«¿A quién se le ocurre convertir en personas a los animales? ¡Ni a un autor de cómics, vamos!»
La carrera de Osamu Tezuka nos habla de un autor único, indispensable para entender la evolución del manga y el anime japonés. Sus obras han traspasado fronteras; historias como Adolf, Fénix y MW se han convertido en clásicos ineludibles para cualquier aficionado no solo al manga, sino al mundo de la viñeta. Sus trabajos más reconocidos son los que generalmente realizó este autor en su madurez, pero no hay que olvidar que Tezuka comenzó revolucionando el cómic japonés infantil -y el anime- con personajes como Kimba el León Blanco, Astroboy o La Princesa Caballero. Su efervescencia creativa ya la encontramos en sus primeros años y tiene mucho que ver con su voluntad de autosuperación y su capacidad para impregnarse con todo tipo de conocimientos y referencias. Pero para entender mejor porque Osamu Tezuka se ganó su apodo del Dios del Manga hay que alejarse todavía más en el tiempo, analizar sus primeros trabajos en la industria, contextualizarnos y entender todo lo que sus innovaciones aportaron al medio.
La editorial Planeta Cómic nos ha ofrecido recientemente una oportunidad inmejorable para poder hacer esto gracias a su Biblioteca Osamu Tezuka en la que ha comenzado editando títulos como Black Jack o las mencionadas Astroboy y La Princesa Caballero. También encontramos en esta colección un tomo titulado simplemente como Antología Osamu Tezuka que recopila cuatro históricas obras de este mangaka irrepetible. Se trata de una serie de trabajos en los que podemos descubrir los primeros y todavía inexpertos pasos de Tezuka en el manga. El recopilatorio de casi 1000 páginas incluye La nueva isla del tesoro, Lost World, Metrópolis y Next World, todas ellas ya publicadas anteriormente en España por Ediciones Glénat y al parecer con un éxito más bien discreto. Es normal, las primeras obras de Tezuka son casi piezas de coleccionismo y poseen un gran valor histórico, pero hoy nos pueden parecer de lectura poco agradecida.
No obstante, en ellas podemos apreciar ya los rasgos de su genio y nos aportan un documento impagable para comprender al autor y su evolución a lo largo de las décadas. El manga no sería lo mismo sin la sombra de sus aportaciones, pero eso poco podía imaginarlo nadie en 1946 cuando un joven Osamu Tezuka debutaba con tan sólo 17 años de edad con su primera obra profesional: El diario de Ma-chan (Maachan no Nikkichō). Nadie lo esperaba porque esta obra seguía las directrices del manga publicado en ese momento, con un formato de página de cuatro viñetas más relacionado con tira humorística clásica de prensa que con lo que hoy entendemos por un manga. La obra narraba las aventuras de un niño llamado Ma-chan en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El dibujo que encontramos aquí es más esquemático y estilizado que el que veríamos en las obras posteriores del autor, aunque ya se pueden reconocer algunas de sus señas de identidad.
La nueva isla del tesoro (1947). La larga sombra de Walt Disney
El diario de Ma-chan (Maachan no Nikkichō) no lo encontramos recopilado en la Antología Osamu Tezuka de Planeta Cómic, pero es importante tenerlo presente para entender la importancia e impacto que en 1947 tendría la siguiente aportación de Tezuka a la industria: La nueva isla del tesoro. En esta obra publicada por la editorial Ikkei Shupan nuestro protagonista colaboraría con su compañero Shinichi Sakai que haría las veces de guionista. La historia se inspiraba muy libremente en La isla de tesoro del escritor Robert Louis Stevenson y sería el primer libro manga publicado íntegramente sin haber sido previamente serializado. La nueva isla del tesoro narra las peripecias de Pete, un chico con una imaginación desbordante y ávido de aventuras que se embarca junto a su compañero el Capitán Mostacho en una expedición a la búsqueda de un tesoro. Esto les llevará a una isla llena de peligrosas bestias, trampas y piratas que supondrán todo un reto para nuestros protagonistas.
En este trabajo Tezuka asombró a todos con una revolucionaria narrativa influenciada por el cómic, el cine y la animación estadounidenses de la época, con los Estudios Fleischer y las primeras producciones de Walt Disney como principal referente. En este sentido, Osamu Tezuka utilizó viñetas de corte panorámico, como si se tratasen de fotogramas y/o planos de una película; muchos guiños directos a publicaciones y producciones protagonizadas por su personaje fetiche Mickey Mouse. El impacto de La nueva isla del tesoro sería inmediato; el público infantil al que iba destinada la historia no estaba acostumbrado a ese despliegue de medios. La historia estaba llena de pintorescas y exóticas aventuras, con divertidos personajes de influencia cartoon y con unas escenas de acción que rompían totalmente con el estatismo de las publicaciones de la época. Esta narrativa hace incluso innecesario cualquier tipo de texto o diálogo, ofreciendo al lector una lectura ágil, rápida y muy orgánica.
