Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Vicente Cifuentes
Al final contratamos a Gene Colan, por aquel entonces todavía Adam Austin, y, aunque muchos no tenían fe en él, hizo un trabajo excelente. Diseñó un uniforme sencillo pero impactante, eliminando todo lo superfluo de mis apuntes iniciales (yo le había puesto hasta pistola… ¡Qué error!), y se encargó de la serie durante los primeros veintitrés episodios. Antes de que él llegara no teníamos muy claro cual sería el rumbo que tomaría la colección, pero al ver sus lápices, tan llenos de movimiento, tan despreocupados, supe inmediatamente cual sería el tono que había que darle al personaje […] He de reconocer que la Exclamación es uno de mis personajes favoritos […] ¿Sabes?, a tres meses del lanzamiento de la colección todavía no teníamos nombre para él. Unos propusieron Mister Misterio, otros querían llamarlo el Hombre Cambiante… nos sugirieron mil apodos a cada cual más penoso. Una tarde, tomando una hamburguesa con él, vi una portada que estaba preparando, apenas unos bocetos, en la que había sustituido el título, todavía inexistente, por un gran signo de Exclamación… Lo tuve claro.
-Ya sé cómo llamaremos al personaje –le dije señalando su dibujo…
“El padre del Capitán Meteoro: conversaciones con Vincent F. Martin” de Wallace Earle Stegner. Edit. KWA Books 1975
Era una de esas cálidas noches de verano en las que el roce conciliador de la brisa fresca en el rostro se vuelve indispensable. Por fin el planeta comenzaba a tener piedad de sus hijos y, después de una tarde de calor insolente en la que llegué a temer que el mundo entero se derritiera, una tarde de mucho sudor y demasiados nervios, la gente pudo salir a tomar el fresco o irse a dormir con las ventanas abiertas de par en par…
Desde la cornisa del Sieguel-Shuster observaba el horizonte con preocupación. Los héroes habíamos corrido como locos durante todo el día de un lado para otro y aunque parecía que a esas horas la calma había regresado por fin, yo no las tenía todas conmigo… Quizás por las altas temperaturas o por simple casualidad, no lo sé, el caso es que las cosas se habían complicado mucho. Había sido una jornada de gran actividad. A primera hora de la mañana una alarma en una base de misiles de Pensilvania me había tenido muy preocupado. Casi sin haber terminado de solucionar el problema, una llamada del Abejorro me hizo volar hacia el otro extremo del país. Se preparaba un golpe gordo, con Crisis, Krakatoa y el Emperador Negro, en el ajo… La cosa se complicó y terminamos de resolver el asunto pasadas las cuatro de la tarde. Luego un accidente ferroviario, un atraco con rehenes, el intento de secuestro del alcalde de Nueva York y, para terminar, una fuga de gas venenoso en un laboratorio químico a las afueras de Concordia, un pueblecito perdido en el último rincón de Kansas… Mi cuerpo no sentía el cansancio pero mi mente necesitaba un respiro… La gente demanda del héroe siempre una solución rápida y eficaz para sus problemas. En los momentos de aprieto no existe piedad, se quiere todo y de manera urgente, y la responsabilidad, cuando tantas vidas dependen de una acción tuya, pesa mucho más que el plomo… Todo el mundo grita y se respetan poco las normas de urbanidad. Cuando un hijo está a apunto de morir o el barco comienza a hacer agua o la pistola apunta directamente a tu sien, cuando hay mucha sangre o demasiadas navajas sedientas, lógicamente, se pierden la calma y las maneras… Y en esas circunstancias, hay que tomar decisiones en décimas de segundo que no siempre pueden ser enteramente satisfactorias para todos… A veces hay que hacer descarrilar un tren para que no choquen dos y eso resulta difícil de entender, siempre, para los pasajeros que viajan en los vagones que descarrilan… En realidad, puede que en eso consista ser héroe. El peso de nuestro trabajo quizás sea ése y, aunque lo aceptamos gustosos, en ocasiones resulta difícil de sobrellevar… El calor es un factor que lo complica todo un poco más… y esa tarde, ya digo, hizo mucho calor.
De repente una explosión en la lejanía me sobresaltó. Temí lo peor y me preparé para emprender el vuelo de nuevo. A un suspiro mío le respondió, como si hubiera llegado otra vez el cuatro de julio, una estrella fugaz de mil colores que surgió del horizonte, elevándose tras las azoteas de los edificios más lejanos. Alguien volaba remarcando su errática trayectoria con una llamativa estela de fuego multicolor… Era La Exclamación, que llegó hasta mi lado poco después, dando saltos como un duende juguetón, rebotando en paredes y tejados… En el momento en que reconocí el uniforme blanco, sonreí y suspiré aliviado… Viéndolo llegar de esta manera recapacité sobre lo adecuado de su indumentaria. Un traje sencillo, sin otro adorno más que una gran exclamación negra formada por un rectángulo en el pecho y un círculo del mismo color que ocupaba la mayor parte de la máscara. Minimalista pero extraordinariamente apropiado…
-Hola, Capi. ¿Qué tal el día?
