Mi aportación a esta serie de artículos pasa necesariamente por reconocer, al igual que Pedro, Javier y Alejandro, que en la elaboración de la lista han jugado un papel primordial el cariño y la nostalgia. Mejores o peores, hay lecturas que tienen una influencia en la formación del gusto, en el despertar del interés por tal o cual tema y que, al menos en mi caso, se encuentran ubicadas en un momento de mi vida en el que todo resultaba nuevo y sorprendente. Ese aprecio es el que determina que en la lista (y para mi retrospectiva sorpresa) estén presentes un tebeo dibujado por Allen Milgrom y otro por Herb Trimpes. Sorpresas que te da la vida. Huelga decir que aunque son todos los que están no están todos los que son, pero puestos a elegir, a día de hoy me quedo con los siguientes:
Cualquiera que intentara aficionarse a la lectura de comics durante los años ochenta y viviera, como es mi caso, en una localidad pequeña, recordará las mil y una aventuras que había que correr para poder conseguir todos los números de una colección. Si además, como es mi caso, vivías en una de las islas Canarias no capitalinas durante la adolescencia, esa tarea era virtualmente imposible. Los ejemplares llegaban con al menos un mes de retraso respecto a la península y la distribución era una lotería. Si a ello se suma el hecho de que las propias colecciones que se publicaban por parte de Comics Forum también llevaban sus propios desfases (entre sí y lógicamente, con la edición estadounidense) pueden imaginar ustedes lo que supuso para un niño de doce o trece años leer primero la serie limitada fundacional de los Vengadores Costa Oeste y seis meses más tarde el número de la colección principal que encabeza la lista. Fue una adquisición en un quiosco durante un viaje veraniego, y en la portada estaban el Capitán América, Thor, Ojo de Halcón, Hulka (a la que conocía por la publicación de sus aventuras en la edición brugueriana de las aventuras de su ilustre primo) y dos personajes a los que no conocía de nada: Henry Pym y Janet van Dyne. Por aquel entonces yo no tenía ni idea de que aquél era uno de los primeros números del guionista Roger Stern al frente de la franquicia vengadora (y que a su vez era el escritor de la miniserie que tanto me había gustado leer y releer en aquel tomo de Extra superhéroes) pero su aproximación a la historia del grupo a través de las memorias de uno de sus miembros fundadores me pareció (y me sigue pareciendo) un resumen perfecto de lo que por aquel entonces eran veinte años de historias. Recuerdo que me impactó conocer la existencia de un héroe que había cambiado de identidad cuatro veces y que, pese a sus innegables aportaciones como científico y como vengador, había terminado por malograr todo cuanto de bueno había en su vida. Su complejo de inferioridad como Hombre Hormiga, su torpeza como Hombre Gigante, el terrible error de crear a Ultrón como Goliat y su asunción de una personalidad más temeraria (y peligrosa) como Chaqueta Amarilla… Acostumbrado a la majestuosidad y perfección de Superman, encontrarme con un personaje tan sorprendentemente humano fue lo que terminó de engancharme a la serie y convirtió a Hank Pym en uno de mis vengadores preferidos. Esa perspectiva de los superhéroes como “personas de papel”, vulnerables y falibles se trasladaba a los colegas de un vengador que estaba en la cárcel: la Visión y la Bruja Escarlata, como telespectadores; un Hombre de Hierro azotado por la culpa al haber intentado ligar con la exesposa de su antiguo camarada y amigo; un grupo, en definitiva, que pasa en ese momento por una de sus situaciones más comprometidas. La historia de su profunda caída y de su posteriormente alzamiento es, vista con la debida perspectiva, una pieza fundamental en el proceso de maduración al que Stern sometería a la Avispa (partiendo de la presidencia que Shooter le había otorgado previamente), pero supo hacerlo de manera respetuosa con el papel que Pym había desempeñado en la creación de los Vengadores. Quizá es por culpa de este tebeo que las sucesivas aproximaciones de Brian Bendis al personaje me hayan parecido tan nefastas… pero ésa es otra historia.
