Este jueves se estrena la esperada tercera temporada de Hannibal, una de las grandes sorpresas en el panorama televisivo de los últimos años y que en nuestro país podremos disfrutar tan sólo 24 horas después de su estreno en Estados Unidos gracias al canal AXN, que ofrecerá el primer capítulo, Antipasto, el viernes 5 de junio en V.O.S. Aprovechando el estreno de su nueva temporada, desde Zona Negativa hemos decidido dedicarle al doctor Lecter el especial que se merece, analizando su trayectoria en la literatura y especialmente en el cine hasta llegar a la serie creada por Bryan Fuller, conocido por series como Wonderfalls o Pushing Daisies y que se está encargando de llevar a la pequeña pantalla la novela de Neil Gaiman American Gods, que veremos en el canal Starz el próximo año.
La historia del doctor Hannibal Lecter está muy fragmentada en sus diferentes adaptaciones, por lo que hemos decidido conservar la línea temporal marcada por la filmografía de sus películas, desde las que intentaremos extraer pistas sobre lo que nos puede deparar el futuro de la serie, que se ha caracterizado por realizar una genial amalgama de tramas, personajes y situaciones para darnos una nueva versión de Hannibal, tan similar como diferente a sus previas encarnaciones. Así pues, estáis cordialmente convidados a esta cena en forma de artículo en la que intentaremos complacer a vuestro paladar. Pongamos de fondo las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach y comencemos. Ah, una última cosa. No intentéis discernir los sabores de los platos: es una sorpresa. Vamos allá.
«Nosotros no inventamos nuestros temperamentos, Will; los recibimos junto con los pulmones, páncreas y todo lo demás. ¿Por qué combatirlo, entonces?»
Thomas Harris (Tennessee, 1940) publicó su primera novela en 1975. Titulada “Domingo Negro”, estaba inspirada por los atentados contra los atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972 y contaba la preparación de un atentado terrorista durante la SuperBowl en Nueva Orleans. La novela supondría el reconocimiento como novelista de Harris y llegó a ser adaptada al cine en 1977 por el director John Frankenheimer en una cinta que contó con Robert Shaw y Bruce Dern como protagonistas. No sería hasta 1981 cuando Harris publicaba su segunda novela, El Dragón Rojo, en la que cambiaba las conspiraciones terroristas por la caza de un asesino en serie, llamado por la prensa El Ratoncito Pérez (traducción más adecuada a nuestro idioma que la que se le dio en la novela y las películas, El Duende Dentudo), que asesinaba a familias enteras en las noches de luna llena y realizaba con sus víctimas macabras manipulaciones como introducir en sus ojos cristales rotos. El encargado de intentar atrapar al asesino era Will Graham, detective retirado del FBI al que su superior, Jack Crawford, recluta de nuevo con el objetivo de aprovecharse de las fantásticas habilidades como investigador de Graham, las mismas que lo mantienen lejos del servicio activo. Y es que Graham, conocido por haber atrapado al Destripador de Chesapeake, el mismísimo Doctor Hannibal Lecter, tiene una curiosa habilidad, y es la capacidad de introducirse en la mente del criminal, comprendiendo sus técnicas y motivaciones no por medio de la deducción sino de la asimilación, algo que pasa una gran factura a la psique de Graham.
Durante la investigación, Graham tendrá que pedir ayuda a un encarcelado Hannibal Lecter, un personaje de abrumadora inteligencia y refinados gustos que suma a su condición de doctor en Psiquiatría habilidades como cirujano (con un perfecto conocimiento de la anatomía humana), farmacólogo o erudito del Arte. El personaje de Hannibal se nos presenta desde el primer momento como un “sociópata puro”, de carácter manipulador y con una mente insondable para los especialistas en psiquiatría o psicología. Un auténtico monstruo perfectamente vestido con los ropajes de la virtud, la educación y la inteligencia que Harris sólo insinúa en su novela y que es tratado de forma muy diferente en sus dos adaptaciones cinematográficas. La némesis de Graham, Francis Dolarhyde, es un empleado de un laboratorio de revelado de fotografía y vídeos domésticos, trabajo gracias al cual capta a sus víctimas. Dolarhyde vive obsesionado con la presencia de su abuela, que lo maltrató cruelmente cuando era niño y generó un trauma en él, llevándole a querer transformarse en algo más elevado por medio de sus crímenes; para ello, Dolarhyde utiliza como referente la serie de pinturas de William Blake El Gran Dragón Rojo y la Mujer Vestida de Sol, una representación de pasajes del Apocalipsis:
Luego apareció en el cielo otra señal: un gran dragón rojo que tenía siete cabezas, diez cuernos y una corona en cada cabeza. Con la cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo, y las lanzó sobre la tierra. El dragón se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo tan pronto como naciera.
Apocalipsis 12: 3-4
Pero la gran novedad, y el auténtico personaje central de El Dragón Rojo (y que Fuller recogió sabiamente para su Hannibal televisivo) es Will Graham. Y es que tenemos a un detective que está casi tan dañado como los criminales a los que persigue. El problema de Will Graham no es que sea o pretenda ser un psicópata, sino que empatiza a la perfección con ellos y por lo tanto a cada caso resuelto su mente se vuelve más inestable. En ese aspecto, durante su fase de empatía con el asesino (y que en la serie nos es descrita de manera visual como si fuese casi una habilidad sobrenatural de Graham), Will ES el asesino. Sus valores morales permanecen casi siempre intactos, pero esa ambigüedad que necesita para acercarse al criminal es utilizada por Lecter para desequilibrarle, algo que se ha convertido en una fundamental parte de la trama de la serie de televisión y que ya en el Dragón Rojo se deja ver durante la primera entrevista de Will Graham con Hannibal Lecter, recreada desde las páginas de la novela en ambas adaptaciones cinematográficas. En dicha conversación, Lecter pregunta constantemente a Graham cómo le atrapó, en una pregunta retórica que el propio doctor se encarga de responder al terminar el encuentro:
La razón por la que pudo atraparme es porque ambos somos iguales.
Más adelante (sobre todo en la novela Hannibal y en la propia serie) veremos cómo Hannibal no sólo trata de quebrar la cordura de Graham sino que a su modo trata de transformarlo en alguien similar a él. En la serie de Bryan Fuller, Hannibal ve a Graham como un compañero, alguien que puede llegar a entender lo que hace, y la trama juega constantemente con difuminar la relación entre ambos, simbiótica y a la vez antagónica, de manera similar a lo que veremos en El Silencio de los Corderos y Hannibal con Clarice Starling: su enemiga y a la vez la persona por la que ansía ser comprendido y quizás hasta aceptado. Por eso Hannibal, normalmente alguien calculador hasta el extremo, gusta de ponerse en la línea de fuego por Clarice en las películas y por Graham en la serie, arriesgándose a ser descubierto y capturado. Porque quiere volver a participar en el juego de la seducción y el rechazo y el ego de mostrar su obra al que ya apelaba Graham en El Dragón Rojo como uno de los puntos débiles de Lecter. Ese ego está escenificado perfectamente en la serie con la exquisita (y pedante) composición de los propios crímenes, brutales metáforas que son el modo que tiene Lecter de comunicarse íntimamente con los demás.
