Edición original: A god somewhere (DC Comics, 2010).
Edición nacional/ España: Un dios entre nosotros (Norma, 2010).
Guión: John Arcudi.
Dibujo: Peter Snejbjerg.
Color: Bjarne Hansen.
Formato: Tomo cartoné, 200 págs.
Precio: 20€.
Ahora es un debate olvidado, como tantos otros, rocambolesco en nuestra perspectiva actual, pero hubo un tiempo, no hace tantos años, cuando el mercado de los superhéroes se mostró permeable a otras sensibilidades, durante los ’70 y ’80 del pasado siglo, principalmente, cuando las habitualmente férreas fronteras morales entre héroes y villanos se diluyeron una pizca -tampoco tanto como se dijo-, circunstancia que acabaría derivando en la moda conocida como “grim and gritty” y que aquí, más jocosamente, se denominó “dientes apretados”, herencia desafortunada de las grandes obras de Alan Moore y Frank Miller en los ’80, Watchmen y El regreso del señor de la noche, sobre todo, que eclipsaron los esfuerzos de tantos otros talentos anteriores y coetáneos, y no solo del mainstream superheroico; hubo un tiempo, decía, en que los aficionados más entusiastas debatían a favor y en contra de la nueva corriente, y los detractores se quejaban de que los héroes habían dejado de serlo y habían pasado a ser hombres con superpoderes, con las mezquindades de cualquier hijo de vecino, en vez de la grandeza y autoridad que se les suponía, que ya no eran referente de nada (como si debieran haberlo sido alguna vez) y, entonces, se estableció la dicotomía entre superhéroe y superhombre, entendido el primero como dechado de virtud ejemplo para los niños y el segundo como ficción perniciosa, pues “los superhéroes no habían sido creados para eso” sino para hacer volar la fantasía, o sea, sólo útiles como escapismo bienintencionado y no como revulsivo crítico; negando, en suma, la mayoría de edad de un género que podía, como cualquier otro, albergar todo clase de ambiciones. Parecerá increíble, a día de hoy, pero con tan peregrino argumento se trataba de denigrar obras como Watchmen, The Authority, The Ultimates o Predicador, aunque la diana preferida de aquellos tiempos era Spawn, la creación de Todd MacFarlane para Image, que representaba todas las maldades antedichas frente a proyectos nostálgicos (y de valor, ¡ojo!) como los liderados por Mark Waid (Flash, Capitán América) o Kurt Busiek (Thunderbolts, Astro City). El caso es que todo aquello, sabido es, fue un espejismo: Marvel y DC siguieron haciendo los mismos superhéroes de siempre, unas veces mejor, otras veces peor, pero los mismos de siempre, más o menos, con las actualizaciones correspondientes a la generación que toca, y los relativismos morales se exiliaron a personajes menores o a sellos emergentes (el más beneficiado fue, naturalmente, Image). Sin embargo, de vez en cuando, los autores más valientes osan exhumar aquel legado, aquella vía abortada prematuramente, para ofrecer relatos presididos por la ambigüedad moral, alejados de simplismos de “buenos” y “malos” y, entre los mejores de ellos, probar a transgredir las fronteras que la prudencia comercial prohíbe a los iconos millonarios de las grandes compañías. Brian Wood y Ming Doyle recorrieron esa senda en mi apreciada Mara y John Arcudi y Peter Snejbjerg lo hicieron un par de años antes en la estimable Un dios entre nosotros, a la que toca el turno ahora.
El paciente lector que haya llegado hasta aquí sin duda deducirá que siento una afinidad sincera por esa corriente que, en aras de simplificar, llamaremos la “vía Miracleman”. En la obra maestra de Moore y sus varios colaboradores artísticos (entre quienes destacan Alan Davis, Gary Leach o John Totleben) el genio de Northampton lleva todo lo lejos que puede -y es mucho- el postulado de integrar las incongruencias fantásticas inherentes al género -que Moore aprendió del Superman de los años ’50, liderado por Mort Weisinger– a la realidad sucia y desesperanzada que percibía entonces, primeros años ’80, con el régimen de Margaret Tatcher en Gran Bretaña, y de la que se desahogó en la magistral V de Vendetta. No hay que olvidar que las influencias de Moore no son los superhéroes norteamericanos, sino la mucho más irreverente tradición inglesa, de Dan Dare al Juez Dredd. Y esa es la perdición de aquellos que tratan de emularlo.
Digámoslo ya: Arcudi y Snejbjerg entregan una obra electrizante, bien escrita y mejor dibujada, cerrada en sí misma, muy disfrutable, mas no transgresora ni abanderada de nada. No la acuso de nada. Me ha gustado mucho. Me ha dado lo que quería, en suma. Pero no ha sido distinto de cuando lees un tebeo de superhéroes ordinarios, por ejemplo, la magnífica JSA de Geoff Johns, que me parece el mejor tebeo de pijamas de los últimos años, cuyas miras se posan en la tradición de la que parten… y muy bien. Así mismo, Un dios entre nosotros abraza sus referentes… solo que son otros referentes distintos que las obras de Stan Lee y Jack Kirby o los clásicos de la Edad de Oro… los referentes de los que venía hablando, sin ir más lejos, con Alan Moore, a la cabeza.