Sin embargo, Osamu Tezuka nunca estuvo satisfecho con el resultado de La nueva isla del tesoro; fueron muchas las desavenencias con su compañero y las modificaciones que tuvo que realizar en la obra no fueron de su agrado. Esto se suma al hecho de que la editorial recortaría muchas viñetas y páginas para reducir el grosor de la obra. Esta fue la gota que colmó el vaso de Tezuka que retiró su nombre de la obra antes de su salida al mercado, apareciendo solo acreditado en ella Shinichi Sakai. Pero la venganza se sirve en plato frío y, durante años, haciendo valer sus derechos sobre la obra, Tezuka bloquearía cualquier reedición de La nueva isla del tesoro. La cosa cambió en los años ochenta cuando la editorial Kōdansha se puso en contacto con el autor porque estaba realizando una antología de obras completas suyas reunidas bajo el título de Tezuka Osamu Manga Zenshû y deseaban que La nueva isla del tesoro formase parte de ella.
Finalmente, Osamu Tezuka dio su brazo a torcer, aunque con la condición de recuperar la versión original de la historia y revisarla él mismo para la futura reedición. Por lo tanto, La nueva isla del tesoro que hoy podemos leer no es exactamente la que se publicó en el año 1947, pero recupera la visión original de Tezuka de esta historia lo que aporta un valor añadido a un título que ya de por sí tiene una gran relevancia histórica para el mundo del manga. En todo caso, el espíritu ingenuo y simplón de la obra original sigue inalterable, mientras gráficamente resulta un documento que nos permite descubrir los primeros pasos de un autor que en ese momento ya había cambiado el devenir del mundo del manga.
Lost World (1948). El primer contacto con la ciencia ficción
El tomo de Antología Osamu Tezuka de Planeta Cómic también recupera Lost World, obra publicada en 1948 en solitario por el Dios del Manga en la editorial Fuji Shobo con la que sigue explorando las posibilidades del formato ya probado con éxito en La nueva isla del tesoro. Este trabajo sigue mirando a Occidente de dónde provienen la mayoría de sus influencias narrando una historia que vuelve a ser una versión muy libre de una obra más conocida: El mundo pedido, de Arthur Conan Doyle. En este caso, Tezuka defiende que su obra nada tiene que ver con la del creador de Sherlock Holmes, un libro que por entonces no había leído y que simplemente le llamó la atención por la sonoridad de su título. No obstante, aunque ciertamente sus historias nada tienen que ver, si tienen elementos comunes e incluso una cierta estructura similar con un viaje a un territorio desconocido y habitado por dinosaurios (en ambos casos, curiosamente, el protagonismo de estos seres es residual en la trama).
La trama de Lost World comienza como toda buena historia con un asesinato, el del científico Ryhei Tabata que tenía información privilegiada sobre Mamango, un planeta que en su día formaba parte de la Tierra y que después de cinco millones de años está volviendo a acercarse a nuestro mundo. Mamango parece ser también la cuna de un tipo de piedras de energía que servirían para revolucionar la ciencia humana, lo que ha despertado el interés de todo tipo de científicos, sectas secretas y el detective Mostacho (conocido también como Shunsaku Ban). Este personaje es el mismo que encontramos en La nueva isla del tesoro y será un habitual de la producción de Tezuka junto a otros de sus héroes y villanos arquetípicos. En este caso, Mostacho está dispuesto a resolver el asesinato de Tabata y para ello se pondrá en contacto con el joven doctor Shikishima que trabaja para desentrañar los secretos que oculta la misteriosa superficie de Mamango.
Lost World, como la mayoría de las obras primerizas de Tezuka, tiene su origen en los años de instituto del autor cuando empezó a dibujar historias por puro placer. Posteriormente, muchos de estos trabajos fueron reciclados por el mangaka en sus primeros encargos profesionales. De esta manera, Lost World tuvo una “versión casera” realizada entre 1939 y 1940, con un corte más novelesco y trágico enfocado a un público adolescente. Es al cumplir los 20 años cuando Tezuka recupera la historia para publicarla de manera inconclusa en el periódico de Osaka. En 1948, la editorial Fuji Shobo se interesa por ella, pero le pide cambios al autor para acercarla al público infantil al que se enfocaba la industria del manga en ese momento. Esto hizo que Tezuka tuviese que cambiar al protagonista de joven adulto a niño, recuperando para ello a Ken’ichi, el héroe principal de La nueva isla del tesoro. La propuesta original de Lost World la llegó a considerar Tezuka como un primer ejemplo de gegika por su corte más adulto, aunque esto ya serían palabras mayores ya que sus primeras obras -pese a los temas a tratados- no dejan de tener un enfoque muy infantil.