Con El Dragón Rojo nos saltamos ese “orden cronológico” de la filmografía al darse la peculiar situación de haber dos adaptaciones diferentes de la misma novela. Sus diferencias radican sobre todo en el momento en el que están realizadas, antes y después del fenómeno que supuso El Silencio de los Corderos. Vamos con ellas a continuación.
Dirección: Michael Mann
Guión: Michael Mann (Novela: Thomas Harris)
Música: Michael Rubini
Fotografía: Dante Spinotti
Reparto: William Petersen, Kim Greist, Joan Allen, Brian Cox, Dennis Farina, Stephen Lang, David Seaman, Tom Noonan
Duración: 118 minutos
Productora: Dino de Laurentiis Entertainment Group / Red Dragon Productions
País: Estados Unidos
Dino de Laurentiis, mítico productor italiano que desarrolló casi toda su carrera en Estados Unidos y que falleció en 2010, adquirió los derechos para producir la adaptación de El Dragón Rojo. Fue uno de los productores más prolíficos en el Hollywood de la década de los 70 y 80, con clásicos como Serpico, Los Tres Días del Cóndor o Ragtime y que terminaría siendo conocido por producciones como el King Kong de 1976, Conan el Bárbaro o Dune de David Lynch. Así, en 1986 se estrenaba Manhunter, dirigida por Michael Mann (Heat, El Dilema, Collateral). La cinta estaba protagonizada por William Petersen (popular en nuestros días por haber sido el Gil Grissom de la serie televisiva C.S.I.) en el papel de Will Graham, Dennis Farina como Jack Crawford, Tom Noonan como Francis Dolarhyde y Brian Cox como Hannibal Lecter. De hecho, más allá de estar considerada como un notable thriller, Manhunter es conocida sobre todo por significar la primera aparición cinematográfica del más tarde icono Hannibal Lecter.
Manhunter adapta de manera bastante fiel la novela original y como puntos fuertes hace hincapié en el personaje de Will Graham, presentándolo de manera menos amable que el posteriormente interpretado por Edward Norton. Aquí vemos a un Will Graham violento en ocasiones, con una personalidad siempre al borde del desequilibrio y que, como Dolarhyde, utiliza los espejos en continuas metáforas a lo largo de la cinta. El guion de Manhunter no sigue a rajatabla la trama de la novela en lo que al desarrollo del personaje de Francis Dolarhyde, interpretado por un Tom Noonan más terrorífico que Ralph Fiennes, se refiere, obviando su pasado y la importancia de la figura de su abuela. Y es que en Manhunter, Michael Mann prefiere hacer uso de los silencios por encima de los diálogos y el apoyo de la ochentera y repleta de sintetizadores banda sonora de Michael Rubini y las canciones de las que está repleta la cinta, que logran su propósito con una gran capacidad de evocación.
Desligado de la obligación que sí tuvo Brett Rattner de poner a Lecter como uno de los ejes de la trama, Mann se concentra en el Will Graham de William Petersen, dando empaque a sus escenas familiares, más numerosas y cuidadas que en su adaptación posterior (la confesión de Graham a su hijo en el supermercado mientras atraviesan un largo pasillo repleto de productos a sus espaldas puede ser un buen ejemplo) y, aunque Mann prescinde del final en falso del libro (que sí se respetó en la cinta El Dragón Rojo) lo hace porque Manhunter no necesita un segundo clímax narrativamente hablando, por lo que provoca el enfrentamiento directo entre Dolarhyde y Graham en una larga escena al ritmo de In-A-Gadda-Da-Vida, canción de los Iron Butterfly que había obsesionado al asesino convicto real Dennis Wayne Wallace, con el que Michael Mann llegó a mantener correspondencia mientras trabajaba en la película . A la que sí cuida más la segunda adaptación es al personaje de Reba, la compañera de trabajo ciega por la que Dolarhyde llega a sentir algo: si en El Dragón Rojo la brillante Emily Watson (Rompiendo las Olas) tiene muchos más minutos en pantalla para desarrollar su relación con Dolarhyde, en Manhunter la también fantástica Joan Allen (Pleasantville, La Tormenta de Hielo) interpreta al mismo personaje mucho más supeditado a la figura de Dolarhyde, y donde su relación es más precipitada; aun así, la escena en la que mantienen relaciones sexuales nos regala una impagable gestualidad por parte de un Tom Noonan incapaz de lidiar con sus sentimientos y dando un toque espeluznante al acto.
Manhunter (titulada así por orden de De Laurentiis tras haberse estrenado otra película producida por él mismo con un nombre similar al de la novela, Year of the Dragon, dirigida por Michael Cimino –de hecho ni a Mann ni a gran parte del reparto les gustaba el nuevo título-) tuvo una tibia recepción de la crítica y supuso un fracaso en taquilla, por lo que De Laurentiis se desentendería de la adaptación de El Silencio de los Corderos (hecho del que, como es obvio, terminó arrepintiéndose). Otro cambio palpable fue el del nombre del Hannibal de Brian Cox, llamado aquí Hannibal Lecktor, en un personaje que Cox, británico al igual que Anthony Hopkins, interpreta de manera no tan hierática como este, basando más su actuación en la gestualidad y dando como resultado un Lecter más arrogante y menos empático que el de Hopkins. Hay que reconocerle al casting de Manhunter que tanto Cox como sobre todo Tom Noonan superan con nota sus actuaciones, en especial este último del que se cuenta que se introdujo de manera obsesiva en el papel de Francis Dolarhyde, llegando a pedir que los personajes que interpretaban a sus víctimas no le vieran hasta el momento de compartir plano. Otra curiosidad del rodaje es la escena del avión en la que Graham se queda dormido y permite sin querer que una niña compañera de asiento vea las horribles fotografías de las víctimas de Dolarhyde, una escena rodada en un vuelo real sin permiso, ya que Mann no obtuvo autorización a rodar en un avión, en el que el equipo compró los billetes y distrajo al pasaje regalándoles chaquetas de la producción.
Dirección: Brett Ratner
Guión: Ted Tally (Novela: Thomas Harris)
Música: Danny Elfman
Fotografía: Dante Spinotti
Reparto: Anthony Hopkins, Edward Norton, Ralph Fiennes, Harvey Keitel, Emily Watson, Mary-Louise Parker, Philip Seymour Hoffman
Duración: 126 minutos
Productora: Universal Pictures / Dino de Laurentiis / MGM
País: Estados Unidos
El Dragón Rojo (Brett Ratner, 2002) fue realizada, sin embargo, a la sombra del fenómeno de Hannibal Lecter tras El Silencio de los Corderos (Jonathan Demme, 1991) y Hannibal (Ridley Scott, 2001). Es por ello que la cinta da comienzo con la escena inédita incluso en la novela (donde se hace una descripción muy breve de la misma, apenas un comentario) en la que Will Graham descubre la identidad de Hannibal como el Destripador de Chesapeake mientras le visita en su casa, construyendo parte de la trama como precuela a El Silencio de los Corderos (con ese final en el que anuncian a Lecter la visita de una joven del FBI que viene a entrevistarle). Más apegada a la novela original que Manhunter, El Dragón Rojo es una cinta narrativamente más sencilla, un correcto thriller que hace un muy buen uso de los personajes con los que trabaja y a la que ayuda sobremanera un reparto muy competente, encabezado por un Edward Norton más comedido que su predecesor (y por ello, quizás, más alejado de la esencia de Will Graham), un Anthony Hopkins al que sólo le hace falta poner el piloto automático de su ya clásico Lecter (actuación que veremos más en profundidad en El Silencio de los Corderos) y, sobre todo, una gran pareja conformada por Ralph Fiennes (Francis Dolarhyde) y Emily Watson (Reba), así como un sorprendente Freddy Lounds (reportero del amarillista diario Tattler) interpretado por el desparecido Philip Seymour Hoffman, personaje al que en Manhunter daba vida Stephen Lang (y en la serie de Hannibal la actriz Lara Jean Chrorostecki).
