Capitán Meteoro Vol. 2 Cap. 3: Tunguska, Las Vegas (Parte 1, de 7)

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Por José Antonio Fideu Martínez

Capitán Meteoro, Archivos 8. Notas previas.

Título: “Tunguska, Las Vegas”

Se dice que el guión de la famosa película “Ultimatum a la Tierra” de Robert Wise, firmado por Edmund H. North, se basó en un arco argumental de la colección del Capitán Meteoro, titulado “El Último Apocalipsis”, en el que, durante siete números de la serie, nuestro campeón y sus amigos, se esforzaron por salvar al mundo de una destrucción a manos de un extraterrestre con aires mesiánicos, que se atrevió a juzgar y condenar a la especie humana entera, por pecados contra el universo. Quizás las similitudes sean muchas, y desde luego, a juzgar por las fechas de publicación de la obra de Martin -1949-, sería posible que el autor del guión de la película pudiera haberse inspirado en el cómic, pero no es menos cierto que existen tantas historias sobre alienígenas con aires fiscales decididos a ponernos en nuestro sitio, como películas sobre vaqueros con pasado turbio, venganzas relacionadas con la mafia o parejas de enamorados cuya historia es, por unos motivos u otros, imposible… Parece que durante una época, todo extraterrestre que se acercaba al planeta pretendía conquistarnos o darnos una lección… Bien pensado, hoy en día, muchos años después, la cosa sigue más o menos igual…

De cualquier manera hay un matiz que hace muy diferente las dos historias, aun a pesar de las muchas similitudes entre ambas: se trata del carácter religioso –o antireligioso, según dijeron algunos-, que Martin confirió a su epopeya… Muchos críticos lo atacaron con ferocidad en aquellos años, acusándolo de pervertir los ideales de los más jóvenes, y el revuelo fue tal, que el guionista y editor acabó defendiendo sus creencias y lo inocuo de su arte, en un juicio que aún hoy se recuerda… Vincent F. Martin, sin ser un hombre extremadamente religioso, sí que se consideró siempre creyente a su manera y, desde luego, nunca manifestó aversión hacia ningún culto en particular. Según sus propias palabras era un “creyente dudoso intermitente, crítico, pero en el fondo esperanzado…”.

Estos capítulos, son mi versión, actualizada y transformada, de aquella saga mítica. He tratado de ser fiel al espíritu general y he añadido a Tesla y algunos pequeños detalles más… Espero no haberla estropeado mucho.



«En un futuro próximo veremos una gran cantidad de aplicaciones de la electricidad: Podremos dispersar la niebla mediante fuerza eléctrica, centrales sin hilos se utilizarán con el propósito de iluminar los océanos, se conseguirá la transmisión de imágenes mediante hilos telegráficos ordinarios, la transmisión sin hilos de inteligencia y energía. Otra valiosa novedad será una máquina de escribir operada mediante la voz humana. Tendremos eliminadores de humo, aspiradores de polvo, esterilizadores de agua, aire, alimentos, y ropa. Se convertirá en imposible contraer enfermedades por gérmenes y la gente del campo irá a las ciudades para permanecer allí… Se logrará la transmisión de energía sin hilos (producida por generadores ambientalmente compatibles) para que el hombre pueda solucionar todos los problemas de la existencia material. La distancia, que es el impedimento principal del progreso de la humanidad, será completamente superada, en palabra y acción. La humanidad estará unida, la guerras serán imposibles, y la paz reinará en todo el planeta.”

Nikola Tesla, el inventor del siglo XX (1856-1943)

I

Es cierto, morí y resucité.