La obra se publicó en dos tomos -las llamadas Saga Terrestre y Saga Espacial– vendiendo de entrada la espectacular cifra inicial de 400.000 ejemplares. El apartado gráfico de las dos partes no es idéntico porque fueron encargadas a dos planchistas diferentes haciendo que el trazo de cada una parezca distinto al otro. Por otro lado, la historia sigue la línea de La nueva isla del tesoro, con ese sentido de la acción cinematográfico descubierto por Tezuka y una trama llena de gags de herencia cartoon. El uso y abuso de este recurso distrae la atención de la misma historia y anula en muchas ocasiones su componente dramático; Tezuka todavía no había encontrado el equilibrio en su manejo de los elementos, lo acabará por perfeccionar en Astroboy y La Princesa Caballero. Por ahora, la narración es una sucesión de escenas muchas veces inconexas en las que no hay aprecio por la continuidad, dando lugar a muchos errores de perspectiva y situación espacial de los personajes.
Son también curiosamente habituales en esta historia -y en otras primerizas del mangaka– los guiños metatextuales que rompen con la cuarta pared y los homenajes a la cultura popular estadounidense. Los personajes de Lost World son conscientes de ser parte de una historia de ficción y así nos lo hacen saber en más de una ocasión. Por otro lado, Tezuka no esconde sus gustos e influencias en ningún momento, hasta se llega a marcar una gratuita splash page hacía el final de la obra donde aparecen personajes como Popeye, Betty Boop, Mickey Mouse o los protagonistas de la tira de prensa Bringing Up Father. En conjunto, podemos observar como el llamado Dios del Manga toma elementos de donde considera oportuno para empezar a construir su personalidad; falta refinar el resultado, pero es relevador situar su trabajo en el contexto histórico para darse cuenta de su labor como pionero. No había historias en el mercado japonés como Lost World antes de ella; Tezuka abría con sus primeros trabajos un universo de posibilidades hasta entonces desconocido.
No obstante, Lost World es una obra de su época, lo podemos comprobar también al analizar sus personajes femeninos y el tratamiento que estos reciben en la historia. En ella, los únicos personajes femeninos que aparecen tienen forma humana aunque en realidad son “plantas humanizadas” creadas por el doctor Makeru Butamo experto en ciencias y botánica. Este científico crea a dos seres con forma de mujer argumentado el hecho en que “todos los vegetales generan sus propias semillas” y, por tanto, todas son hembras. Lo más llamativo es que a pesar de sus extraordinarias habilidades -como el hecho de solo necesitar un poco de agua para subsistir- Butamo únicamente las ve «ideales para hacer de amas de casa y trabajos similares.” El héroe de la historia está de acuerdo con ello porque cuando se forma la tripulación para viajar hasta Mamango compuesta por siete hombres, un conejo y las dos jóvenes recién creadas, el joven Ken’ichi tiene claro que el lugar de estas es realizando las “tareas de limpieza y cocina”.
Metrópolis (1949). El germen de Astroboy y La Princesa Caballero
El siguiente trabajo de Osamu Tezuka en la industria -para la editorial Ikuei Shuppan– tuvo por título Metrópolis, una referencia directa a la película clásica de 1927 rodada por Fritz Lang que adaptaba la novela homónima de su esposa Thea von Harbou. Nuevamente, Tezuka vuelve a defender que a la hora de concebir esta historia no había visionado el famoso filme alemán y su inspiración pasa simplemente por algunas imágenes que había visto en una revista de la época del androide María que aparece en la producción. Es a partir de este elemento que el autor construye una historia de ciencia ficción que deja en un segundo plano la crítica social de su referente para seguir el esquema de sus anteriores trabajos marcados por el humor y el tono infantil de su propuesta (aunque con matices bastante adultos en algunos casos).