En términos generales, El Dragón Rojo es una película más llevadera para el espectador medio ya que se limita a transcribir de manera fiel los acontecimientos del libro; toma gran parte de su aspecto visual de la herencia que dejó El Silencio de los Corderos (a pesar de compartir director de fotografía con Manhunter, Dante Spinotti –Heat, L.A. Confidential-) en esa atmósfera opresiva y ese diseño de producción decadente tanto para representar la prisión de Lecter como la guarida del villano. Y es que este Dragón Rojo también tiene en común la citna de Jonathan Demme a su guionista, Ted Tally, encargado también de adaptar la novela de El Silencio de los Corderos. De lo que adolece sin duda El Dragón Rojo, a diferencia de Manhunter, es de un director detrás de las cámaras que sepa comprender el conjunto de la historia para llevarla a otro nivel, y es ese aspecto lo que impide que la película llegue a las cotas de Manhunter, sin duda con un peor diseño de producción pero con una lógica visual mucho más potente y sin duda más relacionada con lo que tenemos el placer de contemplar en Hannibal de la mano de sus múltiples directores. Michael Mann jugó durante todo Manhunter con la composición de los planos, haciendo que narrativamente fuera menos necesario un guion detallado. Para no hacer un artículo interminable sobre cuestiones técnicas, os recomiendo encarecidamente la lectura de este ensayo visual sobre Manhunter en el que se analiza al detalle el trabajo de Michael Mann a la hora de componer los planos en base a los personajes; sencillamente soberbio el apartado dedicado al uso de los espejos y los planos simétricos para representarlos, o esa metáfora final de la sangre de un abatido Dolarhyde formando las alas del Dragón Rojo. Sin duda, un apartado visual que acerca a Manhunter más al Hannibal de David Slade, Guillermo Navarro o Vincenzo Natali que al Dragón Rojo del simplemente cumplidor Brett Ratner. Un aspecto muy a tener en cuenta, ya que la tercera temporada de Hannibal contará con elementos de esta historia y la inclusión de personajes como el mismísimo Francis Dolarhyde, que será interpretado por Richard Armitage (El Hobbit). Aun así, en esta cronología Manhunter era tan sólo el aperitivo, el antipasto para los italianos, el amuse-bouche para los franceses, el saki-zuke para los japoneses, ese plato antes de la carta principal que tan sólo sirve para abrir el apetito ante lo que viene a continuación.
«Uno del censo intentó hacerme una encuesta. Me comí su hígado acompañado de habas y un buen Chianti.»
Dirección: Jonathan Demme
Guión: Ted Tally (Novela: Thomas Harris)
Música: Howard Shore
Fotografía: Tak Fujimoto
Reparto: Jodie Foster, Anthony Hopkins, Scott Glenn, Ted Levine, Anthony Heald, Diane Baker, Brooke Smith, Tracey Walter, Kasi Lemmons, Chris Isaak, Charles Napier, Roger Corman, Frankie Faison, Paul Lazar, Daniel von Bargen, Cynthia Ettinger
Duración: 115 minutos
Productora: Orion Pictures
País: Estados Unidos
Hasta un neófito en el campo de la enología sabe que el conseguir no un buen vino sino uno excelente depende de factores muy diversos: desde la calidad de la cepa hasta el tipo de terreno donde se cultive, pasando por lo que haya llovido el año de su cosecha. El Silencio de los Corderos (Jonathan Demme, 1991) aunó tantos factores a favor que el resultado no pudo ser menos que una obra maestra cuyas virtudes mejoran, como los buenos vinos, conforme pasan los años. El mayor perjudicado del proyecto de llevar la segunda novela de Thomas Harris sobre el personaje de Hannibal Lecter fue, como hemos dicho más arriba, el productor Dino de Laurentiis que tras el fracaso en taquilla de Manhunter cedió los derechos de la novela a Orion Pictures, una productora que era conocida por no inmiscuirse en el trabajo de los creadores (muchos miembros del reparto comentan que no se vieron productores rondando el set de rodaje en ningún momento). En su momento, se pensó en Gene Hackman para la silla de director y a punto estuvo de serlo, pero tras un vistazo al guion adaptado por Ted Tally desechó la película por considerarla demasiado violenta. Finalmente el proyecto recayó en las manos de Jonathan Demme, un director a priori poco adecuado para un thriller pero que se reveló como una de las eventuales causas del fenómeno en el que se convertiría la película.
La novela El Silencio de los Corderos (o El Silencio de los Inocentes, como se la conoció en Latinoamérica) fue publicada en 1988 y a pesar de estar situada en el mismo universo que El Dragón Rojo Harris desechó al personaje de Will Graham y se centró en una estudiante del FBI, Clarice Starling, quien es enviada a hablar con el Doctor Hannibal Lecter para que ayude a la agencia a detener a un asesino en serie apodado Buffalo Bill, autor del secuestro y posterior asesinato de varias jóvenes. La novela se convirtió en todo un éxito a pesar de ser más cruda y macabra que El Dragón Rojo, pero el gran acierto de Harris fue comprender el potencial de Hannibal Lecter, apenas insinuado en su anterior novela, y convertirlo en uno de los ejes sobre el que giraría el argumento. Harris había conformado un gran personaje, maquiavélico y despiadado, pero no fue hasta que llegaron Jonathan Demme y Anthony Hopkins que se convirtió en leyenda.
La imaginación colectiva de la cultura popular norteamericana se había visto plagada de historias que iban más allá del simple crimen. Auténticos monstruos creados en el corazón del país alimentaban las fantasías de los estadounidenses, amigos de mitificar hasta sus historias más escabrosas: así nacieron las crónicas de Truman Capote en A Sangre Fría, los Ed Gein, Ted Bundy o Charles Manson. Ese morbo por el asesino en serie también había alimentado al cine ya desde sus inicios con cintas como M: El Vampiro de Düsseldorf (Fritz Lang, 1931) y años después con ejemplos como La Matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) o Henry, Retrato de un Asesino (John McNaughton, 1986). El Doctor Hannibal Lecter recogió el testigo con un personaje cuya novedad estribaba en que resultaba más hipnótico que repulsivo. Fue gracias a la película y la actuación de sir Anthony Hopkins que el personaje se convirtió en un clásico del cine y es que Hopkins le dio un toque de elegancia british completamente inesperado. Desde el primer momento Hopkins quiso, según sus palabras, “esquivar la caricatura” para llevar a la pantalla al Doctor Lecter así que intentó llevar la gestualidad del personaje hasta la mínima expresión. Cuando vemos a Lecter en su celda permanece inmóvil la mayor parte del tiempo, como la primera vez que lo vemos desde la perspectiva de Starling de pie en medio de la celda, como una estatua que apenas mueve los ojos. Hopkins, proveniente sobre todo del teatro, basó su actuación en la mirada y la voz, dos elementos fundamentales que marcaron la personalidad del Lecter cinematográfico. La manera de dirigirse a Starling, de manera firme y pausada, casi como recitando, fue el contrapunto ideal a la actuación de una soberbia Jodie Foster en un complicadísimo papel en el que tenía que sugerir un sufrimiento interno que apenas mostraba de cara a los demás.
