Archivos DC: Sargento Rock de Robert Kanigher y Joe Kubert

Un clásico del cómic americano. Un soldado. Una compañía. Dos maestros.

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Robert Kanigher, Joe Kubert

Durante su primer año como primer ministro de Rumanía, Ion Bratinau prohibió que los judíos romaníes se establecieran en todo el territorio nacional. Poco después, comenzaron las grandes olas migratorias. Una de esas olas rompió contra las costas de Estados Unidos: sobre su cresta viajaron los padres de Robert Kanigher, nacido en Nueva York el 18 de Junio de 1915.
La familia de Kanigher no tardó mucho en despertar del sueño americano, sin embargo. “La Gran Depresión quebró a mi padre”. Eso es lo que Robert confesó a Alter Ego, sin duda recordando como tuvo que ponerse a trabajar a la tierna edad de doce años.

Quizás no por casualidad, la biografía familiar de Joe Kubert es bastante parecida a la de Kanigher. Kubert nació el 18 de Septiembre de 1926 en Jezierzany, al sudeste de Polonia. Cuando Kubert tenía dos meses su familia (sus padres, su hermana y él mismo) arribó a Estados Unidos. Kubert creció siendo el hijo de un carnicero kosher en el East End, el hogar tradicional de los inmigrantes judíos, alemanes, italianos y rusos, primero, y puertorriqueños y afroamericanos, después.

En 1932, Robert Kanigher (escritor precoz) ganó el premio del New York Times a la mejor historia corta. No obstante, la carrera de Kanigher no iba a conducirse por las carreteras de la “literatura respetable”. Kanigher necesitaba ganar dinero, y ganar dinero significaba escribir guiones cinematográficos, programas de radio, obras de teatro, e incluso un libro con el sugestivo título de Como hacer dinero escribiendo.

Robert Kanigher.

Por supuesto, también estaban los cómics. Las carreras de Kanigher y Kubert en el medio están ligadas de manera indisoluble a la figura de Will Eisner. En lo que a influencia se refiere, la visión de Eisner del cómic como un medio adulto impregnaría el tono dramático de As Enemigo, El Soldado Desconocido y Sargento Rock, así como a las obras postreras de Kubert (Fax from Sarajevo, Yossel). En lo se refiere a aspectos puramente materiales del negocio, los primeros guiones de Kanigher fueron escritos para Blue Beetle, un superhéroe propiedad (en aquel momento) de Fox Comics que Eisner había creado. A su vez, Kubert se encargaría de dibujar algunos números de la misma colección, así como de colorear las siete páginas dominicales de un cómic muy particular propiedad del Sunday supplement: The Spirit.

En 1945, Kanigher se unió a DC, donde asumió labores de editor y acometió encargos de mayor o menor envergadura. Escribió las aventuras de la Sociedad de la Justicia de América para All-Star Comics, así como las peripecias de los Hawkman y Green Lantern de la Edad de Oro. En 1947, Kanigher tomó las riendas de la escritura de Wonder Woman tras el fallecimiento de William Moulton Marston. En 1948, se convirtió en editor del título. Para Flash Comics #86, Kanigher escribió una historia corta de seis páginas titulada Canario Negro. Este pequeño cuento se constituye como la primera aparición de la superheroína homónima, así como el primer trabajo publicado de Carmine Infantino.

Por aquellos días, Joe Kubert también comenzó su larga relación con DC Comics. Para Leading comics #8, creó a Los siete soldados de la victoria. Para The Big All-American Comic Book, Kubert dibujó A hot time in the old town. Hasta cierto punto, esta historia breve podría considerarse un hito del cómic estadounidense: es la primera historia en la que Kubert se encontró con uno de sus personajes fetiche, Hawkman. Junto con Irwin Hansen, Kubert diseñó a La Sociedad de la Injusticia para All Star Comics #37. El guion de esta historia es un trabajo de Robert Kanigher. El equipo Kanigher/Kubert (tal y cómo se les conocería en el futuro) también colaboró mano a mano en Flash Comics #89.

Joe Kubert.

En la inestable industria del cómic norteamericano post 2ª Guerra Mundial, Kubert dio los primeros pasos que le llevarían a convertirse en una leyenda del medio. Abordó el trabajo de cierto número de encargos interesantes. Junto a su compañero de la escuela de artes Norman Maurer creó a Tor para Saint John Publishing (editorial en la que Kubert ejercía labores editoriales: nuestro hombre era un portento en lo que a capacidad de trabajo se refiere). Tor es un hombre primitivo lanzado a la aventura prehistórica bajo el impulso de ciertos instintos heroicos todavía no articulados por la inteligencia humana. Pero más allá de este sencillo argumento, Tor fue importante para Kubert por varios motivos.

En primer lugar, supone el primer acercamiento del autor a la temática bárbara. El dominio kubertanio de la anatomía y la expresividad le permitieron dibujar héroes salvajes de inusual fuerza y expresividad, como demuestra este Tor o las posteriores y legendarias etapas en Hawkman y Tarzán. En segundo lugar, Tor fue uno de los primeros experimentos para intentar fabricar un cómic en 3D; experimento frustrado, por otra parte, porque la editorial solo pudo asumir los costes de este caro y extraño formato en el segundo número. En tercer lugar, aunque la serie fue cancelada en su quinta entrega Kubert pudo quedarse con los derechos del personajes. De este modo, se convirtió en un autor con todas las letras y, lo que es más importante, pudo llevarse (a lo largo de cuarenta años) al personaje allá donde quiso (DC, Epic, Eclipse).