Contaré los hechos tal y cómo yo los viví, siguiendo un riguroso orden cronológico, mas si he de hablar con propiedad, he de advertir que algunos de los pasajes de este relato no fueron presenciados por mí, y que si sé de ellos es bien por testimonios de terceros o porque existen pruebas científicas y de otra naturaleza, que me indican que ocurrieron, y que me ayudan a darme una idea, más o menos aproximada, de cómo ocurrieron… Algunos, durante estos años, me han advertido del cariz religioso de toda esta historia y han buscado y hallado tantas evidencias que apoyan su visión, que en ciertos momentos, no he podido por menos que darles la razón… Para respaldar su punto de vista, baste decir que morí el jueves veinte de febrero de mil novecientos sesenta y nueve, y que resucité un día después… Soy científico, sé que eso es aparentemente imposible pero, con los años, he aprendido que en ciencia existen solamente certezas y nunca verdades, y también que la tecnología que se aleja demasiado de nuestra cultura y nuestro conocimiento, puede ser tomada por magia, aceptada como materia milagrosa con facilidad… Tozeur dice siempre que la magia es la ciencia de los dioses, de la cual el hombre es capaz de atisbar solamente una mínima parte y de comprender otra todavía más pequeña… no sé si llevará razón. Fui educado en una familia creyente y sigo siendo un ser espiritual, creo que existe un motor creador, llamémosle Dios o de cualquier otra forma, que es el origen de todo y que da orden al universo. He viajado lo suficiente por la vastedad oscura y fría del cosmos, y demasiado lejos, encontrando siempre al final el mismo patrón de evolución, las misma leyes naturales, como para no haberme dado cuenta… y, sin embargo, renuncio a los credos humanos y a cualquiera de sus liturgias, la mayoría de ellas engaños perniciosos inventados por unos para controlar a los otros… Para fundar una religión hacen falta sólo dos hombres: uno con el lógico miedo a morir y, a su lado, otro dispuesto a aprovecharse de ese miedo…

Nada está más lejos de mi ánimo hablando así, que el hacer perder la fe al que la posea. Única y exclusivamente trato de ser sincero. Tengo la firme convicción de que, muchas veces, la fe da fuerza al hombre para continuar luchando por la justicia y el bien cuando las demás razones se han perdido. Recuerdo la de mi padre y sé que nunca le hizo daño, más bien al contrario, benefició a cuantos lo tuvieron a su lado… Sin embargo, no puedo renunciar a contarlo todo tal y como sucedió… Yo, sinceramente, no he llegado nunca a decidir si lo que ocurrió fue una afortunada concatenación de milagros divinos, un plan forjado por inteligencias superiores para juzgarnos por nuestros pecados, o, simplemente, una aventura curiosa con protagonistas singulares y trama todavía más extraordinaria. Tomáoslo, en cualquier caso, como un cuento sin demasiado valor… aunque todo ello ocurriera realmente y afectara, como así fue, al destino de la humanidad entera. Yo, desde luego, no me siento profeta de ningún credo y si alguna vez se escribe mi evangelio -ojalá que sea para traer comprensión y paz entre los míos-, deseo que cuente la vida de un hombre sencillo, que recibió, no sé muy bien por qué, poderes extraordinarios, y que trató de usarlos lo mejor que pudo y supo…

Empecemos por Tunguska, aunque, como veréis, una vez más, el origen de esta historia se encuentra mucho más alejado en el pasado.

II

El suceso de Tunguska es relativamente conocido, y digo relativamente, porque, aunque la mayoría de la gente normal lo ignore, entre los amantes y estudiosos de lo paranormal y lo inexplicable, es tema de conversación y estudio recurrente, al que se retorna cada cierto tiempo de manera ineludible: se trató de una explosión aérea de muy alta potencia, una detonación similar a la que produciría un arma termonuclear de quince megatones, que se produjo sobre las proximidades del río Podkamennaya en Tunguska, una remota región de Siberia, en Rusia, el treinta de Junio de mil novecientos ocho, aproximadamente a las cinco y cuarto. Era el tiempo de los zares, evidentemente, en aquella época, que yo sepa, ningún país del mundo disponía de un arma con tal poder destructivo y, aunque algunos atribuyeron el suceso a un experimento realizado por Nikola Tesla, un genio que se adelantó a su tiempo en muchísimos aspectos, estoy en condiciones de afirmar que no fue él quién causó la detonación. Tesla tiene un papel importante en toda esta historia, pero no precisamente en este punto… aparecerá más tarde. Efectivamente, como la mayoría de mis colegas científicos han apuntado, fue un bólido, un cuerpo caído del cielo, el desencadenante del suceso… Aciertan sólo en eso, el resto de las hipótesis que utilizan para explicar la composición o el origen del meteorito caído, son erróneas. Puedo parecer demasiado soberbio hablando así, pero, creedme, no lo soy…

Supe de todo esto por un ángel… Curiosamente, todos mis estudios posteriores han servido para verificar lo que él me contó con la mirada. En la academia rusa de ciencia, la antigua academia de San Petersburgo, en un cajón olvidado de la sección de geografía, encontré unos papeles, un montón de legajos desencuadernados, apuntes manuscritos, mapas y fotos en blanco y negro, que me ayudaron a entender mejor las imágenes que me fueron transmitidas…

Esa tarde, Kilut, estaba contento… muy contento. Al menos así lo relató en un informe a un geógrafo polaco que visitó la zona casi diez años después. El padre de Kilut había sido pastor de renos, como su abuelo y la mayoría de los ancestros de los que podía recordar el nombre, y sin embargo, él había conseguido un rifle y balas…. Tenía buena puntería, y desoyendo los consejos del venerable padre de su padre, había cambiado pieles y unas piedras santas del color del sol, por un fusil nuevo.