También se repiten en Metrópolis ciertos problemas de formato porque pese a la libertad editorial para concebir su historia Tezuka sobrepasa una vez más la extensión marcada y se ve obligado a hacer recortes que perjudican la coherencia del conjunto. La síntesis no es una de las virtudes de este joven mangaka que aún tiene que aprender a sintetizar sus enrevesados argumentos por los que se mueven sus personajes a trompicones, víctimas de gags interminables que ocultan los temas más interesantes que abordan sus historias. Sin ir más lejos, en Metrópolis Tezuka aborda cuestiones como la problemática medioambiental, la identidad sexual y la relación del ser humano con la tecnología. Este último lo explorará más abiertamente en Astroboy, desarrollando en paralelo a Isaac Asimov unas leyes de la robótica muy similares. No obstante, estos temas se encuentran a menudo con palos en las ruedas por esa herencia cartoon y de humor slapstick con la que el joven Tezuka está obsesionado.
En Metropólis vuelven a la acción Mostacho y Ken’ichi que aquí resulta ser el sobrino de este peculiar detective. La pareja será la aliada del Michi, un humano artificial creado por el Barón Rojo con la intención de hacerse con el control de la futurista ciudad de Metrópolis. Pero un sabotaje en el laboratorio permite huir a Michi y mezclarse con la población gracias a su forma humana y su capacidad para cambiar de sexo a voluntad. La trama pronto se convierte en una eterna persecución con el Barón Rojo intentando apresar a Michi mientras este hace frente a su dilema existencial a causa de su condición de transgénero que Tezuka nos sorprende al abordar en una época tan temprana. La puesta en escena mantiene la ingenuidad de las primeras obras del mangaka, aunque en Metrópolis podemos adivinar el germen de dos de sus personajes más conocidos: los ya citados Astroboy y La Princesa Caballero. El propio Tezuka consideró a Michi como un prototipo de su famoso androide y su ambigüedad sexual remite directamente al dilema de la sufrida Zafiro.
Es también interesante, como comentaba en 2015 el compañero Javier Agrafojo en su reseña de esta obra, “la reflexión sobre la existencia artificial, tratada como una nueva forma de vida, sin los prejuicios heredados del monstruo de Frankenstein (al cual se homenajea repetidamente, por otro lado) es un buen ejemplo de visión adelantada a su tiempo. Es curioso como el asunto se presenta y justifica como un caso de evolución humana, con un prólogo que nos retrotrae a la Prehistoria, casi veinte años antes de que el cineasta Stanley Kubrick planteara del mismo modo su ‘2001 Una odisea del espacio’.” En 2001, Metrópolis fue adaptada al anime por el estudio Madhouse, con el director Rintarô (Capitán Harlock) como principal responsable y Katsuhiro Ôtomo (Akira) firmando el guion; la cinta presenta con muchas y diversas licencias para actualizar la historia a los nuevos tiempos y acercarla más a la estética cybperpunk de este tipo de relatos, profundizando también en los temas que Tezuka sobrevolaba en el manga.
Next World (1951). El pánico nuclear
Next World es la última obra que encontramos en la Antología Osamu Tezuka, una obra publicada en 1951 por Fuji Shobo que cierra la llamada «trilogía de ciencia ficción» del autor conformada por este título y las ya reseñadas Lost World y Metrópolis. Este trabajo pasa por ser el más profundo de los tres con una trama que gira en torno a la guerra y el pánico nuclear generado por el enfrentamiento entre dos superpotencias, el país de Star y la Federación de Uran. Nos adentramos en una obra cuyo contexto nos remite al período de Guerra Fría y cuyo título hace referencia a la obra Esquema de los tiempos futuros de H.G. Wells, un autor que como Julio Verne también tuvo una gran influencia en los orígenes artísticos de Tezuka. Ellos representan el máximo exponente del concepto de ciencia ficción científica de la época y conectan con la visión del mangaka sobre este género.
Osamu Tezuka recalca que Next World no es una imitación ni un plagio de la obra de H.G. Wells que había sido adaptada al cine en 1936 por William Cameron Menzies con el título de Things to Come (La vida futura, en España). Las dos obras trascurren por derroteros bastante distintos, aunque son sorprendentemente parecidas en las premisas de los temas que abordan. El temor a la guerra mueve las dos historias que nos presentan un personaje que intenta prevenir al mundo de su locura. En un papel intermedio la ciencia, al mismo tiempo cómplice y solución del problema. No obstante, en Next World Tezuka introduce un elemento fantástico como son los fumuun, una nueva especie humana evolucionada a raíz de la radiación de las pruebas nucleares. Este elemento llama la atención porque supone un antecedente a Godzilla, el famoso monstruo japonés de los estudios Tōhō creado en 1954 por Ishiro Honda como una metáfora sobre el ataque nuclear al pueblo japonés durante la Segunda Guerra Mundial.
