Edición original: Gone to Amerikay (Vertigo, 2012).
Edición nacional/ España: Gone to Amerikay (ECC, 2013).
Guión: Derek McCulloch.
Dibujo: Colleen Doran.
Color: José Villarrubia.
Formato: Novela Gráfica en rústica 144 págs.
Precio: 13’95€.
Hoy voy a hacer un alto en mi habitual arqueología por el baúl de los recuerdos para glosar una obra reciente (2012), aunque revestida de las cualidades que acostumbro a subrayar. O sea: es un relato completo, que puede degustarse sin molestas implicaciones con otras series o personajes; y, mucho me temo, habrá pasado mayormente desapercibido, pese a venir con el marchamo del prestigioso sello Vertigo. Pero todos sabemos que Vertigo ya no es lo que era, ¿verdad?
Gone to Amerikay se centra en la emigración irlandesa a EE.UU. a través de los protagonistas de tres historias separadas en el tiempo. En 1870 Ciara O’Dwyer y la pequeña Maire llegan a Nueva York en busca de fortuna, esperando que Fintan, marido y padre, se reúna pronto con ellas. En 1960 Johnny McCormack inicia su exitosa carrera como cantante folk, popularizando una canción muy especial. En 2010 el millonario Lewis Healy busca las raíces de la música que le marcó de niño, unas tonadillas que esconden el misterio de varias vidas entretejidas. Todo ello en un tomo de 144 páginas sin interrupciones, quiero decir, del tirón, sin capítulos derivados de una serialización previa, lo que lo emparenta con el álbum europeo antes que con el recopilatorio USA corriente. Se lee como se ve una película, ni más ni menos. Lástima que el formato comic-book le haga un flaco favor a la riqueza del material, que pide a gritos una mayor exposición y despliegue.
La dibujante Colleen Doran es una de esas mujeres que siempre olvidamos que trabajan en el mundo del cómic a pesar de llevar a las espaldas una larga trayectoria y haber participado en obras reconocidas y multipremiadas como la Wonder Woman escrita por George Perez, el Sandman de Neil Gaiman y, como autora completa, la space opera Una tierra lejana, entre muchas otras. Su estilo puntilloso y preciosista alcanza aquí una elaboración y un cuidado que asociamos inconscientemente a la escuela franco belga. Increíblemente exhaustiva en localizaciones, vestimentas y peinados (pocas veces se presta la debida atención a este último punto y Doran hace un trabajo exquisito), lo más sorprendente es la facilidad con que nos atrapa en la historia, más si tenemos en cuenta que las tres épocas no suelen distinguirse por textos de apoyo o trucos como dedicar la primera viñeta a situarnos. Y eso cuando es netamente realista, que también hay espacio para leyendas (maravillosa la de las páginas 44 a 46) y apariciones espectrales (págs.104-107).
Hay páginas que son como de Bryan Talbot, como la presentación de Ciara a la Sra. Mandelbaum (pág.66); otras encierran ese clasicismo americano para retratar la clase media en pulcros paneles como de “ventana invisible” (pág.52). Pero su marca de fábrica, donde la ilustradora echa el resto, son los trípticos donde, en dobles splash page, coinciden imágenes verticales de los tres tiempos (págs.08-09; págs.74-75) y las páginas donde la narración prescinde de viñetas y las figuras quedan acotadas por elementos del decorado como el humo de una plancha (pág.130), una niebla fantasmagórica (págs.104-107) o componiendo hermosos frescos como los de la página 24 (siguiendo las sensaciones de la lectura de una carta) o de la página 39 (dejándonos subyugar por la actuación musical de una bellísima artista negra). Algún desliz se le puede achacar: cierto estatismo, falta de profundidad ocasional, alguna expresión un poco rara en los personajes masculinos (los femeninos los borda; ya podían aprender muchos dibujantes “de chicas” que sólo saben hacer modelos de calendario); pecata minuta, en definitiva, si valoramos la insólita variedad de fisonomías y ambientes, la ternura y habilidad de sus retratos, la primorosa documentación. Su estilo, vocacionalmente antiguo, ajeno a modas, a veces tiene aires como de grabado (obsérvese la portada; varios primeros planos, sobre todo de Ciara). De una ojeada puede parecer aburrido, sin vida, cuando es justo lo contrario: eludiendo trucos y atajos nos obliga a reconfigurar la mirada; al rato, nos seduce; poco a poco nos apercibimos de que rara vez hemos visto una escena de verdad cotidiana tan convincente como la de Ciara cantando al tender la ropa mientras Maire contempla el brote tierno de una planta.
