ZN Cine – El «otro» cine de superhéroes

El tórrido romance surgido del coqueto entre el género superheroico y el irresistible Hollywood vive, sin duda, su momento más dulce; las grandes superproducciones se suceden continuamente, la taquilla responde, los críticos se suelen sorprender y soliviantar con la invasión de capas y antifaces, y los aficionados lo viven, en ocasiones, con generoso entusiasmo, en otras, con inusitado temor. La semilla de las producciones superheroicas modernas, históricamente hablando, la hemos de situar en los lejanos años cuarenta, con los exitosos y familiares seriales cinematográficos protagonizados por Flash Gordon, El Llanero Solitario o La Sombra, a los que pronto se unirían la primera generación de superhéroes: Superman, el Capitán América o Batman. Pero, tradicionalmente, como Iñigo de Prada y Sara G. Rodríguez comentaban en su obra El viaje del superhéroe: La historia secreta de Marvel en el cine, sería mucho tiempo después, en 1978, cuando deberíamos situar “el kilometro 0 del género superheroico” con el Superman de Richard Donner protagonizado por un inspirador Christopher Reeve. Porque esta resultó ser la primera película con voluntad y medios, contribuyendo a ello decisivamente la revolución de los efectos especiales de la época, para plantear un acercamiento creíble y fidedigno a la figura del superhéroe y, sobre todo, por intentar respetar y trasladar a la gran pantalla los cánones y convenciones del género superheroico.

No obstante, no sería hasta finales de los noventa cuando el boom de este tipo de producciones acabaría estallando en la cara de los aficionados, primero, discretamente, con el inesperado éxito de la limítrofe Blade (1998) de Stephen Norrington -la primera y arriesgada coproducción de Marvel Studios– pero, sobre todo, con la modesta e inesperada X-Men (2000) de Bryan Singer. La primera demostraría como el relato superheroico podía asumir muchas formas diferentes, inscribiéndose a todo tipo de género cinematográfico, desde la ciencia ficción al terror, e incluso diluir sus características más reconocibles para contribuir a crear algo nuevo. Por su parte, el inicio de la saga mutante de 20th Century Fox acabaría por confirmar las posibilidades de este tipo de producciones, ayudando a redefinir el cine de acción moderno siguiendo los pasos del Matrix (1999) de Andy Wachowski y Lana Wachowski pero, especialmente, sirviendo como vehículo metafórico o literal de nuestro mundo presente para tratar temas de calado social, como el racismo o la lucha por los derechos civiles, más allá de la simple pirotecnia visual. La fórmula pronto cuajaría, el Spider-man (2002) de Sam Raimi confirmaría el interés del público por los superhéroes, productoras como 20th Century Fox, Columbia Pictures o Sony Pictures, con mejor o peor fortuna, empezarían a hacer valer sus derechos sobre los personajes marvelitas, Warner Bros., por su parte, volvería a la carga con Superman y Batman, las adaptaciones de cómic se sucederían y, pronto, nada volvería a ser lo mismo.

El género de acción de principios del siglo XXI, en su más amplia vertiente, adquiriría pronto resonancias superheroicas como se puede apreciar en productos como la saga Resident Evil (2002) de Paul W. S. Anderson, La Jungla 4.0. (2007) de Len Wiseman, el remake de Furia de Titanes (2010) de Louis Leterrier, Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros (2012) de Timur Bekmambetov o Hansel y Gretel (2013) de Tommy Wirkola. Porque, ¿esta deformación de cuentos clásicos, viejas glorias del cine de acción o personajes históricos no es realmente una manera de intentar encontrar sus «superhéroes interiores» o darle un «valor añadido» a sus historias?. Posiblemente, lo más interesante de este fenómeno, sea contrastar la notable influencia ejercida por la «cultura del superhéroe» en el cine contemporáneo, algo que también se puede rastrear en las serie de televisión, en otros tipo de publicaciones o incluso en la moda. No obstante, esto no deja de ser una simple anécdota, porque la relación con el género superheroico de estas películas responde más a un concepto estético y visual, una marca de fábrica creada por las productoras entorno al cine de acción moderno, pero sin un verdadero interés, ni conciencia, por trascender o superar más allá de lo comercial las directrices del propio relato superheroico. En todo caso, si hay otro tipo de producciones más destacables, ligadas más íntimamente al género superheroico, en el cual las productoras han intentado probar suerte con sus propios personajes e historias concebidas en exclusiva para la gran pantalla, proyectos que juegan con influencias extrapoladas del thriller, la ciencia ficción o incluso la comedia romántica.

