El mismo año que se han cumplido ocho décadas de la creación de Superman, el padre de todos los superhéroes, también se han cumplido 25 de su muerte. O casi muerte… porque todos los que hemos leído aquel grandísimo arco argumental, publicado entre diciembre de 1992 y noviembre de 1993, sabemos que realmente Kal El nunca llegó a morir como tal, sino que su cuerpo se redujo a un estado comatoso haciendo su pulso casi imperceptible para el ser humano. Sea como fuere, este 2018 se ha cumplido un cuarto de siglo de la publicación de aquellas historias. Y como en ZN no concebimos un mundo sin Superman, queríamos dedicarle un espacio a este aniversario tan especial, aún habiéndose cumplido ya los 26 años del inicio de esta saga.
Pero claro, ¿otro artículo más sobre la muerte del Hombre de Acero? Otra vez hablando de Doomsday o Juicio Final, de los cuatro supermanes, del regreso con pelo largo y un traje negro… nada nuevo bajo el sol que le da su poder. De hecho, una aguja más en el pajar de la red hablando sobre el mismo tema. Por ello no quería rehacer el clásico artículo/crónica de la saga, pues mi compañero Sergio Robla ya dijo lo que había que decir hace, nada más y nada menos, que diez años, con motivo de la publicación del tomo recopilatorio de Planeta DeAgostini en formato omnibus. Por cierto, actualmente ECC lo tiene a la venta en su catálogo dividido en cuatro volúmenes que recogen las cuatro grandes partes en que podemos clasificar la historia: La muerte de Superman, Un mundo sin Superman, El reinado de los superhombres y El regreso de Superman. Sin embargo, recordemos que en EEUU el arco se dividió en tres: Doomsday, Funeral for a Friend y Reign of the Supermen!. La intención de este artículo es homenajear la obra contando sensaciones y experiencias personales.
Antes de que mis compañeros Gustavo Higuero y Juan Iglesia hablen de su percepción de La Muerte de Superman, quiero recordar unas cuantas palabras de Sergio, citando el artículo que ya he enlazado. Decía: «En el momento en que decidió matar a Superman, DC decidió hacer Historia. No sabían cuál sería el resultado final, pero no había más: era una de esas cosas que sólo se puede hacer una vez en la vida. Acabaron con el héroe, nos dieron alternativas, nos mostraron el mundo sin él… para demostrarnos que el mundo le necesita, para demostrar que él puede marcar la diferencia que otros no pueden. A tal fin se creó El Reinado de los Superhombres, en el que Clark vuelve, sus sustitutos se convierten en sus compañeros y sus enemigos muerden el polvo». Una manera estupenda de definir el sentido de esta obra, que mostró al héroe, la figura de héroe por antonomasia en los cómics, dando su vida luchando por el mundo. A este mundo llorar y afrontar su pérdida. A los que quisieron ocupar su lugar y el regreso del auténtico e insustituible héroe a la vida.
También quiero citar a Mariano Bayona, el mayor experto y divulgador de la historia de Superman en España. En la entrevista de ZN a la que nos contestó el pasado mes de abril, hablaba de esta saga así: «Fue para mí la mejor de todas las sagas largas que han habido. Nunca han conseguido superarla, para mi gusto». Y lo dice no solo un experto, sino el mayor coleccionista de cómics de Superman. También añadía que «nunca pensé que la muerte sería definitiva. En ningún momento, ni siquiera la pequeña etapa en que dejaron de publicar Superman porque estaba muerto». Y es un tema a tratar. En Estados Unidos, y también en muchos países, la noticia del fallecimiento de Superman traspasó las fronteras del propio cómic y muchos medios de comunicación anunciaron su muerte. Quienes leyeron en su día todo el arco conforme fue publicándose, en el 93, ¿creyeron que moriría para siempre? Pues, como vemos, los hubo que siempre confiaron en la resurrección.