Mi primer contacto con los tebeos de Forum se produjo a través del décimo número de la colección Extra Superhéroes. En el mismo se recogía la serie limitada que Marvel había dedicado a una creación poco conocida del maestro Jack Kirby: el Hombre Máquina. La historia planteaba la interesante premisa de un humano robótico que era reactivado al cabo de cuarenta años, casi por pura casualidad. Olvidado del mundo y separado por cuatro décadas de cualquier persona que significara algo para él, Aaron Stack descubre que sus antiguos adversarios son los responsables de su “apagado” y emprende una misión de huida y contraataque mientras intenta adaptarse a un mundo que ha cambiado demasiado. Tom DeFalco, que había escrito las aventuras finales del personaje en su primera serie regular, volvía a él y al elenco de secundarios que había intentado ampliar y presentaba un futuro cercano de estética ciberpunk, diseñado según los estándares de los años ochenta. A principios de esa década, hablar del cambio de siglo, y no digamos ya del 2020 era referirse a un futuro cercano, pero en los noventa no llegaron los robots de servicio (de la misma forma que en 2001 aún no teníamos las mochilas propulsoras como medio de transporte bien extendido). Los primorosos acabados de Barry Windsor Smith (sobre bocetos de Herb Trimpes ¡quién lo hubiera dicho!) dibujaban un mundo sucio, oscurecido por la contaminación y gobernado por las multinacionales (como dirían Les Luthiers “¡caramba! ¡qué coincidencia!”) pero con una estética cercana a La bola de cristal o a Boy George. Médicos con crestas a lo punk, jerga que hoy sonaría tan desfasada como un “mola cantidubi” y uno de esos futuribles marvelianos donde la era dorada de los superhéroes dejó paso a una época oscura y donde antiguos héroes como el Hombre de Hierro no son más que vulgares mercenarios (aunque diez años después llegó Walter Simonson como padre redentor, aunque ésa es otra historia, dibujada por Bob McLeod).
La lista no estaría completa si no se mencionara a Mortadelo y Filemón, los dislocados agentes secretos creados por Francisco Ibáñez. Mi primer recuerdo de un comic se corresponde con un ejemplar de la revista semanal Mortadelo que un amigo de la familia me regaló cuando prácticamente no sabía leer, convirtiendo la primera etapa de mi existencia como lector de tebeos en un cuasi-monopolio de las publicaciones de Bruguera. La lista de aventuras memorables de la dispar pareja de la TIA es bastante larga, pero en esta ocasión me quedo con El cacao espacial porque pertenece a una época en la que Ibáñez empezaba a meter elementos provenientes de la actualidad del momento en el que se publicaban las andanzas de sus personajes más populares, pero no había alcanzado todavía el grado de ¿oportunidad? ¿oportunismo? que destilan sus producciones desde hace bastantes años. El punto de partida no es otro que la fallida guerra de las galaxias orquestada por la administración Reagan en los tiempos inmediatamente anteriores al advenimiento de la Perestroika (debidamente homenajeada / parodiada en un álbum posterior dedicado a la “Gomeztroika”). El espacio se llena de chatarra espacial y Mortadelo y Filemón son seleccionados a su pesar para representar a España en ese festival bélico galáctico. Bromas a costa de Fernando Morán (por aquel entonces Ministro de Asuntos Exteriores y blanco de todo tipo de chistes), comentarios acerca de lo poco que duraban los premieres soviéticos (en ese momento, pero no por mucho tiempo, Chernienko), alusiones al conflicto entre el Reino Unido de Margaret Thatcher y Argentina, escapadas, persecuciones, trompazos y un final catastrófico. El esquema tradicional sobre un asunto de actualidad (con la consiguiente pérdida de gracia de algunos chistes conforme pasan los años) y unos personajes que estaban a punto de pasar por un periplo judicial que les mantendría alejados de su creador durante algún tiempo.