-Hola chaval… Un poco ajetreado… Demasiado para mi gusto, si te soy sincero.
-Sí, ya me enterado de lo de los misiles y lo del tren… Resuelto con maestría y diligencia, como siempre…
-Gracias, he hecho lo que he podido, pero lo de los trenes ha sido una auténtica carnicería… me hubiese gustado poder llegar antes.
-Has salvado muchas vidas; eso es lo importante. No se puede estar en todos los sitios a la vez. Lo fundamental es intentar marcar la diferencia en el lugar en el que estamos… ¿no?
-Sí, puede que lleves razón –por un momento ambos guardamos silencio. La Exclamación se había sentado en la cornisa, a mi lado, con las piernas colgando sobre el vacío… No le preocupaba caer; sabía que si lo hacía rebotaría de nuevo y volvería a subir seguido de una escandalosa fanfarria de fuegos artificiales-. Oye, ¿y tú qué tal? Se te ve contento…
-Bueno, la verdad es que yo he tenido un día genial…
– Sí, a juzgar por tu poder de hoy, tu vida es una fiesta.
-Bueno, resulta algo ruidoso, pero no me dirás que no es alucinante. Hace sólo una hora que lo tengo, pero me gustaría quedármelo para siempre…
-¿Cambian según tu estado de ánimo?
-¿El qué…? ¿Los poderes?
-Sí.
-No. Se van y vienen, y todavía no sé por qué. Siempre tengo dos diferentes, uno que puedo mantener, como el vuelo o la superfuerza, y otro momentáneo, pero no me suelen durar mucho… El caso es que al poco de manifestarse, sé como manejarme con ellos de manera intuitiva. Es una especie de don, como si llevara años entrenando… y luego ¡Puf!, se van…
-A lo mejor tiene algo que ver con tu estado de ánimo…
-No, no creas. El día en que murió mi perro el poder era hacer gracia. Ya ves, con lo que yo quería a mi Kropty. Decía cualquier chorrada y la gente no paraba de reír. Si no me callaba, los ataques de risa eran tan violentos que los que me escuchaban caían al suelo sin fuerzas, desternillándose… Recuerdo que ese día me enfrenté al Devorador de Pecados, ya sabes el humor que se gasta, y casi le da un infarto de la risa. Con eso te lo digo todo… En cambio ha habido días en los que he estado contento y los poderes han sido un aura de silencio y el toque gélido de la muerte…
-Entonces, ¿no sabes cuál es el criterio…? ¿Por qué tus poderes cambian tan rápido y son tan distintos…? ¿Nunca has encontrado ningún tipo de lógica en su aparición…?
-Nada, y le he preguntado a todo el mundo –de nuevo se hizo el silencio. La Exclamación se rascó el cuello y tras haber pensado durante unos segundos, volvió a hablar-. Lo único que está claro es que los poderes siempre me son útiles. No sé si es porque soy muy listo y les saco partido, por suerte o porque los elige mi ángel de la guarda, pero lo cierto es que cuando me enfrento a cualquier villano, tengo siempre un poder que me sirve para hacerle cara…
-Vaya, eso está muy bien…
-Sí, la verdad es que sí. ¡Se les quedan unas caras de tontos! El otro día tuve un rifirrafe con El Taladrador. Bueno, pues esa mañana, precisamente, me volví intangible, y cuando se acercaba a mí e intentaba pegarme, me atravesaba sin entender muy bien qué era lo que ocurría. La última vez que nos peleamos, mi cuerpo era duro como el diamante y, claro, no le cuadraba el cambio… Además, al pobre le daba la corriente con sólo acercarse a unos metros. Unas descargas increíbles que chamuscaban hasta el asfalto del suelo. Me convertí en una nube humana…. Una nube de tormenta con mala leche, claro… El muy ingenuo terminó casi llorando…
Por fin, sentado al lado de aquel chico optimista de traje blanco, entendí que la paz había regresado a la ciudad. Respiré hondo y, más tranquilo, intenté relajarme. El ruido de los coches en la lejanía, tan molesto antes, se convirtió en una suerte de nana extraña que apaciguó mi espíritu… Un nuevo soplo de brisa terminó de calmarme…
-¡Ufff! –suspiré-. Hoy ha hecho mucho calor…
-Sí, pero yo prefiero este calorcillo al frío ese de enero que se te pega a los huesos…
-Si hubieran caído tres metros de nieve te sentirías igual de contento –sonreí-. Creo que ése es el único superpoder que no te abandona nunca. Te felicito, hijo. No sé cómo lo consigues, pero siempre que nos vemos te encuentro igual de feliz…
-No, Capi –me contestó-. No siempre estoy feliz, tengo mis momentos como todo el mundo, lo que pasa es que esto para mí es un regalo. No te creas que soy un ingenuo o un irresponsable, veo las cosas como cualquiera, lo bueno y lo malo, pero, en general, doy gracias por el don que se me ha concedido e intento sacarle provecho…
-¿Te refieres a tus poderes?
