La Muerte de Lobezno

Nada dura para siempre. Ni siquiera en el cómic de superhéroes. Da igual que te llames Lobezno y seas un mutante inmortal con garras de adamantium, que en el baile sin fin que dio comienzo cuando Stan Lee, Jack Kirby y compañía crearon el universo Marvel algún día te tocará la papeleta equivocada. Lo mismo puede aplicarse a La Muerte de Lobezno, sonoro título con el que la editorial presenta esta mini-serie pero que -de una forma u otra, más tarde o más temprano- todos sabemos que como tantos otros retos a los que los héroes se enfrentan diariamente, algún día se resolverá.

Hasta entonces todo lo que quedan las historias, y a pesar de alguna licencia artística que también podríamos llamar patinazo de continuidad, Charles Soule y Steve McNiven se toman muy en serio su trabajo, firmando una mini-serie que -si bien no es muy probable que sea una muerte definitiva- intentan que al menos sea una buena muerte. Y lo cierto es que dentro de su contenida duración, lo consiguen. Ofreciéndonos un relato con sabor a Lobezno por los cuatro costados, La Muerte de Lobezno congrega todos los elementos que cualquier fan del personaje espera encontrar en una buena historia del canadiense.

Visitando algunos de sus lugares comunes más recordados, en una historia plagada de secundarios extraidos de diferentes momentos de su pasado, la búsqueda del misterioso enemigo que ha puesto tras su pista a algunos de sus peores enemigos, sirve de excusa para un festival de acción, momentos introspectivos y parajes exóticos en la que el desgaste que sufre un protagonista que abraza sus últimos días resulta patente.

Con tiempo para enfrentamientos brutales como para momentos de calma que les permita reflejar lo que implica enfrentarse definitivamente a la muerte para un personaje que hasta no hace mucho se creía imortal, la mini-serie cumple su cometido, brindánonos un final que -si bien no es perfecto- se siente como un notable último acto para el devenir ficticio del personaje.

Gran parte del efecto que nos cause dependerá del grado de cinismo que hayamos desarrollado hacia un universo en el que la muerte dejó de tener relevancia desde que John Byrne y su cuadrilla decidiera resucitar a Jean Grey. Pero si todavía eres capaz de disfrutar de las historias por si mismas, dejando al margen los tejemanejes editoriales alrededor de la muerte de Lobezno y todo lo que la seguirá, Death of Wolverine de Charles Soule es un relato ejemplar -que no brillante- que gana puntos extras por el espectacular arte de un McNiven desatado. Dejando de lado un aparente bajón en tercio final del segundo número, el dibujante de Civil War y Old Man Logan firma en esta mini-serie uno de los mejores trabajos de su carrera, desarrollando un grado de simbiosis entre personaje y relato solo visto en algunos de los mejores artistas que han puesto sus lápices sobre Lobezno.

No hablamos de un Arma-X que habrá cambiado para siempre la historia del personaje, más allá de los acontecimientos que tienen lugar en la historia en sí. Pero sí de una mini-serie que, reuniendo todos los ingredientes del personaje, puede colocarse sin miedo en la estantería junto a sagas como Los Hombres de Adamantium, Enemigo del Estado, la etapa Hama Silvestri, El Caso de la Joya Gehenna o sus aventuras en Madripoor. Ahora llegará toda la maquinaria de mercadotecnia plagada de declaraciones frente a los medios, tie-ins y consecuencias. Pero a todo ese flame se lo acabará llevando el tiempo, mientras que el resultado verdaderamente importante es un relato que entre la solvencia de Soule y los impresionantes lápices de McNiven incorporar podremos incorporar a la bibliografía desatacada del personaje.

Que se muera Lobezno. Que se muera y se quede bien muerto durante diez minutos. Que se muera, se quede muerto y al menos sirva para algo más que la última vez que se murió.

Eso es lo que pasaba por la cabeza de Charles Soule en la sala de espera de la oficina de Axel Alonso a mediados del año pasado. O algo parecido, leída la miniserie y sabidos sus planes para continuar la historia. Esa donde traería de vuelta a los enemigos habituales (y otros no tanto) del personaje más sobre utilizado en Marvel. Todo para liarse la manta en la cabeza en una suerte de huida hacia delante que funciona, sí, pero que igual en un universo tan basto como el marvelita se antoja ‘extraña’. No es culpa suya, sino de sus padres, claro.

Todos los que vinieron antes han untado a Logan con un aura de eterna inmortalidad basada en su popularidad primero y en su ‘factor curativo’ después. Faltando a día de hoy ambas cosas por motivos que no vienen al caso, se antoja ideal la vuelta de tuerca, again, para conseguir devolverle Lobezno la épica perdida. Esa sensación de que todo lo que el personaje hacía tenía un sentido o al menos un objetivo. Eso que en buena medida se encargaron de joder en los años ’90 y ya acabar de matar a primeros de milenio con Origin, por mas Kubert dejándose la vida en lo que vino a ser su mejor trabajo.