En este cuarto puesto pueden decir ustedes que no soy nada original. El relato de Jim Starlin sobre el fin de Mar-Vell es una elección fija a la hora de enumerar los mejores comics de la historia de la casa de las ideas, pero es así por méritos propios. Estamos ante un final que, cosa más que rara, ha sido respetado (al menos hasta el momento) sin que se haya permitido una enmienda de plana total y completa. Puede haber versiones alternativas, hijos póstumos, skrulls, legiones de los no vivos, pero el Capitán Marvel original lleva tres décadas criando malvas. El final de la historia que Shooter había propuesto a Starlin no implicaba necesariamente la muerte del personaje, pero pocas obras contienen y generan tal carga de sentimientos como esta novela gráfica. Los pijamas son meros accesorios en una historia real como la vida misma en la que don Jim plasmó todo lo que albergaba en su interior a consecuencia de la muerte de su padre. La parca, ya lo sabemos, es un elemento recurrente en la obra y milagros del autor, pero aquí no tenemos a la dama adorada por Thanos de Titán (bueno, un poco sí) sino a la muerte que acompaña a la vida y que adopta en esta ocasión la forma de un mal tan temido como extendido: el cáncer. La ruina interior de los titanes, la muerte negra de los kree. Sin peleas ni poderes, sin coloridos uniformes ni un final sobre el toque de campana, Mar-Vell pasa por todas las fases de quien tiene una enfermedad incurable y, pese a sus incontables proezas, también siente miedo, rabia, ofuscación por el hecho de que su existencia termine cuando ha alcanzado la paz del retiro y el amor en la persona de Elysius. Acostumbrados como nos tenía a las epopeyas cósmicas, Starlin sorprende con un relato a ratos intimista, a ratos grandioso. La visita arrepentida de un Rick Jones que reacciona de forma diferente ante la posibilidad de estar también enfermo. Los honores que el imperio Skrull rinde a su mayor enemigo. El homenaje de sus camaradas de armas, los cuales también se sienten profundamente golpeados por el hecho de que su viejo compañero, su amigo, se muere. También los héroes pueden morir de algo tan cotidiano como el cáncer, ese enemigo que golpea pero no encaja. Una historia conmovedora e irrepetible.
De Starlin a Starlin, y tiro por que me toca, mi primer encuentro con el autor fue en un nefando Pocket de Ases dedicado a los Defensores del que me ha tocado hablar en varias ocasiones a lo largo del año y que juntaba polvo en el quiosco de un aeropuerto. Tres meses después podría disfrutar del número siete de la colección que Epic dedicaba a Vanth Dreadstar, el héroe forajido embarcado en la tarea de llevar la paz a una galaxia y redimirse por su participación en la destrucción ¿inevitable? de la vía láctea. La descacharrante introducción de un Archie Goodwin que pedía a alguno de sus sicarios de redacción que le alcanzara unos calzoncillos mientras andaba en su meditación. La presencia de un villano con alzacuellos que era ni más ni menos que un papa medieval en una galaxia con tecnología aeroespacial. La singular banda compuesta por el hechicero Syzygy Darklock, el hombre gato Oedi (al que creía emparentado con la Tigra de los Vengadores Costa Oeste, por aquello de que pueblo gato, como las madres, solamente podía haber uno), la hermosa y aguerrida Sauce 327 y el simpático Skeevo. Cinco contra dos imperios en los que don Jim empezó volcando muchas de sus inquietudes en torno a la religión, la divinidad y las tensiones entre el brazo eclesiástico y el secular, pero que poco a poco fue evolucionando hacia algo que más bien parecía un tebeo de superhéroes arquetípico y poco acorde con los precedentes de La odisea de la metamorfosis. Con todo, cualquiera que haya disfrutado de la space opera en cualquier formato debería echar un ojo a los primeros volúmenes de esta colección, que alberga momentos tan brutales como la destrucción de la ciudad de Chichano (en su número tres) o el abuso infantil en el seno familiar.