-No, me refiero a la vida… Podría decir que todo es una mierda y amargarme; paso apuros para pagar la hipoteca, hay días en que llego a casa molido a palos, muchas veces me siento el mayor fracasado del mundo, cuando acudo tarde a un incendio o cuando miro un cadáver en la morgue y le pregunto por su asesino sin obtener respuesta… Sabes a qué me refiero… Sé que podría vivir sin esas preocupaciones si me pasase de bando, pero estoy en éste. Tendría dinero y todos los caprichos que deseara, sí, se acabarían la mayoría de mis problemas, pero no sería feliz… Durante un tiempo dudé, no creas. Mi madre murió y mi padre no tuvo dinero ni para darle un entierro digno. La pobre pasó toda su vida pagando un seguro para no ser un problema ni después de muerta, pero nos estafaron… Cuando fuimos a cobrarlo, comprobamos que el dueño de la empresa se había mudado. Lo malo es que no dejó la dirección de su nueva oficina… Me vi superior a la gente normal y me creí con derecho a reclamar por la fuerza todo eso que el mundo me debía… Me equivoqué. No era el mundo el que me debía cosas, era yo el que debía cosas al mundo… El poder resulta algo difícil de asumir al principio, pero luego me di cuenta de que no merecía la pena y cambié de rumbo…Yo no soy un villano, y tampoco uno de esos héroes de uniforme negro y pistolas, que van siempre con la palabra venganza en la boca… Yo soy La Exclamación y me gusta firmar autógrafos a los chavales que me los piden… Ser un superhéroe, para mí, es una alegría continua…
-Ya…
-¿Para ti no?
-En días como el de hoy casi se me olvida, pero sí, creo que opino como tú… Fuera los uniformes negros y las pistolas de veinte kilos… ¡Qué leches! ¡Puedo volar…!
Durante el resto de la noche conversamos amigablemente. La compañía de aquel chaval era un bálsamo para mí. No sé si era por su juventud, que resultaba contagiosa o, como le había dicho, por otro de sus extraños superpoderes, pero el caso es que mantenerme a su lado suponía siempre regenerar mi maltrecha moral, así que trate de alargar nuestra conversación todo lo que pude. Hablamos de todo un poco… Terminó contándome su historia entera.
Primero charlamos sobre su infancia. Su familia era una de esas familias a las que nunca les sobró mucho, pero que nunca tuvo tampoco faltas de nada. Unos padres trabajadores normales, varios hermanos normales, una casa normal, y él, por supuesto, también de lo más normal. La cosa no debió ser muy emocionante porque pasó por su niñez y su primera adolescencia con cuatro frases. Se detuvo un poco más al llegar a los dieciséis años… Me contó que a esa edad, al poco de empezar el curso, enfermó de gravedad. Le encontraron un tumor en el estómago con muy mala pinta, cáncer del más dañino, y sus padres, consternados, empeñaron todo lo que tenían para ingresarlo en un hospital. Les dieron pocas esperanzas de que el muchacho sobreviviera, pero aún así, se negaron a dejarse vencer sin luchar. Poco les importaba pasar el resto de la vida bajo un puente si su hijo se curaba… La Exclamación me narró aquel trance sin darle demasiada importancia, quizás porque ya había pasado y lo veía más como una pesadilla remota de la que había conseguido librarse, que cómo un hecho real… El caso es que, de un salto, pasamos al postoperatorio, a su estancia en el sanatorio y a los días de convalecencia. Me habló de otros muchachos que compartieron planta con él, de sus jugueteos con las enfermeras, de un celador odioso llamado Paul, de las visitas diarias de sus padres y de las travesuras con sus hermanos por aquellos pasillos de azulejos blancos… Y, sobre todo, me relató con pelos y detalles la llegada, una tarde, a la habitación de al lado, de un nuevo paciente: un viejo solitario y triste que se sentó sobre su cama, mirando a la ventana, y que se mantuvo así, como disecado, durante horas. El muchacho que era entonces La Exclamación lo vio llegar y discretamente lo siguió… El espiar a los nuevos se había convertido para él en una especie de ritual. Como si fuera su obligación vigilar los ingresos, seguía a los pacientes recién llegados y, si estaban en condiciones, hasta trataba de entablar conversación con ellos. Se había ganado cierta reputación entre los chicos de la planta, se había convertido en una especie de capo de los enfermos más jóvenes, y el informar a los otros de los nuevos cotilleos, como si al llegar todos tuvieran la obligación de pasar por su cuarto para contarle sus penas pidiéndole autorización antes de deshacer la cama, era un privilegio que le ayudaba a mantener su nuevo estatus.