Tor, por Joe Kubert y Norman Maurer.

Estos años (que podrían considerarse de transición y experimentación) también guardan dentro de sí otro hito: el primer encuentro de Kubert con el género bélico. Esto ocurrió en la editorial EC, bajo el amparo de William Gaines, Al Feldstein y Harvey Kurtzman. ¿Hasta qué punto influyó la línea bélica de EC en las colecciones (G.I. Combat, Our Army at War, Our Fighting Forces, All-American Men of War y Star Spangled War Stories) editadas por Robert Kanigher a partir de 1952 para DC? Lo cierto es que no puede entenderse el espirítu antibelicista que insuflaba vida a la compañía Easy sin tener en cuenta el carácter progresista de su inmediato predecesor, los cómics de EC; pero también es cierto que este carácter progresista en un afluente de una corriente contestaría que fluye a través de campos de batalla y siglos de historia. Como suele decirse, antes del hombre existió la guerra.

Algunos apuntes bélicos

De una manera un tanto burda, podría definirse la guerra como la movilización de los recursos (económicos, humanos, políticos) de una comunidad con el objetivo de modificar el estatus de esa misma comunidad, mediante el uso de la fuerza, la diplomacia o ambas en oposición a otra comunidad. Los estudiosos del mundo antiguo no acaban de ponerse de acuerdo acerca de si en la prehistoria existieron conflictos que pudieran llevar la etiqueta de guerra; pero lo que sí parecen tener bastante claro es que las primeras guerras de las que han quedado constancia por escrito son aquellas que permitieron unificar los antiguos imperios de Oriente Medio y del delta del Nilo.

Uno podría pensar que la guerra dio origen a la escritura (entendida esta como medio de legitimación política). Pero esta relación causa-efecto entre la guerra y la cultura (entre la violencia y la conciencia) no es ni mucho menos tan clara cómo podría parecer a simple vista. Si se invierten los factores de la ecuación las consecuencias filosóficas son terribles, pero no inverosímiles. En cualquier caso, no deja de ser significativo que la obra literaria más conocida e influyente de la antigüedad hable de la guerra. Es significativo, pero fácil de explicar: si contar una historia consiste en explorar y explotar las pasiones humanas, la guerra es la anécdota (en el sentido aristotélico de la expresión) perfecta para contar una historia. En la guerra, los esfuerzos que la humanidad ha hecho para mantener a raya sus impulsos atávicos demuestran ser vanos y fútiles: las pasiones tienen vía libre para desatar su furia sobre el mundo.

Kill, por Harvey Kurtzman.

De La Ilíada y La Odisea provienen todos o casi todos los tropos empleados aún a día de hoy en el género bélico: la cólera y la gloria como motivos enfrentados y complementarios, el desprecio por los mandos y los dioses, la responsabilidad individual y social, el regreso a casa. Antes he puntualizado el todos con un “casi” porque, aunque este artículo no pretende ser ni muchos menos un repaso exhaustivo a la historia del género bélico a lo largo de la Historia, no podemos dejar de mencionar otra obra literaria de envergadura capaz de aportar otro tropo importante a la narratología occidental. En la Anábasis de Jenofonte (compuesta unos cuatro siglos después de Homero) se nos cuentan las peripecias de un ejército atrapado en territorio enemigo: la aventura consiste ahora en regresar a la patria querida.

En cualquier caso, fue la figura de Aquiles la que traspasó los límites de la mera literatura inspirando de manera directa o indirecta a los grandes conquistadores de Europa: Alejandro Magno, Aníbal, Julio César, Juliano, Carlomagno, Napoleón. Precisamente es con este último con quien se dan cambios importantes en lo que concierne a la relación de la población civil con la guerra.

La Revolución Francesa y las consecuentes guerras que trajo consigo “creó un nuevo sentimiento colectivo, el patriotismo popular […] y produjo la identificación del pueblo con la patria en peligro, y con el gobierno y régimen revolucionarios que la encarnaban”, tal y cómo apunta Juan Carlos Fusi en su Breve historia del mundo contemporáneo (p.18). Es decir, que si durante la Edad Media el grueso de un ejército nacional estaba formado o bien por campesinos atados a condiciones de vasallaje o bien por honrados mercenarios a sueldo, durante la Edad Contemporánea el soldado por antonomasia es el recluta preocupado por (u obligado por) su nación.

Como es lógico, el reclutamiento obligatorio (instaurado por Napoleón después de que esta práctica cayera en desuso desde los tiempos del Imperio Romano) produjo cambios drásticos en la manera en la que los escritores y artistas tenían de tratar la guerra. Estos pasaban con rapidez y habilidad del fervor tribal al desencanto, normalmente motivados por su paso por el ejército. La 1ª Guerra Mundial convirtió el desencanto en un motivo generacional, como bien atestiguan los numerosos libros surgidos de las trincheras del conflicto.

Una escabrosa portada típica de EC Comics.