Dentro de la lista no podría faltar el primer manga que compré, en plena fiebre del anime a principios de los noventa. Como niño de la transición, mi infancia no se explica sin la afición que generó, en aquella televisión única (doblemente única porque a Canarias no llegó la segunda cadena hasta 1983 y a las islas periféricas hasta 1985) la emisión de Heidi, Marco y, por supuesto, Mazinger Z. El robot luchador es un icono de la cultura popular y su presencia en la pequeña pantalla (repentinamente censurada) trajo consigo un aprovechamiento inusitado de todo lo que oliera a bruto mecánico. Versiones apócrifas made in Spain, reciclajes de otros robotijos a los que se etiquetaba como “Mazinger: el robot de las estrellas”. La reentrada de los dibujos animados japoneses, a caballo entre los ochenta y los noventa, supuso el reencuentro con una estética y una forma de contar historias fascinante que, además, trajo consigo la publicación de sus versiones en viñeta. La elección de La dama de Faris vino dada por el gusto por la serie de animación (la original, muy por encima de las continuaciones posteriores) y por la afición generada por la fantasía heroica merced a la lectura de El Señor de los Anillos y de las novelas de la franquicia Dragonlance (que han envejecido muy malamente). Puede que el trabajo de Ryo Mizuno esté muy pegado a la configuración de la banda arquetípica de cualquier partida de rol, pero en un género donde todo parece inventado lo que importa no es tanto el punto de partida sino el de llegada. La precuela dibujada primorosamente por Akihiro Yamada es un auténtico deleite para la vista. El bien y el mal, la luz y la oscuridad, en guerra eterna y en una batalla donde los grandes monarcas de la historia original son jóvenes aventureros y antes de Parn, Deedlit y compañía hubo una dama guerrera que se convirtió en leyenda. Ocho años tuve que aguardar para conocer el final de la historia, pero la espera mereció la pena.
La lista tampoco estaría completa sin el primer álbum de Astérix que cayó en mis manos y que fue precisamente La residencia de los dioses. Después de sucesivos fracasos militares, Julio César decide cambiar de estrategia y ahogar la irreductible aldea gala en el mar de la romanización. El bosque que rodea y nutre de alimento el pueblo será talado y dejará paso a una serie de urbes que provocarán la conversión de aquél en un chabolarum destinado a adaptarse o a desaparecer. Como sucede en las historias clásicas de Astérix y Obélix, se tratan muchos temas y cada relectura aporta nuevas perspectivas que en revisiones previas se habían escapado. Si cuando eres niño lo que más te gusta son los cogotazos a los romanos, de mayor empiezas a descubrir la habilidad y la retranca de las que hacía gala Goscinny. El método de conquista planteado por Julio César tiene un reflejo claro en la actualidad (como ya lo tenía en los días en los que este álbum vio la luz): ganar una guerra sin desenvainar un gladio pero mediante la progresiva romanización de un pequeño pueblo cuya economía es forzada a cambiar cuando pierde sus recursos naturales y empieza a sentir la tentación del dinero fresquito que viene en las faltriqueras de una ciudadanía romana que ha sido asentada allí para servir de instrumento involuntario de la estrategia cesárea. Como dice Panorámix a un preocupado Astérix, no son más que marionetas de Julio César, pero ellos ni siquiera lo saben. Cuando Esautomátix afirma que ya no es herrero sino anticuario ¿no viene acaso a la mente la imagen de ese salto vertiginoso de un sector productivo a otro que provocó la burbuja inmobiliaria y que dio a un sector de la población sin estudios ni formación el espejismo de que no había clases y de que el progreso desaforado era bueno? Cuando el protagonista advierte a su paisanaje del mal camino que llevan las cosas y éstos le responden diciendo que los romanos eran sus amigos y que les habían traído mejoras y avances ¿no recuerda un poco acaso a la crítica a los del “no a todo”? El final, después de una fabulosa viñeta a toda página de Uderzo en el que se desarrolla una batalla dentro de una gigantesca insulae, no está exento de cierta nostalgia: Astérix dialoga con Panorámix en las ruinas de la residencia de los dioses y le pregunta si será posible en el futuro frenar el transcurso del progreso como lo han hecho. Implícitamente reconoce que Roma es el futuro (y de hecho, la independencia política de la aldea no lleva aparejada una independencia económica o social) y Panorámix le da la razón: no siempre van a poder frenar el cambio de las cosas. Obras como ésta o El Adivino (despiadada crítica de esas magufadas con las que los vivales de turno intentan vivir a costa de la simpleza o desconocimiento ajenos) son las que hacen de la colaboración Albert-René una mina de oro y las que me hacen pensar que todos los álbumes posteriores a Astérix en Bélgica no valen lo que una sola página de los clásicos.