-Los espíritus de los animales se enfadarán, si tomas más de lo que necesitas -le había advertido su abuelo-. La tierra es persona, Kilut y se enfada si le quitas lo suyo…

Pero él no había hecho caso… Ya tenía pieles para abrigarse y carne fresca y ahumada suficiente para él y su familia. Podría perfectamente haber pasado el invierno sin problemas… pero Kilut quiso más. Cazaría al oso, al gran oso, y algún reno, y jabalíes, zorros, nutrias, lobos, liebres y alces, y vendería las pieles en el pueblo de los soldados… Así conseguiría otro rifle para su hijo y más balas…

Sin dar tregua al oso, Kilut siguió su rastro hasta el río, acechándolo, siempre atento a que el viento se llevara su olor lejos del hocico de la bestia… Acurrucado tras un matorral cercano, apuntó a la cabeza. Sería un disparo fácil, había acertado antes a liebres, mucho más pequeñas y en pleno salto… El animal caería fácilmente muerto… Kilut se preparó, tomó aliento y apretó el gatillo… Efectivamente, así fue: el desdichado animal gimió y con la espalda teñida de rojo se desplomó sobre el río, herido de muerte, tintando con su sangre el agua más cercana a la orilla. Desde lejos, antes de acercarse, volvió a cargar e hizo un segundo disparo. Muchos le habrían reprendido por desperdiciar una bala de esa manera, seguramente el oso estaba ya muerto, pero él quiso asegurarse de que no correría peligro al acercarse…

Y entonces ocurrió.

Kilut lo tomó como un castigo de la Madre Tierra, que es gente, según él mismo dijo.

-El sol se partió y una parte cayó a la tierra – Kilut lloraba desconsolado al decir esto, así lo refirió el polaco en su informe: se culpaba de haber enfadado a la madre naturaleza, el pobre-. Calló brillando más allá del horizonte y rugió de enfado. Primero el cielo se volvió blanco y brillante, tanto que durante días no volví a ver nada, y luego, me contaron que se oscureció, entristecido por mi avaricia.

Kilut se dedicó de nuevo al pastoreo a partir de aquel día, y jamás volvió a tocar un arma de fuego. Nunca contó aquella historia a nadie de su familia, pero supo que su abuelo podía ver escrita la culpa en su rostro. El anciano patriarca, sabio por la edad y quizás más por la dureza de la vida que había llevado, lo perdonó de inmediato, y jamás le preguntó a dónde había ido a parar su rifle nuevo… Kilut vivía a unos cuatrocientos kilómetros del lugar del impacto, y por supuesto, nunca supo que, a más de seiscientos, la onda de choque derribó mulas, tiró cercas y postes de telégrafo, volcó barcas, hizo temblar graneros, derribó el campanario de alguna iglesia y rompió cristales en casi todas las casas, y platos y tazas en la mayoría de las despensas. Tampoco supo que el maquinista del ferrocarril Transiberiano detuvo su tren ese día, temiendo un descarrilamiento, al notar la anormal vibración en los raíles… Atribuyó las deformaciones de sus hijos a sus pecado contra la tierra, y aunque nunca lo confesó, se sintió siempre, hasta el día de su muerte, culpable por la epidemia que asoló la zona, plagando de pústulas la piel de los de su tribu y matándolos a casi todos ellos. Poco tiempo después de contar todo esto a un geógrafo extranjero llegado de Moscú, Kilut murió, y, desde luego, lo que jamás pudo imaginarse el bueno y cándido mongol, era que tras dispersarse la energía del centro mismo del lugar en el que se produjo la explosión, una figura de aspecto insólito se alzó de entre el polvo, y que, mirando con extrañeza los árboles derribados a su alrededor, se detuvo apenas un momento para reajustar sus sistemas… Cualquiera que lo hubiera escuchado lo habría confundido con un ángel: un ente de aspecto vagamente humano y rasgos poco definidos, sin sexo, desnudo y de piel clara, ligeramente cetrina, que brillaba con luz propia y que murmuraba, en un idioma desconocido, una letanía, una suerte de rezo extrañamente hermoso, quizás aviso a quién lo enviara de que había llegado finalmente a su destino…

