Edición original: Orient Express nº 6, 7, 11, 12 y 13 (L’Isola Trovata, 1982-83).
Edición nacional/ España: Marvin el detective. El caso de Marion Colman (Norma, 1990).
Guión: Giancarlo Berardi.
Dibujo: Ivo Milazzo.
Color: B/N.
Formato: Álbum rústica 48 págs.
Precio: 750 pts.
Entre los escenarios más atractivos para la aventura policíaca, los primeros años de Hollywood guardan un lugar de honor. La coincidencia entre la consolidación literaria de la figura del detective -gracias a los esfuerzos de Dashiel Hammet y Raymond Chandler, entre otros-, el auge del pulp en los kioscos y la producción de serie B en los cines, para abastecer las sesiones dobles, convirtieron al investigador privado en el héroe por antonomasia de unos tiempos difíciles por el crac bursátil de 1929. El detective, con su propio código moral, reflejaba bien las suspicacias del hombre de a pie sobre las instituciones y la clase alta al mismo tiempo que aportaba un arrojo y un sex appeal urbano del gusto de su público consumidor. Y Hollywood, no menos corrupto que cualquier otro centro de tráfico y dinero, gana a cualquier otro escenario (salvo, tal vez, la realeza, un concepto huidizo para el norteamericano medio) en cuanto a glamour y sofisticación. ¿Quién puede resistirse a bucear en las entrañas de “la Fábrica de Sueños”?
Los italianos Giancarlo Berardi, escritor, e Ivo Milazzo, dibujante, así lo entendieron cuando decidieron crear a Marvin, un viejo actor de películas mudas del Oeste reciclado en investigador privado para su única aventura publicada: El caso de Marion Colman. El arranque, sencillamente insuperable, nos pone en antecedentes en tan solo seis páginas: tres planchas con una vieja proyección de un héroe estilo Tom Mix (donde el malo, curiosamente, parece una versión de Ken Parker, el personaje más célebre de la pareja autoral), seguida de una breve conversación con el proyeccionista en los términos “cualquier tiempo pasado fue mejor” y la cámara se abre en un plano cenital que abarca el estudio (uno de los grandes: la Paramount) para dar comienzo a las pesquisas.
El álbum tiene un tono reflexivo, calmo, apurando las 48 páginas para gestionar sensaciones y ambientes, con digresiones para el pasado militar de Marvin y conversaciones que no tienen miedo de omitir detalles que los personajes saben pero el lector no. Escritor y dibujante se sienten tan seguros que son capaces de cambiar de ambiente cada pocas viñetas (es raro que una secuencia se prolongue más de dos o tres páginas y entre las planchas 34 y 35, por ejemplo, hay cuatro cambios de escenario perfectamente reconocibles). Las transiciones son muy cinematográficas, imitando incluso el recurso al flash-back con desencadenante sonoro, técnica obviamente más compleja en historieta que en cine: Milazzo inscribe la remembranza entre las notas de un pentagrama.
La serie negra no es nada sin el claroscuro. Tranquilos por esta parte pues el ilustrador es uno de los maestros en esta técnica tanto en la vertiente narrativa (con páginas que gustosamente habría firmado Will Eisner: p.ej.: pág. 41) como en la estética (atención a las tomas expresionistas de las págs. 05 o 30, dignas de un Joe Kubert). Milazzo, además, insufla humanidad a los rostros de sus personajes, cuyas fisonomías corrientes (no hay aquí complacencia ni en la belleza ni en la fealdad) resultan muy cercanas y estimables.
La historia, más nostálgica que sórdida, más desgraciada que cruel, fluye con la naturalidad de un caso que se adivina el primero de muchos, aunque luego las circunstancias editoriales y la indiferencia del público abortasen la propuesta. Marvin, ya desde el nombre, no es un paladín de físico recio y/o inteligencia privilegiada sino un tipo triste que sabe que ha dejado atrás los mejores años de la vida. Más cerca, por tanto, del Alfredo Landa de El crac (J.L. Garci, 1981) que del Humphrey Bogart de El Halcón Maltés (J. Huston, 1941). El desencanto de la obra la emparenta con operaciones revisionistas como Chinatown (R. Polanski, 1974) a la que tal vez homenajee en forma de chiste esquivo (Marvin afirma tener una nariz débil, que “sangra por nada”, antes de que le golpeen en la cara; Jake Gittes pasa gran parte del metraje con una incómoda gasa para sanar un corte con una navaja).