Las historias de Ernest Hemingway, por ejemplo. Hemingway condujo ambulancias en el frente italiano durante la Gran Guerra y su primer libro importante de cuentos (En nuestro tiempo, una serie de viñetas centradas en la vida y milagros del soldado Nick Adams) puede entenderse como una reflexión lingüística acerca de la imposibilidad de, precisamente, el lenguaje después del horror (o eso opina Ricardo Piglia).Hemingway siguió recorriendo el siglo XX a lomos de distintas guerras, y dejó plasmadas sus experiencias en varios libros memorables (Adiós a las armas, también ambientado en la 1ªGuerra Mundial; Por quién doblan las campanas, sobre la Guerra Civil Española; Islas en el golfo, indirectamente relacionado con la 2ªGuerra Mundial).

Al otro lado de la trinchera, los escritores alemanes también vivieron y escribieron su particular desarme. Notorio es el extraño caso de Thomas Mann, quien en 1917 se mostró cómo un anti-demócrata belicista en Consideraciones de un apolítico, para dibujarse como un esteta liberal en los años de la República de Weimar. El exilio de sus años postreros es lo que en cierta forma redime la figura de esta gigante literario, pero Mann no fue el único alemán condenado al exilio por condenar la guerra.

En Sin novedad en el frente (1929), Erich María Remarque registra las experiencias de los soldados alemanes en las trincheras, y las dibuja por oposición a toda la retórica patriótica y militar de moda en la Alemania del Kaiser Guillermo. Con las ascensión de los nazis al poder, Remarque fue acusado de “degenerado” por sus ideas anti-bélicas, y se exilió en Estados Unidos, donde, apenas veinte años después, ser pacifista se convirtió en sinónimo de “comunista”.

“Prefiero las ratas a los cañones” responde el coronel Dax al general Broulard, quien ha dicho que no respeta a los oficiales que se asustan ante una pequeña rata. Es una declaración atrevida que marca el tono antiautoritario de Senderos de gloria, obra maestra del cine universal dirigida por Stanley Kubrick, protagonizada por Kirk Douglas y escrita por Jim Thompson. Thompson (autor de novelas negras tan legendarias como El asesino dentro de mí, 1280 almas o La huida, esta última adaptada al cine por Sam Peckinpah) fue traicionado y despreciado por Kubrick, pero curiosamente nunca fue acusado de “comunista”, a pesar de que lo era, o lo fue en su juventud, al menos.

Kirk Douglas en Senderos de Gloria, dirigida por Stanley Kubrick y escrita por Jim Thompson.

Dalton Trumbo, guionista de Espartaco, salió bastante mejor parado de su encuentro con el tándem Kubrick/Douglas; en parte, porque su asociación con Douglas le permitió salir del ostracismo al que había sido condenado por sus posiciones políticas comunistas. En 1971, Trumbo escribió y dirigió Johnny cogió su fusil, adaptación de la novela que él mismo había redactado en 1939. El largo monologo interior de la obra de Trumbo nos descubre la verdadera faz de la guerra: el rostro de Johnny, cuyos dientes, ojos, lengua y orejas han sido destruidos por un obús.

Icónico poster de Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo.

Hay un elemento que define las guerras del siglo XX de forma tan inapelable como la nación define las guerras del siglo XIX: el periodista. Las pequeñas postales de y desde el horror perseguidas con ahínco por hombres y mujeres valientes destruyeron de forma definitiva cualquier idea romántica acerca de la guerra. Dos corresponsales de guerra en particular se encuentran bastante próximos al cómic: Ernie Pyle (2ªGuerra Mundial) inspiró a H.G.Oesterheld y Hugo Pratt a la hora de crear a Ernie Pike, mientras que Robert Capa (Guerra Civil Española, 2ªGuerra Mundial, Indochina) inspiró a Manfred Sommer a la hora de crear a Frank Cappa. Sommer, por cierto, fue un heredero literarío y gráfico del gran Hugo Pratt, como también lo sería Joe Kubert. Todos los círculos se cierran.

Ernie Pike, por Oesterheld y Pratt.

La sensibilidad de la obra de Hemingway, Remarque, Kubrick, Thompson, Trumbo, Pyle, Capa, Oesterheld, Pratt y Sommer es la misma sensibilidad que baña las historias bélicas de EC y las historias bélicas editadas por Robert Kanigher en DC. En el grupo de las primeras podemos citar brevemente algunos relatos míticos. Tomemos, por ejemplo, Kill (guion y dibujo de Harvey Kurtzman, Two fisted tales #22), donde un soldado norteamericano y un soldado coreano se baten en un duelo mortal y sentido, parábola de la guerra de Corea y quizás de todas las guerra. Hablemos, también, de Rubble (guion y dibujo de Harvey Kurtzman, Two fisted tales #24) donde un campesino coreano levanta con esmero una cabaña que, por supuesto, será fácilmente destruida por las herramientas de la guerra.

Frank Cappa, por Manfred Sommer.

En cuanto al grupo de “las historias bélicas editadas por Robert Kanigher para DC” debemos indicar en primer lugar donde se publicaron estas historias. G.I.Combat (G.I es el nombre genérico que reciben los miembros de las fuerzas armadas estadounidenses) se centró a lo largo de su dilatada trayectoria (1952-1987) en la 2ªGuerra Mundial, en la Guerra Fría y en la Guerra de Vietnam. También fue la casa donde nacieron algunos personajes emblemáticos como The haunted tank, The losers o The bravos of Vietnam, y la colección donde colaboraron autores de la talla de Jerry Grandenetti, Neal Adams o el propio Robert Kanigher.

