Edición nacional / España: Inspector Moroni. Edición Integral. Julio 2014, Colección Sillón Orejero, Astiberri Ediciones.
Edición original: Inspecteur Moroni 1 – Premier pas, Inspecteur Moroni 2 – Avec ou sans sucre, Inspecteur Moroni 3 – Le syndrome de Stockholm, 2001, 2002, 2004, Dargaud.
Guión, dibujo, tinta y color: Guy Delisle.
Formato: 152 páginas a color editadas en cartoné.
Precio: 20 €.
El mayor logro de Delisle con Inspector Moroni, no cabe duda, es su acertada creación de personajes. La ejecución del protagonista está a la altura del mejor Woody Allen. Todo conoceis a uno similar. Incluso más de uno puede verse reflejado en ciertas actitudes del tal Moroni. Y todo dentro de un molde que lo hace del todo plausible. ¿Acaso no van de la mano la neurastenia con el alto concepto de uno mismo? ¿No son los tipejos más ambiciosos unos ególatras narcisistas cuyos logros visualizan en su cabeza con todo lujo de detalle? Moroni es esto y más, pero ante todo es un personaje patético. Pero patético con el significado original de la palabra: un triste. Un tipo incapaz de socializarse, que vive en una realidad-burbuja creada en su cerebro, donde todos sus habilidades sobresalen sobre la media, donde todos los que le rodean deberían no solo reconocerle su superioridad sino aplaudirla. Pues Moroni, y su alto concepto de la moral, están por encima de todos. Nadie tan recto como él, ni tan listo, ni tan eficaz. Pero la realidad, amigo, siempre es otra. Ya dijo el filósofo que el hombre es tres hombres a la vez: el que piensa que es, el que los demás creen que es y el que es en realidad. En este caso, lo que piensan los otros y lo que supone realmente como ser humano está más cerca que nunca. Ambicioso y pretencioso, Moroni es el ejemplo enciclopédico del cretino. Ese tipo que vive allende el equipo, que se piensa mejor, más capaz, pero que en el fondo, y de manera evidente, es más iluso e ingenuo que la media, incapaz de filtrar nada desde el sentido común. Como tal cretino, sigue un código de conducta que trata de imponer a los demás, cuando es evidente que a él mismo no le funciona. Miedica, acusica, un pieza de cuidado, se crea una isla de conformidad basado en unas supuestas habilidades que sólo él percibe y que por supuesto resultan inexistentes. Pero lo más peligroso resulta el momento en el que su exacerbada imaginación es capaz de reordenar la realidad para que encaje en su molde de pensamiento y percepción. Y ahí es cuando su línea de
reflexión pone en peligro a sus compañeros.
¿Y esto es una comedia?, te preguntarás. Sin duda. Con un personaje así, las situaciones cómicas están servidas, pues todo tenderá al desastre y a la confusión. Vale, entonces, te ríes con el Inspector Moroni. Pero también, escarbando un poquito, te das cuenta que el guión de Delisle es lo suficientemente inteligente como para hacer cierta crítica, un llamamiento a la tragedia a través del reconocimiento de seres similares, cuyas acciones pueden llevar al desastre absoluto, máxime si se encuadran durante una investigación policial. Delisle juega además al contraste de su personaje con el resto, claro, y de ahí la comedia. Pero es suficientemente ágil como para no caer en las comparativas simplonas. Es más zafio, más cínico. Y sabe que si Moroni existe en parte es como reflejo distorsionado de una realidad donde los propios compañeros de comisaría tampoco son angelitos. Aún mejor, son seres humanos. Es decir, beben, mienten, se aprovechan de su posición laboral, trepan, delinquen, se drogan y van con putas. Esto, para Moroni, es una desfachatez, un despropósito que por contraste le sube a sí mismo a los altares.
Si esto fuera poco, Delisle acompaña a nuestro maestro cretino de un perro parlante, antiguo can policía, que vive con él y sirve como contrapunto tierno. Tan tierno como para montarle escenitas cuando huele en su ropa el perfume de alguna buscona y tan bizarro como para dormir con él como si fuera su esposa. Y es que algo de eso hay. Sexo aparte, Moroni y su perro juegan a ser una pareja casada, padeciendo y disfrutando de las vicisitudes de la convivencia bajo el mismo techo, donde el que tiene el cerebro es el perro y no el amo, pues verdaderamente, Moroni no es amo ni de sí mismo.
De guión bien, entonces, por lo que se ve. Y puro entretenimiento, más si tenemos en cuenta que Astiberri ha tenido la excelente idea de recopilar en un asequible integral los tres álbumes originales, que permiten seguir las historia sin cortes y dan una idea global de quién es este señor que vive con un perro parlante.
El trazo de Delisle, previo a sus obras más conocidas, es efectivo, pero a mi parecer no llega al nivel de emotividad alcanzado en otros trabajos, como Guía del Mal Padre, ambas entregas publicadas también por Astiberri, donde la simpleza del blanco y negro y la experiencia de más de diez años de creación de viñetas le ha ayudado a concretar emociones a base del más parco de los trazos. Con excelente resultado. Aquí, el tono caricaturesco juega perfectamente para definir personajes y permite cierta plasticidad, pero hay algo en la ejecución del color, ese uso desaforado de las capas simples del Photoshop que le da cierto tono amateur que la obra no se merece. Un detalle menor para disfrutar de un buen tebeo, no obstante.
Sin duda Delisle encontró la gallina de los huevos de oro cuando empezó a inspirarse en sus experiencias personales para realizar sus trabajos. Este «Inspector Moroni» para mi supone un autentico chasco ya que no me convence ni su personaje, ni sus historias. Además, a pesar de leerse en un suspiro, «La guía del mal padre» es una obra que te ofrece risas x diez en comparación y que sin duda te hará sonreír tantas veces como lo releas.