Edición original: Hotel Harbour View (Futabasha, 1986/ Viz Communications, 1990).
Edición nacional/ España: Hotel Harbour View (Planeta DeAgostini, 1993).
Guión: Natsuo Sekikawa.
Dibujo: Jiro Taniguchi.
Color: B/N.
Formato: Novela Gráfica rústica con solapas, 96 págs.
Precio:1250 pts.
Hay una máxima en el libro del buen escritor que reza: no confíes tu primera frase a un refrán o frase hecha. Es un buen consejo. Recordándolo he evitado ese peligro antes. Pasa que a veces es muy difícil resistirse. Como en este caso. ¿Cuántas veces nos han dicho que las apariencias engañan? Si digo que este tebeo supura crimen, sexo, soledad y muerte se nos ocurrirán varios nombres que podrían haberlo concebido. Apuesto, sin embargo, a que Jiro Taniguchi no estaría en los primeros puestos de la lista. Diablos, a quienes encasillen al autor japonés en los cuentos de molde costumbrista, a veces con un matiz levemente fantástico o aventurero (El almanaque de mi padre, Barrio Lejano, El gourmet solitario, La montaña mágica, El olmo del cáucaso, Los años dulces, etc.), Hotel Harbour View -por uno de esos azares de la edición en España, su primer trabajo publicado en nuestro país- asombrará por la plena antítesis a los valores más apreciados de sus obras más reconocidas. Forzoso es señalar que escribe Natsuo Sekikawa, colaborador de Taniguchi en sus primeros años, con hitos locales como Unprotected city y Rindra (desconocidos aquí); alguna culpa tendrá. También que el primerizo ilustrador aún no ha consolidado en un estilo propio sus influencias formativas, entre las que pueden apreciarse tanto el gusto por el álbum europeo (sobre todo en los rostros, muy alejados del estándar japonés) como las concomitancias con otros compatriotas practicantes del género negro y gansteril como Ryôichi Ikegami (Santuario) o Tsukasa Hōjō (City Hunter).
Dos historias se reparten las casi cien páginas del libro: Hotel Harbour View, que presta su título al volumen, y Breve encuentro (sin relación con la bellísima película de David Lean), dividida en dos actos. Una letal asesina es el nexo entre ambas, con distinto grado de protagonismo. La trama, reducida a la pura anécdota, quedaría destripada en dos líneas. Sekikawa y Taniguchi prefieren centrarse en las sensaciones y la atmósfera, en la fatalidad inexorable que guía a unos personajes circunspectos, sin lazos reales casi con nadie.
Ejercicio de estilo sobre el vacío de la existencia, la narración se colapsa con crudos encuentros sexuales, de explicitud casi pornográfica, y asesinatos dilatados durante páginas a la búsqueda de una aceptación y conocimiento último del tránsito final. Las imágenes poseen una plasticidad cinematográfica deudora del John Woo de The Killer (1989), aunque tampoco falte el inequívoco guiño a Taxi driver (Scorsese, 1976) años antes de que Tarantino basase en él la mitad de su filmografía. El ritmo es lo que atrapa. Abundantes panorámicas contextualizan a estos seres sin pasado ni futuro en una urbe indiferente a ellos. Otras veces la plancha se fragmenta en grandes columnas verticales contemplativas. El diálogo puede leerse con los personajes fuera de cuadro, mientras vemos lo que ellos ven, o nos paseamos por detalles de su ubicación. A menudo la acción es muda. Algunos trucos (el duelo en el bar, el crimen aprovechando el paso del tren) tal vez suenen a ya vistos, si bien nadie se atreverá a negar su fuerza; otros son más sutiles, como la insistencia en las piernas de Mariko en Breve encuentro, recurso fetichista hábilmente justificado dramáticamente; o la metronímica detención en el cadáver con que se puntúa el final de Hotel Harbour View.