Este es ese «otro» cine de superhéroes al que nos referimos, producciones concebidas directamente para la gran pantalla, ahorrándose el intermediario obligado de la habitual adaptación del cómic, un tipo de cine minoritario pero que en los últimos años nos ha ofrecido diversos títulos de calidad e interés dispar cuya importancia real radica en su condición misma de subproducto así como en su contribución a extender -sea a través del homenaje o la parodia- las pautas de un tipo de cine que ha sabido conquistar en la última década a un público ávido de máscaras, villanos megalómanos y épica superheroica. En realidad, no hay nada inventado, en los años ochenta y noventa ya encontramos los primeros antecedentes a esto, cuando siguiendo la estela del mencionado Superman de Richard Donner, entre una aún pequeña y escalada vorágine de adaptaciones de cómic como Howard el Pato (1986) de Willard Huyck, Las Tortugas Ninja (1990) de Steve Barron, El Cuervo (1994) de Alex Proyas, Tank Girl (1995) de Rachel Talalay, Men in Black (1997) de Barry Sonnenfeld o el Spawn (1997) de Mark A.Z. Dippé, encontramos algunos pocos largometrajes superheroicos realmente atípicos y ajenos a la adaptación sui generis entre los que destacan la comedia de acción El Superpoderoso (1980) de Sergio Corbucci, la reverencial Darkman (1990) de Sam Raimi o la mítica producción de serie B El Vengador Tóxico (1984) de Michael Herz y Lloyd Kaufman. El género superheroico daba así sus primeros «coletazos independientes» de la industria del cómic.

En la película El Superpoderoso, protagonizada por Terence Hill y Ernest Borgnine y coproducida por Estados Unidos, Italia y España, encontramos una propuesta heredera de las buddy movies italianas de principios de los setenta y mediados de los años ochenta que harían famosos al mismo Terence Hill y Bud Spencer, aunque con elementos superheroicos que ya reproducían el esquema y el tono del Superman de Richard Donner. No deja de ser curioso ver detrás de la cámara a Sergio Corbucci, director y guionista conocido en los sesenta por sus spaghetti westerns, como su Django (1966) o El gran silencio (1968), pero afincado en la comedia en décadas posteriores, estableciendo un premonitorio precedente de como el western y la comedia de acción acabarían derivando en el cine de superhéroes actual. Por su parte, el Darkman de Sam Raimi incorporaba la iconicidad superheroica al conjunto, aunque el perfil de su Peyton Westlake se encuentra más cercano al del antihéroe, más popular en la época después del impacto del inseparable binomio del El Regreso del Caballero Oscuro (1986) de Frank Miller y el Watchmen (1986) de Alan Moore y Dave Gibbons, siendo un pastiche homenaje a las producciones de terror antiguas de Universal Pictures y a personajes como La Sombra y Batman. Desde luego, todo un ensayo de lo que Sam Raimi nos mostraría doce años después en Spider-Man (2002), un largometraje ambicioso y atrevido pero con unas limitaciones que la han acabado relegando a un simple y llano título de culto.

En este mismo punto, pero desde una categoría más marginal, podemos situar El Vengador Tóxico de Michael Herz y Lloyd Kaufman, una comedia gore llena mutilaciones, sexo y humor negro, una evidente parodia de los clichés superheroicos, curiosamente con otro protagonista deformado accidentalmente, cuyo éxito derivaría en una serie de secuelas, The Toxic Avenger II (1989), The Toxic Avenger Part III: The Last Temptation (1989) y Citizen Toxie: The Toxic Avenger IV (2000), e incluso en la serie de animación Toxic Crusaders (1990) de breve andadura. En ambos casos, Darkman y El Vengador Tóxico acabarían siendo trasladados a la viñeta por interés de Marvel Comics, siendo también en la época fenómenos protagonistas de todo tipo de merchandising, libros o videojuegos. Este podría ser el «antecedente kitsch» a la fiebre superheroica desatada en Hollywood a principios del siglo XXI, una tan beligerante y corrosiva que ni siquiera un cineasta tan personal como M. Night Shyamalan se atrevería a abstenerse de ofrecernos su visión. Esta la encontramos en El protegido (2000), una cinta inicialmente concebida como una trilogía protagonizada por un Bruce Willis en su segunda juventud cinematográfica y un inquietante Samuel L. Jackson, una sobria e inteligente fábula o «metáfora de corte realista» de la figura del superhéroe que juega sutilmente con los clichés formales y visuales del cómic. Nada que ver con El Único (2001) de James Wong, una historia de ciencia ficción y artes marciales, a mayor gloria de Jet Li, en la cual su concepto de multiverso, tan deudor de la tradición de DC Comics, y sus sobredimensionados personajes, parecen ser indicativo y sospecha de una cierta inspiración superheroica.