La sabia decisión de sustituir la impoluta celda de Lecter en Manhunter por unas mazmorras (un decorado que se construyó en una fábrica abandonada y que quisieron que pareciese el escenario de los Juicios de Nüremberg) aumentó la sensación de que no eran pacientes los allí encerrados, sino monstruos en una especia de zoo de los horrores. Cuentan que Demme no quería barrotes, ya que dificultaban la comunicación entre Lecter y Starling y complicaban la colocación de la cámara, por lo que surgió la brillante idea del cristal de plexiglás al cual, ante las obvias quejas del departamento de sonido, se le añadieron respiraderos en forma de agujeros con los que Hopkins tuvo la genial ocurrencia de interactuar ayudando a representar de manera escalofriante el prodigioso olfato del Doctor Lecter que le permite identificar la crema de Starling (o la loción de Will Graham en Manhunter). Así, ayudado por el diseño de producción y la interpretación de Hopkins, el Doctor Hannibal Lecter ya no era un mero recluso, ni un monstruo, ni un asesino como los que el cine había representado anteriormente: Hannibal el Caníbal se convertía en un mito viviente, con cualidades casi sobrenaturales fruto de sus tremendas habilidades e inteligencia; ese tipo de personajes que va dos pasos por delante de la trama que tanto gustan al espectador. Para entendernos, y escribiendo este artículo en una web como Zona Negativa: el Doctor Lecter se convirtió en el Batman de los asesinos en serie. Un personaje ambiguo cuya oscura personalidad es precisamente su mayor virtud de cara al espectador, siempre dispuesto a dejarse conquistar por los grandes villanos. Y Lecter era el más grande que podían imaginar.
Otro de los grandes aciertos de El Silencio de los Corderos fue, tan en la novela como en la película, el personaje de Clarice Starling. Un personaje femenino en un mundo, tanto el ficticio de la mujer agente como el real de la heroína cinematográfica, dominado por los hombres. Clarice Starling carga sobre sus hombros una pesada carga en forma de infancia desgraciada, un trasfondo que se nos presenta en breves flashbacks pero del que vemos sobre todo sus consecuencias sobre el carácter de Starling en un personaje, como en el caso de Will Graham, mucho más complejo que el héroe que atrapa al asesino y resuelve el caso. Un doble acierto fue elegir a Jodie Foster, quien peleó por el papel desde el principio frente a nombres como el de Michelle Pfeiffer; Foster construyó un personaje inexperto pero decidido, fuerte pero con una fragilidad que se avistaba en cada mirada o gesto en sus conversaciones con Lecter. Hopkins comentaba que la actuación de Jodie Foster le era imposible de imitar por la complejidad con la que daba vida a su Clarice Starling; y era durante sus conversaciones cuando la película entraba en sus puntos álgidos y a ello ayudó la dirección de Demme, que llenó la cinta de primeros planos en todas sus vertientes poniendo al espectador justo enfrente de los ojos de sus personajes. Algo tan revolucionario como basar el núcleo de un thriller en dos personajes hablando uno frente a otro. La confianza de Demme tanto en el guion como en sus actores dio como resultado unas escenas repletas de tensión que han pasado a ser parte de la Historia del Cine. Y es que sostener la mirada de Hannibal Lecter era un ejercicio casi más terrorífico que contemplar los asesinatos representados en la trama.
El asesino en serie esta vez estaba encarnado en Buffalo Bill, cuyo nombre real era James Gumb y al que daba vida Ted Levine en una actuación que fue muy polémica en su época. Gumb secuestraba jóvenes mujeres de talla grande para confeccionar con su piel ayudado por sus grandes dotes como modisto su propio vestido de mujer. La trama utilizaba la metáfora de las polillas que Gumb introducía en la garganta de sus víctimas como un reflejo de su trastorno, su necesidad de transformarse como el Dolarhyde de El Dragón Rojo en algo diferente, de Hombre a Dragón, de Polilla a Mariposa. La polémica vino dada porque gran parte del público entendió que el personaje de Gumb era gay cuando, según el propio actor que lo interpretó, Ted Levine, estaríamos más ante un heterosexual homofóbico. Y es que Gumb tiene una retorcida idea de las mujeres, como demuestra utilizándolas como meros elementos de confección y que se refleja en la escena en la que intenta imitar los aspavientos aterrados de la hija de la senadora Ruth Martin, Catherine (Brooke Smith), a la que mantiene secuestrada en el fondo de su pozo. Esa burda imitación de los ademanes femeninos convierte a Gumb en un perturbado más que en un gay o transexual pero no fue visto así por diversas asociaciones que llamaron al boicot de la cinta acusándola de perpetuar el reflejo negativo de Hollywood con la homosexualidad. Las protestas llegaron a un indignado Jonathan Demme que fue comprensivo con las mismas y cuyo siguiente film sería, casualmente, Philadelphia.
Pero El Silencio de los Corderos estaba compuesto por muchos otros elementos, como la magistral banda sonora compuesta por Howard Shore que colabora a crear ese ambiente opresivo y una tensión exponencial. Narrativamente la película es precisa en su planificación de escenas, pero también sabe arriesgar como con la escena de la huida de Lecter de la prisión provisional donde es enviado tras hablar con la senadora Martin. Todo un tour de force en el que Starling llega a desaparecer de la trama durante quince minutos y que el propio Demme describió como “una película dentro de la película”, propiciando una historia con dos clímax: la huida de Lecter y el enfrentamiento entre Clarice y Gumb. Durante su huida, al fin veíamos a Lecter en acción y sus actos eran tan terribles como dejaban ver sus palabras. Grabadas en la retina del espectador quedan las imágenes de un ensangrentado Lecter deteniéndose a escuchar sus adoradas Variaciones Goldberg o el hallazgo del agente crucificado con sus propias vísceras cuando llega el equipo de reconocimiento. Lecter actuaba como una fuerza de la naturaleza aparentemente imparable y como espectador uno se descubría admirando la escena y animando al héroe que escapaba de los villanos y no al contrario. Esa fundación del Lecter admirado por el espectador se encuentra en esta película más incluso que en la novela, conformando un antihéroe ejemplar que hizo de El Silencio de los Corderos un éxito rotundo en taquilla, un fenómeno que propició colas para ver la película y que la mantuvo cinco semanas consecutivas en lo alto de la taquilla.
Estrenada en febrero, un mes insólito para aspirar a los premios de la Academia, El Silencio de los Corderos se hizo con un logro que pocas películas han conseguido, alzarse con los cinco Oscars principales: Mejor Película, Director, Actor, Actriz y Guion Adaptado. Encumbró además a Anthony Hopkins al Olimpo de los grandes actores marcados por un papel que llegaría a repetir en dos ocasiones más y supuso el segundo Oscar para Jodie Foster tras el de Acusados. El Silencio de los Corderos marcó una época y se convirtió en una extra mezcla de thriller de terror psicológico y que marcaría cintas en la misma década como Se7en (David Fincher, 1995). Desgraciadamente Bryan Fuller no dispone de los derechos sobre los personajes de El Silencio de los Corderos, por lo que es poco probable que veamos aparecer a Clarice Starling, a pesar de lo cual Fuller ha llegado a declarar podría utilizar las bases de su personaje con un nombre diferente.
