The Rocketeer: Hollywood Horror

 

Edición original: The Rocketeer. Hollywood Horror. Julio 2013, IDW Publishing.
Guión: Roger Langridge.
Dibujo y tinta: J. Bone.
Color: Jordie Bellaire.
Formato: 104 páginas a color editadas en cartoné.
Precio: 21.99 $.

 

Antes de que IDW se propusiera rescatar a tan adorado personaje, las aventuras de The Rocketeer se limitaban a las dos historias producidas por su creador Dave Stevens y la película homónima dirigida por Joe Johnston. Y nada más. Afortunadamente, este desolador panorama terminó con la aparición de los dos volúmenes de The Rocketeer Adventures, que reunían a una pléyade de artistas de renombre con resultados desiguales y dos miniseries escritas por Mark Waid con lápices de los ilustres Chris Samnee y Paul Smith, muy bonitas, pero algo fallidas a nivel guión –sí, Waid también tiene traspiés-. Mucho dibujo de lujo, bonitas postales, por tanto, pero algo venía a fallar en el intento de recuperar el espíritu de la obra original de Stevens. Si algo caracterizaba a estas aventuras primigenias del personaje era esa sencillez, esa edulcoración del género de aventuras, donde parecía que la vida en los años treinta del siglo XX era mejor que cualquier otro momento de la historia. Dave Stevens supo además sacar partido de la ambientación desde una perspectiva romántica, remarcando la naturaleza pulp del cohetero y situándolo en un entorno donde la aviación aún suponía un desafío. Damas en apuros, gangsters, Big Bands, lujo cosmopolita y tarta de manzana, en un batiburrillo muy bien definido de referencias previas, así como un dibujo excepcional, a la altura de los más grandes de la historia del tebeo, convirtieron aquellas pocas páginas en un clásico. La película, fiel a la fuente y mucho mejor de lo que la gente recuerda, pareció a priori un revulsivo para la fama del personaje, pero la escasa taquilla truncó la posibilidad de secuelas, -Disney, ¿para cuándo un remake? Mejor momento que ahora, imposible-, lo que, junto a la lentitud del autor propició que el personaje desapareciera de las estanterías al tiempo que su culto aumentaba.

Tras la trágica muerte de Stevens y antes de que los derechos cayeran en manos de IDW, difícil parecía poder disfrutar de nuevo del sabor particular de las hazañas de semejante personaje. Pero el milagro ocurrió y Rocketeer renació para el nuevo siglo. Como comentaba arriba, si bien Waid parecía a priori una buena elección para narrar las nuevas historias de Cliff Secord y compañía, resulta curioso que haya sido Roger Langridge quien, a opinión de quien esto escribe, ha facturado una serie limitada de mayor calidad. Langridge, versado en historias de corte sencillo, incluso inocentonas, como demostró también junto al tremendo Samnee en su premiada Thor: The Mighty Avenger, y que no en vano participó en la revisión en tebeo de los Muppets, recupera a la perfección el tono de las historias creadas por Stevens, dotando el carácter adecuado tanto al protagonista como a sus vitales secundarios. Cliff vuelve a ser patoso y algo corto de entendederas y Bettie, su chica, su auténtico motor vital. Sin la ayuda de Peevy no sería quien es, aparte de un as del aire, y su relación con su entorno vuelve a ser ese quiero y no puedo entre lo mundano de su vida y los cantos de sirena que supone Hollywood y su mundo de falso esplendor. Pero desde luego, donde mayor acierta Langridge es en la definición concreta de la naturaleza del héroe, que es la de ayudar de manera desinteresada, a pesar de los riesgos. Este supone entonces el auténtico regreso del espíritu del personaje, lo que crea el deseo de ver más historias guionizadas por el autor del último Popeye.

Desde el punto de vista gráfico, mirar cara a cara a Stevens es un reto que pocos pueden afrontar, de modo que la opción de contratar a J. Bone es un acierto. Esto es, tirar por la tangente, olvidar el estilo realista del creador del personaje y lanzarse a una versión más cercana a las características dinámicas del diseño del cine de animación. Estupendo. A falta de una serie de animación del personaje, bueno es ver primero una suerte de storyboard de lo que podría ser una adaptación animada. Desde luego, los diseños del Hollywood por el que transitan sus personajes, la época, tan estilizada y elegante, o el propio traje del personaje permiten una adecuada traslación a los cánones visuales del género. Le sumamos el componente pulp, el tono amable y la sencillez de tramas y tendríamos un producto que no debería ser rechazado por el público familiar. En esto es la miniserie definitivamente más cercana a la película que al tebeo, donde las tintas se cargaban con el erotismo que desprendía y rodeaba al personaje de Bettie, un trasunto intencionado de la malograda Bettie Page. No en vano Disney optó por llamarla Jenny y, aún bajo la piel de una joven y pechugona Jennifer Connelly, la damisela en peligro aparecía más recatada –mucho más- que en el tebeo original. Una pena, pero la pela manda.

El apartado gráfico se ve implementado por las portadas por un lado del legendario Walter Simonson, en principio una extraña elección, pero que cumple con un trazo más cuidado que el de sus últimos trabajos para Marvel. Pero las que brillan de veras son las portadas alternativas realizadas por el diseñador James White, quien, con un estilo cercano al art-decó del mítico póster de la película, crea cuatro estampas que a buen seguro acabarán enmarcadas en las habitaciones de muchos lectores. Un lujo.

En resumen, un producto digno que constata la efectividad del personaje en manos de autores que le saben pillar el punto. Norma Editorial, ¡estáis tardando!