El encuentro con la creación más memorable y celebrada de Ramón Tosas Ivà (con permiso del canario sargento Arensivia) vino de la mano del descubrimiento y lectura continuada de El Jueves primeramente y de los recopilatorios de Pendones del humor en segundo lugar. El Maki pasea su canallesca figura por una Barcelona que se prepara para los fastos de 1992 y, apegado a la actualidad como correspondía a una publicación como la que sale los miércoles, Ivà fue el cronista de la progresiva desaparición de esa parte políticamente incorrecta de la ciudad que, evidentemente, no quedaba bien en la foto de un país que quería demostrar que se había desembarazado definitivamente del legado de su anterior gobernante. Chorizo, filósofo, poeta y romántico, Maki comparte con amigos (Popeye, Moromielda, el Pirata) y familiares (la Manoli, el Matías, el Pitufo) su filosofía de la vida y sus recuerdos de un tiempo en el que la delincuencia común compartía con la militancia política el ser objeto de persecución por parte de los “grises”. Don Ramón nunca dejó títere con cabeza y nunca se paró en barras a la hora de poner en solfa (a veces de forma muy cruda y hasta cruel) las miserias de una sociedad que quería -¿quiere?- ser europea a toda costa pero que no termina de quitarse de encima el peso de tantos siglos de polvo y oscurantismo de sacristía. Políticamente incorrectísimo, el estupor que generaban algunas de sus historias venía dado, sin duda, por el hecho de que lo que presentaba era un espejo no demasiado distorsionado del mundo en el que le había tocado vivir. Después de tantos años todavía me fascina esa combinación entre lenguaje barriobajero y cultura de altos, altísimos vuelos que se reflejaba en aquellas dos páginas semanales.
Una de las “fórmulas editoriales” que permitió que cultivara mi afición por la lectura de los tebeos marvelianos fue aquella redistribución en la forma de tomitos de cinco números que, cada cierto tiempo, hacían su aparición por alguna librería o quiosco local. Allí, allá por la primera de 1990, encontré las primeras entregas de Classic X-Men, una colección que permitió comprender porqué entre los vetustos libritos de Vértice y una aparición en los Alfalfa Light de Bill Mantlo había tanta diferencia en cuanto a alineaciones. Descubrir aquellos números y engancharme a las aventuras de la Patrulla-X fue todo uno. Luego descubriría que el señor Claremont se había encargado de rehacer algunas cosas para que fueran encajando con lo que iba contando, pero durante ese año y medio, la combinación del trabajo de Cockrum con las historias de complemento de Bolton fueron cita obligada que, de paso, me ayudó a re-conectar con lecturas más antiguas en otros formatos. Cuatro años después de ver a Magneto convertido en tierno infante, volvía a la carga más fuerte y ansioso de venganza. La historia de Jean Grey y Fénix, la singular relación amorosa entre ésta, Scott, Logan (y un poco Warren, al menos en el primer número). La inocencia de Ororo, la antipatía que generaba Lobezno, la alegría desenfadada de Kurt, la timidez paleta de Peter, la declaración de Cíclope como hombre-X en cuerpo y alma. Los inicios de hombre que daría a la casa de las ideas su franquicia más potente durante casi dos décadas. Ha habido otros autores, ha habido otros momentos memorables y el propio don Chris ha vuelto un par de veces a contar aventurillas-X, pero nada ha sido igual ni se equipara a estos momentos en los que, de nuevo, todo era fresco y alegre.