De El Silencio de los Corderos el Hannibal de Bryan Fuller toma la idea misma del Lecter de Anthony Hopkins y la personifica de nuevo en el portentoso Mads Mikkelsen. No es ni mucho menos una mera imitación de Hopkins sino más bien una evolución del personaje. Lo que sí le sentaría bien a Hannibal (y es algo que sus propios fans le han reprochado) es la presencia de más personajes femeninos potentes, aunque el desarrollo del personaje de la Doctora Alana Bloom (Caroline Dhavernas) más allá del interés amoroso de Graham y Lecter, así como el auge en el protagonismo de la Doctora Bedelia Du Maurier (interpretada por una arrebatadora Gillian Anderson y que será una de las protagonistas indiscutibles de la inminente tercera temporada) hace pensar que es un problema que Fuller y compañía han resuelto ya.
Para bien y para mal, con El Silencio de los Corderos la fama de Hannibal Lecter no había hecho más que empezar aunque, hay que reconocerlo, hasta la llegada del Hannibal de Mikkelsen no volveríamos a ver una versión del Doctor que valiese la pena. Y eso que lo siguiente sería una película hecha específicamente a la medida de Lecter.
«¿Sabes, Clarice, por qué los filisteos no te entienden? Porque eres la solución al enigma de Sansón: eres la miel en la boca del león.»
Dirección: Ridley Scott
Guión: David Mamet, Steven Zaillian (Novela: Thomas Harris)
Música: Hans Zimmer
Fotografía: John Mathieson
Reparto: Anthony Hopkins, Julianne Moore, Gary Oldman, Ray Liotta, Giancarlo Giannini, Zeljko Ivanek, Frankie R. Faison, Francesca Neri, Enrico Lo Verso, Ivano Marescotti, David Andrews, Hazelle Goodman, Francis Guinan, Fabrizio Gifuni, Alex Corrado, Don McManus, Terry Serpico, Boyd Kestner, Peter Shaw, Mark Margolis, Giannina Facio
Duración: 131 minutos
Productora: MGM / Universal Pictures / Dino de Laurentiis / Scott Free Production
País: Estados Unidos
Estaba claro que, tras el descomunal éxito de El Silencio de los Corderos, la expectación ante el regreso de Hannibal Lecter (más tras ese apoteósico final en el que Hopkins se excusaba con Starling –“me espera un amigo para cenar”- mientras se perdía entre la multitud) no podía ser más alta. Cuando Thomas Harris terminó de escribir la lógica secuela, titulada Hannibal, se la ofreció a Dino de Laurentiis, que tras su mala elección con El Silencio de los Corderos volvía a tomar las riendas de la nueva adaptación. De los humildes 22 millones de dólares de presupuesto con los que contó la película de Demme, ahora saltábamos a más de cien. Localizaciones internacionales, secundarios de lujo y un protagonismo absoluto para el Doctor Lecter… todo parecía ir viento en popa, hasta que se confirmaron las importantísimas bajas de Jonathan Demme en la dirección, Ted Tally en el guion o la mismísima Clarice Starling, Jodie Foster.
Las razones no debemos encontrarlas en otro lugar que no sea la propia novela de Thomas Harris. Hannibal fue publicada en el verano de 1999 y, claro está, supuso un hito de ventas entre los best-sellers de la época. La trama de Hannibal se situaba diez años después de los eventos de El Silencio de los Corderos, con un Lecter refugiado en su ciudad fetiche, Florencia, donde ha adoptado una identidad robada a una de sus víctimas. Mientras un fracasado detective de la policía florentina, Rinaldo Pazzi (Giancarlo Giannini) sospecha de la verdadera identidad de Lecter, en Estados Unidos la agente Clarice Starling se ve envuelta en una polémica detención que la lleva a ser investigada por el propio FBI y degradada a entrevistar a Mason Verger (un no acreditado Gary Oldman), una de las primeras víctimas de Lecter al que el Doctor obligó a desfigurarse y que ha quedado postrado en una silla de ruedas. Verger busca pistas sobre el paradero de Lecter con el objetivo de vengarse y la situación de Starling, así como el descubrimiento de su identidad por parte de Pazzi, obligará a Hannibal a salir de nuevo a la luz.
Hannibal es un libro diferente a sus predecesores. No utiliza una trama principal para llevar a la acción a sus protagonistas, sino que sus protagonistas son ahora la trama principal. Harris, una vez descubierto el Lecter de El Silencio de los Corderos lo hizo suyo también y tuvo la ocasión de rendirse ante el personaje que había fagocitado su obra anterior a través de seiscientas páginas. El resultado fue un gran libro, mucho más revelador que El Silencio de los Corderos o El Dragón Rojo, mucho más atrevido… y mucho más salvaje. El carácter vengativo y la odiosa personalidad de Mason Verger son un buen ejemplo del recrudecimiento en el tono de Harris para darle a Hannibal un enemigo formidable, y es que en la novela Verger es un pederasta que posee un orfanato donde maltrata psicológicamente a los niños ante la imposibilidad de hacerlo físicamente tras el ataque de Lecter, y que llega a condimentar sus vermouths con lágrimas de infantes (un detalle que sí incluyó el Mason Verger de la serie de Hannibal, interpretado por Michael Pitt y, en esta tercera temporada, por Joe Anderson). Otros pasajes del libro rozan, o directamente se sumergen, en el gore como la escena de la operación a cráneo abierto que Lecter practica a un consciente Paul Krendel (Ray Liotta) para extraerle un trozo de cerebro y cocinarlo en el acto; la muerte de Pazzi, haciendo honor a la ejecución de uno de sus antepasados y derramando sus intestinos por las calles de Florencia; o la cruel venganza que Verger tiene planeada para Hannibal, con cerdos salvajes hambrientos por la carne humana. Todo un festival de sangre y vísceras que sólo se intuían en las cintas anteriores con la, llamémosla así, “Historia hablada de Hannibal Lecter”. En Hannibal, para bien y para mal, conocemos realmente al Doctor Lecter en acción; sigue siendo el mismo erudito educado y de exquisito gusto, sí, pero en libertad es también el despiadado Destripador de Chesapeake con todas sus brutales consecuencias. Por estos motivos, sumados a un polémico final que pronto comentaremos y que según muchos traicionaba a un personaje principal, muchos de los nombres anteriormente citados declinaron intervenir en Hannibal, considerándola demasiado extrema o diferente.