Desde la puerta observó al recién llegado. Le pareció viejo como el pecado, un hombre ahogado en el océano del tiempo, endeble, muy delgado, seguramente mucho más enfermo que él, lo cual no era decir poco. Durante todo el tiempo no hizo más que suspirar, y entre queja y queja, no movió un músculo… Sintió pena de verlo tan solo y esperó que alguna enfermera reparara pronto en él. Como nadie se acercó por allí, finalmente decidió ser él mismo quién rompiera aquel silencio tan molesto. En el momento en que cruzó el umbral de la puerta, el viejo giró la cabeza y se le quedó mirando muy sorprendido… No dijo nada.
-Buenas tardes. ¿Es ésta la trescientos catorce…?
-No, ésta es la trescientos trece –el hombre le respondió de manera afable. En ese momento, visto un poco más de cerca, no le pareció un ser tan triste. Pensó que su imagen de espaldas no se correspondía con su imagen de frente y aquella sinfonía de lamentos solitarios-. O al menos eso creo, hijo, no estoy muy seguro. Ahora cuando venga el doctor a reconocerme se lo preguntaré.
-Yo es que estoy en la catorce y al entrar y encontrarlo a usted ahí me he dicho: esta no es la catorce…
-Pues has acertado, muchacho…
-Ésta ha estado vacía toda la semana…
-Sí, hasta que he llegado yo… ¿Cómo te llamas, chico?
La exclamación me contó cómo, sorprendentemente, trabó amistad con aquel anciano solitario. El tiempo narrado puede transcurrir mucho más rápidamente que el tiempo vivido, y por eso, en unos minutos y utilizando como materia prima solamente palabras, pude ver como volvía a fraguarse frente a mí una representación idéntica de la amistad que se formara en aquella habitación hace tantos años. Lo que fueron semanas, se contó en minutos, pero por la intensidad de las frases de La Exclamación, por su emoción al relatarlo, comprendí lo importante que había llegado a ser para ambos… Todos los días, me aseguró, se pasaba a verlo y compartía con el viejo los bombones y las rosquillas que le traían las visitas su madre y que él no podía comerse… No lo hacía por caridad, ni siquiera llegó a pensar que al hacerlo estuviera llevando a cabo una buena obra. Aquel viejo resultó, en contra de lo que hubiera podido parecer al principio, un hombre muy entretenido. Había vivido cosas increíbles y relataba sus peripecias con un encanto especial, como si hubiera esperado durante toda su vida hasta encontrar a alguien digno, un público merecedor de escucharlas, y se hubiera esmerado durante todos esos años en pulirlas, convirtiéndolas en las más divertidas historias, perfectas máquinas de la imaginación y el recuerdo, esperando a que les dieran cuerda… En quince días, el muchacho y el anciano se habían convertido en viejos amigos, y ambos conocían la vida del otro casi mejor que la suya propia.
-¿Cuándo te darán el alta, chaval? –le preguntó una tarde.
-Por ahora parece que no… Hoy he vuelto a vomitar un poco de sangre…
-¡Vaya…!
-¿Y a usted, señor Leerby?
-No lo sé, pero creo que no tardarán mucho –como avergonzado por lo que iba a decir, el anciano bajó la mirada-. No te sorprendas si unos de estos días te despiertas y te dicen que me he curado y que me dieron el alta… Espero que antes me den tiempo para despedirme de ti –justo en ese momento, una idea pareció llegar de repente a la cabeza del viejo. Un relámpago de claridad iluminó su pensamiento y su rostro-. Aunque, bien pensado, creo que el que va salir de aquí curado muy pronto vas a ser tú…
-¿Yo? –el muchacho se sintió dolido al pensar que el anciano jugaba de una manera tan burda con sus sentimientos-. ¡No fastidie, anda! De sobra sabe que lo mío va para rato… No juegue con eso.
-No juego –el hombre sonreía y levantaba los brazos al cielo sin poder disimular su repentino estado de júbilo-. Te concederé el don de la sanación…
La Exclamación me contó que en aquel momento llegó a pensar que el viejo deliraba… Luego creyó que aquel comentario contenía una metáfora benigna para referirse a la muerte, que quizás el hombre le hablaba así para restarle hierro al asunto que todos los ingresados así se llevaban entre manos: el asunto de morirse.
-Vale, nos vamos a poner bien. Yo también, ya verá, y cuando salgamos a la calle quedaremos en el Castellini para que me invite a una Coca-cola y le presentaré a mi novia…
-No me tomes por loco… Te digo, que en tres días te vas a curar, cuatro como máximo…
-¡Vaya, si lo dice en serio!
-Claro muchacho, tan seguro como que mis pedos huelen a gloria…
-Y ¿cómo lo sabe…? ¿Ha venido Dios a verlo esta noche y se lo ha dicho?