El listado se cierra con la aventura que encerraba otro tomo recopilatorio adquirido por pura casualidad en otra librería de un pueblo vecino durante un período vacacional. Los cinco primeros números (o casi) de Walter Simonson como autor completo de Thor. Éstos incluían el enfrentamiento con Bill Rayos Beta, un ser de apariencia monstruosa que, sin embargo, albergaba un espíritu de nobleza y dignidad comparables a los del dios del trueno. El inesperado encuentro con Mjolnir y la doble derrota que sufre Thor (primero al transformarse en Donald Blake y luego en singular combate en igualdad de condiciones) sería la primera de las lecciones de humildad que don Walt propinaría al hijo rubito de Odín. Mitología nórdica pura y dura, plasmada en unos diseños más cercanos a la cultura escandinava que al oropel “cartonpedrero” de Jack Kirby; una Asgard aguerrida y gallarda y una serie de funestos presagios que hacen que el fin de los tiempos se aproxime. La forja de la espada Crepúsculo, la primera aparición de Malekith el maldito, el destino de Eilif el perdido y la espectacular batalla contra el dragón Fafnir en Nueva York, amén del encanto manipulador y conspirador de Loki, hacen de esta toma de contacto el inicio de una etapa irrepetible e insuperada en la historia de la franquicia tronante de Marvel.
Repasando y releyendo cada una de las obras, me he dado cuenta también de que cinco de ellas llegaron a mis manos en un único año, 1986, junto a otras que han quedado fuera como Los Vengadores Costa Oeste, Los Defensores o Doctor Extraño. Casualidades de la vida, contempladas en su conjunto todas ellas cayeron en mis manos en un período de apenas diez años (con notables excepciones, eso sí), así que gracias a esta iniciativa de Pedro Monje he podido deducir cuándo me volví definitivamente lector de comics.
Excelente Top Luís Javier. Me ha encantado que incluyeras La Dama de Faeris, una verdadera virguería visual recomendable para todo tipo de lectores, no sólo los de manga. Y gracias por incluir La Muerte del Capitán Marvel, una obra maestra donde lsa haya y que tuve que dejar fuera de mi top por falta de sitio.
La residencia de los Dioses, mi Axterix favorito.
Me sorprende y me alegra que en esta sección primen los sentimiento a las obras, demostrando una vez mas que todo o casi todos los grandes momentos en la vida de una persona suelen alojarse entre la infancia y la pre-adolescencia, después todo lo que viene ya es estirar el chicle.
Gran lista por cierto.
P.D: Me apunto La residencia de los dioses como prioridad para los álbumes que me faltan de Asterix.
Jim Starlin es Dios y el Capitán Marvell , Warlock y Dreadstar sus profetas, hay varias señales que así lo indican: ese dreadstar enfrentándose a un villano-sacerdote traidor dd la verdadera religión y cabeza de una falsa Iglesia, la(s) muerte(s) y resurrecuón (es) de Warlock con crucifixión incluida, y, sobre tod, la portada de la Muerte del Capitán Marvell donde este y la Muerte adoptan las mismas posturas que Jesucristo y la Virgen María en «La Pietá» de Michelangelo.
Con tantas evidencias, ¿como no podeis verlo? ¡¡¡arrepentiros pecadores que el fin anda cerca!!!
Si a esto le sumamos al gran Makinavaja al que vengo reclamando en este ranking desde que apareció esta sección, uno de mis preferidos albumes de Asterix, La Balada de Bill Rayos Beta y los primerísimos Classic X-Men , con esas portadas e ilustraciones de Adams, los complementos de Claremont y Boltón, y la primera gran saga de los Nuevos X-Men, con primera aparicón de Lilandra, Saqueadores Estelares, Guardia Imperial, etc…. me sale la más genial lista de las que han publicado en esta sección hasta ahora, y mira que Ugartondo habia dejado el pabellón alto, pero usted, Don Capote, con su Starlinmania lo ha sobrepasado.
Un gusto hablar con usted tanto de comics como de gastronomía.
Me uno a las felicitaciones por la sección y por la lista (o más bien por la forma de transmitir por qué tal o cual tebeo es o no importante…la lista casi es lo de menos).
Hay una cosa que no perdono y otra que me ha alegrado un montón:
La que no perdono es que, empezando habiendo leído Bruguera, se seleccione EL CACAO ESPACIAL como historia de Mortadelo, cuando todo el mundo sabe que Mortadelo dejó de existir en 1986 con el cierre de dicha editorial.
