ZN: Mis Diez Cómics Favoritos (Parte 5)

Como lector, al igual que en muchos otros aspectos, soy hijo de mi tiempo. Por tanto, aquello que los estudiosos llaman la trifecta de 1986 tuvo un impacto enorme en mí. De estos tres títulos publicados ese año que tanta influencia posterior ejercieron en la industria y en el medio, tengo que decir que el Maus de Art Spiegelman llegó a mis manos más tarde e incompleto, por lo que para ser veraz no puedo decir que esta obra maestra calase tantísimo en mí a nivel visceral como hicieron las otras dos. De Watchmen, que tal vez sea mi favorita, ya os habló tan perfectamente Javier en su lista que poco tengo que añadir a las sensaciones que me suscitó.

Eso me deja, y yo encantado, con la redefinición de Batman que Frank Miller, con Klaus Janson y Lynn Varley ejecutó, inaugurando el a partir de entonces popular formato prestigio.

¿Cómo expresar cuanto me gustó El Señor de la Noche? Porque así fue cómo en la editorial Zinco (cuya valiente labor por el cómic en España nunca será lo suficientemente agradecida) tradujeron The Dark Knight Returns, nada de El Caballero oscuro por mucho que sea la traducción adecuada. Con ese título, por tanto, es como quedó grabada en mi joven e influenciable mente esta obra en cuatro tomos que me parece un milagro que todavía conserve en esa edición, de tanto que releí. Las cubiertas están gastadas y la encuadernación de las páginas cruje al pasarlas, si, pero idolatré esos tebeos de forma que el cuidado que les puse en cada lectura les permitiese llegar hasta hoy en día.

Había leído un texto en otra publicación de Zinco hablando de este cómic (uno de los primeros en esta editorial, que hasta entonces no tenía ni correo de los lectores) y cuando me hice con los dos primeros tomos me quedé boquiabierto: nada de lo que había leído en aquel artículo me podía haber preparado para lo que me encontré allí. No era para nada lo que me esperaba. El dibujo no correspondía con el que yo había imaginado que vería en esas páginas, más cercano al Miller de sus primeros tiempos en Daredevil, el que a mí me gustaba. No, aquello era algo feísta, sucio, oscuro, cruel, en consonancia con el monólogo interno del protagonista y la sofisticada y violenta historia que se nos contaba. No tenía nada que ver con el elegante Batman de O’Neil y Adams que yo conocía y admiraba. Pero tenía un sabor, una intensidad…

Todas esas características no hicieron sino crecer en los dos siguientes libros y me dejaron totalmente fascinado. Daban igual las incoherencias. Sí, esa no era la misma persona del resto de los cómics: no es que fuese Batman envejecido. Es que era otro tío. Y ¿qué era eso de que primero acribillase con una ametralladora a un criminal y luego dijese “Este es el arma del enemigo” rompiendo un fusil con las manos? Pero nada de eso importaba entonces.

Así era el nuevo Batman, y yo me había rendido ante él.

Habiendo leído ya Watchmen y estando con La Cosa del Pantano, yo ya lo tenía muy claro: Alan Moore era mi escritor favorito. Pero no era tan fácil encontrar obras suyas. En las primeras revistas de crítica y noticias sobre cómics que yo había empezado a adquirir, hablaban de esta Miracleman, así que cuando vi un ejemplar estadounidense en una librería especializada, corrí a ojearlo. Se trataba del penúltimo episodio de la etapa del barbudo de Northampton y la atrocidad que allí se desplegaba hacía palidecer hasta a la que yo llevaba vista por los mismos autores en La Cosa del Pantano.

Por supuesto, cuando tiempo después se anunció que parte del catalogo de Eclipse iba a ser publicado en España salté de entusiasmo. Y cada miércoles y viernes al salir del instituto, apresuraba mis pasos hacia el kiosco esperando su llegada. Cuando lo tuve en mis manos, no me defraudó ni lo más mínimo. Los once números que aquí aparecieron, junto con algunos que conseguí en inglés de la etapa de Neil Gaiman se convirtieron en uno de mis mayores tesoros.