Yo tengo 33 años y no viví esta saga al momento, por lo que el día que la leí sabía que Superman seguía vivo en los cómics. Una desventaja, en mi opinión, pues me perdí las sensaciones del directo. Hace dos años un Superman volvió a morir, el de los New 52, fue también impactante, pero era un recurso necesario en aquel momento para poder seguir hacia delante. Y fue en favor de este Superman, que volvió a enfrentarse a su bestia, esta vez, con más cabeza y experiencia, en unos números maravillosos escritos, precisamente, por Dan Jurgens, el gran artífice de la saga de la muerte. El autor completo de Superman #75, el número en el que finalmente los dos titanes caían abatidos mutuamente.
Quiero nombrar unos cuantos momentos que recuerdo con gran cariño de toda la saga. Primero, esas páginas iniciales de Adventures of Superman #498, el número que continuaba directamente el shock de la muerte. O la posible muerte. Es este ejemplar en el que se confirma que el gran héroe ha caído. La confusión, el desconcierto, las dudas, los nervios, las lágrimas y una multitud de sensaciones se apoderan del lector. Incluso en el que sabe que hoy en día está vivo. Entre estas páginas destaco la actitud de uno de los héroes que se acerca al lugar, a la zona zero, para ayudar a reanimar a Superman. Estoy hablando del Guardián. Un personaje creado por el mismísimo Jack Kirby junto a Joe Simon en Star Spangled Comics #7, abril de 1942, con una larga trayectoria en DC aunque casi nunca como un personaje principal. Hoy en día tenemos una versión desvirtuada de él en la serie televisiva Supergirl. Lejos de la versión original. Fue uno de los héroes que acudieron a la lucha para respaldar a Superman durante el viaje inevitable hacia Metrópolis, de hecho, acudió en dos ocasiones y en la segunda Superman le confesó durante una pausa del combate que empezaba a sentirse muy cansado, haciendo pública la gravedad de la situación. Pues bien, el Guardián fue el primero en intentar reanimar el cuerpo ya inerte de Superman. A lo largo de la saga volvería a tener muchos momentos de protagonismo, al ser el jefe de seguridad de Cadmus, pero ese momento en que hacía a un lado a una desconsolada Lois, pidiéndole a la capitana Sawyer que avise a los equipos médicos y empezando a practicar la respiración asistida al hombre más fuerte del mundo es una imagen inolvidable.
Y es que Superman no estuvo solo durante la pelea. El transcurso de la misma hizo que aparecieran varios personajes para ayudarle. Todos recordamos a los integrantes de la entonces Justice League luchar contra Doomsday, ya que fueron los primeros en hacer frente a la criatura, sin éxito. Durante el combate ya desatado, hubo un miembro que duró más que los demás: Máxima. Esa mujer del planeta Almerac plantó cara y golpeó con valor al monstruo sin importarle la destrucción que estaba causando alrededor.
Más adelante, ya en Metrópolis, además de la llegada de Supergirl, el alien metamorfo que era entonces, dos aliados más trataron de ejecutar a Doomsday con un rayo láser a distancia: el profesor Hamilton y Bibbowski. Dos humanos corrientes que me emocionaron con su afán. No consiguieron dañar a la criatura, pero tuvieron el valor de intentarlo. También acudieron al lugar en que cayó el cuerpo para tratar de reanimarlo.