Los personajes, a quienes no llegamos a conocer, están en perpetuo viaje: los vemos en avión, en metro, caminando hacia algún lugar indeterminado. Sin raíces, sin hogar, sin amigos. Una lágrima de una prostituta es el único adiós de quien se quiere matón armado por un día. Una gorra vulgar, el único consuelo de un moribundo. Hablan poco. Su mirar resume su actitud resignada ante el mundo. Taniguchi les vigila, les acorrala en viñetas cuyos marcos recortan sus caras, en ángulos que los cosifican y amplifican sus dudas e inseguridades. Hija de su tiempo (los ‘80), escritor y dibujante aceptan los arquetipos del western revisados por la vía italiana (presentes también en la producción hongkonesa de la época) para abrazar la mítica del duelo cara a cara como ritual paroxístico. Las innegables cualidades rítmicas de la distribución de las planchas casarían de buen grado con las sonoridades de aquellos filmes, construidas con notas machaconas sobre las que se elevan coros y una melodía melancólica (técnica universalizada por el genio de Ennio Morricone). Leídos estos dos únicos relatos, me atrevo a sospechar que detrás de Hotel Harbour View había una historia más grande, tal vez olvidada por falta de tiempo, tal vez desechada por proyectos distintos y nuevos intereses. Yo, al menos, habría querido seguir leyendo historias de esta asesina internacional que lo mismo aparece en Hong Kong que en París, descubrir capítulo a capítulo qué secretos se refugian detrás de su fría máscara profesional.
Hotel Harbour View se publicó en España en 1993. Un tiempo en que el manga comenzaba a llegar a nuestro país, lo que explica tanto su formato de novela gráfica (entonces apenas nada salía con tamaño inferior al comic book), que no le sienta mal, todo sea dicho, como que la edición no siga la original japonesa de Futabasha sino la realizada por Viz Communications para el público norteamericano, lo que implica sentido de lectura occidental (esto es normal en Taniguchi, por otra parte) y traducción del inglés. La edición de Planeta DeAgostini incluye un prólogo entusiasta del premiado escritor de novela negra, Andreu Martin (de quien hemos reseñado dos de sus aportaciones recientes al cómic: Ocupante y Máxima Discreción), destacando las virtudes narrativas de la obra, que califica de “historieta innovadora, tan dura como inteligente.” Ahora que Taniguchi cuenta con un público fiel quizá sería el momento de volver sobre su primera e intensa época noir, recuperando esta y otras obras escritas por Natsuo Sekikawa. Apuesto a que -como aquí- nos llevaríamos más de una agradable sorpresa.
Pues tiene, como casi todo lo que nos enseña el Sr Agrafojo, una pinta estupenda: miraré un poco por internet, a ver si localizo un ejemplar, porque tanto la narrativa que nos describe como la historia me atraen bastante.
Hostia; cuanto tiempo… Este debió ser el primer manga que me compré. Ni me acordaba ya. Y ni siquiera estoy seguro de si lo conservo. Tengo que mirar a ver.
En su momento, aunque me gustó, tampoco me entusiasmó. Me supo a poco. A saber si ahora, releyéndolo con más años a cuestas, la sensación sería diferente.
Joder. Entre este y el de Blood me estoy dando cuenta de que hay unos cuantos tebeos que no he vuelto a leer en mucho tiempo.
Gracias, Mr.X. A ver si tienes suerte.
Retranqueiro, el estilo «descomprensivo» de estas historias hace que, en efecto, se lean muy rápido, como los Sin City de Miller. Es probable que ahora estemos más acostumbrados a esta forma de narrar y no nos deje con esa sensación de miel en los labios. No obstante, como enfatizo en el texto, mi impresión particular es que debería haber más historias, que la trama debería ir creciendo y consolidándose, ofreciéndonos un fresco más amplio de perdedores y asesinos en un mundo deshumanizado. Si se acometiese una reedición, yo aconsejaría buscar más relatos de este corte y completar un volumen de, al menos, el doble de páginas para que la lectura concluyese con una satisfacción más plena.
Pues anoche localicé una copia «digital» y, tras leerla, encargué el tomito (6 euros). Aunque como dice el Sr Retranqueiro se queda corto, me gustaría que hubiera una tercera historia que completara la descripción del personaje principal, la asesina, y le diera un fin, las dos que incluye me parecen muy notables, la mezcla de noir con un toque melancólico y casi lírico, con personajes solitarios, absortos en sí mismos, algo muy oriental y que, a mí, me ha recordado a las primeras pelis de mi (adorado) Wong Kar-Wai, a Fallen angels y Chunking Express.
Vamos, que le agradezco, Sr Agrafojo, su recomendación (y todas las que haga de historias de este tipo 😉