Neal Adams era ya más que una estrella consagrada cuando volvió a DC en 1970 después de picotear en Marvel y dejar joyas como sus X-Men o el viaje alucinante al comienzo a la Guerra Kree-Skrull. De hecho, previamente en la DC de los 60 ya había explotado con Deadman y hasta dejado claro quién era el mejor dibujante de Batman. Da igual todo eso, lo que estaba a punto de hacer en la editorial junto con un joven periodista sin demasiado rodaje en el mundillo era otra revolución que escapaba al mundo de los comics. Una road-movie que trataría temas sociales como nunca se habían visto en los tebeos de superhéroes: Green Lantern-Green Arrow.
Ya nuestro compañero CM Sepúlveda le dedicó una breve entrada con motivo de su publicación por parte de ECC, pero de la obra se pueden hacer mil y un análisis diferentes. De hecho, y dado el homenajeado, me tendré que morder la lengua respecto al guion de Dennis O’Neil, que no volvería a temas tan candentes hasta el resurgimiento de Question en los 80. Mencionar al menos que, pese a las maneras de la época y las inevitables excusas simplonas, la profundidad de las temáticas en algunos episodios (racismo, pobreza, abuso de poder, drogadicción, los derechos de los nativos americanos, superpoblación, contaminación…) y la valentía de ciertos diálogos son simplemente para quitarse el sombrero. Siento decir que sí, “algunos episodios”, como el inmejorable primer número o los emblemáticos en los que descubrimos la adicción de Speedy (ríete tú del descenso a los infiernos de Meltzer ahora), porque en otros hay un sonrojante de todo, más parecidos a los que perpetraría años después con Mike Grell. Ahora, sus detalles de buen gusto, como el uso de famosas citas de Norman Mailer y Ernest Hemingway contra la guerra o algunos más descarados como llamar Maltus a un superpoblado planeta en honor a Robert Malthus, no se los quita nadie.
Y sí que merece al menos mencionar al equipo de entintadores, que para eso realzan el trabajo del llorado dibujante. Precisamente el más famoso de ellos y al que se suele acreditar como tercer artista de la obra, Dick Giordano, se sinceraba al respecto. Tras un baile en el que Dan Adkins, Frank Giacola y hasta el propio Adams se encargaron del trabajo, le asignaron la tarea a Mike Peppe (uno de los no acreditados, aunque según parece hubo más), el cual necesitó ayuda y ahí entro Giordano. También admite haberse puesto enfermo, cuando tuvo que ser substituido por Berni Wrightson y de nuevo Adams. En todo caso, ninguno de ellos ensombrece la labor de la estrella principal. Personalmente me quedo con Giordano, con ese toque tan personal (y deceíta, es como el García-López de las tintas de la editorial) que puede identificarse en cualquiera de sus trabajos sin tapar nunca los valores del dibujante. Y con el mismo Adams (especialmente en el primer número), todo sea dicho.
Bueno, y para cerrar el grupo de creadores, esto quedaría cojo si no habláramos de Julie Schwartz, el editor de la obra. Por mucho que nuestro dibujante presumiera de haber elegido el encargo, parece por diversas fuentes que fue el editor el que juntó a todos los talentos para salvar la serie de Green Lantern. De hecho, O’Neil mencionaba haber escrito el primer número pensando en el habitual dibujante de la colección por entonces, Gil Kane. Y lo comentaba pensando en aquellas tres viñetas míticas donde se le espeta a Lantern no haber luchado por los de piel negra, que por mucho que adore a Kane es muy dudoso que hubieran tenido la misma fuerza. En todo caso la chispa saltó sin duda y a partir de entonces la magia fue tejiendo aquellos comics que ya son historia del medio.
Sí que es cierto que, aunque la idea de juntar al protagonista de la serie con Green Arrow fue del guionista (buscando un poli vs un rebelde), éste último había sido renovado visualmente por Adams. El propio O’Neil lo había despojado de su fortuna en las páginas de la Liga de la Justicia de América, pero fue el dibujante el que le modernizó el aspecto previamente en The Brave and the Bold. Con su dedicación compulsiva de siempre, había adecuado los guantes a los de un verdadero arquero, aún hoy se arrepiente de dejarle el carcaj a la espalda (porque visualmente es más atractivo, aunque realmente no es práctico en absoluto), y lo más importante, le añadió la característica barba. Y si al Green Lantern Jordan no le puso nada nuevo, fue el creador absoluto de John Stewart, el primer Green Lantern afroamericano (por favor leeros esta entrevista al respecto que no tiene precio), del que se puede apreciar el realismo y delicadeza del artista pintando a cualquier ser humano. Todos sabemos que las razas en los comics fueron representadas durante mucho tiempo con horribles cambios de color, rasgos deformados o, a lo sumo, con pelos a lo “afro”. El detalle de Adams con Stewart, el pobre anciano del primer número o el niño que muere en los brazos de Arrow en “¿Qué puede hacer un hombre?” es simplemente impresionante.