Sabe Odín que no soy especialmente fetichista con los cómics como objeto físico, y que he pasado por épocas de penurias económicas en las que tentado he estado de revender esta obra por los astronómicos precios que ha alcanzado. Pero nunca pude desprenderme de ella, la nostalgia la impregna, recuerdo donde compré y leí cada episodio por primera vez con nitidez. Y mi alegría con la reciente noticia de su reedición y, sobre todo, continuación, es solo comparable a la que experimenté cuando sostuve por primera vez en mis manos aquel número uno.

Durante los años 70, después de una también notable andadura con el Capitán Marvel, Starlin cogió un personaje cósmico de Marvel hasta entonces de segunda división y lo transformo en un clásico. Muy influenciado sin duda por el escritor Michael Moorcock y su creación Elric de Melnibone, el protagonista pasa de ser un dorado mesías hippy a un personaje cínico, taciturno y amargado, merced a las tortuosas situaciones que va viviendo, al constante enfrentamiento con facetas de sí mismo y a la gente que va perdiendo.

Yo me encontré por primera vez con Adam Warlock en el anual de 1980 que Ediciones Vértice publicó de Los Vengadores, siendo un niño bastante pequeño. Aquel tebeo de formato gigante, con esas enormes ilustraciones, en su primera parte de George Perez, cautivó durante años mi atención más aún por su segunda mitad. Curiosamente no estaba acreditado quien guionizaba y dibujaba ese tramo (en cambio sí el entintador, colorista, traductor…y rotulistas, tanto el español como el americano, cuyo trabajo obviamente no podíamos ver), pero en cuanto vi un tiempo después la novela gráfica La muerte del Capitán Marvel, comprendí que se trataba sin duda de este mismo Jim Starlin. Y así, uno de mis autores favoritos pasó a tener nombre.

La triste historia allí contada del destino final de Warlock (bueno, final por aquel entonces), con esas escenas de las reflexiones de Los Vengadores mientras se dirigen a una de sus más épicas batallas contra nada menos que un Thanos que a mí jamás me volvió a parecer tan terrible, es de esas que hacen afición. Y eso que en realidad no había entendido todo lo que pasaba (¿por qué aparecía otro Adam?), como descubrí más de una década después cuando Forum publicó toda esta saga en aquel formato al que llamábamos otoñal por la facilidad que tenía para desprendérsele las hojas.

En medio pude disfrutar de un especial primavera de la colección Clásicos Marvel con las primeras historias de Starlin a cargo del personaje, que no hicieron sino reafirmar mi pasión por ambos, autor y personaje con esas declaraciones sobre el poder, la religión y los demonios internos. Además, fue en ese tebeo en el que vi el anuncio de Miracleman y el resto de publicaciones de Eclipse de las que antes hablaba.

He dicho antes que no soy muy fetichista con los cómics. Éstos de Warlock en cambio, también desafían esa afirmación (y antes de que acabe esta lista veremos alguno más), ya que he de reconocer que me los he comprado en todos los formatos, ediciones e idiomas que he tenido oportunidad.

En Diciembre de 1988, los que esperábamos como agua de Mayo cualquier cosa escrita por Alan Moore tuvimos unos gratos regalos navideños en los kioscos, cortesía de la ya mentada editorial Zinco. No solo pudimos leer un especial de La Cosa del Pantano que nos preparaba para la publicación de la saga American Gothic el año siguiente y la historia ¿Qué le sucedió al hombre del mañana? con la que se cerraba en España el año de celebración del 50 aniversario de Superman. También ese mismo mes se publicó ese relato del que tanto llevábamos oyendo hablar vagamente, en la que el excelente dibujante de Camelot 3000 por fin nos mostró las páginas que Alan Moore había escrito para que él ilustrase.