La verdad es que cualquier número que las cuatro series (Action Comics, Superman, Adventures of Superman y Man of Steel) dedicaron a esta saga tiene imágenes inolvidables. Guardo con especial afecto todas las veces en las que un personaje lanzaba una teoría que apoyaba la idea de que uno de los cuatro supermanes era el auténtico. O una reencarnación del mismo. Daban razones de peso para creer que el nuevo Superman era uno de esos candidatos que de repente, se había hecho con el protagonismo de una de las cuatro series. Y estaba haciendo las cosas bien. Tal vez de un modo diferente a como lo haría el auténtico. Pero bastante bien. Y uno de los momentos que más me impresionó fue ese en el que Guy Gardner tuvo un cara a cara con el Erradicador. En Action Comics #688. Aunque entonces no se llamaba así, sino que era un posible Superman. Y uno con muchas posibilidades de ser el auténtico, por su parecido físico, sus poderes y sus acciones, aunque más bruscas de lo habitual. El Green Lantern viajaba a Metrópolis para investigar a los candidatos y se encontraba con un Último hijo de Krypton más violento, brutal, con un carácter muy parecido a él. Y resulta que le convencía. Pero es que, tras leer ese número, podría haber convencido a cualquiera de que era el auténtico trastornado por el trauma de la muerte y embrutecido por los acontecimientos vividos. Además los Kelex de la Fortaleza de la Soledad le trataban como al verdadero, ¿cómo no iba alguien a pensar que era él? El Erradicador es, para mí, uno de los mejores personajes vinculados a Krypton y Superman, como villano y como antihéroe.
Dos números más tarde, en Action Comics #690 se publicaba la gran sorpresa, o el momento que tanto se estaba esperando. En la última página, después de conocer los planes del Cyborg Superman, su vinculación con Mongul, teníamos una revelación: una armadura kryptoniana cruzaba el lecho submarino del Atlántico con un cuerpo en su interior, regenerándose, despertando. Era una manera muy misteriosa de empezar a vislumbrar el regreso. Aunque más me impactó ver cómo Superman, ya de regreso, casi sin poderes, cruzaba el país rumbo a Coast City con ayuda de Supergirl, Superboy y Steel. Ese momento en el que, como contaba Sergio unos párrafos más arriba, los supermanes se volvían aliados del auténtico. El único que podía desbaratar los planes del que se había revelado como un villano. También la evolución, o mejor dicho, la revelación de la identidad de Hank Henshaw fue uno de los grandes giros de la historia. Obviamente, se disfruta mucho más conociendo previamente los acontecimientos de Adventures of Superman #466, cuando el científico sufre el accidente que le convierte en el hombre máquina que es presentado en esta saga. Esto ocurrió tres años antes, por lo que no serán pocos los que tengan un primer acercamiento a esta historia en plena lectura de La Muerte de Superman. Una desventaja, pero lógica, al recurrir a lecturas de historias pasadas.
Atreviéndome a hacer una valoración de toda la historia, de la muerte, la ausencia y el regreso de Superman, diré que es la mejor historia de Superman. Al menos, mi favorita. Porque es una saga en la que se dignifica la figura de Superman. Y demuestra que en Metrópolis también se pueden contar historias de bajos fondos, submundos subterráneos, de grandes personajes secundarios. Tenemos a Superman luchando, al principio, contra una criatura a la que solo él puede vencer. Al final, contra otro que ha querido usurpar su puesto, usando su emblema, pero haciendo el mal. Y tenemos además una demostración de su ingenio en momentos en que no puede usar la totalidad de sus poderes. Es Superman en su más pura esencia, sacando provecho a todas sus posibilidades. Pero da rabia que esta historia comience con su muerte. Da rabia que tenga que morir para que se cuente una gran historia en torno a su figura. Aunque no llegue a morir del todo, es su ausencia el elemento que dramatiza y reclama la atención del lector.
No quiero cerrar sin hablar de Doomsday. Han sido muchas las veces que he leído o escuchado opiniones que dicen que no debería haber sido un monstruo desconocido el que acabara con su vida. Un recién llegado no era digno de matar a Superman. El impacto, aunque se consiguió, podría haber sido mayor si lo hubiera logrado, por fin, un miembro de su galería de villanos. Y no les falta razón a los que piensan así, aunquue soy un firme defensor de la figura del Juicio Final. Reconozco que ver a Lex Luthor acabando con la vida de su némesis podría haber causado un enorme revuelo. «Lex Luthor vence a Superman». El mal doblega al bien. Hubiera sido impactante. Pero otorgar el asesinato de Superman a un conocido también podría haber dejando más opiniones favorables al regreso final. Como que podría haber convencido a menos gente el hecho de que el malo ganaba esta vez. Considero que la criatura que surgió de la nada era la personificación perfecta del mal para derrotar al héroe. Y que la sorpresa del lector ante el sufrimiento que tiene que padecer hasta el golpe mortal final, el proceso, cada página de cada número dedicado a la pelea, era mayor al verle luchar contra el que parecía iba a ser un enemigo random al que vencería enseguida. Pero no fue así.