El catálogo de autores e historias que conforman el grueso de Our fighting forces es immenso: Ross Andru, Gene Colan, Jerry Grandenetti, Bruce Jones, Joe Kubert, Wally Wood. Archie Goodwin y Alex Toth trabajaron juntos en Burma Sky (Our Fighting Forces #146), donde se cuentan los heroicos enfrentamientos de los aviones de la RAF y la aviación japonesa sobre los cielos de Birmania en los tiempos de la 2ªGuerra Mundial.

Burma sky, por Goodwin y Toth.

Jack Kirby escribió y dibujo la etapa de la colección comprendida entre el #151 y el #162, once números protagonizados por The losers, una compañía formada por (anti)heroicos soldados. The losers (Capitán Johnny Cloud, piloto navajo; Capitán William Storm, de la marina estadounidense; Sarge Clay; Gunner Mackey) habían ayudado a The haunted tank a desbaratar una estación de radar nazi (G.I.Combat #138) y sus aventuras serían escritas por Robert Kanigher y dibujadas por un gran número de artistas, entre los que se encontraba Joe Kubert. The losers también sirvieron de inspiración indirecta para la serie homónima de Vertigo escrita por Andy Diggle y dibujada por Jock.

The losers, por Jack Kirby.

Como de costumbre, la lista de colaboradores de All-american men at war es impresionante: Robert Kanigher, Alex Toth, Gene Colan, Jerry Grandenetti, Joe Kubert. No obstante, un par de anécdotas históricas relacionadas con este título en particular nos permitirá apuntar un par de cosas interesantes sobre la ficción de género americana.

All-american men at war comenzó su andadura en el #127 ¿Por qué? Porque hasta el momento la serie llevaba por título All-american western, y en sus páginas, se publicaban, en efecto, westerns. Que la colección asumiera con tanta naturalidad un cambio (aparentemente) tan brusco de género pone de relieve las conexiones secretas y las líneas de poder que conectan los cuatro principales arquetipos americanos: el cowboy, el detective, el superhéroe y, por supuesto, el soldado. Son cuatro aspectos de un mismo fenómeno: el individuo que lucha con denuedo contra fuerzas gregarias y tribales (la civilización, la ciudad, el crimen, la guerra) que están más allá de su control.

Segundo asunto interesante. En 1963, Roy Lichtenstein exhibió en la galería Leo Castelli de Nueva York un cuadro que llevaba por título Whaam!. Fiel a la principal innovación de su arte (la descontextualización empleada como hacha contra el simulacro), Lichtenstein había tomado prestada la viñeta del All-american men at war #89, concretamente de Star Jockey, una historia escrita por Robert Kanigher, dibujada por Irv Novick y protagonizada por Johnny Cloud, piloto navajo. Hay como mínimo dos cosas que se pueden decir de Whaam!.

Star Jockey, por Kanigher y Novick.

En primer lugar, ni Kanigher ni Novick tuvieron una pizca de reconocimiento por el trabajo y, por supuesto, no vieron un centavo. En segundo lugar, fijémonos en las palabras pronunciadas por un empleado de la Tate Gallery en 2006 (el año en el que el museo de Londres compró el cuadro): “Whaam! trata de muchos temas […] entre ellos el fenómeno de las tiras de cómics convertidas en consumo masivo”. Es esta una afirmación que supone una condena estética a todo un medio artístico, que permite colocar la problemática etiqueta de “consumo de masas” a una forma de expresión, que alimenta la distinción artificial entre baja y alta cultura, y que nunca habría podido existir sin la descontextualización que Lichtenstein practicaba con alegría. Es interesante constatar que el motor que llevó a Lichtenstein a pintar esta obra tiene mucho que ver con las motivaciones profundas de muchos veteranos del cómic: Lichtenstein había servido en la aviación americana durante la 2ª Guerra Mundial y había quedado marcado por esas experiencias para siempre.

Pero por muy reprochables que fueran sus métodos, el afilado resultado de la visión crítica de Lichtenstein sigue ahí. La pregunta, aunque no nos guste sigue ahí: ¿hasta qué punto las historias de cowboys, detectives, superhéroes y soldados son el combustible ideológico de un sistema infernal? No responderemos a esta pregunta porque no podemos responderla: están en juego demasiadas facetas de nosotros mismos tenazmente construidas.

Whaam, por Lichtenstein.

Star spangled war stories cuenta (además de con la nómina habitual de grandes autores) con dos hitos en su historial. En primer lugar, la presentación (orquestada por Robert Kanigher y Jerry Grandenetti) de Mademoiselle Marie, una integrante de la Resistencia Francesa y futuro interés romántico del Sargento Rock. En segundo lugar, la presentación (en el marco de una macro-historia titulada La guerra que el tiempo olvidó, escrita por Robert Kanigher y dibujada por Ross Andru) de un comando de soldados en la Guerra del Pacifico que dan por casualidad con una isla repleta de dinosaurios. Algunos de estos soldados se revelarían como prototipos de futuros miembros de El Esquadron Suicida.

Y así llegamos por fin hasta Our Army at war, patria original de El Sargento Rock, pero también de El As Enemigo y de El Soldado Desconocido, tres creaciones de Robert Kanigher y Joe Kubert.

