Cuando, hace algunos años, empecé a salir del cuarto de lector para pasear por la plaza de la divulgación, una de las cosas que más me desconcertaron fueron los comentarios de trastienda sobre los autores malditos.
De aquí y de allá, empezaban a aflorar insinuaciones más o menos veladas acerca de los motivos por los que determinados creadores habían desaparecido del mapa o por los que la carrera de otros había entrado en franca decadencia. Casi siempre, esos motivos tenían que ver con conductas adictivas que les habían dejado sin norte, imposibilitando ese complicado equilibrio entre arte y profesionalidad que precisa regir -en el caso de los autores de cómic- una trayectoria que sea a la par creativa y aceptablemente solvente. Casi siempre, también, la mayoría de las personas vinculadas al colectivo de la historieta se habían alejado de este tipo de autores como si de apestados se tratase.
El tiempo y mi entrada laboral en el ámbito de la inclusióm social me ha ayudado a entender algunas cosas. Me ha permitido ver que familiares, amigos y conocidos necesiten levantar muros entre ellos y el pozo sin fondo que amenaza con engullirlos desde ese vórtice que asoma en la persona que -¿otrora?- les fuera querida. Las dinámicas autodestructivas que se adueñan de aquel con una adicción son tremendamente absorventes y resulta justificable marcar ciertos límites para preservar nuestro equilibrio personal. Pero también he visto en algunos individuos, a menudo, ese gesto altanero y despectivo del que se cree inmune al vértigo existencial que creen ellos, si a alguien puede afectar es a los débiles.
Este pasado lunes el escritor Hernán Migoya tuvo a bien publicar en El Mundo un precioso texto sobre su encuentro con Santiago Sequeiros, tal vez uno de nuestros autores que en mayor medida aúna la inmensa envergadura artística con el reconocimiento manifiesto de sus problemas con el alcohol.
Nosotros, aquí, nos hacemos eco de ello como gesto con el que ofrecer nuestro apoyo a dicho autor. Pero también para que -respetando a todos aquellos que no se sientan con fuerzas de acercarse de nuevo a los abismos que presiden la vida de Santiago Sequeiros– los que le conocieron y estuvieron a su lado cuando todo iba bien, sopesen el valor que un gesto de empatía puede tener cuando todo va mal y, como Hernán Migoya, en la medida que puedan, sepan de nuevo ponerse al lado de alguien que ahora mismo no anda sobrado de afectos.
Grande, Toni.
Mero vehículo conductor, José. Gracias por pasarte y comentar. Un abrazo!
Con textos como estos se ve la clase de persona que eres, es una suerte tenerte como amigo.
Vaya, me has cogido con la guardia baja… amigo 🙂
Loooove is in the aaaaaiirrr
Mucha suerte a Sequeiros. Que lo que nos quitó el diablo de la botella nos lo devuelva el demonio del lapiz.