Y ahora hay que citar a los muchos autores que formaron parte de esta saga. En los extensos créditos encontramos como escritores a Dan Jurgens, Louise Simonson, Roger Stern, Jerry Ordway, Karl Kesel, William Messner-Loebs y Gerard Jones. Como dibujantes también a Dan Jurgens con Jon Bogdanove, Tom Grummett, Jackson Guice, Dennis Janke, Denis Rodier, Walt Simonson, Curt Swan y M. D. Bright.
Y ahora que pasen mis compañeros para contarnos sus opiniones.
GUSTAVO HIGUERO
Superman murió en 1992, pero en España eso ocurrió en 1993 cuando Zinco publicó en un solo tomo todo el arco argumental que acababa con la fatídica muerte del primer y mayor superhéroe de todos los tiempos.
Recuerdo con mucha exactitud cada detalle de aquellos días previos y posteriores a poder leer el tomo. Yo miraba de cerca a la mayoría de edad y llevaba leyendo de forma regular y constante comics desde hacía 5 años. No era lo que se puede decir un lector veterano, considerándome todavía en plena formación (aún hoy me considero de tal forma), por lo que viví con mucho estupor la noticia, esperando pacientemente a que se publicara en España la historia destinada a cambiar el estatus del personaje. Decir que era un lector joven es algo muy importante, ya que la capacidad de asombro todavía era grande y el vicio de la industria a matar y resucitar todavía no se había convertido en una práctica habitual. Puede que fuera Superman, pero que DC anunciara su muerte era, cuanto menos, algo a tener muy en cuenta… ¿Y si moría para siempre?
En DC ya habían eliminado a Flash (Barry Allen) y a Supergirl, por citar a dos pesos pesados y por aquellos días seguían sin volver (Supergirl no era exactamente el mismo personaje). Matar a Superman era algo inaudito, algo descomunal, un golpe de efecto sin parangón que me dejó absolutamente bloqueado en su momento.
Y llegó el momento, el día que fui a la tienda a comprar no uno, sino dos tomos de La Muerte de Superman, puesto que quería uno para leerlo muchas veces y otro para conservarlo preservado en su plástico. Fue un gran esfuerzo económico, cada tomo estaba a la venta a 995 pesetas y llevaba de regalo una chapa negra con el logo de Superman en blanco chorreando. Adquirirlos me dejaba ese mes sin el 66% de la paga, una paga que además estaba destinada a comprar otras colecciones y poder ir al cine (otro de los vicios adquiridos aquellos días). Sin embargo, la ocasión lo merecía. Y lo merecía por el tipo de historia y por la calidad de las ediciones de Zinco de aquellos momentos en los que sus tomos acababan por deshojarse a cada lectura. Si quería poder conservarlo en buenas condiciones estaba obligado a hacer ese esfuerzo.
Llegue a casa con los dos ejemplares, uno lo abrí, el otro lo sometí a un proceso de cirugía en el que, con una cuchilla, saque la chapa del envoltorio y lo guarde en la estantería. Me senté en mi cuarto y no puse música de fondo, algo que acostumbraba a hacer cuando me disponía a leer la ración mensual del noveno arte. Me quedé mirando la portada un largo minuto, tal vez incluso más, la capa rasgada ondeando como una bandera a media asta… con la mítica frase debajo: El fin de una leyenda. Fue en ese momento cuando por mi cabeza pasó un pensamiento fugaz pero contundente, si empezaba a leer ya no habría vuelta atrás, se haría realidad y vería a Superman caer derrotado a manos de un villano del que nada sabía en ese momento. Abrir ese tomo implicaba dejar atrás parte de mi inocencia.