-¡Nada de Dios! Verás, hay algunas cosas que no te he contado… Bueno, en realidad hay muchas. No lo he hecho, sobre todo, por miedo. Hace mucho tiempo que ocurrió pero todavía me avergüenzo, y temía que, si te enterabas, salieras corriendo y no volvieras más por aquí –el viejo se remangó el brazo y tras mirar de reojo al niño que era entonces la Exclamación, sonrió y continuó hablando-. Ahora sé que eso no ocurrirá… Te conozco bien, he mirado en tu alma.
-¿Qué secreto es ése tan terrible…?
-¿Te suena el nombre de Mister Misterio?
-No, la verdad es que no… ¿Debería?
-Mister Misterio fue un personaje muy conocido cuando yo era joven. Era lo que hoy llamaríais un supervillano… Entonces no se les llamaba todavía así. Te hablo del principio del siglo: coches de caballos, pistolas al cinto, candiles de aceite, barcos de vapor… Ya sabes –hizo una pausa y arqueó las cejas, esperando hasta que le dieran el visto bueno para seguir. Un leve movimiento de cabeza del muchacho bastó-. Bueno, pues el caso es que ese Mister Misterio, sin ser un asesino terrible, sí que se ganó fama de ladrón y sinvergüenza por todo el país y, cuando éste se le quedó pequeño, en el resto del mundo… Vestido con un esmoquin blanco, ese hombre aprovechó sus habilidades para enriquecerse y vivir al día, rodeado de lujos pasajeros y de mujeres hermosísimas por fuera que no lo eran tanto por dentro… Se hizo famoso, ya sabes como son estas cosas, y llegó un día en que su leyenda se confundió con su propia realidad. Los periódicos lo pintaron mucho más oscuro de lo que era y, al final, la gente se creyó todo lo que contaban de él… Empezaron a tomarle miedo, decían que había pactado con el diablo, y no tardaron en mandar cazadores para atraparlo. Se escabulló de los primeros y pensó que lograría burlarlos siempre –el chico escuchaba la historia atónito, con la boca abierta y casi sin parpadear-. Si no recuerdas a Mister Misterio, tampoco te acordarás de Rayo Mc Dougal ni de Arapajoe Joe…
-Sí, de esos sí me acuerdo, por las películas y por el circo…
-¡Vaya…!
-De niño mi padre me llevó a una función de circo en la que actuaba ese Rayo McDougal. Era impresionante, tenía barriga y estaba ya un poco mayor, pero manejaba el revolver como nadie. Decía usar balas de verdad y disparaba, con los ojos vendados, sobre una hija suya que había atado a una rueda de carro. Era una muchacha mestiza muy guapa… Dio todas las veces en el blanco y a ella ni la rozó. Mi padre me dijo que había truco, que no se podía ser tan rápido con un arma sin fallar nunca…
-No había truco –con una frase el viejo zanjó la discusión antes, casi, de que se iniciara, y continuó con su relato-. Ese vaquero era un tío duro, listo, muy rápido y muy fuerte, que tenía las cosas bastante claras. Su sentido de la justicia era firme y no estaba manchado por leyes huecas ni por rencores de ningún tipo… Era un hombre de otra época, nacido y criado en la pradera y tan sincero como ella. El muy burro, hacía siempre lo correcto… Murió pobre, claro está, pero acompañado de una familia numerosa que lloró su pérdida. Asistí a su entierro en Texas. Creo que no he visto tanta gente junta en mi vida…
-Bueno, ¿y qué pasó con ese Mister Misterio?
-Pues lo que tenía que pasar. Un día, Rayo McDougal y Arapajoe Joe lo acorralaron en un vapor en el río Mississippi… Era de noche. Hubo una pelea histórica y al final los vaqueros consiguieron echarle el guante al señor Misterio… Resultó que este hombre tenía un don especial, lo que vosotros llamáis poderes, pero, ese día, le sirvió de poco contra la determinación de sus perseguidores. Lo malo fue que, viéndose acorralado y temiendo que lo colgaran de un árbol, desesperado, Mister Misterio provocó un incendio en la nave. Estaba en el casino jugando una partida de póker cuando vio aparecer a Rayo y a su compañero indio. Tiró un candil sobre una alfombra esperando que el fuego le diera el tiempo suficiente para escapar y saltó por la ventana… No lo logró, la desgracia quiso que