Hormigas y crímenes
Los fundadores de Image Comics causaron gran furor entre los lectores de principios de los 90, inspirando a algunos de ellos a dibujar cómics. Surgieron clones de Jim Lee, Rob Liefeld y Todd McFarlane que las editoriales americanas, ansiosas por mantener cautivo al público adolescente, contrataron para reemplazar a dibujantes con mayor experiencia y mejor formación, cuyo estilo era considerado obsoleto. Ese fue el mismo destino que tuvieron esos imitadores de los fundadores de Image al terminar la década. El público ya no quería copias de Jim Lee, sino de Bryan Hitch y otros dibujantes versados en el realismo y una narrativa cinematográfica. Hubo dibujantes como Greg Capullo que supieron evolucionar e incluso superar a sus maestros, otros se dedicaron a copiar el nuevo estilo de moda, pero la mayoría de ellos desaparecieron del panorama mainstream, quedando relegados a un pequeño segmento nostálgico del mercado que sigue comprando toda serie que le recuerde a los primeros años de Image.
Los cambios de tendencias no disuadieron o amilanaron a
En Ant, Gully presenta al lector a Hanna Washington, una niña introvertida que vive la peor de sus pesadillas. Su padre ha sido acusado injustamente de un asesinato, probablemente por ser afroamericano, su madre lleva años distanciada de la familia, y en la escuela es víctima de acoso. En su imaginación se refugia de los horrores de la realidad, imaginándose a sí misma como Ant, una superheroína dispuesta a limpiar el nombre de su padre cueste lo que cueste.
Sin duda, lo que hace especial a Ant es el contraste entre los tintes autobiográficos de su argumento y las influencias artísticas de su autor que mencioné antes. Gully se propuso contar una historia personal sobre su deseo de cambiar como persona, sobrepasar límites y enmendar errores, con el vocabulario de la Image de los 90, es decir, anatomías ridículas, mujeres sexualizadas, mandíbulas apretadas, pistolones y violencia. Un propósito así solo puede tenerlo alguien con desmesurada ambición y desmesurada inocencia.
Gully no solo carecía de referentes adecuados, sino también de la experiencia y práctica para acometer una serie como Ant. Tomemos como ejemplo de estas carencias una pequeña escena en el primer número de la serie. El padre de la protagonista le reprocha a su ex pareja que ella nunca ha estado presente en la vida de su hija. Se supone que tenemos que sentirnos decepcionados por el desinterés de esta mala madre y admirar el carácter del padre, pero la risa es única reacción posible. Gully nos muestra a la madre sin pantalones y con su trasero en primer plano, posando en todas las viñetas para lectores adolescentes con las hormonas alteradas. ¿Cómo puede uno tomarse en serio una escena así? Los diálogos no nos convencen de que estos dos personajes compartiesen una relación romántica antaño, ni de que la madre esté ocultando sentimientos más complejos, como se ve en el transcurso de la historia. Además, los dos personajes son seres inertes. Sus rostros no transmiten señales de vida, sus expresiones corporales no reflejan ninguna emoción. Estamos viendo copias privadas de espíritu de los personajes que dibujaban Todd McFarlane y Angel Medina, mucho más memorables y vivos. Gully supo imitar a sus ídolos, pero no entender su personalidad o las cualidades que los convirtieron en estrellas. Y desde luego no llevarlas a un tipo de historia más personal que la enésima historia de supervillanos conquistando el mundo.
Tras leer el primer volumen Ant siento más aprecio por los cómics de Image en los que Gully se inspiró. Se ha escrito y hablado mucho sobre la superficialidad de cómics como Youngblood y Wildcats, pero por lo menos ni Jim Lee ni Rob Liefeld copiaban a sus influencias, sino que trataban de forjarse un estilo diferente. Y se ceñían a historias que encajen con sus habilidades y estilo de dibujo; Marc Silvestri jamás intentó dibujar un drama como Strangers in Paradise. El resultado eran cómics que incluso hoy pueden entretener (excepto aquellos con la firma de Liefeld). Por no hablar de los valores de producción. La rotulación de
Entonces, ¿qué vieron en Gully los fundadores de Image, que le abrieron las puertas de la editorial para publicar un segundo volumen? A lo largo de la serie hay pequeños y fugaces destellos de talento, unos breves segundos en los que la pasión de su autor por los cómics que leía de joven y su inmenso esfuerzo en crear una obra de la que poder sentirse orgulloso le otorgan al cómic un impacto narrativo inesperado. Sentimos la rabia y amargura de la protagonista, la dureza de los sucesos que acontecen, los villanos se vuelven imponentes. La ilusión se desvanece al instante, pero es suficiente para evidenciar que Gully, al empezar su carrera como autor profesional, poseía el suficiente talento como para crecer y despuntar.
Contra todo pronóstico, Ant pervive gracias a Erik Larsen, quien compró los derechos y está trabajando en un nuevo volumen del personaje. Un volumen que será mucho más profesional y más competente que este. No me gusta criticar las obras primerizas de un autor, pero tampoco puedo negar la realidad. El primer volumen de Ant es un cómic amateur en todos los aspectos que no puedo recomendar a nadie.
Lo mejor
• La ambición de Gully.
Lo peor
• Una historia aburrida.
• Un dibujo deficiente.
• La rotulación.
Guion - 2
Dibujo - 3.5
Interés - 6.5
4
Insuficiente
Una pequeña curiosidad solo para lectores interesados en los orígenes del personaje.