Y lo acabé por abrir.
Y lo acabé por leer.
Y al final de esas 114 páginas tenía el corazón encogido, mientras un escalofrío me recorría la espalda al ver como Lois sujetaba a Superman, muerto, entre sus brazos tras darlo todo por salvar Metrópolis de la destrucción masiva de Doomsday. El silencio me rodeaba, mientras miraba fijamente la contraportada con el símbolo de Superman chorreando sangre. Había ocurrido. Estaba hecho. Superman había muerto.
Levanté la vista y me sorprendí meditando sobre lo leído. 114 páginas donde no hay más que una batalla con un guion plano, pero capaz de estremecer. Quién lo iba a decir. La cuestión era que lo que hasta entonces era algo que decían que había ocurrido se hizo realidad en ese momento en la soledad de mi cuarto, rodeado de mis estanterías, mis posters y mis libros. El centro gravitacional de mis aficiones parecía encogerse a mi alrededor.
Me levanté y cogiendo la chapa de regalo hice la única cosa que podía hacerse… busqué mi abrigo y la puse, solemnemente, en la solapa izquierda. Era el momento del luto. Era el momento de honrar al héroe.
Juan Iglesia – La muerte de Dios
Un cuarto de siglo ya desde que pudimos decir “Dios ha muerto… otra vez”.
No hay mejor momento para recordar semejante efeméride que estas fechas navideñas, en las que celebramos que hace dos mil años una virgen parió a un niño que era al mismo tiempo “Hijo de Dios” y “Dios hecho Hombre”.
Que no se me malinterprete: el sentido de la Navidad me resulta tan indiferente desde el punto de vista de una fe que no comparto, como entrañable bajo el prisma de una cultura de la que formo parte, y fascinante como manifestación de un relato mítico-folklórico de antecedentes milenarios y cuya influencia se proyecta aún hoy. Nuestro ámbito cultural conoce de varios episodios relacionados con el nacimiento y la muerte de los dioses (Titanomaquia, Ragnarök, Pasión de Cristo, etc.). Superman no está libre de esta influencia. Por tanto, más allá de la maniobra comercial, la Muerte y el Regreso de Superman es una saga muy digna que se ha inscrito de manera indeleble entre los Mitos del Hombre de Acero. La causa de su éxito se debe, en mi opinión, a que funciona como la consumación definitiva de la visión deificante del personaje. Con ella, el ciclo del Superman-dios se completa.
Puede que la concepción de Superman como un dios (y no uno cualquiera, sino de raíz judeo-cristiano) no estuviera muy presente en Siegel y Shuster cuando lo crearon, aunque utilizaran elementos de raíz bíblica. Recordemos que hablamos de dos chicos que en ese momento contaban con 18 años, hijos de inmigrantes judíos y que uno de ellos (Siegel) había perdido recientemente a su padre en un atraco. Su Superman era un hermano mayor, un paladín. Un ángel de la guarda. El relato sobre su viaje interplanetario en la pequeña nave y el encuentro con los Kent tiene algo de mosaico. Ese Superman podía ser un enviado, un emisario, un heraldo de un poder superior. El último vestigio de una civilización de dioses. Pero no era un dios.