Eric Forster, el protagonista de nuestra historia, se ve súbitamente agraciado con fuerza e invulnerabilidad más allá de toda comprensión. Dada su educación -ya saben, de “buen americano”- su primera ocurrencia es convertirse en un samaritano de su prójimo, pero rápidamente su recién adquirida condición le distancia del humano común, al que, desde su vanidoso poderío, empieza a juzgar insignificante. Sin freno, Forster se convierte en una amenaza caprichosa e imparable.
Arcudi, guionista inteligente a quien el aficionado puede recordar por su periplo en Gen 13 (con Gary Frank) o AIDP (para honor de las criaturas del universo Hellboy creado por Mike Mignola), saquea a sus mayores, que son Miracleman y Superman, como es evidente, pero también ese Hulk perseguido sin descanso por el ejército USA (un Hulk -aclaro- bestial y desmedido como el de Brian Azzarello y Richard Corben en la miniserie Banner), y confecciona un tebeo que tiene su mejor baza en la construcción de personajes cercanos y falibles enfrentados a sus pruebas más duras. Flash-backs repentinos y elipsis afortunadas imprimen un ritmo sabio, que prueba ser enérgico en las contundentes escenas de acción pero también atento y delicado con los sentimientos de los personajes, y que propicia que, inadvertidamente, comprendamos que el relator de la historia no es quien se espera al principio. Sam Knowle, como el reportero de la celebrada Marvels de Busiek y Alex Ross, ancla la narración por el lado del testigo de los hechos, la perspectiva a ras de calle de fenómenos desconcertantes y terribles.
Snejbjerg, con su habilidad concienzuda para el claroscuro, retrata inmejorablemente cada episodio de esta insólita tragedia. Al dibujante danés le conocíamos por su participación en la mitad final de Starman, ilustrando los guiones de James Robinson, y por distintas entregas de Los libros de la magia o la misma JSA a que me refería antes. Snejbjerg bascula entre una línea simplificada para las escenas luminosas y un abigarramiento sombrío a lo Corben para las matanzas espeluznantes, adecuadamente respaldado por Bjarne Hansen en la paleta de color. Inusualmente claro, con una rejilla de entre cuatro y seis viñetas por página, Snejbjerg rehúye el acercamiento cinematográfico, aunque predominen las viñetas cinemascópicas, tal vez un resabio de las composiciones que se estilaban en el sello Wildstorm que les acoge. Nada que ver, sin embargo, con el empleo espectacular de Brian Hitch y otros de tal palo. Snejbjerg mantiene una cercanía, casi podríamos decir “intimidad”, con lo narrado más del gusto que solemos asociar con la etiqueta Vertigo, con una solidez en las proporciones basada en la anatomía real, no en la idealización superheroica.
Un dios entre nosotros muestra que había más historias que contar sobre el “superhombre”, también afirmará el juicio de sus detractores en que esta vía se agota en sí misma (o, más verdaderamente: su conversión en franquicia es difícil). Mientras la releía, me asaltaba la certeza de que se entendería mejor su especificidad en un formato álbum europeo que subrayase su mirada distinta sobre un género tan americano y propenso a la simplificación. La labor de Arcudi y Snejbjerg merece aprecio, aunque solo sea por seguir con empeño y sinceridad la disección de los arquetipos superheroicos que hoy día solo practican, de vez en cuando, gente como Garth Ennis (The Boys) o Warren Ellis (Supergod). Una emocionante rara avis en un mercado esclerotizado por sus ansias irrefrenables de convertirse en proyecto multimedia universal.
Es curioso porque este comic lo acabo de leer este finde, y ahora me encuentro esta magnifica reseña en zn. El comic me ha gustado bastante y el heroe tiene un toque oscuro al que muy pocos habian llegado anteriormente, una historia recomendable para los que se quieren alejar un poco de lo colorido de las historias de supers
Gracias, lacuevalamacaca. Me alegra que coincidamos.
Diomedes, ambos sabemos a qué me refiero:
http://www.ecccomics.com/comics/jsa-especiales-dc-129.aspx
Es una simplificación, claro, sin desmerecer las aportaciones de Robinson, Goyer y otros. No obstante, discrepo en la «cuesta abajo» con la marcha de Goyer del título. Para mí, la JSA mantiene un nivel altísimo hasta el #81 USA, que -si la memoria no me falla- es el último de Johns durante el volumen 1. Luego la cosa se estropea irremediablemente con el crossover de marras y la renumeración. El vol.2, también con Johns, es una sombra de lo que fue. ¿He dicho ya que ODIO los crossovers?
Le regalé a un amigo este comic pero vamos que faltó el canto de un duro para que me lo quedara yo. Un buen comic, que echa abajo la idea de que un ser humano dotado de superpoderes iba a ser un héroe altruista… para nada. En el momento en que se te puede comparar con un dios, la humanidad es algo irrisorio. Así que eso de Superman y demás no son más que pamplinas.