Our army at war

El As Enemigo (primera historia en Our army at war #151) cuenta las andanzas y desventuras de un romántico, nostálgico y oscuro piloto alemán durante los días de la 1ªGuerra Mundial. Las escuadras de aviación que lucharon en el frente occidental han nutrido multitud de historias (El primer vuelo del águila fantasma, de Garth Ennis y Howard Chaykin, se cuenta entre las más recientes y las más memorables); ello es debido en parte a las terribles condiciones de estas luchas (los pilotos prácticamente luchaban en latas de metal equipadas con ametralladoras), a algunos aspectos pintorescos de estas luchas (los pilotos contaban con un sistema de acreditación de victorias, es decir, de asesinatos, semejante al de un torneo deportivo) y al legendario código de honor de los pilotos que, entre otras cosas, les impedía masacrarse unos a otros cuando tomaban tierra.

El As Enemigo, nombre civil Hans von Hammer, nombre de guerra El martillo del cielo, está basado (por todos es conocido) en la figura de Manfred von Richthofen, el Barón Rojo, el mayor as de la aviación con 80 bajas confirmadas. Como cualquier otra leyenda bélica, Richthofen se ganó su lugar en la historia por su tenaz y valiente osadía. Una osadía que lindaba con la temeridad (aspecto muy bien reflejado por Kanigher y Kubert en la serie de El As Enemigo). El sobrenombre de este caballero volador provenía de los vivos colores con los que pintaba los aviones de su escuadra: para Richthofen era menos importante pasar desapercibido que causar terror. Fue derribado el 21 de Abril de 1918. Una bala le atravesó el pecho pocos meses antes de que concluyera la guerra (cuenta la leyenda que el Sgt Rock morirá el último día de la 2ªGuerra Mundial por el mismo motivo). Fue enterrado por los británicos y en su lápida todavía hoy puede leerse este epitafio: “Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Que descanse en paz.”

El As Enemigo, por Kanigher y Kubert.

El Soldado Desconocido apareció por primera vez en Our Army at war #168 (como secundario de una historia del Sargento Rock escrita por Kanigher y dibujada por Kubert). De identidad, como indica su nombre, desconocida, este soldado con la cara cubierta por gruesos vendajes se dedicaba a infiltrarse en territorio enemigo. Casi por costumbre, el protagonista se dejaba llevar por impulsos humanitarios que desbarataban sus misiones de infiltración. Star spangled stories pasó a llamarse The unknown soldier a partir del #204, manteniendo este título hasta su cancelación, cinco años después.

El Soldado Desconocido murió el último día de la guerra salvando a una civil…o quizás no, porque se ha sugerido en más de una ocasión que siguió vivo y en activo, trabajando para el gobierno de EE.UU. Una atractiva premisa que sirvió a Garth Ennis y Kilian Plunkett para convertir al Soldado en todo un símbolo de la decadencia estadounidense en una recordada miniserie en Vértigo.

(Delirante portada de) El soldado desconocido, por Kanigher y Kubert.

El Sargento Rock apareció por vez primera en Our Army at War #83 (Junio de 1959). La trama es sencilla, pero atractiva: Joe Wall pertenece a la Easy Company, y es tan duro que es capaz de meterse debajo de un acorazado alemán en marcha, colocar una bomba lapa, levantarse y acabar con unos cuantos nazis. Tampoco tiene demasiado respeto por el Sgt. Rock, la roca de la compañía Easy. Sin embargo, será el Sargento Rock quien acabé salvando la vida de Joe cuando este sufra una crisis nerviosa en pleno combate. Tal y cómo reza la frase final de la historia: “Un muro puede caer…¡pero no una roca!”.

The rock and the wall, por Kanigher y Kubert.

A lo largo de los años, Kanigher y Kubert tallarían para Frank John Rock un complejo árbol genealógico y una sinuosa biografía. El padre biológico de Rock, John, murió en el frente, en la 1ªGuerra Mundial (se menciona en Our Army at War #275). Rock fue criado junto a sus hermanos por Frank, un minero de Pittsburgh. Frank moriría en un derrumbe (Our Army at War #231), y Rock se convertiría en boxeador para alimentar a sus hermanos (uno de estos hermanos luchó en el frente del Pacífico con la infantería americana, según cuenta el propio Rock en Our Army at war; en la etapa de Alan Moore en Swamp Thing se menciona a un tal Adam Rock, veterano de Vietman, aunque no está claro si tiene alguna relación con el Rock original).

Rock no tenía demasiada habilidad como boxeador, pero nadie podía noquearle. Sin duda, esta voluntad le acompañaría en su etapa (finales de los años 30) como trabajador en unos altos hornos de Pittsburgh (curiosamente, quizás no tanto, los protagonistas de El cazador, de Micahel Cimino, también trabajarían en un alto horno antes de marchar a la guerra). Pocos días después de Pearl Harbor, Rock sentiría la llamada y acabaría alistándose en la Big Red One, la 1ªDivisón de Infantería americana. Con ella combatió en África, Italia y Alemania, junto a los hombres de la Compañía Easy, donde nada es fácil.

En los primeros años de la serie, Kanigher y Kubert presentarían a algunos destacados miembros de la compañía y a la propia compañía. La historia protagonizada por la compañía Easy en el número #84 se titula Risas en la colina Cabeza de Serpiente. Sugestivo nombre. Proviene de las carcajadas que sueltan los miembros de la Easy Company mientras están atrapados entre unas colinas y un ejército de furiosos alemanes, luchando por sus vidas. En esta historia, como en la anterior, destacan las transiciones aspecto-aspecto que Kubert emplea para aumentar la tensión y el drama mediante el plano fijo.