Poco hay que decir ya de la que muchos consideran la historia definitiva sobre el Joker. Que la polémica interpretación sobre su final que Grant Morrison ha sacado a relucir últimamente ya estaba allí y se comentaba en la prensa especializada del momento, y que releerla no solo no decepciona, sino que sorprende gratamente. Moore, como en Watchmen, juega con los diversos momentos temporales en que se narra la historia, vuelve a abundar en la broma del vacío existencial de la que hablaba el Comediante y vuelve a hacer metalenguaje sobre el cómic de superhéroes.

Y además, creo que la de Brian Bolland será para mí siempre la mejor versión gráfica tanto de Batman como del Joker.

Siempre quise leer una gran historia con La Liga de la Justicia arquetípica. La de Giffen, DeMatteis y Maguire me había encantado, pero entre el tono humorístico y que no se trataba de los personajes icónicos, descubrí que no era exactamente eso que buscaba. Yo tenía en mente algo parecido a su equivalente Marveliano, Los Vengadores, en su mejor etapa. ¿No tenía este supergrupo una Trilogía de Nefaria, una Saga de Korvac?.

Mis encuentros con la JLA en la serie Circulo Justiciero de Vértice, o en los números que había encontrado dedicados a ellos de Bruguera no me habían dejado satisfecho. Y ¿qué decir de la televisiva Super friends? Los años fueron pasando y aunque sabía de la existencia de unos números dibujados por George Perez que podrían cumplir mis expectativas, durante los turbulentos 90 no me parecía posible que fuese a verlos jamás.

Y entonces, cuando en España ni siquiera se editaba la linea DC excepto de forma anecdótica, me encontré con dos números en inglés que me daban todo lo que llevaba años esperando.

Daba igual que los horrendos diseños de los personajes fuesen los propios de aquellos tiempos y que el dibujo no fuese sobresaliente. Allí estaban los siete grandes, de forma clásica pero modernizada a la vez, escritos por un Morrison que aportaba un nivel de espectáculo (y este no era vacío, como muchos otros tebeos de la década) como jamás había visto con la Liga. Y también estaban aquellos combates, el nivel de las amenazas, lo bien perfilado de los personajes en los diálogos…

Ya con más edad que con las obras de las que he hablado hasta ahora, me volvía a sentir como un niño. Poco a poco fui haciéndome con todos los números, entre los encargos al Previews y el huroneo en los cajones de toda tienda especializada que encontraba.

Morrison, sin duda inspirándose en aquella escena de La Cosa del Pantano de Moore en la que el grupo contemplaba la tierra desde arriba como dioses, supo dar toda la épica que la JLA necesitaba, aplicándole las dosis precisas de modernidad y de homenaje a la edad de plata.

Y por este cómic, amigos, es por lo que los mejores Green Lantern y Flash para mí siempre serán Wally West y Kyle Rayner.

Y si la JLA me dio lo que llevaba años esperando, poco después incluso se subieron las apuestas. Me compré el mismo día los primeros episodios en inglés de The Authority y Planetary, dos de las obras con las que Warren Ellis irrumpió en el final del milenio y pensé “Esto aquí no lo van a editar nunca y no quiero perdérmelo”.

Aquello era la JLA pero mejor dibujada, como por un Alan Davis megalómano llamado Bryan Hitch, y escrita por un Warren Ellis con una actitud punk que se me ganó desde el primer número. Daba igual que las historias fuesen menos profundas y que los personajes tuviesen todos una misma caracterización de “eh-soy-mas-chungo-que-tu”. Esta misma, el nivel de espectáculo, la violencia e irreverencia, eran todos elementos que en manos de otros hubiesen sido vulgares, pero que en esta serie me hacían devorar las páginas sin dejar nunca de asombrarme cada vez que las pasaba.

Cuando Ellis y Hitch dejaron la colección me pareció una tragedia y no sé muy bien por qué me compré ese primer número de la etapa que hacía el tío que escribía los fill-in de la colección de la Liga de la Justicia. Pues premio. Resultó que aquello me gustaba incluso más “¿Cómo es posible?”, me preguntaba. Un mes antes me desesperaba que quedando libre de la JLA, Grant Morrison no acabase aquí, que era el título yo pensaba que había nacido para escribir el escocés. Y claro, resultó que fue otro el guionista de esa nacionalidad, Mark Millar, acompañado del increíble dibujo de Frank Quietly el que mejor se adaptó a esa descripción.