Quizá la peculiaridad más llamativa del álbum respecto a la ortodoxia noir resida en la desafección de Marvin respecto a las averiguaciones sobre Marion Colman, la joven actriz desaparecida en extrañas circunstancias. Esta vez el detective no se ve arrastrado por una vieja deuda, contraída con un amigo infortunado o con su pasado delictivo (tanto da), ni por una mujer de encantos irresistibles, casi sobrenaturales, que tambalean su mundo. Las penurias de Marvin acechan en su pasado, es cierto, pero ajenos a la influencia de su devenir profesional: una guerra que se infiltra en sus pesadillas, un matrimonio fracasado, una hija a la que apenas ve. Solitario –ni siquiera una secretaria con la que ensayar requiebros-, herido y cansado, Marvin sigue adelante porque de alguna forma ha de ganarse el pan. Las viñetas de Milazzo, encuadradas con bastante “aire” alrededor, refuerzan el carácter introspectivo, el juego de observaciones y equívocos, donde un detalle inesperado (un cartel, una fotografía, una botella de ginebra) puede ganar el primer plano.
Pese a la maestría de sus trabajos conjuntos, la pareja Berardi & Milazzo nunca ha gozado en nuestro país de la repercusión idónea. Su obra maestra, Ken Parker, ni siquiera alcanzó la veintena de números publicados por la fenecida Ediciones Zinco, a lo que habría que sumar un par de especiales (a color) traídos más tarde por Norma Editorial. Esta última empresa publicó también Marvin el detective, primero en la revista CIMOC (entre los números 31 y 36) y luego en el álbum nº 6 de la Colección El Muro, actualmente descatalogado.
Un cómic muy especial, como la mayoría de los que tan acertadamente escoges 😉
Gracias, Toni! Es lástima que obras de enjundia pasen desapercibidas y luego, al fin, se vuelvan inencontrables. Lo que pasa en España con estos dos autores -y con todo Bonelli hasta hace dos días!- es casi de juzgado de guardia.
Vaya. No conocía esto. Ni leí el álbum ni lo leí serializado. E Ivo Milazzo es un dibujante que cada vez me gusta más. Tiene un dibujo delicioso y me recuerda a Toth. Ves su trabajo y parece facilísimo, incluso simple, unas pocas líneas (al igual que Toth, no usa una de más) y hace magia.
Tengo los dos tomos que sacó Norma hace unos años de Ken Parker. Y es una pena que no siguieran con ello; al menos uno compilando las historias cortas que se publicaron en Cimoc con unas acuarelas chulísimas. Y hace unos meses me hice (vía internet) con la colección de Zinco de Ken Parker. Y este Marvin cae en nada, que he estado echando un ojo por la red y me lo he encontrado bastante bien de precio.
Como tantas veces antes; mil gracias, Agrafojo.
A ti, Retranqueiro. No olvides comentar cuando lo leas, aunque por lo que escribes veo que ya eres un convencido. 😉
Una de las evoluciones típicas como lector -en la que se reconoce la pasión por esto (y los años detrás)- enseña justo lo que mencionas: el deleite con estos dibujantes que sintetizan, que buscan la línea exacta, la mancha precisa, elegantes, despojados de florilegios enmascaradores, donde el propio dibujo (y no sólo la narración) es un estado de ánimo. Milazzo es grande, y lo será más cuanto más lo observemos.
Leído. Y lo he disfrutado. No será la mejor obra del género, ni la más impactante, ni la más original. Pero es un tebeo muy bien hecho. Y se lee como un tiro.