Fueron muchos los que atribuyeron este capítulo a la ira de Dios, y en la zona se dijo que el mismísimo Ángel Exterminador, había descendido de los cielos para castigar a las gentes descreídas. Los zares, a pesar de no interesarse mucho por el fenómeno ni por sus consecuencias en la población, trataron de usar en beneficio propio la noticia, para arengar al pueblo contra los agitadores revolucionarios… Ya digo que yo dudo del carácter religioso del suceso, pero para entendernos y hacer más claro mi relato, tomaré prestada la denominación bíblica y llamaré, a partir de ahora yo también, a ese ser llegado desde más allá de las fronteras del sistema solar, el Ángel Exterminador…

No puedo determinar exactamente cuanto tiempo pasó el Ángel vagando por la taiga siberiana hasta encontrarse con el primer ser humano, observando sin decir nada, tocando, oliendo, percibiendo colores y formas, modos de moverse y de relacionarse de los animales, configuraciones en las maneras de formar comunidades las plantas… Sé, porque pude verlo años después en su propia mente, que lo hizo a los pocos meses de llegar a la Tierra y sé que ese primer hombre era un pescador tungús, llamado Dalisau Uzala, que fue asimilado por el programa de mimetización del enviado, a los cinco segundos exactos de cruzarse sus miradas. Es un eufemismo; él, acostumbrado ya a usar el lenguaje humano cuando me lo encontré, mezclaba imágenes con conceptos, unas veces palabras, otras puras ideas o sensaciones, para explicar sus actos, cuando estos eran demasiado horrendos. Quizás fuera esa su forma de mentir.

En realidad, el Ángel tocó al incrédulo aldeano y ese simple gesto le bastó para reproducir casi en su totalidad la estructura molecular del hombre. Luego, simplemente lo desintegró y tomó su lugar. Estaba programado para hacerlo, y aunque era consciente de que había mal en su acto, no podía rebelarse contra su misión. En realidad, la misión y él mismo estaban conectados, y entendía que ésta era demasiado importante como para dudar siquiera de los protocolos de actuación establecidos. Él, como ser individual, no tendría sentido sin la misión…

Luego, el Ángel vivió la vida de Dalisau durante casi tres años, hasta que el cuerpo que había reproducido enfermó. Toda la familia del tungús murió ese invierno, y el Ángel sintió un dolor lacerante al tener que abandonar la forma del pescador para buscar otro espécimen de estudio. Comprendió lo que significaba ser humano por primera vez y conoció a la muerte… Y, a partir de entonces, comenzó su largo viaje por la condición humana: fue luego un cabo de artillería del ejercito ruso en Cheremjovo, joven y atrevido, un vendedor ambulante en Kizil, avaro y materialista, un maquinista de tren que recorría sin descanso Siberia de una punta a la otra cada dos semanas, un médico, culto y comprometido con la revolución, al que fusilaron en Ufá. Fue un ladrón, una prostituta, un ministro, una abuela gitana que murió en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau e, inmediatamente después, un sonderkomando judío que recolectó dientes y muelas de oro, de los cadáveres de sus hermanos, junto al crematorio donde su anterior yo fue incinerado. Terminada la guerra tomó la vida de un maestro de escuela, la de un mendigo ciego y, al menos, la de otras trece personas más, de toda ralea y condición, hasta el día en que el programa decidió que había obtenido la información suficiente y le ordenó encaminarse hacia la ciudad de Las Vegas -la nueva Sodoma, según él mismo la denominó-, para desencadenar allí, si fuera necesario, la tercera fase establecida. Vivió en esa ciudad al menos otros cuatro años esperando escuchar la voz de su amo… hasta que finalmente, el jueves treinta y uno de marzo de mil novecientos ochenta y ocho, un cántico de belleza indescriptible, un salmo llegado desde más allá de los confines de la galaxia, le ordenó cómo debía actuar…

Todo el mundo recuerda aquella imagen y yo contaré el incidente con detalle cuando llegue el momento: la ciudad reducida a cenizas por una explosión de grandes dimensiones, más de medio millón de muertos y los ojos atónitos de los habitantes del planeta entero, fijos en el cráter gris que apareció cuando el polvo se atrevió a reposar por fin. La ciudad, capital del lujo y el placer, desapareció siendo reducida a cenizas humeantes en unos segundos.