Luego, tras la marcha de Millar, la serie decayó, y aunque cumplí mi sueño de ver a Morrison escribiendo Authority, ya no era lo mismo. Su momento ya había pasado. Pero de vez en cuando los desentierro y me entusiasmo de nuevo asistiendo a las aventuras de Jenny Sparks y su grupo de dioses disfuncionales salvando y arreglando el mundo a golpes.

Conocí al personaje en un especial de la Patrulla X dibujado por el artista inglés y guionizado, como no, por Chris Claremont, y me encantó seguir después a este equipo creativo en la serie de Excalibur. En el correo de lectores de esta colección se comentaba que el personaje había tenido una colección en Marvel UK que iba a ser editada en esas mismas páginas como complemento, pero eso nunca llegó a suceder. En su lugar nos llegaron cuatro números en formato prestigio que recopilaban la maravillosa etapa de Jamie Delano (al cual yo había conocido por Hellblazer) escribiendo al personaje y su tono definitivamente me enganchó.

Pero más allá, estas historias hacían referencia a otra anteriores que, además de estar también dibujadas por Davis, resultaba que estaban escritas por nada menos que Alan Moore. Desgraciadamente, la pelea de éste con Marvel impidió que tales episodios, que alcanzaron una dimensión mítica en mi imaginación, fuesen recuperados entonces y con el tiempo me resigné a que jamás podría leerlos.

Pasaron unos años y me encontré con un tomazo de Archivos X-men que ya debía llevar algún tiempo en el mercado y que a primera vista pensé que reeditaba los números que yo tenía. Al fijarme bien vi en la portada el nombre del sacerdote de Glycon, que había cedido por fin a la reedición sin yo enterarme, así que no lo pensé: me hice inmediatamente con este volumen.

Y aunque las primeras historias, escritas por Dave Thorpe, me desilusionaron haciéndome pensar que tal vez había sobredimensionado lo que el tomo realmente contenía, al llegar a la parte de Moore todo cambió y mis expectativas se vieron sorprendentemente cumplidas. La Furia, el Maestro Asesino, James Jaspers…¡¡si hasta aparecía Miracleman en una viñeta!!!! El material de Jamie Delano cobraba nuevos sentidos durante ese par de noches en las que leí frenéticamente este tomo, haciéndome volver a disfrutar la inmediata posterior relectura de la etapa del escritor de Hellblazer.

De nuevo, ese tono oscuro de los británicos haciendo superhéroes en los años 80 se me había vuelto a ganar. Si no podía tener más Miracleman, por lo menos había alguna obra que me evocaba sensaciones parecidas.

Mis impresiones con esta obra son muy parecidas a las de la anterior: me gustó, y mucho, porque de algún modo me evocó al Miracleman de Moore y Davis. De nuevo ese tono oscuro (acentuado, no lo negaré por disfrutar en blanco y negro los dibujos de Steve Yeowell), referencias al misterioso pasado, superhombres creados por Nazis y unas batallas francamente espectaculares. Si a eso le sumamos las referencias a HP Lovecraft de Iok-Sot-ot y el resto de los multiangulados, yo era presa fácil aunque ya no fuese un niño.

Y aunque es cierto que la serie flojea según avanza esa especie de Crisis en Tierras infinitas que vemos en sus páginas, el final no publicado en España levanta el vuelo y cierra la obra en mi opinión de forma magistral. A ver si lo podemos ver pronto en castellano, ahora que la obra se va reeditar de forma lujosa en el Reino Unido.

