La semana pasada nos demorábamos en remarcar la dimensión expresiva del dibujo en los cómics. En cierta forma, decíamos, podía verse que el dibujo no es tan sólo narración, sino también ambientación.
Pero no ambientación en un sentido escenográfico, sino de tono, de carga emocional, de perspectiva. En definitiva, de ambiente.
De la misma manera que nuestra forma de comunicarnos no se restringe a lo verbal, sino que se alimenta – incluso en mayor medida – del lenguaje no verbal, el dibujo en los cómics, a la par que «contar«, ambienta. Puesto que sirve tanto para explicar, siendo equivalente en este caso a la palabra dicha, como para adjetivar lo dicho.
El dibujo no es sólo traslación de vocablos. Equivale también al tono de voz, al gesto, a lo que dicen nuestros ojos cuando nuestra voz proyecta palabras… quizás falsas, quizás sardónicas, necesitadas siempre de matiz. El dibujo aglutina en sí mismo las dos vertientes de la comunicación: la conceptual y la emocional.
Dicha intuición debería hacernos ver una cosa: es necesaria una simbiosis perfecta entre argumento y ambientación. De la misma forma que dos frases iguales pueden cambiar por entero su significado según el tono en el que sean pronunciadas o los gestos que las acompañen, también la dimensión expresiva de los dibujos debe sumarse, a los hechos narrados, para que el resultado comunicativo global sea el deseado.
Si la semana pasada comparábamos esa dimensión expresiva con la banda sonora de una película, hoy podemos permitirnos ejemplificar que el magnífico asesinato en la ducha que rodó Alfred Hitchcock para Psicosis no resultaría igual de escalofriante de haber ido acompañado de la cantinela de Benny Hill. ¿O tal vez sí?
En la sección Barras y Estrellas del tercer número de la serie del Capitán América, Julián M. Clemente hacía la siguiente valoración en referencia al Captain America nº 300: «Aquella aventura no tenía desperdicio, y estoy convencido de que hoy día sería un clásico de haber contado con un dibujante de mayor relieve que el de Paul Neary.»
Y nosotros añadimos, no es sólo que el dibujo deba tener un mínimo de calidad para que una historieta pueda acceder a la categoría de obra referente. Aparte de que el dibujo cumpla con ciertos estándares, el tono emocional que desprenda ese estilo de dibujo también debe acoplarse adecuadamente con el argumento. Sírvanos de ejemplo la entrega número 14 de la serie semanal 52.
Este tebeo, dibujado por Todd Nauck y Marlo Alquiza, explicaba los intentos de resurrección a los que era sometido determinado personaje fallecido. En una ceremonia semireligiosa con elementos de magia contagiosa, un maniquí de paja era ataviado con ropas pertenecientes a la difunta. No sólo eso, sino que una fotografía suya le servía de cara al espantapájaros.
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La escena, sin duda, causa impacto. Un maniquí de paja, vestido de mujer, con una fotografía por rostro, arrastrándose suplicando que lo dejen vivir. Pero ese impacto se nutre mucho más del concepto argumental, de la idea que nos hacemos de lo que pasa, que no de la fuerza que transmite el dibujo. El estilo de Nauck no es sólo un tanto caricaturesco, sino que resulta hasta neumático. No hay negros, no hay grises, el trazo es limpio, el acabado incluso simpático. No casa en absoluto con lo que se nos está contando.
La idea era brillante, tremenda. Si hubiera sido representada con un estilo tan enfermizo como el de Guy Davis estaríamos ante uno de los momentos sublimes de la historia de los comics. Ahora es tan solo una buena idea. Porque el estilo de dibujo no desprendía, no sugería, el tono emocional que el argumento requería.
¿Responsabilidad del dibujante o del editor que le adjudicó esa historia? Difícil decirlo en una industria tan mecanizada como la norteamericana y con unos dibujantes tan anclados cada uno en “su” estilo.
En este caso estaría bien que pusieras también los bocetos de Giffen para saber que es lo que añade Todd Nauck:
http://dccomics.com/sites/52/?action=sketchbook&w=13
Muy acertado lo dicho en el artículo, para el cual se podrían poner muchísimos otros ejemplos. Un botón sería el esperpento de los últimos números de NYXS.
Si me permitís el spam, a este estupendo artículo le puede venir muy bien como complemento uno que publicamos ayer en Entrecomics.
Porque sí, en el cómic, el cómo visual es tan importante como el qué literario, y si no hay complementariedad, el efecto se pierde.