Puede que en parte fuera así, pero no se puede negar que en Hannibal Harris es coherente con el personaje de Lecter, con su ego, sus motivaciones e incluso con sus emociones. En la gran pantalla, y para el espectador medio, puede que algo se rompiera entre la famosa frase del Chianti y el tipo del censo que coronaba el apartado dedicado a El Silencio de los Corderos (y por cierto, cuyo sonido posterior fue idea del propio Hopkins, que lo hizo como una broma tras decir su frase pensando que no se incluiría en la película) y la imagen de Lecter cortando y saboreando el cerebro de una de sus víctimas. De lo imaginado a lo mostrado, Hannibal perdió ese atisbo salvaje que sugería y lo mostró al espectador tal cual. Algo que ha recogido sabiamente la serie de Bryan Fuller logrando un perfecto equilibrio entre lo sugerente y la casquería, aunque cuando la saca a relucir (y es bastante a menudo) lo hace con una estética nada vulgar y, sobre todo, con un propósito narrativo. Quizás ese equilibrio es el que pretendía Harris (no digo ya Scott) al escribir la novela, pero terminó yendo por el camino de lo grotesco quizás demasiado al límite. Aun así, quien se quedara con ese aspecto de la novela se ha quedado claramente a medio camino de las intenciones de Harris, y esto es algo que Bryan Fuller ha parecido comprender perfectamente puesto que Hannibal es, quizás, la mayor influencia que ha tenido la serie homónima de la NBC de entre toda la saga de libros y películas. Incluso su tercera temporada va a dar comienzo con un Hannibal refugiado con Bedelia en Florencia y con la confirmada aparición del personaje de Rinaldo Pazzi, por lo que es de prever que la trama de Hannibal pesará en esta tercera temporada más allá de la aparición ya en la segunda tanda de capítulos de personajes como Mason Verger.
Sobre el polémico tramo final de la novela de Thomas Harris hay que concederle la valentía al presentarnos un anhelo de Lecter que ya había sido insinuado desde El Silencio de los Corderos, y es su extraña relación con Clarice Starling, la cual en un principio parecía motivada por la curiosidad o el interés y que se fue tornando en una extraña obsesión por parte de Lecter, que en Hannibal va un paso más allá y, tras huir del cautiverio al que Verger le tenía sometido, aprovecha la inconsciencia de Starling para dar uso a una habilidad del Doctor Lecter casi nunca vista antes y por fortuna recuperada en la serie: el dominio de la psicofarmacología. A grandes rasgos, se puede decir que Hannibal utiliza un combinado de drogas para mantener a su lado a Clarice, con la que entabla una relación amorosa huyendo juntos a Argentina, donde son avistados por el ex enfermero Barney (Frankie Faison, único miembro del reparto que ha intervenido en todas las películas de la saga excepto Rising –en Manhunter daba vida a un policía-). Un final muy arriesgado pero a la vez desolador por el terrible poder del que vuelve a hacer uso Lecter y que, aun así, nos parece casi sacado de una novela romántica. Harris lleva el poder de seducción de Lecter tanto con los demás como con el propio lector hasta el extremo, un extremo que el director de la adaptación, Ridley Scott (que se encontraba rodando Gladiator cuando De Laurentiis le ofreció el proyecto) no estuvo dispuesto a incluir en la cinta, que finaliza de un modo más convencional, alegando que supondría “una traición no al personaje de Lecter, pero sí al de Starling«. Aquí encontramos la posible razón de peso por la que Jodie Foster declinó retomar el papel de Starling, un personaje que vería diluirse entre los delirios y los deseos de Lecter para acabar sucumbiendo ante él. Esa manipulación que ha llevado al Hannibal de Bryan Fuller a alcanzar sus cotas más altas viendo campar al gran Mads Mikkelsen en sesiones de inducción mental por medio de psicotrópicos a un pobre Will Graham (un sufridor Hugh Dancy llevado al límite casi en cada capítulo). De Hannibal también ha extraído la serie el sentido del extremo y la simbología a la hora de representar los diferentes asesinatos, en los que Mikkelsen se va refinando y los contempla, como amante de la gastronomía, como un buen plato convertido en obra de arte.
Poco más hay que comentar de Hannibal, una película planeada como una superproducción que terminó recaudando más de 300 millones de dólares en todo el mundo y que en su día fue la película clasificada R más taquillera en su primer fin de semana de la Historia. Pero también, siendo una historia que cuidaba más la forma que el fondo, terminó cavando la tumba del éxito de Hannibal en el cine. Hannibal fue un éxito, sí, pero su repercusión en la audiencia no puede ni compararse a lo que había sido El Silencio de los Corderos. Nos regaló, eso sí, una extraordinaria banda sonora a cargo de Hans Zimmer, unos sensacionales títulos de crédito y la lección para la exquisita Julianne Moore, Starling en esta versión, de que su verdadero lugar estaba en el cine independiente y no en el gran espejo deformante que es el Hollywood de las superproducciones. Después de todo, los tiempos habían cambiado: Dino de Laurentiis no era Orion Pictures y Hannibal Lecter ya era una marca registrada por sí mismo. Lo que Hannibal, la novela, tuvo de valiente y transgresor (aún recuerdo una escena hacia el final en la que Lecter y Starling visitan una exposición de objetos de tortura y sadomasoquismo y, pardiez, es una escena sensual como pocas) lo tuvo Hannibal, la película, de tosco y predecible. La versión de Lecter de Hopkins parecía no dar más de sí, anquilosada en vestigios de rentas pasadas y la historia en sí tenía un final concluyente. Aunque Hopkins estaría dispuesto a retomar al personaje una última vez, en una posición mucho menos arriesgada eso sí en El Dragón Rojo, de la que hemos hablado anteriormente, con lo que no contaba Thomas Harris era con el mal endémico que asoló el cine de principios del siglo XXI: el concepto de precuela.
«¿Qué queda en ti que yo pueda amar?»
Dirección: Peter Webber
Guión: Thomas Harris, a partir de su propia novela
Música: Ilan Eshkeri, Shigeru Umebayashi
Fotografía: Ben Davis
Reparto: Gaspard Ulliel, Gong Li, Rhys Ifans, Dominic West, Kevin McKidd, Richard Brake, Aaran Thomas, Helena-Lia Tachovská, Denis Menochet
Duración: 131 minutos
Productora: Coproducción República Checa-GB-Francia-Italia
País: Francia
Dos años después de Hannibal, Dino de Laurentiis volvía al ataque en un nuevo intento de exprimir la fórmula de Lecter con un remake de Manhunter, película que nunca fue del agrado del productor, y en la que sí respetó el título original de la novela: El Dragón Rojo, de la que ya hablamos en el primer apartado. La cinta no funcionó mal en taquilla, llegando a recaudar casi cien millones de dólares sólo en Estados Unidos pero daba la impresión de que la fórmula del Lecter de Hopkins estaba agotada. No sólo por la edad del actor británico, que aparecía más viejo en una historia ocurrida antes de El Silencio de los Corderos, sino porque el propio final de El Dragón Rojo enlazaba con el comienzo de la cinta de Jonathan Demme. Ya no había más historia que contar y Thomas Harris no estaba por la labor de continuarla, algo con lo que De Laurentiis no estaba en absoluto de acuerdo.