Risas en la colina Cabeza de Serpiente, por Kanigher y Kubert.

Ice cream soldier! (Our army at war #85) cuenta la historia de un jovencito de la Easy aterrado por el combate. Todos le ponen el apodo de Ice Cream (algo equivalente a “blandito” o “vainilla”)…pero resulta que el soldado Ice Cream deberá demostrar su valor entre la nieve. Ice cumplirá, se ganará los galones y se convertirá en uno de los miembros más respetados de la Easy.

El enfrentamiento de Rock con un oficial de rango y catadura moral inferior fue otro de los motores de la colección prácticamente desde sus comienzos. En Our army at war #95 nos encontramos con La batalla de los galones, donde el conflicto principal entre Rock y Bulldozer Nichols queda definido en la primera línea del cómic: “¡Si quieres mis galones, sube a esa colina y gánatelos!”. Un tema similar encontramos en Los soldados nunca mueren (Our army war #98), una historia maravillosamente ilustrada por Kubert que enfrenta a Rock con un soldado desencantado por la muerte de su mejor amigo en la compañía. De nuevo, la moral en la guerra.

En Our army at war #113, Kanigher escribió y Kubert dibujó Los ojos del tirador ciego; es decir, la presentación de Harold “Wildman” Shapiro, un pacífico profesor universitario de inglés que se convierte en un salvaje cuando entra en batalla. En su primera historia, Wildman debe guiar a un soldado afroamericano en mitad de la batalla: deberá ser (como bien dice el título) los ojos del tirador ciego.

El tirador ciego, por cierto, se llama Jackie Johnson y su nombre es una síntesis de Jackie Robinson y Joe Louis, dos deportistas afroamericanos (jugador de béisbol el primero; boxeador el segundo) que sirvieron en el ejército americano durante la 2ªGuerra Mundial.
En la figura de Jackie Johnson encontramos cierta reivindicación que también está en el tirador de la Compañía Easy: Little Sure Shot, Louis Kiyahani, un tirador y rastreador apache que decora su casco con plumas. Como curiosidad, durante la 2ªGuerra Mundial el ejército americano empleo a nativos navajos como locutores de claves (transmisores de mensajes codificados).

Los ojos del tirador ciego, por Kanigher y Kubert.

En estas primeras historias encontramos algunos de los elementos que convertirían en míticas las historias del Sargento Rock. Por supuesto, tenemos al carismático Sargento Rock y el explosivo talento visual de Joe Kubert, capaz de plasmar por igual la emoción de un bombardeo o de una conversación. También tenemos el motor de la acción. Es decir, la anticipación. Es decir, la necesidad del lector de saber si tal o cual personaje estará a la altura en una u otra situación de combate. Estar a la altura en relación con una visión heroica e irreal (por la plasmación de un cierto código de insubordinación forajida dentro de las jerarquías militares, típico de la ficción americana) de la guerra. Irreal y heroica…hasta cierto punto, porque los guiones de Kanigher y los dibujos de Kubert nos meten de lleno en la batalla, nos dejan oler el humo y la sangre, y nos permiten escuchar los gritos de los muertos y los moribundos. En suma, las historias del Sargento Rock (y también las de El As Enemigo y El Soldado Desconocido) son historias sobre moralidad.

¿Por qué es carismático el Sargento Rock? El personaje es prácticamente un supersoldado, pero eso es algo que los lectores ya habían visto antes. La fuerza y la habilidad del Sargento Rock son importantes, pero no definitorios. El Sargento Rock glorifica la acción, pero no la guerra, y su causa es un sueño: el sueño de que la humanidad y la justicia se sobreponen incluso al horror de la guerra.
Esto queda bastante claro en algunas historias excelentes (como aquella de Our Army at War #175, donde Rock se conmueve hasta las lágrimas al no haber podido salvar a una niña en el fragor de la lucha) y en algunas historias excelentes y míticas. Estoy hablando, claro, de Head Count (Our Army at war #233), la respuesta de Kanigher y Kubert a la masacre de My Lai.

Head count, por Kanigher y Kubert.

¿Recuerdan aquello de qué los pilotos de la Gran Guerra participaban en un ranking que se parecía mucho a una competición deportiva? Las unidades que operaban sobre el terreno en Vietnam tenían algo parecido: medían su eficacia con el número de bajas que eran capaces de causar. El problema es que resultaba muy difícil (puesto que no había un frente definido) medir con exactitud los asesinatos, de modo que cada soldado se las apañaba como podía para subir puestos en el ranking. Subir puestos significaba (además de matar mucho) nada en absoluto, de modo que resulta bastante improbable que este fuera el motivo que llevó a William Laws Calley (profesor en Saigón de mujeres en situación de exclusión social) a dirigir la masacre de My Lai.

El 16 de Marzo de 1968, el oficial y piloto de helicópteros Hugh Thompson Jr. sobrevolaba junto a sus hombres la aldea de My Lai y algo le llamó la atención: el gran de muertos (ninguno en edad de reclutamiento) en ausencia de explosiones. Thompson ordenó a su escuadra aterrizar. En cuanto tomaron tierra, un soldado del pelotón de William Laws Calley disparó contra una joven vietnamita frente a los hombres de Thompson. Este descubrió que el pelotón de Calley había violado y asesinado a todas las niñas y mujeres del poblado, y que había reunido a los supervivientes frente a una zanja.