No obstante, con la posterior Los Increíbles (2004) de Brad Bird, no hay duda posible, la alabada película animada de Pixar Animation sigue siendo para muchos la mejor versión de Los Cuatro Fantásticos vista en la gran pantalla, una historia que mezcla comedia, épica superheroica y buenos sentimientos abriendo una puerta a la que acabarían llamando títulos como el Megamind (2010) dirigido por Tom McGrath para DreamWorks Animation o Gru: Mi villano favorito (2010) de Pierre Coffin y Chris Renaud en la réplica de Universal Pictures. Pero, volviendo al llamado cine live action, podemos ver como a partir de mediados de la primera década del siglo XXI tanto las producciones superheroicas canónicas, principalmente de Marvel Studios y Warner Bros., como las visiones de «nuevo cuño» derivadas del fenómeno, se vuelven mucho más presentes y habituales en cine de Hollywood. En este último grupo, del que intentamos hablar en este artículo, podemos destacar Sky High: Una escuela de altos vuelos (2005) de Mike Mitchell, el primer asalto de Walt Disney Pictures al género superheroico entremezclando la fantasía de este con la cinta de aventuras de corte adolescente y autodescubrimiento en la línea indicada por la saga Harry Potter. Por otro lado, en la posterior Mi superexnovia (2006) del canadiense Ivan Reitman, el trío formado por Luke Wilson, Uma Thurman y Anna Faris nos proponen toda una comedia romántica superheroica, combinando los típicos tópicos de ambos géneros y creando un híbrido de escasas pretensiones. Por lo tanto, el género superheroico había comenzado a ramificarse y desacomplejarse, no sólo temáticamente, si no también respecto al variado público al que se atrevía y pretendía acercarse, aunque reconociendo cierta deriva y tendencia al cine familiar.

En el plano adolescente se sitúa, por ejemplo, Hancock (2008), la película de Peter Berg cuyo guión había estado rodando las oficinas de Columbia Pictures desde 1996, llegando finalmente a buen puerto al involucrarse en el proyecto un Will Smith en estado de gracia que se atrevería a encarnar un superhéroe repudiado, malhablado y borracho. Esta superproducción, con nada que envidiar en cuanto a presupuesto de la «rompetaquillas» El Caballero Oscuro (2008) de Christopher Nolan o el Iron Man (2008) de Jon Favreau del mismo año, si tenía un planteamiento irregular y tramposo con un desarollo excesivamente convencional que Peter Berg no se atrevió, no supo o no pudo a llevar hasta sus últimas consecuencias. En los siguientes años, el acento de estas producciones se puso en los superpoderes, no tanto en los personajes, intentando apartar el esquema superherorico de la ecuación, priorizando el elemento intrínseco y adscrito a la ciencia ficción de estas películas. Este tipo de propuesta ya había sido ensayada en La Alianza del Mal (2006) de Renny Harlin, una película fantástica de terror adolescente, en lo que podría ser también un antecedente a la saga Crepúsculo, pero sería más evidente en el Jumper (2008) de Doug Liman -basada en la novela del mismo título de Steven Gould– o el Push (2009) de Paul McGuigan, muestra ambas de un tipo de cine referencial al cómic de superhéroes que intentaba abrir nuevos caminos pero fracasando en ello al hacerlo sustentándose en argumentos excesivamente simples y tópicos para el lucimiento de sus protagonistas. El concepto de superhéroe se intuye pero no se llega a materializar.

En el caso contrario, la canadiense Defendor (2010) de Peter Stebbings, una película de muy bajo presupuesto cuyo reparto encabezan Woody Harrelson y Kat Dennings, quizás la propuesta más realista hasta la fecha en cuanto al género superhoico se refiere, aunque sólo sea por su condición dramática, centrada en los personajes y prescindiendo totalmente de la acción o los elementos fantásticos. No obstante, en esta liza podría entrar el Super (2010) de James Gunn, una comedia con un planteamiento inicial parecido al Kick-Ass (2010) de Matthew Vaughn, pero más cínica y menos condescendiente, realista y exagerada al mismo tiempo. En realidad, no muy diferente al camino seguido por el Chronicle (2012) de Josh Trank, aunque prescindiendo esta de cualquier atisbo de comedia, recuperando los superpoderes para un espectáculo de efectos especiales manejado con inteligencia y añadiendo al conjunto la narrativa de cámara en mano que recientemente en El hombre de Acero (2013) intentaría imitar Zack Synder. ¿Por qué en estas producciones siempre se relaciona el superheroismo con algún tipo de trastorno o incapacidad social? Ese sería tema a analizar en un futuro, lo importante ahora es reconocer como el género superheroico sigue abriéndose camino, incluso en una producción como El hombre de los puños de hierro (2012) de Robert Fitzgerald Diggs, podemos intuir apenas imaginando un «pastiche mutante apócrifo», un ejemplo, como otro cualquiera, de la enraizada «cultura del superhéroe» en el cine contemporáneo estadounidense. Por ello, la vaticinada muerte del género superheroico no llegará, porque en Hollywood nada se crea ni se destruye, sobre todo si genera dividendos, sólo se transforma. El cine de superhéroes de hoy es, o será, el cine de acción del mañana.

¿Cuál es tu "otra" película de superhéroes preferida?

• Los Increíbles (27%, 282 Votes)
• El protegido (19%, 202 Votes)
• Darkman (12%, 126 Votes)
• Chronicle (11%, 114 Votes)
• Super (6%, 62 Votes)
• Hancock (5%, 56 Votes)
• Megamind (4%, 43 Votes)
• Gru. Mi villano favorito (4%, 37 Votes)
• Jumper (2%, 26 Votes)
• Defendor (2%, 21 Votes)
• El Vengador Tóxico (2%, 21 Votes)
• Push (2%, 16 Votes)
• Sky High: Una escuela de altos vuelos (1%, 13 Votes)
• Mi superexnovia (1%, 11 Votes)
• El Superpoderoso (1%, 11 Votes)

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