La que me ha alegrado un montón es que por fin alguien mencione a EL JUEVES (o un personaje de dicha revista), ya que es de justicia reconocer su aportación tebeística (y sí, makinavaja es una joya, y se disfruta todavía más si eres de Barcelona y conoces las calles del lumpen en las que se inspiró Ivá)
La Residencia de los Dioses es la polla. También era el favorito de mi hermano, rojeras absoluto, así como de los pitufos le alucinaba Su Pitufísima, otro gran álbum.
Ya me extrañaba la inexistencia de La muerte del capitán marvel o dreadstar en estas listas.
Apunte otra felicitación por mi parte. Sobre todo por el enfoque. La nostalgia es el mejor posible. Hacer una lista canonica y académica sólo llevaría a reproches varios sobre la inclusión o no de tal obra. El haberme desecho de aquellos comics que me engancharon a la lectura en pos de literatura más «adulta» todavía pesa en mi conciencia( y en mi bolsillo, por qué he vuelto a comprarlas 30 años después)
Don Spirit: la elección de «El cacao espacial» tiene una explicación precisamente basada en ese momento en el que Bruguera cerraba. Esa aventura fue de las últimas que se publicaron antes del período de separación entre creador y creaciones y es la que me viene a la mente en ese momento en el que la editorial cuyas revistas habían poblado mi infancia se venía abajo. Mi paso al cómic de superhéroes desde los entrañables tebeos del gato negro se produjo justo en ese año y, a qué negarlo, aunque no está a la altura de los grandes clásicos de la década anterior, esa aventura espacial (luego repetida con peores resultados) vale más que cualquiera de los álbumes realizados en los últimos veinte años.
Spirit: Barcelona me encanta, pero leyendo a Makinavaja, y teniendo en cuenta que mi primera estancia en la ciudad condal fué en el año post-olímpico de 1995 , me dá la sensación de haberme perdido algo, pues Ivá explica muy bien en sus historietas como con todo el tinglado de Las Olimpiadas se perdió mucho de esa Barcelona canalla, de la que también se habló aquí en una reseña del Integral Makoki.
¿fué tan fuerte el cambio como parecen sugerirlos estas historias? ¿es posible encontrar algo de la Barcelona canlla y bohemia en la ciduad actual?
El hombre máquina… el último número, con Windsor-Smith de autor total, es una de la cumbres del tebeo USA. Apoteósico es poco.
Luis Javier; no sé…no sé…bromas aparte, es tu lista y tu elección. Pero como más o menos me imagino que somos de la misma quinta (yo soy del 74), y a esa edad teníamos a nuestra disposición todas las historias de Mortadelo porque Bruguera no paraba de reeditarlas (al fin y al cabo era su única fuente de ingresos fiable), elegir el cacao espacial, por muy actual que fuese en aquella época, es…no sé…elegir el inicio de la decadencia y quizás lo peor de aquella época, aunque es evidente que sigue siendo mucho mejor que lo que vino después. En todo caso, claro, comprendo las razones que expones, que no dejan de ser tuyas y ya decimos que esta lista es subjetiva…así que te perdono.
manolín; yo soy del 74, como he dicho antes, y no estrictamente de Barcelona sino de la periferia (de Hospitalet, en concreto). Así que te puedo hablar de referencias, pero la época que relata Ivà no la viví en primera persona, ya que con diez-doce años no me dejaban ir sólo en el metro…
Pero por las referencias de los más viejos del lugar te diría que sí, que con los juegos olímpicos sí que se hizo una «limpieza» más o menos institucionalizada de ese lumpen canalla y barriobajero que relataba Ivà en sus historias (y que queda muy bien en los tebeos y en el misticismo, pero que cualquiera va por allá…) y se tiró el llamado barrio chino, los chiringuitos de la Barceloneta, etc…a fin de dar una imagen post moderna y fashion de esta ciudad.
