrible nacer con el materialismo dialéctico metido dentro de serie como un segundo hígado, hay que irse haciendo poco a poco, y aunque el resultado final no pase de cierta confusión endémica eso es mejor que cerrarse en banda y considerar que ha dado uno con la clave de todo, eso es la pura locura, es cómodo pero también es pobre y triste. En estos tiempos tratar de definirse o situarse es algo ya un poco de cachondeo, como pedir el ingreso en alguna especie de tribu urbana.

Aparte de eso, que en la realidad no haya sentido ni finalidad también es algo que agradecer, si no esto sería una especie de juego de mesa, sin duda muchos querrían que lo fuera pero no es mi caso, ello no me produce ningún temblor existencial ni nihilista. Y sí, es repetitiva y chapucera, pero por la simple razón de que la única realidad que existe es la nuestra, la que nosotros nos hacemos, no hay otra, y en general no se puede decir que nos hayamos lucido, en general el mundo lo han moldeado y siguen moldeándolo los cretinos, los pelmas, los medrosos y los aterrorizados, y así nos va. Pero no es algo que venga escrito en el adn, como pretenden los cristianos y los neoliberales, no está escrito que siempre tenga que triunfar el mal, es decir la estupidez y el miedo. De hecho el mal triunfa porque recibe grandes, inmensas inversiones, de dinero y de tiempo, de neurótica voluntad empecinada. Habría que recordar esto siempre que se repiten frases fatalistas del tipo “mejorar las cosas cuesta mucho”.

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David Fernández
14 julio, 2011 12:39

Tremenda entrevista, Toni, enhorabuena. Ídem en lo que se refiere a Valenzuela: no da puntada sin hilo, y en cada entrevista que concede se desmarca con reflexiones realmente interesantes.
Un saludo!

Stasis
Stasis
14 julio, 2011 12:46

Las aventuras del Capitán Torrezno es uno de los mejores comics que he leído en la actualidad. Se lo recomiendo a todo el mundo que esté ávido de buenas historias. Felicidades por la entrevista.

Torrezno 4ever!!!!

TigreHobbes
TigreHobbes
Lector
14 julio, 2011 14:25

Q grande es el capitan Torrezno. Para mi el mejor comic español q me he leido. Pruebenló xq merece la pena apoyar a autores así.

Elzuri
Elzuri
14 julio, 2011 15:32

Por favor que reediten pronto el capitán torrezno que solo pudé leerme el primero y me encantó. Muchas gracias Santiago.

TigreHobbes
TigreHobbes
Lector
14 julio, 2011 17:54

por si os sirve de algo yo este año me los he pillado todos menos los dos primeros

José Torralba
14 julio, 2011 18:45

He tardado pero, madre mía, por fin he conseguido llegar al final. Ahora aquí es cuando pondría un adjetivo grandilocuente con el objeto de loar las preguntas de Toni, las respuestas de Valenzuela y los tomos de Torrezno, pero no creo que ninguno hiciera justicia al sentimiento. Así que imaginaos lo mejor, y eso será. Un abrazo y muchas gracias a los dos por esta tarde lectura.

José Torralba
14 julio, 2011 19:00

Voy por el cuarto. Y Toni, hombre, ¿crees que no te escucho? Generalmente te suelo hacer caso 😛

Oscar
Oscar
Lector
15 julio, 2011 11:38

Gran Entrevista!!! Si Señor!!!
 
Santiago Valenzuela es un pedazo de AUTOR, con mayusculas… Y la obra del Capitan Torrezno es una genialidad!!! Esa mezcla de épica grandiosa y tascas de andar por casa… Brutal!!!
 
Me encanta la saga y espero ansioso el próximo Volumen, el siguiente a Plaza Elíptica… Y ya aprovechando… ¿Para cuando se preveé su salida?
 
Un Saludo!

Elzuri
Elzuri
16 julio, 2011 0:44

No se si hay pendiente una reedición pero lo que si sé es que he pedido el tomo 2,3 en la fnac no me han dicho que no tiene en stock y es uan pena porque me encanta. Si sabeis algo sobre posibles tiendas que lo tengan por la zona de málaga lo agradecería.

Elzuri
Elzuri
17 julio, 2011 15:24

MUchas gracias. Volvere a pedirlo entonces.

manuel barrero
19 julio, 2011 10:32

Buena entrevista, pardiez!

Elvis1956
Elvis1956
Lector
22 julio, 2011 14:55

fferre