Un último viaje a lo vampírico
«Es hora de cabalgar»
American Vampire está de vuelta para un último baile. Una de las obras más celebradas de la carrera de Scott Snyder y Rafael Albuquerque, en la que ambos supieron volcar expectativas e inquietudes con acierto y estilo. El color vuelve, por su parte, a manos de Dave McCaig. Ahora con un apellido, 1976, prometen un final al lector. ¿Cómo valoramos el resultado?
El argumento del tebeo es sencillo. Como consecuencia de una amenaza inminente y desde diversos puntos de la geografía estadounidense, los protagonistas de la serie original han de formar una última alianza al límite para conservar el pellejo. Snyder no se prodiga en exceso en este apartado, prefiriendo el desarrollo de personajes y el diálogo afilado posterior antes que la elaboración de trama, lo cual hace que el cómic tenga un comienzo algo precipitado y viciado en cuanto a la oportunidad de captar un interés renovado por la obra.
Nada parece distinto u original a lo visto previamente. En primer lugar, hemos de decir que el hecho de situar la obra en 1976 no termina por ser un hecho diferencial o que marque en modo alguno el habla, pensamientos y momentos vitales de los personajes.
Apenas una indicación puntual acerca del mismo, con la manida referencia a Charles Manson y el fin de la inocencia americana. Un contexto tan brutal podría haber deparado mayor adecuación al mismo o personalidad que, no obstante, fuera de la citada indicación, se queda sin desarrollo. Más aun si tenemos una temática de vampiros, con una gran tradición en cualquier género posible.
El estilo del autor de Metal está presente desde la primera página. Escenas muy viscerales, siempre en el límite del buen gusto, con una estética desfasada y poco compleja. Tiende a la búsqueda de lo impactante antes que lo coherente, trazando una línea entre personajes que tienen una entrada en escena rompedora. Desde Skinner Sweet y su moto hasta Jim Book. Todo busca llamar la atención del lector, con mayor o menor acierto, siendo la de Travis la que menos sentido práctico y narrativo presenta de todas.
Snyder encuentra espacio para desarrollar sus intereses de forma indirecta, siempre de modo accesorio de la trama y no ligada a la misma. Su preferencia y gusto por las vicisitudes de la historia del país se demuestra en el monologo inicial del segundo capítulo, uno de los momentos más brillantes a nivel autoral de toda la obra.
A través de los viejos símbolos del oeste americano, desde Wyatt Earp a Billy El Niño, el escritor de La Cosa del pantano desmitifica a los héroes históricos, lo cual, a modo de espejo, va a hacer con sus propios personajes. El que no murió de sífilis, lo hizo en el olvido intentando vender su historia en el incipiente negocio del cine. Como estos, los protagonistas de American Vampire lucen y se ven olvidados, viejos, sin mucho que contar o vivir que no hayan hecho con anterioridad.
En este viaje, veremos las tensiones, con un juego de amenazas y desconfianza que culminara en una traición que, no por esperada, resulta menos chocante. El protagonismo queda a cargo de Skinner Sweet, girando lo principal alrededor de su figura en apariencia, para poco a poco demostrar que el auténtico motor está en Pearl. A la primera parte de la historia le falta agilidad en el desarrollo, siendo salvada por la acción y el excelente trabajo en el apartado de arte del que hablaremos con posterioridad.
A partir de entonces, tenemos el mejor capítulo, el sexto, en el que culmina gran parte de lo contado, para, con posterioridad ofrecer un final aceptable, cuya mayor virtud está en no caer en lo sentimental y seguir siendo coherente con el estilo y los objetivos de la historia.
Fuera de la trama principal de salvar al mundo, Snyder continúa con su estudio de la historia de los EEUU, recurriendo a personajes históricos como los protagonistas de la Independencia y, más concretamente, George Washington.
Pretende, en realidad, algo muy interesante y propio de su obra, hacer ver la nimiedad que supone 245 años de Estados Unidos cuando lo comparas con la historia vampírica. La gran mentira, el capítulo 5, supera la irregularidad del desarrollo de la obra hasta entonces para coronar aspectos muy concretos y atractivos, dentro de la atmósfera invasiva del monte Cervino.
El dibujo de Rafael Albuquerque, interrumpido únicamente para el séptimo número, con el color de Dave McCaig. es el principal reclamo del cómic y su mayor valedor. Se aprecia una mejora sustancial en su estilo en los últimos diez años, alcanzando cotas de crudeza y realismo en la violencia que no sabía trasladar en los primeros capítulos de la obra original.
El punto cumbre de su trabajo se encuentra en el sexto número, con todo lo que en él acontece y la necesidad de contar con un narrador potente para que la misma se desarrolle con potencia y armonía. Cada gesto, cada mirada, entiende la necesidad de la historia y deja para el recuerdo varias composiciones notables.
Sin olvidarnos, por supuesto, de lo vampírico y la construcción de una atmósfera tan manida, con un canon innato e indisponible en la literatura. El color de McCaig juega con esto, llevando la obra a lugares comunes de la oscuridad y el terror, en paralelo con la luminosidad del entorno, que bebe mucho de las películas western de los años sesenta y setenta.
El resultado es muy positivo, con gusto y acierto a su vez en lo que respecta a la violencia y los enfrentamientos físicos, muy conseguidos por parte del equipo a cargo del dibujo y color.
Estamos, en definitiva, ante una obra que pone al lector en una situación extraña. Se plantea y completa como final aparente de la colección, a pesar de despedirse con la suficiente entidad y mitología propia como para construir futuro con los huecos que deja. Se siente extraña, como si llegara en un momento equivocado, años después del último arco, con un apellido de ocasión en el 1979, que no termina en absoluto por ser explotado.
Si funciona como puro entretenimiento es fundamentalmente a través del arte de Rafael Albuquerque y su inmenso talento para retratar registros muy complejos del terror y el humor negro. Llega a lugares muy profundos, con un color de igual modo muy característico y notable.
Lo mejor
• El dibujo de Rafael Albuquerque
• Es una obra amable con el lector, huye de pretensiones erradas y se concentra en proporcionar al lector una lectura agradable.
Lo peor
• El estilo de Scott Snyder entorpece el ritmo del tebeo y yerra en el modo de presentar las sorpresas.
ACEPTABLE FINAL
Guion - 6
Dibujo - 8
Interés - 6
6.7
Un cómic correcto que sabe cómo conjugar sus mayores virtudes apoyándose en un gran apartado artístico.
Comencé a leer Amarican Vampire desde que empezó a ser publicada en España. Creo que el primer tomo a de mis favoritos. El Skinner de la primera entrega era malvado y sádico y eso hacía el cómic algo diferente, no te sentías cómodo con el de protagonista. Luego fue evolucionando, pero su evolución fue a algo más aburrido y más convencional. No se si es porque en la primera Entrega Stephen King metió mano pero el resto aunque disfrutables eran más normalitos.
Al final es inevitable que un personaje pierda ese encanto inicial cuando pasan los números, pero comparto contigo que King tiene mucho que ver en el primer arco y su calidad. Luego no se ha mantenido, en mi opinión. Saludos!