Por supuesto, siempre quedarán sitios irreductibles…
En tiempos más recientes, y ya con conocimiento de causa (trabajo en Barcelona centro) te diría que sí que permanecen lugares de ese lumpen que con la crisis y tal incluso parecen resurgir. Lo que pasa es que Barcelona es una ciudad de contrastes; tienes en el Raval un hotel de lujo y a cinco metros las putas decadentes en plena faena, tienes al final de la rambla un bar de Pacos que sirven leche de Pantera y chorizo aceitoso mientras revolotean los perros y al lado una coctelería de diseño donde van los guiris, etc…es decir; convive el lumpen y lo fashion con una normalidad que incluso a mí me asombra…
Una lista muy guay. Y, francamente, no tenía ni idea de la existencia del Hombre Máquina, un invento de Kirby dibujado por Windsor Smith, ahí es nada…
«manolín; yo soy del 74, como he dicho antes, y no estrictamente de Barcelona sino de la periferia (de Hospitalet, en concreto). »
Hombre Hospitalet, tres mesecillos me tire haciendo un curso alli, vivia en un pisito justo enfrente de la estacion de la rambla Just Oliveras, buena gente y muchos amiguetes deje alli, de algun garito tambien me sacaron bolinga alguna que otra vez pero vamos eso me ocurre en cualquier lugar del mundo.
DREADSTAR. Ya era hora! Poco Starlin se veía por aquí. Menos mal que vino Luis a traernos ración doble.
La Dama de Faris siempre lo encontré muy críptico en su narración. Bueno, de hecho todo lo relacionado con Lodoss. Pero siempre he mirado con buenos ojos lo referente a esta serie por el buen sabor de boca que me dejó la serie de animación emitida en el plus.
Ya podía animarse Panini a reeditar El Hombre Máquina.
O toda la colección, que son pocos números y están Kirby y Ditko. (Por si solo te referías a la miniserie) 🙂
Efectivamente; me refería a la miniserie. La verdad es que el personaje, por sí mismo, nunca me ha entusiasmado pero el trabajo de BWS en esa miniserie es de lujo. Pero oye, si, como dices, son pocos números y están Kirby y Ditko (dos autores a los que he empezado a apreciar en su justa medida con los años), desde luego no le voy a hacer ascos. Que lo saquen en un tocho Marvel Héroes y tan contento.
Gran artículo!!! me encanta el enfoque infantil distorsionado que le estáis dando a esto. Ya habrá tiempo para «mis diez obras maestras» pero lo de favoritos lo habéis tomado en serio.
En este caso me subo al carro de los clasic x men. Es obvio que soy un fan, pero arañando en ese tono revival, es que cuando salió ese número 1 con la portadaca de Adams, creo que era a principios de un verano, yo me quedé ya fascinado para siempre.
Y por supuesto ahí están otra vez Mortadelo y Filemón, gran aportación con el Maqui y estupenda elección y explicación de porqué esa obra de Axterix…
Excelsior!
De nuevo uno de estos estupendos artículos que apelan directamente a nuestros primeros años como lectores de comics.
Y es que no puedo estar más de acuerdo con lo expuesto por Mr.Capote en la cabecera de este post:
Estas reseñas se deben realizar desde la nostalgia y el cariño al recuerdo y a la sorpresa infantil y primeriza que sentíamos al abrir un tebeo y adentrarnos en él, en su historia y en sus dibujos, sin ningún tipo de idea premeditada o de intento de análisis gral. de la obra y del trabajo de sus autores, de las referéncias, del concepto…
Todo eso llegaría años después, entonces no era el momento.
Simplemente el placer de leer por el placer de la lectura (y viceversa), y por nuestra curiosidad infantil que saciar y que siempre pedía más y más… y que núnca se completaba y, ni mucho menos, se saciaba.
Por eso estamos todos aquí. Por que aún, quiero creer, queda algo de aquellos niños.
Decía Don Jacinto Benavente algo así:
– «Por la inteligéncia rara vez nos ponemos de acuerdo. Por el corazón nos entendemos siempre»
Pues eso.
Rockeros Saludos.
Por cierto, trás ver las dos últimas entregas de esta sección creo que los DeCeitas no deben de andar muy contentos.
A ver si en las próximas alguién se descuelga con Infinity inc. , Las Ligas, Los Titanes o Escuadrón Suicida.