Unas navidades, cuando no debía yo de tener más de siete años, mi tía (o bueno, los Reyes Magos a petición de mi tía, no seamos aguafiestas) me regaló una bonita colección de seis tomos azules que me resultaban bastante desconocidos. Mi único acercamiento a los galos era un tráiler de Astérix en América que veía periódicamente cada vez que me volvía a poner mi VHS de los Power Rangers, así que los miré con cierta curiosidad pero con no demasiado interés. Mi experiencia con los tebeos se basaba completamente en Mortadelo y Filemón, y no estaba dispuesto a dejar entrar así como así a un intruso en mi templo, así que se quedaron ahí cogiendo polvo unos meses. Pero claro, al final uno con esa edad se aburre fácilmente, así que un buen día decidí que en lugar de volver a leerme por enésima vez El disfraz cosa falaz, era momento de bajar de la estantería el primero de aquellos tochos. Y entonces conocí a Astérix. Y por Belenos, fue maravilloso.
Las historias cayeron una tras otra, supongo que eso no es muy sorprendente. Conocí al enano rubio como galo, legionario y gladiador, lo seguí de viaje por Hispania y por Helvecia, competimos en los Juegos Olímpicos, compramos una hoz nueva y por el camino hundimos el barco de unos pobres piratas. Yo no levantaba más de un palmo del suelo, pero de alguna forma sentía que había dado un paso importante, que aquellos cómics eran un poco más “para mayores”. Aunque no era tan disparatado como mis queridos Mortadelos, seguía riéndome mucho con los pobres y desgraciados legionarios de Aquarium, y sobre todo allí había un puntito más de profundidad. Cada página escondía clases de historia que me enseñaron que Julio César tenía algún que otro roce con su hijo Bruto, y el dibujo que había en esas viñetas, aunque años después compruebo que la imprenta le hizo un flaco favor al color de mi edición, era absolutamente grandioso.
El pasado 24 de marzo el corazón de Albert Uderzo dijo basta tras unos nada desdeñables 92 años, y nuestra pareja de galos favorita perdió al único padre que le quedaba. Se nos va uno de los lápices más ilustres del mundo del cómic, uno cuyo trazo nos ha marcado la infancia a tantas generaciones y cuyo nombre resonará para siempre junto al compañero de armas con el que hizo historia. Hoy en Zona Negativa nos despedimos de él recordando su obra. Personalmente no tengo un gran conocimiento del autor ni de su trayectoria, del mercado europeo ni su contexto, al contrario que mis sabios compañeros. Pero Astérix fue una parte de mi infancia, y aunque sea con más corazón que cerebro, no podía no apuntarme a dejar mi pequeño gesto en este homenaje. Podría haber elegido prácticamente cualquier historia de Uderzo y Goscinny, así que simplemente me pregunté: si pienso en Astérix, ¿cuál es la primera historia que se me viene a la cabeza? Y la respuesta fue Astérix en Bretaña.
Publicado por primera vez en 1965 en el número 307 de la revista Pilote, Asterix chez le Bretons en su idioma natal es el octavo volumen de las aventuras de Astérix y Obélix. Julio César se ha propuesto conquistar a toda costa las islas anglosajonas, y ante su total desventaja frente a las poderosas fuerzas romanas, una irreductible aldea de bretones liderada por Bigbos encomienda a uno de sus hombres, Buentórax, huir hasta el continente y pedir ayuda a su primo galo, que da la casualidad de ser un guerrero bajito de mente astuta y bigotes rubios. Llevados por la solidaridad y su habitual sed de aventuras, Astérix y Obélix acompañan a Buentórax de vuelta a su tierra junto a un valioso tonel repleto de poción mágica. Una misión que los legionarios romanos tratarán de entorpecer por todos los medios, para su desgracia.
Astérix en Bretaña reúne todos los grandes distintivos y las virtudes de las historias del dúo francés. En una de sus habituales aventuras por otros países, Goscinny y Uderzo tejen una comedia descacharrante llena de enredos en la que el viaje se le complica una y otra vez a su pareja y todo romano y bellaco que pillan por el camino acaba pagando los platos rotos. Es una de sus historias con las que más me río en sus 48 páginas, y la culpa no es solo de su maravilloso guionista, sino de la increíblemente afinada habilidad de su dibujante para plasmar a sus personajes. Uderzo narra con maestría y dinamismo, y tiene una calidad en el detalle de muchas de sus escenas más épicas o monumentales que se se integra a la perfección con sus caricaturescos personajes, pero sin duda si hay una habilidad suya que me enamora es su capacidad para dotar de vida a sus protagonistas. La expresividad que les otorga, tanto a nivel facial como corporal, es una pieza indispensable para que Astérix sea un cómic tan condenadamente divertido. Cada gesto está plasmado con tanta precisión que es inevitable verte arrastrado a conectar con ellos y reír con cada uno de sus gags. Porque sí, pocas cosas me hacen más gracia que ese Obélix borracho como un piojo llorando por su amigo Achtérix.
Pero sin duda, el gran factor que diferencia a esta historia es la representación que los autores hacen del pueblo británico, llena de cachondeo pero sin salirse del cariño. Desde su introducción a la contienda tenemos a unos bretones extremadamente educados, que se ausentan del campo de batalla a la hora del té y con unas formas, un gesto de tranquilidad y un saber estar que solo se ve alterado cuando asisten a un partido de rugby. La caricaturización que hace Uderzo es magnífica, cogiendo la estética gala y aplicándole un filtro de elegancia con mangas cortas, cuidados bigotes y pantalones de tweed, e incluso encuentra el hueco para colarnos en una viñeta a los Beatles. Y en el otro lado de la balanza, la manera de hablar que les otorga Goscinny es sencillamente genial. Las patrullas romanas pasan a ser romanas patrullas y la reacción natural a que te tumben la puerta de casa es decir “¡chocante!”. Y por supuesto, su comida es asquerosa. Si en algo congeniamos los españoles con los franceses es en criticar la gastronomía de allá arriba donde beben té.
Con un bonito desenlace que se adelantaría 30 años al timo de la poción secreta que usaría Michael Jordan en Space Jam, Astérix en Bretaña cierra con final feliz y, como no podría ser de otra forma, reunidos alrededor de una hoguera para festejar el regreso de sus héroes comiendo uno de esos jabalíes que siempre me pregunté de pequeño si estarían tan ricos como parecía. Tan divertida como siempre, tan luminosa como siempre, tan Astérix como siempre. Una pieza de una colección de oro que, aunque hoy ya nos hayamos despedido de sus creadores, tendremos la suerte de poder dejarle a nuestros niños. Una etapa redonda de la que si he podido elegir esta en concreto, no es más que porque tiene una de mis frases favoritas del mundo:
¡Aquí no hay dos gordos! ¡Hay uno solo, y no es gordo!
Gracias por todo. Descanse en paz, maestro.
El tebeo original no sé qué tal será pero la película es uno de los VHS que más vi en mi infancia. ¡Y hace un par de semanas volví a verla en Filmin y la disfruté como un enano!
Yo no la veo desde pequeño, pero la recuerdo igual de divertida, eso seguro. ¡Muchas gracias por comentar!
¿Alguien sabe si Salvat tiene intención de seguir sacando números de La Gran Colección?..
Han parado en el 19 y de este hace ya meses.
Como mínimo q llegasen a completar hasta el 24…
Jeje otro album genial. No se porqué siempre me acuerdo lo del cesped «dejandolo crecer quizás en un par milenios sea un cesped decente»