Y es que como más tarde se supo, el productor comentó a Harris su deseo de hacer una película sobre los orígenes de Hannibal Lecter, a lo que Harris contestó que no estaba interesado en escribir otra novela del personaje. Lo que no tuvo en cuenta es que un productor de Hollywood persigue exprimir cada centavo que pueda a sus propiedades, así que De Laurentiis dio un ultimátum a Harris: si no escribía una novela en la que basar la película que planeaba, lo haría con otro; después de todo, él mantenía los derechos del personaje en el cine y podía sacarse de la manga un guion sin contar con Harris en cualquier momento. Así que el novelista, resignado, publicó Hannibal Rising en 2006 con la aparente única intención de que no profanaran su mayor creación. En Hannibal Rising, Harris contaba la infancia de Hannibal, que con ocho años vive en el Castillo Lecter en Lituania; con un país atrapado de repente en el conflicto de la Segunda Guerra Mundial y cruentas batallas entre la Alemania nazi y la Unión Soviética, Hannibal se queda huérfano con la única compañía de su hermana Mischa; juntos sobreviven en una cabaña hasta que llega un grupo de mercenarios saqueadores lituanos, que ante la falta de alimentos terminan comiéndose a su hermana. Más tarde, Hannibal va a vivir a Francia con su tío y la mujer de este, Lady Murasaki, quien se encarga del joven Lecter tras la muerte de su marido. Con ella, Hannibal entabla una profunda relación y tras un incidente en el mercado local, en el que un carnicero insulta a Lady Murasaki, Hannibal comete su primer crimen asesinándolo más tarde. Su tía, que rechaza la violencia de Lecter, intenta persuadirlo de su sed de venganza contra los soldados lituanos que mataron a su hermana pero a la vez adiestra a Lecter en multitud de artes, mientras que Hannibal se instruye en la Facultad de Medicina. Tras acabar con todos ellos y esquivar las sospechas de la policía francesa, Lecter termina la novela en Estados Unidos, donde inicia una nueva vida trabajando en un hospital de Baltimore.
En 2007 se estrenaba la adaptación cinematográfica de la novela, dirigida por Peter Webber (quien sólo había dirigido anteriormente La joven de la Perla) y con el nada sugerente título de Hannibal: El Origen del Mal en nuestro país. En la piel del joven Lecter teníamos al actor francés Gaspard Ulliel (Largo Domingo de Noviazgo) quien hacía el mejor trabajo de la cinta con una notable actuación aunque claramente por debajo de sus predecesores. La historia, por su parte, seguía de manera bastante fiel la trama de la novela y, como en ella, teníamos en la relación entre Hannibal y su tía política, Lady Murasaki, la mejor parte de la cinta. El verdadero problema de Hannibal: El Origen del Mal era lo innecesaria que resultaba en la mitología de Lecter, arrojando luz sobre detalles de la historia que parecían a mejor recaudo en la imaginación del lector y del espectador. La película también era intrascendente por su poca personalidad, entregada básicamente a utilizar el reclamo del personaje sin más motivación que ver una nueva versión de Lecter en pantalla. Una nueva precuela que, como en el caso de El Dragón Rojo de Brett Ratner, jugaba más con lo que estaba por venir para el Doctor que con desarrollar correctamente su personaje. Ese centro de gravedad que es El Silencio de los Corderos y del que el personaje no ha conseguido librarse hasta la llegada de la serie de Bryan Fuller.
Hannibal: El Origen del Mal significó el primer descalabro de taquilla para la franquicia, con unos paupérrimos 27 millones de dólares de recaudación en Estados Unidos por lo que parecía que, esta vez sí, asistíamos al último coletazo de un personaje que parecía haber perdido el atractivo del que había gozado años atrás. En nuestros días, El Origen del Mal nos interesa porque Fuller y compañía, como no podía ser de otra manera, han encontrado fuentes de las que beber para Hannibal y aparentemente han rescatado para esta nueva tercera temporada al personaje de Lady Murasaki, que en un principio se dijo que sería interpretado por Tao Okamoto (Mariko en Lobezno Inmortal) pero que al parecer se trataría realmente de Chiyo, una sirvienta de la tía de Lecter.
Sí, Hannibal: El Origen del Mal fue un fracaso de crítica y público pero, vista en perspectiva, vamos a entenderla como una parte más de nuestro menú, en concreto ese sorbete servido entre platos principales para quitarte el gusto del anterior plato y prepararte para un nuevo sabor. Y qué sabor.
“-Dejé que me conocieras. Que me vieras. Te di un extraño presente, pero tú no lo querías.
-Exacto.
-Me hubieras negado la vida.
-No, la vida no.
-Mi libertad entonces. Me la arrebatarías. Para venir a verme a una celda en prisión. ¿Crees que podrías cambiarme como yo lo he hecho contigo?
-Ya lo he hecho.”
Creador: Bryan Fuller
Directores: Bryan Fuller (Creator), David Slade, Michael Rymer, James Foley, Guillermo Navarro, Peter Medak, Vincenzo Natali, Tim Hunter, John Dahl, David Semel
Guión: Bryan Fuller, Steve Lightfoot, Scott Nimerfro, Chris Brancato, Andrew Black, Jennifer Schuur, Jeff Vlaming, Jesse Alexander, David Fury, Jim D. Gray, Kai Wu (Novelas: Thomas Harris)
Música: Brian Reitzell
Fotografía:
Reparto: Mads Mikkelsen, Hugh Dancy, Laurence Fishburne, Caroline Dhavernas, Kacey Rohl, Lara Jean Chorostecki, Hettienne Park, Aaron Abrams, Dan Fogler, Eddie Izzard, Gillian Anderson, Gina Torres, Anna Chlumsky, Raúl Esparza, Scott Thompson, Vladimir Jon Cubrt, Mark Rendall, Torianna Lee, Ellen Muth, Demore Barnes, Lance Henriksen, Chelan Simmons, Michael Pitt, Cynthia Nixon, Katharine Isabelle, Jonathan Tucker, Chris Diamantopoulos, Jeremy Davies, Zachary Quinto
Productora: Gaumont International Television / NBC
País: Estados Unidos
Hannibal es un rara avis. Una serie infravalorada desde su mismo origen, en el que muchos pensamos que recaer en un canal generalista como NBC, repleto de series al uso y muy alejado de los HBO, Netflix o AMC, no era el mejor de los destinos para recuperar al Doctor Lecter en la pequeña pantalla. Pero la vida está llena de sorpresas y afortunadamente, Hannibal ha sido una de las mayores que nos ha deparado la parrilla estadounidense en los últimos tiempos. Su creador, Bryan Fuller, tenía ante sí un reto monumental comenzando por elegir a un nuevo Lecter y llevarle a nuevas historias alejadas de la continuidad de libros y películas. El elegido para dar vida a Hannibal, el actor danés Mads Mikkelsen, quien era conocido en Hollywood por enfrentarse a James Bond interpretando al villano de Casino Royale (Martin Campbell, 2006), Le Chiffre, pero del cual recomendamos encarecidamente ver esa joya que es La Caza (Thomas Vinterberg, 2012) para comprobar su descomunal talento como actor. Mikkelsen, de rostro enigmático y voz (con acento danés) hipnótica ha conformado un Hannibal Lecter que puede mirar de tú a tú al mismo sir Anthony Hopkins, no tanto por la calidad de la actuación (estamos hablando de medios diferentes, obviamente) sino por la meticulosa construcción de un personaje a través de miradas, movimientos y entonaciones de la voz. El Hannibal de Mikkelsen es mucho más que una simple mezcla de sus anteriores encarnaciones, es una reformulación del personaje en toda regla conformando una receta completamente nueva. Gracias a la amalgama de tramas construida por Fuller y compañía este Hannibal es atemporal y puede no sólo moverse por el espacio que Harris construyó para él en las novelas, sino hacerlo suyo y construir un espacio nuevo, mucho más amplio y libre del corsé impuesto por las adaptaciones anteriores.