Y es que el mayor enemigo que tiene Lobezno hoy en día son los 40 añazos que tiene desde que lo creasen. 40 años de toma y daca constante donde pocas veces ha tenido un respiro. Y ya toca que lo mejor que haga sea tomarse un descansito.

‘La muerte de Lobezno’ igual no es la mejor historia ever, pero al menos tiene la virtud de intentar cerrar círculos, historias elementales del personaje que le hacen ser lo que es. El legado Claremont/Byrne/Miller/Barry Windsor-Smith/Larry Hama recibe un sentido homenaje y, sospecho, les dice adiós con la manita para ir hacia delante. Que ya va siendo hora. Muchos queremos que llegue cuanto antes una suerte de ‘Old Man Logan’ donde haga de mentor en lugar de ser siempre el que tenga que venir a saltar desde una ‘fastball special’, cortar la cabeza de un centinela y fumarse un puro mientras todo explota a sus espaldas.

¿A nivel dibujero? McNiven lo hace bonito y básicamente cumple con el cometido. Sin más. Hace años que el dibujante no (me) parece que vaya a superar el nivel que se le presume, pero al menos no nos hemos comido un tordo de esos de rellenar páginas sin más. Era ir a lo fácil, ojo. Las ventas estaban más que aseguradas. Entiendo que en la elección de McNiven hay un intento por parte de Marvel de contentar a Soule, un valor en alza al que ya le ha ‘regalado’ Inhumans y, sobre todo, una Hulka a pachas con Javier Pulido que es la envidia de todo cristo. En cualquier caso nada ver con el Tony Daniel que tenía en Superman/Wonder Woman. Entiendo que Soule está aplaudiendo con las orejas con lo que tiene a día de hoy.

¿Conseguirá el guionista que su plan de dos años (mínimo) se cumpla y no tengamos aparición de Logan de entre los muertos? ¿Sabrá cumplir las expectativas de un mundo sin Logan? Si contamos con la miniserie que ha contado su ‘aparente’ último suspiro, sí.

Al menos hasta que la próxima Secret War no lo acabe mandando todo de nuevo al carajo y lo que acabas de leer se convierta en humo, claro.

Charles Soule no lo tenía fácil. Estaba ante una tarea fácil. Cuatro números para narrar la muerte de un personaje que tenía cuarenta años a sus espaldas. Y por mucho que lo haya intentado, el resultado no ha estado a la altura. Entiendo que ha querido conjugar en poco espacio un pequeño repaso a los grandes hits de Lobezno e incluir homenajes a sus autores más importantes (desde Claremont hasta Millar) de forma más o menos disimulada. Pero no ha sido una gran historia. Al menos no una tan grande como se merecía el personaje. Ni tan grande y recordable como lo fueron las idems de Superman, el Capitán América o el Spiderman Ultimate, por mencionar algunas.

Son muchas las cosas que han sido molestas durante la miniserie. No ha habido ninguna extremadamente molesta como para que te saque de la lectura, pero si lo suficientes (en cantidad) como para poder quejarse del resultado de la obra. Me molestó la barriguita cervecera de Nuke, me molestó las nuevas (e innecesarias, pese a lo nostálgicas que son para la posteridad) apariciones de Kitty y Dientes de Sable cuando les habíamos tenido hasta la sopa en el volumen previo, me molestó el villano sacado de la manga “porque yo lo valgo” durante el cuarto número para enfrentarse cuerpo a cuerpo a Lobezno (¿en serio no había nadie más?) y me molestó el final, donde se le ve el cartón a una legua de distancia. Detalles aquí y allí, un ritmo acelerado en ocasiones y muy lento en otras y la ausencia de un gran momento final son algunas de las pegas más reseñables.

Por sacarle algún punto positivo a esta miniserie (dejando de lado el hecho de que al menos ha servido para quitarnos de en medio a Paul Cornell, quien en 24 números ha sido incapaz de hacer algo mínimamente destacable o histórico con el personaje a cuatro días de su muerte), podemos destacar el juego de cuadros narrativos que ha propuesto para Lobezno, sus sentidos y sus garras, donde queda reflejado a la perfección los distintos instintos del personaje. Me recuerda, en cierta manera, al planteamiento que hizo Jeph Loeb en Superman/Batman para reflejar los pensamientos de los dos iconos de DC. Sencillo e intuitivo que perduró tras su marcha. Veremos si ocurre algo así con Lobezno (cuando vuelva, claro) porque me parece interesante.