De hecho, gracias a su dominio de los rostros, es bien conocida la predilección del maestro por las caricaturas. Por ejemplo, en “¡Y un niño los destruirá!” no sólo aparece un nada velado homenaje a Alfred Hitchcock, si no que los rostros de los antagonistas, Sybil y Grandy, son los de los, por entonces, presidente y vicepresidente de los EEUU, Richard Nixon y Spiro Agnew. La burla de ponerlos como una niña con un poder inmerecido y un abuelo maligno no es casual conociendo al artista. Más simpático es lo del Dr. Wilbur Palm de “Peligro en plástico” con el rostro de Carmine Infantino. No le quedaba otra a Adams porque había usado fotos de éste en la experimental portada.
En fin, si fueran sólo los rostros. Adams tenía un dominio inaudito de la anatomía entera. Pero lo delicioso era que la retorcía, cuerpos y expresiones exageradas, haciendo las historias que dibujaba tan realistas como atractivas visualmente. Su famosa frase “Si los superhéroes existieran de verdad serían como yo los dibujo” no puede ser más certera. Aparte de su atrevida manera de romper la página en viñetas diagonales u ofrecernos splash pages alucinantes. Esos cabellos en los que podrías meter los dedos, esas ropas que caían de manera natural, esos ambientes a veces simplemente delineados, otras profusos en detalles cotidianos. Especialmente cuando dibujaba sus vivísimas calles, como la que se intuye detrás de Lantern en la primera página de la etapa.
Porque en la obra que nos ocupa tenemos todo eso y mucho más. Los números ambientados en la tierra, en los 60 (porque la obra está inspirada en dicha década aunque se hubiera publicado en los 70, como bien decía O’Neil), cuentan con las modas de aquellos tiempos, los rostros, las situaciones. Esos en los que nos lanzamos al espacio tienen el encanto de cualquier fantasía de las revistas más punteras de ciencia ficción (y no había pocas por entonces). La narrativa es apabullante, con planos detalle que resaltan esa punta de flecha explosiva, primerísimos planos dando empaque a las diatribas entre los protagonistas, dobles páginas con acción o simplemente con un guitarrista que encoge el corazón de sus conciudadanos, viñetas que son la silueta de uno de los héroes, cables de teléfono que separan a los interlocutores… En Green Arrow parece esmerarse, porque no se ve una postura de tiro forzada ni repetitiva ¡y mira que tira flechas!
Y luego las portadacas, como la irrepetible del número 85, con Speedy prácticamente chutándose ante los sorprendidos ojos de su mentor, y la siguiente, una composición con los rostros de los afectados por la droga como fondo (Para los inevitables “Marvel lo hizo primero”, por favor comparad la sin duda valiente pero pueril trama de Spiderman con la dureza y sinceridad de los números que tratamos). O la portada de la explosión poblacional, con esa vertiginosa caída de cuerpos. Y por supuesto la impactante crucifixión del 89, el último del periplo si no contamos con la última aventura de Green Arrow en solitario que ya se publicó como complemento en The Flash.
Fue una época para el recuerdo, una flor en un jardín de viejas plantas que pedían a gritos una renovación que todavía tardaría en llegar. Una modernidad con la delicadeza de una vieja joya. Repito, hay mucha paja en toda la etapa, no lo voy a negar, pero el nivel de Adams engrandece la obra entera hasta el clásico que es. Hasta hacer destacar los números y las reflexiones que valen la pena al nivel de las grandes obras del cómic. Gracias, maestro.
Es curioso que, siendo el comic que se considera el inicio o casi de la Edad de Bronce del lado de DC (en Marvel entiendo que es la muerte de GS), no haya tenido una verdadera continuidad en su temática en el resto de los comics de forma inmediata, si no que parece que recién con la llegada de Miller o los británicos se volviera a ser tan arriesgado. Corríjanme si me equivoco. Mas allá de eso, obra maestra total, O´Neil y Adams para mi eran el equivalente de Lennon-McCartney, yo no le veo un solo pero. Primero leí pedazos en los Clásicos DC de Zinco (que colección la p…madre!), después online, y ahora la tengo de la colección de Salvat.
Seguro que habrá algo aquí y alla Dr Kadok, pero desde luego estoy contigo que con esa importancia se quedó aislado. Incluso, como digo, O’Neil no repitió jugada tan arriesgada hasta bien entrados los 80. Yo me quedé con esa edición de Zinco y efectivamente, que colección…!
DC siempre ha sido al cómic la visión más adulta y gris de sus personajes. A Marvel le ha costado más sacar esa vena gamberra. Ahora bien con Green Arrow lo que ocurre es que padece el síndrome de la «clonacion» de Batman, es decir otro justiciero forrado con identidad escondida. Eso unido a que en los 70 DC tuvo sus problemas legales con Siegel y compañía a cuento de superman dejó un poco cojo ese universo e inconexo lo cual daria luego en parir la crisis de tierras infinitas. Esa es la razón que yo veo a la falta de protagonismo de Green Arrow, aunque igual me equivoco.