Quizá corresponda a Mort Weisinger el mérito de haber desarrollado el concepto de Superman-dios: protector del Universo, capaz de crear vida, omnipotente, omnisciente, sentado en su fortaleza celestial (qué más da que sea hielo o nubes lo que le rodea, el caso es que está “arriba”, “al Norte”, envuelto por un blanco inmaculado y rodeado de maravillas, prodigios, milagros). Bajo su mandato también se estableció el Sol amarillo como explicación de sus poderes, frente la primitiva versión de un Krypton poblado por superhumanos. De nuevo sin proponérselo, se había dado otro paso en la divinización de Kal-El al vincularlo con las deidades que extraen su fuerza del Sol o directamente son representaciones del mismo. Deidades solares que están sometidas al ciclo estacional de vida, muerte y resurrección propio del astro rey.
Así, desde que Superman ascendió al Cielo, es decir, desde que autores y editores se dieron cuenta del potencial divinizante del personaje, la idea de su muerte y posterior resurrección se introdujo como una hipótesis narrativa inevitable. Pronto tendríamos el precedente de la historia imaginaria de Jerry Siegel, The Death of Superman! en Superman #149 (11/1961). Pero será Richard Donner en la película de Superman (1978) el primero que, de manera elíptica, plantee el tema de su muerte y resurrección. Sería necesario que algún día se estudiara en profundidad la coherencia de la visión de Donner y su impacto sobre el desarrollo posterior del personaje. Como toda obra maestra es, en alguna medida, una obra de síntesis. Una obra que condensa y concentra toda la esencia previa diseminada aquí y allá y la eleva a otra categoría, abriendo nuevas posibilidades y aportando nuevas perspectivas. Sobre la base de un guión en el que Mario Puzzo construye consciente y deliberadamente una parábola de Jesucristo, Donner supo plasmar y corporeizar de manera magistral la naturaleza divina del personaje: un dios cálido, cercano, humano. Un amigo. Un auténtico Jesucristo Superstar.
La visión de Donner comprendía dos películas: una dedicada a la presentación de Superman enviado a la Tierra por su padre para ayudar a la Humanidad, y otra dedicada a su muerte y resurrección. Este era el sentido último de su renuncia a los poderes, motivada por sus pasiones mortales, en concreto, su amor por Lois. Un dios no puede tener pasiones mortales. Si no, que se lo pregunten a Scorsese a cuenta de La última tentación de Cristo.
El círculo se cierra genialmente en el Donner´s Cut con Jor-El traspasando el remanente de su esencia vital a Kal-El para así cumplir “la profecía kryptoniana” del “padre convertido en hijo”, aportación exclusiva de la película (se dice incluso que fue improvisación de Brando) y que, pese a su carácter incomprensible típico de cualquier profecía (¿qué sentido tiene que “el hijo se convierte en padre”? ¿Es una afirmación de la continuidad del modo de vida kryptoniano?) sirve para injertar un remedo del dogma de la Santísima Trinidad en los Mitos de Superman. Curiosamente, un ferviente admirador de la visión de Donner, John Byrne, moldeó su Superman en sentido opuesto, quizá más deudor del original de Siegel y Shuster: un héroe pagano, destrascendentalizado. Marvelizado, al fin y a la postre. Y esa fue la versión que, irónicamente, murió y volvió a la vida en el cómic que nos ocupa.
Desde Gilgamesh, el héroe debe enfrentarse a la muerte. Es el Enemigo Definitivo. No hay otro. Muchos supervillanos son, de hecho, remedos estéticos o conceptuales de la muerte. Y lo que diferencia al héroe del dios es que no es capaz de derrotarla. Debe asumirla, afrontarla y resignarse a la fama inmortal como consuelo. Pero el dios vence a la muerte y eso marca su superioridad respecto al héroe. Así que la versión menos divina de Superman bbbbbbbbbbbbbb, aquella en la que Clark empleaba toda su indómita fuerza de voluntad en afirmar su humanidad, se enfrentó a la Bestia, al Dragón del Juicio Final y murió para salvar a su pueblo (la gente de Metrópolis). La mujer que más le amaba, le sostiene en su agonía mientras su capa rasgada (roja, el color de La Pasión) ondea al fondo. Toda una Pietà.