Por supuesto, en la balanza de aspectos positivos el apartado que más pesa es el gráfico, porque tenemos con nosotros a un Steve McNiven auténticamente espectacular. El ritmo frenético de los guiones de Soule (al fin y al cabo, son cuatro números y hay que ir rápido) hace que pueda disfrutar de más escenas de acción, que es donde realmente puede desarrollar todo su set de habilidades. Curiosamente, las escenas en el bar del primer número y el intervalo más ñoño en Japón se me antojan un derroche del talento de McNiven. Esperemos que su futuro siga ligado a Marvel, porque pensar que pueda volver a colaborar con Mark Millar da un poco de miedo. Tanto talento desperdiciado… Eso sí, el dibujo es infinitamente superior al del manco que le han puesto a Charles Soule en la nueva miniserie post-Muerte.

Porque, en fin, volverá pronto. De eso no tenemos duda nadie. A no ser que a algún lumbreras se le ocurra la original idea de traer una versión de Lobezno del pasado a lo Bendis. O a lo Toninho Stark, que podría ser peor. Mientras tanto, propongo que pongan el “cadáver” de Lobezno en lo alto de la Escuela para Jóvenes Mutantes Charles Xavier Jean Grey Lobezno rollo estatua. Sería un buen guiño y se ahorrarían una pasta gansa en esculpirla.

Que Marvel haya decidido matar a uno de sus personajes no es noticia. Que ese personaje sea Lobezno es algo más novedoso, aunque el Lobezno que hemos visto de un tiempo a esta parte no sea el de los viejos tiempos. El asesino sin recuerdos que todos aprendimos a querer se había convertido en un profesor, un vengador y un blandengue y, además, en el hijo de una familia noble de finales del siglo XIX. Logan lleva tiempo molando menos que antes pero, ¿hasta el punto de matarlo? En ‘Death of Wolverine’ no hay trampa ni cartón: el título te dice una cosa y al final de la miniserie no tienes otra distinta, tienes a Lobezno muerto. O todo lo muerto que pueda estar un personaje importante de una editorial importante, claro. Como serie de cómic, esta última historia de Lobezno tiene un problema importante. El primer número es bueno, muy bueno. Y las últimas escenas del desenlace son de aplauso. Pero todo lo que sucede entre uno y otro momento es algo flojo, carece de la épica que se le intuye a una historia como ésta.

Porque cuando un tebeo empieza con Lobezno en una playa rodeado de enemigos apalizados y te enteras de que es porque alguien ha puesto precio a su cabeza, esperas que la cosa siga por esos mismos derroteros. Y no, porque cuando termina la pelea con Nuke en el primer número el nivel de interés de lo que nos cuenta Charles Soule baja. Baja mucho. No porque no interese saber quién ha puesto precio a la cabeza de Logan, que nos interesa, sino porque es todo bastante más plano. Te han enseñado el caviar y te ponen después pollo en la mesa. Te lo comes, vale, pero no es lo que creías que te iban a echar en el plato.

Pero voy a perdonar al guionista porque el final de la historia es bastante redondo. No perfecto, ojo, porque acaba resultando un poco raro que Lobezno muera haciendo precisamente lo que hace. Todo parece una excusa para poder llegar hasta la escena final de la miniserie que, para mí, es de diez. Me da la sensación de que Soule tenía muy claro que debía llegar hasta ahí, pero podría haber ejecutado el camino de otra forma. Aún así, la última viñeta compensa cualquier detalle que chirríe en el resto del número.

En cuanto al dibujo, la elección de Steve McNiven me parece correcta aunque no sea precisamente uno de mis dibujantes favoritos. Y es que McNiven dibujó una de las mejores historias de Lobezno de las últimas dos décadas, ‘El viejo Logan’, por lo que para mí está legitimado para coger al personaje siempre que quiera y se lo perdono todo, hasta que haya retrasado la salida de la colección porque le pesan los lápices.
Y, puestos a criticar, criticarle a Marvel la elección del guionista. Dejaron que Paul Cornell le quitara el factor curativo a Logan y le pusieron al frente de las dos últimas colecciones del canadiense. ¿Por qué no dejarle contar los últimos momentos del personaje y dejar que lo haga Charles Soule, un recién llegado a la editorial? La excusa de que la propuesta que presentó no gustó a la editorial no me sirve, como si en cualquiera de las dos grandes les temblara el pulso a la hora de corregir a sus guionistas…

En fin, que tenemos a Lobezno muerto. Ahora nos quedan unos meses de duelo llenos de miniseries y especiales relacionados con la muerte, una temporadita con un sustituto más o menos oficial (¿Dientes de Sable?¿X-23?) y después el regreso de Lobezno por todo lo alto. Porque no creo que nadie dude que va a volver, ¿no? Por muy tentador que sea para Marvel intentar hacerle la puñeta a la Fox cargándose a todos los personajes de los que tienen los derechos cinematográficos (desde la editorial lo niegan, aunque no actúan del todo en consonancia), no pueden dejar a Logan en la tumba durante mucho tiempo. Y, cuando decidan que ha llegado el momento de hacerle volver, tendrán la excusa para organizar un macroevento. Porque esto, lo de los macroeventos, es uno de los pasatiempos favoritos de la Marvel actual. Justo después de matar o reemplazar a sus personajes emblema, claro.