Sorry, entre otras cosas, soy un patán en esto de la informática, el enlace que quería poner era a esta página:
http://www.entrecomics.com/?p=1319
Pues muchas gracias a los tres por todos esos otros ejemplos. Realmente el de Berni lo expone con mucha claridad. A un tiempo, los bocetos de Giffen dejan ver que Nauck le ha añadido bien poco al esbozo. Se ha mantenido en un plano demasiado caricaturesco, pero sin serlo del todo… navegando en una tierra de nadie que ni se beneficia de la disonancia de una caricatura «límpia» en un argumento tan salvaje ni de un trabajo de consonancia entre apartado argumental y gráfico.
En relación a tu afirmación de que los comics «cuentan», me parece interesante que lo hayas puesto entre comillas. De hecho, no tengo tan claro que «cuenten» algo. A lo mejor simplemente «muestran». La diferencia es esencial. En un «contar», el receptor está presente. En un «mostrar» no. Me acabas de dar una idea genial para el próximo artículo sobre el lenguaje de los comics!. Siempre tan inspirador!
Pues a mí, cuando la cara se desprende, en la primera viñeta, me da grima.
Da grima, porque la idea es muy buena y mínimamente nos llega… pero podría haber dado muuuuuuuuuuucha más.
Ya me tienes pendiente con eso de la nueva idea, Jordi. Qué malo eres conmigo.
En este sentido me parece una idea estupenda lo que se hizo en la Semana #25, que es usar varios dibujantes, y cada cual donde mejor pueda potenciar sus virtudes. Así, Phil Jimenez dibujó las secuencias del infierno, Pat Oliffe las de Infinity Inc, Joe Bennet las de Black Adam y compañía, y Dale Eaglesham las de Intergang. Y con los bocetos de Giffen para dar unidadEl resultado fue estupendo.
jejeje es que para seguir tu ritmo hay que estar alerta 24 horas al día y no dejar pasar ni una idea… 🙂
Felicidades Toni (como siempre).
Cuando hablamos de estética en relación a los cómics nos referimos al resultado de la suma de: argumento, narración, registro escrito, puesta en escena y calidad del trazo.
La harmonia entre estos elementos produce una obra «redonda». Pero la calidad del trazo no siempre coincide con el resto de los elementos de un cómic. Por ejemplo, ¿podría Hergé dibujar historietas de amor? Lo dudo. ¿Podría Kirby dibujar Tintín? También lo dudo. ¿Podría cualquiera de los dos dibujar la escena comentada de «52»? Poder, podrían, pero el resultado no nos parecería peor que el de Nauck.
La significación del trazo no es gratuita. El dibujo «configura» una «realidad», una realidad que nos fascina por la capacidad del dibujante de (re)presentar lo que no existe, pero esa realidad –en el caso de los grandes dibujantes como Hergé o Kirby– nos fascina porque en ese cómic las «normas» y las «leyes» que rigen ese mundo de ficción nacen del trazo. Por eso estos autores sólo podían realizar un tipo de relatos.
En una industria como el cómic americano la habilidad del editor se mide por la capacidad de elegir un dibujante en función de su adecuación al relato.
Casi puedes coger cualquier página de Sandman para contar algo de este estilo… está claro que el guión marca mucho más que el dibujo, aún en los comics.
Creo uqe tienes razón a medias, Sergio, porque luego las obras pierden cierta coherencia gráfica, cierta unidad necesaria, al mezclar a tantos dibujantes diferentes. No es lo mismo que un solo dibujante sepa jugar con diversos registros gráficos según lo que tenga que contar, que meter a distintos dibujantes en un mismo cómic. Hay veces que casan y otras que no.
Lo que dices, Josep, es tan cierto que imagino que el post de la semana que viene irá sobre ello (aún no lo tengo muy claro)
Por cierto, Jordi, en el post de la semana anterior te dejé un comentario personal que creo que te pasó desapercibido 😉
No estoy tan seguro, Frodo. Creo que el estilo de Gaiman permite que sea ilustrado con impericia sin que se resienta demasiado el conjunto. Y no pasa siempre lo mismo con todo tipo de historias. Aunque, te doy la razón, Sandman mejore mucho cuando empieza a mejorar la calidad de los dibujantes que le asignan a la serie.
Soy consciente de ello, Toni. Por eso me sorprendió tan gratamente el resultado obtenido en 52, donde el «momento Jimenez» no desentona precisamente porque aporta lo que la historia necesita en ese momento. Pero no es cosa fácil, y ya se ve que no apuestan por ello como norma general en la serie.
Pues fijate tú que a mí el «mal» (muy entrecomillado) dibujo en Sandman me parece hasta adecuado.