ZN Series – Las 10 series más destacadas de 2013

Tal y como ha empezado su andadura en la industria televisiva, Netflix podría llegar a convertirse en uno de los referentes a seguir, cómo lo lleva siendo HBO Durante muchos años. Si primero sorprendió con House of cards (en la que Kevin Spacey habla con el espectador), esta temporada lo hecho con Orange is the new black. Y al igual que la anterior, esta serie sorprende porque ofrece algo distinto, que en este caso es una historia carcelaria alejada de todos los tópicos conocidos. La serie narra el paso por la cárcel de Piper Chapman (Taylor Schilling), una mujer a punto de casarse que debe entrar en prisión por un delito cometido hace muchos años.
La serie hace gala de un humor inteligente que busca la sonrisa del espectador en situaciones tan cotidianas como graciosas. Como aquella en la que Piper le pide a su novio (Jason Biggs, American Pie) que no vea ningún capítulo de Mad Men mientras está en la cárcel y éste no es capaz de resistir el encanto de Don Draper cuando pilla la serie haciendo zapping. Tan acostumbrada a los trapicheos de una prisión y de sus formas y costumbres como podemos estarlo cualquiera de nosotros, Piper comenzará su estancia en la cárcel de mujeres siendo la pardilla que no se entera de nada. Pero poco a poco, Chapman (como se la conoce en la prisión), comenzará a hacerse un hueco y ganarse el respeto de sus compañeras.
Así, la sonrisas generadas por ciertas situaciones combinan con otras menos amables en las que, a modo de flashbacks, se van conociendo los pasados de cada una de las internas. Estas narraciones se utilizan para desmitificar así la «vida criminal», y poner de relieve la fina línea que va entre aquellas personas que están dentro y aquellas que no lo están.

A nadie pilla de improviso la comparación entre Sons of Anarchy y el drama shakesperiano de familias y des-familias por antonomasia, Hamlet. Hoy contigo, mañana sin ti, parece ser el lema que el artífice de la obra, Kurt Sutter, lleva tatuado en los adentros de su cerebro. Y es que la serie de los adorables –y temidos- moteros traficantes se ha convertido en una huida hacia delante de sí misma, en una carrera cuya meta es la bajeza moral y la podredumbre animística. No existe un producto en la televisión actual con unas dosis de muerte, drama, dolor y crueldad siquiera remotamente parecidas, con permiso de Juego de Tronos. Y eso nos encanta. Debemos reconocer que la fórmula SoA ha terminado. No queda nada por contar de las aventuras de SAMCRO. La historia está finiquitada, han pasado por todos los lugares posibles, y han vivido todo lo vivible en el marco narrativo de la serie, así que… ¿qué queda? Shakespeare. La muerte. El llanto. Y sin miramiento de ninguna clase. Y nos encanta. El mal cuerpo que deja en el espectador es directamente proporcional a la calidad de la serie, que cada día es más detallista, con sus ya míticos cortes musicales sureños, sus estampas de atardeceres sobre dos ruedas y, sobre todo en esta cuarta temporada, un cuidado trabajo en las relaciones interpersonales del club. ¿De esto va Sons, no? De la gente. De gente muriendo, de qué hacen hasta que están muertos, y qué hacen los demás cuando mueren. Esta temporada arrancó con una gran polémica mediática, con una macabra pero real escena de infantes y armas automáticas, más aún en un capítulo visto por más de 6 millones de personas. Sons of Anarchy es un fenómeno de masas al que poco queda de vida. Una sexta temporada maravillosa y despiadada que nos encandiló… y ahora sólo queda esperar al final.

Lo bueno de la propuesta autoconclusiva de American Horror Story. es que cada temporada es una renovación y una ocasión de aportar nuevas ideas sin ataduras. La segunda temporada consolidó la producción de Ryan Murphy y Brad Falchuk y la tercera sigue el mismo camino aunque se ve un producto menos frenético y algo más reposado en el sentido de que ya no es tan vital la sobresaturación referencial de anteriores entregas. Asylum llegaba a un punto en el que la subtramas, innegablemente entretenidas, abarcaban tantos palos (nazis, extraterrestres, posesiones infernales, asesinos en serie, etc.) que el seguimiento de la trama se realizaba haciendo equilibrios sobre la cuerda floja. En Coven se recogen ideas del género del terror (la brujería, el monstruo de Frankenstein) y se condensan en una localización que es muy importante como es Nueva Orleans, reflejando toda la atractiva mitología de la capital de Luisiana (el vudú y Marie Laveau, o el sadismo de Delphine LaLaurie) Al final la historia podría verse como una perversa Patrulla X, a veces hasta Buffy cazavampiros, de brujas cuyo espíritu coral genera problemas de ritmo y presencia de algunos personajes, pero que a pesar de sus claras influencias consigue crear un discurso y unos personajes propios que con ese toque sobrenatural presente dan forma más a un show de luchas de poder criminales que de terror per se.