las llamas se extendieran con rapidez; aquellos barcos estaban hechos casi completamente de madera. Al llegar a la orilla, Mister Misterio miró atrás y vio como la nave entera se había convertido en una gigantesca tea flotante. Era un sinvergüenza, ¿sabes?, pero tenía conciencia. En realidad fue su propia conciencia quien le venció, no ese zoquete de Rayo de McDougal. Desde la lejanía pudo escuchar los gritos de las mujeres y los llantos de los niños… Los hombres chillaban desesperados, dando órdenes inútiles… Arrepentido, comprendiendo la magnitud del mal que había causado, regresó a nado hasta el barco e intentó ayudar… Al amanecer se entregó –el anciano bajó la mirada y entornó los ojos-. Murieron aquel día siete personas, una de ellas era una niña de cinco años… Su madre se quitó la vida dos meses después…
-Ya…
-Mister Misterio fue encerrado en un penal de por vida… Podría haberse escapado mil veces, pero al poco de estar allí comprendió que merecía pagar por sus pecados. Pasó más de treinta años encarcelado y, en ese tiempo, no dejó de lamentarse ni un solo día por lo que había hecho -sin dejar de hablar, el viejo se levantó de la cama y se encaminó hacia el cuarto de baño. Regresó un instante después armado con su cuchilla de afeitar-. Cuando Misterio salió de la cárcel ya era tarde para él: tarde para formar una familia, tarde para buscar trabajo, tarde para construir un hogar o hacer amigos… tarde para casi todo. No volvió nunca a hacer uso de ninguno de sus dones -con el pulso tembloroso, acercó la cuchilla a su antebrazo. Antes de cortar, el muchacho pudo distinguir un pequeño bulto bajo la piel blanquecina, una vez echa la incisión, una piedrecita del tamaño de una habichuela, manchada de sangre, le confirmó sus sospechas. El viejo había guardado allí, hacía años, una pequeña joya que ahora, por fin, había vuelto a ver la luz. Tras cubrirse el corte con una toalla, volvió al servicio y, al salir, la gema, ya lavada, relucía con un brillo muy intenso, cambiando de color a cada instante-. Mira muchacho. Esta es la Piedra de Metztazcótepelc. Los Incas la llamaban la Piedra del Cambio, el alma de Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, y la consideraban la fuente de la vida… Sólo los Reyes y los sacerdotes de mayor rango podían tocarla. Era su mayor tesoro, pensaban que había caído un día del cielo enviada por los dioses y que gracias a ella, el hombre había conseguido imponerse sobre los demás seres de la creación. Puede que fuera así… Durante la antigüedad vagó de imperio en imperio. Tengo pruebas de que estuvo en poder de aztecas, mayas, fenicios y chinos. El Rey Felipe Segundo de España la consideró obra del demonio y mandó construir una fortaleza en Toledo para mantenerla oculta –sonriendo rejuvenecido, como si finalmente hubiera conseguido quitarse de encima un peso que lo había obligado a caminar encorvado siempre, el viejo le entregó la joya al muchacho-. Esta piedra te concederá poder. Cada día uno o dos distintos… Podrás hacer lo que quieras, casi cualquier cosa… Considérala como un regalo de Mister Misterio…
-No la quiero, quédesela –La Exclamación me confesó haber contestado con miedo, era sólo un niño. Quizás por eso mismo, creyó sin dudar un instante toda la historia del viejo señor Leerby, en ningún momento le pasó siquiera por la cabeza que pudiera ser falsa…
-No, no te asustes. La culpa de lo que pasó no fue de la piedra… Fue sólo mía… Tú podrás elegir otro camino, y sé que lo harás bien –El anciano lo agarró con fuerza y volvió a sonreír-. Tú no eres Mister Misterio, ése era yo… Mister Misterio se acaba aquí, ya está bien… Si la piedra permanece junto a ti, te concederá sus dones… No sé si hoy o mañana, pero un día despertarás y comprobarás que estás sano… completamente curado. Al día siguiente quizás puedas volar, y al otro serás duro como el acero o podrás leer las mentes de los que te rodean como si leyeras en un periódico…
-¿Y de qué me servirá eso…? ¿Qué pasará con usted?