Thompson ordenó a sus hombres disparar contra el pelotón de Calley si alguno de sus miembros demostraba la más mínima intención de disparar. Thompson interpuso su helicóptero entre los asesinos y la zanja, y evacuó a los supervivientes. Uno de los hombres de la tripulación de Thompson, Glenn Andreotta, vio movimiento en la zanja. Andreotta saltó a la zanja y caminó entre los cuerpos despedazados. Bajo la carne lloriqueaba un niño pequeño.

Andreotta murió tres semanas después, en un accidente aéreo. Calley fue condenado a tres años de arresto domiciliario y después fue indultado por Richard Nixon. Thompson fue herido ocho veces. Se rompió la espalda. Fue apartado e ingresado en un hospital de veteranos. Cuando los hechos de My Lai salieron a la luz, fue vilipendiado por el público y señalado por los mandos: a punto estuvo de protagonizar un consejo de guerra. Sucumbió al alcohol, al divorcio y a un largo olvido de veinte años. En 1965, Thompson trabajaba en una funeraria y solo quería formar una familia junto a su esposa.

Hugh Thompson Jr.

Al final de Head Count, el Sargento Rock debe elegir si disparar o no sobre Johnny Doe, un soldado de su compañía que gusta de matar prisioneros de guerra y civiles. En efecto, el guion de Kanigher traslada el conflicto de My Lay hasta los campos de batalla de Europa durante la 2ªGuerra Mundial (al fin y al cabo, todas las guerras son iguales), y Johnny Doe comparte nombre con el personaje de Kevin Spacey en Seven. Comparten algo más que nombre, en realidad: los dos son criaturas del mal, del abismo, de la nada que anticipa su nombre. Esto es algo que Kanigher se esfuerza por dejar claro en la historia: la guerra es un detonante, una excusa, pero no es lo que hace a Johnny ser como es.

Quizás sabiéndolo, quizás no, Kanigher se aproxima a las tesis de Hannah Arendt y Philip Zimbardo (además de a El asesino, aquella mítica historia del The Spirit de Will Eisner sobre un veterano de guerra). Johnny Doe lleva el mal dentro, pero sus demonios interiores no le convierten en un monstruo: es tan humano como cualquiera de nosotros. Más inquietante todavía: Johnny Doe alcanza el estatus de héroe y la sociedad en su conjunto le apoya y aplaude cada nueva muesca en su fúsil, al igual que los alemanes aplaudieron a Adolf Eichmann y los norteamericanos apoyaron a William Laws Calley.

El guion original de Head Count mostraba al Sargento Rock disparando sobre Johnny Doe. Joe Kubert consideró que mostrar como un soldado americano disparaba contra un soldado americano podía (en un símil no necesariamente literario) condenarlos a muerte. Head Count termina con la muerte de Johnny Doe fuera de campo. El mal ha sido derrotado, pero la tristeza y la miseria permanecen. Como escribió Bertolt Brecht en El resistible ascenso de Arturo Ui: «No os regocijéis en su derrota. Por más que el mundo se mantuvo en pie y paró al bastardo, la perra de la que nació está en celo otra vez».

El regreso

Pero, ¿no es la vida una guerra? ¿No son las trincheras más que una metáfora del barro del que venimos, del barro dónde morimos y del sufrimiento de todo lo que hay en medio? Decía Santiago García en la entrada sobre Peanuts en el libro Cómics sensacionales que los biógrafos de Charles M.Schulz se dedicaban a llenar la vida del dibujante de datos heroicos, cómo si pasarse cincuenta años atado a una mesa de dibujo trazando la catedral más grande de la historia del medio no fuera lo bastante heroico. Robert Kanigher y Joe Kubert sabían algo de este tema.

El Sargento Rock fue la última creación importante de Robert Kanigher. Con el paso del tiempo, Kanigher dejó las labores editoriales, y posteriormente los guiones, de los títulos bélicos de DC en manos de Kubert. Este último escribió y dibujó Our Army at War (posteriormente simplemente titulada Sgt. Rock), cediendo la serie a otros autores (Russ Heath, Doug Wildey, George Evans, Irv Novick, Dan Spiegle) hasta la cancelación del título en el #422.

El Sargento Rock de Russ Heath.

Kanigher poseía una sensibilidad muy especial. Emparentado con la visión humanista y sin embargo pesimista de Hemingway, Steinbek, Eisner, Thompson, Kurtzman y Trumbo, Kanigher no tenía mucho que ver con los sonrientes y liberales superhéroes de plástico que iban a dominar el medio durante veinte años, y muchos menos con los coqueteos existenciales de la generación de Len Wein, Marv Wolfman, Gerry Conway, Dennis O´Neil, Neal Adams o Jim Starlin. Por no hablar de que los escritores (Pat Mills, Frank Miller, Alan Moore, Neil Gaiman) que invadieron el medio veinte años después de la época de mayor genialidad de Kanigher parecían directamnete llegados de una galaxia distante. Sin embargo, Kanigher es un antecedente necesario, y merece ser recordado por ello.

Kanigher era genial, pero Kubert es otra historia. Junto con Eisner, puede ser considerado con justicia el primer autor con mayúsculas de la historia del comic-book americano. Su evolución es muy similar: ambos pasaron de sublimar sus respectivos géneros (el policiaco, en el caso de Eisner; el bélico y el superheroico en el caso de Kubert) a crear obras personales de profundo calado.