El trabajo de Charlie Brooker, creador y guionista de Black Mirror, para esta segunda temporada, era mastodóntico. ¿A quién no impactó esta serie? ¿Cómo podía superarse la distopía crítica que supuso la primera temporada? Pero aún muchos elementos de la Era de la Información quedaban por tratar, y eso debió pensar para ponerse a escribir los tres asombrosos capítulos con los que Black Mirror nos deleitó este año. Aunque en su primer capítulo, Vuelvo Enseguida, el nivel bajó ligeramente -ya sea debido a lo poco atractivo de la premisa en sí o a la lejanía con la que se miraba esa realidad respecto a la cercanía hiriente de otros episodios-, la serie no tardó en recuperarse con Oso Blanco, el cual es, simple y llanamente, el mejor capítulo de la serie y uno de los mejores momentos televisivos de todo el año. Lo absurdamente cercano y real de esta historia judicial, de manipulación mediática y lobotomización de masas, asusta. Asusta y mucho. Hace que veas las noticias televisivas una semana entera con el chip cambiado, ojo avizor. Las preguntas se amontonan en tu cabeza y la parodia se torna vívida. Técnicamente brillante, jugando con el espectador y desorientándole con diversos flashes temporales, Oso Blanco es difícil de olvidar. Y en cuanto al último capítulo, El Momento Waldo, el efecto es el mismo. A veces la sensación de que Black Mirror es ver nuestro mundo en una bola de cirstal es fortísima. Si el circo electoral es el que es, ¿por qué no Waldo? Black Mirror sólo crece, y con eso basta. Es perfecta.

Quizás sorprenda a muchos la presencia de Homeland en esta lista, sobre todo tras una tercera temporada en la que la serie ha experimentado síntomas de cansancio y unos primeros episodios en los que, según el consenso general, el nivel había bajado con respecto a sus dos brillantes temporadas anteriores. Y es que todo eran malos augurios para Homeland, desde el fallecimiento el pasado marzo de uno de sus guionistas (y también productor), Henry Bromell, hasta la pública desavenencia entre sus dos protagonistas durante el rodaje que llevó a un productor a declarar que nadie era imprescindible en la serie. Pero dicen que quien tuvo, retuvo, así que Homeland ha conseguido remontar terminando su tercera temporada con un nivel más que digno y, eso sí, con el mayor respaldo de audiencia de su historia (The Star, su capítulo final, fue visto por 2,4 millones de espectadores). Es cierto que algunos giros de la trama han hecho desertar a parte de su audiencia y que los premios le han dado la espalda a la que era reina indiscutible de los últimos años pero también lo es que pocas series manejan tan bien la tensión incluso en sus momentos más bajos. Para la cuarta temporada decimos adiós a dos personajes fijos como son Morena Baccarin (suspiro) y Morgan Saylor, la mujer y la hija de Brody, y los productores prometen renovaciones en la trama. Y es que si hay una serie que se merezca un voto de confianza tras una temporada titubeante, esa es Homeland. Aunque sea por los viejos tiempos.

Hablar de la tercera temporada de Luther es hablar de la contradicción en sí misma, por lo menos en la parte que respecta a los críticos. La serie de Neil Cross sorprendió a todo el mundo por ser un producto oscuro, perfeccionista y estudioso del alma humana como pocos otros, allá en su lejana primera temporada. Si a eso le sumas la interpretación legendaria de Idris Elba o Ruth Wilson, consigues una de las mejores series de los últimos años. Un detective esquizoide, violento, imprevisible, sometido a presiones insoportables y todo, bajo una faceta técnica digna de Oscar. Luego vino la segunda temporada, pasando sin pena ni gloria por nuestras pantallas… y así llegamos la tercera y última temporada de Luther. ¿Por qué, Neil Cross? ¿Por qué convertiste Luther en algo previsible e incluso bobo en ocasiones? Y es que el nivel bajó, y mucho, respecto a lo que había sido, aunque pese a ello siguiera siendo algo de notable algo, lo que le otorga un lugar merecidísimo en la lista. Y volviendo al principio, y esa paradoja que supone Luther, en cuanto a su producción sólo cabe maravillarnos. Pocas cosas a lo largo del año hacen sombra en dirección y realización a Luther, a un nivel inconcebible en televisión. Aunque anodina, genial. Aunque espectacular, previsible. Esa es la ley de Luther. ¿Y ahora qué? Pues ahora, esperaremos a su película precuela, la cual nos lanza al inicio de la primera temporada. La oscuridad de Luther no deja a nadie indiferente, por mucho que oscile su resultado.