-Pasará lo que tenga que pasar. Yo ya soy viejo, hace tiempo que cumplí los ochenta… Tú eres joven. No te mereces estar aquí encerrado…
-No, no me la quedaré…
-Está bien, si quieres despreciar mi regalo puedes hacerlo, pero yo no volveré a usarlo. Lo guardaré en ese cajón de ahí y esperaré a que me llegue la muerte en paz. Si luego cae en manos de algún desaprensivo, compartiremos la culpa…
La Exclamación me contó aquella historia con la voz entrecortada, herido por la emoción. Me dijo que esa misma tarde regresó a la habitación del viejo y que tomó la piedra en su mano. Había recapacitado. Hubo un momento poco antes de encaminarse hacia allí en el que llegó a decidir que no lo haría, que jamás tomaría un presente tan peligroso. No quería acabar como aquel hombre… Sin embargo, llegó la hora del turno de Paul y eso lo cambió todo. El tal Paul, un tío gordo con aspecto grimoso y ojos de lagarto que parecía no poder dejar de sudar nunca, ni siquiera en pleno invierno, un gesto de desdén perpetuo hecho hombre, entraba a trabajar por las noches y era metódico siempre en su ronda nocturna: visitaba todas las habitaciones ocupadas por críos, sin dejarse una, y disfrutaba haciéndoles sufrir, riéndose de ellos, con dolorosas burlas e incluso, más de una vez, con cuentos aterradores de niños fantasmas que habían muerto allí antes, y que vagaban todavía por los pasillos, errando eternamente… Sentía un placer malsano con aquello, quizás se vengaba del resto del mundo allí dentro, del daño que alguien como él mismo le había hecho siendo también un crío, o simplemente se trataba de un hijo de puta psicótico que lo hacía por puro placer ¿Quién sabe…? El caso es que todos los enfermos jóvenes, sobre todo los más pequeños, susurraban su nombre con temor. Algunos incluso lloraban con sólo escucharlo. Al parecer, nunca llegaba a hacer verdadero daño a nadie, al menos hasta ese día, que se supiera, nunca lo había hecho -daño físico, me refiero-, pero sí que fue el responsable de los llantos y las pesadillas de más de uno de aquellos niños desdichados, en aquel tiempo… La Exclamación me contó cómo llegó aquel día a su cuarto sonriendo de manera burlona. Le dijo que si no se comía la cena se moriría pronto. Luego corrigió: “Bueno, bien pensado me la comeré yo… Lo tuyo está ya visto para sentencia”. Sin ningún tipo de reparo, aquel cerdo se zampó su leche, eructó y salió riéndose de la habitación como si hubiera contado el chiste más gracioso del mundo… La sola idea de pensar que la joya pudiera acabar en manos de aquel bastardo o en otras parecidas, le obligo a claudicar.
Durante toda la noche, agarrado a aquella pequeña piedra mágica, rezó para que se le concediera un poder: el poder de curar… A la mañana siguiente despertó y la joya brillaba con un fulgor verdoso muy distinto al del día anterior. Me contó que nada más levantarse de la cama, todavía en pijama, corrió hasta la habitación trescientos trece a buscar a su amigo, tan seguro de que lo haría sanar como de que sus pedos olían a gloria… Encontró el cuarto vacío. Preguntó, pero nadie le supo decir qué había sido de aquel anciano. No había muerto, seguramente cogió su petate y salió de allí en mitad de la noche en busca de un sitio más tranquilo para hacerlo… o quizás nunca había estado enfermo realmente… Le pareció todo tan irreal, que sólo el tacto cálido de la gema le permitió seguir creyendo que aquello había ocurrido de verdad…
Ese mismo día, según me contó, la Exclamación curó a treinta y tres personas… Él sanó también de su enfermedad… Paul el celador, entró a trabajar a la misma hora de siempre y salió, corriendo y dando alaridos, quince minutos después, al poco de llegar a la planta. Los que lo vieron huir enloquecido y los que hablaron con él después, relataron sus delirios en un informe al jefe de celadores: Paul, llorando sin poder dejar de lamentarse, balbuceaba asegurando que los espectros de los niños muertos se habían confabulado para perseguirlo por los pasillos…
-Vaya historia, hijo…
-Sí, Capi, es sorprendente, lo sé…
-¿Volviste a saber de Mister Misterio?
-No, no dejó ni rastro. Lo busqué durante meses, pero al parecer mis nuevos poderes no pudieron ayudarme en eso…
-¿Sabes?, ahora lo recuerdo –Conan Wild entró en escena viniendo desde nuestras espaldas, saliendo de las sombras tras un cigarrillo que acababa de ser encendido-. Sí… yo conocí una vez a un hombre en Gainesville, en Florida, que se apellidaba Leerby y que figuraba en una lista de supervillanos retirados. Hacemos revisión de esas listas de vez en cuando para ver por dónde andan… aunque son viejos, algunos siguen siendo peligrosos…
-¡No fastidies…!
-Hola Cornelius –dije contento de verlo llegar- ¿Estabas ahí?
-Hola muchachotes -Conan Wild avanzó hasta ponerse a nuestra altura y, sonriendo, dio una calada al cigarro y continuó dando sus explicaciones-. Sí, casi desde el principio… No he querido interrumpir… Fue hace unos cinco años, si no recuerdo mal… el viejo tenía ya casi noventa… Vivía en una residencia de ancianos, se había casado con otra interna, una señora muy amable llamada Rose que conocía de la infancia… Se dedicaba a llevar el mantenimiento de todo el edificio y parecía que tuviera treinta años menos de los que indicaba su ficha –No pude ver la cara de La Exclamación, oculta bajo la máscara, pero supe que, por fin, había sido él el sorprendido. Las palabras de Conan lo dejaron petrificado y, por una vez, no tuvo un comentario ingenioso con el que replicar-. Me llamó la atención porque vestía de blanco de arriba abajo y, a pesar de su trabajo, siempre iba hecho un pincel. ¡Ni una mancha! Me costó creer que aquel hombre hubiera sido un villano de joven, era tan amable… Te daré los datos cuando quieras, creo que lo tengo todo archivado por algún sitio –Una luz intensísima interrumpió sus palabras deslumbrándonos de golpe a todos. Tras el fulgor repentino se materializó la figura de una mujer que conocíamos bien. Era La Guardiana Lunar, que apareció brillando en la oscuridad, recortada sobre el negro telón de fondo que era el cielo nocturno, tan hermosamente radiante como siempre…
-Estamos en estado de alerta roja, chicos –dijo sin más preámbulos-. Una flota de más de cinco mil naves procedente del sistema Prolux Tenebrae se acera a los límites del sistema Solar…
-¡Vaya! –suspiré… De nuevo volví a sentir calor…
-Bueno, Capi… podría ser peor –dijo la Exclamación.