Cuando yo era muy pequeño, de algún modo intuía que los superhéroes de eso que llamaban Marvel podían cruzarse entre sí, pero probablemente no con otros que conocía como Superman, Batman o Flecha Verde. Estos últimos debían pertenecer a otro mundo separado del cual no sabía ni el nombre. Descubrí como se llamaba aquella editorial en la portada de un tebeo gigante editado por Bruguera que mis tíos me compraron durante unas vacaciones. Allí lo ponía muy claro: «DC y Marvel presentan: Superman y Spiderman. Artista invitado: ¡El increíble Hulk!»

El guión de Jim Shooter para aquel número especial, el primer cruce entre editoriales que yo conocí (fui consciente de la existencia del anterior Superman Vs. The Amazing Spiderman años más tarde) era todo lo que un niño podía desear. Aparte de estos tres personajes anunciados en la portada, en sus páginas aparecía Wonder Woman, un enemigode Superman que no conocía, el Parásito, y mi villano favorito de todos los tiempos, el Doctor Muerte, o Doctor Doom, como por primera vez en mi vida lo leí nombrar. Los combates, la dimensión de la amenaza y el sentido de la maravilla, vistos todo ellos en esas enormes páginas, resultaban realmente espectaculares.

Y tengo que decir que pese a que se ha comentado mucho que John Buscema no sabía dibujar bien ni a Spiderman a los personajes de la Distinguida Competencia, no puedo estar de acuerdo. Por ejemplo, la escena en la que Clark Kent se mete en el cuarto de limpieza del Daily Planet (o del edificio de Galaxy Communications en esos principios de los años 80) y se cambia a Superman, que sale volando en una hermosa splash page embellecida por Joe Sinnot, me atrapó más allá de lo que posiblemente sea lo razonable. Cuando aquel niño, desvanecido hace tanto, pasaba su vista por estas viñetas sonaban en su mente las primeras notas de la famosa fanfarria de John Williams para la película del personaje, poniéndole verdaderamente los pelos de punta. Todavía siguen haciéndolo, así que tal vez ese niño no esté perdido del todo.

Fui al cine a ver la película protagonizada por Brandon Lee, solo, sin esperarme absolutamente nada de ella. Del cómic solo había visto en su día algún ejemplar de importación en alguna tienda especializada y tampoco me había llamado la atención demasiado.

El visionado del film fue una coz en el pecho para mí. La banda sonora, la estética… hay escenas maravillosas como cuando está sonando el Burn de The Cure mientras el protagonista se maquilla, se levanta a oscuras caminando hacia el roto ventanal al tiempo que el cuervo se posa en su hombro, la cámara gira mostrándonos su silueta desde fuera y un relámpago ilumina su cara tiznada de blanco y se aleja abriendo el plano del edificio, de la oscura ciudad…y la música comienza el crescendo. Escenas así, como digo, me enamoraron en ese momento en el que me estaba empezando a interesar en la escena musical del after punk y el rock gótico e industrial.

Por supuesto, en cuanto pude, me hice con el tomo en inglés (aquí tardaría unos años en publicarse la obra) y mi fascinación no hizo sino crecer. Allí había incluso más valores de los que había visto en el filme: la escritura, con su violenta poesía. Los imperfectos dibujos que comenzaban pareciendo un emulo underground de Will Eisner y parecían querer terminar siendo, a pesar de sus limitaciones, el hijo bastardo de Tim Bradstreet y Goya. Las citas de Rimbaud y Joy Division. Las tristes secuencias de amor, perfectamente coreografiadas en las viñetas y que lejos de parecer empalagosas, te llegaban de verdad. Las escenas que parecían postales góticas, antes de que estas se transformasen en un tópico. Todo eso estaba ahí.

Se convirtió en mi libro de cabecera, y cuando volví a ver la película (la cual me compre tras una larga espera en cuanto salió al mercado: cosas de aquellos entonces), me desilusionó: Era enorme dentro de mi cabeza, pero comparada con la versión impresa, palidecía.

El Cuervo me acompañó en varios cambios vitales clave y aunque el tomo desapareció con una ex novia, otra me lo restituyo en su edición en castellano. Y nunca ninguno de los productos que salieron tratando de continuar la franquicia consiguió suscitarme tantas sensaciones.