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Portada-SPLEENSpleen, Esteban Hernández; Usted Ediciones; 100 págs., BN, 8 €.

Sin duda, el ser humano es un animal psiquiátrico. Probablemente, por su necesidad constitutiva de entender y de entenderse, quimérica tarea que a menudo nos lleva, gracias a la colaboración de azarosas circunstancias vitales y de un subconsciente altamente impresionable, hacia todo tipo de divanes y similares. Unos más, otros menos, todos desvariamos en alguna medida, verborreando incesantemente en pos de conseguir “enpalabrar” nuestra experiencia interior con la esperanza de hacerla más manejable, más controlada, menos angustiante. En el ámbito de nuestro cómic nacional, Esteban Hernández es un autor paradigmático en este sentido, puesto que su bibliografía abunda con perseverancia por estos derroteros. De hecho, en su obra fondo y forma suelen ir siempre de la mano para mejor ejemplificar todo esto: la desolación existencial de raíz cotidiana, la compulsiva exigencia de delimitarla mediante la palabra y –en su planteamiento– el estéril sinsentido de dicha estrategia.

Spleen no constituye ninguna excepción a esta tendencia, antes bien podríamos considerar este cómic como la más reciente y lograda contribución de Esteban Hernández a ésta, su marca autoral. El planteamiento argumental del libro es sencillo: protagonista afecto de desazón crónica descubre un buen día que su melancolía ha devenido entidad autónoma capaz de hacer desaparecer la tristeza de todos aquellos que entran en contacto con la entidad… o con sus “subproductos orgánicos”. Esteban Hernández enriquece esta trama base con una incesante sucesión de observaciones –pues la novela es, ante todo, discurso– que construyen un interesante collage de posibilidades interpretativas. Porque, de hecho, la idea motriz de la obra va configurándose a partir de muchas otras ideas relacionadas que la envuelven y la rodean; algunas de ellas tanto o más potentes que la principal, la cual, como suele ser propio de Esteban Hernández, presenta algunas características delirantes. El conjunto, en suma, avanza gracias a ese esquivo equilibrio -o mejor… desequilibrio– entre ingeniosidad y locura típico del autor, en lo que constituye para el lector el desafío de separar grano y paja, sutilmente confundidos. Mientras todo esto sucede, mientras la lectura progresa, Esteban Hernández se va trabajando nuestra trastienda, apelando a nuestro inconsciente, rebuscando con sus dedos, si no en todas nuestras llagas, sí en las más molestas: las que derivan de nuestra propensión a problematizar realidades y relaciones o las que, simplemente, están ahí sin que sepamos cómo ni por qué. Y aunque al final ese monstruo benéfico y esa lata de Spleen puedan hacernos creer que tenemos la salvación y la japines al alcance del bolsillo, un agujero negro sobre inmenso fondo blanco nos advierte de que nunca nunca debemos confiarnos.

En lo que al apartado visual se refiere, empecemos por decir que este producto autoeditado es una maravilla de orfebrería. Libro pequeñito, coqueto, delicado… y es que ésta es una de las paradojas del autor: tiene una innegable gracia artesana para concretar visualmente y de forma intuitivamente agradable su mundo interior, por otro lado un tanto desasosegante. Pero, si bien nada de esto es nuevo para quien me haya oído hablar ya de las maneras artísticas de Esteban Hernández, cabe remarcar que Hernández es un autor en crecimiento, que no deja de aprender y progresar, y de manera muy orgánica y discreta en este libro puede observarse cómo va incorporando algunos de los recursos narrativos que maestros en esto de contar con viñetas como David Mazzucchelli, Chris Ware o Seth, han estado utilizando últimamente.

Poco me resta por decir, preso también yo de un sentimiento paradójico que me lleva a celebrar como seguidor suyo cada nueva conquista bibliográfica de Esteban Hernández… sin que pueda evitar preguntarme al mismo tiempo si su trabajo es apto para cualquier público. Vosotros tendréis la respuesta. Yo tengo Spleen 😉

  Para conseguir Spleen.

[Reseña de Suéter + Reseña de Duelo y Entrevista a Esteban Hernández en Zona Negativa].

Luna_Hiena_portadaLuna Hiena, Iñigo Ansola; Editorial Kattigara; 184 págs., BN, 18 €.

