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Pequeños eclipses, Fane (Stéphane Deteindre) & Jim (Thierry Terrasson); Rossell Comics; 296 págs., BN, 24’45 €.

Nuestra condición de seres libres nos situa ante una trágica paradoja. Tenemos un anhelo absoluto porque todo parece quedar a nuestro alcance y, a la vez, nuestra condición de criaturas finitas y nuestra falta de ubicuidad nos impiden abarcarlo todo. Cada elección implica también una renuncia. Cada camino que tomamos, otro que dejamos atrás.

Y, aunque dicha realidad siempre nos acompaña, parece que ciertos momentos vitales propicían tomar conciencia de ella con mayor claridad, percatarse de todo aquello que nos estamos perdiendo con todo aquello que estamos escogiendo. El final de la treintena, la entrada en los cuarenta, cuando la madurez empieza a tomar cuerpo simplemente porque las decisiones pesan cada vez más y conllevan cada vez mayor número de derivaciones y compromisos, suele ser uno de esos momentos; momentos en los que la responsabilidad parental o la fidelidad de pareja nos dejan sin aire, alejando en apariencia para siempre los espacios desenfadados y cargados de intensidad que protagonizaron nuestra juventud.

Así que, cuando dos autores como Fane y Jim fueron a vivir cerca el uno del otro, y se plantearon confeccionar a cuatro manos una obra protagonizada por 6 personajes cuya creación se repartían a partes iguales (tres cada uno) y en los cuales intentarían volcar parte de sus sensaciones vitales de por aquel entonces, cuando ambos se hallaban rozando los cuarenta, pareciera inevitable que el gran tema que acompañase a sus criaturas fuera precisamente ese: el peso del compromiso para con un pasado y un presente que parece vedarnos las posibilidades de futuro que nos hacían vibrar de jóvenes.

Un fin de semana largo, durante el cual los seis personajes se juntarán en un hospedaje rural con la excusa de contemplar un eclipse solar, será vehículo y metáfora de lo que cada uno de ellos lleva dentro… y de la historia que pretenden contarnos Fane y Jim. ¿Mantener la coherencia con respecto al proyecto de vida por el que hemos optado? ¿Defenderlo y reivindicarlo a costa de nuestra misma alegría, incluso cuando nadie más parece hacerlo? ¿Dejarnos llevar por la pasión arrebatadora de la desvergüenza, la intrascendencia y el deseo? ¿Cerrar los ojos para no tener que escoger entre una pareja de amigos? ¿Huir de lazos y ataduras? ¿Enamorarse una vez más, como si de la primera vez se tratase? ¿Sincerarse aunque hacerlo pueda poner en riesgo todo lo que nos importa? ¿Caer a tientas bajo el embrujo de un eclipse… o tener siempre claro cuál es nuestro sol? A lo largo de casi 300 páginas, los protagonistas de esta interesante novela gráfica se verán obligados a plantearse estas y otras posibilidades en el contexto de un periodo de relax entre amigos que sus autores quisieron conjurar lleno de verosimilitud. De esta manera, el relato alterna las gamberradas entre viejos colegas y otros momentos radicalmente cómicos con espacios emocionalmente dramáticos o evocadoramente poéticos… tanto por lo que se sufre, como por lo que se dice, como por los bellos encuadres y la soltura de trazo con que los retratan Fane y Jim.

Y es que es mucho el oficio de ambos, y gran parte de él se vierte en cada costura de esta obra. Jim es un autor que domina gran variedad de registros gráficos, desde la caricatura de Tom al semirrealismo amable de L’invitation o Le sourire de la baby sitter, pasando por la aproximación fotográfica de Ibiza club. Fane, principal responsable del acabado de Pequeños Eclipses, tampoco se queda atrás. El lector español ya ha podido saber de su faceta más cercana a Franquin (Tomás el gafe) a través de la serie Joe Bar Team, pero también es capaz de introducir cierta estilización punk e hipermusculada en Tunny Head o de transitar por los territorios estéticos del cómic franco-belga de aventuras en su interesante serie Gemma. Todo ello podemos encontrarlo en Pequeños eclipses, trabajo que es a la vez compendio de lo mejor de dos grandes creadores: la enorme expresividad de los personajes, el soberbio control del ritmo narrativo y la variada aproximación a la composición de página se ponen al servicio de una historia franca -a veces demasiado explícita porque sus protagonistas dicen cosas que a menudo nosotros sólo pensamos y mejor callamos- y humanamente relevante. Divertido, reconocible, positivo aunque para nada light, amargo en algunas ocasiones, este tebeo se sostiene por méritos propios -muchos- como espejo de unas problemáticas vitales en las que todos aquellos que empiecen a dejar atrás la juventud -e incluso la mayoría de jovenes- podrán poco o mucho reconerse o reconocer a alguien de su entorno. ¿Qué se le puede pedir a una obra de arte si no es que nos ofrezca un pedacito desgajado de vida… en este caso, entre sus páginas?