En Next World el científico doctor Yamadano intenta prevenir a los dirigentes mundiales sobre lo que está provocando la energía nuclear y el peligro que suponen los fumuun. Pero Yamadano no consigue poner de acuerdo a todo el mundo; el país de Star, liderado por el señor Cerebroff apuesta por abandonar la energía nuclear; mientras tanto, la Federación de Uran gobernada por Rednov defiende el uso de esta tecnología. El conflicto parece totalmente inevitable, la única esperanza son Mostacho, Ken’ichi y su nueva amiga Rococó, una fumuun que al contrario del resto de su especie acaba convencida por la bondad de la raza humana. Todos se verán envueltos en una trama de espionaje que les llevará a vivir mil y una penalidades, en un contexto que nos podría recordar también a 1984 de George Orwell, obra que se publicó un par de años antes de Next World así que difícilmente podría ser una referencia para Tezuka (a no ser que conociese la novela rusa Nosotros de Yevgueni Zamiatin publicada en 1921 y que supuso una inspiración primordial para 1984).
Por otro lado, la incontinencia creativa del Dios del Manga llega a su punto más alto en Next World pues la primera versión de la obra le ocupó nada menos que 1.000 páginas. La editorial obligó nuevamente a Tezuka a realizar cortes en la historia ante la imposibilidad de publicar todo su contenido lo que acabó dando como resultado una síntesis de tan solo 300 páginas que se publicó en dos tomos lanzados al mercado con un mes de diferencia. El recorte hace resentirse mucho a la historia, llena de lagunas, omisiones, extrañas elipsis y resoluciones confusas. Esto contrasta con una propuesta mucho más moderada en su uso del humor, forzosamente más dramática y en la que Tezuka sigue experimentando con las posibilidades que le ofrece el medio. Está claro que esas 1.000 páginas dibujadas por el mangaka responden al hecho de encontrarse en un momento dulce en lo creativo y su necesidad de plasmarlo en el papel.
Es interesante como Tezuka caracteriza a los dirigentes de los países en conflicto como polos opuestos, pero en ambos casos movidos más por rencillas personales e infantiles que por una necesidad de defender sus naciones, idelogías y decisiones políticas. Esto incluso se refleja en su manera de entender la figura de la mujer de los dos. En una cena de ambos dirigentes Cerebroff comenta que en su opinión «una mujer cuanto más delicada sea, mejor.» Por contra, Rednov opina que «las mujeres de ahora no deben permitir que los hombres las avasallen», asergurando que hay grandes mujeres en las más diversas disciplinas. Pero Cerebroff cree que en el país de Star se trata mejor a las mujeres porque «no hace falta ni que trabajen». Es entonces cuando Rednov le previene de qué se equivoca y lo comprobará cuando «surjan chicas que no se conformen con la situación actual.» Mientras, el villano de la función, Lamp Acetylene -ya visto en Metrópolis– hace de las suyas para recrudecer el conflicto.
La asimilación al conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría resulta obvia, situándose en esta historia Japón en mitad del conflicto a través del doctor Yamadano y su lucha por prevenir del riesgo de la energía nuclear. El mensaje medioambiental, la necesidad de la paz y la armonía con la naturaleza son el trasfondo de una obra en la que Tezuka sienta las bases de lo que nos ofrecerá en un futuro. De esta manera, Next World es una muestra más del genio de Tezuka, pero también de unos inicios en los que el entusiasmo y sus referentes tenían demasiado peso en la visión de sus obras haciendo que sus principales virtudes quedasen en un segundo plano. Eran obras enfocadas a un público infantil, aunque hablasen de cuestiones de identidad sexual, holocaustos nucleares o tramas de espionaje. La aportación de Osamu Tezuka al mundo del manga fue decisiva y su visión se convirtió en la norma a seguir; el público japonés buscaba lo mismo que había encontrado en sus trabajos y eso es uno de los motivos que le llevaron a erigirse como el todopoderoso Dios del Manga.
Valoración Final
Guión - 6
Dibujo - 7
Interés - 9
7.3
Historia del manga
Antología de Osamu Tezuka es un recopilatorio con las historias de juventud del Dios del Manga, obras en las que Tezuka revolucionó el medio con su narrativa hasta entonces inédita, influenciada por la cultura popular estadounidense. Hoy son historias que nos pueden parecer inocentes, confusas y obsoletas, pero tienen un valor histórico de primer nivel porque nos permiten conocer los primeros pasos de un mangaka irrepetible.