Iñigo Ansola es un historietista cantabro que desde el año 2008 publica su propia tira en El Diario Montañés, incomodando a algunos y estimulando el espíritu crítico de otros, como es de rigor en todo humorista gráfico que se precie. Distinguir los motivos de polémica, posicionarse ante ellos y condensar noticia y denuncia en un gag requiere de mucho arte y oficio, aunque también y ante todo de cierta valentía inconsciente o ultraconsciente que grite lo que otros apenas murmuran. Sin embargo, sucede a veces que nuestros humoristas gráficos se atreven a salir del cerco de la actualidad para explorar otros páramos y, también, otras maneras de contar: las que quedan al alcance del relato “extenso”. Eso ha hecho el autor que nos ocupa con Luna Hiena, un trabajo que le quedó a medio cocer años atrás y que ahora ha conseguido llevar a puerto mediante la Editorial Kattigara, para contarnos nada más y nada menos que las famosas y mitificadas Guerras Cántabras.

Empresas de este tipo pueden acometerse con voluntad de mantener un pie en la actualidad y utilizar el pasado como espejo del presente. A su vez, eso puede hacerse en corto, estableciendo paralelismos entre un mismo estilo de acontecimientos, o algo más en largo, vinculando idiosincrasias con cierto aire de familia. Ejemplos sobradamente conocidos de todo ello los encontramos en series como Asterix de Goscinny y Uderzo o Historias Fermosas de Fer. Ansola, sin embargo, ha evitado esa senda para afianzarse simplemente en la parodia de géneros, cruzando la recreación histórica con algunos elementos fantásticos, todo ello combinando su particular estilo esquemático y feista con hechuras narrativas de tipo cinematográfico. El resultado es una aventurilla simpática que se lee con agilidad y deja con buen cuerpo. Lo consigue rehuyendo la crítica en profundidad a las dinámicas voraces del poder, la conquista y el exterminio étnico y cultural, aspectos que su escenario argumental hubiese permitido tocar, para centrarse con predilección en aspectos mucho más mundanos y universales relacionados principalmente con el bajo vientre, sus apetencias o la falta de ellas.

Así que, si quieren saber por qué el Imperio Romano puso tanto ahínco en la conquista del territorio cántabro, este cómic no les va a ser de mucha utilidad… pero les hará pasar un buen rato.

[Declaraciones del autor].

leyendas-de-parva-terra-normaLeyendas de Parvaterra 1 y 2, Raúl Arnáiz; Norma Editorial; 48 págs. c/u., color, 13 € c/u.

El talento no atiende a razones. Como un torrente nacido del deshielo que arremete contra todo lo que le sale al paso y encuentra por donde abrir cauce, manifiesta su potencia y su naturaleza fascinante a pesar de circunstancias adversas y cambiantes. Es por eso que, dando un rodeo por Francia, llega ahora hasta nosotros una saga de fantasía apta para el público infantil, Leyendas de Parvaterra: porque en su interior hierven las muchas facetas de un talento nacido de variadas influencias hábilmente integradas en una propuesta compacta.

Antes que nada, centrémonos en su premisa argumental: un mundo de Espada y Brujería habitado y gobernado sólo por niños, en el cual los adultos no son más que dioses olvidados pertenecientes a una era que forma parte únicamente ya de las leyendas, misteriosa consecuencia del alzamiento de una criatura maléfica que sigue acechando en las sombras de las tribus escindidas de los hijos sin madre ni padre. Resultan evidentes los ecos atávicos presentes en la trama puesto que, como reza Neil Gaiman en El océano al final del camino, «los adultos no existen», y probablemente será por eso que los anales de la Literatura universal están trufados de relatos en los que el Síndrome de Peter Pan, la pérdida de la inocencia y la ambivalencia consubstancial a los conflictos intergeneracionales son piedra angular. Así sucede también en Leyendas de Parvaterra, algo que confiere a la saga aúna capacidad evocadora notable que mesmeriza a grandes y a chicos. Sin embargo, para disfrutar de la obra se necesita tanto alma de crío como el tesón de un mayor. Los pseudo-flashbacks vestidos de sueños recurrentes del protagonista exigen que en los pequeños esté presente el gusto por la lectura, puesto que la ornamentación literaria de los mismos es especialmente barroca. Por contra, el lector crecido debe saber pasar por en medio del despliegue de arquetipos y fórmulas de las escenas más humorísticas con la necesaria complicidad de aquel que reconoce el truco del prestidigitador y no por ello deja de disfrutar de su ejecución. Si se dan estas condiciones, Leyendas de Parvaterra es una saga enormemente gratificante, por cuanto en su devenir conviven en justa medida tanto la familiaridad de los lugares comunes de los géneros de los que se nutre como alguna que otra mirada sobre nuestras cotidianidades que resulta en cierta forma novedosa por la oblicuidad del contexto que nos las presentan.