-Tan seguro como que mis pedos huelen a gloria –afirmó sonriendo Wild.
Me gusta ese personaje… La exclamación… suena bien, ¿no?
En cuanto a lo de las 5.000 naves que vienen de Prolux Tenebrae, ¿sabremos como acaba, o tendremos que aportar un posible desenlace con nuestra imaginación?
Estoy disfrutando mucho con estas historias…
¡¡¡Mucho Ánimo y p’alante!!!
Digo yo que acabará bien mag_jonas, está claro que hoy la acción es sólo un contexto para expresar un día duro en la vida de un superhéroe. Me ha gustado este interludio intimista, y ese supervillano es extraño y singular. Ea… otra vez a esperar. Y yo que pensaba que los folletines se habían acabado con el XIX 😉
eres un fenómeno
Una vez más, los relatos del Capitán Meteoro y su tropa nos alegran los miércoles.
El elenco de personajes es cada vez más interesante, y las reflexiones acerca del heroísmo y la vida cotidiana son muy, pero que muy buenas. La responsabilidad de los héroes, porqué deben mirar la vida sin rencor…
¿Y que ocurrirá con la invasión de Prolux? Esto es la leche…
Hola amigos de lo superheróico:
Un día más tengo que daros las gracias por vuestros comentarios y vuestra fidelidad… y sintiéndolo mucho, informaros de que este episodio es único y por tanto, por ahora, no habrá invasión alienígena (aunque no descarto continuar la trama un día de estos…). Mis objetivos, escribiendo este capítulo, eran dos: uno, el principal, cambiar el tono de la narración y pasar de un tema más serio, más trascendente, a otro que, sin dejar de serlo del todo, fuera algo más liviano. El segundo: quería tratar un personaje que fuera positivo, que mostrara la alegría de ser un superhéroe… Después de una historia tan filosófica como la anterior, quería algo que fuera «simplemente» entretenido… Espero haberlo conseguido…
Y no deseperéis, aunque las naves de Prolux Tenebrae no aterricen la semana que viene, habrá una nueva entrega del Capitán, aquí, el próximo miércoles… Mientras tanto, estad atentos a los cielos. Si lo quereis así, terminarán llegando los alienígenas…
Khabooom!!!
Ah, otra cosa… La ilustración, como ya habréis notado, es del gran Vicente Cifuentes, el Chico de las Manos Mágicas, no mía…
Fantásticos relatos e inmejorables introducciones «Chabonianas»
Bueno otro miercoles más y cada día mejor….deseando estoy que llegue la proxima entrega….que maravilla de relato,personajes….todo me gusta.
Un saludo .Hasta la semana que viene!!!!
Parece que la mente de Jose Antonio no tiene limites. Creando personajes con historias muy buenas. Seguro que el siguiente nuevo personaje que nos muestre, nos cautivara al leerlo. Por cierto de donde sacas las ideas de eso nombres???
Me parece genial, Fideu tan pronto nos sorprende con una historia sobre el fin del mundo, como cambia totalmente de registro para ofrecernos una historia divertida que no tiene nada que ver con la anterior. Me encanta!!!
hola de nuevo… me ha gustado mucho esta historia de mister misterio, la amistad que entablan una persona joven y una mayor, historias que en la vida real apenas ocurren….
como siempre, las frases llegan profundo, y ya plagiare algun par para mis niks jajaja, pero la verdad es que te hace reflexionar, es curioso ver como un superheroe tb tiene esa parte humana, aunque pienso que quiza un heroes sean aquellas personas que sean capaces de asimilar las duras decisiones…
hasta la nueva entrega del capitan meteoro….
Me he enganchado un poco tarde a estas historias, pero creo que me pasaré por aquí cada miércoles.
Me ha gustado bastante este nuevo personaje, sobre todo lo de que sus poderes sean aleatorios, es algo que da pie a más de una buena historia que contar.
Y el uniforme tambien me ha parecido acertado, siempre me han gustado más los heroes con disfraces/uniformes simples o vestidos de calle como Luke Cage.
Excelente presentación de unos nuevos personajes fascinantes desde la cabeza hasta los pies, y eso sin contar con sus poderes. Me dá a mí que oiremos más cosillas acerca de La Exclamación y Mister Misterio, así como de la invasión extraterrestre esa del copón. Enhorabuena y sigue así.