-No ha llegado… El Ungido no ha llegado –dijo justo antes de explotar-. Arrepentíos de vuestros pecados…

Y las lágrimas que brotaron de sus ojos fueron inmediatamente evaporadas por el ardiente fuego de la justicia divina…



Nikola Tesla, durante la época de la “Guerra de la Patentes”. Con imágenes como ésta, el genio austrohúngaro pretendía hacer frente a la campaña de desprestigio establecida por Edison, demostrando que su sistema de corriente alterna era mucho más eficiente y seguro.

III

La biografía de Nikola Tesla es tan sorprendente, tan grandiosa me atrevería a decir, está tan llena de arabescos vitales, de luces que encandilan y de umbrías oscurísimas, que más parece resultado de las elucubraciones enfermas de una mente demasiado aficionada a la literatura de folletín, que la historia real que fue. En ella, se mezcla la ficción, la leyenda, con la realidad, sin que en muchos momentos se sepa dónde empieza una y dónde acaba la otra… Algunos de los acontecimientos considerados como ciertos por los biógrafos que se dicen serios son mentiras inventadas, quizás más hermosas que la cruel realidad muchas veces, pero falsas desde luego. Por el contrario, inventos supuestamente fabulados, hechos en apariencia improbables, llegaron a ocurrir verdaderamente… El asunto que nos ocupará en esta parte de mi narración es uno de estos últimos, y como veremos, afectó de manera fundamental al desarrollo de la historia entera que trato de contar.

Para realizar una semblanza mínima de su figura, baste decir que fue él, y no Marconi, como se cree, quien inventó la radio; que, mediante sus investigaciones sentó las bases de la tecnología moderna -se le llamó el inventor del siglo XX-, creando las bobinas para el generador eléctrico de corriente alterna, el motor eléctrico de inducción, las bujías, el alternador, el control remoto, la fotografía en rayos X o las lámparas de neón… Durante años trabajó para Westinghouse, quién, con su ayuda, pasó de ser un fabricante de frenos para trenes, a convertirse en uno de los grandes magnates tecnológicos de los Estados unidos… Un día, y poniendo como excusa el desorbitado coste económico de la carrera tecnológica en favor de la corriente alterna, George Westinghouse le sugirió a Tesla que renunciase a los royalties que éste venía recibiendo por la aplicación práctica de sus investigaciones en el campo de la generación de energía. En un gesto tan generoso como torpe, Tesla accedió y rompió el contrato que le unía a Westinhouse como agradecimiento al apoyo recibido y como muestra de amistad hacia su antiguo jefe… Así era Nikola Tesla. La historia oficial cuenta que murió en la pobreza, sólo y amargado, tras rechazar el premio Nobel que le fue otorgado antes a Marconi… En la radio del italiano había más de diecisiete componentes, con patente suya…

Sería durante el invierno del mil novecientos diez, quizás durante el de mil novecientos once, algo menos frío, no estoy del todo seguro. Tesla llevaba ya casi treinta años viviendo en América: había pasado su etapa de esclavo trabajando para Edison -al que regaló cientos de inventos y soluciones prácticas por el mísero sueldo de veinticinco dólares semanales-, se había emancipado, e incluso había iniciado su guerra de las patentes contra su anterior patrón y mentor. Acuciado por las deudas y desprestigiado en la mayoría de círculos científicos por lo visionario de sus proyectos y por algunas excentricidades nada propias de un hombre con su formación –decía haber inventado una máquina para comunicarse con el más allá y ser capaz de partir el planeta en dos si se lo proponía-, se vio obligado a buscar fuentes de financiación en campos a los que nunca le hubiera gustado entrar… Así que, en pos de la salvación económica y de una redención pública que le permitiera imponerse, por fin, ante Edison, remitió una carta al presidente de los Estados Unidos asegurándole haber creado un arma, un rayo eléctrico destructor, de potencia sin igual por entonces, capaz de derribar una escuadrilla de aviones en pleno vuelo, de un plumazo… Lógicamente, los sensatos asesores científicos de la Casa Blanca lo tomaron por un loco y rechazaron de forma inmediata su proposición sin ni siquiera prestar un segundo de su tiempo al científico austrohúngaro. Fue por casualidad que la carta cayó en manos de uno de los secretarios personales del presidente Wilson. El hombre había asistido en su pueblo, unos años antes, a una demostración del talento de Tesla, cuando éste había logrado iluminar toda su ciudad natal, haciendo uso únicamente de imanes, cables, bobinas de cobre y bombillas enormes. El viejo, en quien el gran jefe confiaba por su sinceridad sin mácula, su inagotable sentido común y su permanente contacto con la realidad más cotidiana, le contó aquella historia entera, empezando por el momento mismo en el que el sabio bajó del tren, pasando luego por las semanas de actividad frenética que siguieron a su llegada y terminando por el alumbramiento de todas las calles y escaparates del pueblo, precisamente, el día de Navidad. Le contó también que hizo lo mismo con Búfalo, y que para ello, robó la energía de las cataratas del Niágara…Tras escuchar su relato, contagiándose de la admiración de su asistente, el presidente decidió hacer una visita de cortesía a Tesla.