Escribe Derek McCulloch. Aunque lleva varios trabajos publicados en inglés (Stagger Lee, Pug, T. Runt, etc.), Gone to Amerikay es su primera obra traducida al español, tal vez por el amparo del gigante DC o por hacerse acreedora de un par de premios menores (como el Best Adult Books for Teens del School Library Journal). El argumento, ciertamente hábil, brega con la dificultad de lograr que las tres historias despierten un interés similar en el lector. No estoy seguro de que lo consiga. En mi caso, me emocionan más las peripecias de Ciara y su hija que las del resto de personajes. McCulloch acierta al reducir la trama del millonario dublinés a comodín o bisagra para los vestigios del pasado. Estas narraciones siempre funcionan mejor cuando los acontecimientos ya han concluido y son traídos al presente, arrojando nueva luz sobre ellos. Los viste de tragedia. McCulloch lo sabe y, con gran tino, destina al epílogo la página que, de forma natural, debería abrir el volumen. Soluciones como estas son las que descubren al narrador nato. Si la brillante factura procede, en gran medida, de Doran (ayudada por los colores de José Villarrubia, un poco demasiado “Vertigo” para mi gusto), McCulloch se reivindica dosificando los datos con habilidad. Personalmente, no me convence la conexión establecida “entre brumas” (permítaseme ser elíptico para no destripar nada al futuro lector), aunque tal vez fuera inevitable por motivos comerciales. Las letras de las canciones, por el contrario, suponen un acierto notable y ya tiene gracia en un medio tan poco musical como la historieta. El drama sigue, obviamente, la mayoría de los tópicos asociados a las narraciones de emigración (la pobreza, la traición, el crimen, etc.), pero como de puntillas, sin refocilarse, matizados con apuntes ingeniosos (p.ej: la homosexualidad de McCormack) que, sin volverlo totalmente original, nos implica. Nos da lo que esperamos, variándolo un poco, para que apenas nos pese regocijarnos con lo que esperábamos.
Arriba me quejaba del formato. Debemos forzar el ojo para apreciar la fina línea de Doran, para descifrar algún apretado cajetín de diálogo. Sin menospreciar el ataque a nuestras dioptrías, supongo que debemos considerarnos afortunados de que la estupenda obra de Derek McCulloch y Colleen Doran haya llegado hasta nosotros, tal y como están las cosas. La edición de ECC no es mala en absoluto y menos por 14 euros. Pero, como ya pasaba con El corazón del imperio, surge irreprimible el convencimiento de que se comete una injusticia al no apostar por el tamaño álbum. Gone to Amerikay quedaría estupendamente al lado de Jonas Fink o Las siete vidas del Gavilán, por poner un ejemplo. No está a su altura, es verdad, pero sus pretensiones están más cercanas a estas que al hatajo de zombies o el superhéroe de turno que nos suelen llegar de esas latitudes.
Yo lo tengo en la lista de compras pendientes, ya que por temática me atrae mucho y lo poco que ví del dibujo en mi tienda de cómics habitual, la verdad, me gustó mucho.
Tal vez sea el momento de ir adelantando su compra.
«O sea: es un relato completo, que puede degustarse sin molestas implicaciones con otras series o personajes; y, mucho me temo, habrá pasado mayormente desapercibido»
Tal cual, oye. Se me pasó por completo. A ver si lo veo por ahí y le echo un ojo, que pinta interesante.
Seguro que no os defrauda.