A principios de los 70, Kubert volvió a terrenos bárbaros para dibujar una memorable época de Tarzán y una etapa todavía más memorable en Hawkman. En 1976, Kubert (junto a su esposa Muriel) fundó The Kubert School, una institución legendaria todavía en funcionamiento y dedicada en cuerpo, alma, lápiz y cemento a la enseñanza del cómic. Entre los primeros profesores de la escuela se encontraban Will Eisner y el mismísimo Robert Kanigher.

Hawkman, por Joe Kubert.

Kubert dedicó la década de los 80`s a descansar y a tutelar a dos hijos: Adam y Andy, reconocidos y respetados profesionales del medio. A principios de los 90`s, Kubert escribió y dibujó su primera novela gráfica: Abraham Stone, la historia de un joven que en el New York de principios del siglo XX llega a la madurez conociendo el amor y la violencia.

Abraham Stone, por Joe Kubert.

En sus últimos años, Kubert experimentó varios retornos. El viejo maestro volvió a casa. Publicó tres números de Tor, su viejo bárbaro de los 50`s. En Fax From Sarajevo, volvió a la guerra, perfilando y desnudando el sufrimiento de la población civil durante el conflicto de los Balcanes. En Yossel, Kubert visitó Varsovia en la época del gueto. En Jew Gangster, Kubert regresó al New York de los años 30, a la peligrosa ciudad de la mafia, los pobres y los inmigrantes europeos de origen y destino incierto. Finalmente, Kubert visitó tres veces a su viejo amigo: el Sargento Rock.

Sgt. Rock and Easy Company es una especie de homenaje publicado en Wednesday Comics. Adam Kubert escribe el guion, Joe Kubert dibuja y Rock es torturado por los nazis. En La profecía, Kubert (como autor completo) lleva a Rock y a su compañía hasta el frente de los Balcanes.

Entre el infierno y algo peor es la más memorable de estas visitas postreras. Una novela gráfica escrita por Brian Azzarello que, hasta cierto punto, es un remake de Head Count: mientras la Easy Company avanza por el bosque de Hürtgen con la vista puesta en Berlín, tres prisioneros alemanes son ejecutados a quemarropa por soldados americanos. Por supuesto, el viejo y noble soldado no puede dejar las cosas cómo están: las furias despiertan y el kraken agita el mar, esa vieja guerra donde se pierden los barcos y los hombres.

Azzarello (en aquel momento, un guionista al alza gracias a su trabajo en 100 Balas junto a Eduardo Risso y en Hellblazer junto a Richard Corben y Marcelo Frusin) describe con eficacia el espacio de la historia. La batalla del bosque de Hürtgen (en la frontera entre Bélgica y Alemania) fue la más larga de la 2ªGuerra Mundial, costó al ejército americano 33.000 vidas y unas cuantas reservas de moral después del éxito de Normandía. Azzarello convierte el infierno bélico en un infierno moral, donde los soldados no están solo en guerra con los alemanes: también (y por encima de todo) consigo mismos.

El estilo y enfoque de Entre el infierno y algo peor es mucho más cinematográfico que las historias clásicas de Kanigher y Kubert, tanto en el guion como en la narrativa visual. El guion está estructurado en tres actos aristotélicos (típica estructura cinematográfica americana), siendo Ice el conductor del conflicto moral de la historia (Azzarello lo convierte en un expresidiario irlandés al que ofrecieron la libertad si luchaba por EE.UU, y en un soldado que quiere morir) y Rock el conductor del conflicto externo (la investigación sobre el asesinato de los tres soldados alemanes). Kubert elige dividir sus páginas en tres tiras horizontales para favorecer la claridad de la historia. Su uso del color y su trazo tienen un deje europeo, un algo de Hugo Pratt y un algo de Jordi Bernet.

Entre el Infierno y algo peor, por Azzarello y Kubert.

Robert Kanigher murió el 7 de Mayo de 2002. Joe Kubert murió el 12 de Agosto de 2012 a causa de un mieloma múltiple, diez años después de la pérdida de su viejo compañero de batallas. Robert Kanigher sirvió en la 2ªGuerra Mundial. Joe Kubert sirvió en la Guerra de Corea. Los dos conocieron el horror de la pólvora y la carne quemada.

Rock (o algo parecido) sigue vivo en las páginas de Death Metal.

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Nippur
Nippur
Lector
11 febrero, 2021 13:38

Excelente artículo, Pablo. Muchas gracias por tu trabajo tan exhaustivo

Ángel García-Tetuá
Autor
11 febrero, 2021 15:29

Gran trabajo, Pablo. Completo y fácil de leer. Muchas gracias por el artículo!

billyboy
billyboy
Lector
11 febrero, 2021 23:56

fantástico articulo, me parece que el sargento Rock tiene un gran potencial pero le limita lo que le hace ser especial; la segunda guerra mundial.

Pero puede ser muy bien utilizado en novelas graficas, estaría interesante que un buen guionista se ponga con el y porque no, verlo en el futuro en cine o en TV en una serie de calidad

Enrique Doblas
Autor
16 mayo, 2021 10:35

Impresionante Pablo, me ha encantado. Tanto por el análisis artístico como la contextualización temática. Bravo!!