-Iremos a ver a ese hombre –dijo-. Ya que lo hemos adoptado a todos los efectos, si su invento es realmente tan efectivo, lo consideraremos un patriota americano más…

Nicola Tesla había montado un laboratorio en las montañas de Idaho. El sito, un paraje solitario rodeado de cumbres, estaba lo suficientemente alejado de cualquier parte como para permitirle trabajar sin preocuparse por las miradas inquisitivas de los vecinos, pero lo bastante cercano a una vía de ferrocarril como para mantener el contacto estrictamente necesario con la civilización, o mejor dicho, con la única parte de ella que le interesaba: sus distribuidores.

Me lo puedo imaginar perfectamente. En medio de la nada se detuvo la locomotora del tren suspirando vapor pero protestando por el esfuerzo, únicamente, con un pitido. Los visitantes descendieron recelosos, mirando a uno y otro lado sin terminar de creerse del todo que aquella fuera su parada, y después de una caminata bastante desagradable, cuesta arriba, por un camino de tierra y piedras sueltas que les pareció infinito, pudieron ver, por fin, al atardecer, el laboratorio de Nikola Tesla. Rodeado de una valla metálica muy alta, tres o cuatro modestos edificios de madera, naves de forma rectangular sin adorno externo alguno, destacaban en medio de aquel páramo incivilizado como luciérnagas en plena noche. Signos inequívocos de progreso, las farolas que custodiaban los últimos tramos del camino, los cables que unían torretas y generadores con cabañas y almacenes, advirtieron a los caminantes de que, finalmente, habían llegado a su destino.

El sabio los recibió nada más llegar. Era hombre de pocas palabras, lo había sido de joven y lo era todavía más después de tantos años de incomprensión y de lucha. Sin embargo trató de ser lo más amable que pudo. Les ofreció te y pastas para que recuperasen las fuerzas y los acomodó de la mejor manera en su despacho. Mientras sus invitados volcaban casi toda su atención en la merienda, en una pizarra, él daba las explicaciones científicas básicas para conocer los fundamentos de su máquina de la muerte. Conocía ya por aquel entonces, de sobra, el modo de proceder americano y sabía lo importante que era saber vender un producto, desde luego tan importante como tener algo que vender… Le costó mucho más trabajo dar aquella charla que construir el aparato entero: nunca dibujaba planos ni realizaba diseños previos, todo pasaba directamente de su mente al mundo real, y tener que rebajar sus conceptos al punto de vista de unos hombres con tan poca vocación científica, tratar de explicar su magia eléctrica con palabras vulgares, le costó tanto, que durante su discurso se preguntó mil veces si el esfuerzo merecería la pena…

Una hora más tarde, y tras comprobar el escaso interés de la comitiva por la parte teórica, condujo al grupo hasta la nave principal donde tenía previsto proceder a mostrar la aplicación práctica… A una orden suya, los operarios hicieron girar unas manivelas y el techo del cobertizo comenzó a plegarse lentamente, dejando a la vista el cielo estrellado… Ayudado por un par de peones, Tesla retiró entonces la lona que cubría el enorme bulto situado en medio del almacén. Al caer la tela, todos fijaron la vista en la criatura: se trataba de un artefacto de dimensiones exageradas, un engendro en el que se ensamblaban partes de cristal, enormes condensadores, con piezas de metal y cerámica sin aparente orden lógico; un cilindro irregular que recordaba vagamente la forma de un telescopio, plagado de bultos y del que brotaban cables por doquier. Un nuevo gesto hizo que comenzara a sonar el zumbido persistente de otra máquina y, de manera casi inmediata, una segunda lona, una que había permanecido discretamente tirada en el suelo, al otro extremo de la sala, y en la que muy pocos habían llegado a fijarse al entrar, tomó vida, hinchándose, palpitando con el aliento insuflado por el aire caliente inyectado en su interior. En unos minutos, un globo enorme de color rojo adornado por mil bombillas, flotaba sobre sus cabezas, amarrado al suelo por tres cables que se valían por sí solos para mantenerlo sujeto.