La casa, las conversaciones entre amigos y un desenfado muy auténtico
(haced click sobre las imágenes para ampliarlas)

[Reseña de Pequeños Eclipses en Zona Negativa (Xavier Sala)].

3537Vacaciones, Nicoby; Ediciones Glénat; 80 págs., color, 15 €.

Precisamente, si hemos traído a colación el libro de Pequeños eclipses justo ahora, a pesar de que se trata de una obra publicada entre nosotros ya hace algunos años, ha sido -aparte de por su calidad indiscutible- porque presenta no pocos parentescos con este Vacaciones de Nicoby que Glénat ha editado recientemente en España.

También Nicoby es un autor que hasta la fecha se ha dedicado preferentemente a la historieta de grafismo caricaturesco. También aquí opta por un estilo pseudo-realista que le permite articular contenidos líricos. Y también Vacaciones aborda un relato que, sin dejar de presentar momentos de cierta comicidad, apuesta por la prospección emocional de unos personajes cuyos caminos se cruzan durante unos días de asueto.

Bien es verdad que en Vacaciones no asistimos a la crisis de los cuarenta de una tropa con amistades de largo recorrido, sino al tan cacareado motivo del fin de la niñez para un jovencito que «perderá la inocencia» (oseasé, se tomará alguna cerveza de más y catará carne por vez primera) junto a cuatro adolescentes con los que coincide en un camping de playa. Aunque el argumento pueda resultarles familiar, debe aclararse que guarda un interrogante en su inicio y una sorpresa al final. Y es que, aunque el principio del cómic parezca anodino, siembra ya en el lector la intuición de que estas vacaciones supondrán un punto de inflexión no del todo agradable para nuestro protagonista. Tal vez, porque vivirá la maravilla del primer amor… pero también su pérdida. Dicha intuición nos acompaña durante los primeros compases del tebeo, a lo largo del flashback que constituye el corazón del relato, mientras vamos descubriendo a Mathieu, a sus sobreprotectores padres y a sus nuevos amigos, en especial a Amélie, el objeto de su enamoramiento. Cuando ya nos hemos encariñado del grupo y los momentos cómicos -propiciados por un apartado gráfico que oscila de una gestualidad expresiva a otra directamente humorística- han provocado que olvidemos por completo la agorera impresión que desprendía la historia en su arranque, Nicoby asesta su golpe sorpresa, definitivo y brutal, y descolocados ante un desenlace que en absoluto podíamos prever, nos percatamos de que existen muchas formas de perder la inocencia… y no todas son reconfortantes, más cuanto más solos nos dejan.

El guión, en brazos de unas ilustraciones que muestran una interesante madurez artística y una envidiable economia comunicativa, no encuentra pues su razón de ser ni en diálogos ni anécdotas que resultan un tanto manidas, en buena parte por una extensión relativamente breve de la obra que no permite ir más allá del tópico, sino en el hechizo afectivo que su autor consigue conjurar sin aspavientos ni artificios para después romperlo, hacerlo añicos, logrando así que acabemos nuestra lectura sintiéndonos dramáticamente cerca de Mathieu.

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davidg
davidg
8 julio, 2011 20:36

Pequeños Eclipses fue una de mis compras estrella en el Salón el año de su edición (2008?). Una lectura interesante, entretenida y que da para pensar, aunque sea un poco. de nuestras realciones con los amigos. Altamente recomendable.