La historia posterior, con los cuatro supermanes y el regreso del único y verdadero, carece del interés que, en mi opinión, tiene el relato desnudo de muerte y resurrección, aunque sigue teniendo una lectura en clave redentora. El objetivo que perseguían inicialmente los autores matando al héroe era presentar “un mundo sin Superman” que sirviera para reafirmar el rol necesario del kryptoniano como ejemplo inspirador y líder moral. Un objetivo encomiable, teniendo en cuenta que estamos en 1992, en pleno auge del “grim and gritty”. Así, la ausencia del Hombre de Acero se hacía sentir entre familiares, amigos, aliados y todos aquellos que fueron inspirados por su mesiánica figura. Todos acababan comprometiéndose íntimamente en ser mejores como forma de homenaje personal al sacrificio de un ser que entregó su vida para la salvación de todos ellos.
Tras esta icónica historia, la muerte de Superman quedó ya consagrada como un hito en la trayectoria del personaje con ecos en las versiones de otros medios. La película Superman lives! iba a ser la traslación al celuloide no tanto del cómic como del tema de la muerte y regreso del héroe, lo que acabó siendo sutilmente insinuado en Superman returns (2006). Otras confirmaciones del vigor que ha adquirido el tema las encontramos en los New52, donde “su” Superman también muere, o en la aportación fílmica de Zack Snyder en el marco del DCEU. Parece por tanto que la muerte de Superman se ha convertido en una parte imprescindible de su ciclo vital, del viaje del superhéroe por antonomasia, al mismo nivel que la trágica huida de Krypton, la bucólica infancia en Smallville, el viaje iniciático alrededor del mundo o la presentación pública en Metrópolis. No importa de qué versión del personaje hablemos, en algún momento morirá y resucitará, como corresponde a cualquier deidad solar.
Esto plantea interesantes cuestiones de desarrollo. Si la llegada y revelación de Superman se concebía como un rayo de esperanza, su regreso de entre los muertos ¿no debería haber supuesto la superación de su magisterio superheroico para trascender a un estado superior de hacer justicia? Siempre me costó creer que Lois y el resto del planeta pudieran seguir mirándole como un primus inter pares cuando había regresado de la muerte. Esto se intentó explicar rebajando el estado de su “muerte”, que fue re-diagnosticada por mor de su biología extraterrestre como una especie de coma profundo y rechazando que fuera inmortal.
Está claro que la serialización obligaba a que tras la resurrección operara el recurrente “todo vuelve a ser como antes”. Sin embargo, más allá de las necesidades comerciales, ¿qué podría haber pasado después de su regreso?
¿Quién sabe? Puede que hubiera renunciado a su divinidad por el amor de una mortal, como se veía en ¿Qué ocurrió con el Hombre del Mañana? de Alan Moore. O puede que se emparejara con alguien a su divina altura, léase Wonder Woman, como se ha sugerido en El Contraataque el Caballero Oscuro de Frank Miller, Kingdome Come de Mark Waid y también Moore en el borrador de El Crepúsculo de los Superhéroes. O, siguiendo al Morrison de DC Un millón y All-star Superman, puede que sufriera una definitiva apoteosis para completar su ciclo solar y se convirtiera en un dorado y luminoso Apolo fundido con el Sol. Que, una vez resucitado y ya auto-asumiendo su divinidad, renunciara a su humanidad impostada y ascendiera a los cielos, es decir, marchara al cosmos, al espacio profundo, tal vez en busca del Muro de la Fuente, el secreto del Universo, o se abocara a la creación de vida…
Y que todavía se diga que no se pueden contar historias de Superman…
Uff, pelos de punta con los recuerdos que me ha evocado el artículo. Me encanta esta saga entre otras cosas por el impacto que tuvo en su momento y la influencia que ha tenido en el medio desde entonces. Gran trabajo, enhorabuena!!
Maravilloso artículo. Un momento que, independientemente del propio cómic, supuso un momento iconico y una influencia absoluta en el medio.