Adventures of Superman Volume One

Es algo reiterativo decirlo ya, pero es que no me puedo morder la lengua: ser fan de Superman, en la actualidad, es un poco menos que un acto masoquista. Si lo miramos desde el punto de vista de su actualidad cinematográfica, el reciente anuncio de la secuela de El Hombre de Acero en vez de llenarnos de alegría no hace sino provocarnos espasmos de miedo ante una realidad donde el personaje importa cada vez menos y pinta que se verá fagocitado por el monstruo en el que han convertido a su camarada murciélago. El masoquismo continúa si por algún casual se te ocurre abrir la boca para opinar sobre el reciente film de Zack Snyder. Las garras se afilan de una manera salvaje y la que es, a mi parecer, una buena película sobre el personaje –sí, arriesgada y traicionera con el mito, pero visualmente apabullante-, recibe todo tipo de vilipendios enardecidos e insultos vehementes, mientras adaptaciones igualmente sacrílegas y más que torpes a nivel narrativa de nuestro trepamuros favorito reciben halagos por doquier. Desde el punto de vista de los tebeos, el asunto se vuelve aún más peliagudo si hablamos de sufrimiento. Pocas opciones de calidad tiene en la actualidad el seguidor de Superman si pretende seguir una serie. Salvo quizá las dos colecciones que guioniza Greg Pak, el resto es el tedio absoluto, confirmando la falta de interés constatada que ha tenido este reboot salvaje que han sido los New 52.

Entonces aparece, primero en formato digital, este Adventures of Superman. El planteamiento suena bien: autores de todo pelaje narrarán diversas historias del de Smallville, fuera de la nueva continuidad, explorando con libertad la trayectoria del mito. Las series de relatos cortos suelen ser un cajón de sastre para todo tipo de experimentos. Que si un lugar para probar a nuevos artistas, que si el hueco perfecto para esa historia de aquella leyenda que ya no le dejan sino cinco páginas para que nos cuente sus batallitas, que si el sitio perfecto para rescatar a tal o cual personaje. Esto provoca que el resultado de este tipo de trabajos sea del todo irregular. Este título no se escapa a semejante descripción, pero bien es cierto que disfruta de una serie de virtudes que logran reflotar el interés y hacen que merezca la pena su compra.

En primer lugar, la serie llama la atención por el alto nivel de autores pescados. Esto no es el Batman Black and White, con su cantera de glorias absolutas del noveno arte –por cierto, un llamamiento inútil desde aquí a DC: seríamos más felices si este tipo de productos de lujo, que tanto dedican al murciélago, fueran también creados en torno a la figura del de Kripton, gracias-. Esto no es una antología de lujo, repito, pero el elenco de artistas escogidos se centra en los mejores autores que ahora trabajan para la editorial. Francamente, en comparación con otros momentos de su historia editorial, el nivel se queda muy bajo. Pero cuanto menos, no se han prodigado con autores de tercera. Así, se puede disfrutar del trabajo de guionistas contemporáneos como Jeff Lemire, Jeff Parker, Matt Kindt o Fialkov, autores todos de total actualidad y afines por lo general a los mandatos dictados por Didio y compañía. A los lápices, la cosa incluso mejora: Chris Samnee, Riley Rossmo, Michael Avon Oeming, Pete Woods, pero sobre todo y ante todo, el tremendo Chris Weston, regalándonos una de las mejores visualizaciones del personaje que servidor recuerda, con esa precisión en el trazo característica del autor británico, pero sobre todo, por ese deseo de recuperar el tono del Superman de la Edad de Plata, aunando la estética que va desde Curt Swan hasta Gil Kane. De hecho, el certero guión de Rob Williams, una narración en boca de Ma Kent describiendo una día en la vida de su hijo, permite al genio Weston explayarse en el diseño de buena parte del universo particular del último hijo de Kripton. Una joya por cuya lectura ya se justifica la adquisición de este tebeo.

Este afán por recuperar el tono de la Edad de Plata no debe ser casual. Las aventuras del personaje tras su actualización reciente, nada tienen que ver, ni en forma ni en fondo, respecto a la naturaleza más o menos inmutable del personaje a lo largo de los años. Superman no es Batman. El personaje, si bien ha mutado, no lo ha hecho de manera tan exagerada como su rival constante. Las señas de identidad, la base del mito, apenas ha sufrido cambios. Superman representa la bondad y la caballerosidad por encima de todo. La violencia como último remedio y la agresividad como última arma. Y esa aureola tan vilipendiada de boy scout, era, para servidor, precisamente una de las virtudes a ensalzar del hijo de Jor El, ya que a fin de cuentas, esa honestidad, esa sencillez, esa bondad en definitiva, no es más que el reflejo de lo que debería aspirar el ser humano. En un momento en el que al de Smalville se le representa como un tipo que pega primero y pregunta después –esto es, la antítesis de lo que venía siendo el personaje-, este volantazo hacia el corte clásico se antoja como una manera de DC de recuperar viejos lectores que puedan –deban- haber salido huyendo de la nueva visión del personaje vista en los New 52.

Este elogio al pasado del personaje es seguido por autores del tono de Jeff Lemire, cuyo trazo, si bien puede ser criticado, no cabe duda que viene al pelo para la historia que presenta aquí. A través de los ojos de dos chavales asistimos a otra certera definición de la naturaleza del protagonista de estas páginas: Superman como símbolo de la esperanza, Superman como mito hercúleo que supera todas las adversidades, que siempre gana. Este es otro aspecto sobre el que siempre han llovido comentarios despectivos y justificaciones para la supuesta falta de interés del personaje. Pero Lemire da en el clavo al expresar, casi como un dogma, el por qué Superman siempre gana. El de Kripton, se quiera o no, es una figura mesiánica. Es irremediable, es una característica adscrita al mito. Ineludible. Por su origen, por su magnificencia, por su omnipotencia. Pero es mesiánico fundamentalmente por esa capacidad para otorgar esperanza. Y reitero, es el ejemplo perfecto de buscar la manera de superar las adversidades. No gracias a sus asombrosos poderes, sino por su cerrazón ante la victoria, por no dejar de cejar hasta conseguir lo que se propone.

Otro autor que entiende y desarrolla lo anterior –y por cuya descripción del personaje, las expectativas de que se hiciese con alguna de las colecciones mensuales es muy alta- es Matt Kindt, en otra de las mejores historias del tomo con dibujos del notable Stephen Segovia. Kindt explora la citada omnipotencia del personaje y la desarrolla inteligentemente al contrastarla con la necesidad de Kal El por ser y sentirse humano en un relato que bien podría servir como carta de presentación para aquel que no hubiera leído nunca una historia del personaje.

En definitiva, un producto más digno de lo común dentro de las novedades del mercado norteamericano en materia superheróica. Y un referente de lo que podría ser Superman actualmente. Lástima que DC, en otra intrigante decisión editorial, haya decidido cancelarla.