En el aspecto visual Raúl Arnáiz realiza un trabajo muy atractivo, con un gran diseño escenográfico y de personajes, un soberbio apartado cromático, una encantadora dirección de actores y un planteamiento compositivo que, a nivel narrativo, oscila entre la funcionalidad y unos escogidos momentos de adecuada espectacularidad.

Así que, con tres entregas de la serie todavía por editar en nuestro país, dejemos que el torrente fluya, que el talento arrase. Porque llega con fuerza y su arranque es de lo más prometedor. Porque no siempre abundan placeres como éste como para que nos permitamos renunciar a ellos. Y sobre todo, porque estoy seguro de que Leyendas de Parvaterra merece encontrar por donde abrir cauce hasta nosotros, sus lectores.

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Tildoras
Tildoras
Lector
26 diciembre, 2013 13:33

Con todos mis respetos Toni, creo que haces unas reseñas con demasiadas florituras que pueden generar hastío en algunas personas al considerarlas demasiado enrevesadas u ominosas de leer y acabar perjudicando a la obra que estás reseñando aun cuando dicha reseña que haces esté transmitiendo un mensaje positivo hacia la misma.

Yo he disfrutado de Leyendas de Parvaterra como un crio y en verdad es de lo mejor que se ha publicado este año, pero tu reseña con tantas florituras, añadidos y menciones a las influencias externas de la obra han logrado distraerme demasiado del mensaje central que viene implícito en dicha reseña.
Si esto ha tenido ese efecto en mi, que he leído la obra, es muy posible que alguien que no la haya leído en mitad de tu reseña diga «uff, paso» y deje tanto tu texto a medias como que se haga una idea erronea de Parvaterra y acabe no leyéndola.

Espero que no te lo tomes a mal sino simplemente como una crítica constructiva.

Retranqueiro
Retranqueiro
Lector
26 diciembre, 2013 21:17

Pues a mí no me parece que estas reseñas estén adornadas con florituras, la verdad. Ni que el lenguaje empleado distraiga del cómic a reseñar. Distinto sería si el texto fuese pesado o farragoso; y, sinceramente, no creo que sea el caso. Al menos a mí no me lo parece, y yo no soy, precisamente, un lector cultivado. En mi opinión, el lenguaje empleado por Boix, a pesar de ser (por decirlo de alguna forma) «culto» o «elevado» es, al mismo tiempo, lo suficientemente ágil y cómplice para despertar la complicidad del que lo lee. Y para generar interés sobre las obras reseñadas (las cuales, por cierto, no conocía y pintan, cuando menos, interesantes).
Que tampoco digo que todas las reseñas deban ser así; cada redactor tiene su estilo. Pero a mí no me importa ni me molesta que las reseñas utilicen un lenguaje y unas formas cuidadas. Ya nos encargaremos (y yo soy de los más cazurros) de bajar el nivel en los comentarios.

Mr. X
Mr. X
Lector
27 diciembre, 2013 8:19

Aquí uno a quien le gusta como escribe el Sr Boix (que además suele referirse a obras que no conozco, como estas tres, lo cual está bien).

Mr. X
Mr. X
Lector
27 diciembre, 2013 11:15

Entiendo bastante lo que dice, Sr Boix.
Yo escribo reseñas (de literatura, de cómic casi nunca, porque reconozco que me faltaría conocimiento 😉 de forma semiprofesional (porque saco unos eurillos con ello, aunque desde luego no para vivir de eso) y reconozco eso de “teclear de nuevo las mismas frases frías y esterotipadas “, por no hablar de lo infinitamente fatigoso que es escribir a veces sobre obras que no te motivan lo suficiente. En mi caso, me he planteado varias veces dejarlo por cansancio, por no hablar de que a partir de cierto momento empiezas a hartarte de seguir las novedades y lo que te apetece es releer. Pero, aunque ya digo que le entiendo, espero que su replanteamiento no signifique que dejemos de ver sus artículos en ZN, que leo siempre con mucho interés.

Alejandro Ugartondo
Autor
27 diciembre, 2013 16:01

Es bueno tenerte de vuelta por esta página, Toni.

Me uno a los que defienden tu estilo y tu labor en Zona Negativa. En un proyecto colectivo como es esta web, la diversidad de voces y estilos es uno de los elementos que le da más riqueza y la tuya es sin duda una de las más destacadas a pesar de contribuir ultimamente de forma más esporádica.

Javié
Javié
Lector
27 diciembre, 2013 17:23

¿Se sabe algo de HOME?