-Me alegra que hayan llegado ustedes a esta hora –dijo con voz atiplada Tesla. Los años de estancia en América no habían conseguido desterrar totalmente de su garganta el acento extranjero-. De haber llegado antes, habríamos tenido que esperar. El experimento puede realizarse igualmente de día, pero al anochecer resulta mucho más vistoso –notando la impaciencia en sus visitantes, prosiguió con su explicación-. Ahora, seguidamente, iluminaré el globo y lo soltaré… Cuando esté a la altura necesaria, haremos un disparo y podrán ustedes comprobar el efecto de mi rayo. He colocado como lastre un cofre de titanio reforzado que irá cargado con material pirotécnico. Si damos en el blanco, la explosión será visible incluso desde aquí abajo. Por favor, caballeros, si son tan amables, me gustaría que comprobasen la caja y su contenido, antes de soltar el aerostato, para que puedan asegurarse de que no hay truco posible…

Y así, tras cubrirse los ojos con gafas ahumadas, vestidos con extrañas túnicas de caucho y guantes, como miembros de una insólita y excéntrica secta, terminaron su inspección y fueron amablemente situados tras una mampara de protección.

-Cuando usted diga, señor presidente –dijo Tesla.

-No, por favor –contestó educadamente el presidente-. Es usted el ingeniero, señor mío. Que el padre dé la criatura de la orden…

-Muy bien… Entonces adelante, Claus. ¡Soltando amarras! ¡Generadores a plena potencia…!

Al verse libre de ataduras, el globo comenzó a ascender con parsimonia. Pronto, aquel fatuo entramado de luces deslumbrantes sobre sus cabezas, se transformó en una pelota brillante en el cielo, y unos instantes después, en un copo de brillo lejano que a penas recordaba lo que había sido, perfectamente definido pero muy reducido en proporción.

-Haciendo un cálculo según la escala, podemos asegurar que nuestro objetivo ha ascendido unos nueve mil pies. Se trata, como muy bien han podido observar, de un blanco pequeño aunque de gran dureza. Vamos a utilizar únicamente un cincuenta por ciento de la potencia que nuestro rayo puede generar… quiero ahora que comprueben como, utilizando un revolucionario sistema de selección de blanco basado en la diferencia de densidad y potencial eléctrico entre los cuerpos, el cañón apuntará directamente hacia su objetivo –El zumbido de los generadores subió impetuosamente de volumen. El suelo comenzó a temblar de forma violenta y los funcionarios que acompañaban al presidente se miraron asustados sin atreverse a decir nada. Tesla hizo una nueva señal a sus empelados, quienes, como monos amaestrados, ejecutaron sus órdenes a la perfección-. Abra fuego cuando quiera, señor Kolinsky –Gritó.

El cañón giró otro poco, alineándose perfectamente con el destello lejano que había sido el globo aerostático…

-¡Fuego!

Una manada enloquecida de rayos de energía azulada brotó de la base del cañón y fue pasando de una fase a otra, ascendiendo escalones evolutivos hacia la perfección, de manera que, al llegar al extremo superior, lo que en un principio había sido energía eléctrica en estado de caos absoluto, se terminó condensando en un rayo uniforme, intachable en su rectitud, impecable en su brillo, que brotó hacia el cielo acompañado por un trueno. Como si por fin, al aparato de Tesla se le hubiera dado permiso para liberar toda la ira y la rabia acumulada tras meses de tediosa espera, la electricidad formó un ariete de claridad que atravesó la distancia a velocidad imposible de apreciar por el ojo humano. Todos esperaron entonces que el horizonte se llenara de colores… pero nada de eso ocurrió. No hubo fuegos artificiales esa noche. El cañón erró el disparo y tras la detonación, la lucecilla que servía de blanco continuó en el mismo lugar, flotando lánguidamente en el cielo nocturno… Tesla suspiró y bajó la cabeza avergonzado, sin atreverse a mirar a sus invitados. Había gastado hasta el último dólar, todo lo ganado tras años de trabajo e investigación, en aquel proyecto. Hasta aquel día, todas las pruebas habían salido bien. Había repetido aquel disparo treinta y dos veces, y en todas las ocasiones había dado en el blanco… Inmediatamente le vino a la cabeza la cara de su mortal enemigo, Edison; se lo imagino riéndose a carcajadas… Miró a sus operarios, loco de furia pero sin atreverse a hacer el más mínimo movimiento, las palmas de las manos todavía pegadas a la consola de control, totalmente derrotado, perdido… A partir de aquel día ya no volvió a confiar en ningún americano… quizás dejó de confiar en la raza humana al completo.