En Hannibal asistimos al comienzo de Lecter utilizando lo que el espectador ya conoce sobre el personaje, pero deja que sean sus actos y palabras las que hablen por él y no nuestro conocimiento previo. Conocemos su entorno, la fundación de su relación con Will Graham (un Hugh Dancy sacrificado ante la figura de Mikkelsen pero repleto de matices y con una portentosa habilidad para expresar sufrimiento), las sospechas de un sorprendente Jack Crawford interpretado por Laurence Fishburne o el acertadísimo añadido de la presencia de una maravillosa Gillian Anderson como la Doctora Bedelia Du Maurier, psiquiatra del propio Lecter (con todo lo que ello implica).
Gran parte del éxito de este Hannibal se debe a que NBC, sorprendentemente, ha dejado hacer a sus creadores conformando una serie nada usual en un canal como este; no sólo por las escenas macabras (incluso gore en muchos momentos) sino por la arriesgadísima propuesta visual y narrativa. Hannibal es un milimétricamente planteado plato de gourmet en su exterior y una maravillosa pesadilla conceptual en sus entrañas. El entramado psicológico de todos los personajes está concienzudamente desarrollado hasta casi poder verse los hilos de las enfermizas relaciones entre ellos, planteando situaciones como la relación Lecter-Graham-Abigail en la primera temporada que seguramente haría aplaudir al propio Thomas Harris. La presencia del asesino en serie Garret Jacob Hobbs (Vladimir Jon Cubrt), mencionado en la novela El Dragón Rojo como uno de los traumas de Will Graham al tener que acabar con su vida, es sólo una muestra de lo bien elegidas que están las historias en Hannibal, no quedándose en meras referencias a las novelas o las películas sino construyendo verdaderos entramados narrativos completamente nuevos y desafiantes a partir de ellas.
Pero no sólo por saber escoger y desarrollar sus tramas destaca Hannibal. El apartado visual de la serie es una auténtica delicia, y a ello ha ayudado la retahíla de nombres que se han sentado en la silla de director, desde David Slade (Hard Candy), que se encargó entre otros del piloto, hasta Guillermo Navarro (director de fotografía habitual de Guillermo del Toro), pasando por uno de los favoritos de los fans de la serie, Vincenzo Natali, director de culto desde la fantástica Cube (1997) y que no sólo ha colaborado en algunos de los capítulos más brillantes y enfermizos de Hannibal, sino que inaugurará la tercera temporada dirigiendo sus tres primeros episodios. Una tercera temporada, por cierto, que también contará con Neil Marshall (The Descent) como director, sumando su nombre a una impresionante lista que ha hecho que Hannibal llegue a cotas artísticas inéditas en el panorama televisivo. Todos estos artistas, bajo la batuta de Bryan Fuller, han dado forma a una de las series más valientes y extrañas, donde podemos encontrarnos a Stanley Kubrick (una referencia visual admitida por el propio Fuller) o a David Lynch en cada nuevo episodio.
Y es que todo el diseño de producción de Hannibal es una desafiante obra de arte perfectamente coreografiada, incluso en los pequeños detalles como los manjares que prepara Hannibal, y que son supervisados por el cocinero español afincado en Estados Unidos José Andrés. Los propios platos tienen story-boards en Hannibal, tal es su nivel de detallismo, e incluso nos podemos encontrar con el blog de la diseñadora de platos (food stylist, habéis leído bien) de la serie, Janice Poon, quien nos desgrana los entresijos de la preparación de los menús que vemos en la serie. Ese mimo por los detalles casi como si el propio Hannibal supervisase los entresijos de la serie es toda una declaración de principios de una serie que nos devuelve a uno de los iconos del Cine reformulando el concepto de remake de un modo magistral.
Ahora, a las puertas de una tercera temporada que parecía no llegar nunca, tal era el ansia de los fans de Hannibal como un servidor, no puedo más que recomendaros encarecidamente la serie. No es fácil de ver e incluso su carácter en ocasiones enfermizo puede dar lugar a un visionado psicosomático (a mí me ha ocurrido en algunos episodios, realmente difíciles de contemplar no por la casquería, sino por la presión psicológica a la que conduce la serie). No, Hannibal exige de ti una cierta querencia por lo exquisito y una curiosidad por los nuevos sabores, como el que se acerca a un buen vino e intenta descubrir en él todos los matices que ven los grandes catadores. Hannibal te irá quitando paulatinamente esa venda que como espectador nos han intentado poner con tramas predecibles, personajes planos y soluciones fáciles. El camino que propone Hannibal es arduo pero la recompensa está en la tremenda satisfacción de una serie que no da nada por sentado. Quizás no es apta para todos los paladares pero uno no puede dejar de ver el menú de esta tercera temporada como un manjar irresistible: Hannibal y Bedelia, Florencia, Francis Dolarhyde, Lady Murasaki… y Will Graham, el Hector de este terrible Aquiles que forjó, hace ya la friolera de 34 años, un escritor llamado Thomas Harris. Quién nos iba a decir que este Hannibal de la NBC sería la auténtica solución al enigma de Sansón: la miel en la boca del león.
Que tengáis buen provecho.
Esta serie es una gozada, y para un estudiante de psicología como yo, más aún. Infravalorada en cada ceremonia de los Emmy.
De las mejores series que he visto, espero que siga como va, y no decaiga en el camino o intentando buscar más publico, cambien el diseño tan magistral que tiene.
Genial artículo, como siempre!!! Coincido en que la serie de Hannibal es una maravilla, de lo mejor que se hace actualmente, es una pena que no tenga mucho éxito mientras otras como Walking Dead que son mucho peores baten records de audiencia…
Excelente artículo!!
A mi la serie en cuanto a historia me ha causado a chirriado un poco en algunos aspectos, como el hacer a Lecter un ser Omnisapiente, Omnipresente y Omnipotente, a un grado en que eso, resulta molesto. Pero en general es una muy buena serie que esta hecha de manera exquisita, literal (siempre siempre que la veo me da hambre jaja).
Esta 3era temporada ha comenzado muy interesante, abriendo con un capitulo completamente enfocado a Hannibal y Bedelia en su nuevo entorno, veremos como avanza y ver como en Baltimore los demás personajes recogen sus pedazos jaja
He empezado hace poco con esta serie (por lo que no voy a leer este post,ni los comentarios que dejáis, por motivos obvios, pero me lo guardo -como mínimo- hasta que lleve la serie bastante adelantada. No lo tomen como falta de respeto por mí parte. Más bien es lo contrario).
Solo dejo constancia de que me han SANGRADO los ojos viendo al buen doctor y a un colega cenando jamón ibérico CON CUCHILLO Y TENEDOR. Todavía me choca más que en los créditos del capitulo aparezca el cocinero Jóse Andrés como consultor culinario y deje pasar esta barrabasada (no lo cogiera Trump «agachao» y «pasao» de viagra…nstch…).
¿Que va a ser lo siguiente?. ¿ver en una serie a alguien comiendo una barrita de chocolate con cuchillo y tenedor? (guiño-guiño-codazo).
Sigo con ella y comento por aquí de vez en cuando. Saludos.