Esta exitosa serie no deja de dividir las opiniones de los aficionados, una parte del fandom la ve como una honrosa traslación del espíritu de los cómics de Robert Kirkman y Charlie Adlard a la pequeña pantalla, aún cuando parece incapaz de llegar a sus cotas de excelencia, para otros en cambio, sea por el tono imprimido por sus productores y responsables, o por ser demasiado conscientes de los acontecimientos y falta de sorpresa, The Walking Dead se ha convertido en una serie del montón, aburrida y escasamente ambiciosa. No obstante, la primera mitad de esta última temporada en la que nos encontramos, contra todo pronóstico, ha conseguido descubrirse como la más coherente y apegada a las intenciones de la obra original en la que se inspira. No ha podido desligarse de su irregularidad, proponiéndonos capítulos auténticamente de relleno dónde los personajes parecen perderse y las tramas se vuelven algo rutinarias, mientras otros episodios han conseguido imprimir un ritmo y una fuerza a la historia en la mejor línea de los cómics. Por suerte, esta temporada hemos tenido mucho más de lo segundo, logrando mejorar lo que habíamos visto en temporadas pasadas, motivo suficiente para incluirla en la lista, a mayor gloria de un personaje como El Gobernador -dotado de una nueva dimensión en la serie- y el espectacular último episodio emitido en Estados Unidos poniendo fin a la trama de la cárcel a lo grande.

La mitología de Doctor Who cada vez va calando más en el público, los inicios de la era moderna de esta cabecera con el noveno Doctor, interpretado por Christopher Eccleston, fueron duros pero el empeño del guionista y productor Russell T Davies consiguió resucitar la serie por excelencia de la televisión británica. La serie lograría alcanzar sus momentos más brillantes en años posteriores, primero con David Tennant, el décimo Doctor, para posteriormente pasar el testigo a Matt Smith, el undécimo Doctor, y Steven Moffat que acabaría asumiendo las tareas de showrunner de su compañero Russell T Davies después de haber colaborado como guionista de Doctor Who en su etapa. Esta séptima temporada que nos ha abandonado recientemente ha sido muy importante por múltiples aspectos, por ser el clímax hasta el momento de la etapa de Steven Moffat, por coincidir con el 50 Aniversario de Doctor Who, celebrado por la BBC por todo lo alto con todo un reguero de sorpresas y especiales cuyo principal plato sería The Day of The Doctor, y finalmente, por suponer la despedida siempre triste de nuestro Doctor, mutando Matt Smith en un nuevo cuerpo con las facciones y maneras del actor Peter Capaldi que se convierte así en el duodécimo Doctor de la historia del show. Ningún espectador puede saber y comprender realmente que significa el concepto «ciencia ficción» hasta que ha visto alguna vez Doctor Who, cada capítulo de esta histórica serie concebida en 1963 por Sydney Newman para la BBC no hace que dejar esto más claro, imposible no incluirla entre lo mejor del pasado año. ¡Allons-y!

La serie creada por los guionistas y productores David Benioff y D. B. Weiss para la cadena HBO, basada en la popular saga de libros de fantasía épica Canción de Hielo y Fuego del malvado escritor George R. R. Martin, sigue siendo para nosotros una de las mejores y más adictivas propuestas de la televisión estadounidense de los últimos años. La serie en su tercera temporada ha seguido su dramático y fantástico viaje repleto de conspiraciones, sexo y sangre, añadiendo nuevos personajes a sus tramas cada vez más retorcidas, logrando coger desprevenidos a los espectadores que aún no se han atrevido a acercarse a los libros y dando un nuevo aire más adulto a un género muy poco profuso en nuestras televisiones e incluso en la gran pantalla. La imprevisibilidad de su historia, la variedad y carisma de sus personajes, sus vueltas de tuerca y la sensación constante de qué cualquier cosa puede pasar y nuestro protagonista favorito puede acabar pagando las consecuencias, han convertido Juego de Tronos en una cita ineludible y un morboso placer para los espectadores. La cuarta temporada está ya próxima, los que ya conocen los entresijos de la historia gracias al fatal demiurgo de George R. R. Martin saben que lo que hemos visto hasta el momento sólo han sido unos preliminares a lo que nos está esperando este año, los libros siempre serán mejores pero la serie no los desmerece, todo un apetitoso y cruel espectáculo. ¿Eso que suenan son Las lluvias de Castamere…?

No creo que a estas alturas nadie discuta el primer puesto de esta lista. En 2013, una de las mejores series de los últimos tiempos llegó a su fin y se colocó por méritos propios en ese Olimpo que muchos recitamos de memoria en cualquier conversación sobre series. El destino de Walter White y Jesse Pinkman se convirtió en un evento casi generacional, una muestra más de que las series de televisión están alcanzando cotas de calidad que hacen palidecer de envidia a muchas producciones cinematográficas. Pero Breaking Bad ha conseguido algo más que ser una gran serie, ha trascendido (su look, su estilo, sus personajes) a un nivel que la ha hecho ser algo más que la suma de sus partes. Más allá de los premios (el último reconocimiento en los Globos de Oro), más allá de que no ha flaqueado en ninguna de sus temporadas, más allá de debates encarnizados pro-Heisenberg o anti-Skyler, más allá de darnos el que quizás sea el mejor capítulo que se haya visto el año pasado (y en muchos años), el estremecedor Ozymandias… más allá de todo eso, cuando sonaron los acordes de Baby Blue y nos despedimos de la serie fuimos conscientes de que tardaríamos en volver a ver algo así. El rayo estaba en la botella. Ya sólo nos quedaba presumir de haberlo vivido y escandalizarnos cuando nos encontremos a alguien que no la haya visto.