-Es un engendro del demonio –afirmó el presidente nada más abandonar el laboratorio de Tesla-. No sé si funcionará o no, quiero que os aseguréis… de cualquier manera ese hombre estaba seguro de lo que decía. Vi una determinación especial en su mirada. Es un genio, estoy convencido de que no es ningún un charlatán y si me precio de algo es de reconocer a uno cuando me lo echo en cara. Hoy ha fallado por muy poco, pero algo me dice que con algún arreglo mínimo, ese aparato suyo puede convertirse en un arma determinante. Hemos de evitar a toda costa que esa monstruosidad caiga en manos peligrosas. Expropiad el diseño y mantenedlo a él estrechamente vigilado a partir de hoy… Guardad esa tecnología bajo llave y comenzad a apoyar a Edison en secreto. No conviene que las ideas de este hombre gocen de demasiada popularidad… No es americano.

Debió ser más o menos así. En realidad, aunque los hechos se produjeran de manera algo distinta, estoy seguro de que lo fundamental ocurrió de forma muy parecida a lo que yo he contado. Puede que cambiaran los diálogos, los actores y los colores del escenario, pero el argumento fue ése. Investigando archivos secretos, estudiando los papeles que le fueron requisados a Tesla tras su muerte por agentes del gobierno, lo que eran para mí sólo sospechas, se han convertido en certezas casi absolutas. Para llegar a la conclusión de que fue él quién realizó ese disparo, y no otra persona, no he tenido más que hacer dos cosas: usar el sentido común y calcular trayectorias en una libreta.

En el mismo instante del disparo, un vehículo llegado de más allá de los confines de nuestra galaxia, un carro de fuego como el que arrebató a Elías de entre los suyos, hacía entrada en la atmósfera según lo previsto, después de un largo viaje. La nave navegó inocentemente por nuestro cielo hasta ser impactada por una descarga de gran potencia que dañó sus sistemas principales de supervivencia… Casi de manera automática su trayectoria se vio fatalmente modificada. Quienes la diseñaron, no la prepararon para un ataque de tal magnitud… En teoría, los seres humanos no dispondrían de un arma similar hasta un par de siglos después…

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José Torralba
13 octubre, 2009 14:27

No tengo ni la más remota idea de dónde va a acabar esto, pero de momento me tiene totalmente atrapado: ucronías, ciencia ficción, el siempre bienvenido Tesla… todo ello en una suerte de reimaginación superheroica de Ultimátum a la Tierra con guiños al Prestigio (versión de Priest o de Nolan, me da lo mismo) y a Kurosawa.

A ver cómo evoluciona, José Antonio… aunque me confieso intrigado. El suceso de Tunguska fue dos años antes que lo de Tesla según el relato, y al principio se asegura que el bueno de Nicola no tuvo nada que ver con Tunguska. En ese caso… ¿qué ha derribado ese rayo? ¿qué relación tiene con Tunguska y el Exterminador de Las Vegas? Ya falta menos para la semana que viene, supongo 🙂

Fideu
Fideu
13 octubre, 2009 14:51

Bueno, bueno…
Todo cobrará sentido en futuros capítulos… o al menos espero que así sea…
La verdad es que esta es una saga larga con muchos personajes y situaciones… la mayoría de los cabos acabarán atados, aunque no todos… De cualquier manera creo que la cosa terminará teniendo cierto sentido y de paso viviremos unas cuantas aventurillas…

Un abrazo a todos…

Y mi admiración por Tesla, Nolan y, sobre todo, Kurosawa… Siempre atento, José.

Ailegor
Ailegor
13 octubre, 2009 14:54

Uf, qué interesante!!! A ver con qué nos sorprende Fideu esta vez.
Saludos a todos los lectores de Zona Negativa.

Némesis
Némesis
13 octubre, 2009 15:32

Fideu, este relato promete, y es especialmente interesante la reflexión inicial sobre la religión y la fe del propio Capitán Meteoro. Esperaremos intrigados nuevas entregas hasta ver dónde confluyen todas estas tramas.

mag_jonas
mag_jonas
13 octubre, 2009 17:37

Lo cierto es que no ha habido saga del Capitán Meteoro que me haya dejado indiferente…

Y esta no va a ser menos…

Ánimo y p’alante

Anika
15 octubre, 2009 10:39

Cada día estoy más enganchada…esto es calidad y creatividad por encima de todo.Gracias por estos relatos.Un saludo a todos.